𝟎𝟒; 𝐂𝐚𝐳𝐚𝐝𝐨𝐫.
En las tierras agrestes de Jeolla, bajo cielos pesados que parecían presagiar el tumulto de una guerra aún lejana, crecía Lee JeNo, un niño cuya vida estaba marcada por el hierro, el fuego y el retumbar de un odio inclemente. Su padre, un militar de mirada de acero, gobernaba su vida con la misma frialdad y precisión con la que manejaba su arma. Las enseñanzas que recibía Lee JeNo no eran de ternura ni de consuelo; eran lecciones marcadas en el eco de cada disparo y en el temblor de los animales que cazaban. Su infancia, tan desprovista de bondad, era un vasto campo donde la brutalidad y la obediencia lo moldeaban en silencio, como el cincel a la piedra.
Desde temprana edad, JeNo aprendió a disparar con la misma familiaridad con la que otros niños jugaban. Su padre, implacable, le ponía una escopeta en las manos con el frío mandato de que apuntara, que no dudara, que en el instante en que su dedo tocara el gatillo, la piedad era un lujo que no podría permitirse jamás. Si erraba el disparo, si titubeaba aunque fuera un segundo, su padre le castigaba con el silencio más duro, el que le hacía comprender que cualquier debilidad sería pisoteada.
Los días y las noches se desdibujaban, indistinguibles, en aquellos parajes boscosos que se tornaban cada vez más oscuros. Cada tarde, cuando el sol se hundía en el horizonte y la penumbra lo cubría todo, JeNo sentía que su verdadera formación comenzaba. A su corta edad, ya conocía los caminos secretos de Jeolla, los rincones donde las sombras parecían tener vida propia, donde el viento susurraba historias antiguas de cazadores y perseguidos. Su padre lo empujaba al corazón del bosque, sin más compañía que el eco de sus propios pasos. Allí debía rastrear, sigiloso, una presa que su padre elegía. A veces, era un ciervo asustado; otras veces, un zorro que huía desesperado. Pero no siempre eran animales, y aquellas noches eran las peores, cuando lo que debía acechar era algo que él sabía que poseía el mismo miedo y la misma desesperación que él había sentido al mirar a los ojos de su padre.
El joven JeNo comprendió demasiado pronto la crudeza de la vida, pero lo más cruel fue el modo en que aquella brutalidad comenzó a transformarse en él, hasta ser parte inseparable de su propio ser. Aprendió a aguardar en silencio, a escuchar cada crujido en las hojas, a deslizarse como un fantasma que no hacía ruido alguno. Su respiración era baja y controlada, sus ojos, calculadores, aprendieron a mirar más allá de lo evidente, a intuir el miedo en cada sombra, y, al final, a cazar.
Con cada año que pasaba, la figura de su padre se volvía una presencia aún más pesada, como un espectro de carne y hueso que moldeaba su destino, y JeNo, resignado, continuaba absorbiendo cada lección cruel. Su padre, Lee JaeSang le enseñó también el arte de la tortura, diciéndole que aquel conocimiento no solo era una herramienta de poder, sino la última prueba de que él, Lee JeNo, no debía temer jamás, pues el miedo era de los débiles y él estaba siendo creado para dominar las sombras. Frente al sufrimiento de otros, debía permanecer inalterable, el rostro impasible, el corazón frío.
Y así, noche tras noche, bajo los cielos oscuros de Jeolla, Lee JeNo creció. Se convirtió en un cazador que solo se movía bajo el manto de la oscuridad, en un ser que no temía a la soledad, pues había aprendido que su destino estaba unido a las sombras y a los secretos que ellas guardaban. Para el mundo, Lee JeNo había dejado de ser un niño; era ya un cazador, uno que no titubeaba, uno que, guiado por la brutalidad de su crianza, avanzaba, silencioso y despiadado, en un destino que lo convertiría en algo más que humano: en el cazador de almas, aquel que sabía que la oscuridad era su verdadera morada y que la piedad no era sino un susurro perdido entre el viento y el eco de sus propias pisadas.
A pesar de la oscuridad que JeNo llevaba dentro, su aspecto era una ironía de la naturaleza. Tenía el cabello negro como la noche que amaba, cayéndole sobre la frente en mechones espesos que parecían abrazar el misterio en su mirada. Su cuerpo, firme y forjado a base de las enseñanzas brutales de su padre, se movía con una gracia que parecía desafiar la brutalidad de su existencia. Con hombros anchos y músculos definidos, cada movimiento suyo estaba cargado de una elegancia letal, de la misma calma que mantenía al acechar en los bosques de Jeolla.
Su rostro, sin embargo, era el verdadero enigma. Tenía facciones finas, afiladas, esculpidas con una precisión casi cruel, como si cada línea de su mandíbula, cada curva de sus pómulos, estuviera diseñada para atraer sin piedad. Sus labios, siempre en una línea recta y fría, rara vez se curvaban en una sonrisa, pero cuando lo hacían, parecía que escondían promesas que dejaban a quien los mirara en un abismo de preguntas sin respuesta. Era esta mezcla de frialdad y encanto la que enloquecía a quienes se atrevían a cruzarse en su camino.
JeNo no podía caminar por las calles sin sentir las miradas que se posaban en él. Las chicas, especialmente, lo seguían como si fueran mariposas atraídas por una luz que no podían comprender del todo. Se acercaban a él con risas y susurros, intentando ver si había algo más allá de aquel hielo en su mirada. Pero JeNo no respondía; su expresión permanecía imperturbable, como si su atención estuviera siempre en otro lugar, en otro mundo al que ellas no podían acceder. Su belleza era una trampa silenciosa, una contradicción fascinante que no hacía más que profundizar el misterio a su alrededor.
Y aunque era consciente del efecto que causaba, JeNo nunca se permitía pensar demasiado en ello. Para él, aquellos acercamientos y miradas eran distracciones, ecos de una vida que su padre se había asegurado de erradicar de él desde la niñez. En el fondo, sabía que su atractivo era solo una herramienta más, una parte de sí que podía usar para atraer a sus presas, para mantener el control que su padre le había enseñado a ejercer sin piedad.
Aquel rostro frío y encantador era, después de todo, la última máscara de Lee JeNo: el cazador nocturno, el depredador silencioso, siempre listo para dominar a cualquiera que tuviera la osadía de acercarse demasiado.
JeNo, a sus veintitrés años, había alcanzado un dominio absoluto sobre sí mismo y sobre los demás. Su atractivo físico y la frialdad en su mirada lo habían convertido en una figura casi legendaria. No había lugar en el que no sintiera el respeto temeroso de quienes lo conocían, y en su mente, comenzaba a verse como alguien indomable, superior. Aquella soberbia, esa mezcla de narcisismo y ego, era su herencia más pura, un reflejo directo de su padre, que le había enseñado a nunca dudar de su superioridad y a ver el mundo como un terreno hecho para ser conquistado.
