
VI
𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨
El resto del día, no salió de su usual y tediosa rutina.
Después del pequeño suceso, y debido al apuro con el que tuvo que hacer todo debido al atraso, lo único que se salió un poco de la rutina fue que la muchacha se hizo un corte en el dedo accidentalmente, a la hora de preparar el desayuno. No quedo de otra que lavarse la herida por más del ardor y cortar un pequeño pedazo de venda, para cubrirla y protegerla hasta que se regenere por sí misma.
En la hora del almuerzo, preparó el pescado que había comprado ese mismo día en la mañana, de la manera exacta en la que las Dhollen siempre pedían, las señoras comieron a gusto mientras Lauren limpiaba la cocina por la elaborada preparación que le había costado el plato de aquel día.
Una vez más, y como siempre estuvo de aquí para allá y de arriba a abajo en aquella casa, limpiando, trapeando, y barriendo. Recibió un tanto de nuevas indicaciones, encargos, cosas para comprar, cosas que arreglar, no dejando descansar su mente ni cuerpo por un solo segundo.
Romina Dhollen no paró de hablar de como es que quería un nuevo corsé, talla 0, llevando así a la exageración su obsesión por los mismos. Fue tanto así, que su hermana mayor Ivonne, se lo dejó prohibido, dejando en claro que ya estaba llegando muy lejos.
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Había un piano en casa, el cual Gemma Dhollen usaba para cantar y tocar, cultivando así su gusto refinado en música y una habilidad que se consideraba de alta clase para una mujer. Lauren se irritaba con aquello, ya que por más de que la señora toque muy bien el instrumento, su voz terriblemente chillona y desafinada lo arruinaba todo por completo.
Incluso las propias señoras terminaban fastidiadas por la voz de su hermana, pero como cada una podía irse a su habitación y dejar de escucharla no pasaba nada. Pero Lauren que se la pasaba en el primer piso de la casa la mayoría del tiempo gracias a todos sus diarios deberes, no podía hacer nada más que intentar pasar por alto aquel irritante sonido.
Gemma Dhollen era la más extraña de sus hermanas, sus dos hermanas tenían fuertes y notorias personalidades, Ivonne era la mayor, la líder, a la que siempre obedecían, la mente maestra de todo y la que parecía disfrutar del dolor de las demás personas, Romina Dhollen a pesar de ser la menor era muy calculadora, mandona, obsesionada con su belleza, y sin absolutamente nada de empatía. En cambio Gemma Dhollen, era simplemente rara, extraña, parecía no poder pensar o tener propios criterios, era increíblemente dependiente de sus otras dos hermanas, lo que ellas decían ella hacía, no hacía nada sin que sus hermanas no lo digan, y parecía que toda su personalidad se basaba en ser como ellas querían.
En cierta manera, daba algo de lástima, no por sentir precisamente empatía, sino por lo necesitada de aceptación que ha de estar para comportarse de esa manera para la edad que tenía.
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La mañana siguiente, Lunes, todavía habían y quedaban los suministros suficientes para cocinar y preparar la comida de todo aquel día e incluso tal vez el siguiente, razón por la cual la muchacha podría tener un poco más de tiempo y quién sabe hasta poder dormir hasta un poco más tarde.
No lo hizo, y decidió que aquel tiempo, al que se le podía llamar libre, lo iba a aprovechar, ya que no se daba seguido y debido a los planes que tenía en mente no podía desperdiciarlo.
Se levantó temprano, casi a la misma hora de siempre, fue a asearse, y aprovechó para lavarse el cabello. Se quedó viéndose a sí misma al pequeño espejo unos segundos, observando como las usuales bolsas bajo sus enormes ojos cada vez le daban un aspecto cansado y hasta demacrado.
Fue a cambiarse, a ponerse las ropas internas, las faldas interiores, los botines, y la misma camisa y vestido del día anterior, porque todavía ninguno estaba sucio. Se colocó su reloj en forma de collar, y lo acomodó para que este se esconda un poco dentro de la camisa.
Por último, se cepillo el cabello todavía húmedo, se hizo su peinado de siempre y se colocó el delantal blanco de trabajo.
Abrió uno de los cajones de su pequeña mesa de noche, y sacó todo el dinero que tenía ahorrado de la pequeña caja de lata que estaba ahí.
No era ni siquiera demasiado dinero, pero era el exacto para lo que tenía planeado, lo guardó en el bolsillo de su delantal y bajó las escaleras del ático, y salió en silencio de la casa.
En vista de que no tendría que comprar nada aquel día, no habría ninguna canasta con ella misma. Ese era uno de los pocos días en los que podría aprovechar hacer algo más que ir al mercado y cargar pesadas canastas. Y como lo había planeado, iba a ir a la biblioteca, después de mucho tiempo sin haberlo hecho y por una razón muy especial.
Ese sería el día indicado para comprar el añorado libro para la pequeña Hope, a la que por casualidades de la vida había tenido la oportunidad de ver y ayudar justamente el día anterior.
El cumpleaños de la niña, era apenas en unos días, dos específicamente, y qué mejor momento para comprar de una vez el libro en vez de hacerlo a última hora.
