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🌷ᡣ𐭩 ⋆.˚ 𝐏𝐑𝐄𝐅𝐀𝐂𝐈𝐎 . ° . ✶

⃕₊⌇ ࣪𓏲ּ ֶָ⬩𝐅𝐑𝐀𝐌𝐁𝐎𝐈𝐒𝐄𝐒 🌸
ִֶָMiraculous Ladybug 𖤐˚. ࣪
🌷@SKYLUCIS 𝄒𓏲࣪ . ⩇⩇ 𝄒⃕₊ ⌇༊

──★˙🍓̟!! Describir a la protagonista de esta historia no era una tarea complicada.

____ Doux-amer no era una heroína, ni alguien con una vida extraordinaria. No tenía poderes, ni un destino grandioso esperándola. No era la persona más popular de su escuela, ni destacaba en algo lo suficiente como para que el mundo la notara.

Era solo una chica normal. O al menos, eso le gustaba pensar.

Porque la verdad era que, si hubiera tenido la oportunidad de elegir, habría preferido ser cualquier otra persona.

Su vida estaba lejos de ser la historia feliz que anhelaba. Desde pequeña había aprendido que el hogar no siempre era un refugio, que la familia no siempre significaba amor y que el dolor, a veces, venía de aquellos que se suponía que debían protegerte.

Las peleas en casa eran constantes. Gritos, insultos, silencios tensos que se extendían por días. ____ había aprendido hace mucho que intervenir solo la convertiría en el blanco de ambos padres. Que su existencia, en ese ambiente hostil, era poco más que una sombra desdibujada en una rutina de caos.

Y fuera de casa, bueno, el mundo no era mucho mejor.

No era una persona solitaria por elección. Simplemente, nunca había encajado del todo. Sus compañeros de clase la veían como alguien distante, rara, difícil de entender. No tenía la confianza suficiente para acercarse a los demás, y cada intento de conexión terminaba siendo torpe, forzado, como si siempre hubiera algo en ella que no encajaba con el resto.

Así que había aceptado su papel.

____ era la chica callada que prefería esconderse en la pastelería en lugar de socializar. La que se refugiaba en sus postres y en sus pocos amigos, porque eran lo único que realmente le hacía sentir que pertenecía a algún lugar.

Y durante mucho tiempo, pensó que así sería siempre.
Que su vida estaba destinada a ser un cúmulo de días monótonos, sin emociones reales, sin momentos que valieran la pena recordar.

Uno de los mayores problemas que ____ enfrentaba en su día a día eran sus padres. 

Su padre era un hombre de negocios respetado en su ámbito, siempre impecable en su vestir y de modales refinados en público. Pero esa imagen de elegancia y seriedad era solo una fachada. En la intimidad del hogar, su verdadera naturaleza emergía: era un hombre violento, autoritario y cruel. No necesitaba un motivo real para descargar su ira; cualquier mínimo error, cualquier diferencia entre sus expectativas y la realidad, bastaba para encender su temperamento. Era un hombre frío y serio, siempre encontraba razones para menospreciarla, para recordarle con cada palabra que nunca sería suficiente.

Su madre, en contraste, era una figura apagada por los años de humillaciones constantes. Se suponía que era ama de casa, pero en las palabras mordaces de su esposo, ni siquiera servía para eso. No importaba cuánto se esforzara en cocinar o limpiar, siempre había algo que estaba mal, algo que justificara una nueva discusión. Era sumisa y siempre estaba atrapada en su propio sufrimiento, así que se refugiaba en la religión y en promesas vacías de redención, ignorando el verdadero problema.
Las noches eran un campo de batalla de gritos y reproches, y ____ estaba atrapada en medio de esa guerra interminable.

Intentar intervenir nunca era una opción viable. Si trataba de calmar la situación o de defender a su madre, terminaba siendo el blanco de las acusaciones de ambos. Su padre encontraba en ella otro motivo más para desatar su desprecio, mientras que su madre, en su frustración y desesperanza, le devolvía la carga con reclamos y decepción.