Pero un día, mientras caminaba por los antiguos callejones de Jeolla, escuchó un rumor que despertó su interés más profundo. Era una historia contada en susurros por ancianas de rostros surcados por la vida, y él, siempre en busca de más poder, prestó atención desde las sombras. Decían que en las montañas cercanas, en una cueva oscura y oculta a los ojos de la mayoría, existía un artefacto, un elixir, o tal vez un espíritu, que concedía un don imposible: la belleza y la vida eterna. Los pocos que conocían de aquella leyenda afirmaban que quien lo poseyera jamás envejecería, jamás perdería su atractivo y conservaría su juventud en el tiempo, como una figura inmortal.
Para JeNo, cuya vanidad y orgullo alimentaban cada aspecto de su ser, aquel rumor se convirtió en una obsesión. La idea de vivir eternamente con el rostro perfecto que tanto admiraba frente al espejo, de permanecer siempre joven y de elevarse aún más por encima de los demás, era un sueño tentador que no estaba dispuesto a ignorar. Decidió, con la misma resolución que había aprendido en su infancia, que encontraría esa fuente de belleza y vida infinita, sin importar el precio.
Su búsqueda no sería sencilla, pues no solo implicaba desafiar los caminos inhóspitos de las montañas, sino también enfrentarse a los guardianes de aquella antigua promesa. Sin embargo, JeNo, cegado por su narcisismo y seguro de que la eternidad le pertenecía, no dudó ni un instante en comenzar su travesía hacia el poder definitivo.
JeNo tenía una habilidad natural para manipular a las personas, especialmente a las mujeres, a quienes veía como piezas en su juego de poder. Su atractivo, frío e intrigante, y su aire de misterio los envolvía en un encanto al que pocas podían resistirse. Las acercaba con una sonrisa calculada, una mirada fija y oscura, y luego dejaba que cayeran, que cedieran ante la promesa de algo que jamás llegaría. No le interesaban sus sentimientos ni sus deseos; para él, eran solo herramientas que usaba para conseguir información, recursos o simplemente para reafirmar su propia superioridad.
Entre todas ellas, hubo una que cambió las reglas del juego. HaeMin no era como las demás. A los veintiún años, era hermosa, pero lo que más llamaba la atención en ella era su aire seguro y dominante. No era una presa fácil, y en vez de caer en la trampa de JeNo, parecía observarlo con una mezcla de interés y desafío. Desde su primer encuentro, JeNo sintió que algo en ella lo inquietaba; sus ojos lo miraban como si fueran capaces de ver a través de las fachadas que él se había construido. Sin embargo, esa incomodidad solo alimentó su deseo de conquistarla, de probar que, al final, ella también sería otra pieza en su colección de victorias.
El tiempo que pasaron juntos fue una serie de encuentros llenos de tensión, de miradas intensas y palabras cargadas de segundas intenciones. Hasta que una noche, entre sábanas arrugadas y susurros oscuros, HaeMin, enredada en los brazos de JeNo, le reveló un secreto que lo dejó perplejo. Había en su voz una frialdad que le recordaba la suya propia y un tono de misterio que despertó algo en él, algo similar al deseo de saber más, de entender el enigma que tenía frente a él.
—Existen cosas que solo unos pocos pueden conocer, JeNo —le dijo ella, con una sonrisa enigmática mientras jugaba con un mechón de su cabello. —Secretos sobre el tiempo, sobre la belleza que nunca se desvanece. Pero no son para cualquiera.— Aquella revelación encendió una chispa en JeNo; sus ojos se clavaron en los de HaeMin, tratando de desentrañar cada palabra, cada gesto. Sin saberlo, ella había pronunciado las palabras que él tanto había deseado oír: una promesa de poder y de una belleza eterna que se escondía detrás de un misterio que aún no comprendía del todo.
Para JeNo, aquello no era solo un secreto. Era el inicio de una búsqueda más ambiciosa, un destino que cambiaría su vida para siempre. Y así, envuelto en la atracción y el enigma que HaeMin le ofrecía, su obsesión por alcanzar la inmortalidad se hizo aún más intensa, llevándolo a un camino del que tal vez no habría retorno.
Aquella noche, HaeMin parecía especialmente encantadora. Su voz era un susurro cálido contra su oído mientras deslizaba las manos por su pecho, invitándolo a dejarse llevar en un juego que él creía tener controlado. Cada movimiento suyo era una trampa invisible, un laberinto del que JeNo se adentraba, creyendo que era su conquista, su victoria. En la penumbra de la habitación, ella lo miraba con una intensidad perturbadora, y aunque su cuerpo se movía con una delicadeza casi felina, sus ojos mostraban una firmeza que parecía ocultar una verdad sombría.
HaeMin lo envolvió entre sus brazos, sus labios dibujando promesas peligrosas sobre su piel. JeNo, completamente entregado a la experiencia, sintió que aquella noche tenía un toque especial, una intensidad distinta. Pero justo cuando sus defensas estaban bajas, cuando se encontraba más vulnerable, un frío cortante atravesó su espalda. Su cuerpo se tensó, y en un instante de pura incredulidad, JeNo comprendió lo que había sucedido.
Kang HaeMin lo había apuñalado, y lo hizo sin titubeo alguno, como si desde el principio hubiera tenido aquello en mente. Mientras él caía al suelo, atónito, ella se inclinó sobre él, una sombra oscura de lo que él había creído ver en ella. No había rastro de duda en su expresión; al contrario, su sonrisa era calculadora y fría, un reflejo de lo que él había sido con tantas otras personas.
—¿De verdad pensaste que eras el único que podía jugar este juego, JeNo?— murmuró, su voz cargada de una ironía que él, incluso en medio del dolor, no podía ignorar. HaeMin le miraba con desprecio, como si todo en él hubiera sido una simple herramienta que había manipulado a su favor. —Lo que buscabas no es para alguien tan soberbio. Querías belleza eterna, pero hay un precio, uno que tú jamás comprenderías.
Mientras su cuerpo se debilitaba, JeNo sintió cómo su ego se hacía pedazos junto a la ilusión de control que siempre había tenido. Y en esa última mirada entre ellos, comprendió que HaeMin había sido la cazadora desde el principio, y que él, el orgulloso depredador, había caído en su trampa como cualquier presa más.
JeNo yacía en el suelo, sus fuerzas disminuyendo a medida que la sangre teñía sus ropas y el frío comenzaba a apoderarse de él. La realidad de su derrota era una herida tan profunda como la que HaeMin le había infligido. Intentó aferrarse a sus últimos pensamientos, su orgullo, pero todo eso le parecía cada vez más distante. Justo entonces, HaeMin se inclinó hacia él, sus labios rozando su oído como un eco oscuro en medio de su agonía.
—JeNo... —su voz era un susurro, dulce y cruel al mismo tiempo—. Te ves tan frágil en este momento... tan mortal.
Él intentó responder, lanzarle alguna maldición, pero el dolor era demasiado. Solo pudo mirarla, impotente, mientras ella lo observaba con una mezcla de lástima y diversión.
—Pero... —continuó HaeMin, alargando cada palabra, como si disfrutara prolongando su sufrimiento—. Sé cuánto deseas el poder. La inmortalidad, la belleza eterna... ¿Es eso lo que realmente ansías?
