
🦋𝟐𝟐🦋
Jungkook despertó lentamente, su mente emergiendo de una neblina pesada. Sus pulmones parecían llenarse de aire por primera vez en siglos, y un dolor sordo le recorría cada fibra. Intentó moverse, pero las cadenas que lo aprisionaban lo mantuvieron anclado. Algo estaba terriblemente mal. Trató de levantar los brazos, pero el simple hecho de tensar los músculos le pareció una tarea monumental. Era como si su cuerpo se hubiera vuelto ajeno, despojado de una fuerza que siempre había dado por sentada. ¿Qué me ha pasado?, pensó, pero su mente era un caos, nublada, incapaz de recordar cómo había llegado a ese punto.
Su corazón latió con fuerza desbocada, los latidos pesados resonaban en sus oídos como si fuera la primera vez que escuchara el ritmo de su propia vida. Escuchó el eco de unos pasos que se acercaban lentamente, resonando contra las frías paredes de la celda. Jimin..., pensó, su alma aferrándose a la posibilidad de que su amigo y compañero estuviera cerca. Tal vez no todo estaba perdido. Pero cuando la puerta de metal chirrió, rompiendo el tenso silencio, el alivio que lo invadía se esfumó al instante. En lugar de la figura delgada y conocida de Jimin, Seongjin apareció, su sonrisa afilada brillando en la penumbra.
—Buenos días, Jungkook —dijo, acercándose y sosteniendo la bolsa frente a los ojos de Jungkook.
El instinto de Jungkook fue esperar esa sed, esa necesidad abrasadora que siempre lo había consumido al ver sangre fresca. Pero esta vez, no sintió nada. Su garganta no ardía, su cuerpo no reaccionaba, y su mente, a pesar de lo que veía, se negaba a procesarlo. ¿Qué me pasa?, pensó con creciente pánico. Pero no necesitaba una respuesta. Lo sabía. Era como si su propia esencia le hubiera sido arrancada. El eco de lo que había sido resonaba en su interior, vacío. Su corazón, que ahora latía de nuevo con el ritmo frenético de la vida, era un recordatorio cruel de lo que había perdido: era humano.
Había perdido su esencia vampírica, ese poder que lo había definido durante siglos.
Un sentimiento de pánico y desesperación se apoderó de él. No era el momento para ser humano. Durante tantos años había fantaseado con recuperar su humanidad, con la idea de vivir una vida normal, sentir el calor del sol, el sabor de la comida, la simplicidad de vivir sin la sed de sangre. Pero en este momento, en esa celda fría y oscura, ser humano era su peor pesadilla.
—¿Qué me has hecho? —preguntó Jungkook con voz rasposa, su mente luchando por procesar lo que estaba pasando. No quería creerlo.
—Te he devuelto tu humanidad —respondió Seongjin, disfrutando de la expresión de incredulidad y desesperación en el rostro de Jungkook—. Ahora, sin tu fuerza vampírica, eres simplemente... vulnerable. Aparte, no vas a negarme que era un martirio que, a pesar de haberte adaptado al virus, este siguiera fallando. ¿No es así?
Jungkook frunció el ceño, su confusión superando incluso la desesperación.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, su voz raspada y llena de incredulidad—. ¿Qué quieres decir con "fallar"? Mi sed... mi falta de control... siempre fue parte de ser un vampiro.
Seongjin soltó una risa baja, llena de burla, y dio un paso más cerca, disfrutando de la confusión de Jungkook.
—Oh, pobre iluso. ¿De verdad creíste que tu ansia incontrolable de sangre era normal? —Seongjin lo miró con desprecio, disfrutando de la revelación que estaba a punto de hacer—. Tu falta de control, esa sed insaciable que tanto te atormentaba... no era parte de tu naturaleza vampírica, sino un fallo. El virus al que tu cuerpo se adaptó no estaba diseñado para ti. Deberías haber sido perfecto, pero el virus falló.
Jungkook lo miró, horrorizado. Había pasado siglos convencido de que esa sed era algo inevitable, una maldición que todos los vampiros compartían. Y ahora, Seongjin le estaba diciendo que era el resultado de un error, un fallo en su creación.
—¿Un fallo? —repitió Jungkook, su voz temblando de rabia contenida—. ¿Entonces todo este tiempo...?
