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One Shot participante en el concurso de EditorialSalem

La nieve cubría todo a su paso, señal de que el invierno ya había iniciado, o al menos eso se creería si no se tratara de South Park, dónde siempre el color blanco estaba presente. Aun cuando Tweek está más que acostumbrado a este paisaje, le es inevitable no apartar sus ojos de la ventanilla mientras el auto avanza.

     —¿Estás seguro de esto? —su amiga intenta llamar su atención mientras se detenía en un semáforo.

     El rubio dirige su mirada por un instante hacía la chica en el volante y puede notar como su rostro refleja inseguridad, pero él solo asiente sin animarse a hablar. Regresa su mirada a la ventanilla y escucha a la pelirroja soltar un suspiro antes de seguir con su camino.

     Cuando menos lo nota, está saliendo del pueblo donde creció. Sabe hacía dónde se dirige, sabe el camino de memoria, pero le es inevitable mirar todo como si fuera la primera vez. Es como si su mente tuviera presente el porque iría de nuevo al centro de Denver, pero su corazón se resistiera a aceptarlo.

     Ambos notan como se acercan a su destino cuando los árboles a su alrededor dejan de estar cubiertos de nieve y sin hojas a tener un follaje en tonos naranjas, algo que les parecía curioso al estar prácticamente a un par de días de navidad. Era como si salieran de invierno eterno de South Park para darle paso al bello otoño del centro de Denver.

     Un escalofrío recorre la espalda de Tweek al ver como pasan frente a un pequeño bar en el punto medio entre su pueblo natal y su actual destino. Al instante aparta su mirada y en su lugar prefiere cambiar la canción que suena en el auto, cosa que no pasa desapercibida por la pelirroja.

     No pasó mucho tiempo antes de que el auto girara en una calle que conocía a la perfección, Tweek sintió una opresión sobre su pecho cuando aparcaron el auto, a su vez un nudo apareció en su garganta al ver la residencia frente a él.

     —¿De verdad quieres hacer esto solo? —la pelirroja lo miró insegura al percatarse de su reacción anterior—. Sabes que si quieres puedo ayudarte con lo que necesites sacar de ahí, no debes entrar si aún no estás listo.

     —Tranquila, estaré bien —sonrió triste intentando convencerla—. A fin de cuentas, es mi casa, ¿no?

     La chica no dijo nada y solo lo miró salir del auto. Sacó un par de cajas desdobladas de la cajuela y se acercó a la ventanilla del piloto para despedirse de su amiga.

     —Iré a ver a mi padre en lo que empacas, ¿Está bien? —el rubio asintió—. Pasaré por tí en cinco horas, pero si necesitas algo me llamas de inmediato —tamborileaba sus dedos en el volante algo inquieta—. A las ocho nos vamos, para no llegar demasiado tarde a South Park, ¿si? ¿o crees ocupar más tiempo?

     —Con ese tiempo es suficiente, gracias Aish —se apresuró a contestar el rubio—. Te quiero.

     —Y yo a ti.

     La chica sonrió triste antes de arrancar el auto. Tweek se acercó a la puerta y sacó las llaves de su abrigo, abrió y fue recibido por un inquietante silencio y una brisa helada que le causó escalofríos.

     Tan solo habían pasado tres semanas, ni siquiera un mes completo, y su hogar ya estaba cubierto de polvo. Por más que deseaba quebrarse en ese momento, intentó resistirse y no soltar lágrimas. Se deshizo de su abrigo y se dispuso a colgarlo en el perchero, pero al hacerlo notó otra prenda ahí y su pecho se oprimió.

     Tomó la chaqueta entre sus manos y por inercia la acercó a su fosas nasales para averiguar si aún olían al dueño de la prenda, sin importarle el polvo que acumulaba. El nudo en su garganta se intensificó al recibir aquel aroma que tanto extrañaba.

     —Craig...

Los pasos del pelinegro se escuchaban ir y venir por el piso de arriba mientras el rubio ya lo esperaba desde la puerta de la entrada sin dejar de ver la hora.

     —Craig, si no te das prisa llegaremos tarde —avisó Tweek acomodando su abrigo que lo cubría del frío.

     —No creo que haya problema si llegamos un poco tarde a mi fiesta sorpresa —respondió el mencionado mientras bajaba las escaleras con su chaqueta en manos.

     —¡¿Qué?! No entiendo de qué estás hablando —exclamó Tweek intentando sonar convincente, pero sus nervios lo habían traicionado.