JeNo entrecerró los ojos, su orgullo asomándose incluso en sus últimos momentos. La idea de rendirse ante ella le resultaba humillante, pero el deseo que lo había impulsado toda su vida seguía ahí, latiendo en su pecho como un fuego inextinguible.
—Puedo darte lo que buscas, JeNo. —HaeMin inclinó la cabeza, y su voz se tornó un susurro hipnótico—. Serás eterno, poderoso, inmortal... pero, claro, no es gratis.
—¿Qué... quieres a cambio? —logró murmurar JeNo, su voz apenas un suspiro entrecortado.
Ella sonrió, una sonrisa oscura, como si el precio que él pagaría fuera un secreto que solo ella conocía.
—Tu lealtad... y tu alma. Serás mi sirviente eterno, mi cazador en las sombras. —Sus ojos brillaban con un destello inhumano—. No serás libre, JeNo, pero tendrás el poder que tanto deseas. Vivirás en la oscuridad, pero la inmortalidad será tuya. ¿Lo aceptas?
JeNo vaciló, atrapado entre el dolor y el anhelo. El precio era alto, lo sabía, pero la promesa de poder, de belleza eterna, era demasiado tentadora para resistirse. A pesar del tormento y la humillación de estar sometido a ella, sabía que su deseo de ser eterno superaba cualquier sacrificio.
—Lo... acepto —murmuró, con las pocas fuerzas que le quedaban.
—Perfecto —susurró HaeMin, su voz vibrando como un eco en la oscuridad que comenzaba a rodearlo—. A partir de este momento, eres mío, JeNo.
Con esas palabras, HaeMin pronunció un antiguo encantamiento en un lenguaje que parecía venir de las mismas sombras, y él sintió cómo el dolor de sus heridas se desvanecía, reemplazado por una sensación desconocida, poderosa y oscura. A partir de ese instante, la muerte le sería negada, y la oscuridad se convertiría en su nuevo hogar, mientras una eternidad de cacería y sometimiento lo esperaba al lado de la dama de la oscuridad.
Desde el momento en que aceptó el trato con HaeMin, JeNo fue condenado a una existencia sombría, atrapado entre la vida y la muerte, entre el poder y la desesperación. Su eternidad no era la libertad ni el dominio que había imaginado, sino una cacería perpetua para apaciguar el hambre que lo consumía, una necesidad voraz que debía saciar cada Halloween o corría el riesgo de debilitarse, de envejecer hasta que su cuerpo cayera en decadencia.
Al principio, HaeMin lo guiaba en cada cacería, apareciendo como un susurro en la noche, una sombra burlona que lo dirigía hacia sus presas con una sonrisa cruel. Le enseñaba a elegir a los que serían más fáciles de tomar, a jugar con ellos, seducirlos y capturarlos en el momento exacto en el que la vida abandonaba sus cuerpos. Pero luego, HaeMin desapareció, dejándolo solo, como un lobo acechando en la oscuridad, esclavo de su propio deseo de poder eterno. Su ausencia fue un tormento; aunque ella ya no estaba, la marca de su dominio continuaba, y JeNo podía sentir cómo la maldición pesaba sobre su alma cada noche de Halloween.
Con cada año que pasaba, se convertía en una leyenda viviente. Las historias de un cazador de sombras que vagaba en la noche del treintaiuno de octubre, atrapando a quienes se atrevieran a desafiar la oscuridad, se extendieron de boca en boca. Algunos decían que era un espíritu maligno, otros creían que era la personificación de la muerte misma. Los jóvenes se atrevían a contar historias de él en fogatas, a relatar sus apariciones, y a advertir que solo aquellos que tenían el alma inquieta eran sus víctimas, los que habían cometido algún pecado o guardaban secretos oscuros.
Pero para Lee, esas cacerías eran una condena, un recordatorio de la promesa que había hecho en un momento de desesperación y soberbia. Cada Halloween, el ritual comenzaba: su cuerpo se volvía más fuerte, sus sentidos se agudizaban, y sentía cómo la necesidad de cazar lo devoraba por dentro. Y aunque había aprendido a disfrutar de la persecución, a deleitarse en el juego de la caza, no podía ignorar que la verdadera caza lo acechaba a él: una agonía lenta que carcomía su alma, una culpa silenciosa que lo atormentaba en cada rostro de los que había quitado la vida. Y por más tormento que fuera para él, no podía negar lo satisfactorio que le era.
En los largos períodos de calma, cuando la cacería quedaba en el pasado y el hambre permanecía dormida, JeNo veía sombras que parecían llevar la figura de HaeMin. Era un eco en sus pensamientos, un fantasma en cada rincón oscuro de su conciencia, una burla constante que parecía reírse de su destino. A veces, en el silencio de la noche, sentía su voz, un susurro burlón que le recordaba quién era, qué había sacrificado, y que nunca podría escapar de aquella maldición.
Los años pasaban, las décadas se desvanecían como el humo en la brisa, pero JeNo seguía siendo el mismo, perpetuamente joven, condenado a una eternidad de cazador en una noche sin fin. Sin HaeMin, sin redención, su vida era un ciclo interminable de caza y soledad, una existencia en la que la inmortalidad era su mayor castigo, y el eco de su promesa rota resonaba, año tras año, cada Halloween.
Durante años, JeNo soportó el peso de su condena, resignado a ser un cazador eterno, atrapado en un ciclo de violencia y soledad. Sin embargo, un rumor antiguo llegó a sus oídos una noche. Se decía que la dama de la oscuridad, aquella fuerza que lo había mantenido atrapado en la maldición, tenía una debilidad: despreciaba profundamente el consentimiento, la entrega voluntaria, y todo lo que surgiera del amor y el disfrute mutuo. La simple idea de que alguien se sometiera con gusto, aceptando la dominación de JeNo por voluntad propia, iba en contra de todo lo que ella representaba. Aquello, al parecer, podría quebrar la maldición que lo mantenía atado a su naturaleza sombría.
La idea de una salida lo intrigó, pero también le parecía una burla amarga. ¿Quién, después de conocerlo, después de entender lo que era y lo que hacía, podría entregarse a él de buena gana? ¿Quién, en su sano juicio, aceptaría ser su presa, someterse a su voluntad y disfrutarlo, aun sabiendo el precio que él debía cobrar cada Halloween?
Y, sin embargo, esa pequeña esperanza comenzó a germinar en su mente, una chispa que pronto se convirtió en una obsesión. La maldición era como un cepo alrededor de su espíritu, y la posibilidad de liberarse lo impulsó a buscar respuestas. Su cacería se tornó en algo diferente: ya no solo buscaba alimentarse, sino encontrar una presa especial, alguien que, en lugar de temerle, lo mirara con deseo, con una entrega que hiciera tambalear los cimientos de su maldición.
