II
Se adentró sin prisa al supermercado, notando señoras mayores hablando o chusmeando ya que traían bolsas de compras ya hechas en sus antebrazos; este barrio era demasiado aburrido, no entendía cómo es que tienen mucho de qué hablar, siquiera. Con las manos aún en los bolsillos del abrigo, se dirigía al estante de las verduras, agarrando la pequeña lista que su hermana me había hecho para comenzar a agarrar lo que necesitaba.
No pudo evitar notar una mirada clavada en su nuca, dándose la vuelta con cuidado pero no encontrando a nadie allí, solamente una madre con su pequeño hijo, el cuál, le insistía que le comprara caramelos. Un suspiro salió disparado de sus labios y volvió a lo suyo, colocando las verduras en la bolsa de plástico que le ofrecían en la tienda, siguiendo al pie de la letra lo que decía en el papel.
Dejó caer la zanahoria que tenía en la mano nuevamente en el cajón cuando una brisa chocó contra su oreja, frunciendo sus hombros y agachándose un poco; sus ojos aterrados subieron en busca del culpable, pero, como era de esperarse, no había nadie allí.
¿Solamente se sentía paranoico?
O... ¿De verdad estaban comenzando a pasarles cosas sin explicación alguna?
Agarra la zanahoria y la coloca en la bolsa con rapidez, encaminándose con prisa en busca de lo último que necesitaba, un paquete de sal gruesa. Tenía su labio inferior atrapado entre sus dientes, concentrado en encontrar aquello; estira su mano para agarrar el paquete y lo coloca en la bolsa, sintiéndose más seguro al ver cómo había un par de personas en la cola para pagar.
Pensaba y trataba de sacarle alguna lógica a lo que le estuvo pasando, queriendo convencerse que era causa de la falta de sueño y que andaba soñando despierto, es que, otra cosa no podría ser. Su ceño estaba fruncido y no se dió cuenta que era su turno para pagar hasta que escuchó un "adelante" de la chica, moviendo sus pies hasta allí, observando como la señorita sacaba la cuenta de la compra.
—Serían seis con cuarenta y cinco. —habló con una sonrisa, haciendo que Harry agachara la mirada en busca del dinero.
Con ayuda de sus dedos contaba los billetes, cabizbajo, sintiendo como se paralizaba cuando su atención fué puesta en unos zapatos de vestir negros que estaban justamente a su lado; su respiración se detuvo y sus ojos, abiertos con miedo, subieron en busca del rostro del dueño de aquellos zapatos.
—¿Se encuentra bien? —Preguntó la chica al ver cómo el muchacho se había puesto blanco, como si hubiera visto un fantasma...
—¿No había alguien al lado mío recién? —Habló casi en un susurro, ganándose una negación de parte de ella—. ¿De verdad?
—No, jóven, no había nadie al lado de usted. ¿Podría pagar sus cosas? La gente detrás está un poco apurada. —Harry, aún en blanco, dejó el dinero sobre la barra y agarró la bolsa.
—Quédese con el cambio y disculpe aquello.
Fueron las últimas palabras que le dedicó antes de salir del local, pudiendo pasar el aire por sus pulmones una vez más cuando el frío viento de invierno abrazó su cuerpo, agachando la mirada.
Esos zapatos... Ya los había visto, ¿Pero en dónde? Sentía que estaba alucinando, como si estuviera soñando, como si fuera una pesadilla.
—"Vaya... Tú terror me cautiva, niño."
Ahí estaba, de nuevo.
La respiración del chico se volvió irregular, queriendo correr por las calles vacías para llegar lo antes posible a su hogar. Su mirada se posa al frente y sin dudarlo, su caminar comenzó a aumentar de velocidad de a poco, encontrándose corriendo con desesperación y abrazándose a la bolsa de compras para evitar que se le caiga.
Su cabeza dolía, sintiendo ese malestar cada vez más fuerte pero, aún así, no paró de correr.
—¡GEMMA! —Gritó Harry al momento de adentrarse a la casa, escuchando como los pies descalzos de su hermana corrían hasta donde se encontraba.
—¿Qué te pasó? —Preguntó, llevando sus manos para posarlas en sus mejillas—. Por dios, estás ardiendo.
—Alguien me está... Me está persiguiendo, me está acosando —Su respiración seguía estando agitada, por lo cuál, se tomaba su tiempo para seguir hablando—. Lo ví en el supermercado.
