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III

𝐋𝐨𝐧𝐝𝐫𝐞𝐬, 1880 —𝐈𝐧𝐠𝐥𝐚𝐭𝐞𝐫𝐫𝐚, 𝐑𝐞𝐢𝐧𝐨 𝐔𝐧𝐢𝐝𝐨

    La preparación de las galletas, no le tomó mucho, dándole tiempo para dejarlas enfriando e ir a ayudar a las Dhollen a estar listas para su día.

    Por más de que las señoras solamente salgan al balcón a la hora del té, se arreglaban como si fueran a ir a una reunión o evento importante, con sus vestidos elegantes, con aquel armazón flexible debajo de la falda, para agregarlas mucho más volúmen. Parte diaria de la rutina de Lauren también era ayudarlas a alistarse, a ponerse el corsé, el armazón de la falda, las faldas internas y el vestido, incluso tenía que ayudarlas a peinarse, con sus elaborados y ostentosos moños, para los cuales necesitaban más de dos manos.

    Romina Dhollen, la ahora menor de las hermanas era la más vanidosa, trataba de cuidarse metiéndose en corsés una talla más pequeña de la que deberían. Le gustaba mirarse al espejo, y cuando alguien le preguntaba su edad siempre solía mentir sobre esta, restándole unos cuantos años. Usualmente, era a quien Lauren se demoraba más alistando, porque nunca se decidía de vestido, y siempre quería que su corsé esté más y más ajustado.

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    —¿Qué acaso no tienes fuerza? —Habló con frustración la hermana menor frente al espejo de su habitación, mientras la muchacha le colocaba y ajustaba el corsé. —Qué inútil eres. —Resopló frustrada. — ¡Vamos! ajústalo más.

    Lauren no respondió nada, solo le hizo caso, enroló un poco más de las cuerdas del corsé en sus manos, y jaló con mucha más fuerza, dejando la prenda totalmente ajustada. Romina Dhollen pareció dejar de respirar unos segundos, y mientras se miraba al espejo pareció sonreír, ya que la prenda al fin y al cabo le había terminado quedando.

    Romina Dhollen ya estaba peinada, y bien perfumada, vestida con todas las ropas interiores, que para la época solían ser como una especie de bermuda blanca un poco más abajo de las rodillas holgada pero un poco más ajustada en la parte de abajo, y para la parte de arriba solían ser de una tela gruesa capaz de sostener el busto, que con ayuda del corsé ayudaba a la estilización y elegante realce de este. Y ahora que ya tenía el corsé puesto a su gusto, se podía proceder con el resto de las prendas.

    Lauren luego se dirigió a ponerle el armazón flexible del vestido, la mujer levantó los brazos, haciendo más fácil que el armazón pase sin problemas por su cabeza, todos los armazones que se vendían tenían que ser flexibles, porque qué terrible sería si no lo fueran, las mujeres que los usaban no podrían sentarse siquiera.

    Luego, seguían las faldas internas, que aumentaban aún más volúmen y finalmente el vestido, el cual después de la habitual indecisión, para ese día sería el de color vino, que tenía un bonito lazo para amarrar en la parte de atrás, y mangas largas con hermosos encajes al final de estas.

    Romina Dhollen quedó satisfecha con su aspecto, y tan rápido como terminaron de alistarla, echó a Lauren de su habitación, y se quedó mirándose al espejo.

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    Al salir de la habitación Lauren miró su reloj, su reloj de mano, el que le había dado su padre y aún conservaba a pesar de los años, solo que en forma de collar, para que no se le pierda. El reloj ya estaba viejo y algo gastado, pero funcionaba perfectamente. Era plateado, y como todos los relojes de mano de la época tenían una tapa, que se abría al apretar un pequeño botón en la parte superior del reloj.

    Al mirar la hora, ya se acercaban las 12, cerró la pequeña tapa del reloj y se puso a acomodar las galletas ya frías, el té y las tazas en la mesa del balcón de la casa tranquilamente.

    Las señoras justo salieron de sus habitaciones momentos después de que lo hizo, ya listas, vestidas y perfumadas. Se dirigieron al balcón, se sentaron, esperaron a que Lauren les sirva el té en sus tazas, y empezaron a comer sus galletas, disfrutando la hora del té. Su hora favorita del día.

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    La muchacha después de aquello, con una pequeña reverencia, se retiró del balcón en silencio, y se dispuso a hacer lo demás que tenía que hacer diariamente, barrer la casa, lavar la ropa, regresar a la cocina para preparar el almuerzo, limpiar la cocina, salir a cuidar el jardín, preparar más té, alistar y acomodar los platos en la mesa del comedor, servir el almuerzo, lavar los platos, ir avanzando con la lista de las compras del día siguiente, aprovechar para anotar con una pluma y tinta los encargos que le habían dado, ver la hora, preparar la cena.

    Era la única sirvienta de la casa, iba de un lado a otro al rededor de esta, para aquí y para allá, sin poder descansar un segundo.

