𝟎𝟔; 𝐑𝐞𝐝𝐞𝐧𝐜𝐢ó𝐧.
La noche era profunda y silenciosa, envuelta en una bruma inquietante. La luna llena brillaba sobre ellos, bañándolos en una luz plateada que parecía iluminar cada rincón oscuro de sus almas. JeNo observó a JaeMin, su expresión grave, sus ojos oscuros fijos en él con una mezcla de deseo y algo mucho más profundo, una necesidad que trascendía cualquier emoción humana.
—Es hora, JaeMin —murmuró JeNo, su voz apenas un susurro, reverberando en la quietud del bosque.
JaeMin sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía lo que significaba aquello, y aunque una parte de él aún dudaba, el magnetismo oscuro de JeNo era imposible de resistir. Se había entregado al cazador, y ahora no había vuelta atrás. Tomando una respiración profunda, dio un paso hacia él, dispuesto a cumplir con el destino al que había sido llamado, aunque lo llevara al límite de su cordura.
JeNo se acercó a él con una intensidad que lo hacía sentir pequeño y al mismo tiempo deseado, necesitado de una forma que nunca había experimentado. Con un gesto lento y ceremonioso, JeNo tomó una daga de su cinturón. La hoja relucía bajo la luz de la luna, afilada y mortal, como si hubiera sido creada exclusivamente para aquel momento.
—Tu sangre es el vínculo que sellará nuestro destino —dijo JeNo, mientras tomaba la mano de JaeMin y hacía un pequeño corte en su palma, viendo cómo la sangre comenzaba a brotar lentamente—. No habrá dolor, solo la liberación de lo que eres. Lo que eres por mí.
JaeMin sintió un hormigueo recorrer su cuerpo, una mezcla de miedo y expectación. La herida era superficial, pero la sensación de su propia sangre goteando en el suelo, bajo la luz de la luna, lo hacía consciente de cada latido, cada pulso de vida que entregaba. No apartó la mirada de JeNo, quien observaba con una intensidad oscura.
JeNo extendió la mano y dejó que la sangre de JaeMin manchara sus propios dedos, mezclándola con la suya al hacerse un corte similar. Luego, tomando a JaeMin de la nuca, lo atrajo hacia él, sellando sus labios en un beso que no era humano, que poseía un hambre primitiva y salvaje. JaeMin sintió como su propia esencia se fusionaba con la de JeNo en ese contacto, el sabor metálico de la sangre en sus bocas haciéndolo sentir como si se disolviera en él.
—Ahora debes dejar ir todo lo que eres —susurró JeNo entre los besos, con una voz áspera y cargada de poder—. Tus recuerdos, tus miedos... entrégamelo todo.
JaeMin cerró los ojos y dejó que la voz de JeNo lo envolviera, que la profundidad de sus palabras lo arrastrara al borde de un abismo sin fin. Todo en su mente comenzó a desdibujarse, como si fuera solo un espectador de sus propios pensamientos. Sintió cómo sus recuerdos se desvanecían, deslizándose de su conciencia mientras se entregaba a la oscuridad, perdiéndose en el calor abrasador de aquel momento.
JeNo lo sujetó con fuerza, casi aplastándolo contra su cuerpo, y con un movimiento firme deslizó la daga sobre el pecho de JaeMin, marcándolo. La piel ardía, pero JaeMin no protestó, no retrocedió. Había perdido el miedo y solo podía sentir la excitación que JeNo le provocaba, un fuego que lo consumía desde el centro de su ser. Sabía que aquel dolor era parte del ritual, que cada herida simbolizaba el lazo que ahora los unía de una forma indisoluble.
—Eres mío, JaeMin... mi maldición, y también mi redención —susurró JeNo, sus labios descendiendo por el cuello de JaeMin hasta la marca que acababa de trazar en su piel—. Con cada gota de tu sangre, cada parte de tu esencia, me liberas y me encadenas. Y tú también, a partir de ahora, me perteneces.
JaeMin sintió cómo las palabras de Lee, lo atrapaban, como si cada letra fuera una cadena invisible que lo sujetaba a él. Estaba al borde de lo que podía soportar, su cuerpo y su mente fundiéndose en un torbellino de sensaciones intensas y contradictorias. El miedo, el deseo, la agonía y el éxtasis se mezclaban, arrastrándolo a un estado de abandono que nunca había experimentado.
—JeNo... —murmuró con voz quebrada, mientras sus manos se aferraban al rostro de él, tratando de mantener algún contacto con la realidad.
—No temas, JaeMin. Estás en el lugar donde siempre debiste estar. A mi lado... condenado y bendecido a la vez —JeNo respondió, mirándolo con una especie de orgullo oscuro en su mirada.
La luna alcanzó su punto más brillante, bañándolos en un resplandor que parecía envolverlos por completo. En ese instante, JaeMin sintió una ola de energía recorrerlo, como si su alma estuviera conectada a algo mucho más grande y antiguo que él. La conexión con JeNo era absoluta; podía sentir cada parte de él, el peso de sus pecados, la carga de sus heridas, la soledad que había llevado durante siglos.
Y en ese momento, supo que ya no había vuelta atrás.
La noche estaba envuelta en un silencio sobrenatural, como si el mismo bosque hubiera contendido el aliento ante el ritual que estaba a punto de realizarse. La luna llena bañaba el claro donde estaban JeNo y JaeMin, una luz gélida y espectral que parecía iluminar no solo sus cuerpos, sino también sus almas. JeNo, con la mirada oscura y cargada de una intensidad abrumadora, mantenía a JaeMin cerca, como si no pudiera soportar la idea de que se alejara ni un instante.
—Es ahora o nunca, JaeMin —dijo JeNo con un tono firme pero bajo, como si sus palabras fueran un susurro destinado únicamente para él—. Si damos este paso, no hay marcha atrás. Yo estaré contigo hasta el final, pero también debes estar preparado para todo lo que pueda suceder.
JaeMin tragó saliva, sintiendo la gravedad de aquel momento. Era consciente de que lo que estaban a punto de hacer iba más allá de cualquier límite humano; era un pacto sellado en sangre, en oscuridad y en deseo, algo que desafiaría a la vida misma y pondría en juego sus almas. Aun así, asintió, una mezcla de terror y fascinación danzando en sus ojos.
—Estoy listo —respondió, aunque su voz temblaba ligeramente. Era el último vestigio de humanidad que quedaba en él, y con esa respuesta, se entregaba por completo.
JeNo lo miró un instante más, su expresión oscura suavizándose apenas, como si detrás de aquel ser maldito y poderoso hubiera una chispa de vulnerabilidad. Sin embargo, cuando habló de nuevo, su voz era fría y calculada, preparada para lo que venía.
—Entonces... comienza el ritual.
JeNo tomó la daga que descansaba en su cinturón. La hoja era antigua y afilada, con un brillo peligroso que se intensificaba bajo la luz de la luna. El arma había pasado de generación en generación entre los cazadores de almas, un instrumento ritual que sellaba pactos de vida y muerte. JaeMin observó cómo JeNo sostenía la daga, el brillo reflejándose en sus ojos, mientras una emoción antigua, casi reverencial, se apoderaba de él.
Con movimientos lentos y calculados, JeNo se acercó a JaeMin y tomó su mano entre las suyas. La piel de ambos estaba fría, pero el toque de JeNo era firme, casi protector. Con un gesto suave, trazó la hoja sobre la palma de JaeMin, creando una línea delgada de sangre que comenzó a brotar lentamente.
