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ㅤㅤㅤㅤMire a mis hermanas, sus voces me resultan encantadoras pero sus temas de conversación me abruman. Hablar de dioses y humanos apuestos, no era algo que no pudiera hacer yo pero no pensaría en tal cosa por el simple hecho de que no estaba interesada en los dioses y mi interés a los humanos estaba más dirigido a sus comportamientos. Recordar la piel flacida de sus cuerpos y como se balancea a cada paso que dan me da escalofríos. No podía encontrar la belleza en tales seres.

Me incline un poco sobre el árbol de laurel a mis espaldas, mi espalda desnuda toco la textura de la madera que se sentía como la frialdad de una piedra y los patrones de aquel piso donde me conocí con él hace meses. Negué con la cabeza para liberarme de esos pensamientos, la sola idea de que una ninfa como yo se fijara en un Dios no era digno. Nosotras somos un banquete eternamente joven y hermoso, muy malas huyendo pero que siempre despertara pasiones, éramos las novias divina. Pero a la vez no debíamos serlo, pues nuestro papel era cuidar nuestro al rededor.

Baje la cabeza para mirar mis piernas, la paloma que Apolo me había dado se quedó conmigo todo este tiempo en su ausencia y apenas él volvía ella volaba. Estaba sospechando que era él convertido en paloma o algún sirviente suyo, pero su animal sagrado eran los cuervos no las palomas.
Sentí un brazo sobre mi hombro y como me retorci bien disimulado por la sorpresa de la presencia de la aparición. Cuando me voltee a ver pude ver a una de mis hermanas, Cora, ella igual de radiante como siempre y con su arco y fechas dados por Artemisa, diosa de la caza, para cumplir con su papel de ninfa parte de su séquito.

Me preguntaba que pensaría Apolo si me uno a el séquito de Artemisa y juro virginidad eterna. Seguramente se reiría y me diría que era mala corriendo o algo, igual, el formar parte de las ninfas de Artemisa nunca me resulto algo interesante pues todas eran ninfas alejadas de los humanos y a mí me llamaban la atención.

Era más como una ninfa corriente, "libre" y con "sus propios" intereses, no una cazadora.

— Dafne, te estoy hablando.

La voz de Cora me hizo salir de mi propia realidad y volver a pisar la que compartía con todas ellas. Las miradas de mis hermanas fueron objeto de mi nerviosismo repentino pues las había estado ignorando por pensar tanto.

— Te preguntamos si ya te enteraste del nuevo rumor. Pero estabas tan en trance que nos preocupamos.

— Ah, no. ¿De qué nuevo rumor hablan?

Pregunté con vagez, acariciando la cabeza de la paloma lechosa sobre mis piernas. Algunas de mis hermanas se rieron pues parecía que yo no me enteraba de nada nunca.

— De Jacinto, era una principe espartano del que Febo se enamoro.

— ¿Febo? ¿Apolo, se enamoro de un mortal?

— Si, pero al parecer acabo mal. Laia es la que sabe más del tema, ella espió toda la situación cuando estaba de caza.

Mis ojos y las del restos se posaron sobre Eulalia, sentí como su expresión se torno roja de la vergüenza por las palabras de Cora. Ella se aclaró la garganta y hizo un ademán, era bien conocida por su destreza en el arco y por su increíble melena de color del fuego que llevaba en un moño alto como el sol.

— Según se, Jacinto y Apolo eran amantes, pero Bóreas celoso hizo que Apolo matara al chico al manipular el disco lanzado por Febo.

— ¡Le dio en la cabeza! Imagina en una muerte tan espantosa, mi rostro sería feo.

Una de mis hermanas cercanas a Eulalia se recostó sobre los hombros de la narradora. Su posición detona un dramático quejor que me molesto un poco pero a mis demás hermanas le pareció gracioso. Sabía que un herida como la de Jacinto sanaria en nosotras con el tiempo si éramos lo suficientemente fuertes, pero no creía que era objeto de nuestras risas la desdicha del pobre mortal.

Me mordí el labio. No era digno de una ninfa pensar así, como un humano. Parpadee un par de veces y mire a Eulalia para que continuara su relato.

— Apolo lloro su muerte, pero incapaz de aceptarla él convirtió al chico en la flor del Jacinto.

— Eso es bastante romántico viniendo de un mujeriego. ¿Crees que se hubieran casado?

— No creo, Apolo no es ese tipo de Dios.

Las conversaciones de mis hermanas siguieron con normalidad pero algo me llamo la atención dentro de todo ese relato, el simple hecho que por alguna razón todos los amoríos de Apolo terminaban mal cuando aparentemente él estaba totalmente enamorado. También que mis hermanas lo describen como incapaz de mantener una relación seria como lo era el matrimonio, cuando bien luego las oía fantasear con que Apolo se fijara en ellas. Es algo que no entendía.

— ¿Crees que Apolo merecía eso?

Mi voz fue átona como siempre. El rostro de Cora se volteo a verme, sus hermosos labios rojos se posaron en un baile de incredulidad mientras sus lindos ojos parpadearon como los de un cervatillo.

— No lo sé, Apolo es un mujeriego arrogante tal vez es un castigo divino.

— Pero en verdad amo a Jacinto ¿Y si cambiaba su forma de actuar por él?

— Dafne, los dioses no cambian.

Su sentencia final me asfixiaba, quería contarle como Apolo era tan amable conmigo y en ningún momento se me insinuaba de una forma vulgar y parecía respetarme. Quería contarles sobre el Apolo que despertaba el calor en mi pecho y la atención de mi mirada. Tenía la fuerte creencia de que el Apolo que todos juzgaban era diferente al Apolo que yo conocía.

