
Capitulo 32
El grupo avanzaba en un silencio pesado, cada paso resonando sobre el asfalto desgastado como un eco de su agotamiento colectivo. Nadie se atrevía a hablar, como si las palabras fueran un lujo que no podían permitirse. El dolor por las pérdidas recientes —Beth, Tyreese, y tantas otras antes de ellos— pendía sobre todos como una sombra implacable.
Lou caminaba al final del grupo, con los ojos bajos, sus pensamientos atrapados en un torbellino de recuerdos y arrepentimientos. Había adoptado un aire más serio y distante desde hacía días, evitando las miradas y la compañía de los demás. Su rostro, marcado por el cansancio y la tristeza, parecía casi desconocido para quienes lo habían conocido antes del apocalipsis.
Daryl estaba unos pasos por delante de Lou, su ballesta colgando a un lado y su mirada fija en el camino. Cada tanto, giraba ligeramente la cabeza para asegurarse de que Lou seguía allí, pero nunca decía nada. Era como si también estuviera atrapado en su propio abismo, luchando contra la culpa y el vacío.
Maggie y Sasha iban al frente, ambas inmersas en su propio dolor. Maggie mantenía una mano cerca de su estómago, como si intentara contener algo roto dentro de ella, mientras Sasha caminaba con el rifle colgando de un hombro, su mirada perdida en el horizonte.
Rick, en el centro del grupo, llevaba a Judith en sus brazos. Su expresión era tensa, sus ojos oscuros por las noches sin dormir, pero su postura rígida dejaba en claro que seguía adelante por su hija y por todos ellos.
Cuando finalmente llegaron a una sección del camino cubierta por árboles, Rick levantó una mano para indicar que se detuvieran. Sin decir una palabra, el grupo comenzó a instalarse para pasar la noche. Los movimientos eran automáticos, como si la rutina de sobrevivir fuera lo único que los mantenía unidos.
Lou se sentó en una roca, alejándose un poco del resto, y miró el suelo. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros. Pensaba en Hershel, en Beth, en las cosas que había hecho para sobrevivir y en lo que eso le estaba haciendo por dentro. No sentía tristeza, ni enojo, ni siquiera miedo. Solo un vacío que lo consumía lentamente.
Daryl encendió una pequeña fogata con manos firmes, pero su expresión traicionaba el peso que cargaba. No miró a nadie, ni siquiera a Lou, aunque sabía exactamente dónde estaba. En su mente, repasaba cada momento desde que Beth había muerto, preguntándose qué podía haber hecho diferente.
Nadie habló. El silencio solo se rompía por el crujir de las llamas y el suave susurro del viento entre los árboles. Era una noche fría, tanto por el clima como por el desánimo que envolvía al grupo. La esperanza, al parecer, era un lujo que ninguno podía permitirse.
Lou observó a Maggie mientras caminaba unos pasos adelante, su rostro marcado por la tristeza que aún flotaba sobre todos ellos, esa niebla de duelo que parecía inquebrantable. La falta de energía de Maggie era evidente; sus hombros caídos y la forma en que sus ojos no dejaban de buscar algo, tal vez respuestas o consuelo, no pasaban desapercibidos para Lou. Era imposible no sentir la magnitud de lo que había perdido, lo que todos habían perdido.
Después de un momento, Lou se acercó a ella, su paso lento pero firme. No sabía cómo empezar, pero las palabras salieron de su boca antes de que pudiera evitarlo.
— Maggie, sé lo que estás sintiendo... entiendo lo que debes estar pasando, perder a tu familia, a todos los que amamos. — Su voz era baja, pero llena de una tristeza genuina, sincera.
Maggie lo miró, pero en sus ojos no había comprensión, solo rabia contenida. La respuesta de Maggie salió como un golpe, más dura de lo que Lou había anticipado.
— No, no sabes lo que siento — respondió con voz áspera, casi hiriente —. Tus padres están muertos. Tú no tienes familia. No tienes idea de lo que se siente. Tú no sabes lo que es perder a tu familia, porque no tienes a nadie.
