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ㅤㅤㅤㅤEra la primera vez que visitaba un sitio como un templo humano. Sus largos pilares de piedra y mármol, la belleza de sus grabados junto a los frescos representantes de los logros divinos. Las antorchas iluminaban como el sol mi piel, pálida como la arena del mar. Un sentimiento se embullia desde la base de mi estómago y corría por todo mi cuerpo hasta alertar mi cerebro de que esto era una locura, vi su estatua en el centro del templo. Solitaria y con la mirada fija en algún punto fijo, era tan alta como un árbol de dos siglos de edad. El cuerpo de la escultura era una vaga imitación humana de la belleza de Apolo, la tela cubría ligeramente su piel mientras el cabello le adorna el pecho.

Incluso con aquella belleza humana ante mis ojos no había rastro de algún humano, si bien todo estaba en buen estado parecía solitario. Me incline sobre el suelo sobre una rodilla apoye un brazo y la otra le puse sobre el pecho.

Mi voz que siempre era átona, resonó fuertemente como un relámpago. Pues y como si fuera humana, quería llamar la atención del Dios al que los Delfos adoraban. La trenza en mi cabello estaba tan floja que partes de mis mechones cobrizos cubría mi rostro.

— Señor Apolo, por favor venga ante mí. Sus palabras iluminaron como el dorado sol mi mente, en mi acto de inocencia y ignorancia puse a pruebas sus palabras pero ahora quiero más respuestas.

Exclamé al aire, con el entrecejo fruncido mostrando la seriedad en mis palabras. No recibí una respuesta en ese momento, me quedé en silencio y me puse de pie, con la mano que corte cerrada en un puño, aún sintiendo el hormigueo que dejo el dolor de la herida.

Di vueltas cortas por el templo, mirando los frescos y las estatuas pequeñas. Apoye la mano sobre uno de los pilares, la sensación fría sobre la calidez de mi piel me hizo tener la piel de gallina.

— Responde, se que me puedes escuchar, voy a pagar como sea.

Volví a exclamar, cerrando la mano con suavidad.

— Por favor.

Un soplo de viento movió mi cabello, un escalofrío recorrió mi espalda cuando un peso cayó sobre mis hombros. Otra vez ese sentimiento que desconocía, tense el cuerpo como si fuera un árbol. Gire la cabeza para verlo allí, con las manos sobre mis hombros y una sonrisa que grita su interés por mi visita.

— Cortaste tu mano ¿No es así? ¿Sano tan rápido o sigue herida? Dime.

Su voz siempre sonaba suave cuando se trataba de mujeres. Su toque era como el de una pluma sobre la piel, como la seda sobre el cuerpo. Inclino un poco más la cabeza, cerca de mí.

— Sano casi al instante, no dejo ninguna marca. Pero tengo más preguntas.

— Ya veo, antes de responder, tú respondeme ¿Cuál fue el color de tu sangre?

— Roja como la rosa, espesa como la saliva. Sangre humana.

— ¿De un color tan humano? Dijiste que eras hija de Peneo, él es hijo de Océano. Al parecer no eres tan divina como supusiste.

Aparte la mirada pensando en la arrogante necedad con la que creía sus palabras dichas antes por mí. Me di la vuelta para verlo de frente, con el mismo rostro que Apolo había descrito como "soso", lo señale.

— ¡Oye! Olías bien. — Se quejo, negué a sus palabras.

— ¿Por qué los humanos se quedan con sus cicatrices?

Apolo guardo silencio y puso ambas manos sobre sus caderas. Levanto un poco la cabeza pesando, seguramente estaba intentando encontrar la respuesta adecuada para alguien que apenas inicia su vida como lo era yo.

— Porque son inferiores a nosotros, linda. Serán conscientes de su debilidad mediante el dolor y recordarán eso mediante las cicatrices, con tal de no marcar su cuerpo recurren a nosotros para cuidarlos.

Levanto una mano, haciendo algunos ademanes para explicarse de esa forma tan teatral que tenía. Lo pensé, de cierto modo era verdad pues eran ellos los que adoraban a los dioses, nosotras las ninfas incluso podíamos convivir con las divinidades a diario a diferencia suya.

