Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

⇁ 26 ↼


☽ | ERES UN MENTIROSO.

⋆⭒⋆⭒




—¡Monstruo, monstruo, monstruo! ¡Os maldigo aquí y ahora, Noé Archiviste, de que mi tormento os perseguirá hasta el último de vuestros días! —Los ojos de Gilbert, aquellos que tiene grabados en su faltante corazón, lo atormentan con esa mirada vacía y recorrida de lágrimas de sangre—. ¡Podéis matarme ahora mismo, coger todo lo que tengo, pero nunca... nunca dejaréis de ser una asquerosa y repugnante bestia que sólo merece morir!

Noé vuelve a tener doce años. Vuelve a estar frente a su primera víctima. Vuelve a desobedecer una orden directa de su maestro y lo siente por detrás, acariciando su tatuaje, manipulándolo como lleva haciéndolo desde que lo compró bajo su tutela, en los bajos barrios y corruptos. Desde que lo alejó de las calles y de la oscuridad del mundo, para hacerlo suyo.

Nota cómo pega sus jugosos labios en su oreja derecha, rebosantes y escurridizos por la sangre que ha arrebatado de todo el pueblo. De todos aquellos que ha matado, aún siendo inocentes, por el simple hecho y placer de atormentarle y de serle de guía. Su maestro siempre se jacta de que algún día, llegará a ser como él. De que algún día, finalmente cederá a sus impulsos más salvajes y nativos, y de que llegará mucho más lejos que él.

Noé tiene miedo de ser cómo su maestro, ahora, tras muchos años más tarde, finalmente comprende porqué.

Pero esa noche, mientras su figura de molde agarra el frágil cuello de Gilbert, lo estruja entre sus manos para ofrecérselo en bandeja, Noé sólo quiere complacerlo; por mucho que los gritos de su interior amenazaran con destruirlo en el futuro, sólo quiere ser perfecto. Perfecto para su maestro.

—Matadlo, mi obra maestra. Esto demostrará, de una vez por todas, lo grandioso que podréis llegar a ser. —Su voz retumba en su oído, sus largas uñas afiladas acarician su barbilla y su aliento huele a metal y a óxido.

Noé tiene terribles ganas de vomitar, de hacerse una bola, y de dar su vida por Gilbert. ¿Pero qué podría ofrecer? ¿Una vida de eterno dolor y sumisión? Noé, observa ese cuello blanco, apretado, rojo por las esquinas de la mandíbula del niño, que súplica en su mirada ser liberado.

Que le ruega por clemencia.

Observa la comisura de sus labios, que sueltan saliva y que manchan los dedos alargados de su maestro. Observa el movimiento de su cuerpo, su estrujamiento. Noé sonríe.

Para ser perfecto, se dice, hay que estar preparado para sacrificar.

—Dejadme a mí, maestro. Puedo hacerlo —promete, sin estar del todo seguro.

Entonces su maestro suelta a Gilbert, quien cae hacia atrás, tosiendo saliva y mocos. Quien, trata de escapar de ellos, arrastrándose, abriendo más los ojos, gritando y tirando de sus cuerdas vocales hasta romperlas, pero Noé no puede dejar que se vaya. Porque sí lo hace, su muerte será menos benevolente de la que se propone. No puede dejar que se ocupe su maestro de él, nunca se lo perdonaría entonces.

Corre hacia Gilbert, a sabiendas de que su maestro lo detalla plenamente.

De refilón descubre a sus hermanos, Domi y Louis que se pelean por una adolescente del pueblo. Pandora, ése era su nombre. Una chica morena, de cabellos morados y que grita encabritada mientras ambos arrancan cada carne que conforma su cuello. Ve cómo Domi bebe todo lo que tiene, toda esa jugosa y palpitante sangre, mientras Louis aprieta sus venas hasta ponerlas moradas. Rompen sus muñecas, arrancan sus ojos como trofeo y Noé aparta la mirada cuándo ella deja de cantar. Vuelve a tener ganas de regurgitar.

Se centra en su víctima, a quien, días antes, visitaba con una sonrisa oculta. Con quién días antes, jugaba y compartía dulces en la plaza. Con quien se sentía humano, real y vivo.

Con quien pensó en escapar, y alejarse de la oscuridad de su corazón.

—¡Alejaos de mí, monstruo! —Advirtió sus intenciones de no hacerlo y, por supuesto, comenzó a suplicar—. ¡Por favor, por favor, no lo hagáis! ¡Éramos amigos, maldito seáis! ¡Éramos amigos, traidor! ¡Pero sois como vuestro asqueroso maestro, un gusano vampiro que sólo deseaba mi sangre desde el principio!

