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LVI

𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬 1880— 𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨

Lauren subió las escaleras, saliendo rápidamente de la cocina, y siguió corriendo.

Levantó un poco la falda de su uniforme, para poder correr más rápido. Llegando a cruzar el gran comedor y la sala real en un tiempo bastante corto.

Karoma estaba varios pasos detrás de ella corriendo también. Intentando alcanzarla. Vio que no iba a poder hacerlo, y después de unos segundos simplemente la dejó de seguir, confiando en el joven Harry que la llevaría y traería de vuelta. Y con la sensación en el pecho que causa el aviso de la agonía de una persona.

[•••]

Lauren llegó a la sala de recibimiento lista para salir y seguir corriendo hacia la entrada del castillo, y mientras salía por aquel gran camino que daba a las rejas, el adorno blanco para el cabello que era parte de su uniforme salió volando y cayó al suelo.

No se molestó en recogerlo, no tenía tiempo para pensar en eso en esos momentos. Fuera de las rejas, el inmenso carruaje del Duque, ese mismo que las había traído en su primer día, se encontraba esperando. El joven Harry estaba fuera del mismo caminando de un lado a otro, y con la mirada perdida en el vacío.

Estaban también otro par de guardias en otros caballos, que se encargaban de cuidar y proteger al hijo del Duque como siempre, ya que al ser de los nobles más importantes siempre necesitaba seguridad en todos lados, sin importar la circunstancia.

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Por otra parte los guardias de la gran entrada, abrieron las inmensas rejas de metal del castillo, dándole paso a la muchacha para salir.

Y lo hizo, el hijo del Duque entonces se percató que la muchacha estaba afuera y avanzando unos pasos le dio el alcance.

Para decirle que no era necesario que se agache en una reverencia para saludarlo, que dada la situación no había ningún problema si no se respetaba aquel protocolo. No había tiempo, y en una situación tan delicada como esa, la brecha socioeconómica de ambas personas pasaba a segundo plano, como si fuese un milagro.

Al muchacho se lo notaba tenso, más pálido de lo normal y sumamente distraído, como si solo su cuerpo estuviese en ese momento, pero su mente no.

En menos de lo que se esperó, subieron al carruaje. Uno de los guardias se bajó de su caballo, uno de los que acompañaba al carruaje desde atrás y abrió la puerta del vehículo para el noble y la sirvienta. Ambos subieron rápidamente, y debido a que la muchacha necesitaba algo de ayuda para subir debido a lo alto del vehículo, el joven Harry subió primero. Y en el momento que este tuvo que tomar la mano de la muchacha para ayudarla a subir, dio un pequeño respingo al sentir las manos de Lauren Lauren increíblemente frías, como si hubiera tocado hielo mismo.

Lauren tuvo que ignorar todas sus incomodidades con el contacto, que felizmente fue rápido.

Ambos se sentaron, frente a frente en los finos asientos del carruaje. Y tan rápido como eso, con una orden del hijo Duque, el carruaje empezó a andar, con una velocidad incrementada, y el sonido de  los cascos de los caballos chocando en el suelo.

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Nadie habló, el ambiente no lo ameritaba. Y cada uno parecía perdido en su propia mente.

El joven Harry estaba ansioso, suspirando temblorosamente, su pierna temblaba en necesidad de apuro por llegar a la mansión del anciano. Iba a quebrarse en cualquier momento.

Lauren estaba sentada, erguida como toda su vida con las manos apoyadas en su regazo, las mismas que temblaban un poco. Un terrible dolor en la cabeza, y una opresión en el pecho, hacían su respiración irregular, miraba a un vacío y de tanto en tanto subía su mano para limpiar lágrimas que caían de su rostro.

No lo estaba asimilando. Le dolía mucho como para que sea cierto. Le ardían los ojos cada que los cerraba para parpadear.

La muerte no era algo que sea ajeno a ella. Porque la había visto de cerca, y la tenía presente en toda su vida como una amenaza. No sabía asimilarla, y fuera del hecho de que en general era algo por lo que todo el mundo pasaría tarde o temprano, le tenía un pavor profundo, que era fruto de los diferentes traumas que la habían marcado.

Vladimir Gees era un anciano, que ya para su edad tenía algunos dolores obviamente y que se había enfermado de manera suave otro tanto. Aún así jamás se había quejado, porque jamás quiso que se preocuparan por él, no quería llamar la atención. Pero en situaciones como esa, y a su edad aquello era extremadamente peligroso.

Era cierto que el hombre aún estaba vivo. Pero ya en su lecho de muerte, le habían dicho los médicos que no resistiría hasta el día siguiente. La idea misma, podía romper a Lauren, perder a alguien que se ama, es un tipo de dolor que es totalmente imposible de describir.

Le debía todo al hombre, él la había ayudado tanto, había hecho posible lo imposible, alejándola de las Dhollen. La había considerado tan cercana, y había hecho tanto por ella, había sido su amigo justo cuando más necesitaba uno. Perderlo, para siempre, era algo para lo que jamás se había preparado.

