4
ㅤㅤㅤㅤAl mes siguiente regreso conmigo. Me arrodille ante él como era de costumbre y fui objeto de su sonrisa. Había empezado a acostumbrarme cada vez que me llamaba con ese tono de voz tan dulce y diferente al de mis hermanas, era un solo de aire fresco para mí. Vi como enarco las cejas y me estudió con la mirada como si no me hubiera visto tantas veces antes. Se quedó extremadamente quieto con una inmovilidad que no parecía propia de él. Su comportamiento tan repentino me hizo parpadear un par de veces como si buscará la razón de su comportamiento ¿Se traba de mí? Pensé. Apoye las manos sobre sus piernas, mi mirada nunca se desvío de él por su repentino comportamiento.
Pasaron algunos largos y mortificantes segundos antes de que me dijera algo, sus palabras retomaron ese tono dulce y encantador de siempre. Incluso con más dulzura. Lo vi sacar de la bolsa de lino algo vivo, eso me asusto un poco pero note que se trataba de un pájaro, una paloma blanca.
Cuando la tuve en mis manos pude sentir la calidez vital de su barriga emplumada y como sus patas causaban cosquillas en la palma de mis manos. Era un regalo o eso me di a entender a mi misma, lo vi sacar de la bolsa comida, no era para nosotros sino para el ave.
Levanté una ceja mientras lo mire con extrañeza, no entendía la razón de esto pues tal cosa no tendría que ver con nuestro trato. Se supone que él me contaría historias suyas y a la vez del mundo, de como funcionaban las cosas que nos rodean y que hay más allá de la vida lúgubre de una ninfa extraña como yo. No alimentar palomas.
Mi ignorancia y necedad no me dejaron ver más allá de eso, una risa melodiosa y clara como un arrolló inundó mis oídos casi siendo bendecidos por aquello.
— No te precipites, linda. Cuando la vi no pude evitar no acordarme de ti, creí que aprender a alimentar a una mascota te ayudaría a crecer como los niños humanos.ㅤㅤㅤㅤ
Mi cara se pinto incluso más incrédula. Él se volvió a reír.
— ¿Los niños humanos alimentan palomas?
— Algunos, pero usualmente son perros sus animales de compañía.
— ¿Por qué no trajiste un perro entonces?
Una de sus manos se posó sobre la espalda del ave y yo sentí como se hacía más gordita en mis manos con la suave fuerza que ejerció Apolo. Entonces lo entendí, la paloma era lo suficientemente sumisa y tranquila para iniciar en esto.
— Ya veo... ¿Y cómo se alimentan? Siempre veo a los animales comer pero realmente nunca los alimento.
— Primero que nada debes sujetarla con una mano o ponerla en su regazo.
Acate su órden, deje descansar a la vaga paloma sobre mis piernas mientras acariciaba su cabeza un segundo. Luego me volví a Apolo, sus dorados ojos decoraban su brillante rostro mientras me sonreía.
— Pon la comida en tu mano y le das de comer. Fácil.
— Ya lo sabía.
— ¿Entonces por qué esperaste que hablara?
No respondí. Pero era cierto, ya era consciente de como alimentar al animal gracias a ver a mis hermanas pero algo en mi mente me dijo que esperara que él me dijera que hacer. Pues por experiencia propia nunca lo había hecho y mis hermanas tenían su gracias natural, si lo hacía a mi manera al guiarme de ellas y no de Apolo capaz la paloma se iba volando.
Puse la comida del ave en una de mis manos y la baje para que se alimentará. Al principio no quería pues estaba más cómoda reposando sobre mi regazo pero a los segundos empecé a sentir los picoteos sobre mi piel. Le cosquilleo la palma, como pasar la mano entre las algas de las orillas del río Peneo.
— Una de mis damas suele alimentar a las palomas mensajeras que llegan a mi palacio.
— ¿En serio? — pregunté.
— Si, es una dríade como tú.
Mire los árboles a nuestro alrededor, apoye el brazo libre sobre el césped, dejando a la paloma comer mientras yo me hundía en mis pensamientos. Aún vagaba en mi mente la escena de cuando mi mano sangraba debido a la herida que yo misma me cause.
Mire a Apolo, él ya estaba viéndome desde hace rato.
— ¿Cuál es el color de tu sangre?
Mi pregunta sin duda lo saco de su paz, su expresión mostró sorpresa y a la vez gracia pues y si bien ya estaba algo acostumbrado a mis preguntas repentinas, seguía siendo algo a lo que adaptarse. Puso una de sus manos sobre su barbilla en señal de pensar en su respuesta.