Había muchas razones por las que ____ se había convertido en el blanco de las críticas de su padre, pero la más recurrente era su supuesta incapacidad de estar a la altura de sus expectativas. No había logrado entrar a una prestigiosa escuela porque falló el examen de admisión, un error imperdonable a sus ojos. En lugar de encaminarse hacia una carrera respetable, su mayor logro era trabajar en sus tiempos libres en una simple pastelería, un empleo que para él no era más que una distracción sin futuro.

Y luego estaban los "actos de rebeldía". Cortarse el cabello, teñírselo, rodearse de personas que él consideraba inapropiadas... todo se convertía en motivo de reproche. Pero lo peor, lo más imperdonable a sus ojos, fue cuando ____ se atrevió a hablar de su orientación. Tener un amigo gay ya era suficiente para provocarle burlas y desprecio, pero cuando su padre se enteró de que ella misma se identificaba como lesbiana, su reacción fue aún más cruel.

—Ese amigo tuyo te contagió —le había escupido con desdén—. Antes no eras así.

Como si la atracción por otras chicas fuera algo que se adquiría por contacto, como una enfermedad.

Pero la verdad era que ____ había tenido roces con su sexualidad desde hace mucho tiempo. Pequeños momentos que en su infancia y preadolescencia pasaron desapercibidos o fueron minimizados: el modo en que su mirada se quedaba atrapada en ciertas compañeras de clase, la fascinación inexplicable por actrices y modelos que la hacían incapaz de apartar la vista de la pantalla. Sentimientos confusos, deseos que no se atrevía a nombrar en voz alta.

Todo había estado ahí desde siempre. Solo que ahora, por primera vez, había encontrado el valor de admitirlo.

Y aunque el rechazo de su padre pesaba sobre sus hombros como una losa, había una parte de ella que se negaba a retroceder.
Porque por más que él quisiera negarlo, ____ sabía quién era.

Y no tenía la intención de cambiar.

Todo empezó exactamente desde que conoció a Marinette.

Era el segundo día de clases de su segundo año escolar, un día lluvioso en París. El cielo gris parecía abrazar la ciudad con un manto pesado, y la lluvia caía sin descanso sobre los adoquines. ____ recordaba haber visto antes a Marinette, una chica que destacaba no solo por su dulzura, sino también por la forma en que Chloe Bourgeois, la mimada hija del alcalde, parecía tenerla como su blanco favorito. ____ nunca había intervenido—no era del tipo que se metía en problemas—pero tampoco le agradaba ver cómo la acosaban.

Ese día en particular, la vio en la entrada de la escuela, refugiándose bajo el techo mientras observaba la lluvia con evidente frustración. No tenía paraguas.
Sin embargo, cuando unas horas después Marinette entró en la pastelería donde la peliverde trabajaba, llevaba uno negro, grande y goteando agua sobre la alfombra de la entrada.

La campanilla de la puerta sonó y, al levantar la vista del mostrador, ____ la reconoció de inmediato. Marinette sacudió su paraguas con cuidado antes de cerrarlo y lo dejó apoyado en la pared, acercándose con pasos suaves hasta el mostrador. Sus mejillas estaban ligeramente rosadas, quizás por el frío, y algunas hebras de su cabello oscuro aún goteaban.

—Buenas tardes —saludó con voz suave, un poco tímida, como si no estuviera acostumbrada a entrar a lugares sin un propósito claro—. ¿Tienen algo con frambuesas?

____ dudó por un momento. Estaba a punto de decir que no quedaba nada con esa fruta—era cara, y no siempre tenían postres con ella—pero algo en la expresión de Marinette, en su apariencia ligeramente empapada y en la forma en que frotaba sus brazos por el frío, la hizo titubear.

