𝐄𝐩í𝐥𝐨𝐠𝐨
La niebla cubría el bosque de Jeolla como un manto espectral, envolviendo los árboles y ocultando el sendero que JeNo y JaeMin habían recorrido. El aire, frío y cargado de humedad, era casi irrespirable, como si el mismo bosque contuviera la respiración, esperando lo inevitable. Las hojas de otoño caían suavemente, sus colores vibrantes contrastando con la oscuridad que parecía haber tomado el control de todo.
JaeMin estaba de pie en el claro, el mismo lugar donde había comenzado el tormento de JeNo siglos atrás. Aún podía sentir la presencia de la Dama de la Oscuridad, aunque ya no era tangible. Había sido derrotada, pero el rastro de su poder persistía como un eco, una sombra que siempre estaría presente en los rincones más oscuros del mundo. La batalla había dejado cicatrices profundas en ambos, no solo físicas, sino también espirituales. Pero ahora, por primera vez, había un atisbo de paz.
JeNo, de pie a unos metros de Eliot, observaba el lugar donde una vez había hecho el pacto que lo había condenado. Su rostro, aunque aún marcado por los siglos de sufrimiento, mostraba una extraña calma. El peso de la maldición había sido levantado. El Espejo de Almas, el símbolo de su condena, yacía roto a sus pies, los fragmentos esparcidos por el suelo como pedazos de un destino que ya no lo controlaba.
—¿Está todo... terminado? —preguntó JaMin su voz apenas un susurro, temeroso de romper el frágil equilibrio que sentía en el aire.
JeNo asintió lentamente, sin apartar la vista de los fragmentos del espejo. Por primera vez en siglos, sentía que el vacío dentro de él no lo estaba consumiendo. La liberación no había llegado de la manera que él había imaginado. No era un héroe que había roto su maldición con un acto de valor, ni siquiera era un hombre redimido. Había llegado hasta el final gracias a JaeMin, a su amor inquebrantable y a la fe que había tenido incluso cuando todo parecía perdido.
—Está terminado —dijo JeNo, con una voz más firme de lo que esperaba. Había esperado sentir alivio, pero lo que sentía era algo diferente. Una tristeza profunda, pero también una paz que lo llenaba de una manera que hacía siglos no había sentido.
El ritual había sido invertido. La Dama de la Oscuridad, cuyo poder había controlado su destino durante tanto tiempo, había sido destruida. Y, con su caída, también el ciclo de muertes que había mantenido a JeNo atrapado. Ya no era el Cazador de Almas. Ya no estaba obligado a buscar una víctima año tras año, consumido por el hambre de preservar su propia vida a expensas de otros.
JaeMin se acercó a él, sus pasos crujían sobre las hojas secas del suelo. JeNo levantó la vista y vio la mirada tranquila pero cansada de Eliot. Habían pasado por tanto juntos, y aún así, allí estaba, dispuesto a quedarse a su lado incluso después de todo lo que había sucedido.
—¿Y ahora? —preguntó Jae, su mano encontrando la de JeNo.
JeNo bajó la mirada hacia el lugar donde sus manos se unían. Era libre. Pero la libertad no era lo que había imaginado. No sabía qué venía después de tanto tiempo viviendo bajo la sombra de la muerte. No sabía cómo vivir como un hombre común.
—No lo sé —admitió JeNo, su voz suave pero sincera—. Es la primera vez en siglos que tengo una elección.
JaeMin apretó suavemente su mano, como una promesa silenciosa. No necesitaban todas las respuestas en ese momento. Lo que importaba era que el ciclo de violencia, sacrificio y desesperación había terminado. JeNo no sería más una sombra sobre el mundo, ni una amenaza latente para los inocentes que se cruzaran en su camino. El pacto estaba roto.
El silencio que los envolvía no era incómodo, sino reconfortante. El viento suave susurraba entre los árboles, como si el bosque también respirara aliviado, libre de la oscuridad que lo había contaminado durante tanto tiempo. Y en ese instante, bajo el cielo grisáceo de la tarde, con la promesa de una nueva vida ante ellos, JeNo y JaeMin se quedaron de pie juntos, contemplando lo que el futuro podría ser.
—Podemos empezar de nuevo —dijo Na, mirando el horizonte, donde el sol se asomaba tímidamente entre las nubes, proyectando una luz dorada sobre el paisaje—. Sin miedo. Sin sombras.
JeNo asintió. Un nuevo comienzo. Algo que nunca había creído posible, pero ahora, al lado de Eliot, parecía más real que nunca. No había redención en el pasado, pero el futuro estaba lleno de posibilidades. Podía sentirlo.
Ambos se dieron la vuelta y empezaron a caminar juntos, alejándose del claro que había sido testigo de tanta oscuridad y muerte. El bosque, aunque aún envuelto en la niebla del otoño, ya no parecía tan amenazante. El ciclo de Halloween había terminado para siempre, y con él, la leyenda del Cazador de Almas se desvanecía, convirtiéndose en un susurro que el viento pronto borraría.
En el silencio del bosque, solo quedaba el murmullo de las hojas al caer, como si la naturaleza también estuviera lista para el cambio. El final de una era, el comienzo de otra.
[...]
Era un día frío, el tipo de mañana en la que el aire parece estar suspendido, frío pero lleno de promesas silenciosas. JeNo se encontraba allí, sentado al borde de la cama, observando en silencio a JaeMin. La luz dorada del sol naciente acariciaba su piel, tiñéndola de un resplandor suave, casi etéreo. Pero no fue la luz la que atrajo toda su atención, sino las marcas que adornaban el cuerpo de JaeMin, esas huellas de momentos pasados, de batallas internas, de momentos de sufrimiento que JeNo había provocado, aunque lo odiara por ello.
JaeMin dormía profundamente, su respiración lenta y tranquila, ajeno al torbellino de pensamientos que pasaban por la mente de JeNo. Los recuerdos de sus encuentros anteriores, de sus deseos ocultos y oscuros, de las caricias que se volvieron más intensas con cada día, se mezclaban con la realidad del presente. El cuerpo de JaeMin estaba marcado por su naturaleza, cicatrices que hablaban de su fragilidad, de su vulnerabilidad, de cómo había sido despojado de su inocencia por las sombras que lo rodeaban.
El temor se apoderaba de JeNo cuando pensaba en lo que vendría. Él había cruzado una línea que no podía deshacer, y con cada día que pasaba, se encontraba más atrapado, más sumido en el deseo, pero también en la culpa. ¿Cómo podría protegerlo ahora, cuando su propia existencia era una amenaza para la pureza de JaeMin? ¿Cómo podría amar a alguien tan frágil sin destruirlo en el proceso? Sabía que el futuro no sería amable, que el amor que sentía por él, tan intenso y voraz, solo podía llevarlos a una destrucción inevitable.
JeNo se acercó lentamente, tocando la piel de JaeMin con una delicadeza que no correspondía con lo que sentía por dentro. Quería que despertara, que lo mirara, que entendiera lo que había comenzado entre ellos. Pero al mismo tiempo, temía que cuando lo hiciera, todo lo que había construido, todo lo que había soñado, se desmoronara. Porque, por mucho que lo deseara, el futuro seguía siendo incierto. La verdad de su naturaleza, de lo que realmente era, estaba tan cerca de destruir todo lo que más quería.
La idea de que esto pudiera ser solo un sueño lo consumía. Quizás todo esto no era más que un espejismo, una fantasía en la que se permitía perderse, un deseo tan grande que se había materializado frente a él. ¿Podría existir algo tan puro como lo que sentía por JaeMin en alguien como él, alguien hecho para destruir? El sol seguía ascendiendo, y con cada rayo de luz, JeNo sentía más que la verdad de su existencia lo acechaba, el peso de su propia maldición. Pero, por un momento, se permitió creer que todo lo que veía era real, que JaeMin era suyo, que su amor era posible, aunque lo supiera, en el fondo, imposible.