—Esta es tu esencia, JaeMin. Con cada gota de tu sangre, estás entregándote a mí, sellando nuestro destino —dijo JeNo, sus palabras sonando como un hechizo que resonaba en la quietud de la noche.
JaeMin sintió una mezcla de dolor y placer mientras la sangre goteaba desde su mano, empapando la tierra a sus pies. JeNo observaba cada gota con fascinación, como si cada instante fuera un paso más hacia la liberación de su maldición. Sin desviar la mirada de JaeMin, hizo un corte similar en su propia mano, dejando que su sangre se uniera a la de él, en una mezcla que parecía desafiar las leyes naturales.
Luego, sin previo aviso, JeNo llevó ambas manos unidas hacia sus labios, dejando que el sabor metálico de la sangre inundara su boca. Era un acto de devoción y posesión, como si estuviera reclamando no solo el cuerpo de JaeMin, sino también su alma. La mirada de JaeMin ardía, sus pensamientos dispersos mientras el calor de su propia sangre se mezclaba con la de JeNo.
—Siente el vínculo, JaeMin —murmuró JeNo, su voz tan baja que apenas era audible—. Siente cómo tu ser y el mío se funden en uno. Esta es la primera parte del ritual... entregarnos el uno al otro sin reservas.
JaeMin cerró los ojos y respiró profundamente, dejando que las palabras de JeNo lo envolvieran como una manta pesada. Podía sentir cómo la conexión entre ellos se intensificaba, como si sus almas estuvieran enredadas, atrapadas en una danza oscura y peligrosa de la que ninguno podía escapar. En ese momento, era consciente de cada latido, de cada pulso de vida que se deslizaba entre ellos.
—JeNo... —murmuró, sintiendo cómo cada fibra de su ser se estremecía.
JeNo respondió acercándose más, sus labios rozando el cuello de JaeMin mientras sus manos se deslizaban con posesión por su espalda, marcando cada centímetro de su piel, reclamándolo de una manera casi feroz. Los besos se convirtieron en algo más que simple deseo; eran una promesa, un recordatorio de que, a partir de ese momento, JaeMin le pertenecía en cuerpo y alma.
Sin soltarlo, JeNo deslizó la daga sobre el pecho de JaeMin, trazando un símbolo en su piel. Era una marca que simbolizaba su unión, un vínculo inquebrantable que los ataría para siempre. La herida ardía, pero JaeMin no retrocedió; cada roce de la daga, cada gota de sangre que caía, lo hacía sentir más cerca de JeNo, más unido a él de lo que jamás hubiera imaginado.
—Cada línea, cada corte, es un lazo que nos une —susurró JeNo, mientras continuaba el ritual, sus manos cubiertas de sangre, sus ojos brillando con una intensidad oscura y devastadora—. Con esto, borramos el pasado, las dudas... y renacemos en la oscuridad, juntos.
La luna alcanzó su punto máximo, y en ese instante, JaeMin sintió una energía poderosa recorrer su cuerpo, una oleada de poder y deseo que lo hizo estremecerse de pies a cabeza. La esencia de JeNo se infiltraba en cada poro de su piel, llenando cada rincón de su ser con una intensidad que lo sobrepasaba, que lo hacía perder la noción de quién era y en qué momento comenzó a pertenecerle de aquella forma absoluta.
—Eres mío, JaeMin... —JeNo murmuró, besándolo de nuevo, su voz entremezclada con un hambre salvaje que lo devoraba todo—. Esta es nuestra última noche como humanos. A partir de ahora, nos pertenecemos... de una forma que desafía cualquier límite.
JaeMin apenas podía responder, embriagado por el dolor y el placer, por el poder oscuro de aquellas palabras. Sabía que estaba al borde de algo irremediable, de un abismo que no podía comprender. Sin embargo, en ese instante, no le importaba. Lo único que deseaba era que aquella unión los consumiera, que el vínculo los llevara más allá de la vida y la muerte, a un lugar donde fueran solo ellos, eternamente encadenados en un amor tan oscuro como la noche misma.
Y así, bajo la luz de la luna llena, LeeJeNo continuó el ritual, llevándolos a ambos al límite de lo humano, hacia una oscuridad infinita donde sus almas estarían unidas para siempre, condenadas y liberadas en un solo acto.
El aire alrededor de ellos parecía vibrar con una energía densa, casi palpable, como si el universo mismo estuviera observando el sacrificio que ambos realizaban. JaeMin sentía cómo su cuerpo ardía, cómo cada respiración que tomaba se hacía más pesada, más cargada de la presencia de JeNo. La conexión entre ellos era tan fuerte ahora, tan inquebrantable, que no importaba cuánto intentara resistirse: estaba atrapado, y algo dentro de él se deleitaba con eso.
JeNo, con la daga aún en su mano, continuaba trazando símbolos en la piel de JaeMin, cada uno más profundo, más marcado, como si estuviera escribiendo un hechizo que los ataría para siempre. Con cada corte, sentía cómo su propia esencia se fusionaba con la de JaeMin. La sangre que se derramaba no era solo un sacrificio físico, sino un acto de rendición total, un pacto irrevocable entre ellos.
—La luna está en su cenit —dijo JeNo con voz grave, casi reverencial, mientras observaba la luz plateada que bañaba sus cuerpos—. Este es el momento en el que el ritual llega a su punto culminante. El último paso es el más delicado, el más... personal.
JaeMin lo miró, sintiendo un miedo que parecía crecer con cada palabra, pero algo más profundo dentro de él se removía, como si supiera que esto era lo único que le quedaba, lo único que podía hacer. Estaba demasiado lejos del punto de no retorno, demasiado lejos de lo que alguna vez pensó que sería su vida. Pero en ese instante, una parte de él se dio cuenta de que, tal vez, no había querido escapar de todo esto desde el principio.
—¿Qué más hay que hacer? —preguntó, su voz quebrada, apenas audible, mientras su corazón latía acelerado en su pecho.
JeNo lo miró a los ojos, como si quisiera leer su alma, como si estuviera buscando alguna señal de resistencia, de duda. Pero JaeMin no se apartó, no mostró miedo, solo la rendición total que JeNo había estado esperando. Sonrió, un gesto oscuro y lleno de satisfacción.
—El último paso es compartir nuestra sangre, JaeMin —dijo, su tono de voz bajo, casi como un susurro—. Necesito que me des más de ti. Tienes que entregarme tu vida, tus recuerdos... todo lo que eres.
JaeMin sintió cómo una oleada de pánico lo invadía. La idea de ceder todo, de perder completamente su ser, de convertirse en una parte de JeNo de manera tan absoluta, lo aterraba. Pero la otra parte de él, la que había estado en lo más profundo de su ser durante tanto tiempo, sabía que no tenía elección. Si alguna vez había tenido algo que perder, ya lo había dejado atrás. Este era su destino, y ya no podía huir de él.
—¿Cómo lo hacemos? —preguntó, su voz rasposa mientras sentía la intensidad de los ojos de JeNo sobre él.
JeNo, sin responder de inmediato, se inclinó hacia él, sus labios rozando su cuello de manera tan suave, tan cautivadora, que JaeMin apenas pudo contener un suspiro. El calor de JeNo se extendía por su piel, y el roce de sus labios se sentía como un fuego lento, abrazador, que lo consumía poco a poco.
