
XIX
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
Quedó dormida dentro de poco, pero debido a lo tarde que se había acostado, no pudo dormir demasiado. Ya que también estaba acostumbrada a levantarse bastante temprano.
Su cuerpo la levantó a las 6 de la mañana automáticamente, no permaneció recostada y decidió empezar a alistarse de una vez por todas. Un nuevo día empezó, esta vez totalmente diferente a cualquier otro, que le daba inicio a una nueva etapa.
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Se dirigió al baño de la habitación para poder asearse con normalidad, pudiendo notar mucho lo fino que era ese espacio gracias a la luz de la mañana. Aseó su cuerpo, y se lavó el rostro, el cabello, para luego cepillárselo y poder peinarlo después.
El moño en la parte baja de su cabeza, adorno una vez más su rostro. Para luego empezar a cambiarse con la ropa que había dejado al pie de la cama, con todas las cosas que se tenía que poner debajo, los botines, la camisa, y el vestido marrón, y al final ponerse el típico delantal blanco al rededor de la cintura.
Terminó con todo al colocarse el reloj, y se aseguró de dejar todo en la habitación como lo había encontrado, perfectamente limpio y ordenado, con la cama tendida, el baño limpio y todas las cosas en su lugar.
Decidió dejar su maleta por el momento ahí, acomodada en una de las esquinas de la habitación. Para luego ir a encontrarse con las sirvientas del hombre, que ya estaban abajo en la cocina preparándose para preparar el desayuno. Ofreció su ayuda, e insistió en brindarla, ya que era lo mínimo que podía hacer para poder justificar su presencia en esa lujosa casa. Las dos sirvientas al principio se negaron, pero terminaron accediendo de todas maneras.
En esa casa, esa tremenda casa, solamente vivía Vladimir Gees, sólo. Solía vivir con su esposa, antes de que la misma fallezca, y también con sus hijas, antes de que éstas se vayan para hacer su vida. Sus sirvientes lo querían mucho, y hacían todo lo posible para que los efectos de la soledad no le afecten. Era un hombre muy considerado, que trataba a sus sirvientes como amigos, desayunaba, almorzaba y cenaba con ellos, y a pesar de que él sea el patrón de la casa, aquel ambiente de trabajo era el más sano que se podía haber visto.
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—Ah señorita, trabajar con el señor Vladimir ha sido una bendición para nosotros. Hemos tenido mucha suerte. —Le dijo una de las sirvientas, mientras ella y Lauren picaban unas cebollas casi profesionalmente. —Y disculpe si toco el tema, pero creo que usted no tuvo la mejor de las suertes al trabajar con esas mujeres. Que se la pasaban. —Dijo con gran énfasis en la última palabra. —Siendo atendidas como si fueran las misma reina de Inglaterra.
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El hombre pensaba que Lauren seguía dormida y descansando, pero cuando la vio en la cocina preparando el desayuno junto a sus sirvientas, supo que se debió haber esperado algo así.
La sirvienta que le había hablado a Lauren, le explicó al hombre que la muchacha insistió en ayudar, Lauren lo confirmó y dijo que simplemente no se podía quedar esperando que hagan algo por ella, porque no estaba acostumbrada a ello, y necesitaba poder retribuir el recibimiento que habían tendido con ella de una manera al menos.
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Al momento de ya desayunar, el escenario se le hizo bastante inusual. Porque estaba sentada en una gran mesa junto a las sirvientas, al mayordomo y al anciano en el comedor. En casa de las Dhollen tomaba desayuno en la cocina, estando de pie porque tenía que hacerlo sumamente rápido para seguir con todo. Era extraño estar experimentando otra cosa, en el buen sentido de la palabra.
—¿Usted es zurda? —Preguntó curiosamente la otra sirvienta, que se había dado cuenta que Lauren estaba comiendo y sosteniendo los cubiertos con la mano izquierda.
La muchacha asintió.
—Una vez escuché que los zurdos son muy inteligentes. —Dijo el mayordomo.
