
XLVII
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880— 𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
—Que semana más horrible—se quejaba Frizzy, mientras ella y la muchacha volvían a su zona designada, para seguir lavando y limpiando trastes, para esa hora específicamente los que habían quedado del desayuno. —¿Cómo crees que se encuentre Karoma?
Lauren negó preocupada, en señal de que no tenía idea alguna.
—Me da pena sabes.—volvió a hablar Frizzy, con una expresión preocupada—Creo que a cualquier persona. Incluso a nosotras antes de trabajar aquí e incluso antes de conocernos, yo creía que el castillo era el lugar más perfecto del mundo. Que su ambiente de trabajo era precioso y que era el mejor lugar en la tierra. Y lo es en el sentido de su estructura, pero su ambiente es demasiado tenso. Y me da pena, porque nadie se merece estar soportando estas cosas, por más que sea la Reina. Que Dios me perdone, porque sé que expresarme así de algo tan sagrado como su majestad es en realidad una ofensa, pero verdaderamente y personalmente en lo que ha sido mi trato con personas adineradas, jamás he visto a alguien así. —decía en voz sumamente baja—El miércoles el Rey tuvo que tragarse toda su vergüenza y venir a disculparse por las cosas que hace su esposa. Y él no tiene la culpa de haberse casado con ella. Sabía que su matrimonio es arreglado, casi siempre es así, pero al menos en ese tipo de acuerdos ambas personas tratan de llevarse bien en la mayoría de casos, este no es uno. Y me da mucha pena, imagina como están el príncipe y la princesa, sabiendo la historia de sus padres, que se llevan mal, que su matrimonio fue un negocio, y que al menos en el caso del príncipe pasará lo mismo tarde o temprano. Pobre príncipe, con quien lo mandarán a casarse. Pobre princesa, imagina tener una madre así ¿Cómo le dirá "mamá" si quiera?—resopló— Esta semana ha estado de lo peor. Es como si la reina hubiese explotado. No sé que tiene en contra de los sirvientes. Ni siquiera le importó cuando ese chico le dijo que Karoma se desmayó. Y Karoma es la jefa de todos, literalmente todos nosotros, sin ella no funcionamos, y por ende, el castillo tampoco.
Lauren frunció un poco los labios, estando de acuerdo con su compañera, y al mismo tiempo pensando en el estado de Karoma.
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Continuaron con su trabajo, después de un tiempo bastante prudente, habían de recoger los que había quedado. Porque no podían dejarlo en la mesa del comedor central.
Octavio optó porque solo los mayordomos vayan esa vez, por las dudas. Porque la Reina con su mal humor tendía a tratar mucho peor a las sirvientas mujeres que a los varones, y para garantizar que todas estén bien, era mejor mandar a los muchachos.
Así, todas permanecieron en la cocina, y los mayordomos a pesar de su miedo volvieron a subir.
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Quedó mucha comida, y cuando los mayordomos regresaron contaron que felizmente la reina y las dos damas se habían retirado.
No iban a desperdiciar todo lo que había quedado, era bastante comida y no podían echarla a perder. Así, esta se aprovechó para el almuerzo de los sirvientes.
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Algo que para Frizzy fue literalmente lo mejor de su vida, fue que sobraron bastantes panecillos de chocolate. Y cuando los repartieron a los presentes, no podía estar más aliviada, porque al menos algo bueno había pasado. La comida.
Más aún porque estos panecillos solo estaban siendo reservados para los de la cocina, ya que no alcanzarían para los demás. Porque a pesar de haber sobrado, no eran suficientes para la legión de sirvientes que había en palacio.
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Pero, a Lauren no le gustaba el chocolate, ni los dulces en general. Porque se hastiaba muy rápido y muy fácil, los postres no eran lo suyo. Cuando era pequeña tal vez un poco, pero algo hizo que a medida que iba creciendo, deje de tener esa predilección por los postres, dulces, golosinas, y caramelos. Y en vista de que su amiga estaba entusiasmada con aquellos panecillos, le dio el suyo.
Frizzy agradeció y la llenó de preguntas de por qué rayos no le gustaba el chocolate. Lauren encogiéndose de hombros no hacía más que responder que no lo sabía, pero que solo no le gustaba.
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Llegaron los de jardinería, era oficialmente su hora de almuerzo. Todos entraban conversando siempre, pero esa vez entraban más callados que de costumbre.
Y con como estaban las cosas, lo primero que se puso en la mente de las personas era que algo había pasado. Octavia, sin poder con la duda, preguntó.
Lo primero que un jardinero mencionó, fue a la Reina, y todos en la cocina supieron que ya estaba todo mal.
Dijeron que vieron a Karoma, pero que se enteraron de que horas antes se había desmayado, y que al verla todos se aliviaron mucho porque parecía estar mucho mejor. Al parecer la Reina quería hablar con ella y la había citado.