Las palabras de Maggie lo atravesaron como un puñal. Lou se quedó en silencio por un instante, la amargura de su dolor creciente, el peso de su propio vacío resonando en cada palabra que Maggie acababa de decir. Sintió que su corazón se hundía, pero no dijo nada. Las palabras seguían en el aire, flotando entre ellos.
La mirada de Lou se tornó fría, sus ojos no podían ocultar la decepción que sentía. No por lo que Maggie había dicho, sino por lo que él mismo no había logrado transmitir. Ella estaba tan atrapada en su propio dolor, tan atrapada en la pérdida de su familia, que no podía ver que Lou, de alguna manera, había perdido también.
Con un suspiro pesado, Lou dio la vuelta sin decir una palabra más. Sus pasos fueron silenciosos y firmes mientras se adentraba en el bosque. No sabía a dónde iba, ni qué buscaba exactamente, pero sentía que no podía estar ahí, rodeado de gente que no comprendía lo que él llevaba dentro.
Daryl había estado caminando sin rumbo por el campamento, su mente atormentada por tantas pérdidas, pero había algo más que lo inquietaba: la ausencia de Lou. No lo había visto desde la conversación con Maggie, y aunque todos estaban sumidos en su propio dolor, Daryl no podía evitar preocuparse por él. Había algo en Lou que había cambiado, una tristeza más profunda, un peso invisible que lo había arrastrado a la soledad.
Sabía que Lou no era de hablar mucho, pero algo en su actitud le decía que necesitaba a alguien, que no podía estar solo en ese momento. Sin decirle nada a los demás, Daryl se adentró en el bosque, su ballesta colgando de su espalda mientras caminaba en silencio, buscando una pista de su paradero.
No pasó mucho tiempo antes de que lo encontrara. Lou estaba sentado en el suelo, apoyado contra un tronco caído, con las manos cubriéndose el rostro mientras las lágrimas caían sin control. El sonido de su sollozo quebró el corazón de Daryl. Nunca lo había visto así, tan vulnerable. Siempre había sido fuerte, pero ahora parecía simplemente... roto.
Daryl se detuvo en seco, sin saber qué hacer al principio. Verlo así, destrozado, le dolía más de lo que esperaba. Sin decir nada, simplemente se acercó a él y se sentó en el suelo a su lado. No necesitaba palabras. Lou ya sabía lo que significaba su presencia.
Lou, al sentir la cercanía de Daryl, levantó la cabeza lentamente, como si fuera un esfuerzo. Sus ojos estaban hinchados, su rostro enrojecido por las lágrimas. Cuando lo vio a su lado, no pudo evitar lanzarse hacia él, abrazándolo con fuerza, como si aferrarse a Daryl fuera la única manera de encontrar algo de paz en medio del caos.
Daryl no dijo nada. Solo lo abrazó de vuelta, envolviendo sus brazos alrededor de Lou con suavidad, pero con una fuerza que transmitía todo lo que no podía poner en palabras. No necesitaba explicar nada, ni decir que también lo extrañaba, que también sentía la misma desesperación por todo lo perdido. Estaba ahí, con él, porque lo necesitaba. Y Lou lo sabía.
Se quedaron allí, en el silencio de la oscuridad del bosque, solo el sonido de sus respiraciones y el ocasional crujir de las hojas bajo los pies de los caminantes. Lou se fue calmando poco a poco, sus sollozos disminuyendo hasta convertirse en leves suspiros. Cuando por fin se separaron, Daryl le limpió las lágrimas de su rostro con la palma de su mano, mirándolo con una ternura que rara vez mostraba.
— No estás solo, Lou. No lo vas a estar, ¿me entiendes? — dijo en voz baja, su tono firme pero lleno de cuidado.
Lou asintió lentamente, su mirada fija en Daryl, y por un breve momento, entre todo el dolor que llevaban, pudo encontrar algo de consuelo en la presencia de ese hombre, su refugio, su compañero.