—Sí, todo este tiempo —interrumpió Seongjin, deleitándose en la angustia de Jungkook—. Tu cuerpo se adaptó al virus lo suficiente como para sobrevivir, pero nunca fue perfecto. Por eso nunca pudiste controlar del todo tu sed. Siempre fuiste... defectuoso.
El horror en los ojos de Jungkook se profundizó. Todas las veces que había perdido el control, todas las veces que había temido lastimar a quienes amaba, no eran solo parte de ser un vampiro, sino el resultado de una falla. Un defecto que lo había seguido durante siglos. Un defecto que Seongjin conocía desde el principio.
—¿Y lo sabías todo este tiempo? —preguntó Jungkook, su voz llena de incredulidad y furia—. ¿Sabías que era un fallo, y me dejaste vivir con ello?
Seongjin solo sonrió, sin molestarse en responder directamente, disfrutando del sufrimiento de Jungkook. Para él, las preguntas de Jungkook no importaban; ya había disfrutado suficiente de su agonía.
Jungkook tragó saliva, tratando de calmarse, pero era inútil. La sensación de estar atrapado, de no poder hacer nada, era devastadora. Sentía la frialdad de las cadenas contra su piel y el latido acelerado de su corazón humano. ¿Así era siempre? ¿Esta constante fragilidad, esta necesidad de protegerse?
En ese momento, la ira comenzó a brotar dentro de él, un torrente que había mantenido oculto durante demasiado tiempo. Miró a Seongjin con una furia contenida, sus labios temblando antes de dejar escapar la verdad que llevaba siglos cargando.
—Me arrancaron de mi vida, de mi humanidad, ¡me convirtieron en algo que nunca quise ser! ¿Y ahora te atreves a hablarme de vulnerabilidad? ¿De sufrimiento? —Su voz temblaba, no solo de rabia, sino de un dolor que había ocultado durante siglos—. ¡Me convertieron en algo que nunca quise ser! ¡Mis amigos y mi familia murieron mientras yo me pudría en ese maldito laboratorio de tu familia! —Su respiración era errática—. Los cuerpos destrozados, los gritos... No hay palabras para describir el infierno que desataron sobre mí. Y tú... tú me observabas todo este tiempo, disfrazado de alguien confiable. —Jungkook apretó los dientes, las lágrimas de frustración luchando por salir.
Seongjin lo observaba en silencio, su sonrisa apenas visible en las sombras. Jungkook continuó, su corazón latiendo con fuerza, cada palabra saliendo como una herida abierta.
—Fui un idiota... —su voz se quebraba a medida que las palabras le dolían más y más—. Confié en ti, te mostré mis pinturas, compartí lo que quedaba de mi humanidad contigo. ¡Pensé que finalmente había encontrado a alguien que me entendía! Pero todo fue una mentira, una maldita trampa desde el principio, ¿verdad? —Jungkook tragó con dificultad, sintiendo el nudo en su garganta, mientras los recuerdos de Seongjin fingiendo interés en su arte lo asaltaban como puñaladas—. Mientras yo te mostraba mis obras, tú ya habías decidido condenarme. Todo este tiempo planeabas utilizarme, manipularme.
Seongjin lo observaba en silencio, su sonrisa afilada iluminada por la penumbra. Jungkook pudo ver la satisfacción en sus ojos, y eso lo enfureció aún más.
—¡Tu familia me lo arrebató todo! —gritó, sus ojos brillando con lágrimas contenidas—. Me robaron mi vida, mi familia, mi futuro. Y tú... —su voz se quebró, llena de dolor—... me robaste la última parte de mi alma que me quedaba.
Seongjin lo miraba con una mezcla de curiosidad y aburrimiento, como si estuviera escuchando una historia que ya conocía. Finalmente, habló, su tono despectivo.
—Lo que mis ancestros hicieron contigo fue un sacrificio necesario. Todo lo que sufriste, lo que perdiste, forma parte de algo mucho más grande de lo que jamás podrías comprender. Es curioso... todo ese sufrimiento humano parece un peso enorme para ti, pero para mí... es solo un paso hacia la grandeza.
Jungkook apretó los dientes, su cuerpo temblando de rabia. —¿Sacrificio? —escupió—. ¡Me convirtieron en un monstruo! ¡Ahora piensas hacer lo mismo con Jimin! —Sus palabras se endurecieron—. No voy a permitir que lo uses como lo hicieron conmigo.
