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XVII

𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨

    Al salir por las calles, caminando a penas unos cuantos pasos, todavía se llegó a escuchar dentro de la casa de las Dhollen un grito bastante enojado, y como alguien parecía romper con todas sus fuerzas una vasija a propósito.

    Aquello provocó que el anciano voltee, y que camine junto a Lauren un poco más rápido. Su casa, estaba relativamente un poco más alejada de la manzana, pero podían llegar caminando. Tenía la maleta de Lauren y se había negado rotundamente a que ella la cargue.

    Por la calle, gente se había asomado, porque habían visto la visita del Duque y querían saber que era lo que había pasado, y con el grito que se había escuchado dentro de la casa después de que se había visto a la muchacha salir en compañía del Bibliotecario y un par de guardias, todo empezó a conectar en la mente de las personas curiosas.

    —Gente chismosa no falta. —Susurró Vladimir Gees para sí mismo mientras aún seguían caminando.

[•••]

    Su paso era algo apresurado, y el viejo Bibliotecario tenía mucha curiosidad a cerca de que le había dicho Ivonne Dhollen como forma de despedida, pero no preguntó nada, no era el momento y probablemente no se lo iba a contar de todas maneras.

    La muchacha todavía tenía que asimilar lo que había pasado, ya que después de haber salido de la casa, parecía haber volver entrado en el mismo estado en el que estaba en el momento de la noticia. Era cierto, que minutos antes de salir parecía haber reaccionado un poco, pero solamente había sido para lo más esencial, y para al menos poder entablar esa conversación que había tenido con la mayor de las hermanas.

    Y además por lo rápido que habían salido el anciano Bibliotecario se había puesto tan nervioso que en ese momento se había olvidado de todo.

    Pero ya la había sacado. Ya había hecho todo lo que quería hacer aliviando el gran peso que cargaba en su corazón. Después de haber soportado ver las malas condiciones en la que habían tratado a la muchacha a través de los años, al fin pudo respirar tranquilo.

    Al estar caminando por las calles, pasaron delante de la Biblioteca, la cual el anciano había dejado a cargo de Gerard mientras él se tomaba toda la tarde y hasta el día siguiente para asegurarse que todo salga como lo había planeado.

    Aún así en la puerta de la Biblioteca estaba parado Gerard Minsky que había estado esperando para ver como había ido todo, y en el momento que pudo presenciar al hombre y a la muchacha con los guardias, pasando por la biblioteca, el alma le regresó al cuerpo. Una inmensa felicidad y tranquilidad llenó su corazón, pegó un salto de alegría, y miró al cielo con una sonrisa.

    No hubo tiempo para saludos, pero tampoco  hubo ningún problema con eso.

[•••]

    El camino continuó, hasta que después de varios minutos al fin se podía ver la casa mucho más cerca. Era inmensa, preciosa, digna de un hombre de su clase.

    Todo en Lauren todavía seguía en su mayoría en blanco, había vuelto a quedarse en esa reacción corporal que se llegaba a tener con los momentos de gran impacto, y eso era totalmente comprensible, iba a tardar unas cuantas horas en empezar a asimilarlo de manera correcta, era bastante normal que parezca que simplemente su cuerpo trabajaba en automático, porque de hecho así estaba.

    Llegaron a la puerta, el hombre dejó la maleta de la muchacha unos minutos en el suelo, para poder sacar su gran llave y abrir la puerta de su casa. Lo hizo bastante rápido, haciendo que la muchacha pase primero, y pasando él después, volviendo a llevar la maleta.

    Al ya estar dentro de la casa, se procedió a despedir a los guardias, con bastante agradecimiento por su protección y compañía. Con una última reverencia, fue la despedida, con los guardias dando la vuelta y volviendo a palacio, su lugar de trabajo, en su típico y marcial paso.

[•••]

    Se cerró la puerta, y en ese momento las dos sirvientas y mayordomo que trabajaban en casa del anciano salieron inmediatamente a recibir a su patrón, que ya había contado su plan, pidiendo que alisten la habitación de huéspedes desde días antes.

    Fue un recibimiento algo abrumador, el mayordomo tomó la maleta de la muchacha de las manos del anciano, para llevarla a la gran habitación de huéspedes dentro de la casa. Las dos sirvientas que ya parecían ser adultas, se preocuparon por cómo se encontraba la muchacha, mientras una corría a la cocina a traerle un vaso de agua, y la otra le tomaba la temperatura con la mano por precaución, notando así que se le había bajado.

    El anciano ordenó que la lleven inmediatamente a la habitación de huéspedes, y que por el momento se abstengan de hacerle preguntas, porque necesitaba un tiempo a solas para poder asimilar de manera más tranquila lo que había pasado. La sirvienta que fue por el vaso de agua, entonces prefirió ir a dejar el vaso en la habitación de huéspedes.

    El anciano a pesar de sus órdenes, también decidió acompañar a la muchacha a la habitación de los huéspedes. La sirvienta que se estaba encargando principalmente de hacerlo, hablaba dulcemente con la muchacha, con palabras suavemente tranquilizadoras, para al menos poder hacer que deje de contener el aire de tanto en tanto.