Esa vez, la Reina no había gritado, y sorprendentemente habían conversado al menos alturadamente. Aún así discutían por algo que parecía muy privado, razón por la cual seguro la Reina había sido lo suficientemente inteligente para no andar gritando.
Los jardineros no escucharon la discusión y no querían hacerlo. Pero contaron que vieron a Karoma con los ojos llorosos, con la impotencia en la garganta, y que al final ante la sorpresa de muchos, Karoma la había mandado al infierno con palabras bastante explícitas.
Y lo más sorprendente, que la Reina no hizo nada al respecto, pero que parecía igual de impotente. Todos quedaron sorprendidos por como había actuado Karoma, ya que después se fue bastante rápido, y con la cabeza en alto a pesar de todo.
Al parecer, entre la Reina y la jefa de los sirvientes habían asperezas demasiado fuertes, de las cuales nadie estaba enterado. Tantas habían de ser, que la ama de llaves había podido mandarla al diablo, sin que esta tome una reacción violenta con ella.
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Entonces, durante aquel almuerzo se empezaron las especulaciones del por qué la Reina había estado tan insoportable toda la semana, y por qué la mayoría de desgracias de aquella semana se habían dado en tan espantosa cadena.
Dentro de las teorías y creencias, resaltaban dos. La primera, de que por accidente el domingo pasado el Rey le estaba diciendo y contando algunas cosas a su consejero sin darse cuenta que la Reina escuchaba. Y que al parecer el Rey había mencionado literalmente que la odiaba, que no la soportaba, pero que por su reputación tampoco podían divorciarse. Eso había herido a la Reina, en un nivel tan profundo que su tristeza y coraje duró toda la semana, se desahogó con sus hijos, con su mismo esposo, con Octavia y con cualquiera.
La otra especulación era que desde hace semanas antes, estaba de mal humor, pero que estaba disimulando porque ya había tenido un problema horrible con su esposo por aquel incidente que tuvo con la princesa Ava aquella vez en su habitación. Y que el domingo pasado efectivamente había escuchado al Rey y a su consejero hablando, solo que este en realidad mencionaba cuanto deseaba jamás haberse casado con ella. Que eso la hizo explotar de cuanto estaba conteniéndose y que ahí se desencadenó una maldición que ella misma se decidió en hacer a propósito, para vengarse de su esposo.
También hablaban de la mala suerte que tenían los de la cocina y los de limpieza general, que eran los que en su gran mayoría se ganaban escuchando todas las peleas que habían.
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Lauren no intervenía en la conversación general, pero si escuchaba los temas que estaban tratando. Frizzy se integró un par de veces, pero se mantuvo escuchando la mayoría del tiempo.
De todas formas, por venganza o no. Aquella semana había sido un asco.
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Habían vuelto a cerrar la puerta de la cocina, para hacer del ambiente algo más abrigado.
El constante dolor de cabeza de Lauren se estaba haciendo más tolerable. Seguía irritable y todo, pero trataba de no mostrarlo.
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Frizzy pareció levantar la vista, y miró al reloj. Entonces se emocionó.
—Son 3:45—dijo de repente volteando a ver a Lauren, con gran entusiasmo.
Lauren la miró frunciendo las cejas, sabía a lo que se estaba refiriendo, pero aún faltaba tiempo.
—¿No tienes que encontrarte con el príncipe en algún lugar?—dijo acercándose a susurrar.
La muchacha recordó entonces que no le había contado otros detalles que se habían especificado sobre el encuentro. Supuso que había de decirle de una vez, antes de que en minutos empiecen a pasar cosas.
—No espera, antes de que me respondas—dijo Frizzy mientras se giraba para buscar dentro de la vajilla que estaba limpia. Sacando una cuchara—Ven te voy a doblar las pestañas.
Lauren retrocedió.
—Oye, ya pues. Te vas a ver más bonita, ven—le dijo Frizzy, con la cuchara en su mano—es fácil, con una cuchara es más cómodo. Porque ya van a ser las 4 en cualquier momento y vas a llegar tarde.
Lauren le quiso explicar que tal vez las cosas se den de otra manera, mientras seguía retrocediendo, no era que no quisiera arreglarse un poco, solo que tiempo no había y no quería que la toquen.
Frizzy una vez más, no paraba de hablar insistiéndole y diciendo que ya iba a llegar tarde, que se deje doblar las pestañas, que sería rápido.
Sin remedio, Lauren aceptó, pero dijo que ella misma lo haría, haciéndole recordar a Frizzy que no quería que la toquen. Así, calculando y con Frizzy orientandola para hacerlo bien, lo único que hizo fue doblarse las pestañas.
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Frizzy volvió a mirar el reloj en la cocina. Y pareció alterarse un poco.
