
VIII
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
Para buena suerte de la muchacha, no hubo ni siquiera una sospecha a cerca de lo que había pasado, y se liberó de una situación que hubiera sido bastante incómoda para ella. Pero por otro lado y esta vez para su mala suerte, aquellos dos días que faltaban para el cumpleaños de la niña parecieron pasar de la manera más lenta posible.
Las horas parecían haberse alargado, y el tiempo congelado.
Todo fue más largo, escuchar la tortuosa voz acompañada del piano de Gemma Dhollen parecía no acabar nunca, la manera en la que Romina Dhollen quería más ajustada la prenda por más de que ya estaba al máximo, reclamándole a Lauren, cuando ya no había por donde más apretar el corsé. Y en cómo intencionalmente Ivonne le dio una canasta inmensa de ropa para lavar, que incluso tenía ropa limpia, para solamente hacer que la muchacha cargue más peso.
Un día antes, Lauren estaba limpiando y encerando el suelo de la casa, arrodillada en el mismo, sintiendo un dolor incómodo en la parte baja de su espalda. Ya que por más de su excelente postura de siempre, encerar el suelo era un trabajo bastante tedioso, que podría aquejar hasta la persona más fuerte. Todo había quedado reluciente y perfectamente limpio, la muchacha terminó cansada pero tenía que seguir haciendo cosas. Fue a cuidar el jardín, a regar las plantas.
Y al momento de volver a entrar a la casa, absolutamente sin razón alguna Ivonne Dhollen empezó a gritarle, diciendo que el piso necesitaba estar más encerado, y que lo vuelva a hacer todo de nuevo. Lauren terminó sumamente frustrada, y por más de que el piso esté totalmente limpio, y que la mayor de las hermanas lo haya dicho por diversión, la muchacha no podía hacer más que obedecerla, no decirle absolutamente nada, por más de que la burlona risa de la mujer la haya enfadado enormemente.
[•••]
Cuando llegó la mañana del día esperado, la muchacha lo planeó absolutamente todo, la noche anterior después de haber estado encerando el piso de la casa por segunda vez hasta bastante tarde, se quedó incluso hasta más altas horas de la noche, con solo la luz de la vela que tenía en el ático, arreglando uno de los bolsillos de su delantal para que el libro pueda entrar ahí completamente.
Aquel día tenía que volver a comprar cosas del mercado, y aprovecharía ir por el atajo, la calle donde la niña vivía, tocar su puerta y entregarle el regalo. Todo sería en la mañana, las Dhollen estarían completamente dormidas, no se enterarían, de nada.
A pesar del terrible cansancio y el sueño, la muchacha se levantó temprano, incluso con algo de apuro, haciendo que aquel cansancio se le olvide.
Fue a asearse lavándose bien la cara con el agua fría, esperando que así de alguna manera las bolsas bajo sus ojos no se vean tanto. Se miró los ojos en el espejo, siempre pensaba que eran muy grandes para su cara, más aún al ver las bolsas bajo estos.
Se puso todo después, las ropas internas, y las faldas interiores, ese día decidió ponerse una extra, porque el frío que azotaba esa mañana particularmente, lo requería.
Se puso su vestido azul de mangas largas, y un suéter abierto encima. Acomodó bien el reloj en su cuello y se peinó con el mismo peinado de siempre, perdiendo por un momento la banda con la que amarraba el moño dándose cuenta después que todo el tiempo lo tenía en su mano.
Se colocó el delantal, ya arreglado para permitir llevar el libro en el. Amarrándolo detrás de su cintura.
Primero decidió guardar el dinero que le dieron el día anterior para las compras en el bolsillo del mismo, junto a la lista de lo que compraría ese día. Luego fue a su cama, levantó un poco el colchón, sacó el libro y lo guardó en el bolsillo que arregló, verificando que era justamente el espacio necesario para que el libro entre.