El campamento estaba en silencio, el aire frío de la tarde había caído sobre el grupo mientras se tomaban un merecido descanso. La tensión de los días pasados había dejado a todos exhaustos, tanto física como emocionalmente. Cada uno procesaba a su manera las pérdidas que habían sufrido, la incertidumbre del futuro y el agotamiento de un viaje sin fin.
De repente, un ruido quebró la quietud del momento. Unos gruñidos, seguidos por el sonido de ramas rompiéndose, anunciaron la llegada de una jauría de perros salvajes. Con rapidez, Sasha y los demás tomaron sus posiciones, y en cuestión de segundos, los perros fueron eliminados, cayendo uno por uno bajo los disparos precisos y los movimientos ágiles de los sobrevivientes. No hubo mucho tiempo para pensar en ellos como más que simples amenazas, y antes de que alguien pudiera procesar la muerte de los animales, los cuerpos fueron arrastrados y puestos al fuego.
Lou se encontraba junto a los demás, pero a diferencia de los demás, que parecían aliviados por la comida que ahora tenían, él no podía dejar de sentir una extraña mezcla de culpa y tristeza. Mientras el grupo comenzaba a comer, Lou miró los trozos de carne cocinándose sobre las llamas, la fragancia de la comida caliente flotando en el aire, pero no podía apartar los ojos de los perros muertos. Los animales, a pesar de haber sido una amenaza, habían sido seres vivos, y la idea de que ahora se convertirían en alimento lo desconcertaba.
Siguió mirando su trozo de carne mientras los demás comían sin mucho reparo, el hambre superando cualquier duda moral. Pero Lou no pudo evitar sentir una punzada en su pecho. Con cada bocado, sentía una mezcla de repulsión y compasión. Se sentó más erguido, con la mirada fija en la comida, pero su estómago ya no podía disfrutar de la carne. En su mente, se repetía la imagen de los perros, mirando a los hombres que los habían matado y luego los habían despojado de su vida para convertirlos en comida.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y sin darse cuenta, una de ellas cayó sobre la carne que tenía en las manos. Glenn, que lo observaba desde su lado, notó el cambio en su expresión y la tristeza que lo envolvía. No dijo nada al principio, pero vio cómo Lou apartaba la mirada, como si intentara ignorar el nudo que se formaba en su garganta.
Finalmente, Glenn, sintiendo la necesidad de hacer algo para reconfortarlo, le dio una palmada en la espalda con suavidad.
— Es duro, lo sé — dijo Glenn en voz baja, su tono comprensivo. No esperaba que Lou le respondiera, pero la palmada en la espalda era una forma de mostrarle que no estaba solo en ese sentimiento.
Lou se giró hacia él, apenas levantando la mirada, pero la expresión en su rostro mostraba todo lo que no podía expresar en palabras. Agradeció el gesto, aunque no supiera cómo decirlo.
— No debimos... — murmuró Lou, la voz quebrada.
Glenn asintió, entendiendo sin necesidad de más explicaciones. No era fácil sobrevivir en este mundo donde las líneas entre lo que era correcto y lo que era necesario a menudo se desdibujaban.
— Lo sé, Lou. A veces hacemos lo que tenemos que hacer para seguir adelante. Pero eso no significa que no sintamos el peso de cada decisión — dijo Glenn, sus ojos llenos de comprensión.
Lou asintió, aunque aún no podía deshacerse de la sensación de culpa que lo atormentaba. La tristeza en sus ojos era palpable, y por un momento, el campamento parecía estar envuelto en un pesado silencio, todos los demás ocupados en su comida, pero él, perdido en sus pensamientos, luchaba por encontrar algo de paz en medio de todo.
Pero al menos, no estaba solo. Y por esa pequeña gracia, se sintió algo aliviado.