[•••]

    La habitación de los huéspedes también era inmensa, teniendo incluso su propio baño, y grandes ventanas con hermosas cortinas para la llegada de la luz. El mayordomo ya había puesto la maleta encima de la cama, y se había retirado del lugar. Así mismo con la otra sirvienta que dejó el vaso de agua en la mesa de noche del lugar.

    Dejaron a Lauren entrar, y se aseguraron de que se siente en la cama, después de eso, y que también tome el agua. Sus manos estaban heladas, y la punta de sus dedos parecían hielo mismo.

    —Volveré en unas horas, por si necesitas hablar. —Habló el anciano, retirándose junto a la sirvienta, y cerrando la puerta al salir. Para dejarla sola.

[•••]

    El sonido de la puerta fue entonces lo que funcionó para que todos los efectos del impacto de la noticia, aparezcan. propiamente.

    Sentada al borde de la cama en la habitación de huéspedes todo le cayó de golpe. Desde el momento que el duque había llegado, hasta el momento en el que había salido de la casa.

    Empezó a volver a estar consciente sobre todo a su alrededor, sobre el lugar en el que ahora estaba, y el lugar al que iría. Su mente recobró total lucidez y todos los recientes recuerdos de lo que había pasado atacaron su mente al mismo tiempo en un tiempo sumamente corto.

     Ya no estaba en la casa, ni con las Dhollen, no volvería a verlas. Todos los años que había vivido derrotada, habían dado un giro extremadamente drástico. Su vida había dado un vuelco a penas en un instante.

    Vladimir Gees no sólo había planeado una simple salida, eso había sido lo más cercano a un rescate. La había salvado, y no podía ni siquiera caber en su mente el gran agradecimiento y deuda que ahora tenía con el hombre. Cualquier agradecimiento nunca sería suficiente, por como se había encontrado no había podido ni dirigirle palabra, le debía la vida. Se la iba a deber siempre, sin él nada de eso hubiera pasado. Ella no le había dicho nada, pero él al enterarse solamente una pequeña parte y todavía incompleta había decidido tomar el riesgo de actuar de una vez, y lo había hecho. Pensó en todo, lo planeó todo con detalle, con la única motivación de ayudarla. Quién sabe hace cuánto lo había estado planeando.

    Había hecho tanto por ella, siempre la había estimado tanto, que a veces dudaba poder merecer tal aprecio. La muchacha sentía lo mismo, y a pesar de que todo estaba bajo control y perfectamente pensado, seguía teniendo mucho miedo de que algo pudiera pasarle, de que las Dhollen quieran hacerle algo.

    Durante 10 años había vivido en una casa en la que no había recibido nada más que maltrato. Había estado atada a una casa, donde le habían quitado todo, le habían impedido todo, y se habían encargado de destruirla. El miedo siempre había sido parte de su vida, era lo que le había ayudado a estar más alerta, a actuar con astucia. No podía dejar de sentirlo de un día para otro, por más de que ahora no tenga por qué sentirlo.

    Por fin había salido, no volvería a verlas, no recibiría sus insultos ni sus humillaciones, y a pesar que esa fue la casa donde su querida madre había crecido, no iba a volver jamás.

    Pero así como Vladimir Gees había logrado sacarla por sus influencias, las Dhollen todavía podían seguir ejecutando varias de sus estrategias. La repentina y sensible conversación que surgió en la cocina, fue totalmente real e iba en serio. Lauren, tenía que seguir guardando silencio, en torno al secreto de la familia más que todo. Y lo iba a hacer sin dudarlo y sin problema alguno, no iba a ponerse en peligro total de nuevo justo cuando se había librado parcialmente del mismo, y como se lo había dicho a la señora, no iba a humillarse al decirlo, porque le daba asco y le daba mucha vergüenza. Ella tampoco quería que absolutamente nadie se entere. No iba a dejar que eso pase.

    No se dio cuenta que se había recostado en la cama, mirando al techo. La incomodidad en su espalda, pasaba a segundo plano por todo lo que estaba pensando, asimilando.

    Habían pasado varias horas, en las que se había quedando pensando en todo, asimilando poco a poco la realidad de lo que acababa de pasar, todo se había oscurecido, y de repente ya era de noche. Y ella seguía ahí, mirando al techo con las manos reposando en su estómago. Todo aquello había pasado en poco tiempo, le costaba asimilar esa parte. Su cuerpo ya estaba respirando tranquilamente, y para ella las horas habían pasado demasiado rápido.

    Todo era real, y era cierto. El destino que siempre había creído que le deparaba para la vida, resultó dando un tremendo giro. Ahora no sabía lo que le deparaba, pero estaba segura que era mil veces mejor de lo que ella siempre se había imaginado.

    Iba a poder trabajar en el castillo.

[•••]

    Pasaron incluso varias horas más, seguía siendo de noche. Pero mucho más tarde.

    La muchacha seguía pensando, bastante más tranquila, la luz de la luna pasaba por la ventana de la habitación, y ella recostada, respirando acompasadamente, reposando sus manos en el estómago y mirando al techo.