Noé no escucha, aunque en realidad sí lo hace.

Sin embargo, actúa. Aplasta con fuerza un tobillo de Gilbert, estrechando débil e imperceptiblemente sus ojos cuándo su miembro, el pie izquierdo, explota en una bolsa de sangre. Los gritos desgarradores y frívolos de su viejo amigo se escuchan, deleitando sus oídos. Los de su familia. Los de su monstruo interior.

Y Noé se odia.

—No podéis ha-hacer esto, somos amigos... ¡Somos amigos, Noé! —Incluso sudando frío, no deja de gritar entre lágrimas y respiraciones fuertes. Se vuelve más pálido de repente—. ¡NO PODÉIS MATARME! ¡NO PODÉIS MATARME, NOÉ!

Pero no puede soportarlo, no aguanta escuchar su incesante ruego de súplicas; por lo que Noé se lanza sobre él, coloca una mano sobre sus labios y la estruja con fuerza. Luego apresa sus muñecas contra el suelo, mientras los ojos de su Gilbert, de aquel al que besó bajo una colina —algo inocente— revolotean por la pérdida de sangre.

De esa que huele, aterradoramente adictiva y deseable.

No lo piensa dos veces, sin esmerarse por susurrar una disculpa antes de cubrir su cuerpo blanquecino con el suyo. Antes de dejar de mirar a esos ojos, tan profundos y familiares, para soltar sus muñecas y atravesar su corazón. Todo en un segundo.

Noé siente que su mano dominante atraviesa la carne, las paredes llenas de vida y sangre, y escucha ese dulce crujir que tantas veces ha presenciado delante de su maestro. Gilbert grita bajo la palma de su mano que sigue cubriendo su boca y aún así, no lo suelta a pesar de que se revuelve como un loco. No puede permitirse escuchar sus alaridos, porque sí lo hacía, entonces no sería capaz de seguir adelante.

Sigue atravesando la carne, suavemente pero con rapidez, rompiendo varias costillas en el proceso; puede escuchar cómo algunas de ellas perforan los pulmones de su humano y alargando más las uñas, finalmente alcanza su corazón.

Gilbert está apunto de colapsar; comienza a convulsionar y Noé quiere darle una muerte rápida. Entonces, siente las manos de su maestro sobre sus hombros. Se da la vuelta, sin saber qué es lo que quiere que haga ahora y cuándo descubre esa sonrisa de afilados dientes, de parte a parte, sabe lo que le va a decir.

—¿No pensáis saborear su sangre, Noé? —Y suena más como una orden.

El niño cierra sus ojos, es una cuestión de segundos, pero entonces siente la mano de su maestro sobre sus hebras blancas y como empuja sus colmillos hacia el cuello de Gilbert. En el fondo, no quiere hacerlo. Le prometió a su amigo que jamás lo haría, que no sería capaz.

Porque él sabía lo que era; ve su mirada, que parpadea con mucha más lentitud que antes y cómo ha dejado de revolverse. El dolor hace mella en su cuerpo, no aguantará más.

Noé muerde sus labios hasta saborear su propia sangre y con una maldición mal pronunciada y en bajo, muerde el cuello de su Gilbert. Siente las lágrimas húmedas de su humano caerle encima, quizás como despedida, no está seguro, pero cuándo puede notar el sabor metálico no puede parar. Es excitante, sabe mejor de lo que pensaba y olvida su autocontrol mientras es consciente de que su tatuaje (el de la nuca) brilla con fuerza, bajo el reflejo de una hermosa luna azul.

Mientras saborea aquel dulce néctar que no parece tener final, mientras chupa con más y más deseo, finalmente llega hasta el corazón de su humano y lo arranca de cuajo. Aquel miembro envuelto en sangre palpita en su mano, varias veces, hasta que ya no queda nada.

Para cuando aparta sus filosos colmillos de su humano, la imagen que observa le producen ganas de vomitar.

Gilbert, aquel amado niño al que esperaba ver cada día en secreto, permanece con los ojos abiertos, vacíos. Aparta su mano del crío y puede ver la marca roja que ha dejado encima de ese cadáver frío y minúsculo. La sangre recorre todo su cuerpo, su maestro ríe a sus espaldas.

Y hay un enorme agujero en su pecho, en donde todavía se da cuenta de que sostiene su corazón muerto. Cuando piensa lanzarlo lejos de su cuerpo, su maestro se lo arrebata de las manos quizás adivinando sus intenciones y lo detalla con esa mirada heterocromática suya.

