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🦋𝟐𝟖🦋 ➵ 𝔽𝕚𝕟𝕒𝕝

Habían pasado aproximadamente 300 años desde aquel trágico día en que Jungkook se había ido, y aunque el tiempo parecía ser apenas un susurro para algunos, para otros había sido una ola implacable que se llevó consigo momentos, rostros y nombres que jamás volverían. En esos tres siglos, el mundo cambió de maneras inimaginables, y quienes habían compartido aquella historia también se transformaron, llevados por la corriente de un tiempo que no se detenía.

Namjoon y Hyerim, quienes habían elegido vivir sus vidas plenamente como humanos, encontraron en la mortalidad un sentido de paz y plenitud que solo la finitud podía brindarles. Vivieron juntos hasta el final, dejando un legado que no se desvaneció con su último aliento. Su espíritu se mantuvo vivo, vibrante, a través de su descendencia, resonando en su tataratataranieto, Kim Taeyang, un joven médico de mirada curiosa y alma noble. Taeyang caminaba por el mundo con la misma determinación y el deseo de conocimiento que caracterizó a Namjoon, sabiendo que, en sus venas, fluía una historia de amor, sacrificio y fortaleza.

Taeyang no estaba solo en su camino. Na Jaemin, el médico que había cuidado de Jungkook en sus últimos días, lo guiaba en cada paso, transmitiéndole su vasta experiencia y su sabiduría acumulada. Jaemin veía en Taeyang un eco de Namjoon, y a veces, en momentos de silencio, le parecía ver destellos de él en los gestos y la intensidad de Taeyang, como si las vidas de los que se fueron aún pudieran verse reflejadas en quienes permanecían.

Mientras tanto, Taehyung, convertido en vampiro por Jin, y Hoseok, transformado por Yoongi, habían aprendido a aceptar la eternidad, llevando consigo las memorias de un tiempo pasado y las enseñanzas de aquellos que los guiaron en su camino inmortal. Taehyung, con su espíritu libre y su amor por la danza, encontraba consuelo en su papel como maestro, enseñando a generaciones de jóvenes con la misma pasión que Jimin había puesto en su propia carrera. Hoseok, a su vez, se convirtió en el compañero constante de Yoongi, compartiendo con él aventuras en distintas partes del mundo, descubriendo culturas y horizontes que siempre parecían nuevos, aunque el peso del pasado los acompañara en cada lugar al que iban.

En cada rincón de sus vidas, en cada decisión y en cada momento, las memorias de aquellos que ya no estaban seguían palpables, como sombras que acompañaban sus pasos y suspiros. Los lazos que habían construido, a través de siglos y experiencias compartidas, se convertían en un ancla y una brújula, una guía silenciosa que recordaba que el tiempo podía transformar y llevarse muchas cosas, pero algunas conexiones, aquellas marcadas en el alma, eran verdaderamente eternas.

Para Jimin, sin embargo, el paso del tiempo solo profundizó la herida abierta que dejó la ausencia de Jungkook. De aquel joven vibrante, apasionado y lleno de vida, quedaba solo una sombra. Los siglos transcurrieron como un susurro pesado en su corazón, atándolo irremediablemente al pasado. Nunca volvió a enamorarse. Su mirada, antes chispeante y llena de entusiasmo, se había vuelto distante, cubierta por una capa de nostalgia que lo separaba de todo y de todos. Se había convertido en alguien reservado, como si sus palabras también se hubieran marchitado. Evitaba fiestas y lugares concurridos, y cuando asistía, sus palabras eran pocas, calculadas, y cargadas de una frialdad distante. Aunque intentaba mantener una fachada de normalidad, cualquiera que lo conociera sabía que algo dentro de él se había roto de un modo que nadie, ni siquiera él mismo, podría reparar.

Los primeros años tras la pérdida de Jungkook fueron un infierno que parecía no tener fin. Jimin no vivía; existía, como un espectro que vagaba en una casa demasiado grande y demasiado llena de recuerdos. Los días se entrelazaban en una rutina sin propósito, y las noches se convertían en un vacío que parecía interminable. Vagaba por la mansión, como un fantasma atrapado en su propia eternidad, incapaz de encontrar un escape. Cada rincón, cada sombra y cada silencio que lo rodeaba parecían llevar impresas las huellas de Jungkook: el eco de su risa, el susurro de sus palabras, la calidez de su presencia... Todo lo que alguna vez lo había hecho feliz se había convertido en una agonía constante.

Las noches, en particular, eran implacables. La soledad se hacía tan densa que sentía cómo lo aplastaba, y a menudo se quedaba despierto hasta el amanecer, dejando que la oscuridad lo envolviera. En esos momentos, la rabia y la frustración bullían dentro de él, como un volcán a punto de estallar. A veces, sin poder contenerlo, rompía objetos, lanzaba libros contra las paredes, arañaba su propia piel en un intento desesperado por sentir algo que no fuera el vacío desgarrador que Jungkook había dejado. Cada estallido de ira era un grito en el silencio, una súplica muda en busca de consuelo o de algo que pudiera llenar aquel abismo sin fondo que había quedado en su corazón.