Con el tiempo, JeNo se convenció de que esta persona tenía que existir, aunque quizás no la había conocido aún. Durante cada Halloween, su caza se llenaba de miradas escrutadoras y palabras calculadas, buscando en cada encuentro un indicio de aquella sumisión voluntaria que podría desatar su libertad. Sin embargo, la tarea era mucho más difícil de lo que imaginaba. A su alrededor, el miedo que inspiraba y la oscuridad que lo envolvía hacían que todos huyeran, que nadie pudiera ver más allá de su exterior frío y misterioso. Sus victimas siempre terminaba gritando, buscando la manera de huir de su lado, todas conseguían el mismo final, la muerte.
Pero JeNo persistió, buscando entre los oscuros rincones de su maldición alguna señal de aquel ser único, alguien que pudiera desearlo incluso con sus sombras y sus defectos, alguien que aceptara, en lugar de huir. Y mientras tanto, la dama de la oscuridad parecía observarlo en silencio, invisible pero siempre presente, consciente de su búsqueda, quizás sabiendo que, aunque existiera tal persona, el desafío de encontrarla y hacer que aceptara su papel sería una tarea casi imposible.
Con cada año, el deseo de liberarse se volvía una lucha constante, y la esperanza de hallar a esa persona especial comenzaba a fundirse con su propia desesperación. Porque JeNo comprendía, en lo más profundo de su ser, que solo un alma excepcional podría abrazar la oscuridad de su existencia sin temerla y, lo más importante, sin intentar cambiarlo.
[...]
Las pocas veces que JaeMin trataba de indagar más profundamente, JeNo lo cortaba con una mirada o una palabra seca, cambiando de tema o simplemente evadiendo la conversación por completo. A pesar de la cercanía física, JeNo seguía siendo un enigma para JaeMin, alguien inalcanzable, y eso lo torturaba. En el fondo, sabía que JeNo ocultaba algo oscuro, algo que lo mantenía a la defensiva. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentir que había una razón detrás de esa coraza. Un motivo por el cual JeNo no podía —o no quería— abrirse por completo. Y esa dualidad, ese juego constante entre cercanía y distancia, era lo que mantenía a JaeMin atado, incapaz de alejarse a pesar del dolor emocional que aquello le causaba.
Aquella noche fue el punto de quiebre. JaeMin, frustrado por la constante distancia emocional de JeNo, finalmente lo enfrentó. Estaban en uno de sus lugares habituales, un callejón oscuro que ambos frecuentaban después de sus encuentros en la tienda de conveniencia. JaeMin no pudo más con el silencio cargado de misterio que siempre rodeaba a JeNo. Había intentado entenderlo, adaptarse a su manera de ser, pero la barrera que siempre existía entre ellos lo hacía sentir como si estuviera siendo empujado hacia atrás cada vez que intentaba acercarse.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan frío? —explotó JaeMin, sus palabras llenas de frustración y dolor—. ¿Te importa en lo más mínimo lo que está pasando entre nosotros? Porque para mí... esto ya no es suficiente.
JeNo, apoyado contra la pared, lo miró con esos ojos calculadores y tranquilos, como si el mundo no fuera más que un juego para él. Su expresión no cambió ante el arrebato de JaeMin, lo que solo lo irritó más. En lugar de responder con algo que diera claridad, JeNo se limitó a encogerse de hombros y murmuró:
—No es para tanto, JaeMin. No me vengas con dramas. Sabes que esto es lo que es.
Eso fue la gota que colmó el vaso. JaeMin apretó los puños, sintiendo la rabia mezclarse con el dolor. JeNo siempre jugaba el mismo juego, manteniendo el control y no dejando que nadie —mucho menos JaeMin— viera lo que realmente pasaba dentro de él. Pero JaeMin no estaba dispuesto a seguir siendo el chico tímido, el que siempre se retraía ante la dureza de los demás. No esta vez.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —dijo, con un tono desafiante que sorprendió incluso a JeNo. La mirada tranquila de este se tornó en una mezcla de desconcierto y escepticismo.
—¿Vas a retarme? —preguntó JeNo, alzando una ceja, con una sonrisa burlona dibujándose en su rostro.
JaeMin lo miró directamente a los ojos, desafiándolo como nunca antes lo había hecho. La tensión entre ambos creció, alimentada por semanas de frustración acumulada. JeNo no creía que JaeMin fuera capaz de ir más allá de sus palabras. Lo veía como el mismo chico tímido de siempre, el que se callaría antes de arriesgarse a perder algo. Pero esta vez, JaeMin estaba decidido a cambiar eso. Si JeNo no lo tomaba en serio, lo haría reaccionar de alguna manera.
—Ya verás —dijo JaeMin antes de darse la vuelta bruscamente y alejarse, dejando a JeNo allí, confundido y algo sorprendido.
Esa misma noche, JaeMin tomó una decisión. No iba a dejar que JeNo siguiera controlando la situación. Si JeNo no lo veía, si no apreciaba lo que tenían, entonces él se encargaría de provocarlo, de mostrarle que podía ser más de lo que él creía. Se dirigió a casa, con el corazón acelerado y su mente llena de adrenalina. Sabía lo que tenía que hacer.
JaeMin se sintió como un volcán en erupción, hirviendo por dentro tras las palabras hirientes de JeNo. "No son nada", había dicho, despojándolo de su valor y su identidad. Esa frase se repetía en su mente, como un eco que se negaba a desvanecerse. La humillación lo consumía, y una necesidad apremiante de reivindicarse se apoderó de él. Esa noche, decidió que la mejor forma de responder sería demostrar que, sin JeNo, podía ser alguien diferente, alguien más audaz.
Se preparó meticulosamente para la fiesta. En su habitación, eligió un conjunto que desafiaba las normas: un top ajustado que dejaba poco a la imaginación y una falda corta que acentuaba sus piernas. Al mirarse al espejo, sintió una chispa de confianza. El maquillaje acentuaba sus ojos, con sombras que evocaban un halo de misterio, mientras que sus labios, pintados de un rojo intenso, invitaban a la tentación. Esa noche, quería que todos se dieran cuenta de su presencia, un recordatorio de que aún era capaz de atraer miradas.
La fiesta se celebraba en una casa grande y antigua, decorada con luces parpadeantes y un aire festivo que prometía diversión. Al llegar, se encontró con un mar de cuerpos en movimiento; la música retumbaba en el aire, llenando el ambiente de una energía electrizante. JaeMin se sumergió en la multitud, el ritmo del baile lo envolvía, como un abrazo que lo liberaba de la angustia que había estado cargando. La risa y la música parecían funcionar como un bálsamo, curando lentamente las heridas que JeNo había dejado.
Mientras se movía por la sala, su intención era clara: coquetear con quien se interpusiera en su camino. Quería demostrar que podía ser deseado, que su valía no dependía de la aprobación de JeNo. Cada mirada que cruzaba con los chicos a su alrededor se sentía como un triunfo; sus sonrisas y miradas cómplices eran un recordatorio de que aún podía atraer. La atención de un grupo de amigos lo hizo sonreír, y sin pensarlo, se acercó a ellos.