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Su visita a la biblioteca también sería importante al ir también a ver a Vladimir Gees, el dueño, y amigo suyo. El anciano estaría muy feliz de verla en su negocio después de tanto tiempo, y sin duda el encuentro traería una gran alegría al hombre que podría hablar con ella después de solo haberse estado saludando a la distancia.
Lauren fue caminando a la biblioteca que no estaba tan lejos, más bien estaba más cerca de la casa de las Dhollen de lo que se podría imaginar. Haciendo mucho más irónico que entre las hermanas y el Bibliotecario exista cierta enemistad.
Solo hizo falta cruzar unas cuantas calles para llegar al lugar, y subir tranquilamente los peldaños para llegar a la puerta y entrar.
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La biblioteca era un lugar inmenso, con miles de libros, en diferentes idiomas, para todo tipo de público, pero sobretodo con la gente noble, a quienes por norma les tenían especial predilección.
Habían bastantes trabajadores, todos varones, pero el dueño seguía siendo el anciano, y su principal asistente un hombre llamado Gerard Minsky de ascendencia italiana.
Era un lugar precioso, de ensueño, con innumerables pasillos, donde cualquiera podría perderse, y no arrepentirse de aquello, un lugar elegante, estantes de madera fina y con aquel peculiar olor que parecían desprender los libros.
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La muchacha entró en la biblioteca a paso tranquilo, a esa hora en la mañana el lugar estaba casi vacío, dándole un aspecto más silencioso y pacífico, haciendo que el sonido de los pasos de Lauren puedan ser escuchados.
Le provocó un gran sentimiento de satisfacción estar dentro del lugar después de no haber ido en varios meses. Se dio un poco de tiempo para pasar su mirada por todo el lugar, mientras daba un respiro profundo.
Se adentró más en el lugar, buscando al Bibliotecario, esperando encontrarlo en la gran oficina que tenía dentro del lugar.
Con las manos detrás de su espalda, fue caminando por toda la biblioteca, que conocía muy bien, rumbo a la oficina del hombre, que estaba al fondo de la misma.
No pudo evitar distraerse mirando algunos estantes en el camino, curioseando algunos nuevos libros y viendo algunos que ya había leído.
Mientras seguía dirigiéndose al lugar, pasando por la zona de lectura había una mujer leyendo Romeo y Julieta, Lauren recordó la vez que leyó el libro hace años, cuando se lo había prestado Vladimir, y cómo ambos se quedaron reflexionando sobre la hermosa forma narrativa de Shakespeare, y cómo había tocado la tragedia en el amor de una manera totalmente atrapante, pero romantizando tal vez de más la idea de la muerte por una ilusión adolescente y exagerada.
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Siguió avanzando, y llegó al lugar viendo que su puerta estaba cerrada, decidiendo tocar para verificar si es que se encontraba ahí en esos momentos.
Felizmente así era, escuchó como dentro del lugar el hombre se levantaba de su escritorio, y se dirigía tranquilamente a abrir la puerta de su oficina a ver quien estaba tocando la puerta. Llevándose una grata sorpresa al ver de quién se trataba.
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—¡Santo cielo, pero que sorpresa! Hija mía, Lauren, que alegría me da verte. —La voz del anciano salió con una alegría inmensa, y su rostro se iluminó con una gran sonrisa.
Lauren le hizo una reverencia a forma de saludo, mientras el hombre correspondía al mismo con otra reverencia mientras se sacaba su sombrero de copa.
Vladimir Gees era un hombre bastante alto, de buena postura a pesar de su avanzada edad. Aún así siempre caminaba con un bastón debido a que de joven había tenido un accidente, que lo había dejado con una leve cojera de por vida. Su canosa apariencia daba ternura, y debido a su edad ya llevaba una dentadura postiza.
Al ser dueño de un lugar tan importante para el país, como era la Biblioteca nacional, era un hombre de gran prestigio, casi un noble, con mucho dinero, pero sin nada de avaricia ni maldad. Su esposa había muerto hace muchos años, pero tenía 5 hijas, de las cuales no se sabía mucho, ya que al parecer y a diferencia de la gran bondad de su padre, estas parecían estar solamente interesadas en el dinero de su progenitor, al cual solo visitaban cuando lo necesitaban.
Conocía a Lauren durante aproximadamente 10 años, la había visto crecer técnicamente, le había tomado aprecio, por su inteligencia, su pasión por aprender y no quedarse a a pesar de ser solo una sirvienta. La admiraba bastante, por ser tan fuerte a pesar de seguir siendo tan joven, pero también le daba tanta curiosidad saber que le pasaba, por qué era tan reservada, tan seria.
Trataba de entenderla, ya no le hacía muchas preguntas, sabía que no hablaba mucho y evitaba a toda costa mantener contacto físico con ella, cosa que la muchacha agradecía de sobremanera.
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La invitó a pasar amablemente, a sentarse en una de las cómodas sillas al frente de su escritorio. El anciano le ofreció un poco de té de la graciosa tetera que siempre estaba en su escritorio, a lo cual la muchacha aceptó.