—Jimin... —murmuró Seongjin, su sonrisa torcida en una mueca siniestra—. Es mucho más valioso de lo que crees, Jungkook. No es un simple brujo... o como quieras decirle, las personas no saben que nombre ponerle a los dones que deconoce. Su poder... su capacidad de recordar vidas pasadas... —Seongjin hizo una pausa, como si saboreara cada palabra—. Es algo raro, algo que ni siquiera él comprende del todo. Pero yo sí. En esas vidas pasadas hay conocimientos, secretos antiguos que se han perdido a lo largo de los siglos. Y en las manos adecuadas —su voz se volvió un susurro, gélido—, esos secretos pueden desatar algo mucho más grande de lo que cualquiera podría imaginar.
Jungkook se quedó callado un instante, su mente atrapada en un torbellino de emociones: el dolor por su propio pasado y la creciente preocupación por Jimin. Sabía que no podía luchar en su estado actual. Lo que una vez había sido su fortaleza, su naturaleza inmortal, ahora se sentía como un recuerdo lejano, casi irreal. Su ira era palpable, pero también lo era la desesperación. Y Seongjin, por supuesto, lo sabía.
—¿Por qué necesitas a un brujo? —preguntó con la voz temblorosa. Aunque su rabia seguía ahí, latente, también había una sombra de duda que lo inquietaba. No entendía la verdadera magnitud de lo que Seongjin planeaba.
Seongjin se inclinó hacia él, disfrutando de cada segundo, como un gato jugueteando con un ratón herido antes de darle el golpe final.
—¿Sabes? —empezó, con ese tono tranquilo que solo hacía que Jungkook lo odiara más—. La habilidad de recordar vidas pasadas es una bendición rara. En un brujo como Jimin, esa habilidad no es solo un don: es un poder devastador. Y con la ayuda de lo que le inyecte... —sonrió con malicia, saboreando cada palabra como si fueran veneno en los labios—, ese poder puede volverse infinito. Puede acceder a conocimientos que se han acumulado durante siglos, siglos de sabiduría, de magia, de secretos que incluso los vampiros más antiguos jamás conocerán. Y eso, querido Jungkook, es la clave que necesito para lograr lo que ningún otro vampiro ha conseguido.
Jungkook tragó con dificultad, su garganta seca, mientras el temor se enroscaba en su pecho. No quería hacer la pregunta que seguía, pero la necesidad de saber era más fuerte que su miedo.
—¿Y qué es eso...? —susurró, aunque parte de él no quería conocer la respuesta.
Seongjin sonrió con una satisfacción oscura, como si esa pregunta fuera exactamente lo que esperaba escuchar.
—La inmortalidad verdadera, Jungkook. —Seongjin alzó las manos, como si el concepto fuera más grande que el espacio que los rodeaba—. No simplemente vivir eternamente, como lo hacemos ahora, sino controlar el flujo del tiempo, el espacio... y todas las dimensiones. —Hizo una pausa, dejando que las palabras se hundieran profundamente en la mente de Jungkook—. Ser más que un simple vampiro. Convertirme en un dios. Y para eso, necesito el poder de Jimin. Con él... con lo que lleva en su sangre, en sus recuerdos... todo lo que quiero estará al alcance de mi mano.
Un escalofrío recorrió la espalda de Jungkook. La magnitud de los planes de Seongjin era inimaginable. No se trataba solo de poder; Seongjin estaba buscando la supremacía absoluta, el dominio total sobre la realidad misma. Y lo peor de todo era que parecía estar peligrosamente cerca de lograrlo.
—No permitiré que lo uses para tus propósitos —gruñó Jungkook, aunque su voz era apenas un susurro. Se sentía débil, insignificante. La impotencia lo carcomía por dentro como ácido. Su pecho se apretaba, pero sabía que sus palabras no podían cambiar nada en ese momento.
Seongjin arqueó una ceja, como si las palabras de Jungkook fueran casi divertidas, una broma sin gracia que solo lo complacía más.
—¿Y cómo piensas detenerme en tu estado actual? —respondió con una sonrisa llena de superioridad—. Ahora que eres humano, apenas puedes protegerte a ti mismo, mucho menos a él. —Hizo una pausa, saboreando la desesperación en los ojos de Jungkook—. Es patético ver a un ser tan orgulloso como tú reducido a esto. Una sombra de lo que alguna vez fuiste.