—Debes morderme —susurró JeNo, como si fuera un secreto—. Yo lo haré también, pero tú debes ser quien dé el primer paso. Compartir nuestras vidas, nuestras esencias, de una manera que nunca antes habíamos hecho. Solo así romperemos mi maldición... y tú serás mi salvación.
JaeMin lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de horror y fascinación. Sabía que esta era la última etapa, el punto de no retorno, y no podía evitar sentir que algo dentro de él se estaba resquebrajando, como si ya no pudiera seguir siendo quien era. ¿Era esto lo que quería? ¿Lo que deseaba realmente? Pero al mismo tiempo, la desesperación lo invadía. ¿Qué otra cosa le quedaba, si no esto?
JeNo, viendo la duda en los ojos de JaeMin, lo tomó por la mandíbula, levantando su rostro hasta que sus ojos se encontraron. La mirada de JeNo era profunda, llena de deseo y algo más, algo que rozaba la necesidad. Y en ese momento, JaeMin comprendió que había estado esperando esto durante toda su vida: ser reclamado de una manera tan absoluta, tan oscura, que nada más podría tener sentido después de esto.
—Hazlo —murmuró JeNo, su voz baja y cargada de expectación—. No tengas miedo. Lo que sea que temes, ahora no importa. Solo importa lo que estamos a punto de hacer.
Con una respiración profunda, JaeMin se inclinó hacia adelante, dejando que sus labios rozaran la piel fría de JeNo. Sintió el pulso de JeNo debajo de su boca, una vibración que lo atraía, que lo invitaba a ceder. Sin pensarlo más, JaeMin hundió sus colmillos en el cuello de JeNo, sintiendo cómo la sangre fluía en su boca. El sabor era cálido, metálico, pero también extraño, como si fuera algo más que solo sangre humana. Era como si estuviera absorbiendo el alma misma de JeNo, como si cada gota que bebía lo uniera más a él.
JeNo gimió ligeramente, y en ese momento, sus propios colmillos emergieron, hundiéndose en el cuello de JaeMin con una rapidez y fuerza que lo hizo estremecer. El dolor fue inmediato, pero algo más lo invadió: un deseo salvaje y primitivo que lo hizo abrazarse a JeNo con una fuerza desesperada. La sensación de la mordida, el intercambio de sangre, se volvió una tormenta de sensaciones, como si todo lo que habían sido y lo que serían se fusionara en ese acto.
Cada segundo parecía estirarse, interminable, mientras sus cuerpos se unían, mientras las almas se entrelazaban. La luna, que había sido la testigo de su destino, parecía brillar más intensamente, como si celebrara la consumación de su pacto.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban temblando, agotados, pero con algo más. Algo que no se podía nombrar, algo que ya no pertenecía a este mundo.
JeNo miró a JaeMin con una mezcla de satisfacción y algo más profundo, algo que parecía estar más allá de las palabras.
—Ahora estamos completos, JaeMin —dijo, su voz ronca, como si hubiera dado lo más profundo de sí mismo en ese acto—. La maldición ha sido rota, y a la vez, nunca estaremos realmente libres. Pero ahora, somos uno. Y te tengo. Para siempre.
JaeMin lo miró, el eco de las palabras de JeNo resonando en su mente, mientras su cuerpo aún ardía con la marca de aquel ritual. Había algo definitivo en su mirada, algo que no podía revertir. Y aunque una parte de él temiera lo que había hecho, otra sabía que ya no podía alejarse. Ya no había escape, ni para él, ni para JeNo.
Juntos, estaban atrapados en un destino más allá de la muerte misma.
En el instante en que los cuerpos de JaeMin y JeNo aún vibraban con la energía del ritual, un grito resonó en el aire, tan agudo y penetrante que hizo que ambos se tensaran al unísono. La atmósfera cambió al instante, la luna misma pareció oscurecerse un poco, como si la luz que los había rodeado se hubiera desvanecido ante la presencia de algo mucho más antiguo y aterrador. Sin embargo, algo que pasó de largo para JeNo fue como el par cicatrices que una vez fueron rojas, comenzaban a tomar el color dorado, cual ikhốr de dioses.
—¡¿Qué habéis hecho?! —La voz de la dama era un eco furioso que se expandió por el bosque, retumbando en las raíces de los árboles y bajo la tierra.
Una figura emergió de la penumbra, su silueta alta y etérea recortada contra la luz lunar. La dama, la antigua guardiana de las maldiciones, apareció frente a ellos, su rostro pálido y sus ojos llenos de ira. Su presencia era imponente, como si pudiera desintegrar el aire mismo con solo mirarlos. Llevaba una capa de oscuridad que parecía deshacerse en niebla a medida que caminaba, y su voz, cargada de poder ancestral, resonó como un trueno.
—¡Imbéciles! ¡No entendéis lo que habéis hecho! —gritó, sus palabras llenas de un odio palpable—. ¡Romper un pacto tan antiguo, destruir el equilibrio entre las sombras y la luz! ¡Esto no es solo un juego para ti, Jeno! ¡Y tú, JaeMin! ¡Estás en la misma línea de fuego!
JeNo, aún respirando pesadamente, levantó la mirada hacia ella, una chispa de arrogancia en sus ojos, aunque algo de temor también comenzaba a asomarse en sus facciones. No era la primera vez que se enfrentaba a la dama, pero nunca de esta manera, nunca con el peso de lo que acababan de hacer.
—No me importa tu furia, mujer —respondió JeNo, su voz mordaz y desafiante—. Estoy harto de tus maldiciones, de tus reglas. Este es el fin. La maldición está rota.
La dama dejó escapar una risa cruel, como si su presencia misma hiciera que el aire se espesara aún más, como si pudiera reírse del mundo entero.
—¡Rota! —repitió, su voz llena de veneno—. ¡Crees que has roto la maldición, pero no entiendes el precio de tus acciones! Esto no es una liberación, no es una victoria. ¡Has cometido el peor de los errores, JeNo!
JaeMin, temblando aún por los efectos del ritual, no podía evitar sentir el peso de sus palabras. En su pecho, algo se retorcía, la creciente sensación de que se había sumido aún más en un abismo del que no habría salida. Miró a JeNo, buscando alguna respuesta, pero el semblante de JeNo estaba serio ahora, como si algo dentro de él hubiera cambiado, como si de verdad estuviera empezando a comprender la magnitud de lo que había hecho.
La dama avanzó un paso hacia ellos, sus ojos fijos en JaeMin, pero hablando directamente a JeNo.
—¿Acaso no lo entiendes, JeNo? ¿No ves lo que has arrastrado contigo? Tú, que buscaste vida eterna y belleza en un acto tan vil, lo has logrado, pero al mismo tiempo, has condenado a este hombre. A él no lo has liberado; lo has atrapado en tu destino. Ambos estáis entrelazados por una maldición mucho más grande que la que creías romper. ¡Lo que has hecho va más allá de la sangre, de las vidas! ¡Has sellado vuestros destinos juntos, sin retorno!
JaeMin sintió su pecho oprimido, el aire se volvió pesado, y el miedo se apoderó de él. Miró a JeNo, buscando alguna explicación, pero las palabras de la dama eran claras. Ya no había vuelta atrás. Estaba atrapado, más que antes. Pero también había algo en su interior que se negaba a arrepentirse. ¿Cómo podría, cuando todo lo que había hecho hasta ahora, incluso ese ritual tan oscuro, lo había llevado a ese preciso momento? Era un monstruo, sí, pero uno que había encontrado su lugar.