—400 años atrás, te hubieran acusado de bruja por eso. —Bromeó Vladimir Gees, mirando a la muchacha.
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Debido a que hubieron cosas mucho más importantes al pasar a ese día, no tenía caso narrar la simpleza de las acciones normales. Era una mañana importante, con una serie de eventos que iban a resaltar.
Después del desayuno, nadie pudo pudo convencer a Lauren de que no era necesario que ayude a lavar los trastes. Ya que a pesar de lo que habían dicho, no podía dejar de sentir que tenía una inmensa deuda, que al menos debía ser lo suficientemente educada para colaborar con las atenciones que habían tenido con ella en una casa donde se había quedado incluso por una noche.
El mayordomo, fue por la maleta de la muchacha y la trajo de vuelta. Las sirvientas ayudaron al anciano a colocarse el abrigo. Y se prepararon para despedir a ambas personas.
El anciano anunció que el llegaba ya para el almuerzo, y con su sombrero de copa aún en la mano fue saliendo de la casa para esperar a la muchacha. Lauren tomó su maleta, y se despidió cordialmente de los sirvientes de la casa, agradeciéndoles nuevamente. Éstos, que sin conocerla en ese aspecto, fueron a darle un abrazo grupal que la terminó tensando como nunca.
El anciano y la muchacha salieron de la casa, y aún con la puerta abierta, los sirvientes agitaron sus manos para despedir nuevamente a las dos personas.
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Por las calles caminando, Vladimir quiso cargar la maleta de Lauren, porque pesaba mucho. La muchacha se negó durante la mayoría del camino, pero terminó accediendo ante la insistencia del anciano justo cuando vio que faltaban a penas un corto tramo para llegar a su destino, para cumplir su deseo y al mismo tiempo impedir que lleve la maleta por más de una cuadra. En la puerta de la biblioteca, ya estaban las personas que el anciano le había dicho que iban a estar. Hope y su mamá, Gerard, Aitana, y hasta Louis.
Hope estaba en los brazos de su madre que la sostenía en una especie de abrazo. La niña, se abrazaba a su madre, que le estaba susurrando cosas, mientras la pequeña esperaba ansiosamente.
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Al ella llegar junto a Vladimir a la puerta de la biblioteca, la niña se bajó de los brazos de su madre y fue corriendo a abrazar a Lauren por la cintura, la muchacha instintivamente solo levantó los brazos y se quedó quieta. La niña se separó dentro de poco, y tomó de la mano a Lauren para llevarla dónde estaban todos, para luego volver a ponerse al lado de su madre.
Ahí todos la saludaron, con reverencias y mucha alegría, pero no la tocaron. Cosa que la hizo sentirse mucho más cómoda. El anciano llegó junto a ella, y también recibió saludos cariñosos y entusiasmados.
Vladimir dejó un momento la maleta en el suelo, al lado de la muchacha, e indicó que iba a entrar un momento en la biblioteca y que ya volvía, todos parecieron estar de acuerdo.
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—Señorita Lauren ¿Cómo está? —Dijo Gerard sumamente alegre.
—Mucho mejor Gerard, gracias por preguntar —Contestó.
—Me alegro muchísimo. —Dijo sonriendo. —Estamos muy felices de que vaya a castillo, se lo merece. Después de todo lo que ha pasado.
—¿Vas a volverte una princesa?—Preguntó Hope, dando saltitos.
—No hija, Lauren está yendo solamente a trabajar en castillo, no se va a al volver una princesa. Va a ser una sirvienta Real—le susurró su madre, que se puso de cuclillas al costado de su hija.
—Vladimir nos avisó que ibas a trabajar en palacio, y que la declaración de posesión laboral que firmaste había quedado anulado.
Teníamos que venir a despedirte, todos queremos estar contigo una última vez, quien sabe cuando nos volveremos a ver. —Comentó Aitana. —Yo dejé a mi hijo mayor atendiendo hoy en el puerto, y vine en el primer carruaje que pude tomar.