Jungkook sintió cómo su pecho se apretaba aún más. Cada músculo en su cuerpo, ahora debilitado, temblaba por la ira y la desesperación. Recordó los momentos en los que podía romper paredes con solo desearlo, moverse a velocidades imposibles, ser temido por lo que era. Ahora, incluso respirar era un esfuerzo. El dolor en su pecho no era solo físico; era la traición de sus propios deseos. Recordó el anhelo que había sentido durante tanto tiempo de volver a ser humano, de recuperar lo que alguna vez fue. ¿Cómo podía haber deseado esto alguna vez? ¿Cómo pudo haber pensado que la humanidad, esta frágil, vulnerable existencia, sería un alivio?
Seongjin, notando el tumulto emocional de Jungkook, decidió apretar más la herida.
—Disfruta tu nueva condición. —Sus ojos se entrecerraron con una expresión de crueldad—. Será interesante ver cómo lidias con tu humanidad mientras todo a tu alrededor se desmorona. El peso de tus decisiones, las consecuencias que no podrás evitar... Me pregunto si tu frágil corazón podrá soportarlo.
Jungkook apretó los puños, sus nudillos blancos por la tensión, sintiendo la impotencia latir en su pecho como un tambor imparable. Cada segundo que pasaba en este nuevo cuerpo humano era una tortura, una prisión dentro de otra prisión. Y el hecho de que Seongjin tuviera a Jimin bajo su control solo hacía que la desesperación se convirtiera en una presión insoportable. Durante un instante, el peso de la realidad lo aplastó por completo. Su pecho se sentía tan pesado que casi deseaba gritar, pero sabía que no podía permitirse esa debilidad.
Con la voz temblando de rabia contenida, apenas un susurro, Jungkook dijo:
—Haré lo que sea necesario para detenerte.
Seongjin soltó una risa fría, disfrutando de su momento de poder.
—Me encantaría ver cómo lo intentas. —Y, con una sonrisa cruel, se dio la vuelta, abandonando la celda sin mirar atrás, dejando a Jungkook en la oscuridad, más vulnerable que nunca.
Jungkook observó impotente cómo Seongjin desaparecía, las sombras tragándose su figura. Y entonces, mientras la soledad lo envolvía de nuevo, las lágrimas amenazaron con brotar. Jungkook apretó los dientes, reprimiéndolas. No podía permitirse la debilidad. No ahora.
Cerró los ojos, luchando por encontrar el centro de su ser en medio de la desesperación. Su humanidad recién devuelta lo golpeaba como una losa pesada, una vulnerabilidad que nunca había experimentado de esta manera. "No puedo rendirme", se repetía, aferrándose a esa idea como un salvavidas. "No voy a dejar que termine así". Pero la cruda realidad lo aplastaba: ya no tenía la fuerza sobrehumana que lo había definido durante tanto tiempo. El miedo lo invadía, uno más profundo y desesperado que cualquier otro que hubiera sentido antes. Apretó los puños, ignorando el dolor punzante de las cadenas cortando su piel, manteniendo su mente fija en una sola cosa: Jimin.
"Siempre fui más que mi fuerza", pensó, apretando los dientes. "Siempre fui más que un monstruo. Y si ahora soy humano... entonces seré humano. Pero encontraré una forma de luchar. No importa cómo".
Mientras tanto, lejos de esa celda fría, la mente de Jimin vagaba por las profundidades de sus vidas pasadas, revelando figuras, rostros y memorias que hasta ahora eran solo sombras. Por fin, las piezas encajaban. En la visión más clara, se veía a sí mismo como un rey, envuelto en las majestuosas vestiduras de la Dinastía Goryeo. Su hanbok, adornado con finos bordados dorados y verdes, brillaba bajo la luz del sol, mientras una corona pesada descansaba sobre su cabeza, símbolo de poder y autoridad. Pero a pesar de la grandeza que lo rodeaba, el susurro de las hojas en los jardines del palacio y el dulce aroma de las flores eran un tenue eco del vacío que sentía. Porque, detrás de la fachada de ese poder, Jimin ocultaba un amor prohibido.
Ese amor era Jungkook. No solo su asistente, sino la persona en la que su corazón confiaba más allá de la razón. Cada mirada furtiva, cada sonrisa compartida a escondidas, revelaba una pasión que estaba destinada a desafiar las normas de la época. Jungkook siempre estuvo allí, leal, pero también lleno de un sentimiento que ambos sabían que no podía ser proclamado. A pesar de los lujos de ser rey, Jimin se sentía prisionero de las intrigas de la corte, donde los secretos y las traiciones eran más comunes que el aire mismo.