JeNo finalmente rompió el silencio, su voz llena de desdén, pero también de un leve rastro de desesperación.
—¿Y qué propones, entonces? —preguntó, su tono mordaz, desafiante—. ¿Qué harás ahora? ¿Intentarás destruirnos como has hecho con todos los demás? ¿O te rendirás a que esto se termine como tiene que ser?
La dama lo miró fijamente, y por un momento, la ira en su rostro se suavizó, casi como si reconociera la inevitabilidad de lo que había ocurrido.
—No soy tan ingenua, JeNo —dijo, su voz más suave, pero llena de una amarga sabiduría—. No destruiré lo que ya está hecho. Pero lo que has hecho no tiene precedentes. Tú y él sois ahora más que víctimas y verdugos. Vuestros destinos están sellados de una forma que ni yo puedo deshacer. Pero recuerda: las consecuencias de tus acciones siempre alcanzan lo que más amas.
JaeMin sintió el peso de esas palabras como un yugo que caía sobre su corazón. Miró a JeNo, esperando encontrar alguna respuesta, alguna luz en sus ojos que le indicara que todo saldría bien. Pero en esos ojos oscuros solo veía la misma sombra que había estado buscando durante tanto tiempo, una sombra que se había tragado todo a su paso.
La dama suspiró con pesadumbre, dando un paso atrás, una furia aún más palpable, como si el aire a su alrededor se hubiera oscurecido aún más. Su figura se alzó ante ellos, la luna brillando débilmente sobre su rostro, que mostraba una mezcla de decepción y enfado.
—Lee JeNo, te advertí, te dije que te mantuvieras lejos de los elenthos —su voz resonó con un eco profundo, lleno de sabiduría antigua y pesadumbre—. Te lo dije cuando te convertí en esto. Y ahora ves las consecuencias.
JeNo frunció el ceño, sus ojos destellando con furia mientras la rabia comenzaba a hervir en su interior.
—¡¿Qué estás insinuando?! —gritó, su tono venenoso, los músculos de su cuerpo tensándose como si estuviera listo para saltar sobre ella. El odio, la desesperación y la desesperanza se entrelazaban en su mirada—. ¡Él está conmigo! ¡No puedes hablar de él así!
La dama, sin embargo, no se amedrentó. Su presencia seguía siendo imponente, tan sobrenatural y antigua como la misma luna, mientras las palabras que salían de su boca parecían tener el poder de atravesar todo lo que JeNo sentía.
—Él sigue siendo puro. —La dama lo observaba con una calma helada, casi morbosa—. Ni siquiera ha sido llevado a la oscuridad. Es imposible para él comprender lo que está sucediendo, porque no pertenece aquí, no pertenece al abismo que tú habitas. Solo lo has atado a ti, lo has arrastrado a tu miseria, pero sigue siendo puro. Él aún puede ser salvado.
El dolor en sus palabras era tan evidente que JeNo sintió una oleada de frustración que lo abrumó, mezclada con un extraño sentimiento de impotencia que nunca había experimentado. Pero eso fue solo por un momento, porque el resentimiento hacia la dama creció como una bestia dentro de él, y fue entonces cuando su voz se levantó con una rabia ciega.
—¡Por supuesto que no! —gritó, avanzando hacia ella con una intensidad peligrosa—. ¡Lo dices porque tienes envidia! ¡Porque lo quieres para ti! Siempre lo quisiste por lo que es.
La dama no se movió, y su mirada era tan fría como siempre, pero algo en su actitud cambió. Como si finalmente, después de mil años, ella hubiera alcanzado el entendimiento de lo que JeNo trataba de decir.
—¿Envidia? —dijo con una sonrisa irónica, una que no llegaba a sus ojos—. ¡No soy como tú, JeNo! Yo soy un alma cruel y maldita, pero hay cosas más poderosas que yo, el equilibrio entre la luz y la oscuridad, que tu acabas de romper. No tengo deseos personales como los tuyos. Yo vi lo que te convertiste, vi cómo caíste en la oscuridad que tú mismo deseaste. Y ahora arrastras a otros contigo.
JeNo no pudo evitar reír, aunque su risa estaba teñida de amargura.
—¡Qué fácil es para ti! —exclamó, acercándose más, sus puños apretados, como si pudiera estrangular a esa voz tan calmada y venenosa—. ¡Lo que nunca entendiste es que yo nunca elegí esto! No elegí ser un monstruo. Lo que elegí fue sobrevivir. ¡Y JaeMin es lo único real que tengo ahora!
La dama se cruzó de brazos, su expresión permaneció impasible, como una figura que había visto tantas tragedias a lo largo de los siglos que ya nada la afectaba.
—¿Real? —La dama lo observó con desdén, como si estuviera frente a un niño que aún no entendía el verdadero alcance de sus actos—. Tú no eres capaz de comprender lo que realmente estás haciendo, JeNo. Atrapaste al chico en tu oscuridad, pero él sigue siendo puro. Tienes miedo de que la luz que aún queda en él te haga ver lo que realmente eres.
JeNo dio un paso atrás, su respiración agitada, como si hubiera recibido un golpe directo al alma. Sintió una punzada de incertidumbre que lo atravesó como una daga afilada. La dama continuaba hablándole como si fuera un niño, como si nunca hubiera entendido lo que había significado realmente convertirse en lo que era, lo que había tenido que hacer para llegar hasta allí.
—¿Qué sabes tú de mí? —dijo, su voz más baja, pero con una furia contenida—. ¿Qué sabes tú de lo que significa ser un monstruo y vivir con ello? ¡Este es mi castigo, y lo acepto! ¿Qué es lo que quieres, que me aleje de él? ¿Que lo deje atrás como si nunca hubiera significado nada?
JaeMin, que había estado callado hasta ese momento, observó todo con una creciente ansiedad en su pecho. Sentía el peso de la discusión entre ellos, pero al mismo tiempo, no podía evitar estar atraído por esa energía cruda y destructiva. Sus propios sentimientos hacia JeNo eran complicados, pero algo en su interior seguía luchando por no ceder al miedo.
Finalmente, JeNo se giró hacia él, sus ojos vacíos de toda la furia hacia la dama, pero aún con un torbellino interno que lo consumía.
—Te dije que no te alejarías de mí. —JeNo acercó su rostro a JaeMin, hablando en un tono bajo, casi susurrante, pero lleno de una autoridad oscura—. Y no lo harás, ¿verdad? Porque aunque lo que sea que ella diga sea cierto, tú y yo estamos atados.
JaeMin sintió la presión de su mirada, la intensidad que emanaba de él, y aunque su cuerpo temblaba por el miedo, no pudo evitar un pequeño suspiro. En lo profundo de su ser, algo le decía que no podría separarse de JeNo, por mucho que lo intentara.
La dama, viendo todo esto, soltó un resoplido, como si al final todo estuviera ya dicho.
—Así que ambos elegisteis este camino, ¿verdad? Muy bien. Pero recordad, las consecuencias no se detienen aquí. El destino de ambos está irremediablemente entrelazado, y lo que ha comenzado no podrá detenerse tan fácilmente.
