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—C A P Í T U L O O C H O—

Las leyendas nunca mueren.

EN LAS PROFUNDIDADES DE ZAUN, DONDE EL HUMO Y EL SONIDO DE METAL SE FUNDEN EN UN RITMO CONSTANTE, sus pasos resonaban con una cadencia propia, un eco de luchas pasadas y promesas que nunca se cumplieron del todo. Ekko y Jinx eran más que dos individuos perdidos en el caos: eran leyendas, aunque lo desconocieran. En cada batalla, en cada cicatriz, en cada victoria y derrota, sus nombres se tejían en el aire como un susurro constante, con un peso que no podían ignorar.

El tiempo nunca los había tratado con compasión, pero la historia no era solo un camino de sufrimiento. Era una melodía de rebelión, fuerza y supervivencia, donde cada decisión y cada mirada compartida construía un futuro tan incierto como prometedor.

En el horizonte, el amanecer llegaba a Zaun con sus luces pálidas, como si estuviera recordándoles que el tiempo seguía avanzando, que el mundo no se detendría aunque ellos lo hicieran. Y sin embargo, no podían rendirse. Porque las leyendas nunca mueren. Solo se transforman, se renuevan, y vuelven a levantarse con cada golpe, con cada caída, con cada batalla.

De algún modo, sabían que el destino los había marcado. No solo por lo que habían hecho, sino por lo que podían llegar a hacer. No era una cuestión de poder o miedo; era una cuestión de propósito. Y cuando se enfrentaban a lo desconocido, con el horizonte como testigo y sus sombras como compañía, sabían que su historia aún estaba escribiéndose, en cada paso, en cada susurro, en cada aliento compartido entre ellos.

Las batallas no terminarían. Pero no importaba, porque eran invencibles de una manera que solo la esperanza y la memoria pueden serlo.

El polvo seguía flotando en el aire, danzando entre los rayos de luz que perforaban la bruma de Zaun. Siluetas se aproximaban lentamente, etéreas y definidas en el horizonte como sombras en movimiento. Una se movía en el aire, firme y controlada sobre su aerotabla, mientras que la otra, con un deslizar hipnótico y constante, viajaba en el suelo en una especie de vehículo giratorio que emitía un zumbido bajo y constante. 

De entre ese polvo, una figura emergió con determinación, una presencia encapuchada y envuelta en la silueta de una máscara de búho. Sus movimientos eran precisos, calculados, como si fueran el reflejo de una mente estratégica y fría. A su lado, una figura femenina más llamativa surgió con destellos de color: cabello teñido en tonos vivos, un gorro que ocultaba parcialmente su rostro y una energía vibrante que contrastaba con el ambiente polvoriento. 

El hombre, de movimientos ágiles y seguros, aterrizó justo en la parte delantera de la estatua de Vander, el símbolo que tantas historias contenía y que aún permanecía erguida en el corazón de la ciudad. La figura femenina siguió su propia línea, controlando su máquina giratoria hasta que el impulso final la llevó directo hacia una pared, causando un sonido seco y metálico al detenerse. 

Ekko giró la cabeza hacia ella, retirándose la máscara con un gesto rápido mientras la neblina los rodeaba. 

—¿Es en serio? —preguntó con una mezcla de frustración y asombro—. Te lo dije anoche.

Una risita juguetona rompió el silencio, cortando el aire con una energía demasiado familiar. 

—¡¿Quiénes son?! —la voz, aguda y masculina, retumbó entre las sombras de la multitud que se había reunido cerca. 

De entre ese mar de miradas y murmullos, una mujer con cabello corto y un brazo metálico emergió, su sonrisa tan orgullosa como desafiante. Observaba el espectáculo con los ojos fijos en la figura femenina, quien aún estaba ajustando su posición después de salir de su máquina giratoria. 

Ambos se hicieron visibles finalmente: Ekko quitándose la máscara de búho, revelando sus facciones, y Jinx bajando su gorro, dejando que el viento despeinara su cabello teñido. 