Con el tiempo, la intensidad del dolor se volvió una rutina; una especie de sombra que lo acompañaba sin importar adónde fuera. Sus amigos intentaban ayudarlo, le ofrecían compañía y palabras de consuelo, pero él rechazaba cada intento, encerrándose en una burbuja de soledad que ningún otro podía atravesar. Los años pasaban y su mundo se fue reduciendo a fragmentos de recuerdos. De vez en cuando, asistía a las prácticas de danza, como si algo en su interior lo empujara a mantenerse conectado a su antiguo yo. Pero incluso allí, sus movimientos carecían de la pasión y de la vida que una vez lo habían definido. Lo que antes era su escape y su arte se había convertido en una rutina mecánica, una serie de movimientos que hacía sin pensar, vacíos de significado. Era como si en cada paso estuviera buscando algo que sabía que nunca volvería.

Con los años, tras la partida de su abuelo y su madre, el dolor en el corazón de Jimin se transformó en una herida profunda y silente, una marca que llevaba en su alma y que, aunque dejaba de sangrar, jamás cicatrizaba. La pérdida de sus seres más queridos, aquellos que habían sido su ancla y consuelo en la vida mortal y en la eternidad, le dejó un vacío imposible de llenar. En busca de algún sentido, se aferró a la astronomía, encontrando en ella un consuelo extraño pero profundo, un puente hacia lo eterno. Las estrellas y las galaxias le ofrecían una promesa silenciosa de conexión, de algo que iba más allá del tiempo y el espacio, y se sumergió en su estudio con una devoción casi reverencial.

La danza seguía siendo su vida, pero fue la astronomía la que le ofreció un consuelo diferente, un refugio inesperado en la inmensidad del universo. Bajo el manto estrellado, mientras observaba constelaciones y galaxias, Jimin sentía que podía buscar a Jungkook en alguna estrella distante, o a su madre y su abuelo en algún rincón oculto del cosmos. Cada noche, frente a su telescopio, identificaba cuerpos celestes y trazaba constelaciones, susurrando los nombres de aquellos que habían sido su todo. Era como si, en cada estrella que encontraba, en cada fragmento del universo, pudiera escuchar sus voces, sentir sus presencias, y recordar que, de alguna manera, ellos seguían a su lado.

El observatorio que construyó se convirtió en su santuario. Cuando la soledad lo asfixiaba y el dolor se volvía insoportable, buscaba refugio bajo el cielo nocturno, rodeado por el vasto silencio del cosmos. Allí, en la quietud del universo, podía casi percibir la risa suave de Jungkook, sentir la presencia cálida de su madre Miji, y la calma serena de su abuelo Sang-ho. Era como si el universo entero conspirara para devolverle, aunque fuera por un instante, el amor de aquellos que había perdido. En noches de luna llena, cuando las estrellas parecían brillar con más intensidad, Jimin cerraba los ojos y dejaba que sus recuerdos lo envolvieran, imaginando que, desde alguna galaxia lejana, ellos lo miraban y le enviaban su amor.

Con el tiempo, Jimin encontró una nueva razón para vivir en este conocimiento adquirido. Decidió compartir su refugio en las estrellas con otros, impartiendo clases de astronomía y guiando a jóvenes estudiantes en el descubrimiento del universo. A través de sus lecciones, les enseñaba no solo a identificar constelaciones o comprender los misterios de los cuerpos celestes, sino también a encontrar consuelo y belleza en lo infinito. En cada clase, transmitía el respeto y la admiración que sentía por el cielo nocturno, mostrándoles que, en esa vastedad, era posible encontrar paz y recuerdos, y tal vez incluso a aquellos a quienes habían perdido.

Así, con cada estudiante que guiaba, cada estrella que señalaba y cada constelación que trazaba en el cielo, Jimin honraba a los suyos. Convertía el amor en un legado, una ofrenda que trascendía su propio dolor. En ese pequeño observatorio, rodeado de alumnos y bajo un cielo lleno de posibilidades, mantenía viva la conexión con Jungkook, Miji y Sang-ho. A través de él, el amor y la luz de aquellos que se habían ido seguían brillando, iluminando no solo su camino, sino también el de otros, como una constelación eterna que nunca perdería su lugar en el firmamento.

Sin embargo, había una fecha que cada año llegaba como una herida latente: el aniversario de la partida de Jungkook. En esa fecha, Jimin volvía a la playa de Busan, el lugar donde habían esparcido sus cenizas, y donde sentía que un pedazo de Jungkook aún lo esperaba. El ritual se había convertido en un ancla en su vida, una tradición silenciosa y privada que solo sus amigos más cercanos comprendían. A veces iba en soledad, y el peso del recuerdo era tan abrumador que apenas podía sostenerse en pie, dejándose envolver por la vastedad del mar. En otras ocasiones, Taehyung o Jin lo acompañaban, sabiendo que su presencia era un consuelo mudo y necesario.

Sentado en la arena, Jimin observaba el horizonte, susurrando palabras que solo el viento y el mar podían oír. Le hablaba a Jungkook en silencio, como si cada ola que se acercaba a la orilla fuera una respuesta, un mensaje de algún rincón lejano del cosmos. En esos momentos, el ruido del océano se volvía una sinfonía íntima, una conversación entre su alma y la de Jungkook, suspendida en el tiempo.

—He vuelto, Jungkook —murmuraba cada vez que llegaba a la playa, mirando las olas como si esperara verlo caminar hacia él desde el horizonte. Y, aunque solo escuchaba el susurro del viento, en el fondo de su corazón se aferraba a la idea de que, de alguna manera, su amor seguía ahí, observando, esperando, siendo su magnata, guiándolo como lo hacía la luna en una noche sin estrellas.