— Creados débiles y frágiles con tal que nos adoren y den ofrendas buscando salvarse de su destino inminente. Así son los humanos. Espero eso responda a tu duda.

— Ya veo, mil gracias. Me iré ahora mismo pues sacie mi duda y daré una ofrenda si así lo desea.

El rostro de Apolo cambio un tanto decepcionado. Alzó una ceja mientras se acercaba, sus pasos resonaron en el silencio del templo, se detuvo tan cerca mío que su respiración tibia como la capa cristalina del agua en verano rozo mi rostro y erizo mi piel. Sus ojos estaban fijos en los míos, una miraba depredadora como si buscará que mi curiosidad no se haya terminado en ese momento.

— Te queda tanto que aprender, piensa en tu pasado, no te cierres cuando hay tanto que conocer. Tanto poder.

Sus manos atrapaban las mías con más fuerza, su rostro adornado por una sonrisa mientras su cabello llegó a caer sobre mi rostro. La propuesta de más conocimiento acerca del mundo, de dejar de ser una ninfa de vida lúgubre y poder convertirme en alguien aparte.
A su acción mi reacción fue retroceder un poco, aunque lejos no llegue por su agarre; mi corazón latía sobre mi pecho con fuerza por el éxtasis y el peligro.

— No hay línea, nunca es suficiente, aquí no hay marionetas. Vamos, ninfa, piensa en todo aquello que no conoces y toda la belleza del mundo que te pierdes.

La fuerza de mis piernas titubeó, sabía que muchos dioses tenían una presencia tal que podía opacar el valor y el coraje de los mortales e inferiores. Si no fuera por el agarre en mis manos me hubiera desplomado, abrí la boca como si fuera a hablar pero solo jadee sin voz, un pudor me evitaba hablar.

— ¿Para que querrías que desee más...?

Pregunté con un hilo de voz, la satisfacción se pudo ver sobre su hermoso rostro de hombre.

— Porque me gustas, los dioses amamos la novedad y tú eres algo extraña.

— Pero...

— No. No quiero peros, hagamos un trato divino, te enseñaré acerca del mundo a cambio de algo.

Debí poner cara de asombro por su risa. Me soltó y se peino el cabello.

— Se que a veces las ninfas nacen con voces humanas, pero naciste con más que eso.

— ¿Voz humana? — Dije. — ¿Más que eso?

— Yep. Las voces humanas suenan agudas y débiles para nosotros los dioses, como la tuya.

Siempre había escuchado a algunas de mis hermanas quejarse de mi voz cuando gritaba por algo, pero nunca pensé que sería por eso. Ladee la cabeza a un lado mientras miraba a Apolo.

— Tu cabecita también. No te unes a las demás porque no estás llena de pasión como es habitual. Piensas como un humano, logre notar eso igual.

— Pero soy una ninfa pura, bailo como una y actuó como una.

Él se volvió a reír y puso una mano sobre mi boca.

— No, no... Tal vez lo percibas así pero si le preguntas a alguna de tus bellas hermanas te dirán lo contrario.

Pensé inmediatamente en Cora y como me trataba, también cuando me preguntó si estaba aturdida solo por quedarme pensando en el cazador.

— Ya lo tienes, por tu rostro veo que ya entendiste. Felicidades. — Exclamó. — ¿Cómo te llamabas? Olvide tu nombre.

— Dafne.

— ¡Ah! Si, Dafne... Bien Dafne, ¿Hacemos un trato? Me das algo y yo te doy algo.

Lo pensé. Sabía que relacionarse con los dioses no siempre era bueno pues nunca saldrías impune, pero la sensación en mi pecho adormecia el peligro que mi mente me gritaba.

— ¿Qué quieres a cambio?

— No lo sé, no estoy segura de eso ahora. Ya vere yo que tomo.

— No confío en eso, me podrías engañar... — Respondí en voz baja.

Él soltó aire con una expresión tan dramática que mostraba su sorpresa al llamarlo estafador.