Los murmullos se hicieron más intensos ahora: asombro, incredulidad, preguntas que no lograban concretarse. Unos se sorprendían al verlos; otros no sabían si temer o admirar. Pero lo único claro era que su presencia, en ese momento, había cambiado el aire de la ciudad. 

La estatua de Vander parecía ser el punto focal, la conexión entre el pasado, el presente y el futuro, mientras los dos héroes, figuras con historias pesadas y cicatrices aún frescas, se mantenían firmes frente a una multitud que no podía evitar mirarlos con una mezcla de miedo y esperanza.

Ekko avanzó hacia el centro de la multitud, con su aerotabla inclinándose detrás de él, estableciendo su postura. A su lado, de pie pero distante, estaba Jinx. Su presencia era tan inconfundible como peligrosa, una mezcla de energía y vacío que la mantenía entre el borde de la batalla y su propia mente. 

Ekko giró un momento hacia ella, mirándola directamente. Sin dudar, extendió su brazo, y con firmeza tomó su mano. Jinx titubeó un instante, pero algo en el gesto la detuvo. Sus dedos se aferraron a los de él, aunque el peso de su conflicto seguía presente en sus ojos. 

—Vamos —susurró Ekko con voz suave, asegurándose de que solo ella pudiera escucharlo—. Estaremos juntos en esto. 

Jinx no respondió, pero su mano se quedó en la de él, y eso fue suficiente. 

Ekko se giró hacia la multitud con una presencia imponente, su voz comenzando a elevarse por encima del murmullo de los temores y las dudas que flotaban en el aire. 

—¡Escúchenme! —su voz fue lo suficientemente fuerte para despejar el murmullo—. No estamos aquí para sobrevivir más. Hemos sobrevivido lo suficiente. Cada día que pasamos luchando para mantenernos con vida, perdemos algo. Perdemos oportunidades, perdemos tiempo, perdemos el derecho a soñar. 

La multitud lo miraba, algunos aún desconfiados, otros con una chispa de duda. Ekko los miró directamente, sus ojos firmes, seguros. 

—Hoy tenemos una elección. Podemos seguir escondiéndonos, sobreviviendo en las sombras de nuestro miedo. O podemos salir, pelear y exigir lo que es nuestro por derecho. Esta batalla no es solo contra los Noxianos. Es contra todo lo que nos han hecho creer: que somos débiles, que estamos rotos, que la oscuridad nos define. 

El gesto de tener la mano de Jinx entrelazada con la suya le daba un nuevo peso a cada palabra, un simbolismo de unidad, confianza y esperanza. 

—No se trata de huir, no se trata de esconder nuestras caras en la sombra. Se trata de demostrar que Zaun sigue aquí, que estamos vivos, que merecemos más que sobrevivir. Merecemos libertad, justicia, paz. No con temor. Con fuerza. Con vida. Porque no estamos aquí para sobrevivir. 

Hubo un momento de silencio. Ekko se mantuvo firme, con la mano de Jinx en la suya, el viento moviendo sus cabellos y el eco de su declaración resonando en el aire. 

—¡Esta es nuestra batalla! —gritó Ekko una última vez mientras el viento se llevaba sus palabras—. ¡Vayamos con todo lo que tenemos! No con miedo. Con fuerza. Con vida. 

Con eso, el aire se llenó de esperanza, de ruidos y de una sensación de poder irrefrenable. 

Jinx permaneció ahí, con su mirada fija hacia el horizonte, sus pensamientos siendo un constante tira y afloja entre su miedo, su odio y su deseo de redención. Pero no se retiró. Su mano seguía entrelazada con la de Ekko, un recordatorio silencioso de que al menos por ahora, no estaba sola.

El peso de sus propios pensamientos no impidió que se sintiera ese momento de unión, ese instante donde se recordaba que aunque tuvieran dudas, estaban el uno para el otro. 

Entonces una mujer entre la multitud avanzó, Jinx abrió sus ojos con ligera sorpresa.