Con el tiempo, buscando respuestas a las tensiones de su reino, Jimin recurrió a los astrólogos de la corte. Al principio, no fue más que curiosidad. Pero pronto, las estrellas comenzaron a revelar algo más profundo, algo que resonaba en su propio corazón. Cada alineación, cada tránsito celestial, parecía tener un eco en su vida y, más inquietante aún, en su conexión con Jungkook. Los astros parecían hablar de ellos, de su destino entrelazado en el cosmos.
Jimin pasaba horas estudiando las cartas celestiales, comprendiendo cómo los astros influían no solo en su reinado, sino también en su destino personal. Comenzó a notar un patrón: en cada gran evento de su vida, ya fuera una victoria militar o una crisis política, las estrellas que se alineaban en el cielo parecían reflejar su conexión con Jungkook. El rey sabía que, de alguna manera, sus destinos estaban entrelazados en las estrellas.
"Las estrellas no mienten", le decía a menudo el astrólogo real. Jimin aprendió a leer esos patrones. Y aunque comprendía las advertencias que le ofrecían, se aferraba a la idea de que el destino podía ser burlado. Pero el día en que vio los planetas alinearse de forma ominosa, un escalofrío lo recorrió. La tragedia estaba cerca, lo sabía. No quería aceptarlo, pero las estrellas ya lo habían escrito.
Sin embargo, las estrellas no siempre traían buenas noticias.
Un día, mientras observaba el firmamento, Jimin notó una alineación que le provocó un escalofrío. Los planetas formaban un patrón que no auguraba nada bueno. Sabía lo que significaba, aunque no quería aceptarlo: la tragedia estaba cerca. Decidió ignorarlo, convencido de que el destino podría ser desafiado.
Pero el destino tenía otros planes.
El peso de la corona, de su deber como rey, pronto lo arrastró a tomar decisiones desgarradoras. Se vio obligado a casarse con una noble, un matrimonio que aseguraba las alianzas necesarias para su reino, pero que destrozaba su corazón. En el día de la boda, mientras caminaba hacia el altar, sentía el vacío creciendo dentro de él, sabiendo que su alma estaba ligada a otro. Jungkook lo observaba desde lejos, su mirada llena de una tristeza tan profunda que solo Jimin podía comprender. En esos ojos, el rey vio el reflejo de su propio dolor, la pérdida de algo tan real y poderoso, pero siempre fuera de su alcance.
Aquella fue la última vez que Jimin lo vio con vida.
Días después, el joven fue envenenado por las intrigas cortesanas, castigado por estar demasiado cerca del rey. Cuando Jimin lo encontró, ya era demasiado tarde. Sosteniéndolo en sus brazos, sintió cómo la vida se desvanecía de su amado. Las lágrimas caían de sus ojos mientras escuchaba las últimas palabras de Jungkook:
—Siempre te amaré...
Esas palabras quedaron grabadas en el alma de Jimin, resonando como un eco eterno a lo largo de todas sus vidas. En ese momento, entendió lo que las estrellas intentaban advertirle. No se trataba de destino, se trataba de una conexión tan profunda que ni siquiera la muerte podía romper. La muerte de Jungkook dejó un vacío que nunca fue llenado, y Jimin pasó el resto de su vida con una herida abierta, sabiendo que el amor más verdadero que había conocido le había sido arrebatado por las intrigas humanas y los caprichos del destino.
Cuando la visión de esa vida comenzó a desvanecerse, Jimin comprendió una lección dolorosa, pero esencial: los astros podían ofrecer respuestas, pero no siempre era posible cambiar lo que estaba escrito en ellos. A veces, la tragedia era inevitable.
Sin previo aviso, el escenario cambió. Ahora, Jimin era un guerrero en la antigua Corea, marchando junto a Jungkook hacia la batalla. Sus movimientos estaban perfectamente sincronizados en combate, una danza letal que reflejaba su conexión profunda. El ruido ensordecedor de la guerra los rodeaba. El olor metálico de la sangre impregnaba el aire, mezclándose con el sudor de los combatientes y el polvo levantado por los miles de pies marchando. Jimin llevaba puesta una armadura brillante, pesada pero perfectamente ajustada a su cuerpo. Su espada, manchada de sangre, brillaba bajo el sol abrasador, y a su lado, Jungkook, con su propia armadura, avanzaba codo a codo con él, como lo habían hecho en tantas batallas antes.