Lo observó un poco más, su corazón golpeando con fuerza en su pecho, como si la misma vida estuviera suspendida en ese momento. Estaba junto a él, el objeto de sus deseos, el niño que se había transformado en el hombre que amaba. Pero también era su perdición, la causa de su caída. Y, aún así, no podía apartarse, no podía dejarlo ir, porque incluso si lo único que los esperaba era la oscuridad, JeNo deseaba seguir amando a JaeMin, aunque fuera en este sueño
que ni siquiera sabía si duraría.
Cada mañana, JeNo despertaba antes que JaeMin, un hábito nuevo y extraño para alguien que había pasado siglos sin preocuparse por las horas. Solía mirarlo en silencio, grabando en su mente cada rasgo, cada expresión tranquila mientras dormía, como si temiera que aquel sueño frágil pudiera desvanecerse en cualquier momento. Hoy, cuando el primer rayo de sol cruzó la ventana y bañó el rostro de JaeMin, JeNo sintió una familiar y suave ansiedad. Su eternidad había terminado, y por primera vez entendía lo que significaba vivir con tiempo contado. Sin embargo, ese temor era menor al alivio de despertar junto a él, día tras día.
Al poco rato, JaeMin abrió los ojos, bostezando y estirándose, y sus labios formaron una leve sonrisa al notar la figura de JeNo a su lado. Sin decir palabra, lo tomó de la mano y lo atrajo hacia él, enredando sus brazos a su alrededor en un abrazo cálido y pausado.
—Si sigues mirándome así cada mañana, podría empezar a pensar que quieres algo de mí —susurró JaeMin, con un toque de diversión en su voz adormilada.
JeNo sonrió, sintiendo la chispa que provocaban las palabras de JaeMin. Inclinándose hacia él, susurró en su oído.
—Quizá estoy tratando de grabarte en mi memoria, por si algún día ya no estás a mi lado.
JaeMin se separó un poco para mirarlo con una expresión de ternura y desafío.
—No tienes que recordar nada, JeNo. Estoy aquí, y aquí pienso quedarme —susurró, acercando sus labios hasta rozarlos apenas contra los de él, en un beso lento y cargado de promesas.
Después del desayuno, una sencilla comida que compartían cada mañana, JeNo comenzó a preparar un par de tazas de café. Era una rutina que le gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. El aroma del café llenaba la casa, y el ambiente se volvía acogedor y cálido. Cada detalle cotidiano, cada gesto pequeño, se había convertido en una revelación.
JeNo, observándolo mientras él hojeaba un libro en la sala, comentó en voz baja:
—Jamás pensé que disfrutaría de algo tan simple como preparar café para alguien.
JaeMin levantó la mirada y le sonrió.
—Eso es porque pasaste tanto tiempo tratando de evitar cualquier conexión... ahora es algo nuevo para ti.
JeNo lo miró, como si esas palabras escondieran más verdad de la que él mismo estaba dispuesto a aceptar.
—Quizás tienes razón... pero no me arrepiento. Todo esto... tú... haces que todo valga la pena —admitió, casi en un susurro.
Por las tardes, cuando el clima era suave, ambos salían a pasear por el parque. JeNo, quien antes despreciaba la calma de la vida humana, ahora encontraba en aquellos paseos una especie de paz. Caminaban juntos, a veces en silencio, a veces intercambiando risas y bromas que aligeraban sus corazones.
Una tarde, mientras caminaban bajo un cielo despejado, JaeMin se detuvo, mirándolo con curiosidad.
—¿Sabes? Nunca pensé que te vería disfrutando de algo tan... simple —dijo, riéndose mientras lo observaba, como si lo estuviera viendo bajo una nueva luz.
JeNo sonrió, dejando escapar un suspiro.
—La verdad, yo tampoco. Supongo que eres la razón de que vea las cosas de otra manera ahora.
JaeMin lo miró con una chispa divertida en sus ojos: —¿Eso es una confesión de que te has vuelto... sentimental?
JeNo rió y negó con la cabeza.
—No. Solo... supongo que he encontrado lo que realmente importa.
Se tomaron de las manos, y el contacto entre ellos parecía sellar la certeza de que, aunque no tenían todo el tiempo del mundo, tenían suficiente. La presencia del uno en la vida del otro era una constante que les bastaba.
Las noches también habían cambiado. Ya no eran frías y solitarias para JeNo. Después de la cena, se acomodaban en el sofá, compartiendo una manta y una taza de té caliente entre los dos. A veces hablaban de sueños, de lugares que querían visitar; otras veces se limitaban a quedarse en silencio, disfrutando de la presencia del otro.
Una noche, JaeMin, apoyado en el hombro de JeNo, lo miró de reojo y preguntó, en un tono casual pero lleno de significado:
—¿Alguna vez temiste perder esto?
JeNo permaneció en silencio un momento, y luego asintió.
—Al principio, sí. Aún a veces... —se interrumpió, buscando las palabras adecuadas—. Pensar en perderte... hace que valore cada momento a tu lado.
JaeMin lo miró, con una ternura en sus ojos que contrastaba con la fuerza de sus palabras.
—JeNo, no quiero que vivas temiendo el fin de algo. Estamos aquí ahora. Lo único que importa es lo que tenemos en este momento.
Ese recordatorio fue un bálsamo para JeNo. JaeMin tenía una forma única de devolverle la paz, de recordarle que vivir no se trataba de prolongar los días, sino de encontrar algo o alguien por quien esos días realmente tuvieran sentido. Al estrecharlo entre sus brazos, comprendió que había encontrado aquello por lo que cada minuto, cada respiro, valía la pena.
Y así, los días transcurrían, sin prisa y sin grandes promesas, pero con la certeza de que cada momento era compartido. JeNo, quien alguna vez había temido a la muerte, comenzó a entender que la vida, breve como era, contenía más amor y paz de lo que la eternidad jamás le había ofrecido. Y, mientras observaba a JaeMin dormido cada noche, con el rostro tranquilo y la respiración pausada, supo que no necesitaba nada más.
En aquella quietud, entre el aroma del café en las mañanas, los paseos en el parque y las noches envueltos en silencio, JeNo y JaeMin encontraron un hogar en la presencia del otro. Por fin, JeNo había aprendido a vivir, no en función del tiempo que tenía, sino del amor que había encontrado.
[...]
Un año había pasado, y la vida de JaeMin en la universidad se había llenado de momentos que nunca había imaginado. Sus días eran una mezcla de clases, estudios y, por supuesto, la constante presencia de JeNo, que siempre encontraba la manera de colarse en sus rutinas. Esa mañana, JaeMin salía de su último salón, con la camisa blanca del uniforme bien ajustada y el pantalón negro impecable, su mochila colgando despreocupadamente de un hombro. Al salir, su mirada se posó en la figura inconfundible de JeNo, recargado contra la pared, esperándolo.
JeNo llevaba una chaqueta oscura y su rostro mostraba una sonrisa ladina, una mezcla de orgullo y satisfacción mientras observaba a su novio acercarse. Los estudiantes que pasaban parecían mantenerse a una prudente distancia, algunos incluso desviando la mirada o caminando más rápido al notar su presencia. Pero eso solo hacía que JeNo sonriera más.
Cuando JaeMin llegó junto a él, JeNo le dio un beso rápido, suave pero suficiente para hacer sonrojar a JaeMin, que intentó disimular mirando hacia otro lado.
—¿Qué? —preguntó JeNo, con una risa contenida al ver el rubor en su rostro.
JaeMin lo miró de reojo, sabiendo bien que JeNo lo estaba haciendo a propósito.
—No te hagas el inocente. Sabes bien que tu presencia intimida a medio campus.
JeNo soltó una carcajada y se encogió de hombros.
—¿Y qué? No es mi culpa que les dé miedo —dijo, con una sonrisa despreocupada—. Aunque, seamos honestos, no es como si quisieran acercarse demasiado a ti.
JaeMin suspiró, negando con la cabeza.