—¿Les gustaría bailar? —preguntó, con una voz que mezclaba timidez y osadía. Los chicos se miraron entre sí, sorprendidos, pero rápidamente accedieron. JaeMin se movía con un ritmo que era tanto una declaración de independencia como un desafío, dejando que la música lo guiara mientras sus caderas se movían sensualmente. Se sintió libre, como si cada paso que daba borrara un poco más de las palabras hirientes que lo habían herido.
Sin embargo, no se detuvo ahí. La noche era joven y la fiesta estaba llena de posibilidades. A medida que avanzaba por el lugar, coqueteaba con chicos de diferentes grupos, lanzando sonrisas coquetas y comentarios insinuantes. Con cada risa compartida, con cada interacción, JaeMin se sentía más vivo, más él mismo, como si se despojara de la carga de la sombra que JeNo había proyectado sobre él. Era un juego que había comenzado como un acto de desafío, pero se estaba convirtiendo en un verdadero descubrimiento de su propia esencia.
En un rincón de la sala, encontró a un rubio que lo miraba con interés. Su aura era contagiosa, y la forma en que sonreía a JaeMin lo invitaba a acercarse. Sin pensarlo, se unió a él, y la conversación fluyó con naturalidad, cada palabra una mezcla de coqueteo y ligereza. La música sonaba a su alrededor, pero para JaeMin, el mundo se reducía a la conexión que estaba creando en ese momento. —¿Te gustaría bailar? —le preguntó, inclinando la cabeza, su corazón latiendo con la emoción de lo desconocido.
La noche avanzaba y, a medida que se entregaba al juego de la seducción, cada paso lo acercaba más a la realización de que no necesitaba a JeNo para ser valioso. Cada chico, cada mirada, cada toque casual eran recordatorios de su propia fuerza y atractivo. La fiesta se convirtió en un escenario donde podía renacer, y aunque las sombras del pasado aún acechaban en su mente, esa noche era solo para él. Era un acto de reivindicación, una danza entre el deseo y la liberación, y JaeMin se estaba convirtiendo en el protagonista de su propia historia.
La música llenaba el aire con un ritmo pulsante, y Na JaeMin se sentía como una mariposa, libre de las ataduras del pasado. Con una sonrisa juguetona, se acercó al rubio que había captado su atención. Su nombre era JaeHyun, y cuando sus miradas se encontraron, algo chispeó entre ellos. Sin pensarlo dos veces, JaeMin tomó la iniciativa y se lanzó a un baile sensual, moviendo sus caderas al compás de la música, deleitándose en la atención que recibía.
Los ojos de JaeHyun se iluminaron con sorpresa y admiración, y pronto se unió al juego, sus manos encontrando el camino a las caderas de JaeMin. La conexión era palpable, cada roce un eco del deseo que había estado reprimido. JaeMin se entregó al momento, su cuerpo sintiéndose ligero y lleno de energía. Bailaban como si el resto del mundo hubiera desaparecido, sumidos en una burbuja de sensualidad y diversión. Las risas se mezclaban con la música, y él olvidó por completo la discusión con JeNo.
Pero, en un rincón de la habitación, una sombra oscura se cernía sobre la escena. JeNo, con el cabello negro como la noche y la mirada afilada como un cuchillo, entró en la sala. Al principio, su expresión era impasible, pero al ver a JaeMin bailando tan cerca de JaeHyun, algo en su interior estalló. El dolor de su orgullo herido se transformó en celos ardientes. No podía admitirlo, pero la imagen de JaeMin entregándose a los brazos de otro lo consumía. La tensión se hizo palpable mientras la rabia comenzaba a burbujear en su interior.
A medida que JaeMin se movía, sus caderas rozando las manos de JaeHyun, la ira de JeNo crecía. La escena lo irritaba más de lo que había anticipado, como si cada risa de JaeMin, cada gesto seductor, le recordara que había perdido algo que nunca realmente valoró. Se sentía atrapado en una lucha interna entre el deseo de recuperar a JaeMin y la necesidad de mantener su fachada de desdén.
Sin poder contenerse más, JeNo avanzó hacia ellos, sus pasos firmes y decididos. La música se volvió un murmullo en sus oídos, y su mirada se centró en JaeHyun, que sonreía despreocupado, como si no fuera consciente de la tormenta que se avecinaba. —¿Qué estás haciendo, JaeMin? —preguntó, su voz más profunda de lo que pretendía, pero la tensión era evidente.
JaeMin se detuvo, sorprendiendo a ambos, y se giró para ver a JeNo. Un instante de silencio pesado se instaló entre ellos. El mundo a su alrededor se desvaneció, y JaeMin pudo sentir la carga emocional de la confrontación. —Solo estoy disfrutando de la noche —respondió con una sonrisa desafiante, su mirada fija en JeNo, como si buscara retar su autoridad.
JeNo apretó los puños, sintiendo que la ira lo consumía. —No deberías estar bailando con él —espetó, con un tono que dejaba claro su desdén. Su mirada se centró en las manos de JaeHyun que aún sostenían las caderas de JaeMin—. Eres un simple cobarde, JaeMin —murmuró, pero en su interior, sentía la chispa de los celos ardiendo, un fuego que amenazaba con consumirlo.
La atmósfera era eléctrica, y la fiesta que había sido un espacio de libertad para JaeMin ahora se transformaba en un campo de batalla emocional. La incertidumbre se posó sobre ellos, y JaeMin, en ese instante, se dio cuenta de que quizás no estaba tan libre después de todo.
La tensión en la sala se hizo palpable, como si el aire se hubiera vuelto espeso. JaeMin, aún con la música sonando de fondo, sintió cómo su corazón latía más rápido al ver la expresión en el rostro de JeNo. Había algo en su mirada que lo hizo sentir expuesto, como si cada emoción que había intentado enterrar estuviera surgiendo nuevamente.
—¿Te parece bien bailar con cualquier persona que se te cruce, JaeMin? —dijo JeNo, su voz contenía una mezcla de ira y desdén. Se acercó un poco más, su presencia dominante haciéndolo casi imposible de ignorar.
—¿Y qué? —replicó JaeMin, alzando una ceja, intentando no dejarse intimidar—. No necesito tu permiso para disfrutar de la noche.
—No se trata de permiso —respondió JeNo, cruzando los brazos en un gesto defensivo—. Se trata de respeto.
JaeHyun, sintiendo la tensión entre los dos, se apartó un poco, mirándolos con curiosidad, como si esperara un desenlace interesante.
—¿Respeto? —preguntó JaeMin, su voz alzándose en incredulidad—. ¿De quién hablas? ¿De ti? ¿El que me llama cobarde? ¿El que me deja tirado sin mirar atrás?
JeNo hizo un movimiento hacia adelante, sus ojos oscuros ardían con una mezcla de emociones que JaeMin apenas podía descifrar.
—No soy yo el que se viste para llamar la atención de otros, JaeMin. —Las palabras salieron de su boca con una frialdad que hizo que el pecho de JaeMin se apretara—. Eres mejor que eso.