Noé respira frívolo, observando ese cuerpo maltratado, esa sangre que se riega de sus labios y sonriendo con lástima, saborea las últimas gotas.

—¿He sido perfecto, maestro? —pregunta en voz alta, mientras su maestro vuelve a pegar sus labios en su cuello. Siente que da leves caricias a su tatuaje, como siempre hace cuándo algo va mal. Eso no le gusta.

—Oh, mi Noé, habéis vuelto a fallarme por la consideración que habéis tenido con el humano. Quizás pronto consigáis ser perfecto, pero todavía no —dice el hombre adulto y el niño de poca edad cae sobre sus piernas.

Vomitando, llorando al cuerpo de su amigo y preguntándose cómo enorgullecer a su ídolo; es recibido y atrapado por los brazos de Louis y Domi, y se pierde entre ellos.

Obligadamente, regresa de sus memorias, incapaz de seguir viéndolas.

Vuelve con Vanitas, a quien lo rodea la sangre, quien lo observa con esa familiaridad que rompe en pedazos a Noé.

—Lo supe desde el principio —escucha aquella voz tan y dolorosa, y él quiere cubrir sus oídos cuando lo regresa a su realidad—. Siempre supe que erais vos.

Años han pasado desde la muerte de Gilbert y desde ese tiempo, se ha dedicado a cumplir las expectativas de su maestro. Ha matado y matado a cada víctima que le ha pedido, y como descubrió días atrás, resulta que su bestia interior se ha encargado de cobrarse más vidas sin su consentimiento real. Noé observa esos ojos azulados, índigos y brillantes, y siente asco de sí mismo.

En realidad, nunca quiso ser como su maestro. Nunca quiso ser su imagen, nunca quiso hacerlo sentir orgulloso. Repentinas ganas de vomitar lo invaden de sólo recordar lo feliz que se sentía años atrás, semanas o días atrás, al tratar de hacer al pie de la letra todo lo que le pedía su maestro. Al vivir en sus mentiras.

Pero ahora sabe que ya no es así; realmente, desde que su vida se cruzó con aquel chico, el médico en busca de unas estúpidas flores, todo cambió para él.

Observa sus manos, cubiertas de magulladuras, de lágrimas negras y secas, agarrando esas flores que tanto quiere su humano y trastabilla hacia atrás cuándo repara en sus palabras. Su mundo, tan maravilloso horas antes, se trastoca por completo.

Noé no puede evitar preguntarse, sí es cierto que lo sabía, ¿por qué nunca se apartó de su lado? ¿Por qué lo incitaba al peligro, porqué decidió arriesgarse tanto? Niega varias veces con su cabeza, incapaz de creer en sus afirmaciones. No puede hacerlo.

La habitación, repentinamente, parece todavía más pequeña, más asfixiante. Tiene la sensación de que la sombra de su maestro aparece por todas partes, y quiere apartarse de su ojo.

—¡No... es imposible, nunca nadie me había descubierto! ¡¿Cómo podríais vos haberlo hecho?! ¡Sois sólo un humano! —Ante sus ojos y aún temiéndolo, su nuevo humano no parpadea con miedo. No se siente ofendido.

Permanece calmado, sin poder apartar sus ojos de él. Sus latidos de su viviente corazón permanecen intactos, reales, suyos. No se invaden por el terror de los cuerpos de su alrededor, de la sangre que mancha las paredes ni de su aspecto monstruoso. Noé no lo entiende.

—Era innegable el parecido que teníais con lo que me atacó esa noche, y ¿creéis que si os temiese os hubiera permitido acercaros a mí desde el principio? Sin embargo, fue fácil de unir los puntos cuándo conocí a vuestro maestro y a Louis. Eso acabó por confirmarlo. Igual de pálidos, igual de fríos como vos —señala su humano mientras lo alcanza, para acariciar con delicadeza sus mejillas. Su tacto es caliente—. Cuándo aparecisteis aquí, bajo el refugio de la lluvia, vuestra piel echaba ácido. De vuestra piel salía humo, Noé, ¿me creéis tan mamerto cómo para no haberme dado cuenta de lo que sois?

Y sus manos comienzan a temblar, atenazan las flores con rabia y sus piernas amenazan con desvanecerse. La verdad es demasiado dolorosa. ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿Cómo sería capaz de mirar al rostro de su humano? ¿Cómo sería capaz de rogarle perdón, de que lo aceptase cómo el asesino que era? ¿Tendría que matarlo ahora que sabía la verdad, tal y cómo hizo con Gilbert?

Fue en cuestión de segundos, que se dio cuenta de qué no era capaz de obligarlo a cumplir su deseo egoísta.