Salió del ático en silencio, y bajó la escaleras rápidamente sin hacer ruido. Recogió la gran canasta vacía de la cocina, y salió de la casa, cerrando la puerta detrás de ella.
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Fue directamente camino a la calle de la casa de los Annighan, la niña había de estar dentro de casa todavía, en compañía de su madre, ya que su padre debía de estar trabajando en la mina desde mucho más temprano.
Las calles empezaban a atolondrarse, la gente empezaba a salir al mercado, a la panadería, al banco, a todos lados. Por la calle de la casa de aquella familia, que estaba compuesta por casas de gente acomodada, aquel tumulto se notaba un poco más.
Lauren recordó la conversación que tuvo con el Bibliotecario el día anterior, mientras observaba como la gente pobre como ella, salía desde tan temprano, a trabajar a comprar a esforzarse, pero como en otros lados como en casa de las Dhollen, se seguía durmiendo.
Sabía que en el reinado que vivía el Reino Unido actualmente, se había luchado por hacer de la pobreza algo inexistente, pero como se sabía, ese era un ideal que por más noble y hermoso suene, no podría lograrse.
Aún así, y a favor del respetado Rey, a nivel del reino, la tasa de pobreza y extrema pobreza se había reducido en gran cantidad, cosa que hacía del pesimismo de mucha gente cambiar un poco.
Pero a pesar de todo eso, siendo realistas, incluso cuando el propio Rey siga en su romántico ideal, la pobreza estuvo con la humanidad desde su nacimiento, y estará con esta hasta su muerte, por más de que logre reducirse a lo más mínimo.
[•••]
La muchacha llegó a la puerta de la casa, y tocó tres veces. Para que luego en muy poco tiempo, salga la madre de la niña.
—Lauren, que gusto. —Dijo la mujer con una gran sonrisa.
Dentro de la casa se escucharon algunas cosas, para luego ver a la niña que al escuchar a su madre mencionar el nombre de la muchacha salió corriendo para saludarla.
—¡Lauren! —Gritó la niña con suma alegría, alargando la letra 'e', mientras se abalanzaba en un abrazo a la muchacha en la puerta. Aferrándose a la cintura de la misma, que se quedó quieta ante la muestra de cariño.
La madre de la niña estaba riendo suavemente.
Hope parecía no querer soltar a Lauren, abrazándola fuertemente con una gran sonrisa, Lauren no le iba a decir nada, solo esperar que se aleje.
—Hola Hope. —Habló la muchacha.
La niña eventualmente se separó de la muchacha, que dejó de tensarse en aquel momento y agradeció internamente que por fin se haya separado.
—Hoy es mi cumpleaños, ya tengo 7 años, Lauren. —Habló la niña sumamente emocionada dando pequeños saltitos.
—Lo sé. —Respondió. —Por eso vine, te traje algo. —Le dijo.
La niña pareció emocionarse muchísimo más, y la expresión de su madre parada en el umbral de la puerta fue de gran sorpresa.
—¿En serio? —Dijo la pequeña, mientras sus ojos se llenaban de un hermoso brillo e ilusión.
Lauren entonces se puso de cuclillas frente a ella, y del bolsillo del delantal sacó el libro, tendiéndoselo.
—Feliz cumpleaños. —Le dijo
La emoción de la niña fue tan desbordante, que hasta los ojos de su madre se llenaron de lágrimas que trató de disimular.
La niña gritó de la emoción y hasta lloró de la misma, tomó el libro entre sus pequeñas manos, y empezó a saltar de la alegría, mientras varias lágrimas caían por su rostro. Y antes de que Lauren pueda siquiera tener la oportunidad de ponerse de pie, volvió a abalanzarse en otro abrazo mucho más apretado.
Lauren no podía hacer más que volver a quedarse quieta y esperar.
—Gracias, gracias, gracias. Jamás pensé que harías eso, cuando te dije del libro solo estaba pensando en voz alta, contándote algo de amigas. No tenía idea que ibas a comprarlo, a regalármelo, muchas gracias, muchas muchas muchas gracias. —Susurró la niña con la sinceridad más pura y más tierna que una niña de su edad podría tener. Y no se separó en un largo rato.