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—¿Pero por qué no les dejan salir a las sirvientas de castillo? —Preguntó Hope, después de que su mamá le había explicado el trabajo que tendría Lauren en el castillo.
—A veces sí las dejan salir, pero no muy seguido. —Le explicó Louis, para luego mirar a Lauren unos segundos y bajar la misma al no ser capaz de sostenerla.
—Dicen que es por la Reina, el jefecito siempre es muy amable y respetuoso, por eso no dirá nada que pueda sonar mal. Pero a mí que me perdone su majestad si un día se entera de mis palabras, para mí está medio loca. —Dijo Gerard. — Tiene sus cosas, exigencias y requerimientos un poco exagerados.
Hope empezó a saltar otra vez de un momento a otro.
—¿Vas a conocer a la princesa Ava y al príncipe Thomas? —Preguntó ilusionada.
—Supongo que sí, estaré trabajando para ellos también. —Respondió Lauren tranquilamente.
—Ah, el príncipe es un amor. —contestó Aitana. —Un joven muy apuesto y muy educado. Cada vez falta menos para que llegue, ni te imaginas cómo de locas están las cosas en el puerto.
—Una vez su consejero vino a la panadería. —Dijo Louis. —no recuerdo cual era su nombre, pero terminó resbalándose en la puerta a penas entraba. —Comentó evitando reírse al recordarlo.
—Ese es el joven Dylan, seguro el jefecito te ha hablado de él también. —Dijo Gerard dirigiéndose a Lauren, la muchacha asintió.
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Así Lauren disfrutó de interactuar y escuchar a las personas que la habían ido a despedir. Estuvieron conversando durante un tiempo que parecía pasar cada vez más rápido. Le gustaba bastante escuchar, y se sentía muy serena y tranquila, mientras pasaba un tiempo con las personas que más agradecida se sentía de conocer en todos los años que había estado en Londres.
Todos decidieron sentarse en las grandes escaleras de la puerta de la biblioteca, en diferentes gradas para poder quedar como una especie de semicírculo. Hope estaba sentada en las piernas de su madre. Lauren estaba a un extremo, y a su lado estaba Louis, que se había puesto sumamente nervioso por aquello.
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Las horas pasaron rápido, y casi sin sentir el paso del tiempo. Las 11 de la mañana estaban más cerca que nunca.
Vladimir Gees entonces salió por fin de dentro de la biblioteca, y parecía tener algo en manos. Al mismo tiempo, como si todo hubiera pasado en un segundo, un gran y hermoso carruaje paró frente a la entrada de la biblioteca, detrás del mismo y en dos caballos a parte, venían dos guardias.
Del carruaje, bajó el hijo del Duque, Harry, todos en las gradas se pusieron de pie, para luego agacharse en una reverencia. Vladimir Gees que recién había salido, hizo lo mismo.
—Muy buen día. —Dijo el joven, indicando con un gesto que todos ya podían levantar la cabeza. —Señorita Harris, es momento de escoltarla a palacio. —Dijo.
—¿Nos podemos despedir? —Habló tiernamente Hope, dirigiéndose al joven y haciendo que su madre se asuste tremendamente por como su hija se había dirigido tan confiadamente a aquel noble. Y justo cuando la mujer se iba a disculpar, Harry habló.
—Por su puesto que sí —Contestó el joven riendo tiernamente, mientras hacía silencio esperando que la niña diga su nombre.
—Hope. —Dijo la niña con una sonrisa.
—Hope. —Confirmó el hijo del Duque. La madre de la niña pareció soltar aire aliviada. —Esperaré aquí a un costado. —Dijo el joven amablemente.
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Aquellas despedidas tenían que ser rápidas, para no perder tiempo. De todas maneras, todos querían decir adiós uno por uno, y personalmente, para poder retirarse después.
Quien estaba más cerca a Lauren era Louis, que de un momento a otro se había ruborizado bastante. Él se despidió primero.