Menos con su maestro rondando a su alrededor, sólo conseguiría poner su vida en peligro. Mucho más si seguía a su lado. Noé no podía permitir hundir su navío con lo único salvable que tenía en su vida ahora.

Niega rápidamente, tartamudeando.

—Incluso... Incluso si lo hubierais hecho, ¿qué os hizo quedaros conmigo? ¿Qué os hizo fijaros en mí? Soy un monstruo. ¡Intenté mataros, por dios, Vanitas! —Decir su nombre en voz alta es una completa tortura. Lo empeora.

Sobre todo porque Noé sólo quiere acurrucarse contra su humano, escuchar su viviente corazón y, a ser posible, volver a probar de sus dulces labios.

Su humano aparta la mirada, y luego la cierra obligadamente quizás intentando no fijarse en los cuerpos de su alrededor, quizás intentando encontrar las palabras. Lo mira con severidad segundos más tarde, aproximándose, y Noé da un paso hacia atrás, arrepintiéndose y negándose a escuchar.

El tatuaje tras su nuca lo va a volver loco. Permanecer al lado de su humano va a acabar con él. Fue su maldición desde el principio.

—¡¿Acaso no comprendéis que estar de mi lado sólo será vuestro fin?! ¡¿Acaso no entendéis que me desvivo por probaros, por grabarme en mi piel hasta la última gota de vuestras venas?! ¡Sí —añade, al descubrir su mirar sorprendido—, la única razón que me ha obligado a quedarme con vos fue disponer de alguna oportunidad para saborear vuestra sangre! ¿¡Creéis que venía a salvaros?! ¡¿Qué por pasar varios días junto a vos os llegaría a perdonar la vida?!

Vanitas arruga sus delicadas y pálidas manos sobre su camisón blanco, y Noé se da cuenta de que lleva encima la ropa de dormir. Sin embargo su ceño se frunce, todavía sin temerle, para alzar la voz también. Suena enfadado, agitado.

—¡No os creo nada! ¿¡Creéis que soy ciego?! ¡¿Qué no veo lo que lleváis en vuestras manos?! ¡¿Me vais a negar qué esa es la razón de qué estéis aquí?! —Entonces Noé, tiembla, al recordar qué la misma prueba de devoción hacia su humano la lleva encima.

Baja la vista hacia esas flores azules, hacia ese color índigo y su brillo, que parece incapaz de apagarse y vuelve a sentir que lágrimas negras surcan sus altos pómulos y las lanza a cualquier parte. Se olvida de ellas. En ese momento, mientras se golpea la cabeza, su humano tampoco presta atención a las malditas flores. Parece incapaz de apartar sus ojos de él, como sucede en viceversa.

Noé trata de ocultar sus lloriqueos, trata de pagar su rabia con dolor, y atraviesa su muñeca con novedosas uñas. Esas que tantas noches le han servido para atravesar los cuellos de múltiples vidas inocentes. Vanitas salta sobre él, agarra su muñeca pero incluso su fuerza no sirve para evitar sus inconmensurables movimientos. Cuándo la sangre brota de su brazo, ríe en bajo.

Esas son las únicas cosas que consiguen no hacerle perder el control. No sucumbir ante sus instintos.

—¡Deteneos, Noé, os estáis haciendo daño! ¡Parad, por favor! —pide su humano, pero lo aparta de un empujón. Sin darse cuenta y de lo que se arrepiente, al parecer controlando su fuerza para no mandarlo a volar. El humano sólo trastabilla tres pasos hacia atrás.

Sin embargo, Noé sonríe desquiciado.

—¡¿Acaso os duele verme lastimarme?! ¡¿Acaso creéis que os escucharé?! ¡No sois menos que el resto, igual de mentiroso y traidor! —Noé levanta la mirada, purpurea y violenta hacia su humano que se detiene a pasos de llegar a su lado, al escucharle. En su rostro, ve a Gilbert, sonriéndole con burla—. ¡Un simple humano nunca podrá conmigo! ¡Un simple humano como vos siempre será insignificante ante mi ser perfecto y dedicado a mi maestro!

El rostro de Vanitas se compunge en dolor y ve a Gilbert, riéndose a sus espaldas. Noé aprieta su muñeca sangrante que ya se cierra, con fuerza y más presión de la necesaria, sin importarle partirla en dos. Ahora mismo, su cabeza da vueltas.

Hay demasiada sangre en escena y sobre todo, la de Vanitas resulta una terrible tentación. Cierra sus labios con dolor, porque Noé no quiere repetir sus mismos errores, no quiere volver a su mansión a sabiendas de qué ha destruido con sus propias manos el alma bondadosa y altruista de su humano.

