🦋𝟐𝟕🦋
La vida siguió su curso, pero para Jungkook, cada día de los últimos ocho meses fue una mezcla de milagro y despedida. Su cuerpo, que alguna vez había burlado al tiempo, ahora se rendía ante él con una rapidez despiadada. Jaemin, con una dedicación incansable, probó tratamientos, terapias y remedios, buscando cualquier cosa que le diera a Jungkook un respiro, un poco de estabilidad en medio del desgaste. Aunque algunos de esos intentos lograban sostener su salud en un equilibrio frágil, el proceso de envejecimiento continuaba implacable. Parecía que el tiempo, aquel viejo enemigo que había sido desterrado a un rincón oscuro de su vida inmortal, había vuelto para cobrar cada segundo que le debía.
La transformación de Jungkook no pasó desapercibida, especialmente para los seguidores de "Jeon Nabi", el enigmático artista que había conquistado corazones con su talento. En redes sociales, sus fanáticos compartían su preocupación, intercambiando teorías y mensajes de aliento, desesperados por entender qué le estaba sucediendo. ¿Por qué Nabi, tan activo y vital, había desaparecido de la vida pública? Las especulaciones crecían, y su silencio solo alimentaba el misterio.
Siempre pendiente de la imagen pública de Jungkook, Eunwoo actuó. Emitió una declaración cuidadosamente preparada en la que informó a la prensa que Jeon Nabi enfrentaba problemas de salud, sin entrar en detalles. La intención era proteger la privacidad de Jungkook y ofrecer una explicación por su ausencia. Pero sus palabras, aunque diplomáticas, no lograron calmar la inquietud. Los fans, conocidos por su lealtad y perspicacia, notaban el cambio en cada aparición. Aunque Jungkook apenas se dejaba ver, las pocas veces que alguien lo capturaba —caminando por la calle, en el hospital junto a Jaemin, o saliendo de casa— el deterioro era innegable.
Al mirarse en el espejo, Jungkook veía la evidencia de una vida que se le había escapado de las manos. El reflejo le devolvía la imagen de un hombre al que, tras siglos, el tiempo finalmente estaba reclamando. Las arrugas alrededor de sus ojos y en la comisura de sus labios eran cicatrices de una historia que jamás vivió; líneas finas e implacables que le daban una expresión melancólica, una sombra de agotamiento imposible de ocultar. Su piel, antes pálida y tersa, lucía opaca y marcada por un desgaste sutil pero constante. Sus mejillas, ahora frágiles, le recordaban a las hojas en otoño, cuando empiezan a perder su vitalidad y se desmoronan al menor roce.
Y su cabello... Siempre había tenido una melena densa y oscura, símbolo de esa juventud eterna que alguna vez fue suya. Ahora, al pasar los dedos entre los mechones, sentía cómo algunos se deslizaban fácilmente, dejándole una sensación de pérdida tan física como emocional. Las canas aparecían en las raíces, surgiendo como hilos de plata que trazaban un mapa de su mortalidad recién adquirida. Cada mechón perdido le recordaba que su cuerpo ya no le pertenecía, que la vitalidad de antes era solo un eco.
Incluso su voz había cambiado: se había vuelto más grave, más áspera. Cada palabra cargaba una gravedad desconocida, como si el tiempo se hubiera instalado en sus cuerdas vocales, dejando en ellas una marca imborrable. Cuando hablaba, el sonido parecía venir de un lugar profundo, como si llevara en su pecho el peso de los años que no vivió, de las vidas que se habían acumulado en su interior sin hallar nunca una salida.
Frente al espejo, Jungkook sentía el peso de miradas invisibles: las de sus seguidores, sus amigos, Jimin... y la suya propia. Sabía que el hombre reflejado era un extraño, pero también la versión más honesta de quién era en ese momento. Aquel rostro desgastado, aquellos ojos cargados de siglos no vividos, eran la imagen de alguien que, al fin, había recuperado su humanidad, solo para descubrir que el tiempo no espera.
Jaemin había intentado explicarle lo que ocurría: el deterioro, le decía, era aún más profundo en su interior. Su estómago comenzaba a rechazar alimentos que antes había redescubierto con entusiasmo. Cada bocado era un esfuerzo; cada comida, un recordatorio de que su cuerpo humano no estaba hecho para comprimir tanto tiempo. Sus pulmones también se debilitaban; al respirar, sentía un peso en el pecho, como si algo invisible lo apretara desde dentro, quitándole un poco de aire cada día. Y su corazón... aquel órgano que ahora latía con una intensidad que creía perdida, también empezaba a fallar. Jaemin le advirtió que, aunque hacía todo lo posible por mantenerlo estable, no había garantías: su corazón envejecía a un ritmo implacable, y un día, tal vez más pronto de lo que deseaba, podría fallarle sin aviso.
Pero Jungkook soportaba todo con dignidad. Había aceptado el precio de su humanidad, un precio que cada día era más tangible, más real, más ineludible. Cada síntoma nuevo, cada pérdida de fuerza, cada pequeño dolor, le recordaba que la vida humana no era un regalo eterno, sino un préstamo que debía devolverse con intereses. Y, sin embargo, en cada momento difícil, se aferraba a una sola certeza: aún tenía algo por lo cual vivir, alguien por quien luchar. Un motivo que hacía que cada latido, incluso en su fragilidad, valiera la pena.
Ese motivo era Jimin. El amor que sentía por él era como una llama que lo mantenía en pie, que le daba fuerzas para enfrentar cada nuevo síntoma, cada evidencia de su condición. A veces, cuando el dolor se hacía insoportable o la tristeza lo invadía, recordaba la sonrisa de Jimin, la manera en que sus ojos se iluminaban al verlo. Eso le bastaba para resistir un día más, con la cabeza en alto.
En esos momentos de calma, Jungkook se sentaba con su cuaderno de dibujo, observando cómo sus manos, ahora más temblorosas, trazaban líneas menos firmes que antes, pero igual de significativas. Durante esos meses, había vuelto una y otra vez a un dibujo que se había convertido en símbolo de su amor: las estrellas y la mariposa. Las mismas estrellas que había dibujado sobre la piel de Jimin aquella vez que tuvieron que separarse. Cada línea, cada detalle de esas estrellas, era un recordatorio de su promesa: que, sin importar lo que pasara, siempre estarían juntos de alguna forma. Dibujarlas de nuevo, en una hoja desgastada, era su forma de anclar su amor en el tiempo, incluso mientras su cuerpo se debilitaba.
Mientras tanto, la vida de sus amigos seguía avanzando, girando en direcciones inesperadas, como si el mundo intentara recordarles que aún había espacio para la esperanza y la renovación, incluso entre despedidas inminentes y el peso del pasado. Jungkook observaba esta constante de la vida con una mezcla de anhelo y resignación, consciente de que su propio tiempo se escurría entre sus manos, mientras ellos, aún vibrantes, encontraban nuevos comienzos.
Después de meses de miradas furtivas y conversaciones a media voz, Jin y Taehyung finalmente habían dado el paso hacia algo más profundo. Su relación había empezado en secreto, un susurro compartido en la intimidad de las noches que pasaban juntos. Había algo casi sagrado en la forma en que Taehyung, con su risa despreocupada y su carisma magnético, lograba desarmar la seriedad de Jin, conquistándolo con cada gesto, cada palabra. Jin, que siempre había sido una presencia firme, parecía volverse más suave a su lado; una vulnerabilidad que se asomaba en sus ojos cuando pensaba que nadie lo veía.
Era hermoso verlos juntos. Jin, que durante tanto tiempo había cargado el peso de las responsabilidades, se permitía ser alguien diferente con Taehyung, alguien más ligero. Y Taehyung, tan lleno de vida, encontraba en Jin un ancla, una estabilidad que lo hacía brillar de una manera distinta, más profunda, como si el amor suavizara sus aristas y los uniera en un equilibrio sutil y tierno. Jungkook los observaba desde lejos, como si mirara a través de un cristal empañado, con la nostalgia de quien entiende que esas pequeñas chispas de vida y amor son efímeras.
A veces, mientras los veía juntos, Jungkook podía imaginar que el mundo era menos incierto de lo que parecía. Las sonrisas que Jin y Taehyung compartían, los roces de manos furtivos, la complicidad en sus miradas... todo era un recordatorio de que aún había belleza en los momentos cotidianos, de que la esperanza podía colarse incluso en los días grises. Esa felicidad ajena era una chispa cálida que lo sostenía en medio de su propio dolor. Sabía que si alguien podía darle paz a Jin, sería Taehyung, con su manera de ver el mundo como un lugar lleno de maravillas, incluso en los rincones más oscuros.
A veces, incluso se preguntaba si ellos sabían cuán frágiles y preciosos eran esos momentos. Sabía que el tiempo cambiaría muchas cosas para ellos, y no siempre para bien; pero por ahora, prefería observarlos, guardar esos instantes como un recuerdo propio. En ellos, encontraba algo de consuelo, una prueba silenciosa de que la vida aún podía florecer, aunque fuera de una manera que él mismo ya no podría experimentar.
Por otro lado, la vida de Namjoon había dado un giro inesperado con la llegada de su hijo. La paternidad le había cambiado el semblante, llenándolo de una paz y una alegría que ninguno había visto antes en él. Para él y para Hyejin, el camino hacia ese momento no había sido fácil. El embarazo había sido complicado, lleno de momentos de incertidumbre y miedo, de visitas constantes al hospital y noches en vela, en las que Namjoon apenas podía respirar por el temor de perder aquello que apenas comenzaba a amar con toda su alma.
Cuando finalmente sostuvieron al bebé en sus brazos, se sintió como un milagro para todos ellos, una prueba de que la vida no siempre se detenía frente a la adversidad; a veces, encontraba maneras de abrirse paso, aún en los momentos más oscuros. Namjoon había presenciado, en carne propia, la fragilidad de la vida y, al mismo tiempo, su resiliencia, y eso le había cambiado en un nivel profundo.
Ahora Namjoon era un padre orgulloso, incapaz de resistirse a mostrar fotos y videos del pequeño a cualquiera que le preguntara. Su rostro, antes marcado por la seriedad y el peso de tantas responsabilidades, se iluminaba con una ternura que lo volvía casi irreconocible. Era como si, al mirar a su hijo, Namjoon viera una versión renovada de sí mismo, una oportunidad de sanar partes de su propia historia a través del amor que le daba.
La transformación era palpable. Para sus amigos, ver a Namjoon en su papel de padre era como ver un nuevo comienzo. A través de su hijo, parecía haber encontrado una forma diferente de mirar el futuro, de ofrecer esperanza a quienes lo rodeaban. Y aunque su vida había cambiado de manera irreversible, esa serenidad que irradiaba se contagiaba a todos, recordándoles que, a veces, la felicidad podía encontrarse en los lugares más inesperados.
Yoongi, en cambio, seguía siendo el enigma de siempre. Sin embargo, aquellos que lo conocían bien notaban algo distinto en él, una suavidad que se asomaba en ciertos momentos, casi imperceptible. Yoongi, el siempre reservado, comenzaba a abrirse a nuevos sentimientos, un cambio tan sutil que pocos alcanzaban a percibir. Hoseok, con su risa contagiosa y su energía vibrante, había entrado en su vida como un rayo de luz inesperado, desarmando poco a poco las murallas que Yoongi había construido a su alrededor.
Su relación era un misterio en sí misma, llena de pequeños gestos que pasaban desapercibidos para la mayoría. Una mano sobre el hombro de Yoongi en los momentos en que parecía perderse en sus pensamientos, una mirada cómplice desde lados opuestos de la habitación, una sonrisa fugaz que él permitía, solo por un segundo, antes de regresar a su expresión habitual. Hoseok parecía entender que las palabras no siempre eran necesarias; había aprendido a leer el lenguaje silencioso de Yoongi, captando las señales que otros pasaban por alto.