—Podría hacerte un helado con frambuesas frescas, si no te molesta esperar —ofreció finalmente, sin darse cuenta de que su tono sonaba más suave de lo habitual.

Aunque quiso interrumpirse al notar que la chica tenía frío, y le estaba ofreciendo un helado en vez de alguna bebida caliente.
Sin embargo, Marinette parpadeó, sorprendida, y luego sonrió con calidez.

—Oh, no me molesta en absoluto. La lluvia aún está fuerte, así que esperaré aquí de todos modos.

La oji-dorada asintió y se dirigió a la cocina para preparar el postre. Sus manos trabajaban con precisión, pero su mente estaba inquieta. No era la primera vez que atendía clientes, pero había algo en la forma en que Marinette sonreía, en la dulzura de su voz, que la hacía sentir extraña.

Cuando terminó, sirvió el helado en un pequeño cuenco y lo decoró con algunas frambuesas enteras en la parte superior. Luego, volvió al mostrador y lo entregó con cuidado.

En ese breve instante, sus dedos rozaron los de Marinette.

Fue un contacto mínimo, insignificante, pero a la menor le recorrió un escalofrío. No uno desagradable, sino algo cálido y electrizante a la vez, como una chispa inesperada que se encendió en su piel.

Marinette, ajena a la reacción de la otra chica, tomó el postre y suspiró aliviada.

—Gracias. Se ve delicioso.

Se acomodó en una de las mesas cercanas a la ventana, observando la tormenta mientras tomaba la cuchara y probaba el primer bocado.
Y ____, sin poder evitarlo, la observó con curiosidad.

El rostro de Marinette se iluminó en cuanto el helado tocó su lengua, y sus labios se curvaron en una sonrisa encantada.

—¡Está delicioso! —exclamó con entusiasmo, mirando a ____ con genuina admiración—. ¿En serio lo hiciste tú?

La joven asintió tímidamente, bajando un poco la mirada cuando sintió su piel arder bajo la intensidad de esos ojos azules.

—Sí...

—¡Eres increíble! —Marinette continuó con sus halagos, sin notar lo nerviosa que estaba la otra chica—. Tiene el equilibrio perfecto entre dulce y ácido, y las frambuesas están en su punto. ¡No sé cómo lo hiciste, pero es uno de los mejores postres que he probado!

Cada cumplido hizo que el corazón de ____ latiera más rápido. No estaba acostumbrada a recibir tanta atención, y menos de alguien como Marinette. Jamás había esperado que aquella azabache fuese alguien tan dulce y amable, que la hiciera sentirse tan cálida.

Para distraerse, desvió la mirada y comenzó a limpiar el mostrador, aunque su oído estaba atento a cada sonido que hacía la mayor mientras disfrutaba su postre. Cada vez que Marinette suspiraba con satisfacción o tomaba otro bocado con entusiasmo, tenía que recordarse a sí misma que no debía mirarla fijamente.

Especialmente no sus labios.

No sabía por qué, pero notar cómo se curvaban en una sonrisa después de cada bocado le hacía sentir aún más nerviosa.

Finalmente, la lluvia comenzó a calmarse. Marinette terminó su postre y dejó escapar un suspiro de satisfacción.

—De verdad, estuvo delicioso. Muchas gracias.

—Me alegra que te haya gustado —respondió ____, aún un poco cohibida.

Marinette tomó su paraguas y se dirigió a la puerta, despidiéndose con un gesto amable antes de salir.

La menor la observó alejarse a través del cristal de la ventana, suspirando sin darse cuenta al mismo tiempo que un relámpago brillaba a la distancia y el eco de un trueno lejano se escuchaba.
Fue lindo... pensó, con un pequeño y tímido sonrojo en sus mejillas.

Pero antes de que pudiera procesar más su propio comportamiento, la puerta volvió a abrirse de golpe y Marinette entró apresurada, con la expresión de alguien que acaba de recordar algo muy importante.