Antes de que la dama pudiera desvanecerse por completo, JaeMin, con el corazón latiendo frenéticamente en su pecho, dio un paso adelante. La angustia y la desesperación que sentía le dieron la fuerza para hablar, aunque su voz temblaba, luchando por mantenerse firme frente a la fuerza insondable de la figura que tenían frente a ellos.
—¡Ayúdanos! —su voz fue rasposa, casi suplicante, pero también decidida, como si hubiera alcanzado un límite dentro de sí mismo—. Te lo ruego... Ayúdanos a liberarnos de esta maldición. No podemos vivir así, atrapados en este tormento.
La dama, que ya había comenzado a desvanecerse entre las sombras, se detuvo por un momento. El silencio que siguió fue pesado, como si todo el mundo alrededor de ellos hubiera dejado de respirar. JaeMin, mirando a la dama con ojos llenos de súplica, esperaba una respuesta. Algo, cualquier cosa que les diera una oportunidad.
La figura de la dama volvió a materializarse ante ellos, esta vez más cerca que antes. Sus ojos destellaron con una luz fría y burlona, como si estuviera mirando a dos insectos atrapados en su tela de araña.
—¿Ayudaros? —la dama soltó una risa suave, pero llena de veneno. Su tono era cruel, cargado de una sabiduría arcaica que hacía que cada palabra se sintiera como un castigo—. ¡Qué dulce! El pobre elenthos pidiendo ayuda al monstruo. ¿Realmente crees que soy tan ingenua, que me voy a condescender contigo?
JaeMin sintió su corazón hundirse en su pecho. La burla de la dama le dolió más de lo que esperaba. Pero antes de que pudiera dar un paso atrás, ella continuó, su voz más baja, pero con una dureza inquebrantable.
—¿Sabes lo que realmente eres, JaeMin? —la dama lo observaba, sus ojos fijos en él con un destello oscuro—. Eres un elenthos dunamis. Eso es lo que te salva. Tu pureza, tu luz, te hace distinto. Y eso, por más que te duela aceptarlo, te convierte en algo valioso.
JeNo, que había estado observando la interacción con creciente tensión, no pudo evitar fruncir el ceño. Se adelantó un paso, buscando interrumpir el intercambio.
—¿Qué quieres decir con eso? —su voz era baja, pero cargada de furia. El resentimiento hacia la dama comenzaba a tomar forma—. ¿Por qué estás hablando de él de esa manera?
La dama no le prestó atención a JeNo, sus ojos seguían fijos en JaeMin. Y fue entonces cuando, en un giro inesperado, su tono cambió, casi como si la situación se hubiera vuelto interesante para ella.
—Porque es un dunamis —dijo, sus palabras resonando con poder—. Y lo que hace a un elenthos tan especial es que, cuando uno de ellos pide algo... es casi imposible negárselo.
JeNo miró a JaeMin, desconcertado, mientras la dama continuaba.
—Lo que tú pides, JaeMin, es posible, pero sólo porque eres lo que eres. La pureza de tu ser, tu luz interna... hace que las maldiciones se quiebren ante ti. Y aunque me repugne hacerlo, te ayudaré.
Un silencio se instaló por un momento, mientras JaeMin sentía la presión de esas palabras. No estaba seguro de si sentía alivio o miedo al escuchar que la dama podría ayudarlos, pero en su interior, algo le decía que ya no había vuelta atrás.
La dama, viendo la incertidumbre en sus ojos, terminó con una última advertencia.
—Pero ten cuidado con lo que pides, JaeMin. Los elenthos son seres poderosos, pero también peligrosos. La oscuridad que rodea a JeNo, aunque ha sido detenida por un momento, no desaparecerá tan fácilmente. No sin un precio.
JaeMin sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral al escuchar esas palabras, pero, a pesar de su miedo, se obligó a asentir. Miró a JeNo, quien parecía igual de confundido, pero también expectante. Ellos, ahora más que nunca, estaban atrapados en un juego que no entendían completamente.
—¿Y cuál es ese precio? —JeNo preguntó, su voz tensa, como si supiera que cualquier cosa que siguiera podría ser aún más peligrosa que lo que ya habían hecho.
La dama no respondió de inmediato. En cambio, sus ojos se entrecerraron con una ligera sonrisa en sus labios, una sonrisa que no traía consuelo, sino más bien una sensación de advertencia.
—Lo descubriréis pronto. —Y antes de que pudieran preguntar más, su figura comenzó a desvanecerse una vez más en la oscuridad, como si el mundo mismo la absorbiera.
Con su partida, el aire volvió a quedar pesado. JaeMin y JeNo se quedaron en silencio, la sensación de incertidumbre envolviendo cada rincón de la noche. La maldición no había desaparecido, y aunque la dama había dicho que los ayudaría, el costo de esa ayuda aún era un misterio. JaeMin no sabía qué esperaba encontrar en el futuro, pero algo le decía que, para él y JeNo, todo estaba por cambiar.
Y no sería fácil.
El viento, que antes se había quedado en calma, comenzó a soplar nuevamente con fuerza, como si la desaparición de la dama hubiera dejado un vacío en el aire, una grieta que la naturaleza misma intentaba rellenar. JaeMin, aún con el pecho agitado por la tensión, sintió cómo las sombras parecían alargarse, tocando sus pies, como si algo estuviera al acecho.
JeNo, a su lado, permaneció inmóvil por un momento, sus ojos vacíos de emociones visibles, pero con algo en su interior que lo consumía. La dama había dicho algo que lo afectó profundamente, más allá de lo que admitía. El precio.
—¿Qué crees que quiso decir con eso? —preguntó JaeMin, su voz apenas un susurro, como si temiera que el viento se llevara incluso sus palabras. Su mirada se dirigió a JeNo, buscando alguna respuesta, alguna pista sobre lo que acababa de suceder. La preocupación comenzaba a infiltrarse en su mente.
JeNo, sin embargo, no le respondió de inmediato. Caminó unos pasos hacia la orilla del claro, su figura oscura recortada contra la luz débil de la luna. Sus manos estaban a sus costados, pero la tensión en su cuerpo era palpable. Finalmente, se giró hacia JaeMin, con una mirada que, aunque fría, tenía una carga emocional que no podía ignorarse.
—Lo que me dijo no me gusta. —La voz de JeNo era baja, pero había algo en ella que dejaba claro que no solo hablaba de la amenaza de la dama, sino también del peso de lo que había dicho sobre JaeMin.
JaeMin lo miró, un nudo en la garganta. No entendía del todo qué había provocado esa reacción, pero lo sabía con certeza: JeNo no era alguien que se dejara llevar por palabras vacías. Algo de lo que había escuchado lo estaba atormentando.
—¿Qué significa que... soy un elenthos? —preguntó JaeMin, la duda claramente reflejada en su rostro. No había entendido el alcance completo de las palabras de la dama, pero sentía que algo en él había sido revelado, algo que tal vez ni siquiera él mismo conocía.
JeNo suspiró, su mirada dirigida al horizonte como si buscara algo que lo anclara a la realidad. Después, finalmente, se acercó a JaeMin, su rostro más serio que nunca.
—Los elenthos son seres raros, inmaculados, puros... en un sentido que no comprendes aún. —JeNo lo miró, como si quisiera que sus palabras fueran lo más claro posible—. Te lo dijo ella porque sabe que eres especial. Tú... tienes algo que ni siquiera sabes poseer. Algo que ni siquiera yo puedo tocar.