Para quienes observaban desde la distancia, había algo entre ellos que iba más allá de las palabras: una conexión silenciosa, un acuerdo tácito que no necesitaba explicación. Hoseok traía una frescura inesperada a la vida de Yoongi, un toque de caos encantador que equilibraba la calma y la introspección del hombre de mirada oscura y silencios profundos. Y Yoongi, a su manera, parecía abrirse, floreciendo en pequeñas dosis, como una flor que se atreve a salir de la sombra poco a poco.
En Hoseok, Yoongi había encontrado un espacio seguro, un refugio donde podía ser vulnerable, donde la máscara caía, aunque solo fuera por un instante. Para quienes realmente los conocían, era evidente que entre ellos florecía algo profundo, algo que, en medio de la tristeza y la incertidumbre, se alzaba como una promesa silenciosa de compañía y lealtad. En un mundo donde todo parecía efímero, su vínculo era un recordatorio de que a veces las conexiones más duraderas eran aquellas que no necesitaban ser nombradas.
Jimin también había cambiado, en cuerpo y alma, durante esos largos meses en los que la disciplina y la devoción se convirtieron en su refugio y su redención. Cada amanecer, antes de que el sol se alzara completamente sobre Seúl, ya estaba en el estudio de danza, enfrentándose a su propio reflejo. Una figura de cabello oscuro y mirada intensa lo observaba desde el espejo, devolviéndole una mezcla de determinación y fragilidad. La danza se había vuelto su escape, pero también su desafío: un intento constante de domar la oscuridad que corría por sus venas, un recordatorio de su naturaleza que jamás podría ignorar.
Cada día, dedicaba horas a perfeccionar su técnica y a buscar en la repetición de los movimientos un sentido de control. En cada estiramiento, en cada salto, Jimin trataba de transformar su lucha interna en algo hermoso, buscando que su cuerpo hablara en un lenguaje que no necesitaba palabras. Sabía que no podría eliminar aquella sombra dentro de sí, pero quizás podía aprender a vivir con ella, a moldearla con cada paso, a contenerla en cada giro.
Yoongi, con su paciencia y su ojo crítico, se había convertido en algo más que un maestro; era su guía en una batalla que iba más allá del arte. Bajo su atenta mirada, Jimin aprendía a perfeccionar cada movimiento, a conectar con su propio cuerpo y con el espacio que lo rodeaba. Yoongi le enseñaba que cada paso era una historia, cada giro una liberación. Lo impulsaba a danzar desde el alma, a liberar en cada salto y cada extensión el peso de aquello que no podía expresar en palabras.
Pero Yoongi también era implacable, y no permitía que Jimin se refugiara en el esfuerzo vacío. Cada movimiento debía ser exacto, cada línea debía llevar la intención de alguien que comprendía tanto el dolor como la belleza que lo causaba. A veces, cuando Jimin se veía al borde de sus límites, Yoongi solo le dirigía una mirada firme, como si supiera que ese esfuerzo era necesario, que la verdadera transformación solo llegaría cuando Jimin pudiera mirarse en el espejo y aceptar no solo su fragilidad, sino también su fuerza.
Con cada sesión de práctica, Jimin libraba una batalla entre la oscuridad de su naturaleza y la luz de su voluntad. Los movimientos que repetía una y otra vez se convertían en un ritual de purificación, un acto casi sagrado en el que se enfrentaba a sus propios demonios, despojándolos de su poder, aunque fuera solo por un instante. Hubo días en que el ansia parecía invencible, en que sentía el latido de su sed rugiendo en sus venas con una intensidad que casi lo doblegaba. Su cuerpo temblaba, y en esos momentos de debilidad, era fácil imaginarse sucumbiendo, dejándose arrastrar por esa sombra que siempre lo acechaba.
Pero entonces, recordaba por quién luchaba. Cerraba los ojos y veía a Jungkook, la suavidad de su sonrisa y la promesa silenciosa que se habían hecho de vivir cada instante como si fuera eterno. Era Jungkook quien lo sostenía, aún en la distancia; su ancla en una realidad que, sin él, habría sido demasiado oscura y abrumadora. La imagen de Jungkook era su faro, una fuente de luz en medio de su propia tormenta.
Finalmente, tras meses de esfuerzo agotador y de ejercer un control férreo sobre sí mismo, Jimin alcanzó un dominio sobre su sed que, aunque frágil, era real. Había encontrado una paz delicada, tejida con hilos de disciplina y sacrificio, una paz que sentía en cada respiración, en cada latido que lograba mantener bajo control. Sabía que el ansia siempre estaría allí, como una bestia dormida esperando el momento en que bajara la guardia. Pero ahora, al mirarla de frente, sentía que podía enfrentarla sin miedo. Cada pequeño triunfo, cada día ganado, era un recordatorio de que, aunque su paz fuera delicada, tenía la fuerza suficiente para sostenerla.
En los días en que Jin le permitía quedarse con Jungkook, Jimin encontraba una paz que no podía alcanzar en ningún otro lugar. Cuidaba de él con una devoción que iba más allá de cualquier promesa o deber; era un acto de amor puro, despojado de expectativas, un cuidado que no pedía nada a cambio. Estos momentos de intimidad eran su refugio secreto, un instante robado al tiempo donde podía olvidarse de todo y dedicarse únicamente a velar por Jungkook.
A menudo, en la quietud de la noche, Jimin permanecía despierto junto a él, envuelto en una serenidad que parecía llenar cada rincón de la habitación. Observaba el lento ascenso y descenso del pecho de Jungkook, maravillado por la cadencia perfecta y serena de su respiración humana. Era una melodía sutil que, en la penumbra, se convertía en un ancla para Jimin, una prueba silenciosa de que, a pesar de todo, la vida seguía fluyendo en su forma más pura y vulnerable.
A veces, se inclinaba ligeramente, lo suficiente para sentir el aliento tibio de Jungkook rozando su piel, un susurro de vida tan frágil y precioso que casi le hacía contener la respiración. En esos instantes, podía percibir el suave murmullo de su existencia, como un latido que resonaba en la oscuridad, aferrándose a la eternidad con cada inhalación y cada exhalación. Jimin sentía que, en esos momentos, estaba presenciando un milagro: la vida misma en su estado más puro y esencial, latiendo en armonía, dándole a él la paz que tanto anhelaba.
Cada vez que sus dedos rozaban el pulso en el cuello de Jungkook, Jimin sentía la vibración rítmica y frágil de su corazón humano. Cada latido parecía susurrarle un secreto, revelando algo profundo y sagrado, como un antiguo lenguaje que solo él podía comprender. Ese pulso, tan efímero y precioso, era para Jimin un recordatorio constante de la vida misma, de la belleza que se encontraba en cada segundo compartido.
Sus dedos seguían el trazo invisible de las venas bajo la piel de Jungkook, notando cómo la sangre corría cálida, palpitante, llena de una energía que él mismo había dejado de comprender. Había algo casi mágico en esa fragilidad, en la forma en que cada latido luchaba por existir, por aferrarse al tiempo. Para Jimin, sentir esa vida tan cercana era una revelación: cada latido era una prueba de que, a pesar de su inmortalidad, aún podía maravillarse ante la simplicidad y la pureza de la existencia humana.
En esa intimidad silenciosa, cada latido se transformaba en una promesa, un juramento que Jimin sellaba entre sus manos con el anhelo de protegerlo de todo lo que pudiese arrebatarle esa humanidad que tanto amaba. Sabía que no podía detener el paso del tiempo ni evitar que la fragilidad de Jungkook siguiera su curso, pero en esos momentos, cuando su pulso vibraba bajo sus dedos, se juraba a sí mismo que haría todo lo posible por ser su guardián, por preservar aquella vida que le había devuelto un sentido de propósito y esperanza.
Jimin dejaba que sus ojos vagaran por el rostro de Jungkook, deteniéndose en la curva suave de sus mejillas y en las sombras que las luces tenues dibujaban sobre su piel. Observaba el leve destello de las canas que empezaban a entrelazarse en su cabello oscuro, como si la vida misma pintara sobre él un recordatorio del tiempo, un recordatorio de algo que Jimin no podía compartir. Con cada noche que pasaba, parecía haber una línea nueva en el rostro de Jungkook, una pequeña marca que el paso de los días iba dejando con cuidado y precisión, como un pintor que agrega trazos a una obra en constante evolución.
A Jimin, esas arrugas y esas canas le parecían preciosas, un testimonio de la fragilidad y del misterio de la vida humana, algo efímero y a la vez eterno en su significado. Cada una de esas pequeñas imperfecciones era una muestra de la historia que estaban construyendo juntos, un fragmento del amor que se deslizaba entre ellos como un río invisible, profundo y constante. En esos detalles, Jimin veía la evidencia de los momentos compartidos, de cada día que Jungkook había vivido y que él, en su inmortalidad, solo podía atesorar desde la distancia.
En ocasiones, cuando la noche estaba más quieta y todo a su alrededor parecía suspenderse, Jimin extendía su mano con una ternura infinita y dejaba que sus dedos recorrieran el rostro de Jungkook, casi sin tocarlo, apenas rozando su piel con la delicadeza de quien teme romper algo irremplazable. Deslizaba la yema de sus dedos por la línea de sus cejas, la curva de sus párpados cerrados, como si tratara de memorizar cada detalle, de grabar en su memoria cada sombra, cada trazo, para guardarlo en lo más profundo de su corazón.
Sus dedos bajaban con suavidad hasta los labios de Jungkook, esos labios que tantas veces lo habían reconfortado, que habían sido tanto su refugio como su consuelo. Se detenía allí, dejando que su cercanía le llenara el alma de una paz indescriptible. Sabía que esos momentos eran fugaces, que cada arruga, cada línea, cada cana era un signo de una historia que seguiría avanzando. Y en esa quietud nocturna, Jimin se juraba a sí mismo que, mientras pudiera, atesoraría cada cambio, cada trazo de tiempo en el rostro de Jungkook, como quien guarda un secreto que nunca quiere olvidar.
A veces, sin poder evitarlo, Jimin cerraba los ojos y aspiraba el aroma cálido de Jungkook, un perfume leve que parecía impregnado de recuerdos, algo tan humano y tan profundo que lo llenaba de una paz indescriptible. Sabía que este tiempo juntos era un regalo, un instante de luz en medio de un destino incierto. No sabía cuánto tiempo más le quedaría a su lado, y ese pensamiento lo llenaba de una tristeza dulce, una melancolía que se entrelazaba con la gratitud. Sabía que, pase lo que pase, estos momentos serían para siempre su refugio, el lugar donde el amor había vencido, aunque fuera solo por un tiempo.
Y aunque la paz que sentía en esos instantes era frágil, era una paz que lo llenaba por completo. Jimin se aferraba a ella con la misma intensidad con la que amaba a Jungkook, con una devoción que lo transformaba, recordándole que, aun en su eternidad, era capaz de sentir de manera absoluta y genuina. Porque en cada noche que pasaba junto a él, Jimin encontraba la fuerza para enfrentar sus propios demonios, la razón para domar su sed y desafiar la oscuridad que acechaba en su interior.
Jungkook se había convertido en su ancla, en la chispa de humanidad que lo mantenía a flote. Era el faro que lo guiaba en un mundo de sombras, la luz que lo hacía sentirse vivo en su eternidad solitaria. Mientras él siguiera allí, mientras sus manos pudieran tocar esa calidez y sus ojos contemplar esos latidos, Jimin sabría que, aunque breve, este amor era eterno en su intensidad. Porque cada mirada, cada toque y cada sonrisa de Jungkook se grababan en su alma, dejándole una huella que ni siquiera el tiempo infinito podría borrar.