—¿Mejor que esto? —JaeMin rió, pero no había alegría en su risa—. ¿Acaso crees que soy tuyo? No necesito tu aprobación para ser quien soy.
—No se trata de eso. Se trata de que lo que hiciste anoche fue una humillación. Te dejé claro que no eres nada sin mí, y ver cómo te acercas a él solo me confirma lo que ya sabía —dijo JeNo, su voz cargada de una mezcla de celos y enfado—. Estás tratando de olvidarme, y eso me molesta.
El rubio miró de uno a otro, incómodo pero intrigado. JaeMin, por su parte, sentía cómo la furia se acumulaba dentro de él.
—¿Olvidarte? —exclamó JaeMin, su voz resonando en la sala—. ¡Te equivocas! No estoy intentando olvidarte, estoy intentando olvidarme de tu rechazo. Todo este tiempo me has hecho sentir pequeño, y ahora, cuando intento mostrar que puedo ser fuerte, tú llegas aquí como si fueras el rey de la selva.
—Porque te estoy protegiendo —respondió JeNo, acercándose un paso más—. Tú eres... tú eres tan frágil, JaeMin. No puedes solo salir ahí y dejar que te toquen. No entiendes lo que significa estar con alguien como él.
JaeMin se sintió herido por sus palabras, cada sílaba un recordatorio de sus inseguridades.
—¿Así que es eso? ¿Te preocupas por mí? —se burló, su voz cargada de sarcasmo—. ¡Oh, por favor! Solo te preocupa tu ego. Nunca has visto más allá de ti mismo, JeNo.
JeNo frunció el ceño, sintiendo que sus palabras lo golpeaban con fuerza. En su interior, la rabia se entremezclaba con la confusión, la necesidad de JaeMin y la repulsión por la idea de perderlo.
—No lo entiendes —dijo JeNo, su voz un susurro, pero con una intensidad que vibraba en el aire—. No quiero perderte, y no me gusta verte así.
—¿Y cómo se supone que voy a confiar en ti? —preguntó JaeMin, desafiándolo con la mirada—. Cada vez que creía que había algo entre nosotros, tú me hacías sentir insignificante.
El silencio se instaló entre ellos, y JaeMin sintió que la música se desvanecía en el fondo. La multitud a su alrededor se desdibujaba, convirtiéndose en un mero ruido de fondo mientras el mundo se reducía a la intensidad de su enfrentamiento.
—No sé cómo arreglar esto, JaeMin —murmuró JeNo, la voz ahora más suave—. Pero no puedo soportar la idea de verte con él.
JaeMin, atrapado entre la ira y la confusión, sintió un dolor punzante en su pecho. Había algo en la vulnerabilidad de JeNo que lo atraía, pero también lo repelía.
—Tú no decides por mí, JeNo. Esa es la verdad.
Con eso, JaeMin se volvió hacia JaeHyun, quien observaba la escena con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Listo para seguir bailando? —preguntó, su voz más ligera, tratando de ahogar la tensión que se había acumulado.
JeNo los observó, su corazón latiendo con fuerza, mientras la realidad de lo que había dicho y hecho lo golpeaba. La frustración y los celos eran un veneno, y aunque no podía evitar sentirlos, en su interior comenzaba a darse cuenta de que quizás había algo más profundo en juego.
JaeMin, aún aturdido por la discusión, sintió que el ritmo de la música lo llamaba de nuevo. Se giró hacia JaeHyun, quien lo miraba con una sonrisa despreocupada. Sin pensarlo, se dejó llevar por la melodía, moviendo su cuerpo con sensualidad al son de la música, disfrutando de la libertad que había encontrado, aunque solo fuera por un momento.
Sin embargo, la alegría se desvaneció rápidamente cuando notó que JeNo lo observaba, su mirada fija y penetrante como un rayo que lo atravesaba. La expresión de JeNo era de ira contenida, y el pecho de JaeMin se apretó al sentir la presión de su presencia. A pesar de la diversión y el coqueteo, una sombra oscura se cernía sobre él, amenazando con arruinar lo que había construido esa noche.
De repente, JeNo cruzó la sala, como un depredador que avanza hacia su presa. Cuando llegó junto a ellos, la música se apagó por un instante, y el bullicio de la fiesta se desvaneció en un murmullo distante. Sin previo aviso, tomó a JaeMin por el brazo y lo jaló hacia él, haciendo que el rubio se apartara con una mirada de sorpresa.
—¿Qué crees que estás haciendo? —dijo JeNo, sus ojos ardían con una mezcla de celos y determinación.
JaeMin intentó soltarse, pero la agarre de JeNo era firme, casi doloroso.
—¿Por qué no puedes simplemente dejarme en paz? —protestó JaeMin, aunque su voz temblaba.
JeNo lo miró intensamente, como si estuviera intentando desentrañar sus pensamientos.
—Ese rubio nunca te hará sentir como yo —murmuró, su tono cargado de desafío y posesión. JaeMin sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la intensidad de sus palabras.
Antes de que pudiera reaccionar, JeNo lo atrajo hacia sí con fuerza, sus cuerpos casi tocándose. JaeMin se sintió abrumado, una mezcla de confusión y deseo despertando en su interior. JeNo lo miró fijamente, como si estuviera decidiendo algo importante en ese instante.
—Eres mío, Na JaeMin —dijo, y la declaración resonó en el aire como un grito de guerra. Sin más advertencia, se inclinó y lo besó con una pasión inesperada, sus labios chocando con los de JaeMin en un torbellino de emociones.
El beso fue feroz, lleno de la frustración y la necesidad reprimida de JeNo. Las manos de JaeMin se encontraron en su pecho, sintiendo la tensión de su cuerpo contra el suyo. JeNo lo aprisionó, las caderas de JaeMin presionadas contra él, haciéndolo sentir una mezcla de placer y dolor. La fuerza de su agarre lo hizo sentir vulnerabilidad, y al mismo tiempo, algo profundo y poderoso despertó en su interior.
—¡JeNo! —exclamó JaeMin entre el beso, intentando liberarse—. ¡Suéltame!
Pero JeNo no lo hizo. En cambio, intensificó su agarre, apretando las caderas de JaeMin de una manera que lo hizo gemir, pero también le recordó que había un fuego entre ellos que no podía ignorar.
—No puedo dejarte ir, JaeMin —susurró JeNo, su voz baja y cargada de deseo. Su mirada se endureció, mostrando que estaba dispuesto a luchar por lo que creía que era suyo.
—Esto no es justo —dijo JaeMin, sintiéndose atrapado entre el deseo y la ira—. No puedes decidir por mí.
—Lo sé, pero no quiero perderte —confesó JeNo, su voz temblando apenas—. No me importa lo que hayas hecho esta noche, ni con quién hayas bailado. Solo quiero que sepas que eres importante para mí.
El aire entre ellos estaba cargado de tensiones no resueltas, y la confusión de JaeMin se intensificaba. En su interior, una parte de él quería ceder, dejarse llevar por la pasión que siempre había sentido por JeNo, pero otra parte anhelaba la libertad que había comenzado a encontrar.
