
XLIX
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880— 𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
Con la mano que tenía libre, levantó un poco la falda de su uniforme para no pisarla. Quería disimular lo tenso de su cuerpo, pero no podía hacerlo, ya que su mano, a pesar de permanecer en el contacto por obligación de su mente, permanecía tiesa y distante ante el roce, esperando que este tenga fin de una vez por todas. Aún así, se estaba aguantando, y dentro de todo, al menos por los segundos siguientes, lo estaba soportando.
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No mucho después y para la suerte de la muchacha, el joven de la realeza separó sus manos justo antes de que su mente esté preparando un discurso para excusarse y que su cuerpo reaccione alejándose.
La cantidad de alivio que aquella separación dada exactamente a tiempo, provocó a Lauren fue bastante reconfortante.
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El príncipe colocó nuevamente las manos detrás de su espalda.
Empezaron a caminar lado a lado, por los bellos caminos entre aquellos inmensos arbustos llenos de rosas. El ritmo de los pasos de ambas personas fue bastante lento, dándoles el tiempo de admirar aquel ambiente con más detalle
La hora en la tarde, lo volvía mejor. El cielo se empezaba a teñir de naranja, el sol se posaba en un atardecer y el esplendor del jardín era uno diferente al de la mañana, pero con una belleza que de cerca, como ahora estaban, parecía más bello todavía.
Las rosas, eran posiblemente las mejores cuidadas de todo el mundo. Aromáticas, grandes, la mayoría ya habían alcanzado florecer completamente.
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—Bueno, señorita Lauren. Ante este ambiente, me gustaría preguntarle muchas cosas, pero ante todo, saber más de usted.—preguntó el príncipe de repente, respetuosa y amablemente.
Aquello tomó casi de sorpresa a Lauren, porque se distrajo mirando las rosas por bastante tiempo mientras avanzaban, aún así sabía que responder y pensó aquello en poco tiempo.
—Mi nombre es Lauren Harris—comentó, a manera de presentarse con más propiedad—tengo 21 años, y naturalmente soy de Doncaster.—respondió y luego quedó callada, no sabía que más decir. No podía decir tanto tampoco. Estaba acostumbrada a decir solamente esas líneas cuando le preguntaban sobre ella, porque no podía revelar nada más de su vida.
Y en casos de emergencia, cuando le preguntaban por sus padres, lo único que decía era su muerte. Jamás sus nombres, ni nada por el estilo.
O cuando le preguntaban por las Dhollen, donde lo único que decía era que solía trabajar para ellas.
Esas respuestas ya las tenía automáticamente en la mente, como un bucle, que siempre repetía, que nunca se alteraba. Y que ella jamás alteraría en su vida.
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—Ah Doncaster, he ido un par de veces. Por algunas reuniones y firmas que se necesitaban. Es un lugar bastante precioso en verdad. Aunque deduzco que se mudó a Londres ya hace bastante tiempo.—acotó el príncipe.
La muchacha asintió.
—Desde los 11.
El príncipe hizo un gesto en señal de que comprendía.
Quedó callado, esperando a que Lauren continúe, sin saber que en realidad la muchacha ya había terminado de hablar. Y que en sus planes no estaba hablar más de ella misma
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Se dio cuenta ya segundos después. Y aclaró su garganta, ante el silencio que se había formado, amenazando con volverse incómodo.
—El norte de Londres, es muy precioso, Doncaster dentro de este obviamente. El Marqués del pueblo es gran amigo mío, gracias a él y a un viaje pasado he podido conocer varios lugares de allá, calles que nunca había visto y muchas cosas que me dejaron gratamente sorprendido en verdad.
Hubo una larga pausa
—Yo—empezó a balbucear el hijo del Rey sin idea de como continuar la conversación.—¿Está usted cómoda con esto?—preguntó después de un silencio algo más largo que el anterior, y se lo notaba algo desilusionado.
Lauren se apresuró a asentir, no quería que aquel joven llegue a interpretar de otra manera lo que ella hacía y esas actitudes que no podía evitar tener, ya que eran parte fuerte de su personalidad. Tenía que explicarse.
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—Solo, no me gusta hablar mucho—se excusó.—pero estoy muy cómoda, no deseo herirlo ni ofenderlo en ningún sentido con alguna de mis actitudes.
—No, no me ofende—esta vez se apresuró a responder el príncipe—Solo creía que tal vez usted no se estaba sintiendo muy bien. Pero la entiendo, creo que debí preguntar.—dijo, con un tono más relajado.—¿hay alguna otra cosa que me quisiera comentar? Para que este entorno sea mucho más fácil de llevar para ambos.—tomó un poco de aire para seguir hablando—Creo que de cada parte está el deseo de que este encuentro sea agradable, a penas nos conocemos, a penas sé su nombre hace unas semanas, y un recuerdo de hace cuatro años no define nuestras personalidades ni actitudes propias del carácter. Ya que aquella vez, jamás hablamos de nosotros. No se podía tampoco.
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La muchacha dudó unos segundos, pensando en si decirle lo que estaba pensando o no.