— Roja sin duda, al igual que la del resto de los olímpicos. ¿Por?
— Yo creía que era un icor dorado como la de mi abuelo, ya sabes... Dios del sol.
Se cubrió la boca mientras se inclino hacia adelante sobre el tronco donde estaba sentado. Una serie de carcajadas llenaron el bosque, a diferencia de mi voz descrita como humana por él, la voz de Apolo detona su divinidad que incluso en un estallido de risa es agradable al oído.
— No importa. ¿Quieres higos? Traje algunos que vi antes de tu llegada, están en su mejor momento y creí que te gustarían. — dijo.
— Si, quiero higos.
Me los entrego, sus colores en el interior eran simplemente hermosos para ser comida. El rojo de su jugo me recordaba a mi propia cabellera y la de mis miles de hermanas. Lo vi tomar cuatro higo en sus manos, hizo un giro de muñeca y lanzó un jugo al aire, y otro, y una tercera vez, hasta llegar a la cuarta, y se puso a hacer malabares con los higos con suma delicadeza al fin de no estropear la piel de los frutos.
Los higos se convirtieron en una atracción para mí, volaban tan deprisa que daba la impresión de que no llegaba a tocarlos con las manos, evitando así que rompiera la cadencia de vuelo.
Apolo había tenido la mirada fija en el círculo de higos, así que no me estaba mirando pero podía asegurar que mi rostro era de total encanto ante sus acciones reservadas a los mimos y mendigos que en manos de un Dios eran algo vivo y pintando de gracia celestial. Tan hermoso de contemplar que ni siquiera yo fui capaz de disimular mi encanto.
Cuando acabo su truco para mí, dejo caer los higos sobre sus propias piernas y me volteo a ver con una sonrisa.
— ¿Qué tal?
— Fue hermoso, es como si nunca hubieran tocado tus manos.
— ¡Ja! Y esto es solo una pequeña cosa que aprendí a hacer de joven.
De joven... Él no pasaba físicamente del inicio de la vida adulta de un humano normal, un adulto joven extremadamente hermoso. Pero es claro que tiene tantos años que yo me veo como un retoño a su lado. Mire uno de los higos que sostenía en las manos, si yo llegaba a intentar tal cosa saldría totalmente mal.
El fruto ya había madurado, la carne oscura del fruto se partió y derramó sus semillas debajo de mis dientes, desbordando su jugo. Un estallido de dulzor inundó mi paladar, ya había probado higos antes pero los que trajo Apolo me parecieron por mucho los mejores que había comido.
— El jugo de los higos sobre sus labios es precioso.
Lo mire algo incrédula. Sacando la fruta de mi boca, la sensación de mi lengua se había tornado sedosa.
— Es porque soy una ninfa.
— Ay dioses contigo.
— ¿Qué? — pregunté con curiosidad. «Ay dioses contigo»
Él simplemente nego con la cabeza. Me preguntó segundos después si me apetencia escuchar alguna de sus nuevas melodías de lira, compuestas por él mismo junto a las musas. Yo asentí mucho más concentrada en el sabor de los higos en mi paladar.
Cuando su tesoro divino se transformó en su forma de lira se inclino sobre ella y sin preguntarme si ya estaba lista para escucharlo comenzó su melodía. Se me desordenaron las ideas, a diferencia de la melodía con la que habíamos hablado por primera vez ahora todo sonaba extrañamente más hermoso.
Cuando sus dedos acariciaron las cuerdas y fluyó un sonido puro y dulce como el agua, brillante como los limones. Jamás había oído una música semejante: calentaba igual que el fuego y tenía un peso y una textura similares a los del marfil pulido. Mi corazón se sumergió en su sonido, como si estuviera seducida por el movimiento de sus lagos y esbeltos dedos en las cuerdas de la lira mientras mi cabeza se apoyaba en sus muslos, juraba que incluso la paloma en mi regazo estaba complacida por tal melodía.
ㅤㅤㅤㅤOtro de los tantos días en donde vino ya no trajo consigo a un animal, sino que ahora ropa de sus damas. Los vestidos tenían hermosas costuras, patrones de todo tipo y diferentes medidas en su longitud. Me encogi de hombros mientras creí que era un regalo para mis hermanas pues ni de cerca esos vestidos me quedaban. Sabía que él yo pensamos lo mismo aún así lo vi negar con la cabeza y sonreír con esa mirada tan encantadora suya.
Me entrego un par de vestidos que sostuvo con fuerza contra mi pecho pues temía a que si se llegarán a manchar Apolo se enojara pues al final eran de sus damas.
