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☽ | CON SU MUERTE.
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Vanitas trata de perseguir a Noé por las callejuelas de Francia en busca de averiguar en donde se alojaba este, sin embargo, justo en el cruce de una de las extensas plazas de Piana, en Córcega, que es en donde se encontraba la casa de Dante, perdió su rastro.
La culpa fue de un tumulto de gentío que se encontraban embelesados con una representación en marionetas de las muchas guerras de este país. Golpeando el suelo con una de sus piernas, Vanitas comprende que sus intentos de saber más sobre el chico se han estropeado.
Algo aburrido, se ve obligado a regresar sobre sus pasos para no preocupar todavía más a sus amigos que lo esperan de seguro impacientes en la casa. Se rinde ante la idea de que tendrá que esperar hasta la mañana siguiente para volver a verle, camina despacio hasta la casa, dedicando una larga vista a la anterior representación de una de las muchas guerras bélicas sucedidas.
El hombre que representa dicha guerra, de cabellos canosos, sostiene entre sus manos varios marionetas que montan cabellos de tela y que sostienen en sus manos espadas de madera: se enfrentan a muerte. Por una extraña razón, aquello le trae recuerdos amargos y dolorosos de una vez en la que jugaba con su hermano pequeño y con sus estúpidos muñecos.
Su dulce risa aniñada lo envuelve entre sus fauces en una desolada melancolía, y escondiendo sus manos en los bolsillos de la chaqueta, trata de aminorar el paso y de dejar todo aquello atrás. Sin embargo, una voz le llama la atención y se ve obligado a detenerse abruptamente.
Se da cuenta de la familiar presencia que se encuentra al frente y la forma en la que sostiene un largo bastón de madera y cubierta de cuero, confirma sus suposiciones. Trata de mantener una compostura tranquila y no verse afectado ante él.
Su cabello rojizo largo y espeso cae sobre su espalda, como una especie de manto colorido y similar a la sangre, aquella que tanto le atormenta en sus pesadillas. Su vestimenta es oculta por un revestido abrigo de plumaje y de tonalidades vinotinto; lo acompaña una curiosa y voluptuosa echarpe rojiza oscura.
Al cruzar miradas, Vanitas no puede evitar estremecerse ante la sonrisa que quiere ser amable, pero que carece de todo ello; es más bien oscura, y algo terrorífica. Los vellos de su nuca se encrespan y nuevamente, se siente acorralado.
—Vanitas, no esperaba encontraros tan prontamente. —Lo observa de pies a cabeza y siente que algo oscuro trae consigo. Instintivamente, Vanitas acerca una de sus manos hacia el arma escondida bajo su capa, y la que mostró antes a Noé.
Aun así, el chico de cabellos oscuros se recupera rápidamente para enseñar un rostro sorprendido y una grata sonrisa. Le da la sensación de que no se lo traga del todo, pero es factible porque lo deja pasar; aunque eso significa, que debe permanecer en su sitio dispuesto a entablar una conversación por los correctos modales.
Obviamente, tampoco piensa hacerle el feo al hombre porque sabe de buena tinta que es alguien muy importante.
Comienzan a caminar uno al lado del otro, con una clara distancia, y Vanitas trata de no soltar el agarre del mango de su daga por si es necesario.
Permanecen un buen rato en silencio, hasta que Vanitas le pregunta sobre su estadía en Francia. A partir de allí comienzan a conversar sobre cosas banales y de la posible compañía que tienen cada uno. Vanitas entrecierra sus ojos cuando el hombre, poco despierto para descubrir su incomodidad, le insiste en saber si reside cerca a su ubicación. Claramente evitar responderle porque no quiere tenerlo cerca; tampoco que se acerque a sus amigos.
Maniobrando con sus manos, y aprovechando un reloj de agujas sobre su muñeca izquierda, actúa sorprendido ante la hora.
—Mi señor Ruthven, realmente me gustaría comentarlo con usted, pero el tiempo apremia y debo marcharme ya. —Dando una ligera reverencia, pretende adelantarse para regresar a la vivienda de Dante.
No obstante, lo que interrumpe su misión es un fuerte agarre sobre su muñeca derecha que le da la vuelta de improvisto. No había alcanzado a dar ni dos pasos; Vanitas nota un enorme malestar en la boca del estómago, como la última vez que se vieron.
Da un pequeño traspiés sin poder evitarlo, e imperceptiblemente trata de separarse de su agarre; pero se queja en bajo cuando el hombre aprieta más su agarre. Su mano libre entonces se aproxima a su daga, no queriendo que aquello se alargase todavía más; y sobre todo, porque no permite que nadie imponga su fuerza sobre él como si nada.
Sin embargo, detiene cualquier movimiento cuando este alza una de sus enguantadas manos y señala hacia su oreja izquierda en donde descansa la copia del pendiente original, regalado por Noé y relacionado con su estúpido trato.
Aclara sus dudas cuando comienza a hablar.
—Creo recordar que vuestra joya era del mismo tono índigo que vuestros ojos, Vanitas. —Al mencionado le sorprende que recuerde a la perfección un detalle tan minúsculo de hace ya varios días.
Con un movimiento rápido, logra liberarse del agarre del hombre y muestra un rostro resuelto y lleno de sorna.
—No siempre debo de llevar las mismas, mi señor. —Y sin esperar por una respuesta, sale despedido hacia adelante, con la idea de dar un par de vueltas para hacerle perder cualquier rastro de su camino y de que no descubra su estadía temporal.
Mientras sus piernas se mueven con rapidez, no puede evitar acariciarse la muñeca en la que se presenta un marcado moretón, es grande y rodea toda contextura. Se dedica a darle pequeñas caricias, sintiendo un enorme dolor en ella, pero no se detiene en ningún momento.