    De repente, escuchó en la puerta toques, con un ritmo divertido y rítmico.

    La muchacha se levantó, y se dirigió a la puerta, para abrirla rápidamente. Sabiendo quién estaba afuera, al abrirla, el anciano Vladimir Gees estaba en la puerta, sosteniendo una vela encendida transportada en el debido portavelas, su bastón y su adorable pijama de rayas.

    —¿Puedo hablar contigo o todavía necesitas más tiempo? —Habló el anciano amablemente.

[•••]

    Lauren solamente hizo espacio, permitiendo que el hombre pase. El anciano lo hizo, y se dispuso a poner el portavelas en la mesa de noche de la habitación.

    —Sé que mi pijama da risa, pero no te burles. —Rio. —No sabía si debía venir todavía, quise darte bastante tiempo. Este día ha sido bastante agitado, pero espero que ahora todo esté más tranquilo.

    La muchacha tomó un respiro. E inusualmente una gran necesidad de hablar sin parar la inundaron por primera vez

[•••]

    —Señor, no puedo expresar el gran sentimiento de gratitud que llena mi cuerpo en estos momentos, no tengo idea de como he de pagarle. Pero le aseguro que lo haré, no puedo quedarme así después de lo que ha hecho por mi. —Empezó a decir Lauren, ante la gran necesidad que tenía de decirle aquello al hombre.

    No tenía ni idea de como agradecer al hombre sin que suene como solamente poco. Sentía que por más de que hable y hable y haga de todo para al menos poder expresar parte de todo el agradecimiento que estaba sintiendo, simplemente iba a sonar como nada, nunca iba a ser suficiente.

    Nada de lo que diga o haga iba a poder arreglarlo, todo sonaba como poco, como insuficiente. Eso la hacía sentir como si estuviese siendo malagradecida, a pesar de que no lo esté siendo. El nivel de agradecimiento y deuda que sentía tener con el hombre desbordaba todo su cuerpo.

[•••]

    —Ay, no, claro que no. Nada de pagar nada, hija esto yo lo he hecho porque mi corazón lo ha sentido. —Interrumpió el anciano. —No tienes nada que agradecerme nada, soy yo el que ha debido hacer esto incluso hace mucho. Por no actuar impulsivamente, he terminado demorándome mucho tal vez. —Habló el hombre, sentándose con ayuda de su bastón en la cama de la habitación, invitando a la muchacha a sentarse a su lado.

    Lauren avanzó y lo hizo sentándose delicadamente al lado del anciano, ya en silencio.

    —Entiendo, que quieras y sientas que debas agradecerme, porque lo que ha pasado ha sido increíble en todos los sentidos. Pero no estás siendo malagradecida conmigo, hija mía. —Le dijo dulcemente. —Siempre, desde que te conocí te he considerado como una hija más. Eres una de las personas a quien más aprecio en mi vida. Era mi deber protegerte, ayudarte. —Suspiró. —Aún hay muchas cosas que no sé, sobre la verdadera manera en la que has sido tratada en esa casa, o de lo que te ha dicho esa mujer en la cocina esta tarde, cosas que tengo curiosidad de saber, pero que no tienes por qué  contarme, porque no tengo derecho de invadir tu privacidad de esa manera. —La miró hablando sabiamente. —Pero lo que siempre quise decirte, es que yo sé que tu estás hecha para algo muy grande, y que a pesar de que eso se pueda considerar como solamente mis sensibilidades de anciano, algo en mi me dice que tu futuro nunca estuvo donde esas "brujas feas", como diría mi querido Gerard. —Comentó riendo un poco. —Me encuentro sumamente aliviado sabiendo que te irás a un lugar mejor, que desde mañana por fin podré ver a mi querida niña teniendo parte de lo que en realidad merece. Yo te quiero, te quiero muchísimo Lauren, con todo lo que este viejo corazón puede dar y dará hasta el día de mi muerte.

    La muchacha se puso sumamente sensible con las palabras del hombre, quitándole todas esas ganas de hablar que había tenido por primera vez momentos atrás.

    —Yo a usted también lo estimo mucho—Confesó la muchacha notando su voz algo temblorosa.

    El anciano suspiró pesadamente, ante la sensibilidad que había adoptado él también. Limpiándose disimuladamente las lágrimas que habían caído por sus mejillas.

[•••]

    —Bueno, vamos a hablar de algo más bonito. —Cambió de tema sacudiendo un poco la cabeza. —Me alegra mucho ver que te has estabilizado, han pasado muchísimas horas. Hemos llegado aquí a las tres de la tarde y ahora ya está todo oscuro. —Hizo una pausa. —¿Sabes que hora es? —Preguntó divertido, la muchacha negó lentamente. —Van a ser más de las 11:30 de la noche. —dijo, sorprendiendo a la muchacha por la gran cantidad de horas que se había quedado asimilando todo mientras miraba al techo. —Han sido un poco más de ocho horas, pero tranquila que de todos modos no era para menos tampoco. —Rio.


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