—Espero que todo te vaya bien, y sé que lo hará, pero tu ausencia se va a notar mucho. —Le dijo, sin poder mirarla a los ojos por miedo a ponerse más nervioso. La muchacha también se despidió de él, con una reverencia.
Louis le sonrió, hizo otra reverencia y se empezó a retirar lentamente.
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De repente, mientras el joven se retiraba, Lauren sintió que alguien le daba un abrazo tan fuerte que casi la tumba. Había sido Hope, que había vuelto a correr hacia ella.
—Te voy a extrañar mucho. Eres la mejor amiga del mundo. —Dijo, y su madre llegó a su lado.
—Muchas gracias Lauren, por todo. Nos vas a hacer mucha falta. —Dijo su madre, que había empezado a tener los ojos llorosos. —Mi esposo no pudo venir, pero te manda muchos saludos y los mejores deseos.
—Gracias a usted por brindarme tal amistad. —Dijo Lauren sinceramente y bastante quieta, porque la niña seguía abrazada a ella, hizo una pausa para mirar a Hope, que seguía aferrada a ella. —Cuídate y lee mucho Hope, voy a extrañarte mucho a ti a tu familia. Voy a mandarte muchas cartas.
La niña solo por pedido de su madre terminó separándose.
Ellas también se alejaron.
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Después se le acercó Aitana, que sí estaba llorando, limpiándose las lágrimas con las mangas de su vestido.
—Ay, corazón. —Habló con la voz temblorosa. —No tienes idea de cuánto voy a extrañar tu cara amargada cada que ibas al puerto. —Rio sorbiendo su nariz y sin poder evitarlo tomó las manos de la muchacha. —Eres una persona, muy especial. Mereces ser muy feliz ¿Sí? —Dijo, soltando a Lauren rápidamente para no incomodarla.
La muchacha le agradeció profundamente. Y se despidieron.
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—Mi querida señorita Lauren, es una de las mejores personas que he podido conocer en mi vida. —Le dijo Gerard acercándose dulcemente. —Yo la estimo mucho, la extrañaré muchísimo. Le escribiré seguido.
—Yo también lo voy a echar mucho de menos, Gerard. Y estaré más que complacida de contestar cada una de sus cartas. —Le contestó haciendo una amable y respetuosa reverencia al hombre que fue correspondida al instante.
Así, Gerard fue el único que se quedó cerca, y fue un poco más lejos para dejar que la muchacha se despida de la última persona.
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—Me puse al final porque quiero ser el más emotivo. —Dijo Vladimir Gees riendo, con las manos detrás de su espalda escondiendo algo. —No sé en cuanto tiempo nos volveremos a ver, y espero que las cartas sean suficiente. Mi corazón tiene sentimientos encontrados, un vacío porque ya no podré verte seguido, y un gran gozo porque sé que vas a estar mil veces mejor de lo que estarías en esa casa. —dijo, sacando lo que estaba escondiendo en su espalda, un libro. Moby Dick. —Este fue el libro que me dio la gran oportunidad de conocerte hace casi 10 años, y ahora quiero y exijo que te lo quedes, para que lo guardes con el resto de tu colección. Y así, siempre tengas algo con que recordarme, y hacer que la pena de no poder vernos sea más llevadera. —Dijo el hombre, bastante sensible, tendiéndole el libro.
Aquello afectó bastante a Lauren, porque el anciano no estaba ni enterado de que habían quemado sus libros, ni debía estarlo.
Pero ahora le estaba regalando un libro, uno que en particular, tenía una gran carga emocional. La muchacha tomó el libro entre sus manos. Sin poder evocar palabra alguna, pero intentándolo a pesar del nudo que se formó en su garganta. Con una gran sensibilidad en el corazón.
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—Querida hija. —Interrumpió justo antes de que la muchacha intente responder algo. —Por esta ocasión de gran emocionalidad ¿Crees que le puedas permitir a este anciano un abrazo? —Preguntó limpiándose una lágrima que caía por su mejilla.
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