Me puse de pie sin esperar que Cora me hablara o preguntará a donde iba. La paloma en mis piernas salió volando a algún árbol cercano, mientras yo salí volando hacia el bosque para escapar de las miradas diamantinas de mis hermanas y sus murmullos fríos como el viento del norte y filosos como la espada de Ares.

Ahora sus palabras no alcanzan a cortarme, eran humo frío en mi mano.



ㅤㅤㅤㅤNo tuve que preguntar quién era cuando escuche sus pasos a mis espaldas, a este punto me conformaba con escuchar el aleteo gracil de su ropa con el aire y sus sandalias doradas crujiendo las hojas como huesos rotos. Me basta un simple roce o su aroma para identificarlo, por la forma en la que pisa el suelo o el largo de sus cabellos. Incluso ciega o muerta podría reconocerlo.

Me gire a verlo, desearía lucir bella y hermosa para él que tanto admira la belleza cuando la tiene en frente. Cada gota que cae sobre mi cabeza es un pensamiento que abarca su rostro, otro pesar sobre mis hombros del que gratificantemente cargaré. Aquellos pesares que no están compuestos por carne y sangre, aquella dulce parte que hidrata el corazón como la miel a los labios y empalaga el alma como un beso, una sonrisa soñada.

— Me enteré de lo que paso. — dije.

Mi voz fue baja y débil, como siempre, pero intente mostrar mi cariño por el Dios que tenía ante mí. Lo vi acercarse, era la primera vez que él daba el primer paso, cuando sus brazos se aferraron a mi carne el vestido se arrugo y senti el calor de su existencia en la mía. Me frustra saber que soy incapaz de no sentir felicidad por lo que paso pero cada sueño que hago se derrumba con la idea de un mal término, de la verdad. Saber lo herido que debía estar su corazón, el corazón de un hombre romántico; él no era una máquina o un desalmado, sentía las emociones como yo sentía a Gaia a mi alrededor.

Apolo, Dios del sol. Él mismo era una llama. Atraía las miradas porque brillaba como el incandescente sol del medio día y empapaba los ojos de las damas con sus palabras que el sol desliza hasta salir por sus labios.

No corrió el río Peneo en sus mejillas ni lo escuche jadear como ciervo herido preso de la desesperación. Se mantuvo en silencio mientras lo dejaba abrazarse como una madre con su cría. Era un Dios orgullo y noble al final de todo, su dignidad se imponía y su debilidad al abrazarme ya era suficiente.

Permanecimos en silencio, dándole vueltas a el asunto cada quien por su parte mientras escuchábamos la respiración mutua y como las hojas se desprendían. Después, Apolo se alejo de mí y se acomodo el cabello, llevaba un Jacinto en uno de los lado de su cabeza donde solía llevar alguna flor diferente. El ver aquello zarandeo las paredes de mi corazón.

— ¿Los padres del chico ya saben lo sucedido?

— Yo mismo les dije.

— ¿Y qué hay de ti? ¿Piensas contárselo a tu tío? Me refiero, tal vez te deje traerlo de vuelta.

Se produjo otro silencio y luego, en voz tan baja que me imaginé el color pálido de sus mejillas.

— Lo convertí en una flor, su alma no le pertenece a Hades.

— Y dudo que vaya a hacerlo.

Nos sentamos sobre el suelo, la luz apenas iluminaba nuestros rostros bendecidos por la gracia divina de la eterna juventud. Me preguntaba si Jacinto lucía como el resto de humanos que ya había visto o si era tan hermoso somos nosotros, si su piel estaba pegada a su carne y había fuego pasional en su mirada. Si era atlético o era más como un Dionisio. Las preguntas que me hacía acerca de como lucía Jacinto se iban más a su apariencia que a su persona pues supuse que era como el resto de humanos: angustiados y fatigados por la vida. Aunque solamente había visto a esclavos y un cazador, con suerte al rey de Creta, no sabía como era un príncipe humano.

Pensé que, durante todos estos años, había vivido como un topo ciego a orillas del río Peneo, incapaz de buscar la diferencia entre la especie más abundante en la tierra. Me resultaba extraño caminar por una tierra habitada por seres que no conocía pero que Apolo afirmaba se parecían más a mí de lo que yo creía.

— Oye. — musité. — ¿Cómo lucia?

Pregunté con timidez, cubri mis manos entre la tela de mi vestido pues no quería que viera mis dedos inquietos. Pensé que no querría contarme pues pensar en él le dolería, pero lo vi embozar una sonrisa diferente a las que estaba acostumbrada. Una sonrisa de un soñador.

Paso su mano por mi hombro y me abrazo, señalo con la otra a un pequeño laurel creciendo.

— Era tan elegante como el laurel. — cambio su objetivo, un par de flores. — su cabello negro caía sobre sus hombros como pétalos de flores. — y finalmente señalo a mi persona. — y era igual de encantador que Dafne.

— ¿Tan encantador como una ninfa?

— No, tan encantador como Dafne. — Me solto, pero fui objeto de su mirar destellando como las estrellas de la bóveda celeste.

Siempre me excluía cuando me hablaba a mi misma como ninfa, siempre decía Dafne en vez de ninfa, como si fuera una criatura aparte. No lo entendí en ese momento.

Lo vi acostarse sobre el suelo, con las manos apoyadas en la cabeza y como su cabello se distribuía en el suelo. Me mantuve sentada a su lado con una cara confusa, con un sentimiento amargo en la punta de la garganta. Mi respiración era algo fuerte y mi cabeza me incomodaba. Era presa de sentimientos humanos.

Incluso así Apolo no me dijo nada, solo me miro con su perfecta sonrisa de hurón travieso.

Me preguntaba si Jacinto recibía tales miradas.
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