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8

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ㅤㅤㅤㅤSe me erizó el vello de la nuca. Tuve el reflejo de mirar por encima de mi hombro, para asegurarme de que no eran más que mis alucinaciones productos de la angustia y la intimidación. Pero fue una desgracia por primera vez en tanto tiempo verlo allí, de pie. El Dios del sol apoyado en uno de los árboles cercanos a donde yo estaba, observándome.
Su rostro brillaba poderoso, de una manera inconfundible, intensa y aguda, como la espada desenvainada. Al fin y al cabo era el Dios de la belleza masculina, Febo Apolo.

— Luces tensa, ¿Qué sucede? Pensé que desde nuestro encuentro de hace un mes estarías feliz de verme.

— Sí. Lo estoy... ¿Trajiste algo nuevo?

Me gire a verlo, la trenza que siempre llevaba cubría un lado de mi pecho pues la había estado adornando con flores de temporada. Me estremecí pero logré disimularlo, pues se acerco con toda confianza a mí.

— No, está vez vine a hablar contigo solamente. Luces bien, deberías adornar tu cabello más seguido.

Paseo a mis lados, tocando sin pena alguna mi cabello y mi espalda. Quería apartarlo, empujarlos lejos de mí pues me asfixiaba su perfume de incienso y limoncillo, el olor que siempre estaba contenta de sentir me ahogaba por la incomodidad que tenía en todo el cuerpo, la repulsión en el estómago.

La repulsión por lo dicho por mis hermanas, por lo sucedido con Jacinto y por mis sentimientos tan humanos, yo era una ninfa, una nieta de Océano. No una simple humana angustiada por un capricho como lo era negarme a creer que las palabras tan obvias de mis hermanas.

Sentí su mano sobre mi barbilla, como giraba mi rostro para que lo viera. Su respiración estaba sobre la mía como si examinara de cerca lo que le pasaba a su amiga. Su voz salió baja pero encantadora, sus ojos se entrecierran mientras sonríe.

— Vamos, Dafne, dime ¿Qué te pasa? Somos amigos, no deberías porque ocultarme algo.

Amigos.

— No es nada, estoy bien.

— Estas mintiendo, se cuando mientes. No soy tonto.

Negué nuevamente, las manos me temblaron y eso me hacía enojar más pues sentía que reaccionaba como un humano más ante la presencia de un Dios. Apreté los puños y cerré los ojos, aparte de mi a Apolo cuando retrocedí. La expresión de su rostro fue de sorpresa al ver mi rechazo, mi pecho ardía como las llamas de la hoguera.

Intento acercarse nuevamente pero se lo negué, me abrace a mi misma.

— ¿Puedes volver en otro momento? Podre oír tus historias la próxima vez.

Pensé que se enojaría conmigo, ya estaba lista para recibir la ira de Apolo sobre mis hombros, ardiente como una llama solar que te calcina hasta los huesos. Igual a la historia de su ex-amorío. Pero en cambio, lo vio asentir con la cabeza sin decir algo, se alejo un poco y yo desvíe la mirada para no verlo.

Cuando regrese a verlo ya no estaba allí, solo había quedado la marca de sus pies sobre las hojas caídas. El perfume que emanaba sobre el aire y el sonido del oro de sus adornos que hizo un pequeño eco al desaparecer.

Retrocedí un par de pasos hasta quedar apoyada sobre un árbol de laurel, uno de mis favoritos. Tenía la cara caliente y sentia la boca seca, me deje caer sentada sobre el suelo mirando fijamente al sitio donde alguna vez estuvo de pie el que es mi amigo. O bueno, ahora mismo no se que creer pues me he dejado abrumar tanto que lo corrí, seguramente ya no querría ser mi amigo.

Por primera vez en mi larga existencia, por primera vez derrame lágrimas. La tristeza real invadió mi corazón, azotadora como un látigo que arranca la piel que toca, el silencio del bosque fue perturbado por mi gemidos y jadeos de llanto. Cada ruido me resultaba totalmente desagradable pues no era algo que las ninfas debiéramos hacer, incluso ese propio pensamiento me aturde y amarga la existencia. Siempre estaba pensando en un «pero las ninfas no, pero las ninfas esto, pero las ninfas lo otro...» que ahora entendía las veces que Apolo me decía que era terca con negar algo tan bonito como una naturaleza diferente. Siempre me aferraba a la idea de una diosa, a lo que se supone que debe sentir una diosa. Mis lágrimas cayeron como plomo, mi cabeza se llenó de tantas cosas que ni siquiera podía respirar.