    Desde un primer momento había sido así y con el paso del tiempo se había terminado adecuando de alguna manera.

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    Las Dhollen siempre habían sido súper exigentes, en cuanto a sus gustos y como querían ser atendidas. Antes de Lauren, habían tenido otros sirvientes, que habían renunciado y se habían alejado debido a tremendo maltrato que las señoras daban.

    Al tener a Lauren ahora, y el hecho de que en su caso no podía renunciar, era un gran beneficio para las hermanas porque no estarían buscando y contratando sirvientes a cada momento.

    Las señoras, en realidad lo único que tenían era pura suerte, todo salía como ellas querían y extrañamente el universo parecía favorecerlas por más de que no se lo merezcan de ninguna manera, debido a todas las maldades que habían hecho.

    Era imposible entender como todo podía ir bien para ese tipo de personas, le habían arruinado la vida a su propia familia, y todo por conveniencia propia.

    Habían tenido la tremenda suerte, de que cuando Emma se escapó con Sam, absolutamente nadie más que ellas se enteró de que la pareja había tenido una hija, nadie sabía de la existencia de Lauren y mucho menos hija de quién era, y cuando vieron que fue a trabajar con las Dhollen solo pensaron que era una pobre niña que quedó huérfana y lamentablemente tuvo que ir a trabajar con las hermanas más pesadas de Londres.

    Ni siquiera hubo sospechas por el apellido de Lauren, porque era un apellido bastante común en Inglaterra y no significaba nada sospechoso. Las hermanas tuvieron tanta suerte de que ni en eso la gente sospechó, ni hizo teorías. Lo único que se sabía de Lauren era que sobrevivió al ataque del tren, pero ella nunca habló de aquello, ni de con quienes iba, ni quienes eran sus padres.

    Todos supusieron que se debía al trauma que había vivido, y que narrar lo que le había pasado era demasiado doloroso como para contarlo. Por una parte era cierto, pero por la otra nadie tenía idea que en realidad tampoco hablaba de eso porque la tenían amenazada. La habían visto desde niña, con algo de pena por lo que pasó, y también muchos la habían visto crecer, hasta donde se encontraba ahora con 21 años.

    Todos, y sobretodo Vladimir Gees, el anciano dueño de la biblioteca nacional, pensaron que como Lauren ya era mayor de edad, podía renunciar a trabajar en aquella casa. Vladimir Gees conocía a Lauren, era él que le prestaba los libros cuando ella iba a la biblioteca, la conocía desde que había llegado y le había tomado cariño, tanto así que incluso le había regalado unos cuántos libros sin ningún problema.

    La muchacha como es de esperar, tampoco le contó a él lo que había pasado en el accidente, ni quienes eran sus padres, ni cómo es que estaba trabajando en esa casa tanto tiempo. Lo máximo que Lauren le llegó a contar a Vladimir era que ella era de Doncaster, el pueblo de donde venía el tren.

    El bibliotecario no se llevaba bien con las Dhollen, no le agradaban y parecía ser mutuo. Así que cuando se enteró que a pesar de poder hacerlo, Lauren siguió trabajando con ellas, se impactó demasiado, porque pensaba que la muchacha sin dudarlo se iría.

[•••]

    Las hermanas habían tenido posesión sobre Lauren, como si fuera un objeto. Tenían aquello porque había sido su sirvienta desde una temprana edad, lo cual por más feo que suene, la volvía propiedad de la familia. Pero al cumplir la mayoría de edad, podía irse, podía elegir si quedarse o simplemente abandonar el lugar, porque ya era libre de decidir por si misma, ya que según la norma había alcanzado la edad necesaria para hacerlo.

    Pero en la declaración que se hacía en la corte en esos casos, ella decidió quedarse, sorprendiendo así a todo aquel que sabía lo terribles que podían ser las Dhollen, sobretodo al Bibliotecario que más que nadie sabía que Lauren sí quería irse.

    Aún así el anciano Vladimir prefirió no hacerse ideas, no hacerse teorías, porque podía equivocarse. Además el no estaba al tanto de las razones de Lauren, y sabía que por más que lo intente, no iba a lograr que se lo cuente, la muchacha era muy reservada con esas cosas.

    Vladimir estaba viejo, no tenía ya las fuerzas de antes para investigar que era lo que le pasaba a esa niña que conoció. Ella no hablaba del tema, no le gustaba, no hablaba del accidente, no hablaba de sus padres, y las veces que lo hacía nunca mencionaba sus nombres.

    El anciano, como todos los del pueblo, no decía nada, porque asumía que se debía al dolor que provocan tales recuerdos. Le daba pena, no quería verla así, no quería verla atada a una casa en la que la trataban mal después de todo lo que le había pasado. Sabía que Lauren era muy inteligente y no entendía por qué entonces había decidido quedarse en esa casa.

    Se lo preguntó un día, Lauren pensó en una respuesta y le dijo que era la mejor decisión, que tenía sus razones, pero que no podía contarle. Aquello dejó al anciano pensando, pero aún así ninguna sospecha se instaló en su mente.