— Ellas estuvieron de acuerdo con esto, me dieron los vestidos que ya no usaban para que te los pruebas.
Su voz era suave, como una pluma o un pétalo. Mire los vestidos mientras mis ojos mostraron mi ligera sorpresa, eso solo podía significar una cosa. Di un paso hacia adelante, con los labios ligeramente abiertos.
— ¿Ellas saben de mí?
— ¿Por qué no habrían de saber? — respondió.
Tenía razón, en ningún momento de nuestro trato había puesto que no se debían enterar de nuestros encuentros. Pero aún así yo sentía que era algo totalmente peligroso al menos para mí, pues si se llegaba a correr el rumor de nuestros encuentros no solo sufriría los celos de mis hermanas sino de otras diosas ajenas a mí.
— Por nada, solo me sorprende.
Ahorre mis palabras intentando calmarme, eran las damas de Apolo, le eran fiel y no andarían contando un chisme para dañar la reputación de su amo o la mía. Tome aire con suavidad y volví mi vista nuevamente a los vestuarios.
— ¿Por cuál debemos iniciar? ¿Para qué sirve hacer esto?
— Iniciemos con los veraniegos. Y, bueno, los humanos tienes diferentes vestuarios para el día, no el mismo vestido de siempre como tú.
Lo mire con reproche, se rió en mi cara. El señalo un vestido tras otro, la ropa caía y subía, realmente no tenía vergüenza de que me viera pues no tenía razones por la cuales avergonzarme. Era una ninfa y nosotras eramos físicamente hermosas.
Estaba a punto de bajarme nuevamente el vestido hasta que me dijo que no lo hiciera, lo vi cruzarse de brazos con una mirada seria, como un juez de apariencias. Después de unos cinco minutos que me parecieron se lo más eternos pues no estaba acostumbrada a que él se quedará en silencio, sonrió y extendió los brazos en una pose dramática mostrando lo conforme que estaba.
— Te luce bien, unas ajustadas y te quedará como anillo al dedo.
Me hizo volver a mi vestido de siempre y tomo en sus manos el vestido que finalmente lo convenció. Lo doblo con cuidado para no dañar la tela y lo guardo.
— El resto dáselo a tus hermanas, diles que los encontraste tirados o algo así.
— ¿Seguro?
— Totalmente, no me importa si no les quedan o les lucen, con que tú luzcas bien estoy conforme. ¡Ahora!
Hizo una pausa y saco de entre la misma bolsa donde guardo el vestido maquillaje, trague saliva con fuerza pues lo máximo que había usado de maquillaje era una vez que acompañe a mi padre a un rito y eso que ni siquiera era maquillaje como tal.
— Adivino, ¿Es de tus damas?
— Hasta crees, Dafne. Es mío, pero te lo voy a compartir porque me agradas.
Ni siquiera me hice la sorprendida pues ya lo había notado con poner atención a sus ojos y sus labios. Me sento en el suelo, arrodillado sobre una sola pierna mientras aprovecho los rayos del sol que entraban entre las copas de los árboles para buscar los mejores colores. Lo escuché murmurar para si mismo sobre tonalidades, no me importaba en lo absoluto pues estaba pendiente de que no me sacará un ojo.
Cuando acabo rebusco en su ropa y saco un pequeño espejo de mano para que me reflejará en él.
Parpadee un par de veces, mis labios usualmente de un rosa pálido estaban brillando en por un labial rosado. Mis pestañas castañas oscuras se tiñeron de negro. Mis mejillas palidas se decoraron con un rubor rosa que asemejaba a las mejillas de mis hermanas.
— Parezco...
— ¿Una diosa? ¿Una princesa? ¿Una verdadera ninfa?
— Me parezco a Cora. Que miedo.
— ¿Quién es Cora y por qué te parecerias a ella? Tu cara es única y maquillada te ves preciosa, dudo que te pareazcas.
Lo mire fijamente, Apolo también me miro con seriedad. Yo me refería a mi parecido más cercano a lo que se esperaba de una ninfa pero mis palabras no fueron las correctas incluso cuando Apolo ya me había dado una propuesta así.
— No luzco como Cora, ella es más linda.
— Ay por mi madre, padre y hermana.
Guardo su maquillaje y me extendió la mano, la sonrisa en su rostro era más sutil y ya no guardaba el encanto de siempre, era más como si buscara que caminara a él sin pensarlo. Tome su mano.
Cuando sentí la calidez de su mano el pecho se me calento, como una sensación agradable que no puedo definir o dar nombre pues nunca la había sentido antes.
— Vamos a lavar tu rostro, luces mejor sin esas malas ideas.
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