Desde el amanecer, habían enfrentado a un enemigo implacable. Las espadas chocaban en una sinfonía brutal de acero y gritos, y el caos de la batalla era abrumador. Pero Jimin podía sentir algo más allá del desorden, como si hubiera un patrón oculto en el caos. Cada ataque y defensa parecían formar parte de un flujo más grande, una danza macabra en la que él y Jungkook se movían con una coordinación casi instintiva.
Cada vez que un enemigo se acercaba, Jimin sabía qué hacer, casi antes de que ocurriera. Un vistazo rápido a su alrededor le bastaba para predecir los movimientos de las tropas, los ataques que se avecinaban, y respondía con precisión mortal. Sentía esa conexión con Jungkook de manera natural, como si sus almas estuvieran entrelazadas no solo en la vida, sino también en la guerra. Su sincronía en el campo de batalla era perfecta, un ritmo que solo ellos podían seguir, una danza que habían perfeccionado en cada guerra librada juntos.
Sin embargo, Jimin no podía ignorar el oscuro presentimiento que crecía en su pecho. Aunque su visión parecía aclararse más con cada batalla, sabía que algo estaba por salir mal.
La tormenta de flechas llegó de repente, una nube negra que cubrió el cielo, descendiendo sobre el campo de batalla como la sombra de una tragedia anunciada. Jimin giró instintivamente, buscando a Jungkook a su lado, pero el caos los separó. Los gritos de dolor y el sonido de cuerpos cayendo al suelo lo rodearon. Intentó correr hacia él, pero el rugido de la guerra, el choque de espadas y los alaridos lo alejaban cada vez más.
—¡No te separes de mí! —gritó Jimin, su voz desgarrada por el miedo y la desesperación.
Pero ya era demasiado tarde. Jimin vio cómo las flechas alcanzaban a Jungkook, su cuerpo cayendo lentamente, como si el tiempo se detuviera en un instante cruel. Su corazón se rompió en mil pedazos al ver a su amado desplomarse en el barro, con las manos intentando aferrarse a su espada. Jimin corrió hacia él, esquivando enemigos, ignorando los cortes en su piel y los gritos a su alrededor, pero no llegó a tiempo.
Jungkook yacía en el suelo, con múltiples flechas atravesando su armadura. Sus ojos, llenos de dolor y de una despedida inevitable, buscaron los de Jimin. Ese último intercambio de miradas lo dijo todo: el miedo, el amor, la promesa rota de estar juntos más allá de todo.
—Lo siento... —susurró Jungkook, su voz apenas audible entre el estruendo de la batalla.
Jimin cayó de rodillas junto a él, sus manos temblorosas sosteniendo el cuerpo de su amado. El caos a su alrededor se desvaneció, el ruido de la guerra desapareció en un silencio abrumador, dejando solo el latido acelerado de su corazón y la respiración entrecortada de Jungkook. En ese momento, el mundo dejó de importar. Todo lo que existía era esa conexión entre ellos, una conexión que la muerte estaba a punto de arrebatarle.
—No... no me dejes —suplicó Jimin, lágrimas cayendo sobre las mejillas ensangrentadas de Jungkook. Su voz se quebró, ahogada en el desconsuelo más profundo.
—Siempre estaré contigo... en cada vida... —susurró Jungkook antes de exhalar su último aliento.
El tiempo pareció detenerse. Jimin sintió que el mundo colapsaba a su alrededor. El dolor que lo atravesó fue indescriptible, una mezcla de rabia, impotencia y una tristeza tan profunda que le costaba respirar. Quería gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta. Mientras los últimos rayos de sol iluminaban el campo de batalla, Jimin solo pudo aferrarse al cuerpo sin vida de Jungkook, jurando que no importaba cuántas vidas pasaran, lo encontraría de nuevo.
Esa pérdida fue devastadora. A pesar de haber sido un guerrero formidable, Jimin no había podido salvarlo. Sin embargo, lo que aprendió en esa vida fue invaluable: la capacidad de leer patrones en medio del caos. Era más que una habilidad de combate; era un don que le permitía anticiparse al desastre. Ahora, en el presente, ese don despertaba dentro de él, haciéndolo más consciente de su entorno, de las amenazas que aún no habían sido reveladas. Esa habilidad le permitiría adelantarse a los movimientos de sus enemigos.
Jimin entendió que, aunque el destino a menudo parecía inmutable, él siempre encontraría una manera de luchar contra él. Las vidas pasadas le habían enseñado a ver más allá de la superficie del caos, a encontrar el orden en la tormenta. Y aunque el dolor de cada pérdida seguía siendo desgarrador, sabía que cada vida lo acercaba más a romper ese ciclo de tragedia y redención.