Aquel, que parece inmune ante su sufrimiento.

—¡No me vengáis con esas, maldito seáis, Noé! ¡Yo sé cómo sois, yo sé que esto no es lo que queréis! ¡¿De verdad queréis seguir adorando a vuestro maestro cómo una especie de retorcido Dios?! ¡¿De verdad queréis seguir viviendo esa vida de infortunio y no más que repleto de dolor?! ¡¿Qué pasa con vuestra felicidad?! ¡¿Qué pasa entonces con lo que he vivido a vuestro lado?! ¡¿Ya no importa?! ¡Las sonrisas, los coqueteos, las promesas...! ¡¿Todo eso era un teatro para deleitaros con mi sangre?! ¡¿Esa es la verdad a la que pretendéis aferraros?! —La voz de Vanitas suena tan desgarrada, tan sincera, que Noé cubre sus orejas, aterrorizado de aceptarlo.

Al alzar la vista, lo encuentra llorando, a moco tendido como él.

En ese momento, no importan las flores, no importa la amenaza de viva de su maestro, simplemente Noé, se niega a creer, convencido de que todo es una invención de su cabeza. De que en realidad Vanitas está contra la pared, temblando, llorando y queriendo echarlo de su vida. De que lo aterroriza.

Noé quiere creerlo. Noé quiere creer que esta es la maldición de su Gilbert y de que Vanitas lo odia con todo su corazón.

—¡Callaos! ¡Callaos! ¡Callaos la maldita boca! —repite, una y otra vez, estirando uno de sus puños y al alzar un grave movimiento de muñeca, escucha cómo revienta la pared a su lado y la contigua. No se inmuta.

Y a pesar del estruendo, bañados bajo la oscuridad de la noche, ninguno desatiende la atención del otro. Vanitas da otro paso, con las cejas fruncidas y las manos arraigadas a su pecho. Lo retuerce con agitación.

—¡Estáis convencido de qué aún no tenéis otra oportunidad! ¡¿Qué no podéis cambiar sólo por haber sido criado así?! ¡¿Creéis que conocerme ha sido un error?! ¡¿Creéis que ese beso que compartimos fue un error?! ¡Decidme si es lo que pensáis! —Para cuando se da cuenta, lo aferra de su camisa, sacudiéndolo con brusquedad.

Noé está fuera de sí. Demasiado ruido en su cabeza, demasiadas voces. Demasiado dolor.

—¡Callaos, no quiero escucharos! ¡Por vuestra boca sólo se descubren mentiras y más mentiras! ¡¿Acaso no os dais cuenta de qué todo fue una ilusión?! ¡¿No entendéis que es lo que en realidad pienso, maldito humano?! —Sigue controlando su fuerza, pero esta vez lo golpea en la mejilla.

Noé observa cómo su humano cae al suelo, asombrado, pero ni siquiera ese golpe lo deja en el suelo. Se levanta con más fiereza que antes, para señalarlo con culpabilidad.

—¡Maldito Noé! ¡¿No fuisteis vos quién me obligó a seguir buscando las flores?! ¡¿No fuisteis vos quién me convenció de no rendirme?! ¡¿O acaso fue también una orden de vuestro maestro?! ¡¿Lo fue?! —Vanitas niega con la cabeza, sin dejarlo responder—. ¡Pues claro que no! ¡Los dos empezamos con esto! ¡¿Y pensáis dejarlo todo, así como así, sólo por miedo?! ¡No os lo permitiré, mamerto del demonio! ¡Yo no pienso rendirme con vos!

—¡Es la única manera de manteros a salvo! ¡Es la única manera de que no perdáis la vida, maldito seas vos, Vanitas, que no parecéis comprender! ¡Tenemos que dejarlo así, no puedo hacer nada más por vos! ¡Es imposible! —Pero su humano, toma esta oportunidad para ahora golpearlo en la mejilla.

Noé sorprendido, trastabilla hacia atrás, sosteniéndose de su fuerza vampírica en el último momento. Las palabras de Vanitas lo vuelven loco, atravesándolo por todas partes. Sus tripas se revuelven al sentir la parte izquierda de su rostro caliente.

—¡Puede que no conozca mucho de vuestra situación, pero...! ¡¿Pero porqué sonáis como si os estuvierais rindiendo?! ¡¿Qué pasará cuando me matéis y regreséis con vuestro malnacido maestro?! —La voz de su humano grita con fuerza, rompiéndose sin poder evitarlo—. ¡¿Creéis de verdad qué podréis volver a actuar cómo si nada de esto hubiera pasado! ¡Noé, se vea por donde se vea, sólo estáis siendo un cobarde! ¡Solo estáis tomando el camino más fácil para rendiros y mirar hacia otro lado!

