Capítulo cinco: Un vínculo peligroso
Durante las semanas siguientes, Emily y Michael entraron en ritmo. Sus interacciones eran cautelosas, pero cada una de ellas añadía otra capa a la conexión entre ellos. Ella aprendió a leer las miradas silenciosas que él le dirigía cuando necesitaba algo, la forma en que se quedaba junto a la puerta de la enfermería si había un mensaje que transmitir. Se volvieron expertos en la comunicación silenciosa, basándose en gestos breves y sutiles que solo ellos dos podían descifrar.
Pero incluso mientras hacía su parte, Emily era muy consciente de los riesgos. Cada momento con Michael se sentía como si estuviera balanceándose sobre el filo de una navaja. Sabía que el más mínimo error podía desentrañarlo todo, y las paredes de la prisión parecían presionarla, como si sintieran sus secretos. Su hermana Sara notó el cambio en ella, aunque no comprendiera la causa.
"¿Estás bien, Em? se que usualmente no tenemos mucho tiempo para detenernos a charlar pero.." preguntó Sara una noche mientras estaban sentadas juntas en la pequeña sala de descanso comiendo una orden de comida china recalentada.
"Pareces...distraída, tus ojos se van desenfocando hasta que te pierdes por completo, hace mucho que no te veía hacerlo, ¿que te preocupa?". Murmuró Sara observandole con atención.
Emily forzó una sonrisa, encogiéndose de hombros, y contuvo el deseo de removerse en su silla.
—Es solo este lugar, Sara. A veces parece que te arranca pedazos, tenías razón sobre ello. Sara suspiró, mirando su taza de café de la pequeña máquina en la esquina.
—Cuéntamelo. A veces me pregunto si somos más libres que la gente del otro lado de esos barrotes.
La verdad de las palabras de su hermana se apoderó de Emily y, por un momento, estuvo tentada de confesarlo todo. Pero se contuvo, forzando su expresión a algo neutral. —Tal vez un día, podamos alejarnos de esto.
Sara le dió una sonrisa triste. —Podemos tener esperanza.
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Al día siguiente, Emily estaba en la enfermería cuando Michael llegó de nuevo, escoltado por uno de los guardias.
Reconoció al hombre inmediata mente y sintió que su boca se torcía en una mueca de disgusto. El oficial Brad Bellick era un matón a veces peor que algunos de los presos dentro de estos muros. Se creía un dios en Fox River y le había cogido el gusto a maltratar a los prisioneros que pensaba que traerían problemas ó que se dejaban atrapar por su lado malo, lo que generalmente significaba aquellos que no se inclinaban para besarle el trasero ó se dejaban intimidar. También tenía la mala costumbre de mirarla lascivamente, mirándola demasiado tiempo de el considerado apropiado, había comenzado las primeras veces que la había conocido después de comenzar a trabajar aquí y también una vez había intentado invitar a salir a Sara, pero afortunadamente ella había declinado. Tampoco ayudaba que pareciera odiar a Michael por alguna razón.
—Disculpe la falta de aviso, enfermera, pero a este lo acaba de atacar otro convicto en el patio, tienes que dejar de intentar hacerte amigo de los negros Scofield, aprende las reglas, los grupos aquí no se mezclan para los círculos de cumbaya— dijo el hombre con un dejo de sarcasmo y amargura que hizo que la sangre de Emily comenzara a hervir. Su racismo casual tampoco ayudaba.
El rostro de Michael estaba terso, tranquilo como un lago mientras miraba hacia adelante antes de responder. —No hice nada malo, jefe, solo estaba tratando de tener una charla informal, eso es todo—.
El rostro de Bellick se contrajo como el de un pug enojado, sus ojos ardían mientras miraba fija mente el rostro de Michael.
—Y una mierda, Scofield, no me engañas, puedes engañar a Pope, a la buen doctor y a cualquiera que pueda caer ante esos ojos azules tuyos, pero te veo como lo que eres, un alborotador, y como te dije el primer día, no me gusta tu tipo—. Emily se quedó allí mirando al guardia hincharse como una rana inflable antes de tener suficiente. Con un suspiro audible, se aclaró la garganta.
—Está bien, es suficiente oficial Bellick, gracias por escoltar al señor Scofield hasta aquí, pero puedes irte ahora, quítale las esposas también en el camino—. Ordenó.