—¿Y bien?—preguntó Sevika—¿Cuál es el plan, Niño?

La multitud detrás de ella asintió con la cabeza y Ekko sonrió con emoción.

—No por nada eres un líder. Sí que sabes dar buenos discursos —le dijo la peli-azul al chico de cabellos blancos con una sonrisa burlona. 

—Me halaga viniendo de ti —respondió Ekko con una sonrisa amplia, llevándose una mano al pecho en un gesto teatral. 

Los miembros de los Firelights se movían a su alrededor, entregando diversas armas, ajustando estrategias y compartiendo consejos de combate con los residentes. Ekko les había compartido su plan, dándole también crédito a Jinx por sus aportes, lo que había tomado por sorpresa a muchos. 

Antes de que pudieran hablar, una presencia imponente los obligó a enfocar sus miradas: Sevika se encontraba allí, su presencia tan fuerte y dominante como siempre. Sus cortos cabellos marrones brillaban con el reflejo del polvo que seguía flotando en el aire. 

Parecía estar buscando algo con la mirada, algo que pasaba entre las piernas de Jinx. Ekko encontró eso extraño, pero no tanto para Jinx, quien parecía completamente acostumbrada a esos momentos. 

—¿Y la niña? —preguntó Sevika, con el ceño fruncido, extrañada de no ver a la menor que había cambiado el mundo de la peli-azul. 

Las palabras cayeron como un peso pesado en el aire. Todo en Jinx cambió al instante: la alegría, la burla, la energía que la definían se esfumaron tan rápido que Ekko casi pudo sentirlo. 

—Murió —respondió ella con una voz tan suave que parecía un susurro. Sus ojos no reflejaban nada, pero lo decían todo. 

Ekko sintió un nudo en el estómago. Sevika pareció tambalearse ligeramente por la noticia, y el chico recordó vagamente algo: la mención de una niña llamada Isha.

Sevika se acercó un poco más, su mano derecha apoyándose en el hombro de Jinx. Era un gesto de consuelo, pero también una muestra de respeto. 

—Lo lamento —susurró Sevika, con una voz grave y directa. 

Jinx no respondió de inmediato. Quiso hacerlo, pero lo único que salió fue una sonrisa a medias, una sonrisa tan forzada que dolió ver. Sevika no lo diría en voz alta, pero la tristeza y el peso de aquella realidad la afectaban. 

El gesto de apoyo fue breve, pero Ekko notó algo más: las manos entrelazadas de él y Jinx llamaron la atención de Sevika. La mirada penetrante de la mujer se posó en ellos, y Ekko tuvo que esforzarse para no demostrar el escalofrío que le recorrió la columna. 

—¿Y tú qué? —preguntó Sevika con un tono agudo, observando las manos entrelazadas de ambos—. ¿Le darás otra niña o qué? 

La expresión de Ekko cambió de inmediato. Sus ojos se abrieron con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Un rubor le tiñó las mejillas, y cada palabra quedó atrapada en su garganta mientras intentaba reaccionar a esa pregunta directa. 

—Oye —interrumpió Jinx de golpe, golpeando el brazo de Sevika con cierta brusquedad—. Isha no es reemplazable, ni tampoco puede clonarse. 

Sevika la miró con una mezcla de confusión y escepticismo, no entendiendo cómo Jinx había tomado sus palabras de forma incorrecta. 

—No me refería a eso —dijo Sevika, ajustando su tono con algo de molestia—. Y tú —añadió, mirando de nuevo a Ekko—. Relájate, solo estaba bromeando. 

Pero la mirada que le lanzó no tenía nada de bromista. Ekko lo entendió de inmediato. 

Se sintió la tensión en el aire como un alambre tenso a punto de romperse. Cada palabra y cada mirada estaban cargadas de historia, secretos y promesas no dichas. La multitud los observaba de reojo, ignorando todo este pequeño juego de miradas y silencios, pero Ekko y Jinx sabían que no podían escapar de esa presión. 

