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XII

𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨

    Solamente pudo darse cuenta del avance de las horas, cuando la luz tenue del amanecer apareció por todo el lugar.

    Seguía sentada, al borde de la cama, con su erguida postura de siempre, las manos reposando en sus rodillas, mirando a un punto fijo en la pared del ático. Tenía los ojos pesados, hinchados, vidriosos y ardían un poco, por cómo había llorado el día anterior. Parpadeaba lento, pero uno de sus ojos parecía temblar un poco a la hora de hacerlo.

    Había dejado su mente en blanco, no quería pensar ni recordar nada de lo que había pasado, no se sentía bien. Estaba en un estado irreconocible, como si su cuerpo estuviese presente y su mente no.

    Era un mecanismo de defensa automático de su cuerpo, hacer que esté completamente en blanco, no traerla a la realidad, porque era demasiado pronto como para sobrellevar el recuerdo traumático de la misma.

    No había podido dormir, el dolor no se lo había permitido, incluso le había quitado parcialmente el sueño. Las vendas ayudaban, pero no eran suficiente, ya que a pesar de estas no había podido adoptar una posición cómoda al dormir durante toda la noche, por lo cual se había quedado sentada y despierta toda la noche.

[•••]

    Llegaron las 6 de la mañana, la hora en la que usualmente se levantaba todos los días. Su cuerpo empezó a trabajar automáticamente.

    Se paró, y en silencio se dirigió al baño del ático. Volvió a mirarse en el espejo, las bolsas bajo sus grandes ojos estaban más oscuras que nunca, la falta de sueño le daba un aspecto cansado, y lo terriblemente demacrada que se veía hace unas horas parecía haberse vuelto peor.

    Se lavó el rostro, y se mojó un poco el cabello con agua fría. Terminó de asearse, y fue a cambiarse.

    Al no poder ponerse ni el sostén, ni el vestido azul debido que aún estaban tendidos secando. Tuvo que ver otras opciones.

    No había problema en no ponerse sostén ese día, la forma de su cuerpo podía permitírselo sin que se note, su escaso busto haría que pase totalmente desapercibida. Se colocó todas las demás prendas interiores, las faldas internas y sus botines de trabajo, para luego ponerse la camisa blanca de mangas largas y cuello cerrado.

    Pensó en ponerse su vestido marrón, pero ese necesitaba un parche de tela, ya que tenía un hueco en la falda, debido a un accidente en la cocina varios días antes. Tuvo que ponerse entonces, uno rojo bastante oscuro y de manga corta.

    Aquel vestido casi no lo usaba, porque a comparación de la sencillez de los otros dos, ese era más bonito, y le daba pena usarlo porque con lo agitados que estaban todos sus días no quería mancharlo, quemar alguna parte por accidente, o arruinarlo.

    Debido a las vendas enrolladas por todo su torso, acomodarse el vestido, y tenerlo puesto era un poco incómodo.
Aún así, el hecho de que estaba usando vendas, ni se notaba. De todos modos decidió volver a mirarse al espejo, para verificar que todo no se vea sospechoso en su cuerpo.

    Se alivió bastante, al ver que todo estaba bien cubierto, que no se notaban  las vendas, y que incluso su pecho se veía un poco más plano de lo usual, debido a la ausencia de sostén.

    Antes de terminar, amarró su delantal al rededor de su cintura.

    Intentó peinarse como siempre, pero no podía levantar los brazos, porque el dolor volvía de manera electrizante, mandando un ardor por todos los nervios de su espalda. No tuvo más opción que cepillarlo todo para atrás como pudo, y dejarlo suelto. No le gustaba para nada tener el cabello así, y por más que volvió a doler como el infierno, al menos llegó a hacerse una media coleta, en vez de su moño en la parte baja de la cabeza.

    Para concluir, no podía olvidar su reloj. Que a forma de collar, completaron todo su atuendo de aquel día.

[•••]

    De hecho, el estilo que tenía aquel día, la hacía ver diferente, en una buena manera.