— ¡¿C...Crees que yo, Apolo, podría mentirte?! ¡Niña, estoy siendo muy amable!

— No me estás diciendo que es lo que quieres ¿Y si deseas mi virginidad? No podría saberlo hasta ser tarde.

— Punto. Ganaste esta discusión, pero vamos, no deseo tal cosa... ¿Por qué no accedes y ya? Vamos dulzura.

Negué con la cabeza y me cruce de brazos. La expresión indiferente en mi rostro pareció entusiasmar más el corazón indomable del Dios ante mí.

— Hazme compañía, conversa conmigo y escucha mis canciones. Es lo único que te pediré si tanto quieres saber. — Me miro suavizando el rostro. — ¿Aceptas el trato, Dafne?

— Esta bien.

Y así fue como nos convertimos en amigos.



ㅤㅤㅤㅤApolo no era del tipo que estaba conmigo siempre, se aparecía una o dos veces al mes y me traía cosas de lo más extrañas par mí del mismísimo valhalla, el salón de los dioses. A veces vino, hidromiel y café. A veces eran historias de otros dioses tanto fuera como dentro del panteón griego, me enteré de los dioses del norte y del sur. También me contaba las historias de si mismo, de sus logros en batalla y sus honores, sus mitos más famosos: como la vez cuando su hermana melliza Artemisa y él mataron a la serpiente pitón que atormentaba a su madre, la diosa Leto.

Siempre estaba sentada a sus pies mientras hablaba y hablaba como la cacatúa que me contó que tenía Hades, Dios del inframundo. Sonaba tan pasional cuando contaba sus historias que me llegue a acostumbrar a su voz, pues con cada palabra que soltaba aprendía algo nuevo que deseaba poner en práctica alguna vez.

Suspire mientras apoye la cabeza sobre su muslo, mire el césped donde estaba sentada. Me estaba contando de su amorío con una princesa de Larisa.

No me interesaba saber de su vida amorosa, yo quería oír más cosas sobre el mundo.

— ¡La calcine hasta los huesos por ser infiel! — Lo escuché acabar su gran diálogo.

Me tome un momento para pensar en su relato, entonces levanté la cabeza y lo mire.

— ¿Y por qué no hablaste con ella si dijiste que tenía miedo a que la dejaras una vez que no fuera hermosa?

— Estaba enojado, lindura. Además, tal cosa como una infidelidad es totalmente imperdonable para un Dios como yo.

— Ya veo. ¿Y si fuera una ninfa la que te es infiel que harías? Nosotras no podemos envejecer.

— Le iría mucho peor.

Guarde silencio, creía que su creencia de castigar de golpe sin escuchar razones era algo tonto. Aunque no podía contradecir pues la moral de los dioses es diferente a la moral de los humanos, y como decía Apolo, yo pensaba desde la perspectiva de uno de esos seres. Eso me irritaba sinceramente.

— ¿Trajiste esa hidromiel de los pueblos del norte? Quisiera beberla.

— No. Pero traje un vino que le robe a Hermes.

— Pensaba que era Hermes el Dios de los ladrones. — Lo escuché reir.

— No soy tal cosa. Robar, he de admitir que sonó bastante vulgar... Lo tome prestado si lo vemos de otra forma. No dirá nada por lo del ganado que ya te conte.

Lo vi sacar de la bolsa de lino, una bolsa que siempre le daba para que me trajera algo nuevo, un vino. El grabado de la botella reflejo mi rostro mientras el contenido era rojo como las manzanas del edén.

— El viñedo de mi padre produce las mejores uvas para producir vino, un día de estos debería llevarte a verlo.

— ¿Harías eso?

— ¡Claro, linda! Eres una dríade, estoy seguro que tal cosa como un viñedo podría gustarte al tratarse de un jardín bonito.

Lo imaginé entonces, un lugar lleno de árboles de vid adornado por la belleza del sol y las flores. Nunca había visto un viñedo pero si dijo que parecía un bonito jardín, suponía que así luciría.

Suspire mientras que embobada por la idea de todo mantuve la cara de la soñadora que era. Él me daba tanto con lo que soñar.

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