El viento azotaba el granero con fuerza, haciendo crujir la madera que lo sostenía. La tormenta afuera era feroz, la lluvia golpeaba con fuerza el techo metálico, y los truenos retumbaban en la distancia, acompañados de destellos de luz que iluminaban brevemente el interior del granero. El refugio era acogedor en comparación con el caos del exterior, y algunos del grupo ya se habían acomodado cerca de la fogata improvisada para intentar descansar y recargar fuerzas.
Pero Lou no podía relajarse. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente seguía corriendo a mil por hora. La sensación de pérdida y la ansiedad por lo que había sucedido con Beth, el constante temor por Daryl, las preguntas sobre lo que les esperaba a continuación, todo eso lo mantenía despierto. Se sentaba en una esquina apartada, alejado del calor de la fogata y de los demás, observando la lluvia que azotaba las ventanas del granero.
Daryl, por otro lado, se había fijado en Lou desde hacía rato. Sabía cómo era Lou en momentos de angustia, cómo solía alejarse cuando las emociones lo sobrepasaban. Pero también sabía que Lou no podía estar solo en esos momentos, que aunque no lo dijera, necesitaba compañía. Así que, con paso tranquilo, se acercó a él, notando que Lou apenas levantó la cabeza al sentir su presencia.
— Lou — dijo Daryl con voz baja, para no interrumpir el descanso de los demás —. ¿Por qué no te acuestas a descansar? La tormenta no va a ir a ningún lado, y mañana será otro día largo.
Lou levantó la mirada lentamente, sus ojos cansados pero llenos de esa tristeza que no se podía disimular. No dijo nada al principio, solo dio un leve suspiro y volvió a mirar hacia la tormenta.
— No tengo sueño — respondió con voz cansada, sin mucha emoción —. Además, no me siento cómodo estando cerca de la fogata. No estoy de humor para eso.
Daryl asintió, entendiendo más de lo que Lou decía de lo que él quería admitir. Daryl también sentía la presión de todo lo que habían vivido, la constante tensión en el aire, la pérdida, la incertidumbre. Pero al ver a Lou tan apartado, algo en su interior le dijo que debía hacer algo al respecto. No podía dejar que se hundiera más de lo que ya lo estaba.
— ¿Qué tal si te quedas aquí conmigo, entonces? —Daryl ofreció en voz baja, tomando asiento cerca de Lou, pero sin invadir su espacio. No buscaba forzarlo a hablar o a ser el centro de atención, solo quería estar cerca de él, darle un respiro de la soledad que parecía envolverlo.
Lou le echó una mirada breve antes de mirar nuevamente al frente. Sus palabras fueron un susurro, como si las palabras fueran demasiado pesadas para decirlas en voz alta.
— No es que quiera estar solo... Es solo que siento que si me acuesto a dormir, todo lo que ha pasado, todo lo que hemos perdido... Me va a atrapar. Y no sé si voy a poder despertar sin seguir pensando en ello.
Daryl no respondió de inmediato. En su lugar, se quedó quieto, observando a Lou con una mirada llena de comprensión, sin juzgar. Sabía lo que era estar atrapado en los pensamientos oscuros, sabiendo que el dolor de las pérdidas era algo que no se podía quitar fácilmente. Lo entendía más de lo que Lou podría imaginar.
— A veces, lo mejor que podemos hacer es simplemente descansar — respondió Daryl, en un tono tranquilo, casi como si estuviera hablando consigo mismo más que con Lou —. El mundo sigue ahí cuando despertamos, no se va a escapar. Pero nuestros cuerpos... nuestros cuerpos necesitan un respiro. Y no vas a poder ayudar a nadie si no descansas, ni a ti mismo.
Lou miró a Daryl, con una mezcla de gratitud y frustración en los ojos. Sabía que tenía razón, pero el peso de todo lo que llevaban consigo aún era demasiado grande.
— Lo sé — respondió finalmente, con un suspiro —. Pero a veces no sé si descansar es lo que necesito... o si lo que necesito es dejar de pensar en todo esto.
Daryl no forzó una respuesta. Sabía que Lou necesitaba tiempo. No era un problema que se resolviera con palabras, pero al menos tenía claro que no estaba solo. Y, aunque no lo dijera en voz alta, Daryl estaba allí, dispuesto a escuchar o simplemente a quedarse en silencio si eso era lo que Lou necesitaba.