En otra vida, Jimin y Jungkook eran poetas. El ambiente estaba cargado de secretos y tensiones políticas. En la ciudad, los poetas eran respetados, pero también temidos y vigilados de cerca, ya que las palabras podían ser tan peligrosas como las armas. Los versos tenían el poder de agitar corazones, despertar mentes y desafiar el orden establecido. Para Jimin y Jungkook, la poesía no solo era su arte, era su rebelión. Un grito silencioso contra un mundo que los condenaba por lo que eran, por el amor que compartían.
El vínculo entre ellos era fuerte, inquebrantable, pero también prohibido. En público, debían ser distantes, disimulados, ocultando lo que sus almas anhelaban expresar. Así que en sus poemas, escondían cada caricia furtiva, cada mirada cargada de deseo, cada promesa de amor eterno. Cada estrofa era una confesión encubierta, cada rima, una promesa secreta que solo ellos podían entender. Era su lenguaje compartido, una forma de tocarse cuando las leyes y las miradas ajenas no lo permitían.
Las noches se convirtieron en su único santuario. Bajo la luz tenue de una vela, en rincones oscuros, compartían palabras que el día les negaba. Cada verso escrito era un latido de sus corazones, y en cada línea, Jimin encontraba una manera de expresar lo que no podía gritar al mundo. Los susurros de la noche se convirtieron en el eco de sus almas, un refugio donde su amor no era pecado, sino la más pura forma de existencia. Caminaban sobre hielo delgado, conscientes de que un solo paso en falso podría destruir todo, pero su amor, intenso y voraz, no les permitía detenerse.
Su amor era peligroso, no solo para ellos, sino para el orden que los rodeaba. Y esa misma pasión que los unía también los volvía vulnerables. Sabían que cada encuentro, cada poema compartido en la clandestinidad, podía ser el último. Pero ¿cómo detener lo que era tan visceral, tan real?
Se encontraban en las sombras, lejos de las miradas inquisitivas, en lugares donde el silencio les daba libertad. Entre paredes oscuras y callejones olvidados, sus palabras y sus cuerpos se buscaban con la desesperación de quienes sabían que el tiempo era efímero. Cuando sus manos se rozaban, una corriente de emoción les atravesaba el cuerpo, como si cada contacto físico fuera una promesa de que, sin importar lo que ocurriera, sus almas estarían entrelazadas por la eternidad.
Sin embargo, la realidad era cruel e implacable, y la libertad que encontraban en las sombras pronto se les arrebató. Una noche, mientras compartían sus últimos escritos, el destino los alcanzó. La habitación, que hasta ese momento había sido su refugio, su pequeño universo, se transformó en una prisión en cuestión de segundos. La puerta se rompió con un estruendo, y hombres armados irrumpieron en el cuarto como sombras de una pesadilla. El fuego de sus poemas se apagó cuando los papeles que contenían sus más íntimos sentimientos fueron arrancados de sus manos, desgarrados y destrozados como si no tuvieran valor alguno.
—¡Jungkook! —gritó Jimin, con una voz desesperada, rota, mientras veía cómo lo arrastraban lejos de él.
El dolor le perforó el pecho. La desesperación lo invadió al ver cómo lo separaban con una brutalidad que le robaba el aliento, como si el mundo mismo se partiera en dos. Las palabras que compartieron, esos versos llenos de amor y anhelo, no podían salvarlos ahora. Todo lo que habían construido juntos, todos los susurros entre líneas, se desmoronaba ante sus ojos.
Fueron llevados a lugares diferentes, apartados uno del otro para siempre. Jimin fue condenado al silencio, prohibido de volver a escribir. Las palabras, su mayor arma, la única forma en que había podido expresar su amor, le fueron arrancadas. No podía volver a tocar un papel ni plasmar su corazón en tinta. Era como si lo hubieran despojado de su alma misma.
Pero dentro de él, las palabras aún ardían, como brasas que se negaban a apagarse por completo. Aunque no pudiera escribir, aunque el mundo intentara callarlo, Jimin sabía que su amor y su arte vivirían en su alma. Las palabras que no podía pronunciar, los poemas que ya no podía escribir, permanecían en su interior, resistiendo, recordándole que el amor que compartía con Jungkook no podía ser destruido tan fácilmente. Podían prohibirle hablar, podían arrancarle la tinta y el papel, pero nunca podrían arrebatarle lo que sentía. Su amor viviría en cada latido de su corazón, en cada susurro que el viento llevara consigo. Aunque el mundo los hubiera separado, su conexión permanecería intacta, inquebrantable, más allá del tiempo, más allá del silencio.