—Esto no puede seguir así —dijo JaeMin, intentando recuperar el control de la situación—. Necesito espacio.
JeNo lo soltó lentamente, la frustración y la ira aún visibles en su rostro. La lucha en su mirada mostraba que no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente, pero el instante se había vuelto un punto de inflexión. JaeMin, sintiendo que aún necesitaba mantener su autonomía, dio un paso atrás, aún temblando por la intensidad de lo que acababa de suceder.
—Tienes que entender que no soy un objeto que puedas reclamar cuando lo desees —agregó JaeMin, su voz más firme—. Necesito encontrarme a mí mismo.
Con eso, se giró hacia JaeHyun, dejando a JeNo atrás, sin mirar atrás, decidido a seguir disfrutando de la noche a su manera, aunque el tumulto emocional aún rugía en su interior. Sin embargo, el eco de las palabras de JeNo resonaría en su mente, desafiando su resolución.
[...]
La intensidad de JeNo era palpable, un torbellino oscuro que no dejaba espacio para la duda o la resistencia. Sin darle a JaeMin oportunidad de escapar, lo empujó con firmeza contra la puerta, atrapándolo en su abrazo. JaeMin sintió cómo el cuerpo de JeNo se cernía sobre el suyo, cada centímetro de su proximidad despertando una mezcla de emociones que apenas lograba entender.
—¿Todavía vas a decir que me odias? —susurró JeNo, su voz profunda y ronca, rozando sus labios con una dureza que lo dejó sin aliento. Antes de que JaeMin pudiera replicar, los labios de JeNo se estrellaron contra los suyos en un beso feroz, un asalto apasionado y sin restricciones.
JaeMin intentó resistirse, sus manos empujando débilmente contra el pecho de JeNo, pero a cada caricia brusca, a cada toque insistente, la intensidad lo envolvía más y más. Las manos de JeNo se movían por su cuerpo con un hambre desenfrenada, apretando, recorriendo cada centímetro de su piel como si quisiera reclamarlo por completo.
—Mío —murmuró JeNo contra sus labios, bajando la presión solo un instante al escuchar un suave gemido escapar de los labios de JaeMin, un sonido que parecía casi involuntario. Esa pequeña reacción lo desarmó, una dulzura inesperada que suavizó su toque por un momento, aunque su pasión no cedió.
Las manos de JeNo se deslizaron hasta las caderas de JaeMin, sujetándolas con fuerza mientras presionaba su cuerpo contra él, haciéndolo sentir cada contorno y línea de su propia urgencia, de su propio pene aún con la ropa. JaeMin jadeó, atrapado en esa tensión que le robaba la voluntad, y en ese instante, supo que no tenía escapatoria. La intensidad de JeNo era avasalladora, sus palabras resonando en sus oídos como una promesa y una amenaza.
—Eres mío, Na JaeMin —repitió, cada palabra cargada de una posesión que no dejaba lugar para objeciones.
JeNo no aflojó el agarre sobre JaeMin, manteniéndolo firmemente atrapado contra la puerta mientras sus labios continuaban asaltando los de él, explorando, demandando cada respuesta. JaeMin, a pesar de sus intentos por resistir, sentía que sus fuerzas flaqueaban, como si con cada beso y cada toque de JeNo su voluntad se fuera desmoronando, consumida en una vorágine de emociones que apenas podía comprender.
Las manos de JeNo viajaron de sus caderas a su espalda, acariciando con una mezcla de dureza y ternura que lo desarmaba. JaeMin sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, estremeciéndose al sentir los dedos de JeNo dibujar líneas invisibles en su piel a través de la tela. Cada caricia era intencionada, cada presión sobre sus músculos y su piel una afirmación silenciosa de que JeNo lo quería solo para él.
—No sabes cuánto tiempo he esperado para hacer esto —murmuró JeNo, su voz baja y cargada de algo que JaeMin no supo identificar. Sus labios viajaron hacia el cuello de JaeMin, rozando la piel con una mezcla de besos y mordiscos suaves, como si quisiera marcarlo.
JaeMin intentó hablar, protestar, pero cada vez que intentaba decir algo, JeNo encontraba una nueva forma de arrancarle esos gemidos involuntarios que tanto disfrutaba escuchar. Era como si supiera exactamente cómo y dónde tocarlo, cómo hacer que su cuerpo reaccionara sin que pudiera detenerse. La dureza de sus caricias se mezclaba con momentos de suavidad, una combinación que lo tenía atrapado en una montaña rusa de sensaciones.
JeNo volvió a mirar a JaeMin, su mirada intensa y fija en él, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de posesión y deseo. JaeMin sintió cómo su pecho se aceleraba, su corazón golpeando con fuerza contra su pecho mientras intentaba recuperar el control sobre su respiración.
—¿Todavía quieres escapar de mí? —susurró JeNo, con una sonrisa apenas visible en sus labios, como si estuviera disfrutando del conflicto en los ojos de JaeMin. Aun así, no le dio tiempo de responder; sus manos recorrieron el contorno de su rostro, bajando lentamente por su cuello, sus hombros, hasta volver a tomar sus caderas.
Sin pensarlo, JeNo lo atrajo más hacia él, haciendo que sus cuerpos quedaran completamente alineados. El calor que emanaba de ambos era palpable, y JaeMin sintió una nueva oleada de emociones recorrerlo, como si en ese instante no existiera nada más que ese espacio entre ellos, ese momento que parecía contener el tiempo.
—No puedo dejar que otro esté contigo —dijo JeNo en un susurro apenas audible, su voz cargada de sinceridad y algo que casi parecía miedo—. No voy a permitirlo.
JeNo inclinó su rostro hacia el de JaeMin una vez más, capturando sus labios en un beso que esta vez fue más profundo, casi desesperado, su lengua apoderándose de la boca contraria. Sus manos volvieron a recorrer su cuerpo, esta vez con menos brutalidad, pero con la misma determinación. Lo sostenía con fuerza, como si temiera que en cualquier momento pudiera desaparecer, y JaeMin sintió, en ese instante, que la lucha en su interior comenzaba a desvanecerse.
El deseo de JeNo parecía envolverlo por completo, cada toque y cada beso borraban cualquier resistencia que aún pudiera quedarle.
Cuando JeNo notó que JaeMin dejaba de resistirse, sintió un placer silencioso y satisfecho al percibir su rendición. JaeMin, sin embargo, no era el mismo de siempre. Esta vez, algo en él había cambiado; tal vez era el rencor de la discusión previa o el deseo de probar sus propios límites. Lentamente, comenzó a responder a los besos y caricias de JeNo, no con la misma timidez de siempre, sino con una intensidad que sorprendió al cazador.
JeNo lo observó en silencio, fascinado por aquella inesperada chispa de rebeldía. JaeMin sonrió de lado y, con un tono seductor, susurró, rozando sus labios con los de JeNo: —¿Sabes? JaeHyun también tiene manos fuertes. Me pregunto cómo sería si él... —Dejó la frase en el aire luego de sentir como su trasero era estrujado con furia dentro de las manos de Lee, disfrutando de la tensión en el rostro de JeNo.