Hace tan poco, en la carta que contestó el hombre este hablaba de su salud con normalidad, asegurando su bienestar. Pero le estaba mintiendo, porque para eso, ya estaba enfermo. No quería preocuparla, no quería preocupar a nadie.

Sentía la temperatura de su cuerpo bajar cada vez más, como si ella también estuviese muriendo poco a poco por dentro.

[•••]

El viaje, debido a la distancia fue largo, y se sintió incluso más largo debido a la desesperación de llegar antes. A pesar de que el carruaje iba a un ritmo totalmente apresurado.

Ni el joven Harry, ni la muchacha intercambiaron palabra alguna durante todo el tiempo. No era el momento, ni la ocasión.

Llegar a la gran mansión del hombre después de tiempo, fue horrible, sabiendo que es lo que pasaba.

Sin mucho tiempo para entonces, el mismo joven Harry abrió la puerta del carruaje para que ambos puedan bajar de una vez. Él bajó primero.

El carruaje quedó en frente de la puerta, tanto el mismo, como los guardias que acompañaban desde atrás en sus caballos, esperarían pacientemente.

Lauren no sabía el tiempo que duraría su permiso. El hijo del Duque ya se lo diría en algún momento, pero con que  solo  quede hasta un minuto, el último. Sería suficiente.

[•••]

El joven Harry, toco la puerta golpeándola con sus nudillos por varios segundos.

Casi de inmediato  la misma se abrió. Dejando ver a uno de los mayordomos. Que al ver al noble y a la muchacha, ya no tuvo más tiempo para ningún saludo, nadie lo tenía. Los dejó pasar rápidamente. Para luego cerrar la misma detrás de ambos.

Así las ahora tres personas corrieron apresuradamente hacia donde estaba la habitación del hombre.

Lauren iba al final, el tremendo bajo en su temperatura corporal le estaba impidiendo incluso caminar correctamente.

La puerta de la tremenda y lujosa habitación del hombre estaba parcialmente abierta, por lo cual aquel mayordomo que estaba al frente solo tuvo que empujarla un poco y entró.

Luego, tomando un respiro profundo entró el hijo del Duque. Y al final lo hizo Lauren.

En aquella habitación enorme y espaciosa había una fina y gran cama de sábanas blancas. Habían muchos adornos, el armario del hombre un perchero donde estaban sus abrigos, su mesa de noche y todo lo de mejor calidad.

En el centro de su cama, con su pijama y recostado, estaba Vladimir Gees, en una silla que acomodaron al lado de la cama, Gerard Minsky, en resto del espacio de la habitación todos sus sirvientes, el gran Duque, y el joven Harry.

Nadie se saludó con nadie, no había mente para aquello. Lauren se apresuró a ir hacia donde estaba el hombre. Una sirvienta entró de repente trayendo otra silla, para ponerla al lado de la cama también, al costado de donde estaba sentado Gerard.

Se entendió aquel mensaje, y a penas eso sucedió la muchacha se sentó ahí. Al lado de Gerard.

[•••]

—Hija, Lauren—dijo Vladimir desde su cama. Girando su cabeza al ver a la muchacha.

Su voz salió baja, ronca y débil. El hombre estaba pálido, con los ojos caídos, sin ninguna fuerza aparente. Enfermo, adolorido. Soportando lo que le quedaba de vida.

Lauren no pudo hablar. El hombre en cama, movió un poco su mano. Y sin pensarlo mucho Lauren la tomó.

—Que fría que estás—dijo el anciano, intentando esbozar una sonrisa.

Lauren no pudo evitar empezar a llorar. Gerard, la miró muy apenado, él también estaba llorando.

[•••]

—No llores por favor. No me gusta verte llorar—dijo el hombre.

Hubo total silencio en el lugar.

—¿Por qué no avisó que estaba mal muchísimo antes?

El hombre suspiró.

—Sé que pude evitar esto querida Lauren. Lo sé muy bien, pero desde un inicio al enfermarme creí en mi mejoría. Tiempo después supe que no, y que más podía hacer que aceptar mi destino, no iban a poder curarme de todas maneras, solo alargarme la vida un poco más, y vivir enfermo, pero vivir, no es lo que yo quiero.

—Jefecito, estos médicos son siempre demasiado pesimistas—dijo Gerard con una voz muy temblorosa —usted siempre se ha recuperado.—empezó a llorar mientras del bolsillo de su saco, sacaba su pañuelo y así limpiar sus lágrimas.

—Gerard, mi fiel amigo. Tus esperanzas siempre han sido buenas. Y jamás te he visto tan triste como ahora, y no quiero que lo hagas.—habló el hombre—Vas a ser el mejor dueño de Biblioteca que todo este país ha visto—esbozó una sonrisa débil.

El hombre soltó la mano de la muchacha para no incomodarla. Gerard, se puso extremadamente triste, como absolutamente nadie jamás lo había visto. Y obviamente había razón para llorar, pero ver el estado de Gerard, perdiendo un amigo de toda la vida, también afectó a Lauren en una manera que no conocía.

La muerte era uno de los fenómenos más raros, porque nadie sabía exactamente que pasaba después para contarlo. La religión, daba respuestas, pero nadie había regresado de la muerte para contarlo.