JaeMin se quedó en silencio, procesando esas palabras. Por alguna razón, sentía que había algo profundamente inquietante en la revelación, algo que lo hacía sentirse más vulnerable, más perdido de lo que ya estaba. Aunque no comprendía completamente lo que implicaba ser un elenthos, la gravedad de la conversación lo hacía temer lo que pudiera significar.
JeNo continuó, su voz ahora más suave, pero cargada con una emoción que parecía extraña en él.
—La maldición, JaeMin... no es solo sobre mí. Es sobre ti también. —JeNo le pasó una mano por el cabello, como si estuviera buscando una respuesta que, incluso él, no tenía—. Ella lo sabe. Tu pureza, tu luz... son lo único que podría romper esta maldición. Pero eso también significa que no serás simplemente un espectador en este proceso. Serás parte de ello. Y si el precio es tan alto como ella dijo... entonces ambos estaremos pagando un costo que ni siquiera sabemos si podremos soportar.
JaeMin sentía un frío en el estómago. Algo dentro de él, esa parte de él que siempre había temido, que siempre había estado a la sombra del miedo, comenzaba a despertar. ¿Qué significaba ser parte de la maldición? ¿Qué parte de él sería consumida por esa oscuridad que JeNo había desatado?
—No entiendo. —Su voz temblaba, pero se mantenía firme—. ¿Qué pasa conmigo? ¿Qué debo hacer?
JeNo lo miró, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de dolor y desesperación, como si estuviera tratando de encontrar una forma de decir lo que necesitaba sin romper completamente la fachada de control que siempre mostraba.
—Lo que debes hacer... —dijo JeNo, con un tono suave pero firme—. Es estar preparado para lo que está por venir. Porque, JaeMin, este proceso no será fácil. La oscuridad en mí... esa parte que siempre me ha definido, que siempre he sido, comenzará a consumir todo lo que toque. Y tú, al ser tan... puro, tan distinto, serás su objetivo. Tendrás que resistir.
JaeMin lo miró, desconcertado y asustado, pero no pudo apartar su mirada de él. Algo dentro de él sentía que no podía huir de esto, ni siquiera si quisiera.
—¿Y si no puedo resistir? —preguntó, apenas un susurro. ¿Y si me arrastra también?
JeNo tomó su rostro entre sus manos, su toque firme, pero la fragilidad que veía en JaeMin le hacía dudar de sí mismo. Sin embargo, su respuesta fue clara.
—No dejaré que te arrastre. Pero necesitaré que confíes en mí. Necesitaré que confíes en nosotros.
Y en ese momento, bajo la luz de la luna llena, mientras las sombras seguían su danza macabra a su alrededor, JaeMin sintió que, sin importar qué, estaba atrapado en un destino que no podía comprender completamente, pero que, de alguna forma, sentía que ya había elegido.
La noche estaba alcanzando su punto más profundo, el manto oscuro del cielo cubría el mundo con un peso que parecía interminable. La luna llena brillaba en lo alto, más brillante y penetrante que nunca, como si fuera la última oportunidad para que algo se resolviera. Faltaban solo unas horas para el amanecer, y el destino de ambos estaba en las manos de la oscuridad.
JaeMin, en el centro del claro del bosque, respiraba pesadamente, su cuerpo tenso, preparado para lo que iba a suceder. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos, y la sensación de la luna llena sobre su piel le provocaba una extraña mezcla de miedo y esperanza. Estaba completamente consciente de que lo que iba a hacer cambiaría todo, no solo para él, sino también para JeNo. No había vuelta atrás.
JeNo permanecía a su lado, imperturbable, su rostro marcado por la concentración. Sabía lo que significaba esto, lo que estaba en juego. Había estado esperando este momento durante tanto tiempo, y ahora que estaba tan cerca de la liberación, no podía evitar sentir una extraña ansiedad recorrer su cuerpo. La maldición que había cargado durante tanto tiempo, que lo había definido como el cazador de almas, estaba a punto de ser destruida. Pero no podía hacerlo solo; necesitaba a JaeMin, y JaeMin necesitaba hacer lo impensable. JaeMin iba a darle lo único que podía liberarlos a ambos: su pureza.
—¿Estás listo? —preguntó JeNo, su voz grave, pero suave, mientras observaba a JaeMin con una intensidad que no había mostrado nunca antes.
JaeMin lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y determinación. Sabía lo que tenía que hacer, pero el peso de la decisión lo abrumaba. Era imposible negar lo que sucedería a continuación, y a pesar de la oscuridad que siempre había marcado su vida, sentía que estaba haciendo lo correcto. Tenía que liberarlo. Tenía que romper esa maldición que lo había apresado a él y a JeNo durante tanto tiempo.
—Sí... —respondió JaeMin, su voz temblorosa pero firme, como si la fuerza de la luna misma lo estuviera impulsando.
La dama, Haerin, apareció en el borde del claro, su presencia como una sombra ominosa que se deslizaba entre las ramas, sus ojos fríos y calculadores. Había esperado hasta el último momento para intervenir, pero ahora que el ritual comenzaba, no podía permitir que las cosas se descontrolaran. Su mirada se posó sobre JaeMin, y una ligera mueca de desdén apareció en su rostro. Sabía lo que estaba pasando, y aunque su poder se había visto menguado, ella no iba a dejar que el ritual se completara sin hacer todo lo posible para interferir.
—JaeMin, lo que estás a punto de hacer no tiene marcha atrás. —su voz era grave, llena de veneno. —Una vez que entregues lo que te queda de pureza, ya no habrá vuelta. Todo lo que eres ahora se desvanecerá, y serás como ellos, uno de los muchos que han caído en la oscuridad.
JaeMin la miró fijamente, su pecho subiendo y bajando rápidamente. El miedo estaba allí, sí, pero también una inquebrantable determinación. Ya no le importaba lo que fuera a perder. Ya había perdido demasiado.
—Lo sé. Pero debo hacerlo. Para liberarnos a los dos. —respondió, sin vacilar.
Haerin frunció el ceño, irritada por la actitud de JaeMin. Sabía que algo en él era diferente, que no era como los demás humanos que había visto sucumbir. Pero eso solo hacía las cosas más complicadas, y ella odiaba los desafíos.
—¿Liberarnos? —la dama rió con desdén. —No comprendes lo que estás haciendo. Te lo he dicho, JaeMin, tú no perteneces aquí. Este no es tu destino. Deberías haberlo entendido mucho antes. Pero ahora que has decidido continuar, solo puedo ayudarte, porque tú... —pausó un momento, como si la realidad de sus palabras la sorprendiera. —... eres uno de los Na.
Las palabras de Haerin eran veneno puro. JaeMin no sabía qué pensar. Se sentía atrapado entre el miedo y la necesidad de actuar. Pero, entonces, recordó lo que JeNo le había dicho, la promesa de que la maldición terminaría, que lo que iba a dar sería el último sacrificio, no solo para él, sino también para JeNo.
—¿Qué... qué significa eso? —JaeMin preguntó, su voz entrecortada por el pánico.
Haerin no le respondió de inmediato. Sus ojos destellaron con un brillo extraño, como si en su interior se estuviera librando una guerra entre lo que quería y lo que debía hacer. Sabía lo que JaeMin significaba para JeNo, y por alguna razón, no podía permitir que la maldición se rompiera tan fácilmente. Había algo en el chico, algo que desafiaba todas las leyes que conocía.
