:: prelude.
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DARKSIDE
lado oscuro.
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00. 𝕻relude!!
Askari. El daemati pensaba que podría explicarme aquel término por las enseñanzas que ofrecían la Corte Imperial, sin embargo, los entrenamientos eran demasiado duros como para que una niña iliria entendiera la magia tortuosa que llevaban a cabo gracias a su deseado Caldero. En Stone City la vida era demasiado para las mujeres ─sin contar a Hewn─, quienes sufrían abusos por parte masculina, castigos relacionados a un avance corporal, a los cuales, por lo general ninguna sobrevivía a manos de sus compañeros, o si es que así se los podía llamar. Krys me había contado diversas historias de otra ciudad no tan lejana, pero en mis pensamientos, estaba la única tarea que no desee llevar a cabo.
"Te machacará como las perras más grandes." ──había mencionado Aria, una de las tantas mujeres que abría sus piernas para dejarlas colgando en la repisa de la mesa de otro general ilyrio, aunque sin lucro alguno, siempre terminaba siendo azotada por otra mujer. Sin embargo, Krys se divertía diciéndome al oído que si le dieran permiso, él se encargaría de castigarme como realmente me lo merezco. Destrozando mi mente. Pero era mucho más que eso, era una conexión ilimitada entre la perversión y la lascivia. Se había vuelto una costumbre para una niña de tan poca edad, pero ver como otros sufrían a tus pies era como la corona de la realeza.
«Oro puro cruzando por los ríos de Stone City, llenando de gritos a los habitantes que intentaban huir de semejantes atrocidades», así se lograba mantener la paz entre los últimos. Los Askari éramos una clase de guerreras que eran capaces de cumplir las tareas que los propios machos cumplían por despecho, sin embargo, los entrenamientos habían cumplido su función, y ahora establecer cadenas alrededor mis muñecas era más sencillo que entregar el doloroso manto de espinas a alguien que se atreviera a llevarlo en sus hombros. Nadie era un héroe, todos somos cobardes. El tiempo fue un gran aliado, porque solo trajo más desgracia y miseria a ilirias. Persiguiéndome como indigente en busca de comida, como prisionero escapando de su perpetuo castigo, era la fugitiva virgen que intentaba llevar una vida en paz. Nunca lo logró.
Andar a rastras era el término que buscaba luego de haber presenciado como torturaban día y noche a una hembra de su clase. Las Askari tenían reglas para sobrevivir, aunque muchas de ellas no sirvieran para ser tomadas por la fuerza de la cabeza, provocando dolor a cada punta de sus dedos, mientras un objeto áspero le acariciaba sin parar, ocultando su furia, trazó figuras imaginarias por le suelo; la primera regla de una mujer askari era terminar con su trabajo, así fuera una atrocidad, debía cumplir con su deber. La segunda se ponía a prueba en sus entrenamientos, los cuales constaban de reconocer los puntos débiles de su oponente, y usarlas en su contra. No era tan difícil, ¿verdad?
Doble patada. Torcedura en el pie izquierdo. Cabeza. Patada, puño, patada...
La cuarta regla era la seducción. Un arma tan letal para cualquier hombre dispuesto a enredarse entre sus sábanas. Así dictaminaban si la presa era tan ingenua como ellas creían.
──Piedad...──susurró el macho estando herido, arrastrándose, dejándole en claro quien tendría la ventaja ahora. Nadie podría detenerla, porque ella lo destrozaría.
La quinta regla era someter las emociones en un proceso de aceptación y repulsión. Agobiarlas hasta el cansancio, desaparecerlas de un chasquido. Solo una niña de ocho años logró controlarse, pero con ella se fueron todos sus segundos de oxígeno, porque el daemati le advirtió que las emociones le harían daño, y su desobediencia fue su castigo a la traición.
──Las Askari nunca tenemos piedad.
──Las perras arrastradas tampoco, pero mírate tu, al parecer tu amo amaba perfectamente atarte a su cama, y cuestionarte de tal poder ──escupió.
Cabeza. Patada. Fracturas en ambas piernas.
Más gritos, más pisadas que guiaban a al límite ese cuerpo que nadie deseaba tocar por temor a recibir esa hoja afilada de metal ilyrio. Siendo presenciado por millones de enemigos que recibían aquel trozo de metal clavado en un diámetro de treinta y cinco centímetros, un punto muerto entre su resistencia de marfil, y sus sesos. Apuntando con fuerza hacia donde su rodilla volvía a estrellarse, un gruñido convertido en alarido llamó la atención de aquel hombre, el cual solo logró adentrarse mucho más en aquel insólito pozo de deseos.
Delante de sus ojos, un abanico ensangrentado que era sujetado con firmeza por las pequeñas manos de una joven iliria, quien aun sufría por la reciente pérdida de su ala derecha, un tessen entre sus dedos entumidos, y retazos de ropa que aún quedaba por tironear revelando partes de su cuerpo que no deberían ser admirados por ningún otro que no fuera ella misma. Lord Devlon dirigió su filosa mirada hacia donde se encontraba la jovencita, sin embargo, fue interrumpido por aquel llanto desesperado de una mujer hacia él. Una promesa, su perdición.
"Cuide de la niña Askari." ──señaló sin fuerzas hasta el cuerpo de la niña quien seguía observando al macho inerte en el suelo, cubierta de marcas de las cuales estaba muy seguro eran más que heridas de guerra. Ocultando la hoja entre sus zapatos, se acercó a la chica, la cual no puso siquiera un gramo de fuerza para detenerlo, él la observó con ligereza, por primera vez temiendo haber llegado tarde a cumplir con su objetivo.
──Ella murió, ¿verdad?
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