Entonces y sólo entonces, Noé parpadea, burbujeando en su interior una rabia incontrolable. Sus manos comienzan a estremecerse, con uñas largas y profundas. Siente que sus ojos se tornan rojos, incapaz de soportarlo más.

El joven de cabellos níveos está realmente cansado, agotado de ese punzón tras su nuca. Harto de tener miedo, pero es a lo único que puede recurrir. Sigue siendo el mismo débil.

—¿Creéis que es fácil darse por vencido? —murmura, suavemente, antes de volver a explotar—. ¡No lo es, no lo es! ¡Pero no puedo hacer nada para ir en contra de mi maestro! ¡Es demasiado fuerte, incluso para mí! ¡No puedo hacer nada para evitar vuestra muerte más que pediros que os marchéis sin mirar atrás! ¡Soy débil, maldita sea! —Noé echa sus cabellos hacia atrás, riéndose de mala gana, por su maldita suerte.

—Noé... —escucha pronunciar a su humano, pero no lo deja terminar.

—¡Aunque quisiera otro resultado, no existe para ninguno de los dos! ¡No hay otra salida, Vanitas, y el único camino que me queda es rendirme...! —Rasga sus manos, estremeciéndose nuevamente y sacude sus cabellos, alborotándolos más de ser posibles—. Si pudiera hacer algo... claro que... ¡Yo claro que...!

Pero detiene sus palabras, sin saber qué más decir.

La habitación se vuelve fría, angosta y por un momento piensa que nada de esto ha ocurrido. Que nunca ha venido a la habitación de Vanitas, que nunca ha acudido a él para soltar todo aquello que llevaba guardado en su interior desde pequeño.

Escucha la risa de su maestro, egocéntrica y trastornada en su mente, ya grabada y se la vuelve a golpear. Entonces, se da cuenta de algo, de algo que está ahí.

Pum. Pum. Pum.

Esos son los breves pero rápidos latidos de su humano y sonríe, porque finalmente le ha hecho reaccionar. Noé sabe que ahora debe ser más consciente de que esto no es ninguna tontería y de que es mejor que le haga caso.

En el silencio de la habitación, la voz de Vanitas es casi un susurro.

—¿Tanto miedo os da vuestro maestro?

Y Noé no duda en sus palabras, lo mira al frente, con lágrimas y la voz seca por los gritos. Suena grave cuando habla, casi no se reconoce a sí mismo.

—No es que me dé miedo, es que tengo por seguro que no puedo salvaros de él. No puedo contra su magnificencia. Lleva... lleva mucho más tiempo que yo existiendo en este plano terrenal, Vanitas —asegura, para restregar sus ojos, intentando borrar los líquidos de su rostro.

Observa cómo su humano dedica una breve mirada a las flores del suelo, como advirtiendo por primera vez que están ahí y vuelve a hablarle entre murmullos, casi dolorosos.

—Podemos irnos juntos, Noé. Puedo salvaros, si me dejáis intentarlo —y lo dice con tanta sinceridad, que hasta al de cabellos níveos le cuesta corregirle.

Pero lo hace; porque sabe muy bien que está maldito.

—No puedes aceptar que no tengo salvación, lo entiendo. Pero es así —dice, incapaz de romper esa brecha entre su humano y él.

No quiere arriesgarse a dejarse llevar; aún así, Vanitas lo detalla con inocencia, apunto de romper en lágrimas otra vez.

—No puedo hacerlo, no puedo creerlos. Sé quien sois, Noé, y nada podrá cambiar el modo en el que os veo. —El mencionado alza su mirada, fría e indiferente.

Hay algo de lo que está seguro y de que Vanitas jamás podrá convencerlo de lo contrario.

—Os equivocáis, no me conocéis —dice, sin necesidad de agregar más que un—: Hacedme un favor, Vanitas. Marchaos de aquí, volved a Suiza y jamás regreséis.

Y entonces, piensa desaparecer en esa bruma oscura, usando su rapidez vampírica, pero un brazo sujeto a su hombro lo detiene y no puede contenerse más tiempo. Se lanza contra los labios de su humano, los saborea con su lengua, escuchándolo respirara agitadamente y nuevos tatuajes aparecen en sus palmas cuándo muerde.