Con el paso de los años, Jimin comprendió que sus visitas a la playa no eran solo un lamento, sino una renovación de su promesa, una manera de mantenerse conectado a la esencia de Jungkook. En cada regreso, dejaba una parte de su tristeza en las olas y se llevaba un poco de paz, como si el océano fuera un refugio sagrado, un lugar donde ambos podían encontrarse más allá de las barreras del tiempo y la vida. Bajo el cielo inmenso y junto a las olas que parecían susurrar respuestas, Jimin encontraba un consuelo silencioso, sabiendo que su amor por Jungkook trascendía el tiempo, que en cada visita se sentía más cerca de él, incluso en la distancia.

Mientras tanto, Jin había canalizado su propio dolor y amor en un camino que nunca había imaginado. Se había convertido en un escritor famoso, reconocido por sus cómics y novelas gráficas que tocaban el corazón de millones. Sus historias de amor, sacrificio y redención resonaban con una profundidad que solo alguien que conocía el amor y la pérdida podía expresar. En las páginas de sus libros, los lectores encontraban personajes cuyas almas parecían hablarles directamente: un guerrero de ojos oscuros y mirada firme, un bailarín con el alma rota, un joven de cabello oscuro que, sin importar cuántas vidas pasaran, siempre encontraba el camino de regreso a su amor.

Para Jin, cada historia que escribía era una manera de dar a Jimin y Jungkook el final feliz que la vida les había negado. Sabía que sus obras iban más allá de simples ficciones; eran ofrendas, tributos a la memoria de sus amigos, y en cada línea, en cada dibujo, dejaba un pedazo de su corazón. Cuando los lectores se conmovían y se encontraban a sí mismos en esos personajes, Jin sentía que, de alguna forma, el amor que Jimin y Jungkook compartieron aún brillaba en el mundo, tocando vidas a través de sus historias.

Taehyung, por su parte, encontró su propósito en la enseñanza, su propia forma de rendir homenaje a los recuerdos que tanto atesoraba. Con el tiempo, abrió su propio estudio de danza, un lugar donde generaciones de estudiantes pasaron a aprender los movimientos y ritmos que Taehyung les enseñaba con una devoción casi reverencial. En cada coreografía que creaba, en cada paso que marcaba en el suelo, dejaba un fragmento de los recuerdos que compartió con Jimin y Jungkook. Para él, la danza ya no era solo arte; era una conexión, una manera de mantener vivos aquellos momentos, de sentir que seguía danzando junto a sus amigos aunque estuvieran lejos.

A menudo, al final de sus clases, cuando todos los estudiantes se habían marchado, Taehyung se quedaba solo en el estudio, encendiendo solo las luces tenues. Se dejaba llevar por la música, danzando en silencio y con los ojos cerrados, permitiéndose, por unos instantes, regresar al pasado. En esos momentos, su alma parecía tocar algo intangible, un eco lejano de risas y palabras compartidas en noches pasadas. La danza se convertía en un lenguaje secreto, una conversación que trascendía el tiempo, y en cada giro, en cada pausa, Taehyung mantenía viva la memoria de quienes había amado.

Eunwoo, que había dejado atrás su carrera como manager, encontró una paz inesperada en el arte de capturar momentos. Como fotógrafo, viajaba por el mundo, buscando reflejar en cada imagen la esencia de la vida, la amistad y el amor que había visto en Jungkook y en todos aquellos a quienes amaba. En cada retrato, en cada paisaje capturado, sentía que una parte de esos recuerdos quedaba viva, como un tributo a esos días llenos de esperanza y juventud. Sabía que nunca olvidaría a Jungkook, pero también sabía que su propio viaje tenía aún muchas historias que contar.

Yoongi y Hoseok, como espíritus libres, se convirtieron en viajeros perpetuos, dejando atrás las sombras de su pasado y abrazando la simplicidad y la paz en cada rincón del mundo que visitaban. Después de siglos envueltos en oscuridad, Yoongi finalmente había encontrado consuelo en las pequeñas cosas: en la calidez de una puesta de sol, en el murmullo de un río desconocido, en el aire fresco de las montañas. Junto a Hoseok, quien siempre fue su luz, su ancla, habían hecho una promesa silenciosa de vivir el presente, sin preocuparse por el pasado ni temerle al futuro. En cada lugar que visitaban, dejaban una parte de sí mismos, una pequeña señal de que, contra todo pronóstico, habían encontrado la felicidad.

Su vida juntos se volvió una colección de momentos efímeros pero significativos: una risa compartida en una plaza lejana, un abrazo bajo la lluvia en una ciudad desconocida, una mirada cómplice al atardecer. En esos instantes, Yoongi sentía una paz que jamás había creído posible, una calma que le recordaba que, a pesar de todo lo vivido, aún había belleza en el mundo.

A veces, en esas ciudades extrañas o en los rincones más apartados del planeta, Yoongi veía reflejos de sus propios recuerdos en los rostros de desconocidos o en el silencio de la noche. Podía jurar que, por un segundo, veía la sombra de un joven de ojos oscuros y sonrisa tímida, un amigo que una vez le había tendido la mano cuando todo parecía perdido. Y entonces, con una sonrisa nostálgica, tomaba la mano de Hoseok y continuaban su camino. Sabía que esos recuerdos siempre estarían con él, pero ya no como una carga, sino como un recordatorio de que el amor y la amistad verdadera trascienden incluso las heridas más profundas.

Para Yoongi, cada paso en este viaje era una reafirmación de la vida, un testamento de su libertad recién descubierta, y con Hoseok a su lado, supo que había encontrado algo tan cercano a la felicidad como nunca hubiera imaginado.

Jeno y Jaemin se habían convertido en un equipo inseparable, entregados a la medicina como una forma de redimir sus propias heridas y, al mismo tiempo, iluminar las vidas de los demás. La clínica que habían abierto juntos no era solo un centro de salud; era un refugio, un lugar donde cualquiera podía encontrar cuidado y comprensión, sin importar quién fuera o de dónde viniera. Cada rincón del lugar reflejaba su dedicación: las paredes decoradas con colores suaves, las salas llenas de luz, los espacios cuidadosamente diseñados para brindar paz a quienes llegaban en busca de ayuda.

Jeno, con su habilidad para percibir el dolor de los demás y su instinto sanador, encontraba un propósito renovado en cada paciente que trataba. Sentía que, en cada vida salvada, una parte de sus propias heridas se cerraba, y el eco de su pasado oscuro se desvanecía un poco más. A su lado, Jaemin, con su paciencia y habilidad innata para aliviar tanto el cuerpo como el alma, le recordaba que el pasado ya no tenía poder sobre ellos. Trabajaban codo a codo, compartiendo sonrisas y anécdotas, desarrollando una conexión que iba más allá de la camaradería; eran cómplices en la misión de devolver la esperanza a quienes la habían perdido.

Con cada sonrisa que iluminaba los rostros de sus pacientes, Jeno sentía que algo en su corazón se restauraba. Había días en los que, tras una larga jornada, se encontraban solos en el despacho de la clínica, revisando historias clínicas y compartiendo un café en silencio. En esos momentos, Jeno se daba cuenta de que no solo había encontrado un propósito en la medicina, sino una segunda oportunidad para reconstruir su vida. Miraba a Jaemin y sabía que, juntos, habían forjado un vínculo inquebrantable que trascendía cualquier dolor del pasado.

Y así, en medio de sus días de trabajo y sus noches de guardia, Jeno y Jaemin comprendieron que el futuro les pertenecía, y que, mientras permanecieran unidos, podían enfrentar cualquier sombra que apareciera en su camino.

Al caer la noche, Jimin se dirigía hacia la playa de Busan, como lo hacía cada año en aquella fecha, una especie de ritual silencioso que mantenía viva la memoria de Jungkook. A través del parabrisas, la carretera se extendía ante él como un río oscuro y serpenteante, iluminado solo por las luces tenues de la ciudad que quedaba atrás. Conducía en silencio, dejando que el murmullo del motor se fundiera con los recuerdos que siempre lo acompañaban en esos viajes. Sabía que, una vez más, hablaría con el mar, y en ese acto encontraría una forma de sentirse un poco más cerca de él.

Al llegar, Jimin apagó el motor y permaneció unos segundos en el coche, observando la inmensidad de la playa frente a él. Las luces de la ciudad parecían desvanecerse en la distancia, y el mundo se reducía a la extensión infinita de agua y cielo que se desplegaba ante él. Bajó del auto lentamente, como si el tiempo se hubiera desacelerado solo para él, y avanzó hasta la orilla. La arena fría bajo sus pies descalzos y el aire salado que llenaba sus pulmones le recordaban la presencia constante de Jungkook, una presencia etérea que sentía en cada rincón de ese lugar.

La brisa marina soplaba suavemente, mezclándose con el sonido de las olas que avanzaban y retrocedían en un vaivén hipnótico. Jimin se detuvo, mirando el horizonte, y su mente volvió, inevitablemente, a aquellos días. A pesar de que habían pasado tres siglos, el amor que sentía seguía tan vivo, tan intenso, como el primer día. Las estrellas brillaban en el cielo despejado, y la luna iluminaba la orilla, creando una atmósfera casi irreal, como si incluso el cosmos entendiera la razón de su dolorosa fidelidad.

Jimin suspiró, observando el horizonte. Trescientos años habían pasado, y cada uno de ellos había sido un recordatorio de la eternidad sin Jungkook, un peso que lo había vuelto una sombra de lo que alguna vez fue. Había tratado de encontrar paz en su inmortalidad, de llenar el vacío con recuerdos de su amor, pero era como intentar contener la marea con las manos. Cada atardecer lo traía aquí, al borde del océano, donde esparció las cenizas de Jungkook. Este lugar era el único testigo de su devoción silenciosa, de la promesa de esperar el tiempo que hiciera falta... aunque el tiempo se le estuviera agotando.

Cerró los ojos, permitiendo que la serenidad del lugar lo envolviera. En ese instante, el pasado y el presente parecían entrelazarse, y el murmullo de las olas le susurraba promesas de reencuentro. Para cualquiera, el mar podría haber sido solo un paisaje; para Jimin, era un confidente, el único guardián de un amor que había trascendido el tiempo y la vida misma.

Suspiró y miró al cielo estrellado, como si esperara encontrar alguna señal entre las constelaciones. Sabía que cada año volvía a la misma orilla, con la misma súplica silenciosa en su pecho. Pero esta vez, sentía que algo era distinto, que algo en él estaba a punto de cambiar.

—Jungkook, ha pasado tanto tiempo... —murmuró Jimin, su voz rompiéndose en un susurro apenas audible, perdido en el viento—. A veces siento que estoy perdiendo la esperanza de verte de nuevo. Pero sigo viniendo aquí, porque es lo único que me queda de ti... —una lágrima rodó por su mejilla mientras apretaba los puños, sintiendo la tensión de siglos acumulada en su cuerpo-. He perdido la cuenta de las veces que he venido aquí esperando encontrarte, y ya no sé qué hacer. Estos años me están matando lentamente.

El silencio se expandió entre él y el mar, como si el universo mismo se tomara un momento para escuchar su dolor. Jimin se mordió el labio, ahogando un sollozo, mientras trataba de ordenar las palabras que tantas veces había reprimido. Sabía que esta vez no podía guardárselas más; había venido a la playa a dejar ir, a liberar lo último que quedaba de su amor por Jungkook, aunque hacerlo le desgarrara el alma.

—Los chicos... —continuó, su voz temblando, apenas un susurro sobre el viento-, me dicen que debo avanzar, que debo dejarte ir, y eso es lo que planeo hacer, Jungkook. —Hizo una pausa, como si la confesión le costara cada fibra de su ser—. No quiero molestarte más... intentaré seguir adelante, aunque el solo hecho de imaginarlo me destruya... porque amar también es dejar ir, ¿no es así?

Las palabras flotaron en el aire, cargadas de un dolor tan profundo que parecía fusionarse con el susurro de las olas. El simple acto de pronunciarlas le dolía como una daga en el pecho, cada sílaba era una despedida, una ruptura. Y aún así, Jimin supo que tenía que hacerlo; que debía encontrar la fortaleza para soltar.

Tomó una profunda bocanada de aire, sintiendo que cada palabra era una herida abierta que nunca cicatrizaría.

—Siempre tuve la esperanza de que algún día volverías a mí. ¿Sabes? —su voz se rompió, y Jimin cerró los ojos, dejando que el dolor fluyera libremente—. Hace unos años, mientras daba clases... sentí algo, sentí tu presencia, como si tu alma estuviera aquí, en este mismo plano. —Su voz se desvaneció, y su mirada se perdió en el horizonte, en la línea donde el cielo y el mar se unían como un eterno reencuentro—. Pero no te encontré por ningún lado. Busqué, busqué como un loco, pero solo hallé el silencio... ese mismo silencio que me atormenta cada vez que vengo aquí.

Las palabras colapsaron en un susurro, y Jimin cayó de rodillas en la arena, incapaz de contener el torrente de emociones que lo abrumaba. Sus hombros temblaron con cada sollozo contenido, mientras se aferraba a la arena, sintiendo cómo el peso de su tristeza lo anclaba al suelo. En su corazón, sabía que era el momento de decir adiós, de soltar la esperanza de reencontrarse con Jungkook en esta vida. Pero el dolor era tan profundo, tan desgarrador, que parecía absorberlo por completo, como si en el acto de despedirse estuviera renunciando a una parte de sí mismo.

Cerró los ojos y suspiró. Sin darse cuenta, sus pensamientos viajaron hacia aquellos días en los que Jungkook estaba a su lado. Una sensación de nostalgia se apoderó de su pecho, recordándole el calor de sus abrazos, el eco de su risa, la suavidad de su voz en la quietud de la noche. Fue como si, en un instante, el tiempo retrocediera, y pudiese sentirlo a su lado una vez más.

En ese preciso momento, oyó unos pasos acercarse. Al principio, no les dio importancia; era una playa pública, después de todo. Pero cuando aquellos pasos se detuvieron cerca de él, una extraña sensación lo recorrió, como si su corazón, que tanto había sufrido, pudiera de repente latir de esperanza. Jimin sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si el aire a su alrededor cambiara de densidad, como si alguien o algo lo estuviera observando. Su respiración se suspendió un instante y, lentamente, giró la cabeza.

Frente a él, estaba un joven de mirada profunda, de unos veinte años, con el cabello oscuro y revuelto, y una expresión de curiosidad que le daba un aire casi inocente. Algo en sus ojos, una mezcla de serenidad y calidez, le resultaba extrañamente familiar... como si estuviera mirando en los mismos ojos de Jungkook, aquellos ojos de bambi que alguna vez le habían devuelto el amor que él pensaba perdido. El corazón de Jimin dio un vuelco, tambaleándose entre la incredulidad y la esperanza.

El aire se volvió más espeso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en torno a ellos. Jimin tragó con dificultad, sintiendo una corriente eléctrica recorrerle el cuerpo. Dio un paso adelante, sus ojos aferrándose a los del joven, que lo observaba con una leve confusión, pero sin apartar la mirada, como si ambos estuvieran atrapados en un hechizo que ninguno comprendía del todo.

El joven frunció ligeramente el ceño, sus labios se curvaron en una sonrisa leve, casi imperceptible, y en ese instante, Jimin sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía. Había algo en la forma en que lo miraba, en la manera en que su presencia llenaba el espacio... un eco que resonaba en lo más profundo de su ser, en las fibras más escondidas de su alma.

La voz del joven se deslizó en el silencio, suave y cargada de una compasión inexplicable, como si supiera —en algún nivel profundo— el dolor que anidaba en el pecho de Jimin. Era un tono que parecía venir de algún rincón olvidado del tiempo, una melodía lejana que resonaba en las memorias más íntimas y ocultas.

—Y-yo... no podía evitar preguntarte cómo estabas... —susurró el joven, con un titubeo en su voz que parecía mezclar una timidez dulce y algo aún más profundo, algo que quizá él mismo no comprendía del todo. Sus ojos bajaron brevemente hacia la arena, antes de volver a fijarse en Jimin con una intensidad sorprendente—. Debe dolerte mucho el corazón, ¿no es así?

Jimin sintió que cada palabra se adentraba en sus recuerdos, como un eco de todas las noches en que había estado solo, como el reflejo de todas las veces que había susurrado al mar, preguntándose si Jungkook podría escucharlo. Era una sensación abrumadora, una mezcla de dolor y esperanza. Su corazón latía con fuerza, casi sofocándolo, como si cada célula de su ser reconociera algo en aquel extraño que su mente aún no podía procesar. ¿Podía ser...? No, era imposible. Trescientos años no podían desvanecerse de esta forma tan natural, como si nunca hubieran existido.

Sus ojos recorrieron el rostro del joven, buscando algún detalle, alguna señal que pudiera confirmar lo que su alma ya sabía. Observó sus labios, la forma de sus pómulos, y sobre todo, aquellos ojos oscuros y profundos que lo miraban con la misma mezcla de calidez y ternura que él recordaba tan vívidamente. Era la misma mirada que lo había envuelto en amor incontable, la misma que había visto apagarse siglos atrás.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Jimin, y sin darse cuenta, dio un paso hacia adelante, sus dedos temblando como si su alma misma estuviera anhelando tocarlo, asegurarse de que no era un espejismo o una cruel ilusión. La voz del joven se quebró levemente al verlo acercarse, y en su mirada, Jimin pudo ver un destello de reconocimiento, algo que latía como una chispa en la profundidad de su ser.

El tiempo pareció desmoronarse a su alrededor, como si cada segundo se deslizara entre ellos sin hacer ruido, dejándolos en una burbuja suspendida bajo el cielo nocturno. La brisa marina, que hasta entonces había sido una constante en la playa, se volvió un susurro etéreo, una voz lejana que parecía respetar la intimidad de ese instante. La luna, alta y brillante, derramaba su luz sobre ellos, envolviéndolos en un resplandor suave, como si el universo mismo estuviera sosteniendo el momento en un abrazo silencioso, un testigo eterno del amor que trascendía incluso la muerte.

El joven entrecerró los ojos, como si tratara de recordar algo esquivo, algo que estaba en la punta de su mente pero que se le escapaba al intentar capturarlo. Cuando habló, su voz era apenas un murmullo, un pensamiento en voz alta que llegó hasta Jimin con la misma suavidad de una caricia.

—No sé por qué... pero siento que te conozco de algún lugar ¿Tu nombre quizas es Jimin? —confesó, su tono impregnado de una vulnerabilidad que hacía eco en el corazón de Jimin.

Jimin sintió que el mundo se detenía, cada sonido y cada movimiento se desvanecían hasta dejar solo el latido de su propio corazón. La incredulidad y la esperanza se entrelazaban en su pecho, y, sin decir una palabra, extendió su mano hacia él, sus dedos temblorosos reflejando la intensidad del momento. Era un gesto cargado de promesas, un puente tendido entre el pasado y el presente, entre el amor perdido y la posibilidad de reencontrarlo.

El silencio se llenó de un susurro cargado de amor y de anhelo contenido durante siglos. Las palabras se le escaparon como un hilo de voz, apenas audible pero rebosante de emoción.

—Quizás así sea... Jungkook —murmuró Jimin, su voz temblando al pronunciar ese nombre, cargado de todo el amor, el dolor y la espera de trescientos años.

El joven parpadeó al escuchar su nombre, sus ojos reflejando un desconcierto que pronto se mezcló con algo más profundo, una chispa de reconocimiento que comenzó a brillar en su mirada. Sin saber por qué, ambos extendieron sus manos al mismo tiempo, sus dedos alcanzándose en un gesto involuntario pero inevitable, como si sus almas se buscaran a través de los siglos. Y cuando sus dedos finalmente se tocaron, un escalofrío recorrió sus cuerpos, y en ese instante supieron que algo extraordinario estaba ocurriendo.

Al primer roce, una descarga de energía, intensa y vibrante, los atravesó. Jungkook se llevó una mano a la cabeza, tambaleándose levemente mientras una serie de imágenes se arremolinaban en su mente, destellos de recuerdos que no reconocía pero que sentía profundamente. Vio una danza bajo las luces del escenario, noches iluminadas por estrellas que parecían guiarlos, risas compartidas en medio de una eternidad que había sentido tan real. Y, entre esos recuerdos, como una constante, aparecía la figura de Jimin, su mariposa de alas azules, una presencia etérea que lo envolvía con amor y calidez.

Los ojos de Jungkook se abrieron de golpe, y en ellos brillaba una mezcla de confusión y asombro. La intensidad de sus propios recuerdos lo tambaleó, como si cada imagen y cada emoción que desfilaba por su mente le quitara el aliento. Respiró hondo, tratando de anclarse al momento presente, y entonces, con una voz temblorosa que apenas rompía el silencio, susurró:

—Tú... eras tú. ¿Me llevó tiempo, no es así?

Jimin lo miró, su corazón latiendo desbocado mientras sentía cómo el peso de trescientos años de soledad y anhelo finalmente se rompía. Su cuerpo, incapaz de sostener la intensidad de la revelación, cedió, y Jimin cayó de rodillas en la arena, con lágrimas desbordándose de sus ojos. Jungkook, o la reencarnación de él, se arrodilló junto a él, tomando las manos de Jimin entre las suyas con una ternura que parecía transcender el tiempo y el espacio.

Jimin tragó, luchando contra el torrente de emociones que amenazaba con ahogarlo, y con una voz rota, susurró:

—Si suelto tu mano... ¿te volverás a ir lejos? Tengo miedo de eso.