—Gracias. —Dijo, mientras el hombre terminaba de servir la caliente bebida en dos tazas entregándole una a la muchacha.
Luego el hombre fue a sentarse en la silla de su escritorio al frente de la muchacha.
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—Mi corazón está muy feliz al saber que te has dado nuevamente el tiempo de visitar este lugar, y que aún no te olvidas de este anciano. —Dijo con un poco de broma, mientras reía suavemente. —Cuéntame ¿Cómo has estado?
La muchacha, que había tomado un sorbo de la taza soltó un leve suspiro. —Supongo que dentro de lo normal ¿Cómo está usted?
—Bien, todo bien felizmente. Le mandé cartas a mis hijas hace un tiempo, pero aún no responde ninguna, no sé por qué, tal vez solamente están ocupadas. Ayer también fui al cementerio a visitar a mi esposa, mi Julianne, y le dejé muchas flores. —Dijo el hombre, también tomando sorbos de su taza de té.
En aquel momento alguien más tocó la puerta de la oficina, interrumpiendo lo que el Bibliotecario le estaba contando. Vladimir en vista de que ya no quería pararse para abrir la puerta, indicó que quien estuviese afuera pase solamente, ya que la puerta no estaba totalmente cerrada como antes de que entre Lauren.
Fue Gerard Minsky, su fiel asistente quien fue entrando.
—Buen día jefecito. —Entró el otro hombre con jovialidad levantando su sombrero de copa como saludo, mientras tenía unos cuantos libros en mano. Era un hombre también mayor, pero menor que Vladimir en unos 15 años, de baja estatura, gordinflón, y con unos bigotes con forma graciosa, haciéndole honor a su ascendencia italiana.
El asistente, al ver a Lauren también se alegró mucho, saludándola cordialmente con una pequeña reverencia. Era un hombre muy alegre, con una sonrisa y carisma que jamás se borraba.
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—Dime Gerard ¿Qué pasó? —Habló el Bibliotecario a su trabajador.
—Bueno, ante todo perdón por la interrupción a su conversación. Estos libros que traigo, se los quieren llevar, para comprarlos. Nada más le quería preguntar el precio porque no aparece por ningún lado. —Pidió el hombre entregándole los libros a su jefe.
—Ah, Orgullo y Prejuicio, y Romeo y Julieta, muy buenas lecturas en verdad, cada uno a 10 libras esterlinas querido Gerard. —Dijo Vladimir al ver ambos libros.
Lauren se preguntó si la mujer que había visto en la zona de lectura hace unos minutos, sería la que quería comprar aquellos libros. Ya que la había observado leyendo uno de aquellos.
—Gracias jefecito, ahora mismo avisaré al cliente. Me despido, para ya no interrumpir más, y una vez más, que alegría volver a tenerla aquí señorita Harris, se hace extrañar mucho. Con su permiso me retiro. —Dijo el asistente despidiéndose levantando una vez más su sombrero de copa, y llevándose nuevamente los libros mientras salía de la oficina.
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Después de aquello, en la oficina del bibliotecario, Lauren y Vladimir Gees estuvieron hablando un buen rato, el hombre sobretodo, que le contaba algunas anécdotas, cosas sobre sus hijas a las cuales hace bastante tiempo no veía, algunas quejas al respecto porque el siempre quería contactarse con ellas, pero parecía no interesarles. La muchacha lo escuchaba atentamente, con interés, y haciéndole algunas preguntas ocasionales, siempre le había parecido muy interesante escuchar al hombre, y le agradaba interactuar con él porque era amigo suyo.
Después de sentir que ya estaba hablando mucho, Vladimir Gees le otorgó la palabra a Lauren, por si ella tenía algo que contarle.
La muchacha aprovechó el pase para decirle lo que tenía pensado hacer también ese día en su visita al lugar. Dando un respiro antes de hablar.
—En dos días es el cumpleaños de Hope Annighan, una niña que aprecio mucho. Sé que quiere un libro, el de cuentos infantiles, he venido a comprárselo. —Dijo Lauren tranquilamente.
Vladimir Gees sonrió dulcemente.
—Pero que lindo gesto tuyo hija mía, se alegrará mucho al verte, más aún cuando le des el regalo, un libro es la opción más hermosa, y no lo digo solo por trabajar en un lugar repleto de los mismos. —Respondió el hombre bastante orgulloso de la chica.
—De casualidad, ayer tuve la oportunidad de verla justamente, y ayudarla con un pequeño percance que felizmente se solucionó rápido. —Habló la muchacha, recordando el pequeño incidente del día anterior. —Entonces con eso recordé y decidí, que ahora que tengo tiempo, aprovecharía de una vez para comprarlo, otro día ya no podré, y el día ya está cerca.
—Bueno, qué estamos esperando entonces, vamos por el libro. —Dijo el anciano, levantándose de su escritorio con gran entusiasmo. —Si un libro va a parar en manos de alguien que lo desea con todo su corazón, como es el caso de la niña de la que me hablas, vale la pena cualquier cosa.
Lauren también se levantó de la silla donde estaba, y siguió al hombre, que caminando con su bastón se dirigía fuera de su oficina.
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