—Es lo que siempre he sabido, lo que tu alma refleja. Un elenthos no puede ser completamente destruido. —murmuró, casi para sí misma, antes de girar hacia JeNo. —Él es la clave para que tú dejes de ser lo que eres, pero no sin un precio.
Con un movimiento de su mano, Haerin hizo que las sombras en el aire se retorcieran, y un brillo oscuro envolvió el claro. El aire comenzó a espesarse, como si algo pesado estuviera descendiendo sobre ellos. JaeMin podía sentir cómo su alma comenzaba a ceder, como si estuviera siendo desgarrada por fuerzas invisibles. Y entonces, recordó las palabras de JeNo.
—Es lo único que nos salvará.
Miró a JeNo, y por un instante, se sintió más cerca de él que nunca. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Para salvarlo a él, para liberarlo de todo lo que lo atormentaba.
—Vamos a hacerlo. —dijo JaeMin, con más seguridad en su voz.
JeNo asintió, su mirada fija en él, sin alejarse ni un solo paso.
La dama, sabiendo lo inevitable, comenzó a recitar palabras en un idioma olvidado, mientras una energía oscura comenzaba a rodearlos. La luna llena brillaba intensamente, la luz en el bosque ahora bañada en una energía ancestral. Haerin observaba, impotente ante el poder de JaeMin, su alma inmaculada, pura incluso en su caos. La dama, a regañadientes, comenzó a devolver lo poco que quedaba de su propia pureza. No era mucho, apenas una fracción de lo que alguna vez había sido, pero era suficiente para el ritual.
La magia comenzó a hacer su trabajo. JaeMin sentía cómo su cuerpo respondía, cómo su esencia comenzaba a unirse con la de JeNo. La maldición estaba comenzando a desmoronarse, pero con ella, algo en ellos también se transformaba. Lo que parecía un sacrificio se convirtió en una redención, y a medida que la oscuridad comenzaba a disiparse, una luz inusitada invadió el claro.
En ese momento, JaeMin entregó lo que quedaba de su pureza, y la luna llena se iluminó con una intensidad cegadora. La oscuridad desapareció, y con ella, la maldición se rompió.
—¿Lo hemos logrado? —susurró JeNo, y aunque su rostro estaba marcado por el esfuerzo, había algo en su mirada que nunca antes había tenido: paz.
JaeMin lo miró, un sentimiento cálido inundando su pecho. La maldición ya no existía, y por fin, ambos podían ser libres.
El precio por el entendimiento de la oscuridad fue uno que Kael no anticipó. Su alma había sido absorbida por la misma sombra que la Dama de la Oscuridad había conocido por siglos, una condena que, sin saberlo, le unió a ella en un destino compartido. Sin embargo, había algo más, algo que el destino no había revelado: el destino de la Dama no estaba solo ligado a la maldad de las sombras, sino a una antigua maldición que había sido lanzada sobre su existencia, un vínculo que la ataba a otra oscuridad aún más profunda y cruel.
La Dama de la Oscuridad, antaño una reina de gran sabiduría y belleza, había sido originalmente víctima de una maldición mucho más antigua, una impuesta por un poder superior, mucho más allá de las leyes humanas y la magia común. Esa maldición, sellada en su alma, le otorgó un poder inmenso, pero también le otorgó un castigo eterno: el de caminar entre la vida y la muerte, atrapada en un limbo, sin poder morir ni vivir, una condena que no se podía romper a menos que alguien, de manera desinteresada, tomara su lugar. Sin embargo, aquellos que lo intentaban lo hacían por razones egoístas, buscando poder o venganza, sin comprender el verdadero costo de esa carga.
Y entonces llegó JeNo, un ser marcado por un destino oscuro, un cazador de almas que había sellado su propia condena al buscar la belleza y la vida eterna a través de medios prohibidos. JeNo, cuyo corazón estaba lleno de soberbia y codicia, arrastró consigo una maldición que no solo lo afectó a él, sino que tocó a todos los que cruzaban su camino. El mismo poder que lo ataba a un destino cruel fue el que, de alguna forma, afectó a la Dama de la Oscuridad, quien en su afán de escapar de su castigo, se vio obligada a cargar con el peso de la maldición de JeNo.
Cuando Kael llegó al bosque y aceptó la oscuridad, la Dama lo observó y, por un instante, vio en él una chispa de comprensión. La conexión entre ambos no solo fue física o mágica; era mucho más profunda. Al tomar la decisión de permitir que Kael compartiera su condena, algo más sucedió: la maldición de JeNo se infiltró en su ser, afectando la naturaleza misma de su existencia.
La maldición de JeNo, la misma que había arrancado su alma y la había mantenido atrapada en un ciclo interminable de caza y destrucción, comenzó a arrastrar a la Dama hacia un abismo aún más oscuro. La esencia de la oscuridad que había estado manejando durante siglos ahora se volvió más intensa y devoradora. Lo que antes era una sombra controlada, ahora era una fuerza caótica que distorsionaba su ser.
A medida que la Dama de la Oscuridad comenzaba a sentir los efectos de esta nueva maldición, las sombras que la rodeaban ya no eran solo su condena; eran un castigo continuo, que crecía con cada paso que daba, absorbiéndola más y más, hasta que su forma parecía diluirse entre las tinieblas. La conexión con JeNo la arrastró hacia una espiral de dolor y desesperación que nunca había conocido antes. Sentía la presencia de la oscuridad de JeNo como una presión constante sobre su pecho, como un peso que nunca se aliviaba, una tortura silenciosa.
Ella, que había sido capaz de controlar las sombras durante tanto tiempo, comenzó a perder el control. Cada noche, las sombras que antes se levantaban a su voluntad ahora parecían tomar vida propia, arrastrándola hacia una vorágine de caos. En su mente, los gritos de las almas que JeNo había cazado resonaban en sus oídos, y la Dama, a pesar de todo su poder, no podía liberarse de ellos. La oscuridad que la había abrazado con amor y condena, ahora la devoraba, arrastrándola a un castigo más allá de cualquier imaginación.
El tormento de la Dama de la Oscuridad se convirtió en un ciclo eterno. Ya no era solo una reina atrapada entre los mundos de los vivos y los muertos; era una víctima de una maldición mucho mayor. Y cada vez que trataba de liberarse, de encontrar un resquicio de paz en su alma, la sombra de JeNo se cernía sobre ella, más densa y pesada que nunca.
La tormenta interna que experimentaba la Dama no solo la afectaba físicamente, sino emocionalmente. Lo que antes había sido una fuerza que dominaba, ahora era su verdugo. Al mirar su propio reflejo en las aguas oscuras de los bosques, ya no veía a la mujer que alguna vez fue. Su rostro estaba marcado por las cicatrices de la maldición que JeNo le había impuesto. Sus ojos, antes brillantes y llenos de vida, ahora estaban vacíos, como dos pozos de desesperación.
La condena eterna que la ataba a la oscuridad la empujaba cada vez más hacia el abismo. La Dama de la Oscuridad, por mucho que lo intentara, nunca podría escapar. Cada intento de liberación solo la hacía más fuerte y más vulnerable al mismo tiempo. Ella ya no solo caminaba entre los vivos y los muertos, sino que también se encontraba atrapada en la lucha entre el poder y la perdición. En su mente, la figura de JeNo se alzaba, como un recuerdo de lo que había sido y lo que ahora debía soportar.