Pero al hacerlo al fin, librando a Lauren de su incomodidad, y con más saltos alegres, estuvo mostrándole el regalo a su madre.
La muchacha se puso de pie.
—Lauren, no tenías por qué. —Agradeció la madre de todo corazón, llevándose una mano al pecho.
—Quise hacerlo. —Contestó tranquilamente.
—Muchas gracias, no sabes cuánto significa para nosotros. Cuánto significa para Hope, que te estima muchísimo. —Dijo la madre, acariciando el cabello de su hija, que ahora estaba a su lado curioseando desde ya el libro. —Siempre has sido muy buena con nuestra familia. Lamento no poder agradecerte como te lo mereces, por todo, incluyendo por como ayudaste a mi hija la anterior vez, que si tú no la convencías que nos avise, nunca nos hubiéramos enterado que la estaban molestando. —Comentó la mujer apenada.
—No hay nada que agradecer, más bien espero que todo se haya solucionado. —Contestó la muchacha.
—Sí, le dije a mi mamá y a mi papá, como me dijiste que lo haga, y fueron a hablar con los papás de esos niños feos, ahora ya no me van a molestar. —Confirmó la niña.
Su madre sonrió, e invitó a Lauren a pasar a casa, pero la muchacha tuvo que negarse. Tenía cosas que hacer, no podía quedarse por más de que el puchero en los labios de Hope casi la persuada. Explicó sus razones, y se disculpó cordialmente.
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—Está bien, pero la invitación sigue en pie. Si tienes tiempo, un día ven a tomar el té con nosotros, nos encantaría. —Habló la mujer amablemente.
Se despidieron, la madre volvió a agradecerle a la muchacha, y antes de entrar a su casa la niña volvió a darle un abrazo a Lauren, rodeando su cintura.
—Te quiero mucho. —Dijo con gran ternura, y gran agradecimiento. Y para suerte de la muchacha la niña se separó bastante rápido.
Hope y su madre entraron a su hogar, y todavía se vio como la niña estaba saltando dentro de su casa, abrazando el libro, probablemente yendo de una vez a leerlo, y a su madre que reía por el adorable entusiasmo de su hija.
Luego, la puerta se cerró.
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Lauren siguió su camino después de eso, muchísimo más aliviada. Todo había resultado muy bien, y no hubo ningún solo problema.
Ver la emoción de la niña, se llevó todo mal humor del día anterior, trayéndole serenidad y satisfacción. Ya había hecho lo que tanto quería hacer hace tiempo, la niña lo merecía, lo anhelaba, Lauren no se arrepentía en lo absoluto.
Hope era una niña maravillosa, de hermosos sentimientos y grandes habilidades. Tenía a penas 7 años, pero siendo tan pequeña ya entendía todo. Consideraba a Lauren su amiga, por más de ser más de una década menor que ella, por más de ver que ambas estaban en situaciones diferentes. La desbordante alegría de Hope, era el opuesto complemento a la inexpresividad emocional de Lauren.
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Con la canasta vacía, caminó al mercado, a seguir con todas las compras que tenía que hacer.
Frutas, como fresas y arándanos, algunas verduras, berenjenas, brócoli, lechuga, un poco de carne y especias como orégano, y un poco de cilantro.
Para eso, la canasta ya pesaba un poco, pero aún faltaba una cosa. Ir a comprar un poco de pan, que ya se había acabado.
Al salir del mercado, entre tanta gente, y cambiando de mano con la que cargaba la canasta, fue a la panadería.
Un gran beneficio, era que esta, así como la biblioteca estaban bastante cerca a la casa de las Dhollen, diferenciándose a penas por unas cuantas calles.
Al llegar al lugar, este parecía estar más tibio, por la prescencia del gran horno donde se preparaba el pan, y el dulce olor acogía a cualquiera que entraba.
