
Capitulo 50
Lou estaba sentado frente a Negan en la mesa del comedor, empujando su comida con el tenedor sin siquiera probar bocado. Negan, por su parte, bebía de un vaso con calma, aunque sus ojos no dejaban de observar a su hijo con esa intensidad característica. Lou finalmente dejó el tenedor y levantó la mirada.
— Quiero irme de aquí, — dijo Lou, su voz firme pero cargada de emoción. — Quiero irme con Daryl.
Negan se detuvo un instante, luego dejó el vaso con cuidado sobre la mesa. Se inclinó hacia atrás en la silla, cruzando los brazos sobre su pecho, como si estuviera evaluando la situación.
— ¿Irte? — repitió, con un tono de burla mezclado con incredulidad. — ¿Y a dónde irías, Lou? ¿A otro estado? ¿Otro país? Déjame ahorrarte el tiempo: incluso si cruzas océanos, mi furia te alcanzaría. ¿Quieres que te lo dibuje o lo entiendes?
Lou apretó los puños sobre la mesa.
— No puedes mantenernos aquí para siempre, Negan. Si no me dejas ir, escaparé con él.
Negan se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
— ¿Escapar? Lou, déjame ser claro. A mí no me importa si Daryl se escapa, si se quiebra la cabeza en el intento o si decide pudrirse en esa celda. Lo que sí me importa es que tú eres mi hijo. Y no pienso dejarte ir. No otra vez.
Lou sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras, pero no dejó que su voz temblara.
— No puedes retenerme aquí como si fuera tu prisionero. Pensé que querías arreglar las cosas conmigo, ¿pero así es como lo haces?
Negan esbozó una sonrisa amarga.
— ¿Prisionero? No seas dramático. Puedes hacer lo que te dé la gana aquí, Lou. Puedes pasearte por el santuario como si fueras el maldito dueño. Si te aburres, puedes matar a mis hombres si quieres; algunos son más prescindibles que otros. Pero lo que no vas a hacer es salir de aquí. No te voy a perder de nuevo. Eso sí que no.
Lou lo miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de rabia y frustración. Se levantó de la mesa bruscamente, empujando la silla hacia atrás con fuerza.
— ¿Sabes? Me diste libertad para moverme aquí dentro, pero eso no significa nada. Porque, al final, soy tan prisionero como Daryl.
Negan no respondió de inmediato. Solo lo vio alejarse de la mesa, su figura rígida y sus pasos firmes resonando en el comedor. Negan dejó escapar un suspiro, tomó su vaso y lo bebió de un trago. Las cosas no estaban saliendo como esperaba. Lou podía tener todo lo que quisiera en el santuario, excepto una cosa: su libertad. Y sabía que eso lo estaba destrozando.
Negan caminaba por los pasillos del santuario con la mente ocupada, un plan de disculpas formulado en su cabeza. Sabía que había cometido errores, y aunque la idea de disculparse no le era fácil, entendía que debía hacerlo. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que su hijo dejara de sentir ese vacío que él mismo había causado.
Al pasar cerca de la puerta de la habitación de Lou, una suave vibración en el aire le llamó la atención. Se detuvo, frunciendo el ceño, al escuchar algo que nunca quiso oír: sollozos. El sonido de su hijo llorando.
Con un nudo en el estómago y el corazón acelerado, Negan empujó la puerta de la habitación de Lou sin pensarlo dos veces. Cuando la puerta se abrió, el rostro de Lou, empapado en lágrimas, se encontró con el de su padre. Lou no dijo nada, pero la angustia en sus ojos era evidente, y el dolor que sentía lo atravesaba como una flecha.
Negan se quedó allí, paralizado por un instante, su mente en blanco. Lo único que pudo hacer fue acercarse rápidamente a su hijo y, sin decir palabra alguna, rodearlo con sus brazos. Lou se tensó al principio, pero el abrazo de Negan fue tan firme, tan lleno de desesperación y cariño, que Lou no pudo evitar romperse aún más.
— Lo siento... lo siento mucho, Lou, — susurró Negan, su voz quebrada por el dolor de ver a su hijo así. No necesitaba decir más; las palabras no podían aliviar lo que había hecho, pero las sentía salir de su pecho como un suspiro de arrepentimiento. — No quería... No quería hacerte daño. No quería que te sintieras así.
Lou, entre sollozos, se aferró a él con fuerza, como si el mundo entero estuviera colapsando a su alrededor. Negan apretó a su hijo contra su pecho, sintiendo cómo las lágrimas empapaban su ropa, pero no le importó. No había nada que quisiera más que hacer que darle ese consuelo, ese amor que nunca debió haberle faltado.
— Te amo, Lou. Eres mi hijo, y siempre lo serás. No me importa lo que pase, siempre estaré aquí para ti, — dijo Negan, su voz temblando, mostrando una vulnerabilidad que solo un padre podía sentir por su hijo.
Lou, aún llorando, asintió lentamente. No podía entender cómo su padre había llegado a este punto, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió un rayo de esperanza. Aunque las heridas no sanaran de inmediato, aunque las cosas no fueran fáciles, tal vez había un camino para sanar lo que había estado roto entre ellos.
El abrazo duró varios minutos, hasta que los sollozos de Lou se fueron apagando lentamente. Finalmente, Negan se separó un poco, miró a su hijo a los ojos y, con una sonrisa triste, le acarició el cabello.
— Lo que pasa entre nosotros, Lou... lo vamos a arreglar. No te voy a perder otra vez. Lo prometo.
Lou lo miró, con los ojos todavía brillantes por las lágrimas, y por primera vez, algo cambió. En su corazón, aunque el dolor seguía ahí, también había algo de consuelo. Un rayo de luz en medio de la oscuridad.
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