Bellick se volvió hacia ella, casi luciendo sorprendido de que ella hablara. —Me temo que no puedo con eso, enfermera, puede que no lo sepas ya que has estado aquí por un corto tiempo, pero Scofield es todo un estafador aquí, si le quito las esposas, puede que tengamos que lidiar con algo que se pierda ó algo peor...como puedes ver, ¿una mujer joven y bonita como tú sola con un convicto sin esposas dentro de una habitación cerrada? No es una gran combinación, es inevitable que pasen cosas malas —dijo, hablándole como si fuera una tonta mediocre con medio cerebro.
Sus palabras le hicieron rechinar los dientes, también podía ver la mandíbula de Michael moviéndose. Emily respiró hondo, apartándose un mechón de cabello castaño de la cara mientras decía.
—¿Fue el señor Scofield condenado por el delito de robo a mano armada ó también había violación entre sus cargos?—preguntó conteniendo el deseo de llamar la atención sobre su hipocresía.
El oficial Bellick pareció detenerse y abrió la boca. —Un convicto es un convicto. Enfermera, todos los hombres son peligrosos, especialmente aquellos que no han sentido el contacto de una mujer en meses ó años—dijo, con la mirada recorriendo su rostro y su cuerpo. De acuerdo, ya había tenido suficiente.
—Bueno, me ocuparé de las consecuencias si eso sucede, ahora, por favor, quítale las esposas porque tenemos un horario establecido.
Tras unos segundos de indecisión, el guardia removió las esposas con más fuerza de lo necesario antes de lanzar una mirada cortante a Michael mientras salía de la habitación.
Pudo ver un leve moretón a lo largo de su pómulo, y su pulso se aceleró por la preocupación mientras rápidamente le hacía un gesto para que se sentara.
—¿Qué pasó?— murmuró, manteniendo la voz baja mientras se inclinaba para examinar su herida.
—Nada que no pudiera manejar —respondió Michael, su tono tranquilizador. Pero sus ojos tenían una sombra que le decía que el moretón no había salido fácilmente. —A veces los otros reclusos sienten un poco de curiosidad por...por qué hago lo que hago.
Emily tragó saliva, entendiendo las palabras no dichas. —Tienes que tener cuidado Michael, aquí la gente es apuñalada por menos—. La gente estaba empezando a notarlo, y eso significaba que su plan se estaba volviendo más peligroso. Mantuvo sus movimientos firmes mientras limpiaba el corte en su mejilla, muy consciente de su proximidad.
—Estás tomando demasiados riesgos— susurró, su voz apenas audible—. Esto no se trata solo de ti, Michael. Si algo te sucede...
—Lo sé, Emily— la interrumpió, su voz suave pero firme. Su mano se posó en su muñeca, un toque breve que envió una chispa a través de ella. —Estoy siendo cuidadoso. Pero sabes lo que está en juego.
Ella asintió, con la garganta apretada. No sabía todos los detalles, pero entendía lo suficiente. Esto no se trataba solo de escapar, se trataba de salvar a su hermano, de corregir un error que había condenado a un hombre inocente. Ese conocimiento la había unido a él de una manera de la que no podía escapar, sin importar lo peligroso que fuera.
Mientras terminaba de curar su herida, la mano de Michael se demoró un momento más en la de ella, su mirada se encontró con la de ella con una intensidad que la dejó sin aliento. —Gracias, Emily. No lo digo lo suficiente, pero...gracias.
Tragó saliva, obligándose a mantener la voz firme. —Solo... no hagas que me arrepienta.
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La noche siguiente, Emily se estaba preparando para salir de la prisión cuando notó un pequeño sobre escondido en el bolsillo de su chaqueta. Su pulso se aceleró cuando lo abrió, desplegando la nota cuidadosa mente escrita en el interior.
“Nos vemos en el almacén del ala norte. Medianoche”.
Sabía que era de Michael, y el simple mensaje la llenó de una extraña mezcla de emoción y miedo. Dudó, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la hubiera visto, luego guardó la nota en su bolsillo.
A medianoche, Emily se deslizó por los pasillos vacíos de Fox River, sus pasos silenciosos mientras se dirigía al almacén del ala norte. Había puesto excusas antes de escabullirse de la zona, pero su corazón latía con fuerza con cada paso, temerosa de que alguien pudiera atraparla.
Cuando entró en la habitación tenuemente iluminada, Michael ya la estaba esperando, su figura recortada en las sombras. Dió un paso adelante mientras ella cerraba la puerta detrás de ella, su expresión seria.