La muerte, se anunciaba a sí misma. Y solo pocas personas sabían sentir aquello. Era obvio que cada muerte en cada persona era diferente, pero cuando el anuncio de esta se daba se sentía igual. Lauren la podía sentir.

Se sentía muy mal, el ambiente se sentía terrible. Dolía, mucho. El hombre parecía tranquilo, listo, para irse. Pero nadie estaba listo para dejarlo hacerlo, y así de egoísta como sonaba eso, era totalmente cierto.

Todos se quedaron acompañándolo, en total silencio.

[•••]

—Mis hijas no vinieron—dijo el hombre de repente—Seguro, están ocupadas.

Aquello le dolió a todos. Sobretodo porque nadie tenía el valor de decirle que en realidad sus hijas no quisieron venir. Que lo único que querían era el dinero de su padre, y que si venían sería únicamente para su testamento.

El gran Duque, empezó sentirse mal, y su hijo se puso a su lado poniendo una mano en la espalda de su padre.

El Bibliotecario miró a Lauren.

—¿alguna vez te he dicho cuanto me recuerdas a mi esposa?—dijo. La muchacha limpiando las lágrimas de su rostro negó—Pues te lo digo—dijo el hombre—obviamente no es en el sentido físico, sino en como es el actuar. Ah mi Julianne, era tan terca, tan amargada, tan reservada, como tú —suspiró— una mujer fuerte y maravillosa, amorosa como ninguna. Cuanto la amé y la sigo amando. Murió antes que yo, pero ahora iré con ella.—dijo—amar es maravilloso hija mía, y mi último deseo es que puedas sentirlo—le dijo a Lauren—que ames a alguien y que esa persona te ame demasiado de vuelta. Que entiendas tus sentimientos y te permitas transmitir algo. En tu carta me contabas de una amiga tuya, y no sabes lo feliz que me puse al saber lo bien que te va en castillo, pero al tipo de amor al que yo me refiero, es al romántico. Mereces a alguien que te ame con todas las fuerzas que su cuerpo permita, y amar a esa persona de vuelta.—Hizo una pausa.

Todos escucharon al anciano. Lauren miraba a su amigo, al que conoció desde tan pequeña. Y no podía evitar sentir que ella moría también. Sus lágrimas caían hasta su mentón y cada que se las limpiaba caían más.

Los sirvientes estaban igual.

—No llores por favor.—le volvió a decir el anciano—de este mundo me voy feliz. Porque amé, me dejé amar y ayudé en cuanto pude. Antes de que yo sea dueño de la biblioteca, la única gente que podía entrar era la gente adinerada, y eso me pareció tan mal. Y a pesar de que se me vino el mundo en contra, yo la abrí para todos, incluso para niños, creando una zona para ellos y para que lean tranquilos los libros que les daban en el colegio. Lo mismo pasaba con la venta, solo que la gente adinerada era la única que podía comprar los libros. Se me vino todo en contra y yo hice todo en lo que yo creía, a pesar de la adversidad. Quiero que tu lo hagas, Lauren. Que nadie se atreva a decirte que no puedes, que eres tonta, que por ser una mujer no tienes las capacidades que tiene un hombre, no dejes que alguien vuelva a si quiera tocarte un cabello, porque ya no tienes por qué soportarlo, jamás.—le dijo, y el hombre también empezó a derramar unas cuantas lágrimas.—ya he hablado  con cada una de las personas presentes en este ambiente, he intentado consolar a mis grandes amigos, diciendo que mi presencia no se irá mientras me recuerden. Y se los repito—dijo mirando al resto de la habitación—Yo me iré de este mundo feliz por haberlos amado, por haberlos conocido. Sé que una partida duele, y que mi muerte predecida ya para mañana es un dolor terrible, perder nos duele, más aún cuando perdemos algo que amamos, porque sabemos que no estará con nosotros nunca más. Pero quiero que todos me prometan que esto no dolerá por mucho, que me recuerden pero no con dolor. Necesito que me lo prometan.

Todos los presentes, se tomaron tiempo para asentir. El gran Duque fue el que más se demoró.

—Me estoy tomando tiempo para hablar con todos ahora porque después dijo el médico que es mejor que descanse, y que hablando mucho gasto energías—dijo el hombre, pero empezó a toser.

Los sirvientes se preocuparon muchísimo y uno de ellos trajo un pañuelo, que se lo paso a Lauren, que estaba más cerca. El hombre tosió levantando su cabeza para no atorarse, y en el pañuelo escupió sangre. Los demás sirvientes se acercaron para atender al hombre en su ataque de tos, Lauren pasó el pañuelo también para limpiar la boca del anciano.

Gerard ayudó a que acomoden sus almohadas, para ayudarlo a sentarse y que no se atoré con lo estaba escupiendo.

Eventualmente el hombre lo logró haciendo que el pánico se aminore un poco, se estabilizó.

Y ante que aún tenía un poco de sangre en los labios, Lauren con un nuevo pañuelo que le habían dado lo limpio sin problemas, sin asco.

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