    Lo cual, era sumamente efectivo, ya que escondía perfectamente todo. El vestido, disimulaba minuciosamente cualquier cosa que pueda dejar la mínima sospecha sobre lo que pudo haber pasado. Por fuera, parecía que no había pasado nada, que todo estaba bien. Y eso era precisamente lo que Lauren necesitaba en esos momentos, no podía permitir que alguien note, que debajo de sus prendas, y el nuevo estilo temporal de su cabello, se escondía un dolor y un relato demasiado terrible como para ser contado.

    Tenía que hacer todo lo posible, para salir como si no hubiera pasado nada. Tenía que aguantarse toda la incomodidad por el dolor y las vendas, hacer todo como si nada. Evitar que se note que el dolor en su espalda todavía hacía que el aire se le vaya por momentos al caminar. La ropa y el cabello, compensaba lo demacrada que se veía la expresión de su rostro, y de sus ojos.

    No iba a dejar que la vean mal, por más de que lo esté.

[•••]

    Guardó la lista de compras de ese día, el dinero y bajó del ático, para recoger la canasta de la cocina.

    Tristemente, justo ese día tenía que comprar una buena cantidad de cosas, razón por la cuál, tuvo que llevar dos canastas en vez de una. Tendría que soportar el peso en ambos de sus brazos y el dolor que eso le traería a su ya herida espalda.

    Antes de abrir la puerta, tomó un gran respiro. Y luego salió.

[•••]

    Sintió una brisa fría en el aire chocando con su rostro y empezó a caminar.

    Según la lista, tendría que comprar pan de tres tipos, y tuvo que ir rumbo a la panadería, a unas cuantas calles de la casa de las Dhollen. El lugar abría desde bastante temprano, y el olor a pan animaba la mañana.

[•••]

    No tardó en llegar, pero al estar casi en la puerta, algo en ella no quiso que entre. Su mente empezó a reaccionar trayéndole recuerdos de que todo empezó por que Alex Douglas vio cosas dónde no las había, justo con el joven que trabajaba ahí dentro. Le daba un poco de vergüenza ver al muchacho, porque había sido involucrado en algo que no tenía que ver.

    Aún así entró, siendo recibida por el cálido ambiente del lugar debido al horno, y  a un dulce olor a pan fresco.

    En el mostrador del lugar estaba el muchacho, que al escuchar que alguien que había entrado levantó la cabeza, mirando a Lauren, que se fue acercando al mostrador.

    —Buen día Lauren. —Dijo el muchacho, sacándose su sombrero de cocinero, y dando una pequeña reverencia, que fue correspondida. Aclaró su garaganta. —T-te ves diferente. Tu cabello está. —Empezó a hablar el muchacho algo nervioso.

    —Es temporal. — Contestó Lauren como pudo.

    —Pues está bonito, te queda bien. —Dijo Louis, que aún tenía su sombrero en las manos después de habérselo sacado para saludarla.

    Ambos estuvieron mirándose unos segundos.

    —Disculpa si mi pregunta te molesta, pero. —Hizo una pausa. —¿Estás bien? —Preguntó, refiriéndose claramente a todo el incidente del día anterior.

    La pregunta, hizo a la mente de Lauren reaccionar, trayéndole de golpe todos los recuerdos y sentimientos que habían quedado en blanco hace unas horas. Inmediatamente empezó a sentir una sensación terrible en el pecho. No iba a contarle nada, ni al muchacho ni a nadie, no podía arriesgarse a aquello, ni arriesgarlo a él

    —Sí, lo estoy. —Contestó.

    Lauren sabía mentir muy bien, porque esa había sido la única manera en la que había protegido su vida todos esos años, y en la que había evitado poner a otras personas en peligro por su culpa. La pregunta del muchacho le había afectado. Pero no podía dejar que se note que lo había hecho, no podía decirle la verdad.

    Louis se colocó algo su sombrero de vuelta.