—Claro, porque te apareces aquí, con esa actitud y esa cara de "soy peligroso". ¿Qué esperas? —Lo miró con un toque de reproche y una pequeña sonrisa divertida en sus labios.
JeNo se inclinó un poco, mirándolo directo a los ojos.
—Y yo podría decir lo mismo de ti, ¿eh? Por un lado, los chicos te miran como si fueras intocable, pero luego están las chicas... —dijo, arqueando una ceja con una expresión teatral de molestia—. ¿Sabes cuántas de ellas suspiran cuando pasas por ahí?
JaeMin rodó los ojos, tratando de no sonreír.
—Bueno, es diferente. Las chicas son amables, pero no es como si fueran a actuar... como tú.
JeNo se burló, dándole un golpecito en la cabeza de manera juguetona.
—Por favor. No me engañas. Eres consciente de cada mirada y cada sonrisa que te lanzan.
JaeMin se cruzó de brazos, fingiendo molestia, aunque sabía que JeNo tenía razón. Sin embargo, no iba a dársela tan fácilmente.
—Está bien, admito que algunas chicas se han acercado —dijo, volviendo su mirada a JeNo con una sonrisa traviesa—. Pero, ¿sabes una cosa? No me interesan. Porque ya tengo a alguien que se las arregla para hacer que todo el campus me vea como si fuera de él.
JeNo sonrió con satisfacción, sintiéndose victorioso al escuchar eso.
—Y con razón, porque lo eres, JaeMin.
Se quedaron en silencio un momento, mirándose, ambos conscientes de que la cercanía que compartían iba más allá de cualquier rumor o mirada ajena. Finalmente, JaeMin rompió el silencio con un suspiro, mientras comenzaban a caminar juntos, hombro a hombro, entre las miradas curiosas de otros estudiantes.
JaeMin lo miró, sonriendo con un toque de ironía.
—Así que... ¿vas a hacer que huyan todos cada vez que vengas a buscarme?
JeNo rió, encogiéndose de hombros.
—Tal vez. O tal vez solo quiero asegurarme de que todos sepan que eres mío.
JaeMin negó con la cabeza, reprimiendo una sonrisa, pero sus ojos brillaban de alegría.
—Eres imposible, JeNo.
JeNo sonrió, tomando su mano mientras continuaban su camino fuera del campus, ignorando las miradas, y solo preocupados por el hecho de que, en su mundo, todo estaba perfectamente en su lugar.
Mientras avanzaban hacia la salida del campus, JeNo miró a JaeMin de reojo, sus ojos brillando con un toque de picardía. Con una sonrisa que revelaba tanto orgullo como diversión, inclinó la cabeza hacia él y, en voz baja, soltó:
—A esas pobres chicas les desilusionará saber que te encanta tenerme dentro... y que te encanta provocarme con esas mierdas de encaje.
JaeMin se detuvo en seco, mirando a JeNo con los ojos bien abiertos, sintiendo el rubor subir a su rostro al instante. Soltó una pequeña risa nerviosa, tratando de mantener la compostura mientras desviaba la mirada hacia el suelo.
—JeNo, ¿en serio tienes que decir esas cosas aquí? —murmuró, aunque en su voz había una mezcla de reproche y una risa que no lograba contener.
JeNo, aún con esa sonrisa provocadora, se encogió de hombros.
—¿Qué? Solo digo la verdad. Aunque deberías saber que no es mi culpa si se decepcionan al enterarse de que tienes un lado que solo yo conozco... y que me encanta.
JaeMin lo fulminó con la mirada, aunque su sonrisa lo traicionaba.
—Eres un idiota, JeNo —murmuró, tratando de mantener la seriedad, aunque era imposible no sonreír ante la descarada confesión de su novio.
JeNo rió, satisfecho con la reacción de JaeMin, y le tomó la mano mientras continuaban caminando.
—Lo soy, y te encanta —dijo con una confianza indiscutible, apretando suavemente su mano—. Además, si vas a seguir con esos encajes... no puedo evitarlo.
JaeMin solo pudo suspirar, dejando que JeNo lo envolviera en su encanto descarado. Porque, en el fondo, sabía que, a pesar de sus protestas, había una verdad que compartían, un vínculo que les pertenecía solo a ellos.
Mientras avanzaban, JaeMin apretó el paso un poco, mirando a JeNo por encima del hombro, con una sonrisa traviesa en sus labios.
—Deberíamos apurarnos a llegar a casa —susurró, sus ojos brillando con un destello que JeNo conocía muy bien.
JeNo arqueó una ceja, disfrutando de ese tono juguetón en su voz. Antes de poder responder, sintió cómo JaeMin tomaba su mano y la guiaba suavemente hacia su trasero, haciendo que JeNo riera bajo, sorprendido pero claramente complacido.
—¿Una sorpresa, dices? —murmuró JeNo, dejando que sus dedos se posaran cómodamente donde JaeMin los había puesto.
JaeMin asintió mientras seguía caminando un paso por delante, apretando la mano de JeNo contra él con suavidad, sintiendo la energía electrizante entre ambos.
—Halloween está cerca... —añadió, lanzándole una mirada coqueta por encima del hombro—. Así que pensé que sería buena idea entrar en el espíritu de la temporada.
JeNo rió, apretando ligeramente su agarre, sin dejar de mirarlo, cada vez más intrigado.
—Me tienes intrigado, Jae —respondió, con una sonrisa peligrosa, esa que sabía hacía que JaeMin se derritiera. Pero JaeMin, desafiante, mantuvo su paso decidido, disfrutando de la anticipación en el rostro de JeNo.
La caminata a casa fue rápida, sus pasos acelerados por la emoción de lo que les esperaba. Cada vez que JeNo lo miraba, JaeMin no podía contener la sonrisa, esa sensación de tener algo bajo control que tan rara vez experimentaba con él. Para cuando llegaron a la puerta, ambos estaban listos para lo que venía, sabiendo que esa noche iba a ser tan inolvidable como las demás, un juego en el que ambos disfrutaban ser tanto cazador como presa.
JeNo estacionó su motocicleta frente al edificio con una urgencia casi palpable, apagando el motor antes de volverse hacia JaeMin y, sin darle oportunidad de decir nada, lo ayudó a bajar con rapidez, manteniéndolo cerca de su cuerpo mientras avanzaban hacia el departamento. La mirada de JeNo era oscura y hambrienta, y su agarre firme en la muñeca de JaeMin lo decía todo; no había tiempo para palabras, solo para sentir.
Llegaron a la puerta apenas cerrándola tras ellos cuando JeNo ya se había lanzado sobre JaeMin, sus labios capturando los de él con una pasión arrolladora, besándolo con tal intensidad que JaeMin apenas podía respirar. JeNo lo empujó contra la pared suavemente, sus manos explorando su cuerpo con avidez. Sus dedos recorrieron el muslo de JaeMin, subiendo lentamente, sintiendo el calor de su piel incluso a través de la tela del uniforme.
Con movimientos apresurados, JeNo comenzó a desabrochar la camisa blanca, una prenda tras otra cayendo al suelo. Pero cuando finalmente retiró los pantalones de JaeMin, sus ojos se abrieron un poco al descubrir lo que había debajo: unas bragas de encaje rojas que se ajustaban perfectamente a su figura, contrastando de manera exquisita con la suavidad de su piel pálida.
Un suspiro bajo y profundo escapó de los labios de JeNo mientras recorría con la mirada cada centímetro de encaje que delineaba las curvas de JaeMin. Sentía su pulso acelerarse, y su deseo se encendía aún más al ver aquella imagen tan provocativa. No podía evitar sonreír de lado, su expresión una mezcla de sorpresa y adoración.
—¿Así que esta era la sorpresa, hm? —murmuró con una voz rasposa, acariciando con suavidad el borde del encaje, sus ojos aún fijos en él, llenos de deseo y orgullo—. Sabías que esto me volvería loco, ¿verdad?
