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ㅤㅤㅤㅤ  Recibí la noticia que una de las hijas de Helios sería dada en matrimonio a un hijo de Zeus, un rey en la ciudad de Creta, Minos. Tanto titanes como dioses olímpicos estarían allí, también nosotras las ninfas éramos invitadas. Fui acompañando a mi padre como parte de su séquito, a sus pies observando cada detalle de cada cosa. Desde los verdes árboles y las estructuras de piedra coloreadas de rojos y azules que eran las paredes del palacio del rey Minos. Nunca había visto tantos humanos reunidos en un mismo lugar: sus cuerpos flácidos con la piel suelta, sus rostros agotados con cabellos desiguales por cada cabeza que eran. Desde la primera vez que vi a ese cazador en el bosque en mi cabeza rondo la idea de que los humanos parecían bolsas de hueso y carne agotados por su propia vida. Entonces reafirme mi propia idea, pues verlos así lo confirmo más, a diferencia de nosotros los inmortales que lucimos brillantes y bellos sin rastro de cansancio o pesar, los mortales me parecían como tortugas.

Mi padre se reunió con sus hermanos, ni siquiera me tomé el tiempo de asegurarme si me estaba viendo o no porque sabía que no era así. Me aleje de su lado haciendo que cada pisada que diera fuera sutil y silenciosa. Mi cabello como el de mis hermanas, de mechones rojizos suaves, adornaba mi espalda por la trenza que usaba. Sabía que incluso si quería pasar por alto sería imposible por eso, o bueno, pasar por alto entre humanos pues los dioses están tan acostumbrados a ver ninfas así que no era una novedad para ellos tal cosa.

Me deslice en los pasillos como serpiente, veía humanos pasar con bandejas de comida y cubiertos, también cargaban los regalos dados para la novia y el rey. Evite mirar a sus ojos agotados pues sentía que si los veía algo me pasaría.

Llegue a uno de los jardines del palacio, el suelo de piedra formaba un círculo con el escudo de armas. Cada color estaba perfectamente compuesto para el disfrute visual y la textura del suelo seguramente sería rasposa pero generando un placer por su creación. Era obra de Dedalo.
Mi atención por el grabado del suelo desapareció completamente cuando el sonido de una rama como si algo se apoyara en ella se produjo, luego una intrigante melodía armoniosa que solo se compararía a la propia voz de las musas me hizo voltear a ver.

Sobre una de las bancas de piedra estaba sentado, una de sus piernas desnudas por mantenerla sobre la otra mientras la falda de su toga cubia parte de su otra pierna. Su cabello adornaba la piedra mientras su rostro iluminaba el ambiente como los rayos de sol más puros durante las mañanas. La lira en sus manos produce su melodía cuando sus alargados y finos dedos se deslizan con una gracia ejemplar, el jugueteo daba una sensación a mi estómago que no había sentido antes.

— ¿Vas a permanecer siempre así de quieta? — dijo.

Parpadee un par de veces antes de caer en cuenta que mi presencia no era nada discreta para él y siempre supo que estaba allí. Me incline un poco, en una reverencia mostrando el respeto a su figura. Febo se miro con una sonrisa ladina, como si se dijera a sí mismo: que mas da.

— ¿Cuál es tu nombre, ninfa?

— Dafne, hija de Peneo.

— Dafne, hija de Peneo. Eres una de esas ninfas de los árboles ¿Esas que siguen a mi hermana? — Su voz era como la de un pájaro cantor, la profundidad de su timbre vocal acompañada por el jugueteo en sus palabras te clava la seducción en la cara.

¿Yo lucía como una cazadora? Me mire a mi misma unos momentos para aclarar la mente y buscar la razón por su deducción repentina. Él se rio, incluso su risa era agradable de escuchar.

— No lo eres, esas ninfas no tienen la cara tan sosa.

— ¿Ah? — lo gire a ver, había descrito mi cara como carente de gracia, me enfado un poco. — mi rostro esta lo suficientemente bien en mi opinión.

— No, chica. — se puso de pie. — tus labios forman una curva, tus mejillas están muy palidas. Las de tu especie siempre sonrien y tienen de un precioso rosa virginal las mejillas.

Me dio la vuelta, su comportamiento me recordaba a los pavo reales que acompañaban a Hera, la reina del Olimpo. Se abanicaba como uno, su cabello largo hacia de plumas mientras que la tela de su larga vestimenta rozaba con la mía. Se puso detrás de mí y con una mano sujeto mi mandíbula para levantar mi cabeza.

Tenía las manos calidas.

— Si usarás un poco más de rubor tal vez... Incluso con delinear tus ojos tendrías una mirada más digna. Aunque eres linda dentro de lo que cabe.

— ¿Podría soltarme...? — murmuré.

Aparto su mano de mi rostro, la sonrisa en su rostro no hizo más que crecer mientras la lira en su brazo izquierdo volvió a su forma original, su divino tesoro. Paso una mano por su cabello mientras se aclaró la garganta.