La maldición que compartió con Kael lo transformó a él también en una sombra. Ambos, condenados a caminar juntos entre la oscuridad, luchaban por encontrar algún sentido a su existencia, por encontrar una salida. Pero mientras Kael intentaba reconciliarse con su destino, la Dama se sumía más y más en la desesperación, arrastrada por el peso de la maldición de JeNo. La oscuridad que ella había conocido, que una vez había sido su amiga y aliada, se había convertido en su enemigo más implacable.
Finalmente, la Dama de la Oscuridad comprendió lo que significaba su castigo eterno. No era solo una condena por sus errores pasados ni por los pecados de su magia. Era una lección, un recordatorio de que, al igual que las sombras nunca pueden existir sin la luz, el poder no puede existir sin el precio de la destrucción. La conexión con JeNo no solo había sido una maldición, sino una parte de su destino, una lección sobre el equilibrio entre la vida, la muerte, el poder y la perdición.
Y así, atrapada en un ciclo interminable de dolor y desesperación, la Dama de la Oscuridad aceptó su condena, sabiendo que nunca sería libre, que su castigo sería su eterna compañía. Con Kael a su lado, caminó en silencio, pues al final, ambos sabían que no había escape de la oscuridad que habían compartido. Y mientras la sombra se alzaba a su alrededor, la Dama comprendió que, al igual que JeNo, su castigo no tenía fin.
El viento soplaba suavemente entre los árboles mientras Jaemin caminaba por el sendero que conducía al borde del bosque, donde Haerin lo esperaba. Había una calma en el aire, pero en su pecho el joven no podía evitar sentir la presión de una gratitud inmensa. A pesar de todo lo que había sucedido, Haerin le había tendido una mano en un momento de desesperación, y eso era algo que nunca olvidaría.
Jaemin se acercó a ella con paso lento, sus ojos brillaban con una mezcla de admiración y agradecimiento, como si las palabras no pudieran captar la magnitud de lo que sentía.
—Haerin... —dijo, su voz temblando ligeramente—. Quiero agradecerte. No sé qué habría sido de mí sin ti.
Haerin lo miró, su expresión imperturbable como siempre, pero había algo en sus ojos que sugería una sombra, una fatiga interna que Jaemin no alcanzaba a comprender completamente. Ella dio un paso atrás, como si las palabras de Jaemin la pusieran incómoda, y con una ligera sacudida de cabeza, habló, su voz serena pero firme.
—No debes darme las gracias, Jaemin —dijo, con una suavidad fría que contrastaba con la calidez de su gesto anterior—. Yo nunca he sido una buena persona. Nunca he hecho nada de corazón.
Jaemin frunció el ceño, sin entender del todo. Haerin, que siempre había sido distante, ahora parecía más ajena a la situación que nunca. Pero él no podía ignorar lo que sentía. Todo en él le decía que, sin importar el pasado de Haerin, ella lo había ayudado en ese momento crucial.
—Eso no importa —respondió Jaemin, su tono sincero—. Lo que hiciste por mí... no lo puedo olvidar. No importa por qué lo hiciste, solo sé que lo hiciste.
Haerin suspiró, sus ojos recorriendo el horizonte con una mezcla de cansancio y una tristeza apenas contenida. Por un instante, parecía perdida en sus pensamientos, como si estuviera luchando contra algo dentro de ella misma.
—Esta vez lo hice por obligación, Jaemin. No por compasión. No por bondad. —Su voz se quebró apenas al final, como si las palabras pesaran más de lo que quería admitir—. A veces, no importa lo que queramos hacer, sino lo que debemos hacer. Yo... he sido arrastrada por mis propias decisiones, por mis propios errores. Y aunque ahora parece que ayudé, en el fondo, no tengo ni idea de lo que eso realmente significa.
Jaemin no entendió completamente lo que Haerin quería decir. Pero había algo en su mirada, una especie de fragilidad oculta, que le decía que sus palabras estaban cargadas de una verdad más profunda. Algo en el tono de su voz lo hacía sentir que, tal vez, Haerin no solo hablaba de lo que había hecho por él, sino de algo mucho más oscuro, algo que no podía compartir.
—No lo sé... —comenzó Jaemin, vacilante—. Pero me ayudaste. Eso es lo que importa. No sé si entiendo todo lo que dices, pero no me importa. Solo sé que no quiero que te vayas sin que sepas que te estoy agradecido. Porque, aunque no hayas hecho esto por mí, lo hiciste.
Haerin lo miró por un largo momento, y Jaemin pudo ver la guerra interna en sus ojos. Aquel peso que ella parecía cargar era tan evidente, tan palpable, que Jaemin sintió una mezcla de impotencia y empatía. No sabía qué demonios la atormentaba, pero algo dentro de él le decía que, más allá de las apariencias, Haerin no era tan fría como parecía.
Finalmente, Haerin dio un paso hacia él. Su rostro seguía tan impasible como siempre, pero su expresión era diferente, más suave, como si se hubiera desprendido de una parte de sí misma, aunque solo fuera por un segundo.
—No me agradezcas, Jaemin —dijo con firmeza, pero sin el mismo desdén de antes—. Porque, al final, la obligación no se paga con gratitud. Y yo... no soy la heroína de esta historia.
Jaemin la miró, y por un momento, se quedó en silencio, analizando sus palabras. Al final, no dijo nada más. No necesitaba hacerlo. Sabía que, en su propia forma, Haerin estaba luchando con algo que no podía explicarle. Y tal vez eso era lo que la hacía diferente, lo que la hacía más humana que cualquier otra persona que hubiera conocido.
—Entonces, solo... —Jaemin comenzó a hablar, pero se detuvo, su voz suave y sincera—. Solo déjame pensar que, al menos una vez, alguien lo hizo por mí, sin esperar nada a cambio.
Haerin lo miró por un momento más, sus ojos mostrando un resplandor breve, casi imperceptible, de algo que podía ser gratitud, o tal vez arrepentimiento, o tal vez una mezcla de ambas. Finalmente, asintió lentamente.
—Haz lo que necesites hacer, pequeño elenthos —respondió, sin ofrecer más explicaciones. Y luego, con una ligera sonrisa triste, se dio media vuelta y comenzó a alejarse.
Jaemin la observó alejarse, sintiendo que, aunque sus palabras no habían cerrado ninguna herida en el corazón de Haerin, de alguna manera había tocado una fibra en ella. Tal vez nunca comprendería completamente lo que había pasado por su mente, lo que la hacía ser quien era, pero en ese momento, Jaemin aceptó que no todo podía resolverse con palabras.
A veces, el simple hecho de estar allí, de ofrecer un gesto sincero, era todo lo que alguien necesitaba. Y aunque Haerin nunca sería alguien que aceptara fácilmente el reconocimiento o la gratitud, Jaemin sabía que, de alguna forma, ella también cargaba con su propio peso, y que esa carga era lo que la hacía ser quien era.
Jaemin se quedó allí por un largo rato, mirando cómo la figura de Haerin desaparecía entre los árboles, su presencia desvaneciéndose con la misma sutileza con la que había aparecido en su vida. Y aunque su gratitud nunca sería comprendida por completo, Jaemin sabía que la lección que había aprendido esa noche no venía de entender a Haerin, sino de aprender a aceptar la complejidad de las personas y sus motivos, incluso cuando no se ofrecían explicación.
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