Atraviesa con sus colmillos esos labios carnosos, notando las manos de Vanitas aferradas a sus mangas y esa expresión pequeña de dolor y sonríe. Y cuando la sangre entra en su boca, cuando sus dientes la saborean, se siente diferente.

Resulta adictivo, resulta excitante, sobre todo cómo los labios de su humano lo buscan con ahínco y como sus caderas chocan contra la fuerza en la que tratan de encontrarse. Vanitas acaricia su cabello, afianzando sus delgados dedos en este y Noé se obliga a apartarse, porque esta era su despedida.

Vanitas lo busca para otro beso, menos fogoso y sin dientes de por medio, y Noé lo empuja hacia atrás.

—Volved a Suiza y olvidaos de mí, de todo esto, o me veré obligado a mataros—pide, incapaz de mirarlo al rostro.

Sólo entonces acaricia el pendiente original que descansa sobre su humano ahora, lo deja al cuidado de Murr y desaparece sin mirar hacia atrás.

Su figura desaparece de la escena en un cerrar de ojos, tratando de grabarse mentalmente aquel olor a azucenas y a lavanda mientras recorre toda la ciudad de Córcega, para detenerse con un suspiro frente a su mansión familiar.

Allí, observa las gruesas nubes del cielo, el mal ambiente y cómo las rejas están abiertas. Lo esperan dentro, claramente. Noé atraviesa la entrada, dubitativo, sin saber qué esperarse.

Por su cabeza pasa toda la discusión acometida con Vanitas, suceden todas las verdades y mentiras y mientras frunce sus labios con fuerza, no puede evitar pensar en qué está orgulloso de dar su vida a cambio ante su maestro. Observa los nuevos tatuajes de sus manos; detalla esas extrañas líneas azules que recorren ahora sus brazos y atraviesa las murallas, los pastizales de flores mohosas y podridas, y se detiene brevemente ante la enorme puerta de madera y antigua de la casa.

A la salida aparece Dominique, que se niega a mirarlo al rostro.

Cuándo, sin embargo, cruza por su lado, la escucha decir: —¿Qué habéis hecho, Noé?

Y observa su temblor, y descubre las nuevas heridas en sus hombros y sabe qué lo que le espera es mucho peor. La ignora en silencio, incapaz de responder, para caminar en esos pasillos de su memoria, en esos pasillos de los que muchas veces trató de tener una infancia normal.

También se cruza con Louis, quien le sisea con los dientes y le enseña un moratón sobre su ojo derecho. Ahora mismo, parece odiarlo con todo lo que tiene. Noé lo comprende y bajando la mirada, acude a los aposentos de su maestro en el segundo piso.

Al llegar, todo permanece como antes de su pelea; la puerta secreta está cerrada y su maestro descansa sobre la mesa de oficina, con las manos apoyadas sobre la mesa y la cabeza inclinada.

Escucha el crujir de la madera por toda la presión ejercida del hombre. Detalla las venas de su cuello, de su frente y esos colmillos que le atraviesan la boca, con rabia.

Lo mira en la distancia y en un cerrar de ojos, su cuerpo se dobla en dos cuándo recibe esa mano invisible chocar contra sus costillas; las cuales hace un rato ya se habían curado. Noé se queja en bajo, cuando atraviesa el suelo del segundo piso y cae en la planta baja, siendo recibido por granito y parte del cemento que cae sobre su rostro.

Se cubre, como puede, tosiendo brevemente y alzando sus ojos, encuentra al hombre rubio mirándolo desde arriba, sobre el agujero que ha dejado y con una sonrisa, arrancándose las uñas largas y amarillentas.

—Eres un mentiroso, Noé. Un mentiroso, mentiroso, mentiroso —repite una y otra vez, mientras desciende en un pequeño vuelo hasta sus pies—. Y yo que estaba preocupado por vos.

Cae con gracia delante de sus ojos, pero Noé no puede levantarse, todavía siente esa mano invisible sobre su pecho y para cuando se da cuenta, le sangra la nariz. La cabeza se embadurna en un pesado y grave silencio, y escucha la voz de su maestro retumbándole por todas partes.

Noé tose sangre.

Su maestro camina al frente suyo, ladeando la cabeza y con esa sonrisa que el chico puede jurar que posee más dientes que antes. Alza una de sus manos, soltando su bastón preferido y se escucha un grito en la distancia. Noé sacude la cabeza como puede, entre gritos, pidiéndole que se detenga.

Pero pide en vano, porque lo mira con severidad y la mano sobre su pecho se asegura de romperle más costillas. Noé siente cómo sus pulmones se perforan y comienza a estremecerse.