Jungkook apretó suavemente sus manos, como si en ese simple gesto quisiera prometerle el mundo. Sus ojos, llenos de amor y arrepentimiento, se entrecerraron mientras respondía:

—No pude encontrar el camino antes... pero aquí estoy, Jimin, a tu lado de nuevo.

Sin poder contenerse más, Jimin lo rodeó con sus brazos, abrazándolo con una fuerza desesperada, como si su vida dependiera de ello. Temía que si lo soltaba, este reencuentro tan imposible se desvanecería, y él volvería a despertar en la soledad de su eternidad. Las lágrimas corrían sin cesar por su rostro, cayendo sobre el hombro de Jungkook, mientras los sollozos que había contenido durante tantos años finalmente se liberaban.

Jimin retrocedió un paso, como si temiera que cualquier movimiento pudiera disipar la figura frente a él. Sus manos temblaban, su cuerpo entero vibraba entre la esperanza y el miedo. —¿Eres... realmente tú? —dijo, con la voz quebrada, aferrándose a la duda como último refugio.

—Siempre he sido yo —susurró Jungkook—. Tu Jungkook.

Para Jimin, la esperanza que había creído perdida se renovó con una fuerza inesperada, llenándolo de una paz y felicidad que hacía siglos no sentía. Miró a Jungkook, y en él no solo vio al amor de su vida, sino una promesa de días que aún les pertenecían. En ese instante comprendió que el amor que compartían, probado por el tiempo, el dolor y la adversidad, era algo más allá de lo mortal, algo que había encontrado la forma de regresar para iluminar ambos corazones.

Jimin cayó de rodillas en la arena, sus manos temblorosas aferrándose a los brazos de Jungkook, como si temiera que un golpe de viento pudiera llevárselo lejos otra vez. Sintió el calor de su piel, la firmeza de su abrazo, y las lágrimas brotaron de sus ojos, aliviando una tristeza que había acumulado durante tres siglos. Jungkook lo envolvió en sus brazos, sus manos recorriendo suavemente su espalda mientras susurraba palabras de consuelo, como si él fuera ahora quien debía calmar a Jimin.

Mientras el sol se deslizaba hacia el horizonte y la noche comenzaba a caer, Jimin susurró una última vez al viento, esta vez con una sonrisa en los labios y el corazón lleno de una esperanza renovada:

—Gracias, Jungkook. Gracias por volver a mí... realmente no tenia esperanza alguna de volver a verte, ha pasado... tanto tiempo. —su voz tembló ligeramente-. Pero ¿cómo? ¿Cómo es que pudiste recordarme?

El joven sonrió con ternura, sus ojos centelleando en la penumbra. -Por más loco que suene... soy brujo, Jimin. —Hizo una pausa, y luego continuó, como si cada palabra formara parte de un sueño que finalmente se hacía realidad—. ¿Sabes? Toda mi vida vi en sueños a un chico de cabellos azules. Nunca podía ver su rostro con claridad, pero sentía que lo amaba con una intensidad que no podía explicar. Me llevó tiempo comprenderlo. Al principio, los sueños eran solo destellos, fragmentos confusos de algo más profundo. Pero con práctica y esfuerzo, me di cuenta de lo que estaba viendo: eran vistazos de una vida pasada... de ti. Tú eras el chico al que veía a diario venir a esta playa sin entender a quién le hablaba... y todo ese tiempo, me hablabas a mí. Era como si el universo me estuviera devolviendo las piezas de un rompecabezas, hasta que todo cobró sentido. —Sonrió, con los ojos brillando de emoción—. Estaba viendo a través de nuestras vidas pasadas, Jimin. Estaba viendo a través de ti.

Jimin soltó un suspiro tembloroso, mientras sus lágrimas volvían a llenar sus ojos. —¿El que ves a diario?

—Sí... —Jungkook asintió, esbozando una sonrisa nostálgica—. Desde niño, siempre sentí una atracción inexplicable hacia esta playa en particular. Recordaba a un hombre, de apariencia inmortal, con ojos tristes que miraban al mar como si esperaran algo... o a alguien. Cada año volvía aquí, sin saber por qué. Era como si algo en el fondo de mi alma me dijera que este era el único lugar donde podía encontrar respuestas. Pero ahora lo sé: estaba viniendo a ti. Cada vez que te veía, aun sin entender, algo en mi interior reconocía que tú eras una parte de mí.

Jimin lo miró con incredulidad y amor, asimilando cada palabra, mientras Jungkook continuaba, cada vez más seguro.

—Yo vivo en el primer piso de un edificio cerca de aquí, y siempre dibujo. A veces me asomo al balcón, y en esos momentos siempre te veía, a ti, sentado en la orilla del mar. No entendía la conexión que sentía cada vez que te dibujaba y veía desde lejos, pero ahora todo tiene sentido. —Jungkook entrelazó sus dedos con los de Jimin, y su voz se convirtió en un susurro—. La vida finalmente nos dio esta oportunidad. Ahora, sin importar el tiempo ni las circunstancias de la muerte, puedo decir que estoy aquí contigo. Tú eres ese mangata que me alumbra por las noches, mi mariposa de alas azules. ¿Lo recuerdas?

Los recuerdos se arremolinaban en la mente de Jimin, y en ese instante, todas las dudas y el dolor que había guardado por siglos se desvanecieron. Era como si el universo entero hubiera estado esperando, conteniendo la respiración, para regalarles este momento. El tiempo, la vida y la muerte misma se inclinaban ante ellos, permitiéndoles ese instante de paz y reencuentro, un momento suspendido fuera de la realidad. Miró a Jungkook, su mirada suave y cálida, y supo, con cada fibra de su ser, que había vuelto para quedarse.