“Gracias por venir”, murmuró, su voz apenas por encima de un susurro.
—¿Qué está pasando?— preguntó Emily, sus ojos escrutando su rostro en busca de respuestas.
Él respiró profundamente, mirando a su alrededor como si temiera que alguien lo viera. —Necesitaba hablar contigo sin correr el riesgo de que me escucharan. Las cosas se están moviendo más rápido de lo que había planeado y no tengo mucho tiempo.
Un escalofrío le recorrió la espalda. —¿Qué quieres decir?
Michael vaciló, apretando la mandíbula. —Algunos de los reclusos me están siguiendo la pista, Abruzzi, C-note, Bagwell. Están sospechosos y es solo cuestión de tiempo antes de que descubran lo que estoy haciendo. —Su voz se suavizó—. Emily, necesito que estés preparada. Existe la posibilidad de que cuando esto suceda...sea repentino. Y podría necesitar tu ayuda en el último momento.
La mente de Emily corría, el peso de sus palabras se posaba sobre ella. —¿Cuánto tiempo tienes?
—No mucho. Tal vez días, tal vez una semana. Depende de cómo se desarrollen las cosas.
Ella tragó saliva, sintiendo la enormidad de su plan de una manera que no había sentido antes. —¿Qué…qué necesitas de mí?
Michael tomó sus manos, su mirada intensa. —Solo estate ahí. Cuando llegue el momento, te haré una señal y necesitaré que crees una distracción como la que hiciste antes. Pero esta vez, será más grande, más peligrosa.
El pensamiento la aterrorizó, pero cuando lo miró a los ojos, sintió una feroz determinación surgiendo dentro de ella. —Estaré allí —susurró—. Haré lo que sea necesario.
Por un momento, permanecieron en silencio, la cercanía entre ellos era eléctrica. La mano de Michael se apretó alrededor de la suya, su mirada se suavizó. —Estás arriesgando todo por esto, por mí. No lo olvidaré.
Emily miró hacia otro lado, su voz apenas era un murmullo. —Sé lo que es querer salvar a alguien—. Antes de que su hermana aceptará el trabajo de ser la doctora principal de la prisión, había lidiado con una adicción a la morfina después de enamorarse de un mal novio justo antes de terminar su carrera universitaria, la relación la había estropeado y a Emily le había llevado casi un año antes de ver a su hermana mayor en un estado que le recordaba a la hermana que había perdido antes de que la adicción se apoderara de su vida, la sobredosis de Sara que casi sobra su vida fue la gota que colmó el vaso.
Sus rostros estaban cerca, su aliento cálido contra su piel y, por un momento, el peligro y el miedo se desvanecieron, reemplazados por algo que se sentía dolorosamente real. Antes de que pudiera dudar de sí misma, Emily se inclinó hacia adelante, cerrando la pequeña brecha entre ellos. Sus labios se encontraron, suaves y tentativos al principio, como si estuvieran probando los límites de esta conexión frágil y prohibida.
El beso se profundizó y Emily sintió que se derretía en él, sus brazos se deslizaron alrededor de su cuello mientras la acercaba más. Durante ese breve momento, todo lo demás desapareció: las paredes de la prisión, los riesgos, el miedo. Eran solo ellos, unidos por un secreto peligroso y estimulante.
Cuando finalmente se separaron, la mirada de Michael era intensa, su mano todavía se demoraba en su mejilla. "Ten cuidado, Emily", murmuró. "Ahora estamos juntos en esto".
Ella asintió, con un nudo formándose en su garganta. "Lo sé. Solo...prométeme que saldremos de esto".
Le pasó un pulgar por la mejilla, su mirada firme. "Lo prometo".
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Cuando Emily salió del almacén, su corazón se sintió a la vez más ligero y más pesado. Ahora era parte de algo, algo más grande que ella misma, y la emoción que eso le producía era embriagadora. Pero en los rincones tranquilos de su mente, una pequeña voz le recordaba el costo, los peligros que enfrentarían en los días venideros.
Sin embargo, no podía dar marcha atrás. Había elegido su camino y ahora, con Michael a su lado, lo llevaría a cabo, sin importar lo que costara.
Lo que no sabía es que las ruedas del destino ya estaban girando y el vínculo que habían formado se pondría a prueba de maneras que ninguno de los dos podría haber imaginado.
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