    —Que alivio, pero ¿Pasó algo en tu casa? ¿te hicieron algo? —Preguntó curiosamente, con todas las buenas intenciones del mundo.

    —No. —Respondió Lauren.

    El muchacho suspiró aliviado y con una dulce sonrisa.

    —Me tranquiliza saber eso, porque no fue tu culpa. El joven Douglas se comportó de manera asquerosa. —Habló el muchacho. —No sé si lo sabes, pero sus padres ya se hartaron de sus comportamientos y lo van a mandar a Irlanda a estudiar. Ayer en la tarde mi abuelo se enteró, y me contó. —Hizo una pausa. — Al parecer, también acosaba a la sirvienta de su propia casa, había intentado abusar de ella y todo. Pero contigo sí tenía otro tipo de obsesión, más enferma. Sus padres ya no podían con él  ni todos sus comportamientos tan impulsivos y obsesivos. Irlanda era la única opción, porque Escocia todavía está relativamente cerca a Inglaterra, porque estamos en la misma isla, en cambio Irlanda no, y mandarlo lejos era lo mejor. —Contó. — Es obvio que sus padres a pesar de eso siempre van a intentar protegerlo o justificarlo, es su hijo. No podían mandarlo a la cárcel, así que solo lo mandaron fuera de Inglaterra, no podían arruinar su reputación por el comportamiento de su hijo. Ya sabes, a la gente adinerada les importa más su reputación que cualquier cosa, así que simplemente optaron por mandar a Alex Douglas lejos de ellos. —Suspiró. —Hoy día se va de hecho, en el primer barco. Todo lo que pasó ayer, hizo que al fin, tomen al menos un tipo de acción al respecto.

    La noticia, tomó a Lauren por sorpresa. De alguna manera, esa era una buena noticia, pero jamás pensó que algo como eso llegaría a pasar, menos en tan solo un día.

    Se quedó en silencio varios minutos.

    Aquello, a pesar de todo lo que estaba sintiendo, todo lo que se estaba aguantando, y de todo lo que había pasado, le brindó al menos una pizca de alivio.

[•••]

    —Bueno, yo sentí que debía decírtelo, sabes. Es algo bueno después de todo, ya no podrá molestarte. —Volvió a hablar el muchacho ante el silencio.

    —Gracias por contarme. —Respondió la muchacha. —Siento mucho que también se haya metido contigo de alguna manera. Tú no tenías nada que ver. —Comentó apenada.

    —No pasa nada, era él el que veía cosas irreales en su locura. —Contestó —No tengo idea de dónde sacó esa idea, de que nosotros. —Dijo y empezó a balbucear. —Es decir, ni siquiera hablamos mucho. Literalmente esta es la vez que hemos hablado más en todo en tiempo que nos conocemos. —Dijo, riendo un poco y adoptando un color rosado en su piel.

    Lauren asintió lentamente.

    Ambos quedaron en silencio, mirándose, el joven bajó la mirada avergonzado, aclaró su garganta y cambiaron de tema. El joven empezó a atender el pedido en la lista que había traído la muchacha, mientras un color rojo adornaba sus mejillas.

    Su abuelo que hasta ese momento había permanecido dónde se encontraba el gran horno, salió también para ayudar con los panes que tenía que comprar Lauren. Lo pusieron en las bolsas de papel, y la ayudaron a acomodarlo en una de las canastas.

[•••]

    Pagó por todo, recibió su cambio. Y se despidió cordialmente de ambos panaderos, con una reverencia.

    —Cuídate mucho. —Habló el ojiazul antes de que la muchacha salga del negocio.

    Lauren se volteó desde la puerta.

    —Tú también. —Respondió con amabilidad, y otra reverencia, para luego salir del establecimiento.

[•••]

    Con ambas canastas en mano, esta vez se dirigió al mercado. Por el camino largo, ya que si optaba por tomar el usual atajo, corría el riesgo de encontrarse con Hope, que sin tener idea de lo que había pasado, seguramente correría a darle un abrazo, lo cual provocaría un fuerte dolor en su espalda, haciendo que se note el hecho de que la traía herida.