—¡Ah! ¡No he pagado!

____ parpadeó, sorprendida.
Marinette sacó su cartera con torpeza, soltando una pequeña risa avergonzada. 

—Lo siento, con la lluvia y el postre… olvidé pagarte.

____ dejó escapar una risa breve, pero genuina.

—No hay problema.

Marinette le entregó el dinero, todavía con una sonrisa nerviosa, y finalmente salió de la pastelería por segunda vez.

____ observó cómo se alejaba bajo la llovizna, sintiendo en su pecho una calidez extraña y reconfortante.
No podía explicarlo del todo, pero en ese momento, supo que ese encuentro quedaría grabado en su memoria.

Y que Marinette se quedaría en su mente por mucho, mucho tiempo.
Porque sin saberlo, todo empezó a cambiar.

Desde aquel día, ____ encontró en Marc un confidente, alguien con quien podía compartir esos sentimientos confusos que revoloteaban en su pecho cada vez que pensaba en Marinette. Sus conversaciones con él se volvieron parte de su rutina, un pequeño respiro en su vida.

Marc, con su dulzura característica y su forma tranquila de ver el mundo, no tardó en notar lo evidente: ____ estaba completamente cautivada por Marinette, incluso si ella aún no se atrevía a admitirlo del todo. Le resultaba curioso, porque él mismo se encontraba en una situación similar con alguien de la clase de Marinette.

Nathaniel Kurtzberg.

____ lo conocía de vista. Un chico callado, siempre con su cuaderno en mano, garabateando ideas con la mirada perdida en otro mundo. También había oído los rumores: en esos tiempos, Nathaniel estaba enamorado de Marinette.

La diferencia entre ellos, sin embargo, era que con el tiempo Marc logró dar pasos hacia adelante. Lentamente, con paciencia y ternura, consiguió ganarse el corazón del artista. Fue testigo de cómo el cariño de Nathaniel, que una vez había pertenecido a Marinette, se transformó en algo nuevo, algo más fuerte por alguien que realmente le correspondía.

____, en cambio, nunca avanzó.

Nunca hubo señales, ni cambios, ni momentos en los que pudiera sentirse más cerca de Marinette. Solo había pequeños encuentros en la pastelería, miradas furtivas y sonrisas que no significaban nada más que amabilidad.

Y luego, estaba su realidad en casa.

El día que confesó a sus padres que era lesbiana y que sentía algo por una chica mayor, la respuesta no fue comprensión ni aceptación. Fue un golpe. Y luego otro. Y otro. Había perdido la cuenta de los puñetazos o azotes con el cinturón que había recibido en un solo día.

El dolor físico se desvaneció con los días, pero el eco de las crueles palabras de su padre aún se clavaba en su mente.

Su madre, con lágrimas en los ojos mientras limpiaba sus heridas, le repetía una y otra vez que rezaría por ella. Su voz temblaba entre súplicas y amenazas disfrazadas de preocupación. Dijo que la encerraría sin comer, que la llevaría a la iglesia, que haría lo necesario para “curarla”.

____ no supo si lo decía en serio o si solo eran palabras arrojadas al viento en un momento de desesperación. Pero, en el fondo, le agradecía en un retorcido sentido. Al menos, su madre nunca cumplió con esas amenazas.

Su padre, en cambio, había tomado una actitud más fría. Mientras ella no mencionara aquel tema, él fingía que nunca existió. Era como si aquella confesión jamás hubiera sucedido, como si no le hubiera dado aquellos golpes, como si ____ siguiera siendo su hija perfecta y obediente.

A veces, ella pensaba que eso era mejor.
Después de todo, las cosas podían ser peores.

Sin embargo, aunque su vida en casa era un desastre, nunca se dejó caer en pensamientos oscuros. No tenía deseos de desaparecer ni de autodestruirse. En su mente, eso no resolvería nada.