El momento había sido más que una pregunta casual. Sevika había clavado el dardo en el corazón de una duda que ambos preferían ignorar.

—En serio, ustedes están llenos de sorpresas —dijo la peli-azul, cruzándose de brazos mientras sus ojos escaneaban cada rincón del impresionante navío frente a ella. A su lado, Ekko sonreía con orgullo, observando su obra maestra.

Habían logrado sacar la nave de Jinx de entre los escombros donde había quedado atrapada hacía años. ¿Cómo lo hicieron? Ella no tenía ni la menor idea, pero definitivamente lo averiguaría más tarde. Lo que importaba ahora era el resultado: el globo estaba inflado, el metal relucía, y todo el vehículo tenía toques que, aunque sutiles, reflejaban su esencia.

Le llamó la atención cómo habían integrado pequeños detalles únicos: su gramófono, que estaba perfectamente instalado en un rincón; el viejo peluche de Vi; una silla con su nombre pintado en rosa; y, sobre todo, la tela naranja del globo con unos enormes círculos con trazos, que le recordó al casco de Isha. Aunque nadie más sabría ese detalle, Jinx lo entendió al instante.

Desde atrás, tres miembros de los Firelights se acercaron cargando cajas repletas de más cosas.

—Nuestro líder supuso que querría añadir más de su toque personal —comentó uno de ellos, dejando una caja a sus pies con cuidado.

Jinx arqueó una ceja y miró a Ekko, cruzándose de brazos—¿Y en qué momento pasó todo esto? ¿No se supone que estabas durmiendo conmigo...?

La última palabra quedó atrapada en su boca cuando Ekko reaccionó rápidamente y cubrió sus labios con una mano, mirando nervioso a los demás.

—Scar me llamó para atender esto. Me escapé en cuanto tú te dormiste —respondió con una sonrisa nerviosa.

Los otros tres Firelights intercambiaron miradas pícaras entre sí, hasta que una de las chicas les dio un buen golpe en la cabeza.

—¡Dejen de reírse! —espetó ella, pero no pudo ocultar su propia sonrisa burlona.

Jinx apartó la mano de Ekko, mirándolo de reojo. Luego observó a los otros y, aunque se sintió un poco incómoda, murmuró:

—Gracias...

Los Firelights abrieron los ojos, sorprendidos por sus palabras. Pero tras unos segundos, uno a uno esbozaron sonrisas amables y respondieron con un simple:

—No es nada.

Scar dio un paso adelante, cruzando los brazos con una expresión seria.

—Si piensas hacer algo con la nave, será mejor que lo hagas ahora. Ya casi es hora.

El brillo en los ojos de Jinx se intensificó, y una sonrisa traviesa se formó en sus labios.

—Oh, tengo algo en mente —respondió, cogiendo un bote de pintura y unas brochas antes de correr hacia la nave.

Sin perder tiempo, comenzó a pintarla frenéticamente, añadiendo explosiones, calaveras y tonos vibrantes en cada rincón. Los Firelights se detuvieron a mirar, sorprendidos por la velocidad y la precisión con la que trabajaba.

Ekko, al principio, negó con una sonrisa.

—Siempre tiene que ser algo dramático... —murmuró, viendo cómo ella saltaba de un lado al otro con energía desbordante.

Pero su sonrisa desapareció cuando la vio intentando escalar la tela naranja del globo con una mano mientras con la otra seguía pintando.

—No puede ser... —dijo entre dientes, subiendo rápidamente a su aerotabla.

En cuestión de segundos estaba junto a ella, flotando justo a su lado.

—¡Jinx! ¿Puedes bajar un poco antes de que te mates? —gritó, extendiendo una mano hacia ella.

Ella solo lo miró, riendo divertida.

—Relájate, Ekko. Si caigo, seguro tú me atrapas. ¿O no?

Ekko suspiró, pero extendió la mano para ayudarla a bajar con cuidado.

