𝐩𝐫ó𝐥𝐨𝐠𝐨
El viento soplaba frío, arrastrando consigo la neblina espesa que cubría las colinas de la pequeña y antigua provincia, Jeolla. La luna, oculta tras un manto de nubes oscuras, apenas iluminaba el camino serpenteante que llevaba al corazón del bosque. Allí, en medio de la oscuridad, se encontraba Lee JeNo, de pie como una sombra, observando el mundo que una vez le había pertenecido. Su mirada vacía, como la de un depredador cazando en la noche, se posó en la lejana luz que parpadeaba en el pueblo.
Sabía lo que venía. Lo sentía en el aire, en la tierra, en las raíces que se enredaban bajo sus pies, era como si estas le hablasen recordándole lo que ocurriría esa noche, pero tal vez solo era su mente que una vez más le atormentaba. Halloween había llegado, la noche en la que las almas de los muertos vagaban libremente, la noche en la que él debía cazar, en la cual apostaba su existencia para entretener a un demonio, y eso. Una vez más, estaba condenado a repetir el ritual que lo ataba a un ciclo eterno de muerte y poder. El peso de su maldición lo aplastaba, pero había aprendido a soportarlo como un viejo conocido, un recordatorio constante de las decisiones que lo habían llevado hasta ese punto.
JeNo había dejado de contar los años hacía mucho tiempo. La inmortalidad tenía un precio, y él lo había pagado con cada aliento que no necesitaba, con cada latido que no sentía. Al principio, el pacto con la Dama de la Oscuridad había sido su salvación, una forma de eludir el destino que todos temen: la muerte. Pero esa promesa de vida eterna había venido acompañada de una sed insaciable por almas. Ahora, cada Halloween, Lee debía cazar, debía arrancar una vida para mantenerse en pie, para que las sombras no lo devoraran a él.
Las hojas crujieron a su alrededor mientras el bosque cobraba vida con los susurros de los muertos. Era la única compañía que le quedaba en ese solitario lugar. Las almas que había cazado a lo largo de los siglos lo seguían, sombras sin rostro que lo atormentaban en cada rincón oscuro de su existencia. No hablaban, pero sus miradas lo atravesaban, recordándole lo que había hecho. Sin embargo, la necesidad de cazar era más fuerte que la culpa. Cada vez que su humanidad intentaba aflorar, el pacto con la Dama la sofocaba, arrastrándolo de nuevo a la oscuridad de la cual ahora es preso.
Esta noche, sin embargo, algo era diferente. JeNo lo sentía en lo más profundo de su ser. El viento traía consigo una sensación de cambio, dando la tranquilidad del comienzo de algo que no podía predecir, más esa tranquilidad era inexistente. La tierra bajo sus pies parecía vibrar con una energía nueva, y el aire estaba cargado de una expectación que lo inquietaba. Había oído rumores entre las sombras, susurros de que este Halloween sería distinto, de que una fuerza más poderosa que el pacto estaba en juego. Pero Lee JeNo no creía en el destino. Su vida, o lo que quedaba de ella, se basaba en el control, en la fría lógica de su existencia eterna.
Mientras sus pensamientos vagaban entre el pasado y el presente, un nombre surgió en su mente, tan suave como el viento frio que acariciaba las hojas rojizas de los árboles: JaeMin. JeNo había conocido a muchos hombres y mujeres a lo largo de los siglos, todos ellos breves destellos de tenue luz en su interminable oscuridad, pero JaeMin... JaeMin era diferente. Había algo en él, una luz que desafiaba la sombra en la que Lee vivía. Y eso lo inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Na JaeMin no debía haberse cruzado en su camino. De hecho, JeNo había hecho todo lo posible para mantenerse lejos de él, para evitar la inevitable conexión que, de alguna manera, ambos sentían. Pero el destino, o la maldición que los envolvía, parecía tener otros planes. Ahora, mientras la noche avanzaba, el peligro era real. JaeMin no sabía en lo que se estaba metiendo, no entendía el abismo en el que JeNo estaba atrapado. Pero pronto lo haría. Muy pronto.
El sonido de pasos suaves en la distancia lo sacó de su ensoñación. JeNo giró la cabeza hacia el sendero que se adentraba en el bosque. Sabía quién era. No necesitaba verlo para reconocer la presencia de Nana acercándose, su pequeño Nana. El joven no debería estar aquí, no esta noche. Su mera presencia era una amenaza para todo lo que Lee intentaba mantener a raya. Pero Jae había decidido entrar en su mundo, y ahora JeNo debía enfrentarse a la verdad que había evitado durante demasiado tiempo.
El pacto estaba en juego, y con él, algo mucho más grande. JeNo lo sabía. Lo sentía en cada fibra de su ser. Esta noche, todo cambiaría, para bien o para mal. Pero una cosa estaba clara: ya no había marcha atrás.
La luna finalmente rompió a través de las nubes, bañando el bosque en una luz pálida y espectral. Mientras Lee JeNo observaba la figura de Na acercarse, una sombra oscura y sin forma se deslizó entre los árboles. El tiempo se detuvo por un breve segundo, y en ese instante, Lee comprendió la verdad que había estado negando.
La caza había comenzado.
créditos de gráficos a Cebicles
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