Sentía como mi cuerpo se estaba cayendo a pedazos, como mi sangre me pesaba. Es como si mi corazón se estuviera pudriendo por el choque de emociones nuevas, como si mi corazón estuviera listo para morir.

Cada minuto que pasaba en llanto, en tristeza y desolación era como si el suelo me estuviera arrastrando a ser parte de el pero me negaba a ser otra ninfa más que se convierte en planta para escapar de su tristeza.

Era como si mi vida estuviera perdiendo impulso.

Viendo al pasado en esta situación, yo realmente estaba sintiendo que exageraba pero no se trataba de nada más y nada menos que la forma de un humano de ver una situación difícil, de ver las cosas que lo abruman y como afecta eso a su frágil corazón. No era un dramatismo innecesario que se resolvería con un deja de llorar  de mi propia cabeza. Estaba siendo tan humana como el cazador, como los esclavos de Minos, como Coronis, como Jacinto y como los propios humanos.

Apolo tuvo razón cuando me llamo diferente a mis hermanas, no solo nací con una voz humana: aguda y débil, sino que también y cuando salía de mi terquedad divina de ser una ninfa, yo expresaba mis sentimientos de la misma forma que los mortales lo hacen.

Las estrellas ardían como antorchas sobre el cielo y cuando Selene ilumino la noche cayó sobre mí, pude calmar mi llanto al menos un poco. Entre ratos me volvía a desplomar como si hubiera estado aguantando siglos de llanto pero me calmaba, con la respiración agitada como un ciervo corriendo de un cazador.
Pensé que debía intentar hablar con mi padre o con Cora, pero sabía que mi padre no se molestaría en escucharme y me daría algún consejo vago, y Cora, ella no entendería lo que le estaría diciendo pues ella es un ejemplo ideal de ninfa alejada de los pesares y sentimientos humanos que mancharían la inocencia de su alma inmortal.

Entonces fui a lo obvio, Apolo. Él era el único que sabría que decir pues el mismo le informo de mi diferencia entre las de mi propia estirpe. Pero no quería hablar con él, no tenía el coraje de hacerlo después de haberlo corrido de forma tan indiferente cuando solo vino a verme para hablar.

No. No está vez.

Estaba cansada de vivir con ese temor oculto que tenía a él, de su indiferencia ante situaciones así debido a los mitos que había escuchado de él por voz propia y la de mis hermanas. Lleve una mano sobre mi pecho, apretando mi vestido empapado por las lágrimas. En un hilo de voz llame por su nombre una y otra vez.

Pero como supuse inicialmente él no acudió a mi llamado. Incluso así, no me rendí al llanto otra vez, me puse de pie buscando con la mirada rastro de trampas de caza entre la oscuridad. Al ser una dríade la oscuridad del bosque nunca fue un problema para mí, entonces cuando localicé un pequeño camino de trampas sonreí.




ㅤㅤㅤㅤLlegue a un asentamiento humano cercano al bosque donde vivía con mis hermanas, me guíe únicamente por el camino de trampas dejadas por algún cazador. Tal vez ese cazador. El rostro se me ilumino cuando las luces tenues del lugar parecían dar señales de que la gente aún no dormía del todo. Camine, casi corría, en dirección al asentamiento con las manos en puños que sujetaban mi vestido y lo alzaban. Si Cora viera esto me detendría y diría algo como que una ninfa no debía relacionarse con humanos. También diría que mi reacción de antes era totalmente dramática e innecesaria, que fui infantil al tomar las cosas así de graves, pero no me importaba en ese momento pues era yo quien lo sentía.

Si los humanos reaccionan así cuando se enamoran y están entre la espada y la pared, yo tengo todo el derecho a actuar de tal forma. Si me enamoré rápidamente, si confundí amistad con amor, si actúe totalmente humana era mi problema.

Detuve el paso cuando vi a un hombre de espaldas, caminando por las calles del asentamiento con la figura lánguida. Lo llame, cuando me volteo a ver y exclamo un ligero "¿Pasa algo?" Su voz era como Apolo había descrito las voces humanas, solo que la de este hombre se escuchaba agotada. Sentí satisfacción al escuchar mi voz en otra persona y que a la vez sonara totalmente diferente.

— ¿Cuál es su nombre?

— Ezio, señorita. ¿Esta perdida o herida? ¿Necesita mi ayuda?

Aclare mi garganta mientras una sonrisa adornaba mi rostro. Puse una mano en el hombro del encorvado viejo.

— Pues veras, Ezio, si que necesito ayuda ¿Crees que me puedas ayudar?

— Claro que sí, este viejo aún puede con eso. ¿Qué es lo que te molesta?