—Solo... trata de no romper nada antes de la batalla, ¿sí? —dijo, aunque una sonrisa se dibujaba en sus labios.

Jinx, ya en el suelo, se inclinó hacia él con una expresión burlona.

—¿Romper algo? Yo hago cosas mejores cuando están rotas.

Él negó con la cabeza, pero no pudo evitar reír mientras ella volvía a subirse al navío, lista para añadir sus toques finales.






























































—Prométeme una cosa —dijo Ekko de repente, rompiendo el silencio que los rodeaba mientras el navío avanzaba por el aire.

El horizonte se extendía frente a ellos en tonos dorados y azul profundo, una calma momentánea antes de la tormenta que estaba por desatarse. La nave se movía con fuerza pero estabilidad, llevándolos hacia la inminente batalla.

Jinx estaba al timón, sus manos firmes mientras los Firelights ocupaban la plataforma circular que rodeaba la base del globo naranja. Sin que ninguno de los dos lo notara, el resto del grupo se había movido hacia otros puntos del navío, dándoles algo de espacio.

—¿Qué quieres que te prometa? —preguntó Jinx, con un dejo de curiosidad en su voz, pero sin despegar la vista del horizonte.

Ekko la observó fijamente, la mandíbula tensa, su mirada avellana ahora llena de determinación. Dio un paso hacia ella y, tras un breve silencio, finalmente habló:

—Prométeme que vivirás.

Jinx giró su cabeza hacia él, sus ojos rojo-violeta destellando con una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿De qué estás hablando?

Ekko no se inmutó, sosteniéndole la mirada.

—Te vi esconder una granada. —Las palabras del chico cayeron como un golpe seco.

Jinx parpadeó, sorprendida, y desvió rápidamente la mirada hacia el frente, buscando una excusa para evitar la intensidad de su mirada.

—No iba a usarla en mí... —mintió en un tono bajo, tratando de mantener la compostura.

El moreno negó con la cabeza, suspirando profundamente.

—No me mientas, Jinx. Te conozco demasiado bien. —Sus palabras no eran de reproche, sino de una preocupación genuina que ella sentía casi tangible.

Jinx apretó los dientes, sus dedos tensándose en el timón mientras intentaba ignorar la incomodidad creciente.

—Tranquilo, Hombrecito —respondió finalmente, dejando escapar una risa tensa—. No te desharás de mí tan fácilmente.

Ekko no parecía convencido. Dio un paso más cerca, sus ojos buscando los de ella.

—No se trata solo de esta pelea, Jinx. No quiero que sobrevivas solo porque tengas que hacerlo. Quiero que vivas de verdad, por ti misma, no por nadie más. —Le tendió una mano—. Prométemelo.

Jinx lo miró, su expresión difícil de descifrar. Había algo en su mirada, una mezcla de tristeza y duda, pero también un rastro de esperanza que Ekko no podía ignorar.

—Eres un fastidio, ¿sabes? —murmuró mientras tomaba su mano con cierta reticencia, pero la acción fue firme.

—Lo sé —respondió Ekko con una sonrisa suave—. Y por eso no pienso dejarte sola.

Jinx soltó una pequeña risa, soltando su mano para volver a concentrarse en el timón.

—Sube con los tuyos. Estaré bien.

Ekko asintió, pero antes de irse, miró hacia atrás una última vez, sus palabras resonando en su mente: "Prométemelo."



















































Olvidé un grandioso detalle: Ekko se
terminó poniendo un "top" así como Jinx KAJZIAJAKA😭
Y no lo puse en la historia 😔

Bueno, ya después lo añado 😂

Los discursos no son lo mío, y sinceramente no sé si el de Ekko quedó tan bien (siento que le falta algo), pero bueno Xd

Ya somos 2.6K😭💗💗

Qué velocidad :0

Muchas gracias a todas las personas que están apoyando esta historia, tanto desde el anonimato como dando votos o comentarios <3💗💗
Me animan mucho con su apoyo <3✨

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©-MANDALORIANA76

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