    Caminando en otra dirección, a paso lento fue llegando al mercado. Hasta el momento, el leve peso del pan era soportable, aún así de tanto en tanto paraba de caminar disimuladamente, para dar un respiro, alejar su mente del dolor de su espalda.

[•••]

    El lugar estaba lleno, atolondrado, pasó entre la gente evitando chocarse con cualquiera. Y a medida que fue comprando las cosas, y llenando ambas canastas, se le hacía más difícil poder mantener el equilibrio.

    Estaba bastante débil, pero tenía que aguantarse, su espalda ardía, y sus brazos temblaban. Cada vez parecía caminar más lento, para estar más segura de no perder el equilibrio.

    El peso de sus canastas, ya era fuerte. Y aumentando sus condiciones, parecían ser incluso más pesadas. Todo lo que tenía, las verduras, las frutas, la carne, estaba más pesado.

[•••]

    Salir del mercado también fue otra travesía, porque accidentalmente una señora se chocó con ella, golpeando sin querer su espalda con el codo. El dolor casi la dobló en dos, pero tuvo que pretender que no lo había sentido, caminando y saliendo del lugar como si nada, sintiendo que por el terrible nuevo ardor, sus ojos se acuaron un poco, y uno de ellos empezó a temblar al parpadear.

    Incluso ya en las calles, estas parecían más largas e interminables. Si con solo cargar dos canastas llenas por la calle, podía sentir sus heridas tensarse y querer abrirse de nuevo, estaba nerviosa de saber como le iría en el resto de su rutina de ese día.

[•••]

    A punto de cruzar la calle, regresando por donde estaba la panadería, del mismo negocio salían Vladirmir Gees y Gerard Minsky.

    Ambos al lado del otro, Gerard Minsky con una bolsa de papel, de la que sacaba rosquillas, las cuales comía haciendo un baile de la felicidad bastante adorable. Vladimir Gees negando divertidamente ante las acciones de su amigo y asistente, mientras caminaba lentamente con su bastón. Ellos también la vieron, y se acercaron para saludarla.

    Ver al anciano, le empezó a romper el corazón de la manera más fea posible, y a pesar de que ella no tenía la culpa de lo que las Dhollen habían hecho con sus libros, no se creía capaz de poder mirarlo a los ojos. Y debido a lo débil que se encontraba aquel día tanto física como mentalmente, sentía que podía terminar quebrándose en lágrimas en cualquier momento.

    Pero no tenía más opción, que respirar y aguantar.

[•••]

    —Buen día Lauren querida. Te ves bien hoy, tu cabello está diferente. Casi no te reconozco a la distancia. —Habló el dueño de la biblioteca, que junto a su asistente se sacó el sombrero de copa para saludarla con una pequeña reverencia, que fue correspondida inmediatamente.

    —¿Llevando las compras? —Preguntó jovialmente Gerard Minsky, para luego soltar una risa. —Esas señoras Dhollen sí que comen mucho, y muy bien. Ni que fueran princesas, esas brujas. —Habló mirando las dos canastas llenas de la muchacha, para luego ganarse una mirada severa de su jefe. —Ay perdón. —Rio bajo. —¿Una rosquillita? —Dijo tendiendo la bolsa de pan hacia la muchacha.

    —No gracias. —Contestó Lauren educadamente.

    —No hay problema Lauren —Habló esta vez Vladimir. —Gerard se antojó las rosquillas de la panadería en el camino al trabajo, y lo acompañé a poder comprarlas. Yo ya no puedo comerlas, mi edad no me permite comer mucha azúcar. Y sé que a ti no te gustan mucho. —Hizo una pausa, para cambiar de tema. —¿Cómo estás? Tenemos entendido el inconveniente que tuviste con el joven Douglas el día de ayer, siento mucho que te haya pasado eso, no merecías tratar con aquel ignorante y mucho menos que se atreva a tratarte de esa manera.

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