6
ㅤㅤㅤㅤUn mes y dos días de vida para mí, fue el tiempo que conte desde que nos vimos por última vez. Estaba sentada sobre el césped a orillas del río Peneo mientras acariciaba a la paloma en mis brazos. Tenía la misma mirada inquieta que siempre, con los ojos bien abiertos mientras deambulaba como fantasma en mis recuerdos sobre él. Para este tiempo ya habría aparecido al menos una vez, pero no tenía noticias de él. La angustia sobre mi pecho era tan grande que me hacía sentir como cuando no lo conocía, ese mismo sentimiento de estancamiento. Mi cabello trenzado no había cambiado, mi vestido era el de siempre y mi cara igual, no había envejecido ni cambiado. Era tan joven y estaba igualita como cuando me vio la última vez.
Murmuré algo entre dientes, ni siquiera me doy el tiempo de recordar de que se trataba pues la imagen de la orilla del río vacío sin compañia de mis hermanas, mi padre y sobre todo de Apolo me deprime. Era como si la vida perdiera impulso. Me puse de pie, el vestido cayo gracilmente cubriendo mis piernas, mis pies descalzos estaban algo sucios por la la tierra mojada a la orilla del agua.
La paloma de mis manos se alejo aleando como una mariposa, la expresión de mis cejas pinto asombro pues sabía que significaba. Mire a mis lados con una cara curiosa y con una urgencia de dislumbrar sus silueta, esperando sus miles de historias sobre héroes humanos y de sus propios logros. Creí que se me iba a salir el corazón cuando no lo vi, quería abrazarme a él y decirle que me encantaba escuchar sus historias sobre humanos y como actuaban, que sus relatos de amoríos no me molestaban. Por entonces era demasiado joven. No me había juntado nunca con mis primos, dioses se hombros anchos y apuesta apariencia, y con mis miles de primas y hermanas, graciles ninfas, cuando hablaban de sus amores.
El pasto se movió, el tintineo de sus joyas en mis oídos y el olor a incienso y limoncillo llego a mis fosas nasales.
— Lamento la tardanza. — Dijo.
Era como si el sentimiento de inconformidad de mi pecho de apagará, como si saber que ya no estaba sola me hiciera más feliz. Corrí a él, con la cara ligeramente ruborizada pero nunca sonreí. Estaba algo enfadada.
Aclare mi garganta y hable, intentando mantener mis sentimientos a raya pues éramos amigos.
— ¿Dónde estuviste?
— Arreglando algunos problemas, no es nada realmente interesante. Siento no poder haber venido a verte pero traje hidromiel y ajuste yo mismo el vestido.
Lo vi sacar de la bolsa que le di lo dicho, una botella de hidromiel seguramente tomada de algún banquete de los dioses y el hermoso vestido que eligió para mí. Si él fue personalmente quien lo arreglo, nunca me lo volvería a quitar.
Tome las cosas en mis manos, la tela suave como la recordaba se deslizaba entre mis dedos, sedosa y con un olor que me recordaba al perfume de Apolo. Estuvo en sus manos, era obvio. Nos sentamos en el suelo, a orillas del río Peneo, mantuve el vestido conmigo mientras bebíamos la hidromiel que me trajo.
Sus labios húmedos por la bebida eran simplemente hermosos, el dorado combinado con su lengua tan rosada como la de un gato. La dentadura perfecta que brillaba por el hidromiel, la mezcla de todo. Negué con la cabeza, resignada.
Era una ninfa no una humana.
— Oye... ¿Te gustan las flores, no?
— Si. — Parpadee repetidas veces. — a todas las ninfas le gustan las flores.
— También los laureles. — asentí. — estuve trabajando en algo todo este tiempo, tal vez en unos días puedas verlo.
Sus palabras avivaron mi alma como una llama que arde en la hoguera, como un rayo de sol contra la piel canela o como los ojos llenos de vida de Apolo. Servi más hidromiel a Apolo y me quedé mirándolo, ¿Habría hecho algo especial? ¿Jacinto y Coronis recibieron cosas así? Pensé, pero simplemente me pareció estúpido. Él y yo no éramos amantes como en los casos de esos mortales, éramos amigos. Aunque si yo tomaba así nuestra relación y él había hecho algo para mí, no me quería imaginar lo que hubiera hecho para Jacinto y la infiel Coronis.
— Debo reconocer — Lo escuché hablar. — que eres tan servicial conmigo solo porque te cuánto historias y sacio su curiosidad sobre el mundo humano.
— Es una forma de agradecerte.
— Claro. Lo sé, pero aún así, no encuentro un parecido entre la Dafne que veo de lejos con la que esta ante mí.
El sol se estaba alzando en la cima, el rostro de Helios estaba casi en la cúspide del mundo. La luz del sol iluminó la cara de Apolo, brillante pero incluso más ahora, cada rasgo que nace de él es tan agradable de ver que no entendería si algún ser quisiera herir aquella belleza simplemente etérea.
— Vayamos al bosque, no quiero que alguna de tus hermanas nos vea. Tu misma dijiste que querías evitar eso.
Se puso de pie, la tela de su toga cubrió sus piernas, el pecho le brillaba por el dorado adorno que llevaba sobre él. Las flores estampadas me recordaban a las bellas ninfas. Tome la mano que me ofreció para seguirlo, trayendo conmigo sus regalos.
No quería soltarlos para nada, su mano tibia daba calor a mi piel y podía sentir la vida que Gaia nos dejaba tener atraves de su piel.