    Las Dhollen no paraban de tener suerte, porque ni siquiera Vladimir Gees había sospechado, y se podían seguir saliendo con la suya.

[•••]

    Aún así, Lauren trataba de vivir su vida, dentro de todo. No era feliz, ni estaba bien, pero hacía lo mejor por seguir viviendo.

    No quería morir, y por otro lado incluso por voluntad propia, ella no diría que es sobrina de las hermanas, porque le daba una vergüenza tremenda saber que era familia de personas tan horribles y ruines. Las odiaba, y tenía todas las razones para hacerlo.

    Le disgustaba ser consciente que era familia de esas señoras, le daba repulsión saber como trataban a la gente que consideraban inferior, como la maltrataban a ella. Sentía asco, de saber que eran su sangre.

[•••]

    En esa casa la hacían dormir en el ático, porque supuestamente en la casa no había más espacio, ya que la habitación que antiguamente era de Emma, ahora era para los huéspedes, cuando los había. Y como tampoco querían que Lauren use el mismo baño que ellas, poco después de que la muchacha llegó con ellas mandaron a acomodar y a construir un pequeño y súper sencillo baño en el ático, a manera de una pequeña habitación dentro de este.

    Era obvio que comparado con el amplio y espacioso baño que tenían las Dhollen, el que había en el ático no era nada. Pero debido a como se había tenido que adaptar a vivir Lauren, a ella le parecía suficiente. El baño tenía un lavatorio de manos, un espejo pequeño, una bañera no muy bonita y un inodoro. Para ella mientras menos interacción tenga con las señoras era mucho mejor, porque en un momento a Lauren se le podía escapar decirles algo, que por más merecido que se lo tengan, quien se iba a arrepentir después iba a ser ella.

    En el ático, Lauren tenía una cama, tal vez no la más cómoda comparada con la de las dueñas de casa, pero era suficiente. También tenía un armario, con su ropa, sencilla y normal, una pequeña mesa de noche de madera, con una vela, porque no tenía lámpara, y un pequeño estante dónde tenía acomodados los libros que le había regalado Vladimir Gees.

    A lo largo de los años, y desde que conoció al Bibliotecario cuando ella tenía 12 años, un año después de los sucesos, Vladimir Gees en total le había regalado seis libros. Tenía uno de Ciencias Naturales, uno de Matemática, uno que tenía que ver con Filosofía y algo de la historia de Teresa de Ávila, La Divina Comedia, Madame Bovary, y Crimen y Castigo que era su preferido.

    A las Dhollen les molestaba muchísimo el hecho de Lauren lea, más aún el hecho de que el Bibliotecario se lo permita y que todavía le regale libros. Según las hermanas, eso provocaba que Lauren piense, y ellas no querían eso, la querían tener sometida en todo aspecto.

    Por eso, también le tenían disgusto a Vladimir Gees, porque creían que era su culpa, que el era el que cometía la barbaridad de que una sirvienta piense. No habían hecho nada al respecto todavía, pero conociendo su perversidad era seguro que tarde o temprano harían algo contra Lauren, o sus libros.

[•••]

    A la semana siguiente y después de unos días igual de cansados, una de esas mañanas, un Domingo, Lauren se levantó un poco más temprano, antes de las cinco de la mañana, fue a asearse, y a lavarse bien la cara para terminar de despertar. Se vistió, con las ropas interiores, los botines de trabajo, las 3 faldas internas una camisa blanca de manga larga, encima de esta su vestido marrón de manga corta, su delantal blanco que ató detrás de su cintura, y su reloj a forma de collar que nunca podía faltar, incluso se veía bonito por su pequeño tamaño y porque parecía adornar su cuello de manera agraciada.

    El clima parecía estar estable, y decidió ya no ponerse el suéter de botones, fue a recogerse el cabello y hacerse su peinado habitual de todos los días, un moño holgado en la parte baja de la cabeza.

    Ese día tendría que ir al puerto, le habían encargado ir a comprar pescado, y para el gusto de las Dhollen, el que vendían en el puerto era el mejor. El puerto no estaba tan lejos, pero aún así tendría que tomar un carruaje, que la dejaría bastante cerca a la zona donde vendían el pescado.

    Sacó el dinero que le dieron el día anterior, para que pague las compras y para el carruaje, para no despertar a nadie se dirigió en silencio escaleras abajo, a la cocina, a recoger las canastas de compra donde pondría todas las cosas y también guardó la lista con todo lo que había anotado para comprar ese día en el bolsillo de su delantal.

    Salió en silencio de la casa, y cerró la puerta detrás de ella, recién el sol se estaba poniendo, la madrugada ya terminaba y el sol a pesar del nublado clima salía a pesar de todo. Hasta aquel momento la Panadería y el Mercado ya estaban abiertos, el banco recién abriría y la Biblioteca aún seguía cerrada.

    Lauren se dirigió calle abajo para tomar un carruaje que la lleve a su destino, para así poder empezar con la rutina de aquel día.

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