— Es sobre alguien y sobre mí, me gustaría hablar contigo pues sobre eso porque se ve que eres bueno dando consejos.

El viejo Ezio se rio y tomo mi mano, llevándome con él a una de las bancas de roca en la calle. Me senté a su lado, mi figura juvenil y recta contrasta con la pequeña pero ancha figura del anciano mortal. Le conte todo lo que estaba pasando, desde la situación con Apolo -claro, sin mencionar que era él- hasta sobre de como me sentía confundida por lo que me decían que era y como me sentía. Actúe como Apolo cada vez que hablaba contándome sus historias, movía las manos de arriba a abajo y cambiaba el tono de mi voz pues no le sentía inferior ante la presencia de ese viejo. Aunque tampoco me sentía superior por el simple hecho de ser una inmortal y él alguien cercano a las puertas del inframundo de Hades.

Era como estar con un igual, como un reflejo de mi misma mucho más maduro y responsable que lo que yo era.

Cuando termine de hablar concluyendo mi relato lo escuche reírse, lo voltee a ver para buscar que le acusaba gracia de mi desgracia. Mire mejor sus brazos, cubiertos de cicatrices al igual que sus piernas.

— Cuando era más joven también salí con una chica con bastantes pretendientes, a diferencia tuya nunca me preocupe por si me elegía o no pues mi pasión estaba en la caza. Era un gran cazador hasta que una herida en un tendón importante de mi pie me impidió correr tan rápido como hubiera querido.

Mis ojos bajaron a la dirección de sus pies, buscando con la mirada de lo que hablaba. Un latido casi hace saltar mi corazón, un sentimiento. Yo veía pasar el tiempo con rapidez y los años nunca caían sobre mí por la eterna juventud que presumía tener, el lapso de tiempo de aquella vez se había ido entre mis dedos como el agua clara del río pero a este hombre le había costado una vida.

Era el cazador. La herida en su pierna era igual a la de esas vez, arme mis piezas y reconstruí su rostro de su juventud. Ya no era aquel hombre de hombros anchos y figura tosca, ahora era un viejito que olía a carbón y que usaba un bastón para caminar.

Así era la vida de los humanos.

— Chica, yo creo que no deberías abrumar tanto tu mente con él. Intenta ser como yo, no me case con ella pero no me importo porque me amaba y amaba lo que me hacía feliz, si te conoces sabrás que estar sola no es tan malo y que el amor de una persona no es esencial para vivir bien.

Lo pensé, tal vez una versión mía humana hubiera pensado que tenía razón pero no sería así esta vez. Yo no conocía nada de mí fuera de que era una ninfa, tenía la voz y los sentimientos humanos. Si me pedían que me describiera a mi misma no sabía que decir, si pidieras que les dijera mis gustos no pensaría en algo y así podría seguir. Me había desplomado en colapso hace rato porque pensaba que si Apolo no podria ser fiel o corresponder a mi corazón estaría acabada, que si no respondía a mi llamado no tendría nada más y volvería a mi vida lúgubre.

Pero el viejo cazador de aquella vez tenía razón, él se amaba y sabía que era lo que disfrutaba en soledad por eso no sufrió la perdida y la indiferencia de su amor pues sabía ser feliz solo. Yo no me conocía, era un mapa en blanco de una tierra nueva que siempre estuvo conmigo; por eso sentí que el mundo se me cayo cuando Apolo no respondió a mi llamado.

Entre marea de pensamientos nuevos me gire a verlo. Con una sonrisa.

— Tienes razón, Ezio.

— ¡Hm! Confía en tus mayores, soy un viejito sabio.

Me reí, quería decirle que en verdad tenía más años que él y que lo había visto en su juventud pero no quería arruinar nuestra igualdad de trato.

— También, chica... Sobre tu debate interno, intenta buscar algo que le guste, algo que disfrutes y te sientas bien sin tener que pensar si así debes actuar o si es lo esperado de ti. Es algo que será para ti y por ti.

Se puse de pie, dándole la mano. Agradecí cada una de sus palabras con amables vitores a su persona, él sostenía mi mano. Sentía los cayos y arrugas de su piel, eran totalmente diferentes a las perfectas y jóvenes manos de Apolo, que no tenían ni una sola marca o línea de la edad o el trabajo humano.

Nosotras las ninfas apenas y teníamos algunos poderes que nos garantizaban la eternidad, pero prometí ante la luz de Selene que ese hombre tendría el resto de sus días mortales en plenitud de la forma en la que podía ayudarlo.

No iba a faltar comida a su plato mientras viviera, ni a él y a su familia.

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