Decidió hacerlo, porque tarde o temprano iba a suceder. Y era mejor decirlo una vez. Lo había estado pensando incluso minutos antes, cuando el príncipe ofreció su mano. Algo en ella necesitaba comentarle como era su situación con los tipos de interacción física. Si lo hacía en esos momentos, se ahorraría explicaciones después. Y en vista de que esa era una de las cosas que no podía fingir, debía hablar.
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Decidió parar de caminar, el joven paró a su costado algo extrañado, y Lauren pidiendo el permiso correspondiente se acercó relativamente lo suficiente al príncipe para poder decirle algo al oído.
El príncipe disimuló un sonrojo al principio, pero al mismo tiempo se agachó un poco, para poder escuchar mejor lo que la muchacha quería susurrarle.
Lauren no lo tocó ni nada, obviamente no deseaba hacerlo bajo ninguna circunstancia. Pero a pesar de que en el jardín no había absolutamente nadie, sentía la necesidad de disculparse y excusarse de una manera bastante privada.
Porque al menos con el muchacho, y de hecho solo con él extrañamente, le daba algo de vergüenza decirle en voz alta que verdaderamente odiaba que la toquen. Generalmente se lo decía a la mayoría de gente que conocía, pero no sabía como decirle al príncipe, que era tan amable, tan respetuoso y tan dulce. Algo en eso le daba vergüenza, no conocía por qué, pero de todos modos, tenía que dejarlo de lado, porque si no lo decía iba a quedarse con las intenciones de hacerlo, y la interacción entre ambos no terminaría de ser completamente fructífera.
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Al final se lo dijo, tuvo que, y en el proceso se disculpó unas dos veces.
—No tiene por qué disculparse. Más bien yo le pido disculpas, no tenía ni la mínima idea. Y tomé su mano—dijo el muchacho susurrando también —¿Por qué no me lo había comentado en el mismo momento? Yo jamás me hubiera ofendido.
—Me da vergüenza con usted, no quería decir que no.
—No tiene por qué. Todos tenemos asuntos propios que merecen respeto, y que forman parte de nuestro carácter, y que no tenemos que ocultar o fingir. A menos que la situación lo obligue claro está. Pero si no, no habría por que no decirlo, y si a usted le da vergüenza comentar eso conmigo, por diferentes razones, sepa que sí comprendo y que ante todo, mi respeto por usted está antes. No estoy dispuesto a hacer algo que usted no desee.
Lauren agradeció encarecidamente el gesto, con una reverencia. Al mismo tiempo que un suspiro de alivio salía de su cuerpo, al fin algo más liberado.
El príncipe le dedicó una bonita sonrisa. Y respondió al gesto.
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Volvieron a acomodarse al lado del otro delicadamente, y a seguir caminando en el mismo ritmo lento con el que entraron. El príncipe tuvo una idea, ante el panorama del que se había dado, cuenta. De que Lauren probablemente era una de las personas más reservadas en cuanto a su vida, y que probablemente no gustaba comentar sobre esta, quién sabe por qué. No tenía ninguna intención de incomodarla, y todas sus curiosidades la debía dejar de a un lado.
La muchacha se sentía mucho más aliviada habiendo comentado algo que era de lo más notorio en ese su carácter, pero que en esa ocasión le daba mucha pena comentar. Agradecía increíblemente el hecho de que el joven no haya preguntado más cosas sobre su vida o sobre ella, porque al parecer había entendido inmediatamente su reserva respecto al tema. Sabía que dentro de toda la lista de personas que conocía, la curiosidad por saber algo más sobre ella siempre existía, pero que por el aprecio o el respeto nadie se lo preguntaba, eso era posiblemente algo en lo que más suerte había tenido a lo largo de su vida.
Aún así, y como se lo esperaba ya que también había sucedido con Frizzy cuando se conocieron por primera vez, el joven podía preguntar algo sobre su antiguo lugar de trabajo, o sobre sus padres. Ante lo cual también tenía una respuesta preparada, en las que a penas decía algo y aún así no revelaba nada.
Durante unos segundos, pensó en su compañera, y también se sintió aliviada porque después de aquella vez, la muchacha de su vida o su familia no le había vuelto a preguntar nada. Más bien era ella quien hablaba, y Lauren completamente tranquila la escuchaba, porque le gustaba hacerlo, la morena hablaba de sus hermanas, de sus padres, de como le iba en Escocia antes, de anécdotas cuando trabajaba en casa del duque. Y en verdad, escuchar a quien ya era su amiga, hacía sus cansados días más llevaderos, ya que esta generalmente empezaba a hablar mientras lavaban los trastes o en las noches mientras se alistaban para dormir.
Entonces también recordó que hace varios minutos, el príncipe se sentía algo avergonzado porque creía que se había arreglado mucho. Cuando en realidad, estaba igual de apuesto que todos los días, solo que con perfume, uno que era bastante cautivante en verdad. Lauren casi no se había hecho nada, no tenía ni tiempo, seguro estaba oliendo a jabón de platos, pero al menos el hecho de aceptó doblarse las pestañas le estaban dando un aspecto menos cansado, considerando las enormes bolsas que traía bajos los ojos, y toda aquella situación mensual que estaba afrontando justo esos días, que la ponían más irritable, y un poco más débil.