Los ojos de JeNo se oscurecieron al oírlo, y su expresión se volvió peligrosa, los labios tensos y la mandíbula apretada. Apretó un poco más sus manos alrededor de las caderas de JaeMin, acercándolo hacia sí con un toque de brusquedad.
—¿Crees que alguien como él podría hacerte sentir lo que yo te hago sentir? —murmuró JeNo, con voz ronca y baja, sin apartar su mirada fija de él, mientras sus manos ahora exploraban cada rincón de su piel con una firmeza casi posesiva.
JaeMin arqueó una ceja, sin dejar de provocarlo. Había algo en el fuego de los celos de JeNo que lo hacía sentir embriagado. Sabía que él siempre sería dulce en el fondo, que incluso en sus momentos de furia y pasión, JeNo jamás iría más allá de los límites. Aun así, no podía resistirse a tentar aquella naturaleza salvaje que sabía que existía en él.
—¿Quién sabe? —respondió JaeMin, esbozando una sonrisa desafiante mientras sus manos se deslizaban lentamente por el pecho de JeNo, hasta enredarse en su cuello—. Tal vez JaeHyun podría sorprenderme. Es... bueno, bastante sexy, ¿sabes? Debe joder como un puto dios.
La paciencia de JeNo pareció agotarse de golpe, y en un instante, sus labios volvieron a capturar los de JaeMin en un beso firme, devorador, una respuesta contundente a sus provocaciones. Sus manos, que antes lo sostenían con posesividad, comenzaron a moverse más lenta y sensualmente, acariciando cada centímetro de su cuerpo, pero sin perder la fuerza que reafirmaba su dominio. Llevó sus dedos juguetones hasta el miembro del menor, torturándolo con el tacto, la dureza recibiéndole de inmediato.
JaeMin sonrió contra sus labios, susurrando entre besos:
—No pensé que fueras tan celoso. ¿Es que acaso tienes miedo?
JeNo gruñó suavemente, con una sonrisa desdeñosa que delataba su lucha interna entre la furia y el deseo. Sus manos se deslizaron por la cintura de JaeMin y lo estrecharon aún más, dejando claro que nadie más tendría el privilegio de conocer esa parte de él.
—Llámalo como quieras, pero ni él ni nadie será capaz de reemplazarme en tu vida —murmuró JeNo, su voz mezclando celos con una seguridad implacable que hacía estremecer a JaeMin.
JaeMin continuó incitándolo, no con palabras esta vez, sino con gestos, dejándose hacer, aceptando aquella pasión que los consumía. Su cuerpo respondía al de JeNo, y aunque el cazador lideraba el acto, JaeMin no era tan pasivo como en otras ocasiones. Sus caricias respondían con firmeza, sus movimientos incitaban, y sus miradas oscilaban entre la provocación y el deseo más profundo.
En ese juego de poder, ambos encontraron una sincronía inesperada. JeNo sintió cómo, a pesar de su dominio, JaeMin tomaba una parte activa, desafiándolo, susurrando cosas que sabía que avivarían el fuego de sus celos. Y aunque sabía que todo era una provocación, no pudo evitar sentir que cada palabra de JaeMin era una declaración tácita de lealtad, una forma de decirle que, sin importar qué, JeNo era el único que realmente poseía su alma.
La atmósfera se volvió eléctrica en el instante en que JeNo tomó el control total, llevando la tensión acumulada a su clímax. Con un giro brusco, lo empujó contra la puerta, su cuerpo contra el de JaeMin, mientras su mirada ardía con una mezcla de deseo y celos.
—Eres mío, Na JaeMin —rugió JeNo, su voz resonando con un poder que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de JaeMin. En ese momento, no había lugar para dudas ni juegos; era el momento de actuar. Bajó a penas sus pantalones y ropa interior para dejar su miembro al aire. Tanteó la entrada rosada del menor una vez lo desnudó por completo para luego alinearse en él una vez colocó correctamente el preservativo.
La penetración fue intensa, un movimiento fuerte y decidido que dejó a JaeMin sin aliento. La combinación de la fuerza de JeNo y la urgencia de sus deseos los arrastró hacia un abismo de placer que ambos anhelaban explorar. JaeMin sintió cómo su cuerpo se adaptaba al de JeNo, su intimidad convirtiéndose en un lazo indisoluble, mientras los dos se perdían en el ritmo voraz del momento.
Los gritos de JaeMin se mezclaban con los susurros de JeNo, quien, en su impulso posesivo, lo mantenía contra la puerta, su cuerpo entregándose a un deseo que lo consumía. Cada embestida era un recordatorio de quién poseía el poder en ese momento; cada movimiento lo llenaba de pasión y un intenso deseo que lo hacía estremecer.
—Sí... así, más fuerte —JaeMin apenas podía contener los gemidos que brotaban de su garganta, sus palabras cargadas de un placer que sólo él podía expresar. Sentía cómo el cuerpo de JeNo lo reclamaba, una posesión que lo mantenía anclado a la realidad y lo arrastraba a un mundo de pura entrega.
La conexión entre ellos se hacía más intensa a cada segundo, como si cada roce, cada golpe, se tradujera en un lenguaje secreto que solo ellos comprendían. La mirada de JeNo era profunda y oscura, cargada de una necesidad que lo dejaba al borde de la locura. Los celos que antes lo consumían se transformaron en una fuerza que los impulsaba hacia una euforia cada vez más intensa.
Ambos se entregaron por completo al placer, dejándose llevar por el ritmo frenético de sus cuerpos. El sonido de la piel chocando contra la piel, mezclado con los gemidos que se escapaban de sus labios, se convirtió en una sinfonía que resonaba en la habitación, mientras el aire se volvía denso y cargado de pasión.
Con cada empuje, JeNo se adentraba más en el alma de JaeMin, y este, sintiendo la entrega y el deseo de su pareja, no podía más que rendirse. En ese momento, todo lo que había entre ellos, las peleas, los celos, las inseguridades, se desvanecían, dejándolos solo con su deseo y su entrega.
Finalmente, sintieron que el clímax se aproximaba, una ola de energía que crecía dentro de ellos. JeNo, sintiendo la tensión en el aire, se inclinó hacia JaeMin, sus labios rozando suavemente su oído.
—Vamos, JaeMin... juntos —susurró, su voz entrecortada por el placer.
Ambos se entregaron a la inminente explosión de sensaciones, sintiendo cómo sus cuerpos se unían en un clímax compartido, un grito de placer que resonó en la habitación mientras alcanzaban la cima, el mundo exterior desvaneciéndose mientras sus almas se entrelazaban en ese instante perfecto de conexión y pasión. Sus cuerpos sudorosos, sus labios hinchados y rojizos así como los restos del semen, eran las unicas pruebas de aquel apasionado encuentro en la entrada de la casa de JeNo.
El momento fue fugaz pero eterno, un eco de lo que eran y de lo que podían llegar a ser, atrapados en un universo que solo pertenecía a ellos dos.
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