Volando por los aires aparece Dominique, que acaba en las manos de su maestro. La atrapa por el cuello, aferrándose a ella con demasiada fuerza y estrujándoselo con odio. Noé parpadea, e intenta hablar pero esa mano se apodera de su cuello. Las palabras que se le escapan no son más que leves y fructuosos quejidos.

—Mi maestro ya me lo dijo una vez, que adoptaros corrompería mi destino —añade, mientras él observa los ojos dorados de Dominique estallar en lágrimas. Pero ninguno de los dos puede hacer nada—, pero decidí confiaros mi destino y esta fue vuestra decisión.

Y su voz estalla con tanta rabia que Noé solo puede observar imponente, cómo parte el cuello de Dominique en dos, y cómo su rostro lleno de saliva y lágrimas, cae hacia atrás. Luego la sujeta del cabello, a esa cabeza dislocada y luego patea justo el hueco entre la clavícula y la barbilla, para partirla en dos. La pisotea con rabia, dos, tres veces; y luego chasquea los dedos.

—Mi pobre niña —menciona el hombre, ante sus ojos atormentados, para prenderle fuego a su cuerpo. Ahora, se había asegurado de que no tuviera forma de volver y Noé grita desollado, agarrando con fuerza esa mano invisible, lleno de odio.

Cuando consigue respirar, siente que sus pulmones aún perforados, comienzan a dolerle menos. Pero su maestro se arrastra emocionado hacia su cuerpo; él se queda quieto, temiendo que algo le pase a su querido Louis por sus errores, y se congela cuando las uñas de su maestro abren una herida en sus labios inferiores.

Cuando se lo lleva a la boca, se estremece al verle con esa sonrisa maquiavélica.

—¡Dominique! —Ninguno de los dos se voltea a ver a Louis, que corre hacia su hermana, para intentar apagar el fuego.

Por lo menos a Noé le alivia que su maestro no vaya hacia su amigo esta vez. Parece concentrado en saborear la sangre y cuándo abre los ojos de nuevo, extiende la mano invisible, apaga el fuego y empuja a Louis contra una pared. Se queda chocado varios segundos, tratando de respirar con normalidad, sin dejar de repetir el nombre de ella.

Sin embargo, su maestro vuelve a chasquear los dedos y el cuerpo de Domi con quemaduras bastante graves, se une con horrorosos sonidos. Para cuando Noé mira de refilón, su hermana cae de bruces al suelo, temblando por todas partes e incapaz de hablar.

Sólo tiene una quemadura por el rostro izquierdo, una fea cicatriz sobre el cuello y ahora su melena corta sobre los hombros. Pero viva, está viva de nuevo.

Su maestro lo mira con menos furia que antes y Noé, dócil, deja que tome su mano derecha en la que brilla un emblema de luna (como en la otra) y levitándose sobre su codo, queda sumiso bajo la intensa mirada de su maestro, que aprovecha para morderle la mano.

La sangre comienza a brotar, pero duele menos esta vez. Los colmillos del hombre beben de su propia sangre y el cabello de su maestro se torna blanco al saborear su sangre. Luego sonríe, como un depredador mirando a su presa, pero satisfecho. Se acerca seguidamente a su rostro, acaricia con delicado interés la copia del pendiente de Vanitas y junta sus labios. Muerde su lengua, haciendo un sello y cuándo los separa, con un hilo de saliva uniéndolos, Noé está petrificado.

No sabe qué pensar cuándo lo escucha estallar entre risas que resuenan por toda la mansión. Incluso Louis y Dominique lo miran con insondable horror, incapaces de reaccionar.

—Ma-maestro... —intenta pronunciar, antes de que lo agarre de la barbilla, sonriendo como un niño pequeño.

Sus hombros se sienten más pesados que nunca cuando nota que su propio cabello crece un poco más de sus hombros.

—Noé, os amo —dice, en un murmullo cercano y con los ojos carmines.

Y el chico llega finalmente a la conclusión de que ahora, es perfecto.

✮ ; ; Dear, vampires ;

muchas gracias por leer, dar su apoyo y esperar pacientemente. finalmente, hemos llegado al capítulo final de la primera parte, omggg, es que que emocioooon. nunca pensé que llegaríamos y omggg, menudas vueltas ha dado este cap. nos veremos pronto con la segunda parteeeee. ya quiero saber qué opinan.

muy oscuro, muy traumático todo.

un capítulo bien largo y que se lo dedico a mi bestie, como siempre.

ahora, no se olviden de votar, comentar y compartir para que esta historia llegue a más gente, los quiero mucho.

Se despide xElsyLight.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro