Capítulo dos: Primeros encuentros
Durante los días siguientes, Emily intentó sacar a Michael Scofield de su mente. Tenía un trabajo que hacer y nada bueno podía surgir de los pensamientos persistentes sobre un recluso. Pero parecía que el destino tenía otros planes. Como enfermera en la enfermería de Fox River, sus deberes a menudo la llevaban a estar muy cerca de él, ya sea para controles de rutina, sus diarias inyecciones de insulina ó para heridas menores. El nombre de Michael aparecía en sus registros más de lo que esperaba, cada visita era un sutil recordatorio de su presencia magnética.
Una tarde tranquila, Emily estaba revisando los archivos de los pacientes cuando un guardia trajo a Michael, un leve moretón oscureciendo su pómulo. Emily contuvo la respiración: había estado en una pelea. Se enderezó y dejó su archivo a un lado mientras lo guiaban hacia la enfermería. Él le dedicó una pequeña sonrisa serena, a pesar del moretón reciente. Estaba claro que no quería parecer vulnerable, pero la herida le encogió el corazón.
—Parece que viene aquí a menudo, señor Scofield —dijo, inclinando le la cabeza mientras recogía antiséptico y bastoncillos de algodón—. Ó es muy propenso a los accidentes ó simplemente busca llamar la atención.
Michael sonrió con sorna y se le entrecerraron los ojos. —Tal vez solo aprendo rápido. —Había algo críptico en su respuesta, un dejo de picardía que despertó aún más su curiosidad.
—Siéntese— le ordenó, acercando una silla a su lado. Mientras limpiaba el corte sobre su ceja, sus dedos rozaron su piel y, por un segundo, pudo sentir su pulso constante bajo su toque. Él no se inmutó, su mirada era firme. En cambio, la miró con una intensidad que hizo que se le acelerara el pulso.
—¿Puedo preguntar qué pasó? —dijo Emily en voz baja, mirándolo.
Michael se encogió de hombros, su tono neutral. —Digámoslo una diferencia de opinión. Nada de qué preocuparse.
—¿Nada de qué preocuparse? sabes que le estás diciendo eso a una persona que juró por ley preocuparse entorno a todo lo relacionado con afectar la salud de todo individuo bajo su cargo, no?—repitió, frunciendo el ceño. —Michael, este lugar no perdona. Tienes que tener cuidado.
La miró y su mirada se suavizó. —¿Siempre te preocupas tanto por tus pacientes ó simplemente tengo suerte?
Emily, sorprendida, sintió que el calor se extendía por sus mejillas. No había querido parecer cariñosa; después de todo, era su trabajo. Pero con Michael, sintió una extraña necesidad de acercarse, de comprender. Había algo vulnerable en él, una sensación de que debajo de su exterior tranquilo, estaba cargando cargas que eran mucho más profundas que una sentencia de prisión.
—Eres nuevo aquí, sin importar cuántos meses lleves— dijo, volviendo a concentrarse en su lesión—. Aprenderás rápido, supongo. Fox River cambia a todos. Su silencio se prolongó y ella se preguntó si había dicho demasiado.
Pero entonces Michael asintió, en voz baja. —Ó tal vez yo vine aquí para cambiar las cosas. Pero no de la manera en que todos piensan.
La declaración quedó suspendida entre ellos como un secreto compartido en la oscuridad. Emily lo miró y leyó algo en su expresión que no podía identificar. No era desesperación, ni siquiera resignación. Era esperanza, feroz y tranquila mente determinada. No había venido aquí por sí mismo. Estaba aquí por algo, tal vez inclusive alguien, más.
Su tranquilo intercambio fue interrumpido por un guardia, que se inclinó para recordarles el horario del interno. Michael asintió, su tiempo en la enfermería se acortó, pero mientras se ponía de pie, le dirigió una última mirada prolongada. "Gracias, Emily".
"Es solo mí trabajo", murmuró, tratando de desestimar la forma en que su mirada parecía demorarse en ella, la forma en que su nombre sonaba tan íntimo viniendo de él.
"Tal vez". Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa. "Pero aún así lo aprecio".
Ella lo observó alejarse, su postura controlada, su rostro no traicionando nada de sus pensamientos. Y, sin embargo, sabía que había más en él de lo que dejaba ver. Más que un hombre que había cometido un crimen, más que un nombre en una lista de prisioneros.
—Tranquilízate, Emily, Jesús—, susurró para sí misma, levantando la cabeza antes de apartarse un mechón de pelo de la cara.
Su rostro se sentía inusualmente cálido. Algo que llegó a comprender que solo sucedía cuando cierto convicto de ojos azules estaba cerca.
Después de eso, Michael apareció regularmente en la enfermería, a menudo por pequeñas heridas ó exámenes programados. Cada encuentro era breve, pero suficiente para crear un ritmo, una comprensión silenciosa que ninguno de los dos reconoció en voz alta. Ella comenzó a notar la forma en que sus ojos se suavizaban cuando hablaban, cómo sus respuestas siempre parecían tener significados ocultos, como si cada palabra fuera una pista cuidadosamente colocada.
Entonces, un día, durante un chequeo de rutina, preguntó: "¿Cómo está Sara?"
La pregunta la tomó por sorpresa. Levantó las cejas, sorprendida. "¿Cómo conoces a mi hermana?"
"Ella es la médica de la prisión", respondió, casi con indiferencia, pero Emily detectó un destello de algo más en sus ojos. "Me dijo que tenía una hermana menor. Sin embargo, no mencionó que estaba aquí".
"Supongo que somos un paquete", dijo, restándole importancia a su repentina cautela. —Pero Fox River no es el lugar para la familia.
—Tal vez no —dijo él, con la mirada distante—. Pero a veces, la familia es todo lo que te queda.
Sus palabras la hicieron detenerse. Había un dolor tácito en su voz, algo que insinuaba pérdida y sacrificio. Quería preguntar, entender qué lo había traído allí, pero sabía que no era así. Las preguntas conducían a apegos, y los apegos eran peligrosos en Fox River.
Aun así, a medida que las visitas de Michael continuaban, Emily se sintió atraída por él, intrigada por la forma en que navegaba por las corrientes subterráneas de la prisión con sutil inteligencia. Empezó a ver pequeños detalles: un gesto de asentimiento intercambiado con otro recluso, una mirada rápida al horario de rotación de los guardias, una sonrisa fugaz cuando pensaba que nadie lo estaba mirando. Era como si estuviera armando un rompecabezas, uno que solo él entendía.
Entonces, una noche, cuando estaba terminando su turno, notó que Michael se quedaba solo junto a la puerta de la enfermería, sus ojos buscaron a la típica escolta de guardia pero no encontró a nadie. Frunció el ceño y se acercó. —Michael, no tienes nada programado para hoy.
Él sonrió levemente. —Solo esperaba unos minutos.
Emily se cruzó de brazos, medio divertida, medio curiosa. —¿Con qué fin? y que haces aquí? ¿dónde está tu escolta?
Él se inclinó hacia adelante, ignorando sus preguntas, su voz apenas por encima de un susurro. —Para pedir un poco de ayuda.
La intensidad de su mirada hizo que se le retorciera el estómago de aprensión y anticipación. —¿Ayuda con qué? ¿estás en problemas? necesitas ayuda? por qué puedo referirte con mi hermana, ella es mejor que yo en este tipo de situaciones—. Añadió preocupada, Sara ya se había ido a casa tras terminar su turno pero podía hacer algunas concesiones de necesitarlo.
—No necesito a Sara. La expresión de Michael se volvió seria, su voz suave pero inflexible. —Necesito ayuda con algo más grande que yo. Algo que podría cambiarlo todo. Y se que tú eres la única que puede ayudarme. La única en la que podría confiar—.
Emily se quedó sin aliento cuando se dió cuenta de que, cualquiera que fuera su plan, la involucraba. Y en ese momento, mientras miraba sus ojos azules firmes, supo que ya estaba demasiado involucrada.
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