El ceño de Gemma se frunce ante lo dicho del menor, tomándolo de su brazo para ayudarlo a ir hasta su cuarto, debía descansar.
—Harry, estás ardiendo en fiebre, estás todo sudado —Habló al notar como pequeñas gotitas de sudor se formaban en su frente mientras subían las escaleras—. Tienes que descansar, vamos, a la cama.
Harry negó con su cabeza un par de veces al escucharla, no quería dormir, no quería ir a su cuarto todavía.
¿Y sí esa persona lograba entrar a casa? O peor aún... ¿Y sí ya estaba aquí?
—Tranquilo, sh —Gemma habló con voz baja, tratando de tranquilizar a su hermanito. Ella era consciente de la falta de sueño que sufría, temía que ese sea el causante de todo esto, debía descansar inmediatamente— Te prenderé una de las velas aromáticas que tanto te gustan, ¿Sí? Todo estará bien.
El chico no dijo más nada, se dejó llevar hasta la habitación y sacarse el abrigo, junto con los zapatos. Su hermana le había acomodado la cama e inmediatamente él se acostó allí, dejando salir un largo suspiro, sintiéndose más calmado.
—¿Quieres que me quede contigo hoy? Puedo decir que no puedo ir.
Harry negó con su cabeza, él iba a estar bien, sabía lo mucho que le gustaba a Gemma ir al merendero, no solamente por ayudar, si no porque estaba aquél muchacho que le gustaba. Se sentiría culpable si ella se queda, solamente esperaría a que el malestar se vaya.
—No, por favor, tienes que ir —Susurró el menor, abriendo sus ojos para llevarlos a los de su hermana, tratando de tranquilizarla—. Voy a estar bien, en serio.
Gemma se quedó observándolo antes de asentir con su cabeza, su hermano no le mentía nunca, sabía que él iba a estar bien si se lo estaba diciendo. Ella se agacha para depositar un suave beso en la frente del chico, regalándole una sonrisa.
—Te dejaré el almuerzo ya listo, ¿Si? Solamente tienes que recalentarlo.
Ella se dirigió hacía el escritorio de su hermano, agarrando una de las velas con aroma a jazmín que tenía, tomando la caja de cerillos para finalmente prender este; lo coloca con cuidado nuevamente en la mesa e inmediatamente se siente ese sutil aroma a las flores que tanto le gustaban al menor.
Sin más que decir, Gemma sale de la habitación y cerrando la puerta a sus espaldas, quedando solo nuevamente en su cuarto. El muchacho cierra los ojos, tratando de imaginarse un cuento en su mente para que los pensamientos no lo llenaran de miedo, visualizando un árbol de manzanas y como él iba a sentarse debajo de este, sacando un libro de dibujos y un par de lápices, dispuesto a comenzar su pintura.
Sus manos se aprietan al notar como aquella visualización fantasiosa se vuelve un poco turbia, viendo cómo el cuaderno de dibujo se volvía totalmente negro, como si estuviera bañándose en cera de vela de ese color. Sus dedos no tardaron en mancharse y rápidamente abre los ojos cuando notó un frío insoportable en el cuarto, posando sus ojos inmediatamente sobre la vela aromática que su hermana había prendido para él.
—¿Qué carajos?
Susurró Harry, observando como la llama de la vela comenzaba a parpadear sin control alguno, y sin apartar la vista de ella, se endereza sobre la cama. Deja escapar el aire de sus pulmones por su boca, notando como aquél aire salía como humo debido a la baja temperatura que sentía en ese momento. No quería cerrar ni un segundo los ojos, pero en cuanto la llama se quedó quieta, sintió un poco de tranquilidad por eso y estaba listo para volver a acostarse; pero la vela se apaga.
Su corazón comenzó a palpitar con frenesí ante esto, dejando sus labios entornados y temblorosos por el terror que recorría su cuerpo, como si de una montaña rusa se tratase; llenando sus ojos de lágrimas, aferra sus puños en la cama como si fuera lo más seguro del mundo.
Y sin esperarlo, una caliente mano cubrieron por completo sus ojos junto con una boca que respiraba en su oído, quedándose estático por lo que estaba pasando.
—Nos volvemos a encontrar. —Susurró aquella voz.
La voz... Esa voz es la que escuchaba en sus sueños, en su cabeza.
Oscuridad, total oscuridad es lo que vió antes de sumergirse en un sueño profundo y un suspiro ajeno en su cuello, sin darle tiempo de gritar o siquiera defenderse.
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