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Por su lado, al joven príncipe le sucedía algo raro. En serio quería agradarle a la muchacha, por alguna razón sentía que al gran inicio no lo hacía, y que tal vez le caía mal a aquella sirvienta, la veía muy seria pero por alguna razón por a penas la interacción que tenían en las mañanas a la hora del desayuno, se daba cuenta que era así.
Pero la notaba también, bastante amable, y bastante dulce. Notaba que obviamente su carácter era muy fuerte, al menos para él, y no sabía muy bien todas sus razones pero a él le agradaba bastante.
Pero lo más importante para el joven príncipe, era el consentimiento, el permiso. Por ser simplemente el heredero al trono no podía dejar de lado conceptos tan básicos de respeto. No podía hacer o decir cosas invadiendo la privacidad de nadie. Por más de que técnicamente la muchacha esté en total servicio ante su familia, seguía siendo una persona, igual que él.
Y si en esos momentos él podía hacer que la conversación sea las amena, incluso si él hablaba la mayoría del tiempo. Lo iba a hacer, tenía entendido por lo de hace minutos que la muchacha prefería escuchar a los demás, que hablar ella misma, y lo respetaba muchísimo, porque también la muchacha era de lo más respetuosa con él, y en verdad deseaba hacer todo lo posible para poder pasar verdaderamente un buen momento. Si su humor y tenue sarcasmo, podían hacer una situación de gracia, los iba a usar.
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—Bueno, mi nombre es Thomas—dijo con algo de gracia, como si estuviese presentándose.—Thomas Brodie- Sangster
Hubo una pausa en la que el príncipe evitó reírse. Ya que se le había ocurrido algo con lo que seguir aquellas palabras.
—Tengo 24 años, y naturalmente soy de Londres—dijo repitiendo el mismo esquema con el que Lauren había hablado. No con intenciones de burlarse, para nada. Pero su voz sí contenía algo de broma, remedándola un poco.
Lauren no estaba molesta con eso, a pesar de que todo su semblante serio casi nunca se alteraba. Más bien, entendió la broma en el mismo momento que fue hecha
—Ah Londres—dijo la muchacha, siguiendo la broma en su mismo sentido, esta vez tomando el turno, y siendo ella quien remedaba el esquema con el que le había respondido el príncipe, varios minutos atrás.—La capital y la ciudad más hermosa del reino. Tengo el placer de haber conocido el lugar en mi niñez.
El príncipe se echó a reír. Lauren no pudo, no le salía, a pesar de que la gracia de la situación también le había afectado en la buena manera, y en el sentido del chiste.
El ambiente ya estaba más cómodo, más tranquilo y más agradable. Los nervios iniciales por ambas personas, y la relativa incomodidad o barrera que estos crearon al inicio de su interacción, desaparecían a un ritmo rápido y constante.
Había congeniedad, simpatía, y agrado. Y de alguna forma, bastante tácita e implícita en la situación, ambas partes se dieron con la sorpresa de que en varios aspectos, compartían el mismo tipo de humor. Solo que una de ellas, se permitía y podía reír sin complicaciones internas, y a la otra, por más de la gracia que la pequeña broma pudo haber causado, lo máximo que tal vez le podía salir era una mueca, que parecida a una sonrisa no era.
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Mientras sus pasos se seguían escuchando en el jardín, entre las rosas, sus arbustos y el atardecer, el príncipe decidió volver a tomar la palabra.
—Usted resulta bastante intimidante, en verdad —dijo en una confesión, con una voz tranquila, mientras una vez más sus manos se posaban detrás de su espalda. Y giraba su rostro para poder ver a la muchacha a su costado.—¿Se lo habían dicho o confesado alguna vez?
Tomó un poco de sorpresa a la muchacha, que negó suavemente ante la pregunta. No recordaba que nadie le haya dicho aquello directamente, como lo estaba haciendo el joven en esos momentos.
—¿Es un cumplido?—contestó la muchacha, con un bastante suave pero aún notable sarcasmo en su tono de voz, mientras las cejas se juntaban en su frente agraciadamente.
Y una vez más, una risa suave y bonita salió de los labios del príncipe.
—Así es. Y verdaderamente no creo que sea solo percepción mía, es como si usted pudiera imponer algo sin decir nada. No sé si me explico.—dijo, entrecerrando los ojos, para luego sacudir la cabeza mientras pensaba en las palabras correctas—Ah perdón—dijo debido a que se estaba demorando en pensar—Es decir, usted me da miedo—dijo—pero en el buen sentido—se apresuró a aclarar—No sé si se me entiende.—trató de dar otro tipo de explicación, pero no pudo—Lo siento.—volvió a sacudir la cabeza cómicamente.
—Gracias— contestó la muchacha, ante el cumplido. A pesar de que su tono de voz sonó más como una especie de pregunta, que le causó tanto gracia a ella misma, como al príncipe.
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