—Oye, ya tienes que irte, 3:55. No puedes dejar esperando al príncipe—dijo la morena preocupada.
—De hecho solo yo tengo que esperar—soltó Lauren tranquilamente acomodando su delantal.
Frizzy abrió los ojos comprendiendo.
—No, espera. Más te vale que no me estés bromeando Lauren Harris, porque tú más que nadie sabes que estoy muy sensible estos días.—dijo Frizzy llevándose una mano a la frente.
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Tocaron la puerta.
Frizzy se puso extremadamente nerviosa.
—Listo aquí me muero— declaró con comicidad.
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Nadie a parte de las dos en la cocina sabía lo que en realidad estaba por pasar.
Por eso, una sirvienta cerca a la puerta abrió la misma tranquilamente, dándose la sorpresa de ver a quien estaba parado detrás de esta.
Los nervios de Frizzy empezaron a afectar a Lauren, que con una especie de dificultad para respirar aclaró su garganta para aliviar aquello. Ella estaba al fondo, junto a Frizzy, muy lejos de la puerta, razón por la cual el príncipe aún no podía verla.
A medida que fue entrando el joven, todos se agacharon en aquella profunda reverencia de máximo respeto como saludo.
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Hubo gran sorpresa en la cocina, ya que el príncipe no entraba a esta seguido, y porque se había cambiado de ropa.
Inicialmente en el almuerzo traía un fino suéter verde oliva con una elegante camisa blanca de cuello cerrado debajo. Y ahora venía con una camisa blanca también, cerrada al cuello y con una serie de encajes elegantes, una corbata mostaza, y un chaleco y pantalón de tela marrón oscuro. El chaleco, pegado a su cuerpo, de una fina tela, con botones del mismo color, su pantalón era del mismo conjunto del chaleco, con las piernas anchas y carísimo. Los zapatos, eran de aquellos usualmente vestidos junto a los ternos. Y también parecía haber mojado un poco su cabello para tenerlo más ordenado.
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El muchacho indicó que todos podían levantarse, y que tenían permiso para verlo si así lo deseaban. Y aún sin notar dónde en la inmensa cocina estaba Lauren, fue a hablar con Octavia. Para avisarle y pues decir que necesitaba a la muchacha.
Conversaban durante varios segundos, Octavia preguntaba un par de cosas, y el príncipe le contestaba amablemente. Debido a la lejanía no se escuchaba de lo que estaban hablando. Pero Lauren sabía perfectamente y podía deducir que era lo que estaba pasando.
No podía moverse ni darle alcance, eso daría a sospechar cosas, y se suponía que todo aquello debía darse con mucho disimulo. Frizzy también entendió aquello, y se mantuvo callada fingiendo que no pasaba nada.
Ya de por si, estaba muy mal algún tipo de trato amistoso con los sirvientes, por ámbitos laborales, de posiciones, de quien era superior. Por eso, su amistad con la princesa era un secreto, por eso nadie podía saber cuales eran los motivos reales para aquella visita del príncipe y la solicitud que estaba haciendo.
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A la distancia vieron que Octavia asintió y que el príncipe preguntó algo con bastante educación.
Octavia le dirigió su mirada a Lauren, y dijo un par de palabras, el príncipe entonces, después de buscar con la mirada en la enorme cocina encontró a Lauren.
Frizzy quiso reírse, por los nervios. Y no podía evitar alternar su mirada entre el príncipe y su amiga con el mayor disimulo posible.
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Lauren retiro la mirada instintivamente, porque se había avergonzado. Mirando a otro lado, disimuló volviendo a acomodar su delantal, y volviendo a aclarar su garganta.
Octavia con una seña bastante amable la invito a ir donde ambos estaban. Tomó un respiro y empezó a avanzar.
Sintió miradas extrañadas posándose en ella mientras caminaba, y una extraña e invasiva sensación de incomodidad paso por su espina dorsal.
—Suerte, te irá bien—susurró Frizzy lo más bajo posible, mientras su amiga empezaba a alejarse.
Aquellas palabras hicieron que Lauren pueda despejarse un poco, y que su incomodidad pueda verse relegada en gran parte.
Giro la mitad de su cuerpo, y le agradeció a su amiga con un gesto de la cabeza. Volvió a girar y siguió cruzando la cocina.
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En serio, deseaba que todo en aquel momento salga bien, al menos en eso. Sólo en eso.
Todos sus malestares, el dolor de cabeza, la molestia física que causaba el periodo en el mes. Todos los malos días que habían estado pasando, las cosas que habían visto y habían escuchado. Aquello estaba arruinando las cosas.
El viernes también en su mayoría había estado terrible, y absolutamente no deseaba que aquel momento también lo esté. Al menos, en lo personal para ella, aquel momento podía hacer cambiar la racha de todos aquellos malos días.
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