El panadero, y su nieto la atendieron. El abuelo trajo desde el calor del horno el pedido, y su nieto Louis puso el pan en bolsas de papel, separando los dos tipos de panes que estaba comprando la muchacha, unos que tenían forma de trenza, y otro grande de forma alargada, parecido a un baguette, que se usaba generalmente para hacer tostadas. El ojiazul le dedicó una gran y dulce sonrisa, ayudándola a acomodar las bolsas en su canasta.
La muchacha salió del establecimiento agradeciendo a ambos vendedores.
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Cruzó la calle, volviendo a casa de las Dhollen, con la canasta ya llena de todo lo necesario.
Caminó con tranquilidad, y justo en la esquina antes de llegar a la casa, parado y apoyado en la pared, Alex Douglas.
Era un joven alto, ojos marrones, y cabello marrón. Hijo de ricos, su padre un prestigioso profesor de matemática, su madre heredera de un gran comerciante. Le gustaba Lauren, le atraía mucho, pero era un tremendo tirano. Acostumbrado a tener todo lo que quería, de carácter violento, imprudente y mimado.
Entre la muchacha y él habían ocurrido fuertes asperezas, Alex Douglas estaba molesto, furioso con ella, porque no la había conseguido para él, su más grande capricho lo había rechazado. Aún así la deseaba, y no iba a aceptar la idea de no obtener lo que se le antojaba cuando se le antojaba.
Lauren pasó por delante de él, ignorando su presencia completamente. No tenía tiempo de tomar otro camino, y tener problemas era lo que menos quería.
No le iba a tomar importancia, y al parecer debido al incidente entre ambos ya hace un buen tiempo, Alex no volvería a ser insolente con ella.
Sabía que si ambos llegaban a tener un problema o una pelea, iba a terminar muy mal, era mejor para ella controlarse, pasarse de largo, y si el muchacho intentaba hacer algo, a menos que llegue a un extremo, ignorarlo sin más.
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Al ver pasar la muchacha, una arrogante sonrisa, cruzó los labios Alex.
—Lauren, Lauren. —Habló lentamente—Vaya, tu belleza vuelve a deleitar mis ojos, que hermosa te ves hoy —Dijo el joven detrás de ella, empezando a seguirla —¿Cómo estás? —Volvió a decir, siendo completamente ignorado. —Lauren ¿me estás escuchando? — Replicó, apresurado su paso, para caminar al lado de la muchacha, que mirando al frente seguía su camino. —Oye, te estoy hablando. —Insistió. —No te pongas así corazón, lo de la anterior vez podemos olvidarlo. —El joven se atrevió a ponerse delante de Lauren, bloqueándole el paso, sonriéndole de una manera que solo le dio asco a la muchacha.
Lauren intentó esquivarlo, ignorándolo todavía, dando un paso al costado, para hacerse a un lado. Volviendo a ser bloqueada, por Alex.
La gran serenidad y tranquilidad del día de Lauren habían sido tirados por la borda. Todo lo bien que habían pasado las cosas, y lo sereno que parecía marchar su día, parecía haberse esfumado
Se estaba irritando, lo único que quería era irse, evitarlo, dejar de tenerlo en frente, dejar de verlo y dejar de escucharlo.
—Permiso. —Espetó impaciente.
Una sonrisa autosuficiente volvió a formarse en el rostro del muchacho, que seguía delante de ella dispuesto a seguir bloqueándole el paso.
—Vamos. —Rio burlonamente. —No tienes por qué ponerte así conmigo, te puedo pedir disculpas si quieres, no seas tan amargada, corazón. —Habló confiadamente.
Lauren respiró conteniendo las ganas que tenía de empujarlo para abrirse paso, sintiendo como su pierna derecha empezaba a temblar de impaciencia con el joven al frente suyo.
—Permiso. —Volvió a repetir nuevamente.
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