JaeMin, ligeramente sonrojado pero sin apartar la mirada, asintió, dejando escapar una pequeña risa nerviosa. Pero antes de poder decir algo, JeNo volvió a capturar sus labios, esta vez aún más decidido, más profundo. Con una mano sosteniéndolo por la cintura y la otra recorriendo su espalda, explorando cada parte de su piel.
Los dedos de JeNo juguetearon con el borde del encaje, presionándolo contra él, dejando claro lo que le hacía sentir. Su respiración era pesada, y el roce de sus pieles aumentaba la temperatura en la habitación, cada segundo sumergiéndolos más en un deseo irrefrenable.
—No sabes lo que me haces, JaeMin —susurró JeNo contra su oído, sus labios acariciando suavemente la piel antes de bajar por su cuello, saboreando cada reacción, cada suspiro que escapaba de su boca.
Para JeNo, esa tarde apenas estaba comenzando, y estaba decidido a hacer que cada instante de aquella sorpresa quedara grabado en la memoria de ambos.
JeNo se tomó su tiempo, manteniendo la mirada fija en JaeMin mientras sus manos exploraban cada línea, cada curva de su cuerpo. Era suave, pero no había duda en su toque; la intensidad que se reflejaba en sus ojos dejaba claro que, aunque estuviera conteniendo el lado oscuro que siempre acechaba dentro de él, su control estaba al borde de romperse. Y, en el fondo, JaeMin lo sabía; podía sentirlo en cada roce, en cada caricia que parecía trazar sus límites solo para empujarlos más allá.
JeNo deslizó sus dedos por el encaje rojo, notando cómo la piel de JaeMin se erizaba a su contacto. Bajó la mirada, con una sonrisa apenas perceptible que dejaba entrever el fuego que ardía en su interior.
—¿Sabías que esto me volvería loco, cierto? —murmuró, sus palabras casi un susurro mientras sus ojos devoraban la imagen de JaeMin frente a él, vulnerable y entregado.
JaeMin asintió lentamente, sintiendo cómo el calor subía por su rostro. Pero antes de poder responder, JeNo lo tomó con ambas manos por la cintura, acercándolo más a él, como si quisiera asegurarse de que JaeMin entendiera la magnitud de lo que significaba para él.
JeNo bajó su rostro hasta el cuello de JaeMin, dejando un rastro de besos suaves y ardientes. Cada vez que sus labios tocaban su piel, JaeMin sentía una descarga eléctrica recorrerlo, y sus manos, casi sin querer, se aferraron a los hombros de JeNo, buscando algo a lo que sostenerse en medio de la intensidad que sentía.
Con movimientos pausados, JeNo deslizó sus manos hacia los muslos de JaeMin, acariciándolos con la misma dedicación que si estuviera memorizando cada detalle. Su toque era suave, pero también demandante, reclamando cada centímetro de piel bajo sus manos. Cuando sus dedos se deslizaron hasta el borde del encaje, JeNo sonrió, notando cómo el simple contacto hacía que JaeMin respirara con más profundidad, sus ojos entrecerrados en una mezcla de nerviosismo y deseo.
—Eres tan perfecto así... —murmuró, y su voz era un susurro grave, lleno de una intensidad oscura que parecía envolverse en el aire alrededor de ellos.
JaeMin, aún temblando bajo su toque, intentó hablar, pero las palabras parecían desaparecer antes de formarse. Sin embargo, el leve movimiento de su cuerpo acercándose más a JeNo fue suficiente para que él entendiera que no había necesidad de palabras. Y JeNo, con una ternura casi inaudita, llevó una mano hasta su rostro, acariciando su mejilla mientras sus ojos lo observaban con una profundidad que hacía que JaeMin se sintiera expuesto de una manera casi abrumadora.
—¿Sabes cuánto te necesito? —susurró JeNo, su voz apenas un murmullo cargado de intensidad, una promesa velada entre el deseo y el cariño.
Cada palabra resonaba en JaeMin, quien, a pesar de lo fuerte que latía su corazón, levantó su rostro y lo miró a los ojos. Había un brillo en sus ojos que mezclaba el deseo con algo más profundo, algo que iba más allá de la mera atracción.
—Lo sé... —respondió, apenas un susurro, mientras entrelazaba sus dedos detrás del cuello de JeNo, acercándolo aún más.
JeNo, sonriendo apenas, lo besó nuevamente, sus labios moviéndose con la mezcla perfecta de dulzura y control.
JeNo intensificó el beso, moviendo sus labios contra los de JaeMin con una necesidad profunda, inagotable. Había algo en su toque, en la manera en que sus manos sujetaban firmemente la cintura de JaeMin, que decía más que mil palabras. Era como si estuviera marcando cada parte de él, dejando una huella imborrable en su piel.
Sus labios se movieron por el cuello de JaeMin, bajando con lentitud, dejando un rastro de besos que parecían quemar y reconfortar a la vez. JeNo disfrutaba cada estremecimiento, cada suspiro que escapaba de los labios de JaeMin, como si estuviera descifrando un lenguaje secreto que solo ellos dos compartían.
A medida que sus manos recorrían el cuerpo de JaeMin, JeNo le susurraba suavemente entre besos, en un tono bajo y cargado de deseo, palabras que parecían deslizarse por el aire, un recordatorio constante de su conexión.
—Eres mío, solo mío, JaeMin. Nadie más te verá así, nadie más tendrá el privilegio de tocarte... —susurró, y sus palabras eran una promesa, un juramento que se hundía profundamente en ambos.
JaeMin, apenas pudiendo mantener la compostura, sintió cómo una oleada de calidez y seguridad lo envolvía. Aunque había una intensidad abrumadora en el contacto, la sensación de pertenecerle a JeNo era indescriptible. Era una mezcla de vulnerabilidad y fuerza, una paradoja que solo él podía entender estando entre los brazos de su cazador, que en este instante era tanto protector como amante.
JeNo lo sostuvo con una delicadeza que contrastaba con la firmeza de sus manos. Sus dedos delineaban los contornos de las bragas de encaje, explorando la suavidad de la tela mientras bajaba con lentitud, cada movimiento calculado, como si disfrutara prolongando el momento, saboreando cada segundo de la anticipación y el deseo entre ambos.
—¿Te das cuenta de lo que provocas en mí? —preguntó, su voz ahora apenas un susurro mientras levantaba el rostro para observar a JaeMin a los ojos, capturando cada expresión de deseo y entrega en su rostro—. Todo este tiempo... todo lo que he hecho... ha sido para este momento.
JaeMin, sin poder resistirlo, levantó una mano y la llevó al rostro de JeNo, acariciándolo suavemente, sus dedos trazando la línea de su mandíbula, admirando esa mezcla perfecta de dureza y ternura que lo hacía tan único.
—No me importa cuán oscuro sea tu mundo, JeNo. Estoy aquí, contigo —respondió JaeMin, su voz apenas un murmullo pero cargada de emoción.
Las palabras de JaeMin parecieron resonar profundamente en JeNo, quien cerró los ojos un instante, como si quisiera grabar ese momento en su memoria para siempre. Entonces, sin esperar más, lo tomó en sus brazos y lo llevó hacia el sofá, acomodándolo con cuidado mientras mantenía el contacto visual, sus ojos oscuros y llenos de promesas.
Mientras los minutos se convertían en horas, sus cuerpos y almas se entrelazaban en un vaivén de deseo y devoción, dejando claro que, pese a la oscuridad y el peso de sus pasados, en ese instante eran solo ellos dos, sin ataduras, completamente entregados.
[...]
Era una mañana tranquila, y el aroma del desayuno recién hecho llenaba el departamento mientras JaeMin cocinaba con una despreocupación que solo la comodidad de su hogar le daba. Llevaba puesta una de las camisas de JeNo, demasiado grande para él, que apenas cubría la mitad de su muslo, dejando entrever sus bragas rosadas al moverse. JeNo, sentado en la isla de la cocina, observaba cada movimiento con una sonrisa ligera en sus labios, su mirada fija en el sutil vaivén de la camisa que se alzaba con cada paso de JaeMin.