     —Cariño, aunque seas el mejor actor que conozco, temo decirte que ya logro diferenciar cuando realmente estás actuando —rió mientras se colocaba su chaqueta.

     —A veces te odio —el menor hizo un puchero incrementado las risas del más alto.

     —No es cierto, y lo sabes —respondió depositando un beso en sus labios—. Andando.

     Tomó su mano y ambos caminaron hasta el auto del pelinegro, no sin antes cerrar con llave la puerta de su hogar. El camino no fue tan largo, a pesar de que su destino quedaba a media hora de su casa, por alguna razón el tiempo para ellos pasaba rápido si estaban juntos, pero solía ser eterno si no estaban con el otro.

     Tal como lo había dicho Craig, estaban ahí para su fiesta de cumpleaños sorpresa.. Todos los amigos del pelinegro lo habían planeado con ayuda de su novio, quien sugirió aquel bar al ser un punto medio para todos.

     Todos reían y la pasaban bien en sus diversas conversaciones —aunque la que más destacaba era sobre como Craig cada vez era más y más viejo según sus amigos—, pero por mucho que el pelinegro estaba disfrutando, por dentro moría de nervios.

     —Voy a la barra por otro trago, ¿me acompañas? —Tweek asintió ante la propuesta de su novio.

     Ambos se pusieron de pie y caminaron hacia la barra mientras que su "pandilla" se quedaba en su mesa a seguir con su conversación. Mientras esperaban a que el bartender preparara sus bebidas, Tweek notó como el pelinegro transpiraba más de lo normal, preocupandolo.

     —¿Estás bien? ¿Te sientes mal? ¿Te dio fiebre? ¿Quieres que vayamos al doctor? —lo interrogó el rubio notando la angustia en su voz,

     —¿Qué? ¡Si! —exclamó, aunque rápidamente aclaró su garganta para poder moderar el volumen de su voz—. Estoy bien, amor, no te preocupes.

     Craig tragó seco mientras su novio asentía sin estar del todo convencido. Al ver que sus bebidas no estaban listas aun aprovechó para sacar una cajita con envoltura de regalos de su chaqueta y dársela a su novio.

     —¿Y esto? —cuestionó el rubio con la cajita entre sus manos —. Es tu cumpleaños, se supone que yo soy quien debería darte un regalo.

     —Entonces, feliz no cumpleaños —Tweek soltó una risita—. Abrelo.

     Antes de que pudiera comenzar a quitar el envoltorio Clyde apareció interrumpiendo a los dos chicos.

     —Con que aquí estaban, ¿eh? —pasó cada uno de sus brazos alrededor de los hombros de la parejita—. Pensé que le hacía falta un mal tercio encantador aquí.

     —En realidad estábamos mejor antes de que llegaras —respondió Craig quitando el brazo del castaño de sus hombros.

     —Idiota —rodó los ojos el castaño—. No entiendo cómo logras soportarlo, Tweekers. Lo bueno es que podrás descansar dos semanas de él, ¿cierto?

     El mencionado frunció el ceño confundido, mientras que el pelinegro se tensó al instante. Clyde por un momento no entendía el porqué de dichos cambios de actitud, pero rápidamente ató cabos cuando su amigo lo intentó matar con la mirada.

     —Tengo que irme, creo que Tolkien me llama —y sin más salió corriendo de vuelta con los demás chicos antes de que Craig intentara asesinarlo.

     —¿De qué hablaba Clyde? —no tardó mucho en preguntar Tweek.

     El pequeño regalo había pasado a segundo plano, y ahora el pelinegro no sabía cómo mirar a su novio a los ojos sin sentir culpa por lo que le había ocultado. Soltó un suspiro mientras se rascaba la nuca, antes de responder.

     —Surgió algo en el trabajo y tendré que ir a los laboratorios en Texas para ayudar a solucionarlo —el semblante del rubio era sombrío, y eso inquietaba a Craig.

     —¿Y cuando te iras? —preguntó frío el menor.

     —Mañana...

     Y esa fue la gota que colmó el vaso. Tweek se levantó en seco y salió de ahí dejando la pequeña caja en la barra. Craig se apresuró a seguirlo, no sin antes dejar un par de billetes en donde estaba el regalo y guardar de nueva cuenta la cajita en su chaqueta.

     —Gracias, Clyde —exclamó el pelinegro con sarcasmo antes de salir con su novio.

1,476 palabras

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