Mucho más tarde, en la seguridad de su hogar temporal, Vanitas se encuentra dibujando pequeños bocetos del joven que había estado en su habitación horas antes. Empieza por plasmar su sonrisa pequeña pero tan llena de emociones; luego continua con sus pómulos altos y prominentes para seguir con ese mirar violeta tan indiferente y, al mismo tiempo, tan expresivo. Su cabello suelto y algo rebelde es lo que más se le dificulta por representar, pero después, su rostro está completo y acaricia el lienzo con sus dedos, intentando llegar hasta el. Por algún motivo, siente que no ha sido sólo una coincidencia que cayese en su vida.
Continua plasmando una y otra vez las miles de expresiones mostradas que guarda en su memoria y cuándo piensa que es suficiente, cierra el libreto de bocetos, notando un ligero escozor en las yemas de sus dedos.
Revolviendo su cabello, se aproxima hacia la ventana y mira hacia el horizonte que se le muestra en la lejanía. El atardecer finalmente ha acometido y todo el cielo se tiñe de un dulce naranja, con claros reflejos rojizos oscuros. Le nacen ganas de dibujarlo, pero cansando, prefiere hacerlo en otro momento. Sin nada mejor que hacer y aprovechando que Johann y Dante andan fuera de la casa en sus debidos trabajos, se recuesta en su cama con sólo el deseo de dormitar una pequeña siesta. Momentos más tarde, cae dormido y todas sus preocupaciones desaparecen.
Sus sueños se ven plagados de recuerdos de infancia junto a su padre y su hermano pequeño, por supuesto, antes de infectarse con la misteriosa enfermedad. En todos ellos sonríen y juegan juntos sin imaginarse del triste futuro que les espera. De las muchas noches que pasó intentando encontrar una respuesta, intentando encontrar aquello que les hiciera regresar a esos momentos felices..., Una sensación amarga se le instala en el estómago y se despierta. Abre los ojos de golpe y se encuentra con la vista de su techo en completa negrura.
Le duele un poco la cabeza y un ligero mareo se instala en esta, pero no cree haber dormido mucho; sin embargo al asomarse por la ventana y al fijarse en que las luces de la calle están apagadas, sabe que ya es de madrugada. Extrañado, se pregunta seriamente porqué razón ni Dante ni Johann se les habría ocurrido haberle levantado, o por lo menos para tomar algo de cena. Sin embargo, aparta la sábana que cubren sus piernas y sale de la cama, en busca de ver si puede tomar algo de la alacena. Las tripas le rugen y ahora que está levantado, no se va a aguantar el hambre.
Al salir, todo está igual de oscuro, pero eso no le detiene para ir hacia la cocina y tomar un pequeño bollo relleno de migas de chocolate que, si no recuerda mal, es de los muchos que trajeron Roland y Olivier. Lo come con gusto para decidirse a regresar a la habitación a paso lento. No obstante, a nada para alcanzar la puerta de esta, escucha como ingresan la llave de la entrada y asustado, regresa hacia atrás con el propósito de esconderse tras uno de los muros.
Curioso y todavía mordiendo el bollito, observa cómo por la entrada ingresan un Johann, aparentemente borracho, que se apoya en el hombro de un hombre mucho más bajo; claramente se trata de Dante. Ambos sonríen complacidos aunque el hombre de cabello anaranjado se ve con un poco más de luces. Cierra la puerta con llave y por el movimiento, por poco deja caer a su amigo; sin embargo, este se sostiene de su espalda y riendo como un loco, Johann le da un beso rápido a Dante en los labios. Lo habría tomado como un efecto de la bebida si no hubiera presenciado como Dante empujaba contra una de las paredes del pasillo al más alto y le besuqueara con bastante pasión su cuello blanquecino y alargado.
Cubre su boca, sorprendido, aunque admite que ya lo sospechaba. Sin querer molestar a paso rápido, regresa a su habitación para brindarles la privacidad que se merecen. Como siempre, cierra con seguro por costumbre, y avergonzado piensa en que a lo mejor preferían mantenerlo en secreto.
Se devuelve a la cama con la imagen de sus dos amigos dándose el lote, y negando con la cabeza, trata de volver a caer dormido. No tarda en conseguirlo, y parte de ello se debe a la dulce melodía que invade sus memorias: es muy melodiosa, apacible y de un ritmo lento. Siente que su cuerpo se relaja por completo y que todo se va de nuevo. No cree haberla escuchado antes, pero se promete a no olvidarla.
Y mientras en la casa de Dante el joven Vanitas duerme plácidamente, en las lejanías de Córcega, el cielo oscuro es invadido por una luna azulada que ilumina los recónditos espacios de Montmartre y en donde se acomete una nueva serie de asesinatos que no dejan rastro alguno de su posible asesino. Sólo enormes charcos de sangre aparecen en el escenario que demuestran que aquello que los ataca y les arrebata la vida, le encanta hacerles sufrir y observar su completa agonía antes de perecer ante sus ojos. No tardan en hacer correr la notica a las próximas ciudades y poblados cercarnos a esta, con la esperanza de que no se repita una vez más, o si quiera, de alertarles de la existencia de una posible bestia sin control que desea arruinarles su forma de vida.
✮ ; ; Dear, vampires ;
;; ¡muchas gracias por seguir leyendo mi historia! ;3 sinceramente, es su apoyo lo que me hace seguir adelante y lo que me dan las ganas suficientes de llegar hasta el final. cosas más oscuras se acercan y la trama se irá enredando todavía más, ¡pronto verán nuevas actualizaciones! ¡nos vemos muy pronto!
→ Se despide xElsyLight.
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