JaeMin, concentrado en voltear las tortillas en la sartén, comenzó a hablar, con una sonrisa de diversión.
—Chenle me envió un mensaje temprano... Parece que esta vez es JiSung quien organiza la fiesta en el bosque. —Miró por encima del hombro a JeNo, notando el brillo divertido en sus ojos—. Dice que después de "seis meses y dos o tres revolcones," por fin están en algo más serio.
JeNo soltó una pequeña risa, apoyando un codo en la isla mientras mantenía la mirada fija en él.
—Vaya, Chenle se tardó en caer en la red de JiSung —murmuró, con una mezcla de burla y aprobación en su tono—. Aunque no sé si deberían llamar "relación" a algo que pasó entre copas en el bosque... —se encogió de hombros, riendo suavemente.
JaeMin sonrió mientras colocaba los platos en la mesa y se giraba hacia él, aún sosteniendo la espátula en la mano, con una expresión traviesa.
—¡Ay, vamos! No seas así, JeNo. No todos tenemos una historia tan... "formal" —dijo, acentuando la palabra mientras entrecerraba los ojos en una imitación de seriedad—. Además, Chenle suena feliz. Creo que deberíamos ir para apoyarlos, ¿no?
JeNo negó con la cabeza, aún riendo ligeramente, pero esta vez su mirada se suavizó. Se levantó de la isla, caminando hacia JaeMin con lentitud hasta que quedó justo a su lado, rodeándolo con sus brazos mientras apoyaba su barbilla en su hombro.
—No es por ser amargado, pero... —murmuró junto a su oído, su voz baja y ronca mientras entrelazaba sus dedos con los de JaeMin—. No vamos a ir.
JaeMin suspiró, fingiendo desilusión, pero no pudo evitar sonreír al sentir los brazos de JeNo rodeándolo, su cercanía reconfortante y familiar.
—¿Y si te digo que podemos ir un rato y luego regresar? —preguntó, girando el rostro para mirarlo a los ojos, sus labios curvándose en una sonrisa juguetona.
JeNo levantó una ceja, divertido por la persistencia de JaeMin. Sabía que, aunque disfrutaban de su tiempo juntos en su pequeño mundo, JaeMin aún tenía ese deseo de conectarse con los demás, de vivir su vida plenamente. Pero, por otro lado, JeNo no podía evitar la necesidad de mantenerlo a salvo, de protegerlo incluso de las cosas más triviales.
—Mira, podemos encontrar una mejor forma de celebrar que ir a una fiesta en el bosque... —susurró, inclinándose para dejar un suave beso en su cuello, justo donde sabía que a JaeMin le gustaba.
—¿Y cómo piensas que se vea una "mejor forma"? —preguntó JaeMin, con una leve risa que se apagó al sentir los labios de JeNo en su piel.
JeNo se apartó apenas un poco para mirarlo con una sonrisa de suficiencia, levantando una mano para tocar su rostro.
—Digamos que empieza con un buen desayuno... en casa —dijo, acariciando suavemente su mejilla—. Y después, quizás, podríamos pasar el día haciendo algo... más divertido.
JaeMin se quedó mirándolo, fingiendo estar en desacuerdo, aunque el brillo en sus ojos lo delataba.
—Está bien, aceptaré esta vez, pero solo si prometes llevarme al bosque en algún momento. —Sonrió, alzando una mano para acariciar la nuca de JeNo—. Aunque, claro... no voy a negar que tu idea de pasar el día en casa suena bastante tentadora.
JeNo lo miró, y sin decir nada más, lo atrajo hacia él en un abrazo cálido.
JeNo arqueó una ceja y una sonrisa ladina apareció en su rostro al escuchar a JaeMin. Se inclinó un poco, acercándose a él mientras su voz se volvía suave pero con un tono burlón, casi desafiante.
—¿Extrañabas eso, pequeño elenthos? —susurró, enfatizando el apodo con un tono que dejaba claro lo mucho que disfrutaba verlo sonrojarse.
JaeMin parpadeó, sorprendido al escuchar esa palabra que JeNo usaba para provocarlo, y una risa nerviosa escapó de sus labios mientras trataba de mantener la compostura.
—Tú... —murmuró, llevándose las manos a la cara, claramente intentando ocultar la sonrisa que no podía reprimir—. Yo solo decía... bueno, ya sabes, solo era un comentario...
Pero JeNo no lo dejó continuar. Se acercó aún más, rodeándolo con sus brazos, y le dio un pequeño empujón contra la encimera, sin dejar de mirarlo intensamente.
—Oh, ¿así que extrañabas mi rudeza, eh? —repitió JeNo, su tono bajo y aterciopelado, mientras sus dedos se deslizaban suavemente por la cintura de JaeMin—. Porque, sabes, pequeño elenthos, no tienes idea de cuánto me tienta verte así, con esa carita de inocencia... y esas bragas de encaje.
El sonrojo en el rostro de JaeMin se intensificó, pero en lugar de retroceder, levantó la barbilla con una sonrisa traviesa y algo desafiante. Quizás, después de todo, quería provocarlo un poco más, jugar con esa línea de intensidad que tanto disfrutaban juntos.
—Entonces, ¿qué estás esperando? —dijo, mirándolo con esos ojos brillantes que tanto atraían a JeNo.
JeNo soltó una risa baja, sin apartar su mirada de JaeMin mientras sentía cómo crecía la tensión en el ambiente. Sus manos, firmes pero suaves, se posaron en la cintura de JaeMin y, en un movimiento ágil, lo hizo girar hacia él.
—Eres un pequeño provocador, ¿sabes? —murmuró, deslizando sus manos hacia abajo, tomando posesión del momento con un toque que era tan rudo como cuidadoso. La respiración de JaeMin se aceleró al sentirlo tan cerca, y no pudo evitar morderse el labio en respuesta.
JeNo se inclinó, susurrando con un tono entre juego y seriedad.
—Recuerda, fuiste tú quien me pidió esto.
JeNo había accedido a regañadientes, pero sabía cuánto significaba para JaeMin, así que ahí estaban, adentrándose en el bosque entre el eco de risas, música y luces tenues que rompían la oscuridad de la noche. El ambiente estaba cargado de energía juvenil, y JeNo apenas lograba contener su incomodidad mientras miraba alrededor. Él no llevaba disfraz, solo su usual chaqueta oscura y su expresión impenetrable, que se acentuaba aún más en contraste con la multitud despreocupada. A su lado, JaeMin lucía como salido de un sueño: llevaba un disfraz de ángel, con una túnica blanca, pequeñas alas en la espalda y una diadema con un halo brillante que acentuaba su apariencia delicada y etérea.
No tardaron en encontrarse con JiSung y Chenle, quienes iban a juego disfrazados de diablos. JiSung, con su clásica sonrisa traviesa, los recibió con un par de vasos de licor en la mano, uno de los cuales extendió a JeNo.
—Vaya, vaya, JeNo decidió salir de su cueva —bromeó JiSung, dándole un codazo antes de entregarle el trago.
JeNo aceptó el vaso, pero no pudo evitar una expresión de ligera molestia al ver la multitud alrededor y la música ensordecedora. Aunque quería hacer un esfuerzo por JaeMin, cada sonido y movimiento le parecía un recordatorio de por qué evitaba estos eventos. Dio un pequeño sorbo de la bebida, solo para disimular su fastidio, y miró a JiSung con una media sonrisa.
—No hagas que me arrepienta de haber venido, JiSung —dijo con tono seco, aunque sus ojos no ocultaban del todo la diversión ante la provocación de su amigo.
JiSung rio, claramente no intimidado, y le dio una palmada en el hombro antes de inclinarse hacia JaeMin, quien estaba observando la escena con una mezcla de diversión y nerviosismo.
—¿Cómo lo lograste? —susurró JiSung en tono de broma, mirando a JaeMin con incredulidad—. Apuesto a que fue todo un desafío convencer a nuestro cazador de sombras de venir a una fiesta en el bosque.
JaeMin rió, dándole un leve empujón a JiSung.
—Digamos que me las arreglé. Y, por cierto, ustedes dos hacen un par de diablos bastante convincentes —dijo, lanzando una mirada a los disfraces de ambos chicos.
Chenle se unió a la conversación, inclinándose hacia JeNo con una sonrisa que parecía más traviesa de lo habitual.
—¿Sabes? En el fondo, todos estamos muy impresionados de verte aquí. Pero, oye, no arruines el ambiente con esa cara de pocos amigos. Relájate un poco, estamos de fiesta —bromeó, dándole un leve codazo.
JeNo lanzó un suspiro, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa mientras sus ojos buscaban a JaeMin. Había aceptado estar allí solo por él, y aunque cada segundo le recordaba su incomodidad, ver la expresión feliz de JaeMin hacía que todo valiera la pena. En lugar de responderle a Chenle, puso un brazo protector alrededor de los hombros de JaeMin, acercándolo más hacia él.
—¿Quieres bailar? —preguntó JaeMin con una sonrisa, levantando la voz para que pudiera escucharlo por encima de la música.
JeNo lo miró por un momento, evaluando la propuesta. Sabía que lo último que quería era verse envuelto en una multitud de adolescentes bailando, pero la mirada brillante de JaeMin era suficiente para hacerle cambiar de idea.
—Contigo, siempre —respondió con una sonrisa suave, inclinándose para susurrarle—. Pero después de esto, será mejor que tengas algo planeado para compensarme.
JaeMin rió y le dio un suave beso en la mejilla antes de llevarlo hacia donde la música se sentía más fuerte, ignorando las miradas curiosas de los demás que parecían sorprendidos de ver a JeNo allí. A pesar de su habitual incomodidad en estos entornos, JeNo encontró cierta calma al ver a JaeMin moverse a su lado, riendo y dejándose llevar por el ambiente de la noche.
Mientras bailaban, JiSung y Chenle no tardaron en acercarse, animando aún más el ambiente y lanzando bromas a JeNo, quien respondía con una mezcla de sarcasmo y paciencia. La incomodidad inicial de JeNo fue cediendo, y aunque sabía que esta no era su zona de confort, poco a poco se sintió más a gusto. Después de todo, mientras JaeMin estuviera allí, cualquier lugar parecía un poco más llevadero.
Mientras bailaban, JiSung, con una expresión de curiosidad genuina, se acercó a JeNo y le dio un empujón amistoso en el hombro.
—Oye, hyung, ¿cómo va eso de tu trabajo en la estación de policía? Escuché que ahora estás en el equipo especial de víctimas. ¿Qué tal eso? —preguntó, lanzando una mirada interesada y quizás un poco impresionada.
JeNo asintió, sin perder la calma, y lanzó una mirada a JiSung antes de responder.
—Es... diferente —dijo, escogiendo sus palabras con cuidado—. Es un trabajo serio, mucho más de lo que imaginé. Me toma tiempo acostumbrarme, pero es gratificante ayudar a la gente.
JeNo lanzó una mirada hacia JiSung, su expresión aún seria pero relajada, sabiendo que su amigo no lo dejaría en paz tan fácilmente.
—El trabajo en el equipo especial de víctimas es duro, eso es seguro —continuó JeNo, reflexionando mientras hablaba—. No es como las cosas que hacía antes, ni es algo que cualquiera pueda soportar. Cada día tienes que enfrentarte a historias difíciles, personas que han pasado por situaciones... terribles. Se necesita una paciencia distinta, una resistencia mental que nunca pensé que necesitaría.
JiSung lo escuchó en silencio, asintiendo, mientras Chenle, que estaba cerca, dejó de bailar para unirse a la conversación.
—¿Y no te afecta? Quiero decir, eres de los que siempre han tenido una forma... particular de manejar las cosas —dijo Chenle, mirándolo con una mezcla de curiosidad y respeto.
JeNo se tomó un momento antes de responder, como si estuviera sopesando lo que diría. Finalmente, se encogió de hombros.
—Claro que me afecta. No soy de piedra —admitió, con una leve sonrisa irónica—. Pero creo que por primera vez en mucho tiempo siento que hago algo útil, algo que vale la pena. Ayudar a que las personas se sientan seguras, a recuperar lo que les han quitado... eso tiene un peso que antes no entendía.
JaeMin, que había estado observándolo en silencio, le sonrió con calidez y apretó su mano, orgulloso de su novio. Sabía que ese trabajo significaba más para JeNo de lo que admitía, y que, a su manera, estaba demostrando su compromiso con una vida menos solitaria, más dedicada a los demás.
—Estoy muy orgulloso de ti —susurró JaeMin, mirándolo con ternura, sin importarle que JiSung y Chenle estuvieran escuchando.
JeNo lo miró con una pequeña sonrisa, que aunque fugaz, dejó ver algo de la vulnerabilidad que rara vez compartía. Con un suave apretón en la mano de JaeMin, respondió en voz baja, solo para él.
—Y eso hace que todo valga la pena.
JiSung, observando el intercambio, no pudo evitar soltar una pequeña risa burlona.
—No creí que veríamos el día en que JeNo sería... así de sentimental. ¿Qué sigue? ¿Flores y chocolates? —bromeó, recibiendo una mirada afilada de JeNo.
—Cierra la boca, Park JiSung, o te arrepentirás —respondió JeNo, manteniendo un tono serio, aunque sus ojos mostraban un leve destello de humor.
Chenle rio y le dio un empujón juguetón a JiSung.
—Ya déjalo, JiSung. Honestamente, es genial ver cómo JeNo ha cambiado. Además, siendo realistas, alguien tiene que asegurarse de que las cosas en la ciudad se mantengan en orden. Y quién mejor que nuestro cazador de sombras convertido en protector de víctimas, ¿no?
JeNo rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír levemente.
—No me pongas títulos, Chenle —murmuró, rascándose la nuca—. Sólo hago lo que creo que es correcto. Y, bueno... —miró a JaeMin— es una de las razones por las que quiero mejorar.
JaeMin le dedicó una mirada tierna, sabiendo cuánto le costaba a JeNo admitir aquello. Para él, ese cambio era algo más profundo de lo que cualquiera de sus amigos podría entender, una evolución que había traído consigo la fuerza y la vulnerabilidad que JeNo había mantenido ocultas tanto tiempo.
—Bueno, chicos, no dejemos que esto se ponga demasiado sentimental —intervino JiSung, alzando su vaso y chocándolo suavemente contra el de JeNo—. A brindar por los cambios y por las sorpresas que la vida nos da.
JeNo asintió, tomando un trago junto con ellos, sintiendo que, aunque aún le incomodaba estar en el bosque, rodeado de tanta gente y ruido, con JaeMin y sus amigos allí, el ambiente no parecía tan pesado. Al final, se dio cuenta de que, aunque su naturaleza seguía siendo sombría, había encontrado en JaeMin y en ese nuevo propósito una razón para mantenerse conectado a algo mejor.
La música pulsaba a su alrededor y las luces destellaban en tonos cálidos y oscuros, creando un ambiente casi onírico. Pero para Jaemin, todo eso era solo un eco lejano. Su atención estaba centrada únicamente en JeNo, quien conversaba de manera despreocupada con JiSung y Chenle, su semblante relajado y esa sonrisa de confianza que lo hacía parecer aún más inalcanzable y poderoso. Observándolo desde la distancia, Jaemin sintió cómo una calidez crecía en su pecho, extendiéndose lentamente por todo su cuerpo.
Era un calor que lo envolvía, haciéndolo respirar de forma entrecortada. Mientras sus ojos se fijaban en los rasgos definidos de JeNo, en la forma en que se movía con una seguridad innata, esa sensación de anhelo se intensificaba. Era como si su deseo y la necesidad de estar cerca de él no fueran suficientes, como si necesitara más, algo que superara todo lo vivido antes.
Incapaz de resistir, Jaemin caminó con decisión hacia él, con una mezcla de ansiedad y deseo en su mirada. Al estar lo suficientemente cerca, tomó la muñeca de JeNo, que alzó una ceja con curiosidad, sorprendido por el gesto repentino de Jaemin, aunque un atisbo de diversión apareció en sus labios.
—¿Pasa algo? —preguntó JeNo en tono bajo, observando el rostro de Jaemin, notando la intensidad en sus ojos.
Jaemin tragó saliva, su voz salió como un susurro cargado de anticipación y anhelo.
—Ojalá siguieras siendo el cazador —murmuró, acercándose un poco más a él—. Porque esta noche... quiero que me tomes con la misma brutalidad que en el bosque.
Las palabras de Jaemin encendieron algo en JeNo, algo oscuro y profundo, algo que había intentado controlar pero que nunca desaparecía del todo. Aquel lado primitivo que le recordaba su naturaleza de cazador, que le susurraba que, por más que intentara cambiar, siempre habría algo de esa oscuridad dentro de él.
Con una expresión cargada de deseo y ese brillo peligroso en sus ojos, JeNo envolvió la cintura de Jaemin, atrayéndolo hacia él.
—¿Seguro, Jaemin? —le preguntó en un susurro ronco, como una última advertencia, su aliento cálido rozando el cuello de Jaemin—. Sabes que, una vez que me lo pides así, no voy a detenerme.
Jaemin cerró los ojos, perdiéndose en el momento, en la sensación de la cercanía de JeNo, en el latido acelerado de su corazón. Sentía cómo su propia respiración se volvía errática, cómo cada fibra de su ser le pedía entregarse a esa oscuridad, a esa intensidad que solo JeNo podía darle.
—Más que nunca —respondió Jaemin, su voz temblando, no por miedo, sino por la anticipación de lo que estaba a punto de ocurrir.
La mirada de JeNo se volvió aún más intensa, sus ojos oscuros recorriendo cada detalle del rostro de Jaemin antes de bajar hasta sus labios. Sin pensarlo dos veces, lo besó, un beso cargado de hambre y posesión, en el que no había espacio para la suavidad o la contención.
Los labios de JeNo atraparon los de Jaemin con una intensidad que lo dejó sin aliento, haciendo que cada pensamiento coherente se desvaneciera. Era un beso hambriento, de aquellos que no permiten escapatoria, y Jaemin se entregó por completo, sin reservas, aferrándose a los hombros de JeNo, sintiendo su propia piel erizarse ante el toque firme de su novio.
JeNo lo empujó suavemente contra la pared cercana, manteniéndolo bajo su control, su mano deslizándose por la espalda de Jaemin, trazando un camino ardiente desde la cintura hasta la nuca. A pesar de la suavidad de sus caricias, cada gesto llevaba una fuerza contenida que le recordaba a Jaemin con quién estaba. La misma intensidad y esa sombra de brutalidad que tanto había añorado estaban allí, como una promesa en cada toque.
JeNo rompió el beso apenas un segundo para mirarlo, sus ojos oscuros y peligrosos clavándose en los de Jaemin, mientras una sonrisa apenas perceptible se dibujaba en sus labios.
—No sabes en lo que te estás metiendo, Jaemin —susurró, con voz ronca y cargada de deseo, mientras rozaba su pulgar por el borde de sus labios—. Esta noche no habrá escapatoria para ti.
[...]
El aire del bosque de Halloween era frío, pero no con la mordacidad que caracterizaba al invierno; más bien, la atmósfera estaba teñida de una quietud que solo las noches sin luna podían ofrecer. El suelo, cubierto por hojas secas y ramas caídas, crujía bajo los pasos erráticos de JaeMin y JeNo, que, aunque aún permanecían dentro de los límites de lo que la noche oscura quería dictarles, ya no eran los mismos. Los árboles, altos y robustos, los observaban desde la distancia, como viejos amigos sabiendo que el fin de todo era solo un cambio, y no un cierre definitivo.
La luz de las estrellas, débil y distante, apenas alcanzaba a filtrarse entre las copas de los árboles, pero algo en ese instante parecía hacer que el bosque mismo respirara con una paz inquietante. En un claro, apartado de la vista de todo lo que alguna vez representó la opresión, JaeMin se encontraba encima de JeNo, desnudo, su cuerpo joven y delicado casi se fusionaba con el entorno, como una criatura nacida de la naturaleza misma. No había más sombras que las de la noche, ni más presencias que las de ellos dos. La Dama había desaparecido, o al menos, eso era lo que creían. Y por primera vez en sus vidas, la sensación de libertad se desplegaba ante ellos, como una promesa largamente esperada.
JaeMin, con su rostro ligeramente inclinado, miraba a JeNo a través de sus cabellos castaños, que caían desordenadamente sobre su frente. Los ojos de JaeMin brillaban con una intensidad nueva, un brillo que había sido cubierto por años de angustia, de miedo y de la pesada sombra de la Dama que siempre lo había acechado. Pero ahora, aquí, en este claro, sin la presencia de la opresiva oscuridad que solía acompañarlo, JaeMin era libre, tan libre como el viento que movía las hojas caídas.
JeNo, a pesar de su naturaleza oscura, sentía un profundo cambio dentro de él. Había tocado muchas almas a lo largo de su existencia, pero la de JaeMin era diferente. La pureza de su ser, la dulzura de su alma, se entrelazaban con la suya de manera tan natural que, por un breve momento, olvidó quién era, o quién había sido. Se sentía como un espectador, como si estuviera viendo a JaeMin no solo a través de sus ojos, sino también a través de la suya propia, de una forma en la que nunca antes había logrado.
JaeMin sonrió suavemente, su cuerpo aún encajado sobre el de JeNo, sus pieles tibias al contacto, contrastando con el frío que aún invadía el aire nocturno. La conexión entre ellos era palpable, más allá del deseo o la pasión. Era una sensación de comprensión silenciosa, de dos seres que, después de tanto tiempo, se encontraban en un lugar donde podían dejar de huir de sí mismos, donde podían dejar de esconderse de lo que en verdad sentían. JaeMin no necesitaba decir nada para que JeNo supiera lo que pensaba: había encontrado su refugio en él, un refugio que, hasta ese momento, parecía inexistente.
El viento siguió moviéndose, las hojas volando, mientras un susurro apenas audible atravesaba el aire. JeNo cerró los ojos, disfrutando del momento, pero también sintiendo la profunda ansiedad que siempre lo había acompañado. No podía evitarlo. Su corazón, que durante tanto tiempo había estado endurecido, comenzó a latir de una manera diferente, tan fuerte y tan claro, como si se despertara para enfrentarse a lo que había estado ignorando durante siglos. Él había sido creado para ser el cazador, para perseguir y poseer, pero ahora, frente a JaeMin, sentía que todo lo que había conocido era un espejismo.
JaeMin bajó la cabeza, mirando al cazador a los ojos, y en su mirada no había temor, solo comprensión. Quizás él también sentía lo mismo. Sabía que los dos se encontraban al borde de algo irremediable. La vida de JeNo había estado marcada por la oscuridad, por las sombras que se arrastraban tras cada paso que daba. Pero aquí, en este claro, en este instante, JaeMin le mostró algo diferente. Lo miró con una suavidad que solo un alma inocente podía ofrecer, y por un momento, el peso de todo lo que había sido desapareció, solo para ser reemplazado por la tranquilidad.
—Te siento... diferente. —La voz de JaeMin era suave, casi como un susurro. Aún estaba sobre él, pero su cuerpo parecía haber encontrado su lugar, como si toda la tensión acumulada en su ser se desvaneciera al contacto con JeNo.
JeNo, que había tenido miedo de este momento durante tanto tiempo, se permitió sonreír. La sonrisa era pequeña, pero significativa, como si por fin hubiera comprendido algo que había ignorado durante siglos. JaeMin estaba allí, a su lado, y esa era la verdad más pura de todas.
—Lo soy. —La voz de JeNo resonó en la quietud del bosque, pero no había arrogancia ni frialdad en ella. Solo una calma profunda, que parecía ser parte de esa conexión que compartían.