En esos momentos, Jimin no necesitaba nada más. Porque en la quietud de la noche, bajo el tenue resplandor de las estrellas y al compás de la respiración de Jungkook, podía sentir que, por fin, estaba completo. Era como si, en medio de la inmortalidad que lo condenaba a la soledad, Jungkook hubiera logrado llenar cada rincón vacío de su ser.
En esos meses, Jimin comenzó a experimentar algo extraño, algo que no podía explicarse solo con lógica. Eran momentos fugaces, sensaciones que le golpeaban de repente, como si su mente vislumbrara destellos de un futuro incierto. A veces, mientras estaba entrenando en el estudio de danza, un pensamiento repentino le atravesaba el pecho: la sensación clara de que algo grave le ocurriría a Jungkook, un latido acelerado que parecía advertirle de algo que estaba por suceder.
Al principio pensó que era solo ansiedad, la constante preocupación por la salud de Jungkook que lo mantenía en vilo. Sin embargo, estas corazonadas se hicieron más frecuentes y precisas. Recordó la noche en la que, sin razón aparente, sintió que debía volver antes de lo planeado a la casa. Al hacerlo, encontró a Jungkook con un fuerte ataque de tos, tosiendo sangre y casi desmayado. Jimin estaba seguro de que, de no haber sentido esa urgencia inexplicable, no habría llegado a tiempo para ayudarlo.
Con el paso de los días, empezó a preguntarse si esta habilidad que surgía dentro de él era una especie de don —o una maldición. Era como si su mente pudiera percibir los fragmentos de lo que estaba por venir, aunque no siempre podía descifrarlos con claridad. Cada vez que estos presentimientos le golpeaban, su primer instinto era proteger a Jungkook. Y aunque en silencio se preocupaba por lo que esta habilidad pudiera significar, sentía también que era una señal de que estaba cambiando, de que el vínculo entre ambos lo estaba transformando de maneras que aún no comprendía.
Mingi y Sang-ho, su madre y su abuelo, habían sido testigos de esta transformación. Al principio, resistieron; no comprendían cómo Jimin, alguien destinado a la eternidad, podía atarse tan profundamente a un mortal que, ante sus ojos, se desmoronaba poco a poco. Para ellos, la vida humana siempre había sido efímera, un susurro en el viento comparado con la constancia de su propia existencia. Pero tras muchos silencios y miradas de preocupación, accedieron a mudarse temporalmente a Seúl. Venían a presenciar la gran presentación de Jimin, pero ambos sabían que la verdadera razón era otra: ver con sus propios ojos el lazo irrompible que unía a su hijo y nieto con Jungkook, un vínculo que parecía desafiar incluso a la muerte.
La noticia de la condición de Jungkook los había dejado impactados, sacudiendo sus ideas y desafiando sus propias nociones sobre lo que significaba amar y ser amado. En un principio, Mingi y Sang-ho pensaron que Jungkook era una distracción, un vestigio del pasado de Jimin que debía quedar atrás, algo que solo podía debilitar su espíritu inmortal. Pero, lentamente, fueron testigos de cómo Jungkook se convertía en mucho más que eso. Vieron la forma en que Jimin encontraba en él una fuerza y una paz que la eternidad nunca había logrado ofrecerle.
Jungkook, comprendieron, era el equilibrio de Jimin, el ancla que lo mantenía humano, conectándolo a una realidad que, de otro modo, habría dejado de comprender.
Observaban en silencio, tratando de asimilar la profundidad de un amor que desafiaba el tiempo y la muerte, algo que ni siquiera ellos, con todos sus siglos de experiencia, habían conocido. Mingi y Sang-ho empezaron a ver en Jungkook una chispa de luz que, aunque frágil, llenaba de significado la inmortalidad de Jimin. A su lado, él parecía más vivo, más completo, y en ese reflejo ellos mismos comenzaron a cuestionar los límites de su propio entendimiento.
Así, en la penumbra de sus observaciones, Mingi y Sang-ho se dieron cuenta de que el amor de Jimin no era una debilidad, sino una fuerza capaz de desafiar incluso los designios de la eternidad. Aunque les dolía ver a su hijo atado a algo tan transitorio, empezaron a comprender que en esa brevedad, en esa vulnerabilidad, residía una verdad que la inmortalidad jamás podría ofrecerles. Y al final, aceptaron que, aunque breve, este amor era un testimonio eterno de lo que significa realmente vivir.
Y ahora, la noche de la gran presentación de Jimin había llegado, y la expectación se palpaba en el aire. Las luces del teatro brillaban con un resplandor casi ceremonial, y el murmullo de la audiencia creaba un zumbido constante, una vibración que parecía anticipar algo extraordinario. Jungkook, a pesar de su frágil estado de salud, estaba visiblemente emocionado. Su rostro, aunque marcado por el cansancio, irradiaba una energía que parecía más intensa, más luminosa. Era como si toda su fuerza de voluntad, todo lo que le quedaba, estuviera concentrado en ese instante, en estar allí para Jimin, en ese momento que lo significaba todo.
Pero Jimin no podía dejar de sentir los nervios revolviendo en su estómago, una mezcla de emoción y temor que lo mantenía alerta. Sabía que esta presentación era importante, un hito en su vida y su arte, pero había algo que lo preocupaba aún más: los latidos de Jungkook, apenas audibles y cada vez más lentos. A pesar de la sonrisa que Jungkook le ofrecía, esa sonrisa que siempre lograba calmarlo, Jimin no podía ignorar el eco frágil de su corazón, como si cada pulso fuera un susurro efímero en medio del bullicio del teatro.
Mientras ajustaba los últimos detalles y se preparaba para salir al escenario, Jimin lanzaba miradas discretas hacia donde estaba Jungkook, buscando su presencia, asegurándose de que seguía allí. Sabía que el esfuerzo de estar presente le estaba costando a Jungkook más de lo que él dejaba ver, y esa conciencia añadía un peso nuevo a cada paso, a cada movimiento que estaba a punto de ejecutar.
A cada minuto que pasaba, Jungkook sentía el peso de su cuerpo. Pero ninguna incomodidad podía desviar su atención. Su mirada estaba fija en el escenario, en el lugar donde Jimin pronto aparecería. Sabía que este era un momento que no se repetiría, y se aferraba a él con todo lo que tenía, decidido a absorber hasta el último detalle.
Mientras Jimin se preparaba en el camerino, un asistente dejó un pequeño set de maquillaje para los últimos retoques. Jungkook, que observaba en silencio, se quedó prendado del reflejo de Jimin en el espejo. Vestía un traje oscuro, de un negro profundo que absorbía la luz, acentuando su figura esbelta y elegante. La chaqueta, de líneas finas y ajustada a su torso, se abría ligeramente en el cuello, dejando ver una camisa oscura que contrastaba sutilmente con su piel clara. Los pantalones caían con precisión, perfectos para moverse en el escenario sin perder ni un ápice de sofisticación.
Jungkook se quedó sin aliento por un instante, sus ojos recorriendo cada detalle. Había algo en la imagen de Jimin, en su postura y su serenidad, que lo llenaba de orgullo y ternura. A pesar del cansancio que cargaba, sentía una fuerza renovada solo por estar ahí y verlo en todo su esplendor.
Inspirado, tomó una pequeña brocha de entre el set de maquillaje, impregnándola de un tono suave y perlado. Se volvió hacia Jimin con una sonrisa que escondía un toque de nostalgia y cariño. Jimin, al percibir el gesto, levantó la vista con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, una sonrisa ligera asomando en sus labios mientras miraba a Jungkook, quien lo observaba en silencio, como estudiando su lienzo.
—Solo... un recuerdo —murmuró Jungkook, acercándose con delicadeza. Sin pedir más permiso, tomó el brazo de Jimin, extendiéndolo sobre sus rodillas con la reverencia de quien está a punto de crear algo sagrado.
Con trazos precisos y suaves, Jungkook comenzó a dibujar sobre la piel de Jimin. Las primeras líneas tomaron forma lentamente, delineando una constelación de estrellas que ascendía desde la muñeca hasta el codo. Las estrellas eran pequeñas, delicadas, pero cada una parecía brillar bajo la tenue luz del camerino, como si Jungkook estuviera dejándole en la piel una parte de su alma, un pedazo de cielo que Jimin pudiera llevar consigo.
—¿De dónde sacas estas ideas, amor? —susurró Jimin, mirando fascinado el diseño que iba tomando forma en su brazo.
Jungkook esbozó una sonrisa, su mirada llena de un amor profundo y sereno. —Es que... siempre has tenido una debilidad por las estrellas —dijo en un tono juguetón, pero luego su expresión se volvió más seria—. Y porque quiero que las lleves contigo, para que me recuerdes. —Su voz temblaba ligeramente, y Jimin sintió que esas palabras llevaban consigo una despedida silenciosa.
A medida que terminaba las estrellas, Jungkook agregó el toque final: una mariposa delicada que se posaba justo en el centro de la constelación. Era un símbolo de transformación y esperanza, la misma mariposa que había dibujado para él meses atrás, cuando tuvieron que separarse para que Jimin pudiera aprender a controlar su ansia. Esa mariposa era un símbolo de su amor, de su promesa de siempre volverse a encontrar, sin importar cuánto tiempo o distancia los separara.
Jimin se quedó mirándola en silencio, sintiendo el peso simbólico de cada línea, de cada trazo que Jungkook había dejado en su piel. Cuando alzó la vista, sus ojos se encontraron con los de Jungkook, y en esa mirada silenciosa comprendió todo lo que él le estaba tratando de decir, sin palabras.
—Gracias, Jungkookie... —susurró, su voz quebrándose por la emoción.
Jungkook sonrió, acariciando suavemente el brazo de Jimin. —No me las des. Solo... no olvides que siempre voy a estar contigo. —Sus palabras eran suaves, apenas un susurro, pero en ellas se sentía el peso de su amor, de una promesa que iba más allá de las palabras.
Jimin se inclinó y dejó un beso en la frente de Jungkook, como si ese gesto pudiera sellar todo lo que sentía. Luego, miró una última vez las estrellas y la mariposa en su brazo, sintiendo que llevaba con él una parte de Jungkook al escenario.
El teatro estaba lleno, y el ambiente estaba cargado de anticipación. Las luces del escenario proyectaban sombras largas en la penumbra, y el murmullo de la audiencia creaba un telón de fondo de expectación. Jimin respiró hondo, tratando de calmar el temblor de sus manos mientras repasaba los movimientos de su danza mentalmente. Cada giro, cada paso que había practicado incansablemente durante los últimos meses, estaba grabado en su mente. Pero por mucho que intentara concentrarse, su mente volvía una y otra vez a Jungkook, como si un hilo invisible lo uniera a él, incluso en la distancia.
Cerró los ojos un instante, sintiendo la textura suave del maquillaje que Jungkook había usado para dibujar estrellas y una mariposa en su brazo. Las líneas aún se sentían frescas, un recordatorio tangible de su amor, de la promesa que compartían a pesar de la inminencia del final. Pasó los dedos con ternura sobre cada dibujo, casi como si quisiera que el trazo quedara grabado en su piel para siempre. "Este es nuestro recuerdo... nuestra historia, aunque el tiempo quiera arrebatárnoslo," pensó, murmurando en voz baja como una promesa secreta que solo él y Jungkook entenderían.
A pocos metros de distancia, en el vestíbulo del teatro, Jungkook estaba rodeado de amigos que lo observaban con preocupación. Todos podían sentir la fragilidad en sus movimientos, la manera en que cada latido, cada respiración, parecía costarle un poco más de lo que estaba dispuesto a admitir. Eunwoo y Jaemin intercambiaron miradas, captando el esfuerzo en la postura de Jungkook, como si su cuerpo apenas pudiera sostenerlo.