Claro, había momentos en los que la frustración la superaba. Había noches en las que el dolor era tan insoportable que terminaba golpeándose la cabeza contra la pared o con sus propios puños en un intento de deshacerse de aquella presión en su pecho. No lo hacía con intención de lastimarse, simplemente era un impulso, un mecanismo torpe para liberar todo lo que no podía decir en voz alta.

Pero fuera de esos colapsos, encontraba pequeñas luces en su vida.
Pequeños placeres que la mantenían a flote.

Marc, con su presencia reconfortante y su forma de entenderla sin necesidad de muchas palabras. La escuela, aunque no siempre era un lugar agradable, al menos le ofrecía un escape de su hogar. La pastelería, su refugio, el sitio donde podía concentrarse en algo que realmente disfrutaba: los postres.

Y luego estaba Marinette.

Marinette, con sus visitas ocasionales a la pastelería. Con su sonrisa amable y su dulzura natural. Con su voz suave cuando pedía algo y su expresión de deleite cuando probaba lo que ____ con tanto amor preparaba.

No sabía mucho sobre ella. No conocía sus miedos, ni sus sueños más profundos, ni los pequeños detalles que la hacían ser quien era. Pero aun así, Marinette le ofrecía algo que nadie más le daba: momentos de genuina felicidad.

Tal vez era tonto, pero esas breves interacciones eran suficientes para iluminar su día.

Por eso, aunque su vida estaba lejos de ser perfecta, aunque tenía que lidiar con padres que jamás la entenderían, aunque el amor que sentía parecía imposible... ____ seguía adelante.

Porque, aunque fueran pocas, había cosas en su vida que realmente le importaban.
Y por ellas, por Marc, por la pastelería, y por la pequeña esperanza que Marinette traía a sus días... ella continuaba.

El amor siempre había parecido un concepto lejano para ____. Algo que existía en las historias de libros y películas, pero que nunca había sentido realmente en su vida. No en su hogar, donde las palabras eran dardos y el cariño parecía una moneda de cambio. No en la escuela, donde la gente pasaba de largo sin mirarla dos veces.

Y sin embargo, allí estaba ella. Aferrándose a un sentimiento que ni siquiera sabía cómo describir.

Marinette no era su primer enamoramiento, pero sí el primero que la hacía sentir así. Una mezcla de dulzura y anhelo, de nervios y miedo. Un sentimiento tan abrumador como la tormenta de aquel día lluvioso en la pastelería, pero también tan cálido como la sonrisa con la que la mayor le había agradecido.

Era ilógico. Ridículo, incluso.

Sabía que no tenía oportunidad. Que Marinette tenía su propia vida, sus propios sueños y, tal vez, su propio amor. Y aun así, no podía evitarlo. No podía evitar mirar en su dirección cada vez que la veía en la escuela. No podía evitar sentirse un poco más feliz cuando ella entraba por la puerta de la pastelería. No podía evitar atesorar cada pequeño momento, por insignificante que fuera.

Era un amor sin promesas, sin esperanzas claras, sin garantías de reciprocidad.
Pero, por primera vez en su vida, se permitía soñar.

Soñaba con conversaciones que nunca había tenido el valor de empezar. Soñaba con un día en el que sus sentimientos dejaran de ser un secreto bien guardado. Soñaba con una versión de sí misma más valiente, más fuerte, más capaz de enfrentarse al mundo sin miedo.

Sabía que la historia que estaba a punto de vivir no sería fácil. Que sus miedos, sus inseguridades y la dura realidad de su vida tratarían de arrastrarla hacia abajo.

Pero también sabía que había algo más fuerte que todo eso.
Algo que la hacía seguir adelante. 
Porque, aunque solo fuera por un instante, aunque fuera en silencio y desde lejos...

Marinette la hacía sentir que, tal vez, solo tal vez... merecía ser feliz.







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