JaeMin se levantó lentamente, extendiendo una mano hacia él. El gesto era simple, pero lleno de significado. En ese momento, no importaba lo que había sido ni lo que podrían llegar a ser. Lo único que importaba era el aquí y el ahora, la libertad que compartían, una libertad que había sido robada de ellos por mucho tiempo y que, finalmente, había regresado. JaeMin no tenía miedo de lo que pudieran encontrar al final de este camino. Estaba dispuesto a caminarlo con JeNo, porque sabía que, de alguna manera, lo había encontrado a él también.
JeNo, con su corazón latiendo de manera diferente, tomó su mano. No había palabras que pudieran describir lo que sentía en ese momento. El frío de la noche ya no importaba. En este claro, rodeados por las sombras del bosque, ellos eran la luz que se alzaba en medio de la oscuridad. Nada los podía tocar, nada los podía destruir, porque se habían encontrado en la forma más pura posible.
Sin embargo, a pesar de la calma que los envolvía, algo en el aire aún no parecía estar en su lugar. Había una sensación que no podían identificar, una pequeña chispa de incertidumbre que brillaba en el horizonte, como la última sombra que aún no se ha disipado por completo. JeNo miró a JaeMin una vez más, observando sus ojos, su expresión tranquila y serena, pero también notó algo que lo inquietó.
La Dama había estado silente todo este tiempo, pero él sabía que, en algún momento, su regreso sería inevitable. Sabía que la oscuridad que había estado separándolos podría resurgir en cualquier momento, trayendo consigo las tormentas de lo que se había dejado atrás. Pero, por ahora, por esta fracción de eternidad, JeNo se permitió abrazar la paz. Sabía que, aunque todo parecía estar bien, todo estaba aún frágil. Porque el amanecer era solo un momento, y aunque las sombras parecían haberse alejado, siempre había una posibilidad de que regresaran.
Finalmente, JeNo susurró, tan bajo que el viento casi se lo llevó:
—El amanecer siempre trae consigo nuevas promesas, pero también deja atrás la oscuridad de la noche que nunca desaparece por completo.
El aire del bosque seguía tranquilo, como si el mismo susurro de las hojas tratara de apaciguar las inquietudes del alma. JaeMin y JeNo se encontraban en su propio refugio, creían estar a salvo, creían que la amenaza de la Dama había quedado atrás. No sabían que, mientras ellos se entregaban al momento, ella ya estaba moviendo piezas en un tablero que no podían ver, una jugada silenciosa y letal. Los ecos de su voz se alzaban desde las sombras, riendo con crueldad ante su confianza.
En el aire, la fragancia a tierra húmeda y hojas rotas se mezclaba con una quietud que no auguraba nada bueno. Aunque el claro parecía ser el santuario al que JeNo y JaeMin finalmente habían llegado, con la sensación de libertad que los envolvía, una sombra, tan leve como la brisa, flotaba sobre ellos, esperando su momento para caer.
Mientras tanto, en un rincón lejano, muy lejos de ese bosque, Chenle estaba en medio de una fiesta. El bullicio era como una marea que se agitaba entre risas y luces titilantes, pero en su rostro, la inquietud era palpable. Unos pasos detrás de él, la música seguía vibrando, pero sus ojos buscaban a alguien. Lo había notado al principio, cuando Jisung había desaparecido entre la multitud, como si se hubiera desvanecido en el aire. Chenle dejó a un lado la bebida, su sonrisa apagándose lentamente, y se adelantó entre la gente.
—¿Has visto a Jisung? —preguntó con un tono que no podía ocultar la preocupación.
Un amigo se acercó, sacudiendo la cabeza con indiferencia—. Tal vez se fue a dar un paseo o está tomando aire. —Pero algo en su voz no parecía convencido. Chenle, sin embargo, no se quedó a escuchar más excusas. Algo en su pecho lo apremiaba, esa sensación, esa inquietud que nunca se iba.
Volvió a dar un vistazo a la fiesta, donde la gente reía y se perdía en la atmósfera embriagadora de la celebración. Pero algo le decía que Jisung no estaba en el lugar. Lo que más lo desconcertaba era la sensación de que algo grande se estaba gestando en las sombras, y no solo esa noche. Se sentó momentáneamente en una esquina, intentando calmar su mente, pero los recuerdos de las conversaciones recientes con Jisung comenzaron a inundarlo.
"Hay algo en el aire, Chenle. Algo que no puedo entender." Jisung le había hablado de una extraña sensación, de una inquietud que lo acosaba. La idea de estar alejado de todo lo que conocía, incluso de él, parecía hacer que su relación se volviera más intensa, pero también más extraña. En ese momento, Chenle recordó algo que le había dicho Jisung, algo que había quedado en el aire, como si hubiera estado anticipando algo que ni siquiera él podía comprender completamente.
Regresó a la fiesta, su mente centrada en las palabras de Jisung. No podía quitarse la idea de que algo más grande se estaba cociendo detrás de las sonrisas y las luces brillantes. Algo relacionado con ellos, con lo que sabían y lo que aún no entendían del todo.
En el bosque, mientras tanto, la calma seguía en su lugar, pero algo había cambiado. JaeMin y JeNo, abrazados entre sí, sentían como si por fin pudieran respirar, como si el peso de la noche anterior hubiera quedado atrás. Pero en sus corazones, algo, como una pequeña chispa, empezaba a arder. El viento seguía soplando, moviendo las ramas de los árboles que los rodeaban, pero dentro de ellos, dentro de su pequeña burbuja de tranquilidad, una sensación de inseguridad comenzó a formarse, sutil, casi imperceptible.
JeNo no sabía qué era, pero la presencia de la Dama, aunque distante, lo acechaba de manera silenciosa. Sabía que la mujer que los había perseguido, que había marcado sus vidas con una cruel maldad, no iba a dejarles en paz tan fácilmente. Y aunque ellos, en su amor y en su libertad, se habían sumido en un estado de aparente calma, él sabía que nada era definitivo, que la oscuridad siempre regresaba, tan sigilosa como la marea.
"Tal vez no vuelva," pensó JeNo, pero incluso mientras se decía esas palabras, una parte de él sabía que el destino de la Dama aún no había terminado con ellos. Y la pregunta que siempre había flotado en su mente, como un fantasma sin respuesta, regresaba: ¿Quién podría reemplazarla en la oscuridad que ella había dejado?
La respuesta llegó en forma de recuerdos no tan lejanos. Aquellos ojos oscuros, esa presencia que ya no podía escapar, esa sensación de que alguien estaba observando, acechando. Y de repente, como un rayo, JeNo comprendió: la Dama había sido solo el principio. La criatura que ella había engendrado, la pieza que ella había movido en su tablero, tal vez podría ser más peligrosa que él mismo. Una nueva sombra había llegado, y esta vez, ni JaeMin ni él estaban preparados para lo que podría significar.
El aire alrededor de ellos se volvió pesado, y JaeMin lo sintió también, esa opresión en el pecho que no podía entender. Como si todo estuviera a punto de desmoronarse, como si la frágil paz que habían alcanzado estuviera a punto de ser desmantelada.
Y entonces, mientras el sol empezaba a asomar tímidamente entre las ramas de los árboles, un susurro lejano pareció recorrer el aire. La Dama no había desaparecido. Ella estaba allá afuera, observándolos desde las sombras, dispuesta a devolverles el caos. Pero, como si todo se hubiera orquestado desde las entrañas mismas del bosque, JeNo y JaeMin nunca podrían saber si todo lo que había sido una promesa de libertad no era más que un espejismo.
De repente, las palabras de Chenle volvieron a su mente:
—Tal vez no se fue. Tal vez nunca se fue.
Y el amanecer, que parecía haberles ofrecido un nuevo comienzo, dejó al descubierto una verdad aterradora: aunque todo parecía bien, todo seguía al borde del precipicio, esperando a ser reclamado por aquello que nunca se había ido.
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