Namjoon, quien sostenía a su pequeño hijo en brazos, se acercó a Jungkook con una sonrisa melancólica. —¿Estás comodo aqui? Eunwoo intento conseguir los mejores asientos en esta primera fila.
Jungkook negó con la cabeza, devolviendo la sonrisa, aunque sus ojos estaban nublados por una tristeza que no lograba ocultar. —Estoy bien, Namjoon. Quiero verlo sentado desde aquí... quiero sentir toda la energía de esta noche. —Su voz era apenas un susurro, pero en ella se percibía una determinación inquebrantable. Sabía que cada segundo en ese teatro era un esfuerzo, pero también sabía que nunca tendría otra oportunidad como esta.
Eunwoo, siempre atento, intervino con suavidad. —Jungkook, si en algún momento te sientes mal, solo házmelo saber, ¿de acuerdo? Recuerda que tienes a todos aquí.
Jungkook asintió, agradecido por la preocupación de sus amigos, aunque sus palabras resonaban vacías dentro de él. Sabía que nada de lo que dijeran o hicieran podría detener el avance implacable del tiempo sobre su cuerpo. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura, a sonreír para tranquilizarlos. Quería que esa noche fuera recordada por la belleza de la danza de Jimin, no por su propio deterioro.
Con cada respiración entrecortada, Jungkook sentía el peso de su propia fragilidad, pero también la intensidad inquebrantable de su amor por Jimin. Allí, de pie en el vestíbulo, rodeado de amigos y sostenido por una voluntad casi desesperada, sabía que esa noche sería un recuerdo que se llevaría consigo, un fragmento de eternidad en medio de su propia finitud. Esta noche no era solo una presentación; era el momento en el que todo lo que había vivido con Jimin se condensaba en un acto único, un instante que perduraría más allá de los límites de su cuerpo.
En los brazos de Jimin, destacaban las constelaciones y la mariposa que Jungkook le había dibujado. Bajo la luz tenue del teatro, los trazos brillaban como si fueran tatuajes efímeros, grabados directamente sobre su piel para esta noche especial. Cada estrella parecía palpitar con una luminosidad suave, y la mariposa, situada justo en el centro de su antebrazo, daba la impresión de estar a punto de alzar vuelo. Era como si Jungkook hubiera dejado una parte de sí mismo en cada línea, y Jimin lo sentía así: cada dibujo era un recordatorio de su amor, una promesa indeleble que, aunque efímera en su forma, latía con la fuerza de un vínculo eterno.
Mientras se preparaba tras bambalinas, Jimin miraba su brazo y podía sentir a Jungkook junto a él, como si cada trazo dibujado por sus manos cargara con una presencia silenciosa. Los dibujos, aunque temporales, se sentían como un ancla emocional, una conexión física que lo mantenía unido a Jungkook en cuerpo y alma. Era consciente de que cada movimiento que hiciera en el escenario llevaría consigo ese amor, transformado en una expresión artística, como si Jungkook estuviera danzando con él, invisible, en cada paso.
Su rostro estaba cuidadosamente maquillado, resaltando sus facciones delicadas y etéreas. Los pómulos tenían un toque de luz, que acentuaba la estructura de su rostro, mientras que sus ojos estaban delineados con precisión, creando una mirada profunda y enigmática. El maquillaje oscuro alrededor de sus ojos hacía que sus pupilas parecieran más intensas, como si guardaran en su brillo todas las historias y emociones que había vivido hasta ese momento. Los labios, ligeramente coloreados con un tono natural, le daban un aire sutilmente melancólico, a la vez que resaltaban la belleza de su expresión serena.
El cabello de Jimin, de un negro profundo que reflejaba la luz en sutiles destellos, caía en ondas ligeras alrededor de su rostro, enmarcando sus ojos con una suavidad que contrastaba con la firmeza de su mirada. Era el aspecto de alguien que había conocido tanto la oscuridad como la luz, que había librado batallas internas y externas y que, a pesar de todo, había encontrado un propósito y una paz en medio de la tormenta. En su postura, en sus ojos, se veía la historia de alguien que había aprendido a transformar el dolor en belleza.
Desde la distancia, Jimin observó a Jungkook, intentando concentrarse en su respiración para calmarse antes de salir al escenario. Pero no podía ignorar lo frágil que se veía Jungkook: cómo se apoyaba en la baranda, cómo sus manos temblaban ligeramente y sus hombros se inclinaban con el peso de una fatiga que ya no podía ocultar. La preocupación lo invadió, y por un instante, sintió el impulso de cancelar la actuación, de correr hacia él y asegurarse de que estuviera bien.
Jimin cerró los ojos un instante, respiró hondo y, al exhalar, sintió una fuerza renovada, un propósito inquebrantable. Sabía que esta danza no era solo una actuación, sino un tributo: a su amor, a la promesa que compartían de vivir cada segundo juntos como si fuera el último, de convertir su amor en algo eterno aunque el tiempo los desafiara.
A medida que avanzaba hacia el escenario, los dibujos en sus brazos y el maquillaje en su rostro parecían cobrar vida propia, como si cada línea y cada sombra contara una historia. Jimin era una obra de arte viviente, un lienzo en el que estaban grabados promesas, sacrificios y un amor inmortal. En cada paso, en cada movimiento, llevaba consigo a Jungkook y todo lo que él significaba. Su cuerpo se transformaba en un lenguaje que solo ellos dos comprendían, un lenguaje de despedida y de eternidad.
En el público, Jungkook lo observaba, sus ojos llenos de orgullo y amor. A pesar de todo lo que había cambiado, de la fragilidad que lo abrazaba y de la sombra de lo inevitable, en ese momento ellos dos estaban completos. Era como si el tiempo mismo se hubiera detenido solo para permitirles compartir este instante perfecto, único y eterno, un instante que era solo para ellos, inmune a cualquier final.
En el centro del escenario, bajo una luz tenue y cálida, Jimin se encontraba en primera posición, sus pies juntos y sus brazos relajados a los costados, como un ángel al borde del vuelo. Con los primeros acordes de "Not About Angels", sus brazos comenzaron a elevarse en un arco amplio, como si recogiera la luz que parecía envolverlo en una especie de aura. Cada nota estaba impregnada de una emoción profunda, y Jimin, con una gracia natural, dio unos pasos de puntillas hacia adelante, acercándose a un recuerdo invisible, a una presencia etérea que parecía llamarlo suavemente.
A medida que la canción avanzaba, Jimin inició una serie de pirouettes, girando sobre sí mismo con una precisión casi dolorosa. Cada giro culminaba en un arabesque, con su pierna extendida detrás de él en una línea perfecta. Sus movimientos eran una danza de anhelo y búsqueda, cada vuelta una pregunta sin respuesta. Con un delicado port de bras, sus brazos acariciaban el aire, como si intentara atrapar momentos fugaces de su pasado, reflejos de memorias que parecían estar a un suspiro de distancia. La música fluía, y sus pasos se volvían más firmes, más decididos, como si persiguiera una sombra esquiva que siempre estaba a punto de desvanecerse.
El coro irrumpió con una fuerza sobrenatural, y Jimin ejecutó un grand jeté, un salto en el que se elevó en el aire como si volara, suspendido por un instante en un sueño compartido entre él y Jungkook. Al aterrizar, se equilibró en à la seconde, manteniendo una pierna extendida a su lado con una elegancia que reflejaba fortaleza y vulnerabilidad. Sus movimientos eran fluidos, casi como si desafiara las leyes de la gravedad, y cada gesto transmitía una mezcla de lucha interna y deseo de encontrar paz. Entre el público, Jungkook observaba cada movimiento con una mezcla de admiración y tristeza, entendiendo perfectamente el mensaje que Jimin intentaba comunicar.
En la quietud de la noche, Jimin recordaba el tacto de las manos de Jungkook cuando bailaron juntos, cómo sus dedos rozaban su piel con una suavidad que desafiaba el paso del tiempo. Bailar, ahora, frente a él, era una forma de pedir permiso para amar y para vivir en esos momentos prestados, aunque cada segundo acercara a Jungkook un poco más a su despedida. Mientras se movía al ritmo de la música, un pensamiento amargo cruzaba su mente: ¿Está mal que haga esto, sabiendo que Jungkook tiene tan poco tiempo? Inclusive en estos pocos minutos, mientras él danza, su amado sigue envejeciendo, segundo a segundo, cada latido una pequeña pérdida.
En el segundo verso, Jimin transitó hacia un adagio, movimientos lentos y extendidos, cargados de melancolía. "If your heart was full of love, could you give it up?" cantaba Birdy, y cada paso de Jimin parecía una respuesta silenciosa, cada movimiento una negación de esa renuncia. Se deslizaba por el escenario ejecutando un pas de bourrée, cruzando el espacio como si navegara en un mar de recuerdos que solo él podía ver. Su expresión se convertía en un mosaico de emociones, profundas y desgarradoras. Los momentos que compartieron, las promesas que se hicieron, todo parecía arder en cada uno de sus gestos.
La canción se convirtió entonces en una súplica: "don't give me up". Era un ruego mudo que resonaba entre ambos, un grito desesperado en sus almas que ninguno de los dos quería decir en voz alta, y que, sin embargo, estaba allí, en cada movimiento de Jimin, en cada mirada que Jungkook le lanzaba desde el público. Ninguno de los dos quería renunciar al otro, ni siquiera formaba parte de sus planes. "How unfair, it's just our luck. Found something real that's out of touch," susurraba Birdy en el aire, y Jimin, con un tour en l'air, giraba en el aire, desafiando la gravedad, como si por un instante creyera que podría desafiar al tiempo mismo.
Las vidas pasadas, los recuerdos que flotaban como sombras en su mente... En todas esas vidas, algo siempre los había separado, siempre había una barrera que los alejaba justo cuando encontraban la felicidad. Y ahora, cuando sus almas finalmente se habían reencontrado, el destino parecía insistir en arrancarles ese momento de paz. ¿Qué ocurriría con Jungkook una vez que fallezca? se preguntaba Jimin. ¿Lo recibirían los ángeles, o lo devolverían a él, una y otra vez, hasta que pudieran estar juntos en paz?
El coro final llegó, y Jimin se lanzó en un grand jeté aún más alto, como si quisiera liberarse de todo el peso que llevaba en el alma. Sin pausa, entró en una serie de pirouettes en chaînés, giros rápidos y continuos que lo llevaron a cruzar el escenario en un despliegue de energía que parecía desafiar la lógica. "Would you dare to let it go?" repetía la voz de Birdy, y en esos giros, Jimin sintió que su amor, su lucha y su dolor se convertían en una sola cosa, en una sinfonía de movimiento y sonido que llenaba el teatro, resonando en cada rincón.
Finalmente, la música comenzó a desvanecerse, y Jimin terminó en una pose en arabesque, con una pierna extendida hacia atrás y los brazos elevados, su mirada dirigida hacia el cielo, su expresión llena de una paz resignada. "It's not about, not about angels," cantaba Birdy suavemente mientras la luz sobre Jimin se atenuaba, dejando tras de sí una sensación de paz y resolución.
Desde el público, los ojos vidriosos de Jungkook seguían cada detalle de esa danza como si fuera la primera y la última vez. Su corazón latía frenéticamente, transportándolo a aquel primer momento en que había visto a Jimin bailar, cuando las palabras no habían sido suficientes para expresar lo que sentía y había encontrado consuelo en el arte. En la quietud que siguió a la última nota, quedó la promesa de que, sin importar cuán oscuros fueran los tiempos, siempre habría luz en el camino de vuelta a casa.
Sin dudarlo, Jungkook se puso de pie, aplaudiendo con todas sus fuerzas. Se sentía mareado, pero no le importaba. Su cuerpo ya no le pertenecía; su alma estaba en el escenario, junto a Jimin. A su señal, el público se unió en una ovación estruendosa, y por un instante, ambos compartieron una mirada a través de la distancia. En ese instante, ambos supieron que no importaban los ángeles, ni el destino. Lo único que importaba era el amor que habían encontrado, y la promesa silenciosa de que cruzarían cualquier barrera, cualquier frontera, con tal de volverse a ver.
La presentación había terminado, y los aplausos del público aún resonaban en el teatro cuando Jimin, con una mezcla de emoción y urgencia, se cambió de ropa rápidamente. Apenas había terminado de vestirse cuando salió del vestuario con paso decidido, buscando a Jungkook entre la multitud. No tardó en encontrarlo, rodeado por el grupo de vampiros, con Namjoon y Hyejin a su lado, brindándole apoyo en silencio.
Las luces del escenario se desvanecieron, pero la energía en el ambiente seguía vibrante, como una melodía que aún resonaba en el aire. Entre el público, algunos asistentes comenzaron a notar a Jungkook, reconociéndolo al instante. Su figura encorvada, los mechones de cabello canoso y el aspecto visiblemente debilitado resultaban un contraste impactante con la imagen del "Jeon Nabi" que recordaban: aquel enigmático artista cuya obra había capturado corazones y sembrado admiración. Era imposible ignorar cuánto había cambiado, y los murmullos empezaron a propagarse como un rumor entre la multitud.
"¿Es él...? ¿Jeon Nabi?", "Parece... tan diferente", "¿Qué le habrá pasado?", se oían susurros aquí y allá, sus voces cargadas de sorpresa y preocupación. Algunos de sus seguidores, aquellos que lo habían seguido desde sus inicios y estaban al tanto de su frágil estado de salud gracias a las discretas comunicaciones de Eunwoo con la prensa, se acercaron con miradas llenas de compasión y respeto, como si intentaran entrever al hombre que alguna vez habían admirado en la plenitud de su misterio.
Jungkook, consciente de las miradas, intentó devolver una sonrisa. Débil, pero sincera. Cada gesto le costaba un esfuerzo inmenso, pero quería aliviar la inquietud que veía en sus rostros. Sabía que su transformación había sido rápida y chocante, y que cada arruga y cada mechón gris en su cabello narraban una historia que él no podía contar. Ver cómo lo miraban, algunos con preocupación, otros incluso con una mezcla de dolor y lástima, era un recordatorio punzante de lo mucho que había cambiado en esos meses. Antes, había sido una figura casi intocable, un hombre cuya presencia parecía inquebrantable, pero ahora... ahora era simplemente humano. Frágil. Expuesto ante los mismos que alguna vez lo vieron como un símbolo de eternidad y fuerza.
A su alrededor, los murmullos continuaban, pero Jungkook se enfocó en la puerta lateral del escenario, esperando pacientemente la llegada de Jimin. Los minutos parecían alargarse interminablemente, y cada segundo sentía cómo el tiempo jugaba en su contra, apretando su pecho con una intensidad que apenas podía soportar. Pero no le importaba. Era su promesa a Jimin, su amor por él, lo que lo mantenía en pie, lo que hacía que ignorara el dolor que lo carcomía y la debilidad que se apoderaba de su cuerpo. A pesar de todo, él estaría allí para recibirlo.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, la puerta se abrió y Jimin apareció, vestido ahora con ropa común, sencilla, pero aún con los dibujos de Jungkook en sus brazos. Las estrellas y la mariposa resaltaban bajo las luces del teatro, trazadas con una delicadeza casi mágica sobre su piel. Su rostro aún conservaba los rastros del maquillaje, y aunque ya no estaba bajo la luz de los reflectores, sus ojos brillaban con una intensidad contenida. Al ver a Jungkook entre la multitud, su expresión se iluminó al instante, como si toda la energía de la noche confluyera en ese único momento.
Sin importarle la audiencia que lo rodeaba, Jimin atravesó la distancia entre ellos y se lanzó en un abrazo. Jungkook lo rodeó con sus brazos temblorosos, cerrando los ojos mientras sentía el calor de Jimin contra él. En ese instante, el mundo se desvaneció a su alrededor, y todo lo que importaba era el contacto, la sensación de estar sosteniéndose mutuamente en medio de una realidad cada vez más frágil.
Entonces, justo cuando sus labios se encontraron en un beso suave y cargado de amor, un acceso de tos interrumpió el momento. El cuerpo de Jungkook se sacudió violentamente, y él cubrió su boca con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de su abrigo. Cuando retiró la tela, el rojo brillante de la sangre manchaba el blanco del pañuelo, una evidencia brutal del deterioro que avanzaba implacable dentro de él.
El mareo se apoderó de Jungkook, y su rostro perdió el color. Jaemin, quien había seguido de cerca cada momento desde la distancia, se acercó rápidamente, con la urgencia de un médico experimentado.
—Debemos llevarte a casa, Jungkook. Necesitas reposar urgentemente —dijo Jaemin con firmeza, sus ojos reflejando tanto preocupación profesional como afecto genuino.
Sin perder tiempo, el grupo comenzó a moverse, rodeando a Jungkook para brindarle apoyo. Eunwoo, siempre diligente y atento, tomó el control de la situación, guiando a todos hacia la salida. Sentía el peso de la situación como una carga en su pecho, consciente de que el tiempo era un enemigo que ya no podían ignorar.
Cuando salieron del teatro, el aire frío de la noche los golpeó de inmediato, un contraste agudo con el calor y la energía que aún vibraban en sus corazones. Era como si el frío del exterior intentara recordarles la realidad que los aguardaba, una realidad implacable que parecía determinada a arrancarle a Jungkook cada segundo que le quedaba.
Mientras avanzaban, Jimin sostuvo con firmeza la mano de Jungkook, sintiendo el frío de su piel mezclado con el calor residual que aún persistía. Los dibujos de estrellas y la mariposa en el brazo de Jimin parecían brillar bajo la luz de la luna, como si fueran pequeñas llamas desafiando la oscuridad a su alrededor. Mirando esos trazos en su piel, Jimin se aferró a su promesa, un juramento silencioso de que, sin importar cuánto tiempo les quedara, llevaría a Jungkook consigo, en cada paso, en cada respiro.
Jungkook, con los labios aún manchados de sangre, levantó la vista y miró a Jimin. Sus ojos estaban cansados, pero en ellos brillaba una luz serena, una paz que iba más allá del dolor físico.
Jimin giró levemente el rostro hacia él, sus ojos llenos de una determinación inquebrantable. —No voy a dejarte solo, Jungkook. —Su voz era baja, pero cada palabra contenía una fuerza que parecía desafiar al propio destino. —Estaré contigo... hasta el final, y más allá de eso.
Jungkook, aún débil y tembloroso, logró esbozar una sonrisa suave, llena de amor y resignación. Sabía que el tiempo se deslizaba entre sus dedos como arena, y que sus fuerzas se agotaban cada vez más rápido. Pero mientras los ojos de Jimin lo miraran con esa devoción y lo sostuvieran con esa promesa, sentía que podía soportar cualquier cosa. Incluso la muerte.
El auto arrancó, llevándolos a casa de Jungkook, mientras Jimin se aferraba a la imagen de las estrellas y la mariposa en su piel. Sabía que, sin importar cuánto durara la noche, esas estrellas guiarían el camino de regreso, siempre hacia él, siempre juntos.
Eunwoo, siempre eficiente y profesional, tomó el control de la situación sin perder un segundo. Humedeció unos paños fríos en un tazón de agua que Jaemin le había pasado y, con manos firmes, los colocó con cuidado en la frente de Jungkook, intentando reducir la fiebre que lo hacía sudar y palidecer.
La tela fría apenas parecía hacer efecto contra el calor que emanaba de Jungkook, como si su cuerpo estuviera librando una batalla interna que Eunwoo no podía detener. Intentó mantenerse sereno, sin que sus manos temblaran, pero la realidad le pesaba. Cada movimiento era deliberado, calculado, como si temiera que un toque más brusco pudiera romper algo irremediablemente frágil en Jungkook.
Entre cada cambio de paño, Eunwoo echaba una rápida mirada a los signos vitales de su amigo: el pulso débil en su muñeca, el ritmo irregular de su respiración. Sabía que debía mantener la calma, pero en el fondo, una preocupación silenciosa empezaba a filtrarse en su mente. ¿Cuánto tiempo más podrían seguir así? Había hecho todo lo posible, y aun así, sentía que el tiempo era un enemigo al que no podía vencer.
A su lado, Jimin estaba sentado, aferrado a la mano de Jungkook con una mezcla de amor y miedo que le retorcía el corazón. Notaba la aspereza de las arrugas que cruzaban las manos de Jungkook, marcas que parecían contar la historia de un tiempo que les había sido robado. Eran líneas que él no quería ver, trazos de una despedida que se acercaba demasiado rápido.
Jimin tragó saliva, sintiendo el peso de cada segundo que pasaba como una presión constante en el pecho. Miraba el rostro de Jungkook, buscando en él algún rastro de la vitalidad que recordaba, algún indicio del joven inmortal que una vez había sido. Pero ese rostro ahora estaba pálido y cansado, con la fragilidad de alguien que había soportado demasiado.
Intentaba grabar cada detalle en su memoria: la curva de sus labios, la sombra de sus pestañas, el contorno de su mandíbula, cada rasgo que había aprendido a amar. Sabía que pronto, esos detalles serían solo recuerdos, y ese pensamiento lo desgarraba por dentro. Se negaba a aceptar que esta podría ser una de las últimas veces en que tendría a Jungkook a su lado, pero la realidad le pesaba en cada respiración.
La voz de Jungkook rompió el silencio, cargada de una mezcla de ironía y resignación que hizo que todos contuvieran la respiración. —Es impactante, ¿cierto? Verme envejecer de golpe... —Su voz, débil y apenas un susurro, parecía venir de algún rincón lejano. Aun así, trató de sonreír, intentando calmar a Jimin—. No es algo que se vea todos los días.
Eunwoo, con los ojos llenos de lágrimas contenidas, se acercó y tomó una de las manos de Jungkook. Sentía cómo la tibieza de su piel se apagaba lentamente bajo su tacto, una realidad que lo estremecía.—No es solo eso, Jungkook —dijo Eunwoo, su voz temblorosa—. Tú eres más que alguien a quien represento... eres como un hermano mayor para mí. —La emoción en su voz reflejaba el dolor de alguien que estaba perdiendo una parte esencial de sí mismo—. Siento un nudo en el estómago que ni siquiera sé cómo explicar... Creí que sería tu manager para siempre, ¿sabes?
Jungkook esbozó una sonrisa débil, llena de cariño y una resignación tranquila. Sabía que Eunwoo no estaba listo para despedirse, y él tampoco.
—Nunca pensé que diría adiós tan pronto... —murmuró, su voz quebrándose. Sostuvo la mirada de Eunwoo, tratando de infundirle calma—. Pero gracias, Eunwoo. Gracias por ser el hermano que siempre supe que tendría, aunque no para siempre.
Los ojos de ambos se llenaron de lágrimas. Por un instante, las palabras sobraron. Se tomaron de las manos, compartiendo una despedida que era a la vez dolorosa y serena, una promesa silenciosa de que aquel vínculo no se perdería, aunque sus caminos tuvieran que separarse.
Jaemin se giró hacia el grupo, su expresión grave y resignada, la de un médico que conoce bien el dolor de las despedidas. Su voz era suave, cargada de compasión.—Disculpen que me meta, pero... —hizo una pausa, dirigiendo su mirada a Jungkook, su tristeza reflejando la impotencia de quien sabe que ya no hay nada más que hacer—. Tu corazón está demasiado débil. No puedo hacer mucho más por ti, Jungkook. Solo puedo ayudarte a estar lo más cómodo posible.
Jungkook alzó una mano débil para interrumpirlo, como si sus palabras fueran innecesarias, como si ya supiera, en lo más profundo, que la batalla estaba perdida. Aceptó la verdad con una serenidad que desarmó a todos. Sus ojos, oscuros y cansados, recorrieron los rostros de quienes estaban allí, su familia elegida. Había amor en su mirada, una ternura que parecía abrazarlos a todos, como si quisiera protegerlos de la tristeza que sentía.
—Lo sé, Jaemin —murmuró. Su voz era apenas un hilo, pero había una paz inquebrantable en sus palabras—. No me queda mucho tiempo. Y en lo poco que me queda, quisiera decir tantas cosas... —Hizo una pausa, sus ojos nublados por una melancolía profunda—. Pero sobre todo, quisiera ver una vez más...
Sus palabras se apagaron cuando la puerta se abrió de golpe y Jin apareció, como si el destino le hubiera concedido una última oportunidad para estar allí.
Jin avanzó rápidamente hacia él, su rostro una mezcla de rabia y desesperación. Sus ojos estaban húmedos, y su respiración entrecortada revelaba el esfuerzo que había hecho para mantener la calma. Sin dudarlo, se arrodilló junto a Jungkook y tomó su mano entre las suyas, aferrándose con fuerza, como si con eso pudiera detener lo inevitable.
—¡Oh, Jin-hyung! —susurró Jungkook con una sonrisa débil, como si ver a Jin le diera un momento de alivio en medio del dolor.
Pero Jin no podía sonreír. —Ay, imbécil... —murmuró, su voz temblando mientras las lágrimas comenzaban a caer—. Se suponía que yo debía cuidarte. ¡Mira cómo me descuidé un rato y ahora estás así!
Jungkook apretó la mano de Jin con toda la fuerza que le quedaba, su expresión serena y llena de gratitud. —Jin, eres lo mejor que la inmortalidad me pudo dar. Quizás en otra vida fuimos hermanos, ¿sabes? Nada me sorprendería ya. Espero que, en la próxima, volvamos a encontrarnos. —Hizo una pausa, tragando saliva para mantener la compostura—. Prometo no olvidarte jamás. Gracias por ayudarme a no perder la cabeza en todo este tiempo. Siempre estaré en deuda contigo.
Jin comenzó a llorar, sus sollozos ahogados mientras intentaba mantener la calma. Apoyó su frente en la mano de Jungkook, sintiendo el calor que poco a poco se desvanecía, cada segundo un recordatorio de lo frágil y fugaz que era la vida humana. Con la voz quebrada, murmuró: ——Solo... no te tardes mucho en volver, mocoso. O mejor dicho, viejo.
La habitación se sumió en un silencio profundo, una tristeza palpable que envolvía a todos como un manto oscuro. Nadie sabía qué decir ni cómo aliviar el peso de la despedida. Pero en ese abrazo y en las palabras compartidas entre Jin y Jungkook, había un pequeño refugio, un momento de paz en medio de la tormenta.
Jaemin observaba la escena en silencio. Aunque mantenía su expresión estoica, sus ojos reflejaban una tristeza que no podía ocultar. Sabía, en el fondo, que el tiempo de Jungkook se estaba agotando y que no había nada más que pudiera hacer para salvarlo. En ese momento de paz compartida, en la unión y el cariño que llenaban la habitación, Jaemin percibió algo que iba más allá de las palabras.
Desde el rincón de la habitación, Yoongi observaba en silencio. Finalmente, dio un paso adelante, moviéndose con cautela, como si cada paso le costara parte de su propia fuerza. Él, siempre reservado, rara vez dejaba ver sus emociones, pero ahora sus ojos estaban enrojecidos, llenos de lágrimas que apenas podía contener. Su mirada se posó en Jungkook, y una mezcla de dolor y recuerdos lo invadió. Recordó aquellos días oscuros en las celdas, las heridas invisibles que ambos llevaban consigo. A pesar del tiempo y la distancia, esas cicatrices seguían ahí, como marcas de un pasado compartido que nunca había podido olvidar.
—¿Qué debería decirte? —susurró Yoongi, con la voz quebrada—. Odié todos esos años de sufrimiento, morir y revivir sin fin. Cuando Yeonjun dejó de estar a mi lado, pensé que no había esperanza... pero luego llegaste tú. —Yoongi hizo una pausa, tragando saliva, su mirada fija en algún punto lejano—. Aunque me mataran mil veces, sabía que tú estarías ahí, en la otra celda, preguntándome si estaba bien... aunque yo no pudiera responderte.
Tuvo que detenerse un momento para recobrar la compostura. Jungkook, con los ojos cansados pero atentos, lo miraba.
—Gracias por no dejarme solo en ese infierno. Gracias por ser la razón por la que volví a tener esperanza.
El silencio que siguió fue profundo, como si las palabras de Yoongi hubieran dejado una marca en el aire. Jungkook lo miró, y en sus ojos se reflejaba una mezcla de gratitud y paz, como si a través de todas las barreras y el dolor, lograra ver a Yoongi tal como era. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—No pude pedir mejor amigo, compañero —murmuró Jungkook, su voz apenas un susurro, pero cargada de sinceridad—. Gracias por todo, Yoongi... por escapar conmigo de ahí y por construir tu vida después de escapar.
Los ojos de Yoongi se llenaron de lágrimas, y asintió, sin poder hablar. Todo el peso de los años compartidos, de las luchas y del dolor, se concentraba en ese instante de silencio, en lo que quedaba sin decir. Ambos sabían que no necesitaban más palabras; lo que habían vivido juntos los unía de una forma que iba más allá de cualquier despedida. Yoongi tomó la mano de Jungkook y la sostuvo con fuerza, un gesto pequeño pero lleno de significado. En ese contacto, Jungkook sintió el consuelo de saber que, a pesar de la inminente separación, no estaba solo. Sabía que, aunque sus caminos se separaran, una parte de él siempre estaría con Yoongi, y una parte de Yoongi siempre estaría con él.
Finalmente, Yoongi soltó su mano y retrocedió, sin apartar la mirada de Jungkook, grabando en su memoria cada línea de su rostro, cada marca que el tiempo había dejado en su piel. Sabía que esa sería la última vez que vería a su amigo, y esa certeza se le clavaba en el corazón como una espina. Pero también sabía que había tenido el privilegio de conocerlo, de luchar y sobrevivir a su lado, y esa certeza le daba un pequeño consuelo en medio de la pérdida.
Con una última mirada llena de respeto, Yoongi se apartó, guardando ese instante como un recuerdo sagrado, una prueba de que el amor y la amistad podían florecer incluso en los lugares más oscuros, y de que el vínculo que habían creado no se rompería, ni siquiera frente a la muerte.
Finalmente, llegó el momento de la despedida más temida y más anhelada. Jungkook miró a Jimin, sus ojos opacos pero aún llenos de amor, y con un último esfuerzo, susurró:
—¿Podrías... ayudarme a salir al jardín? Quiero ver las estrellas contigo una última vez, Jimin-ah. Solo una vez más.
La petición, simple y desgarradora, hizo que el corazón de Jimin se rompiera en mil pedazos. Asintió con un movimiento lento, incapaz de hablar mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por su rostro. Con la ayuda de Yoongi y Jin, lo llevaron cuidadosamente hasta el jardín, rodeados del silencio respetuoso de sus amigos que se quedaron adentro, dándoles ese último instante de intimidad. Cada paso en el trayecto parecía eterno, cada movimiento cargado de una reverencia profunda, como si incluso el aire se hubiera vuelto solemne en respeto a la despedida que estaba por suceder.
Ya en el jardín, Jimin lo acomodó sobre una manta extendida en el césped, ajustando con cuidado una almohada bajo su cabeza para que pudiera ver el cielo sin esfuerzo. La noche estaba clara, inmensamente tranquila, y la luna brillaba en lo alto con una intensidad serena. Las estrellas se desplegaban por el cielo como un océano infinito de luz, cada punto centelleante testigo de la despedida sagrada entre dos almas que habían encontrado el amor en medio de la inmortalidad y la mortalidad.
Jimin se arrodilló a su lado, temblando mientras sostenía la mano de Jungkook, sintiendo cómo su calidez se desvanecía poco a poco. A su alrededor, el perfume dulce de las flores llenaba el aire, y el suave susurro del viento parecía envolverlos, como si la naturaleza misma intentara consolarles. Era una noche perfecta, una noche que parecía diseñada solo para ellos, como si el universo hubiese dispuesto cada estrella, cada hoja y cada brisa para honrar ese último instante.
La luz de la luna caía suavemente sobre el rostro de Jungkook, iluminando cada línea que el tiempo y la vida le habían dejado, cada marca que era testimonio de una existencia que se extinguía. Jimin observaba esos detalles con una devoción dolorosa, grabando en su memoria cada curva, cada sombra. Sabía que este era el último recuerdo que guardaría de él, y el pensamiento lo desgarraba, lo llenaba de un dolor tan profundo que apenas podía contenerlo.
Jungkook respiró profundamente, llenando sus pulmones con el aire fresco de la noche, como si quisiera llevarse consigo una última bocanada de vida, una última esencia de todo lo que amaba. Su pecho subía y bajaba con dificultad, pero en sus ojos había una paz infinita, una serenidad que parecía extenderse hacia Jimin como una caricia silenciosa. A pesar del dolor y la fragilidad de su cuerpo, había en él una aceptación profunda que envolvía el alma de Jimin, inundándolo de una tristeza tan pura como el amor que compartían.
—Es hermoso, ¿verdad? —susurró Jungkook, su voz débil, apenas un murmullo, pero aún cargada de la misma ternura que siempre lo había definido—. Las estrellas... siempre me recordarán a ti. A tu luz.
Jimin tragó con dificultad, sintiendo cómo sus propias fuerzas flaqueaban. Sus dedos se aferraron a la mano de Jungkook con una mezcla de amor y desesperación, como si intentar detener el tiempo solo con el contacto.
—No quiero que seas solo un recuerdo, Jungkook... —susurró, su voz entrecortada, cada palabra temblando con el peso de un lamento que no podía contener—. Quiero que estés aquí... conmigo. Para siempre.
Una sonrisa suave, tenue como la luz de las estrellas, se dibujó en los labios de Jungkook, una sonrisa llena de amor y resignación, de esa paz que solo alguien que ha aceptado su destino puede alcanzar. Con un último esfuerzo, alzó una mano temblorosa y acarició el rostro de Jimin, sus dedos rozando la suavidad de su piel como si quisiera memorizar cada curva, cada centímetro.
—Lo estaré, Jimin... —murmuró, su voz apenas un susurro cargado de una intensidad que penetró en lo más profundo de Jimin—. Cada vez que mires el cielo, cada vez que sientas el viento, ahí estaré. —Hizo una pausa, manteniendo sus ojos en los de Jimin, como si quisiera grabar en él todas las promesas que ya no podría cumplir—. Eres mi mariposa de alas azules... libre y hermosa. No quiero convertirme en un recuerdo triste. Vive, Jimin. Vive por los dos, y deja que esas alas te lleven lejos.
Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Jimin, desbordándose sin control. Cada palabra de Jungkook, cada susurro, se hundía en su corazón como un peso imposible de soportar. Con una ternura infinita, se inclinó hacia él y dejó un beso en su frente, sus labios rozando la piel fría de Jungkook, como si el tiempo mismo estuviera llevándoselo de entre sus brazos.
—Es a ti a quien más me duele dejar —susurró Jungkook, su voz cargada de una tristeza tan profunda que resonaba en cada rincón de la noche.
—P-por favor... no lo hagas —suplicó Jimin, sus palabras ahogadas entre sollozos que parecían arrancarle el alma—. Quédate conmigo... por favor.
Jungkook lo miró con dulzura, sus ojos llenos de amor y de una ternura infinita que, en lugar de aliviar, hacía que el dolor de Jimin fuera aún más insoportable.
—Sabes que no puedo hacer eso, corazón. —La voz de Jungkook era suave, pero en cada palabra había una firmeza que solo alguien que ha aceptado su destino puede tener—. No hay nada que desee más que quedarme contigo... verte crecer, ayudarte a adaptarte a esta nueva vida, estar a tu lado en cada paso. —Tragó con esfuerzo, y su mirada, cargada de nostalgia, se fijó en Jimin con una intensidad que hacía que cada segundo pareciera eterno—. Desde la primera vez que te vi bailar, fue como si mi corazón volviera a latir... sentí cosas que había olvidado hace siglos. Seongjin no fue quien me devolvió mi humanidad, Jimin. Fuiste tú. Tú hiciste que mi corazón volviera a latir de nuevo.
Un ataque de tos frenética interrumpió sus palabras, y Jungkook llevó un pañuelo a sus labios, donde el rojo vivo de la sangre manchó la tela blanca, un recordatorio cruel de lo poco que le quedaba.
—Tos mísera... —intentó bromear, con una sonrisa débil—. No me deja hablar bien.
—Quizás no deberías hablar tanto, amor. No te fuerces más —murmuró Jimin, acariciando su rostro con una ternura infinita, sus dedos temblando al recorrer su piel, como si quisiera grabar cada detalle en su memoria.
—Pero debo hacerlo... —replicó Jungkook con un tono desesperado, sus ojos buscando los de Jimin—. Debo decirlo. Necesito decir lo mucho que te amo antes de que sea demasiado tarde, Jimin, porque es así. Te amo con todo mi ser, y no quiero que jamás sientas culpa por lo que me está pasando. Bajo ninguna circunstancia quiero irme de este mundo sabiendo que tú te estás echando la culpa de algo que no debes.
Las palabras de Jungkook resonaron en el aire, una súplica que desgarraba el corazón de Jimin, quien, con lágrimas deslizándose por sus mejillas, asintió.
—N-no lo haré, Jungkookie... te lo prometo. —Jimin respiró temblorosamente, su voz apenas un susurro lleno de dolor—. Prometo que no me culparé por esto, prometo que tendré tu recuerdo en mi mente cada día de mi vida. No pienso olvidarte, no importa cuántos años pasen, no importa cuántas vidas vivamos. Te amo, Jungkook. No sé cómo voy a vivir sin ti... pero prometo que llevaré tu recuerdo conmigo... siempre. No te olvidaré, no importa cuántos siglos transcurran.
Jungkook esbozó una sonrisa débil, sus ojos, aunque agotados, llenos de una ternura infinita. —Mi mariposa de alas azules... no estés triste. No quiero ser un recuerdo triste para ti... sin importar que, sigue adelante. —Su mirada brillaba con una mezcla de amor y resignación—. No quería que mi partida apagara esa bella sonrisa que tienes. Esa sonrisa que me ha dado más vida de la que podrás imaginar.
A pesar de su dolor, Jimin sonrió débilmente, una sonrisa rota, pero sincera.
—Eso... de eso hablo —susurró Jungkook, con un leve brillo en los ojos—. Qué lindo fue tenerte en esta vida de nuevo, Jimin y... Mayor Park. Qué bendición fue poder amarte y p-poder haberte visto bailar, una vez más.
Entonces, con lo último de sus fuerzas, Jungkook se inclinó hacia él, y sus labios encontraron los de Jimin en un último beso. Fue un beso lento, lleno de amor y de una resignación dolorosa, un beso que contenía todas las palabras que ya no podían decirse, cada promesa que quedaba sin cumplir, cada momento que no llegarían a compartir. Jimin sintió cómo el último aliento de Jungkook se mezclaba con el suyo, y en ese instante, el mundo pareció detenerse. El tiempo se congeló, y en la quietud de la noche, solo existían ellos dos, entrelazados en un amor que trascendía la vida misma.
Y entonces, llegó el último latido. Un eco profundo, suave, que reverberó en el pecho de Jimin como una despedida final, como un adiós que rompía cada fibra de su ser. En esa vibración fugaz, en ese último sonido, todos los vampiros presentes supieron lo que había ocurrido; un silencio se extendió entre ellos, un respeto solemne por el alma que acababa de partir.
Jungkook se había ido, llevándose consigo una parte de Jimin que nunca volvería. La quietud del jardín parecía abrazarlos, como si el universo entero estuviera de luto. Jimin, con el rostro inundado de lágrimas, inclinó la cabeza y apoyó su frente en la de Jungkook, sosteniendo ese último momento en la oscuridad, sin decir una palabra. Sabía que su amor perduraría, que seguiría vivo en algún rincón del cielo estrellado, en cada brisa suave, en cada susurro de viento.
—Viviré, Jungkook... viviré por los dos. Pero nunca dejaré de buscarte... nunca dejaré de amarte. —Susurró esas palabras al viento, dejándolas ir como una promesa que se extendería a través de los años, a través de las vidas.
Con una reverencia infinita, Jimin recostó a Jungkook nuevamente sobre la manta, acomodando su cuerpo con la delicadeza de quien deposita un tesoro invaluable en su descanso final. Tomó su mano, entrelazando sus dedos en el último contacto físico que le quedaba, y apoyó su frente sobre ella, cerrando los ojos mientras sus lágrimas caían sin control.
Era un torrente de dolor y tristeza, un río imparable que llevaba consigo todos los recuerdos, todas las emociones, todos los años que habían compartido.
Los recuerdos comenzaron a invadir su mente con una claridad dolorosa. Recordó la risa de Jungkook, aquella melodía alegre y contagiosa que podía iluminar incluso los momentos más oscuros, su eco resonando en los rincones de su memoria. Recordó esos ojos de bambi, llenos de ternura y de un cariño inigualable, una mirada que parecía prometer eternidad en cada parpadeo. Recordó cada pintura, cada pincelada que había capturado la esencia de su amado. Pero ahora, esos ojos estaban cerrados para siempre, y esa risa solo viviría en sus recuerdos.
Jungkook se había ido, llevándose consigo una parte de Jimin que jamás podría recuperar.
El tiempo transcurrió lentamente en el jardín, como si incluso los minutos respetaran su duelo, dejando que el mundo entero se sumiera en un silencio compartido con las estrellas. Jimin permaneció allí, en un mutismo lleno de pena, aferrado a la mano de Jungkook, como si en ese último contacto pudiera capturar algún rastro de su esencia, algún vestigio de su calor.
El suave crujido de pasos en la hierba rompió la quietud, pero Jimin no levantó la vista. Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, y su mente seguía perdida en los fragmentos de una vida compartida que ahora parecía un sueño lejano. Fue solo cuando una mano cálida y firme se posó sobre su hombro que, lentamente, regresó al presente.
Taehyung se acercó con pasos lentos, casi temerosos, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera quebrar el frágil silencio que envolvía a Jimin y al cuerpo sin vida de Jungkook. La luz de la luna bañaba el jardín con un resplandor frío y plateado, haciendo que todo pareciera detenido en el tiempo, como si incluso el cielo se hubiera unido a su duelo. Taehyung observó a Jimin, desmoronándose en silencio, aferrado a esa mano inerte como si fuera su último ancla en este mundo.
—Jimin... —susurró Taehyung, su voz era apenas un murmullo lleno de una compasión infinita. Se agachó junto a él, y sus ojos, llenos de lágrimas contenidas, reflejaron el dolor de ver a Jimin roto de esa manera.
Jimin apretó los labios, incapaz de responder. Sus manos temblorosas aún se aferraban a la de Jungkook, y cuando Taehyung vio el amor y el sufrimiento entrelazados en ese gesto, sintió que su propio corazón se rompía un poco más. Sabía que ningún consuelo podía aliviar esa pérdida, y que cualquier palabra sería insuficiente. Pero aun así, se quedó, porque sabía que su presencia era lo único que podía ofrecer en ese momento, el único hilo que podía sostener a Jimin en la orilla de la desesperación.
—Tae... —murmuró Jimin, su voz apenas un susurro quebrado, un eco de lo que solía ser—. No sé cómo... cómo voy a seguir sin él.
Taehyung lo miró con los ojos llenos de lágrimas, y respiró hondo, buscando la fuerza necesaria para sostener a su Jimin en medio de la oscuridad. —No tienes que saberlo ahora, Jimin. Nadie espera que lo sepas. —Su voz era suave, cargada de un cariño inmenso, y sus palabras eran una invitación a dejarse llevar por el dolor, a no luchar contra la marea que lo envolvía—. Solo... permite que el dolor sea parte de ti, permite que su recuerdo viva en ti. Hizo una pausa, apretando el hombro de Jimin. —Y cuando estés listo, nosotros estaremos aquí. Todos nosotros.
Jimin asintió levemente, sus ojos todavía fijos en el rostro de Jungkook, como si al mirarlo pudiera captar cada línea, cada sombra, y mantenerlo vivo en su memoria para siempre. Su pecho subía y bajaba en sollozos ahogados, y el mundo a su alrededor se desdibujaba en una niebla de dolor insoportable. Taehyung, sintiendo que su amigo estaba al borde del abismo, lo rodeó con un abrazo firme, envolviéndolo con la certeza de que, aunque el mundo se sintiera vacío, él no lo dejaría caer.
Fue entonces cuando Jin, quien había observado la escena desde la entrada, sintió una punzada profunda en el corazón. Como vampiro veterano, había sido testigo de incontables pérdidas, pero ver a Jimin, tan joven, tan lleno de vida, desmoronarse de esa manera le desgarraba el alma. Sabía que debía intervenir antes de que Jimin se hundiera en una oscuridad de la que quizá nunca podría salir.
Se acercó rápidamente y se arrodilló junto a ellos, colocando una mano firme en el hombro de Jimin, sintiendo el temblor en su cuerpo, la fragilidad que lo atravesaba como un cristal a punto de romperse.
—Jimin, mírame. Mírame a los ojos.
Jimin alzó la mirada con esfuerzo, sus ojos hinchados y llenos de lágrimas, reflejando una mezcla de desesperación y vulnerabilidad que hizo que Jin sintiera un dolor profundo en lo más hondo de su ser.
—Jin, no puedo... no puedo soportarlo... —susurró Jimin, su voz rota, apenas un eco de lo que solía ser.
El llanto de Jimin se intensificó, sus gritos de dolor resonando en el silencio de la casa. Cada grito era un eco de su amor, una herida abierta que mostraba la magnitud de su pérdida. Su cuerpo temblaba incontrolablemente, y la tristeza lo atravesaba como una tormenta furiosa, amenazando con destrozarlo desde adentro.
Jin lo tomó por los hombros, sujetándolo con una firmeza llena de compasión, y con la autoridad y el cariño de alguien que comprende el dolor, le habló en voz baja, pero clara.
—Escucha, Jimin. Sé que duele. Sé que sientes que el mundo se desmorona, pero debes mantener el control. No dejes que esta tristeza te consuma. Respira, conmigo, ¿de acuerdo?
Jimin intentó seguir las instrucciones de Jin, pero el dolor era una marea incontrolable que lo arrastraba sin compasión. Su cuerpo seguía temblando, y los sollozos continuaban rompiendo el silencio de la noche. Jin, sin soltarlo, mantuvo su voz en un tono calmante, como si intentara guiarlo de vuelta a la superficie, a un lugar donde el aire no fuera tan denso, donde la tristeza no lo ahogara.
—Recuerda todo lo que te enseñó. Recuerda el amor que compartieron. Usa esa fuerza, Jimin. No dejes que este momento te destruya.
Incapaz de soportar la marea de emociones, Jimin dejó que su cuerpo se desplomara en el suelo, deslizándose hasta quedar apoyado contra la pared. Sus piernas se doblaron bajo él, y su cuerpo temblaba como una hoja al viento, incapaz de resistir el peso de la pérdida. Las lágrimas caían sin cesar, formando pequeños charcos en el suelo. Su llanto era desgarrador, una mezcla de amor, de desesperación y de una tristeza infinita que parecía no tener fin.
—¡No puedo, Jin! ¡No puedo vivir sin él! —gritó Jimin, su voz quebrándose en cada palabra, cada grito un pedazo de su alma hecha añicos—. No sé cómo seguir sin Jungkook. Él era todo para mí... ¡Todo!
Jin se arrodilló a su lado, rodeándolo con un abrazo protector, un refugio en medio de la tempestad. Su presencia era sólida, un pilar en medio de la desesperación, y con cada segundo, intentaba transmitirle la fuerza que Jimin ya no encontraba en sí mismo.
—Jimin, mírame. Escúchame. —Su voz era firme pero suave, como un ancla en medio del caos—. Sé que esto es lo más difícil que has tenido que enfrentar, pero debes encontrar la fuerza dentro de ti. Jungkook querría que siguieras adelante, que vivieras por él, que llevaras su memoria contigo en cada paso que des.
Las palabras de Jin eran una promesa, una súplica llena de amor y de comprensión. Sabía que Jimin necesitaría tiempo para sanar, y que el camino sería largo y arduo, pero en ese instante, lo único que importaba era que Jimin supiera que no estaba solo. Que aunque Jungkook ya no estuviera, ellos seguirían allí, sosteniéndolo.
Jimin dejó caer su cabeza en el hombro de Jin, permitiendo que las lágrimas fluyeran sin resistencia, empapando la tela sin que ninguno de los dos hiciera el menor intento de detenerlas. Su cuerpo temblaba, y aunque sus sollozos se fueron haciendo más lentos, el dolor aún palpitaba en cada rincón de su ser. Era una pena tan profunda, tan desgarradora, que parecía ahogarlo, pero el abrazo de Jin lo sostenía, ofreciéndole un ancla en medio de la tormenta, una conexión con el mundo cuando todo a su alrededor se sentía vacío y desmoronado.
—No puedo... no puedo hacerlo, Jin. —La voz de Jimin era un susurro entrecortado, un lamento desgarrador que apenas podía contener—. Él era mi vida, mi razón para todo. ¿Cómo se supone que siga sin él?
Jin apretó a Jimin con más fuerza, transmitiéndole toda la estabilidad que podía, toda la compasión que brotaba de su propio dolor. Con una mezcla de firmeza y ternura, le habló al oído, en un tono calmante que esperaba pudiera hacerle llegar algo de paz.
Jimin, envuelto en el abrazo de Jin, comenzó a calmarse levemente, aunque las lágrimas no cesaban. Su corazón seguía roto, pero las palabras de Jin hacían mella en su desesperación, ofreciéndole una chispa de consuelo en medio de la oscuridad.
En ese momento, Yoongi, quien había permanecido en silencio, se acercó en la penumbra, sus pasos apenas audibles. Su rostro, habitualmente sereno y distante, estaba marcado por una profunda compasión y tristeza, una vulnerabilidad que raramente dejaba ver. Con una mano firme y cálida, tomó la de Jimin, sosteniéndola con la fuerza tranquila.
—Jimin, escúchame —dijo Yoongi, su voz era grave, profunda, y en ella se percibía una comprensión que iba más allá de las palabras—. Piensa en Jungkook, en todo lo que él pasó... en las sombras que enfrentó. Ha sufrido tanto, años de soledad, de torturas inimaginables, de esa oscuridad que él solo no podía controlar. Ahora, al fin, está en paz. No tiene que luchar más contra esos demonios.
Los ojos de Jimin, aún nublados por el dolor, buscaron los de Yoongi, y por primera vez en esa noche sintió una chispa de consuelo. Había algo en la firmeza de la voz de Yoongi, en la comprensión genuina en su mirada, que lograba traspasar la barrera de su tristeza y penetrar en su corazón. Los sollozos de Jimin se transformaron en respiraciones profundas y entrecortadas, mientras intentaba asimilar las palabras de Yoongi, buscando la calma en la idea de que, al menos, Jungkook ya no sufría.
—Yoongi tiene razón —continuó Jin, aún sosteniéndolo—. Jungkook finalmente encontró la paz que tanto anhelaba. Él querría que tú también encuentres paz, que sigas adelante con la misma fuerza y el mismo amor que compartieron.
En ese momento, Eunwoo, Jaemin, Namjoon, Hyerim, Taehyung y Hoseok formaron un círculo silencioso de apoyo alrededor de Jimin. Cada uno cargaba su propio dolor, su propia tristeza por la pérdida de Jungkook, pero en ese instante, su única prioridad era sostener a Jimin, ofrecerle todo el amor y la fuerza que necesitaría para enfrentar el vacío que lo consumía.
Eunwoo colocó una mano reconfortante sobre su hombro, su expresión serena pero llena de compasión, como un pilar de apoyo que estaba allí sin reservas. Jaemin asintió con firmeza, sus ojos reflejando la misma determinación silenciosa que había mantenido durante todo el proceso, como si quisiera decirle a Jimin que, aunque el dolor fuera abrumador, él estaría allí para ayudarlo a cargarlo.
—Estamos contigo, Jimin —dijo Yoongi, su voz grave y solidaria, una promesa sincera—. Siempre estaremos aquí para ti. No importa lo oscuro que se vuelva el camino, no importa cuán pesado sea el dolor. Cuentas con nosotros.
Jimin alzó la vista y vio a cada uno de ellos, sus amigos, sus hermanos en el dolor y en el amor, el círculo que Jungkook le había dejado como un legado de apoyo incondicional. Y aunque el dolor seguía quemando en su pecho, algo en su interior comenzó a calmarse, una pequeña llama de gratitud que parpadeaba en la oscuridad.
Y entonces, como una última caricia en medio de la oscuridad, una voz suave y reconfortante se alzó entre las sombras. La voz de su madre, llena de amor y compasión, envolvió el ambiente como un manto cálido.
—Jimin, cariño...
Minji había llegado tarde, después de un viaje agotador desde Busan. El tráfico interminable en la carretera la había retrasado, y aunque se había desesperado con cada kilómetro que la separaba de su hijo, ahora estaba allí, justo cuando él más la necesitaba.
Jimin se giró hacia ella, su rostro descompuesto por el llanto, sus ojos hinchados y enrojecidos. Al verla, toda la resistencia que le quedaba se desmoronó, y su voz tembló en un susurro entrecortado:
—Mamá... se ha ido... —Las palabras se deshicieron en el aire, y el llanto volvió a inundarlo, cada sollozo más desgarrador que el anterior.
Minji, sin decir nada más, lo rodeó con sus brazos y lo apretó contra su pecho, como hacía cuando él era un niño y las pesadillas lo despertaban en mitad de la noche. En ese instante, el mundo exterior se desvaneció, y Jimin se dejó envolver por el calor familiar que solo su madre podía ofrecerle, encontrando en ese abrazo el primer respiro de consuelo en medio de la tormenta.
—Lo sé, mi vida... lo sé —murmuró ella, su voz impregnada de una ternura que parecía abrazar también el dolor que su hijo estaba sintiendo.
Los amigos de Jimin observaban en silencio, respetando ese momento sagrado entre madre e hijo. Eunwoo, Namjoon, Yoongi y los demás se mantuvieron a cierta distancia, dejando que esa unión maternal le brindara a Jimin el refugio que necesitaba. Comprendían que, después de la pérdida de Jungkook, su madre era la única que podía ofrecerle un tipo de consuelo que nadie más podía darle.
Jimin se aferró a su madre con fuerza, su cuerpo aún temblando mientras las lágrimas continuaban cayendo. El viaje de su madre desde Busan había sido largo y difícil, y él sabía que ella había luchado contra la frustración de cada minuto perdido en el tráfico, de cada segundo que la alejaba de estar allí para él. Y ahora, al fin, sentía ese amor cálido y constante que le brindaba un refugio seguro en medio de la oscuridad.
Ella acarició su cabello con delicadeza, sus dedos recorriendo cada hebra en una caricia lenta y reconfortante. En ese gesto, le transmitía la promesa de que él no estaba solo, que el dolor que sentía podía ser compartido, que era permitido rendirse y llorar. Porque para ella, Jimin siempre sería su niño, y ahora, más que nunca, él necesitaba que ella lo sostuviera.
—Cariño, lamento no haber llegado antes... —susurró ella, su voz quebrada por la culpa—. Estaba atrapada en la carretera, pero hice todo lo que pude por llegar rápido. Solo quería estar contigo, mi amor... —Su voz era una mezcla de disculpa y consuelo, una promesa de que ya no se iría, de que lo acompañaría hasta el final de su dolor.
Finalmente, cuando el llanto comenzó a amainar, Jimin alzó la mirada y encontró en los ojos de su madre la comprensión y el amor infinito que él necesitaba. Ella no conocía todos los detalles, no entendía la profundidad de la conexión que había perdido, pero comprendía que el corazón de su hijo estaba roto de una forma irreparable.
—Estoy aquí, Jimin. Siempre estaré aquí. —Le susurró con voz suave, acariciándole la mejilla—. Sé que ahora todo duele, pero juntos... encontraremos la manera de honrar su memoria. Vamos a superar esto, te lo prometo.
Rodeado del amor incondicional de su madre y del apoyo silencioso de sus amigos, Jimin comenzó a vislumbrar un camino, aunque apenas fuera un destello, hacia la sanación. Sabía que la tristeza seguiría, que el vacío en su pecho no desaparecería de inmediato, pero también sabía que no tendría que cargarlo solo. Con el tiempo, y con la ayuda de aquellos que lo amaban, podría encontrar la manera de vivir con esa herida y de llevar el recuerdo de Jungkook con orgullo.
En la penumbra de esa noche oscura y bañada en lágrimas, Jimin sintió la presencia de Jungkook en su corazón, como un susurro eterno que nunca se apagaría. Y con el abrazo de su madre, bajo la mirada comprensiva de sus amigos, supo que aunque el camino sería largo y difícil, el amor que compartió con Jungkook sería su guía hacia la luz.
🌟
Jungkook fue el verdadero Die With A Smile, pese a que su mundo se estaba cayendo a pedazos estaba con las personas que tanto quiso y con el hombre que ama y ese fue motivo suficiente para que dejara esa vida con una sonrisa en el rostro.
La verdad, que personaje tan profundo y que cariño le tome con el tiempo y a medida que lo fui creando, en la versión anterior obvio, esto no pasaba, pero se me hacía que era un modo muy rosa y poco realista de cierre de personaje, el virus fallaba en él siendo vampiro y como humano su tiempo tristemente era contado.
No voy a negar que llore como una marrana escribiendo esto, literal mientras escribía lloraba, me tomaba pausas, y seguía, fue un momento muy fuerte para la historia y para los personajes en sí, principalmente para Jimin, Jin y Yoongi (y para mi ah)
Que fuerte, almas gemelas que están destinadas a estar juntas en sus vidas, pero no a terminar juntas... ayy y yo como arreglo esto a un capitulo de terminar todo? Jdjaja no mentiris por algo queda un capítulo 😮💨🤚
En fin, el anteultimo capítulo antes de llegar al final hoy fue publicado, no olviden tomar agüita, nos vemos en la próxima actualización ♡
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