Caminamos a un sitio algo apartado, su espalda decorada por su cabello rosa bebé era mi única vista, no quería ver al resto del entorno a diferencia de él que solía señalar los arbustos frescos y las flores de temporada. Conocía todo eso a la perfección entonces no me importaba, yo solo quería verlo a él.
Nos detuvimos bajo un árbol de higos, estaba en el centro de una pequeña abertura en el bosque, la luz a su alrededor mientras la sombra en su centro. Fue el primero en sentarse, la piel desnuda atrajo mi vista mientras me senté a su lado, abrazando las piernas como si fuera un niño pequeño. O bueno, lo que Apolo me contaba que eran los niños pequeños.
— Encontré este árbol la última vez que vine, y pensé que sería un buen lugar.
— ¿Tienes algo nuevo que contarme de los humanos?
— Claro, siempre hay cosas nuevas. — miro las hojas, los árboles de higos no eran altos pero tenían el nivel ideal para nosotros.
Yo apoye la cabeza sobre su hombro, mirando mis propias manos.
— Una mujer humana me rogo esta mañana para que su hijo sanara, el chico es hermoso así que le di mi favor. — Lo escuché atentamente. — tiene suerte de serlo, de no ser así no hubiera escuchado.
— Que misericordioso.
Soltó una risilla.
— A diferencia tuya y mía, los humanos caen en enfermedad muy fácilmente. Mueren si no los ayudas y sus cuerpos cargarán las consecuencias dependiendo su mal.
— ¿Crees que yo pueda enfermarme?
— No. Las ninfas tienen el don de no morir por enfermedad, cosas como esas están reservadas a los animales y a los humanos.
— ¿Puedo morir? Mis heridas se curan rápidamente y no puedo enfermar. Pero dijiste que tengo el corazón de un humano.
— Una cosa es sentir como un humano y la otra es ser uno, Dafne. Claro que puedes morir, no eres totalmente una diosa, tienes eterna juventud y una sanación excepcional a heridas, pero si Zeus te lanza su rayo caerías como ave con flecha. También las de tu estirpe con conocidas por convertirse en plantas cuando los sentimientos las abruman, como paso con Clitia.
— Ya me hubiera convertido en planta hace años entonces. — musité.
— No. Eso es cuando las ninfas son tienen corazones de acuerdo a su raza. Tú en cambio, tienes el corazón humano, podrías cargar con ese pesar sin problema alguno a convertirte en planta.
Cerré los ojos, ¿Qué flor o árbol sería yo en dado caso?
ㅤㅤㅤㅤLa expresión de mi rostro era una melodía, un poema. Mi boca tan abierta como la de un pescado en red, las mejillas rosadas y los ojos bien abiertos. Después de un par de días y como él lo dijo, volvió conmigo para llevarme a ver lo que preparo. Era la primera vez que veía su carruaje tirado por hermoso corceles brillantes como el fuego, haciendo honor a su amo. La decoración dorada reflejaba mi sorpresa mientras me extendía la mano para que lo acompañará.
Nunca había subido a un carruaje, estaba acostumbrada a caminar. Y bueno, estaba mucho menos acostumbrada a un carruaje que nos elevo sobre los aires como aves.
La mano de Apolo descanso en mi hombro para mantenerme cerca de él, su voz resonaba fuerte y clara incluso con el ruido del viento. En cambio la mía sonaba patética y baja, teniendo que gritar casi.
— Mis bellezas disfrutan que paseos así. Pero no preocupes, tan bella eres que mis caballos van a disfrutar que te lleve conmigo.
Lo mire un momento al escuchar sus palabras, luego asome la cabeza un poco para mirar mi hogar; el río Peneo se veía tan inmenso y largo pero a la vez tan pequeño desde esta altura, mi mano apretaba con fuerza al ropa de Apolo, sentía que podría caerme de soltarlo un solo segundo.
Nos llevo a un hermoso sitio en el valhalla, siendo sincera nunca había pisado el lugar donde mi padre y sus hermanos solían pasar sus días. ¿Vería aquí a mi padre? No los sabía. Vi cosas de todo tipo, diferentes tipos de dioses de todos los colores de piel y con diferentes rasgos animales y humanos, tan altos como mi padre y hermosos como mis primos, vi néfeles correteando con hermosas flores saludando algunas veces a Apolo que les devolvía la sonrisa de una forma incluso más hermosa.
Nos detuvimos en una de las islas flotantes, un inmenso jardín verde y lleno de árboles y flores. Los colores como arcoiris, granos que incluso la propia Demeter estaría celosa de cuidar. Apolo me dijo que el sitio era el Edén, donde había pedido una parte de sus inmensos campos verdes para sembrar arbustos de vid, árboles de laurel y diferentes tipos de flores de todos los tipos existentes. Mi corazón estallo, corrí hacia la dirección de los árboles de laurel y los arbustos de vid, sostuve las hojas y la fruta en mis manos. Me escabulli entre sus hojas, olía las flores a mi paso hasta llegar aún pequeño arroyo con rocas. Remoje los pies, girando a ver a Apolo que me observababa con una sonrisa.
— ¿Hiciste todo esto para mí?
— Algo así, antes iba a ser para Coronis y luego para Jacinto. Pero bueno, ahora es para ti, puse las cosas que pensé que te gustaría ver.
Un sentimiento amargo me lleno la boca, mi estómago se revolvió un momento. Me quedé en silencio mientras lo miraba, luego mire mis pies en el arroyo, el agua deslizándose sobre mi perfecta piel sin líneas y blanca como arena, parpadee un par de veces y volví a mirarlo.
— Todo esto es tan maravilloso. Te lo agradezco mucho.
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