Finalmente, Lou se recostó un poco, pero seguía mirando hacia la tormenta, pensativo. Daryl, por su parte, se quedó en silencio a su lado, sin insistir más. Ambos sabían que el cansancio físico los alcanzaría tarde o temprano, y cuando lo hiciera, no importaba cuán difíciles fueran los pensamientos en sus cabezas. Ambos sabían que, en esos momentos de oscuridad, al menos se tenían el uno al otro.
Daryl observó en silencio a Lou mientras este se mantenía encorvado, con la mirada fija en la tormenta. Al ver su postura, una sensación de preocupación se apoderó de él. Era evidente que Lou no estaba bien, que no era solo el cansancio físico lo que lo tenía tan distante, sino algo más profundo, algo que lo mantenía apartado de todo y todos.
Sin decir nada, Daryl extendió su mano y la posó sobre la de Lou, sintiendo la fría temperatura de su piel al contacto. El frío era intenso, mucho más de lo que debería ser, incluso considerando la tormenta afuera. La mano de Lou temblaba ligeramente, y eso solo aumentó la preocupación de Daryl.
— Lou... — su voz era suave, pero cargada de esa urgencia silenciosa que solo él podía entender —. Estás demasiado frío. No puedes quedarte aquí así. Tienes que moverte, calentar algo, o no vas a poder descansar.
Lou no respondió de inmediato, su cuerpo tenso como si hubiera estado esperando que alguien le dijera lo que necesitaba escuchar, pero aun así no quería ceder. Daryl, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar que se quedara allí, alejado del calor y la seguridad que el grupo había encontrado, aunque fuera por un momento.
— Vamos, — insistió Daryl con firmeza, mientras tomaba suavemente la mano de Lou y lo levantaba. Sabía que Lou no tenía muchas fuerzas en ese momento, y que estaba luchando contra más que solo el cansancio. Pero no podía quedarse allí, aislado, sintiendo ese frío que parecía calar hasta los huesos.
Lou dudó, sus ojos permanecieron en el suelo, y por un segundo Daryl pensó que no lo seguiría. Pero finalmente, Lou dejó que Daryl lo guiara hacia la fogata. Los otros ya estaban en silencio, algunos dormían, otros simplemente observaban el fuego, pero todos lo notaron cuando Lou se acercó, su postura caída y su rostro más agotado que nunca.
Daryl lo sentó cerca de la fogata y, sin dudar, le pasó una manta para envolverlo un poco, buscando cubrirlo del frío que lo envolvía. Lou permaneció en silencio, mirando las llamas sin decir una palabra, pero la cercanía del calor y el gesto de Daryl comenzaron a calmarlo, aunque su mente seguía trabajando a mil por hora.
— Ahí estás — dijo Daryl, sentándose a su lado y mirándolo de reojo —. Necesitas descansar. Todos necesitamos descansar. Lo harás... ¿verdad?
Lou apenas asintió, aunque sus ojos seguían perdidos en las llamas, como si algo dentro de él aún no pudiera dejar ir lo que lo estaba atormentando. A pesar de estar cerca del fuego, aún sentía una frialdad interna que no lograba disiparse. Pero la presencia de Daryl a su lado le daba algo de consuelo, algo de fuerza.
Daryl le dio un leve apretón en el hombro, un gesto simple pero cargado de apoyo, como una pequeña promesa de que no tendría que enfrentar todo esto solo. No lo dejaría. No mientras aún quedara algo de luz en este mundo oscuro.
— Descansa, Lou. Estoy aquí para ti — susurró Daryl, sabiendo que no importaba cuántas veces lo dijera, Lou probablemente no lo escucharía completamente en ese momento. Pero lo decía porque lo sentía, porque sabía que en esa pequeña fragilidad que ahora mostraba Lou, ambos necesitaban apoyarse mutuamente.
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