—¡Sí... eres tú, Jungkook! —dijo Jimin, con la voz quebrada por la emoción, las lágrimas surcando su rostro—¡Eres tú, amor mío... has vuelto!

Ambos se abrazaron con fuerza, sintiendo en cada latido y en cada respiración compartida que el tiempo, la muerte y la distancia no eran más que ilusiones pasajeras. En el calor de aquel abrazo, todas las promesas que habían hecho, los anhelos que habían guardado y los sueños que habían compartido, se fundieron en un único instante eterno.

La brisa marina soplaba suavemente, envolviéndolos como una caricia, y las estrellas, como testigos silenciosos, brillaban sobre ellos con un resplandor renovado. En los ojos de Jungkook, Jimin vio la promesa de un amor eterno, un amor que ni siquiera trescientos años de espera habían podido apagar.

—Vamos, Jimin —murmuró Jungkook-. Tenemos una eternidad por vivir.

Jimin lo miró y sonrió, con los ojos llenos de amor y gratitud. Y así, bajo la luz de un nuevo día, se adentraron juntos en el futuro, sabiendo que esta vez, ningún poder en el universo podría separarlos.

Y así, en esa playa que había sido testigo de tanto dolor y tantas promesas, donde sus almas habían encontrado consuelo y anhelo durante siglos, Jimin y Jungkook se prepararon para enfrentar juntos el futuro. No importaba qué les deparara el tiempo; sabían que, juntos, podrían atravesar cualquier adversidad, porque su amor, más fuerte que la vida y la muerte, los sostendría en cada paso del camino.

A veces en nuestra vida, ocurre un hallazgoinesperado... ya sea de manera accidental, casual, ocuando se está buscando algo distinto.

Aquel día, enaquella primera nevada de noviembre cuando los doschicos chocaron accidentalmente hace 300 años, se produjo esehallazgo... sin que ambos se dieran cuenta que, en esemomento, buscaban algo diferente en sus vidas; unaserendipia.

Él era especial para Jungkook, y no podía sentirse másque feliz, aquella felicidad que sobrepasa todos loslímites.Una euforia inminente que lo hacía sentirextremadamente feliz.Pues como solía ser y siempre será, Jungkook era laeuforia de Jimin.Y Jimin era la serendipia de Jungkook.Él era especial para Jungkook, y no podía sentirse másque feliz, aquella felicidad que sobrepasa todos los límites.Una euforia inminente que lo hacía sentirextremadamente feliz.Pues como solía ser y siempre será, Jungkook era laeuforia de Jimin.

Y gracias a que ambos dejaron ser, lograron darle supropio significado al amor, ya que no importa si esto sele pregunta a Jungkook o a Jimin, cualquiera de los dosresponderá que el amor es tener al otro en su vida.Después de tantas lágrimas que se derramaron, un díaaquella tristeza terminaría porque al igual que la felicidades momentánea, la tristeza también.

Porque incluso después de un largo y frío invierno, laprimavera y las mariposas regresan. Las mariposas no pueden ver el color de sus alas, peronosotros podemos ver lo hermosas que son.Puede que pienses que eres un monstruo y te sientasinsuficiente, pero la gente que te rodea ve lo asombrosoque eres.... yo te veo.

FIN



🌟





'Cause in the city's barren cold i still remember the first fall of snow

And how it glistened as it fell

I remember it all too well...

PERDON FUE LO PRIMERO EN LO QUE PENSE CUANDO ME IMAGINE EL REENCUENTRO DE ESTOS DOS AY

En fin.... termino 🤸‍♀️

Al principio de la historia planeaba que tuviera dos finales, a la hora que la misma se fue comenzando a desarrollar con el paso del tiempo y capítulos los personajes se fueron desarrollando, comenzaron a tener su propia historia y era como si ellos hubieran decidido por mi literalmente.

En fin, decidí no dejarlo como dos finales sino que este sea el único (en efecto en realidad tuvo el final que en un inicio planeaba darle realmente)

No tengo muchas palabras que decir, simplemente wow Butterfly para mi fue un proyecto muy significativo desde que se me ocurrió escribirla en plena panadería por el año 2021 y luego comencé a escribirla toda de cero en el año 2022 hasta ahora.
Me daba mucho miedo publicarla literalmente pensé que absolutamente NADIE iba a leerme y ps la historia esta por llegar la cifra de leídas qué llegue la cual es demasiado alta para mi😫

Gracias a mis amigas por siempre animarme a que continuará en esto y apoyarme cada vez que creía que no debía continuar con la historia.

Créeme, si te sientes mal con vos mismo o nada parece siquiera tener una salida, recuerda, dentro habita esa mariposa de alas azules que espera por desplegar sus alas y ser la más bella, se que te lograrás encontrar a vos mismo, te veo y se que eres muy valiente 💖

Se que muchos esperaban a que la historia estuviera terminada para poder comenzarla así que finalmente esta terminada, mi creatividad esta más despierta que nunca así que, no se sorprendan si nos vemos en algo nuevo pronto 🫡

Como siempre, SIEMPRE me pasa que me quedan detalles narrativos por corregir que cuando releo las historias me doy cuenta pero no implicaría que la vuelva a reescribir a futuro así que, podemos dar esta historia por terminada.

Sin nada más que decir nos vemos en otra historia a futuro, cuídense mucho.

Juli ☆

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