— Si estás aquí fue para verme, la boda dentro es aburrida ¿No crees? Minos carece de la belleza como para desposar a Pasífae.

— Vine por curiosidad, quería ver este sitio.

— Ah, ajá, eso. ¿Te parece algo maravilloso? Las dríades suelen pasar su tiempo entre árboles, casi no ven sitios así. — Puso una mano en su pecho, en una pose llamativa. — ¡En cambio mis bellezas disfrutan de lujos así siempre, pues su señor las llena de preciosas vistas!

— Que lindo. — Respondí.

Retrocedí un par de pasos con la intención de irme, no quería alimentar su ego de pavo real. Cuando me vio girar para irme su voz llamo a mi nombre, su expresión se torno ligeramente más seria sin dejar de brillar por la belleza de sus rasgos.

— Estás aquí porque buscabas humanos ¿Cierto?

— ¿Cómo lo sabes?

— Linda, soy el Dios de la profecía soy bastante inteligente, además... Si no te gusto hablar conmigo es porque no buscas un dios, estabas buscando un humanito.

Me rasque el brazo con un sabor amargo en la boca, mirando el suelo pues la idea que tenía de eso era totalmente correcta. Me enderezo con pesadez y lo miro, lo dorado de sus ojos me opacan fuertemente.

— Solo tenía curiosidad por ellos, nunca había visto tantos humanos juntos.

— ¡Ja! Eres adorable, belle, debiste haber visto algo antes que hizo que cautivaran así de fuerte tu atención.

— Un cazador.

Sus párpados se abren y cierran con incredulidad, él había pensado que seguramente habría sido el propio rey o algún príncipe lo que llamo primeramente mi atención. Se aclaro la garganta, se acercó a mí con los brazos cruzados.

— ¿Un cazador? Eso es bastante básico, pero bueno. Ahora eres interesante.

Lo mire bien, una sonrisa se volvió a colocar en su rostro. Abrí los labios, con una voz átona, levante una mano al nivel del pecho como si lo fuera a saludar.

— Estuve pensando si podría sangrar como ese cazador lo hizo y tener una marca.

— ¿Hm...? Bueno, ustedes las ninfas sanan de cualquier herida sútil y no dejan marcas como los humanos. Pero quitando esa diferencia, seguramente has de sangrar.

Parpadee mirando mi propia mano, la palma tenía la piel perfectamente atada a la carne mientras que ninguna marca de edad o trabajo me cubría. Tenía más años que los humanos comunes pero aún así era tan joven como los retoños mortales.

— Ya veo.








ㅤㅤㅤㅤCuando la ceremonia termino mi padre se puso de pie, una de mis hermanas fue a por mí para irnos de una buena vez. Cuando la vi caminar a mí me gire a despedirme de Apolo, pero en menos de lo que canta un gallo se esfumó de mi vista y la de mi hermana. Todo el camino de vuelta a casa tenía la cabeza repitiendo sus palabras: "seguramente has de sangrar" pensaba una y otra vez, varias veces estuve a punto de caer por estar tan metida en mi mundo de ensoñación.

Cuando llegamos a casa, el río Peneo, mi padre desapareció para estar en sus cosas y mis miles de hermanas volvieron a su rutina diaria. Pero yo me quede de pie en el mismo lugar, mirando el sol como si siguiera hablando con Apolo. Mis labios entreabiertos sacaban el aire de mis pulmones a cada segundo que seguía así. Mire a mi alrededor buscando algo, extendí la mano para sujetar una piedra de punta filosa como una flecha.

Me senté en el suelo con la palma alzada, apoye la punta filosa de la piedra sobre mi palma pálida y bella, corto como si fuera una hoja dejando una herida de una punta a otra. Uno de mis miedo era que no produjera dolor alguno, que pasará atraves de mi piel como si se hundiera en nubes o el agua del río. Grande y embriagadora fue mi sorpresa cuando el dolor ardiente como quemadura de sol sobre flor de piel me invadió, el icor que emano de mí no era dorado como suponía que era la sangre de mi padre o de mis tíos, sino que era rojo. La herida sangró bastante tiempo mientras aprecie con como la piel se decoraba por el rojo de mi sangre. Eventualmente la herida empezó a cerrarse por sí sola sin dejar marca alguna, tan diferente de como Apolo había dicho que los humanos cargaban con las marcas de sus heridas del pasado.

Cuando esto sucedió, nuevo algo surgió en mi mente, era vergüenza por mi ignorancia infantil y a la vez orgullo por saciar mi curiosidad. Mi vida había sido hasta ese momento lúgubre e insignificante, sin saber nada de como funcionaba el mundo debido a mi posición tan infantil sobre el mismo.

Mire el cielo, poniendome se pie dejando caer sobre el suelo la piedra que me ayudó a mi descubrimiento propio. Quería agradecerle a ese Dios por su aporte.

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