Finalmente, la visión lo llevó a su vida anterior, donde Jimin era el Mayor Park, un líder militar respetado. A pesar de su fachada rígida y fuerte, amaba profundamente a Jungkook. Los momentos que compartían antes de la guerra eran breves, pero intensos. La batalla era un caos de gritos, disparos y explosiones que sacudían la tierra bajo los pies de los soldados. El aire estaba impregnado del olor a pólvora y sangre, y el latido desesperado de los corazones humanos se entremezclaba con las órdenes cortantes y el eco de las armas. Era una guerra sin fin, una lucha constante por sobrevivir. Pero para Jimin, conocido en esa vida como el Mayor Park, la mayor batalla no era la que libraba en el campo, sino la que se desarrollaba en su propio corazón.
El soldado Jeon Jungkook, su camarada, había sido más que un compañero en la guerra. Compartían conversaciones llenas de esperanza, promesas susurradas y un afecto tan profundo que nunca podían mostrarlo abiertamente. El campo de batalla era un lugar cruel para cualquier tipo de debilidad, y lo que sentían el uno por el otro era su mayor fortaleza, pero también su secreto más peligroso.
Aquel fatídico día, la batalla había alcanzado su punto más crítico. Las balas volaban en todas direcciones, y los gritos de los hombres heridos llenaban el aire con una angustia indescriptible. Jungkook, herido en el hombro, avanzaba con dificultad, buscando desesperadamente a Jimin en medio del caos. Su vista estaba nublada por el dolor, el estallido de una explosión cercana lo hacía tambalearse. Pero el dolor físico no se comparaba con la ansiedad que lo consumía. Solo importaba una cosa: encontrar al Mayor Park.
—Park... —murmuró, casi sin aire, mientras su herida sangraba con fuerza.
El cuerpo de Jungkook cedió, desplomándose sobre la tierra húmeda. El frío del suelo parecía arrastrar su última esperanza, pero él se aferraba desesperadamente a la vida, arrastrándose. Su rifle quedó olvidado a un lado, mientras con las fuerzas que le quedaban, se arrastraba por el suelo en busca de Jimin.
Finalmente, lo vio. El cuerpo de Jimin yacía herido en el campo, rodeado por el caos de la guerra. Jungkook, ignorando las balas que silbaban cerca de él, se lanzó hacia su lado, aferrándose a la última chispa de esperanza que aún lo sostenía.
Mientras Jimin seguía atrapado en los recuerdos de sus vidas pasadas, la imagen del Mayor Park permanecía constante. De todas las vidas que había revivido, esa en particular le resultaba más clara, más vívida. Los detalles parecían grabados a fuego en su mente. Ahora, desde la distancia que el tiempo le daba, Jimin podía ver y comprender todo lo que antes no había percibido del todo.
El Mayor siempre había sido consciente de la verdadera naturaleza de Jungkook. Desde el principio, cuando sus caminos se cruzaron en tiempos de paz, en aquel pequeño bar donde se encontraban cuando Jimin tenía tiempo libre. El Mayor sabía lo que significaba que Jungkook se escondiera durante el día, el motivo detrás del casco que nunca se quitaba bajo el sol, y por qué sus encuentros siempre eran de noche. Pero jamás sintió miedo. Al contrario, lo aceptaba tal como era.
Jimin recordó una conversación que tuvieron una de esas noches. Jungkook, con la mirada perdida en su vaso, había intentado confesarle lo que era, temeroso de que, al saber la verdad, el Mayor lo rechazara. Pero Jimin, con su habitual calma y comprensión, solo lo observó con esa expresión serena que había perfeccionado a lo largo de los años.
—No me importa lo que seas —le había dicho el Mayor, con una pequeña sonrisa que lo decía todo—. La guerra nos deshumaniza a todos de una forma u otra. Lo importante es cómo elegimos vivir con eso.
Esas palabras se grabaron en la mente de Jungkook como un bálsamo. Desde aquel momento, él supo que Jimin era diferente, que jamás lo trataría como un monstruo. Y así fue. Incluso en medio de la batalla, el Mayor Park nunca lo abandonó. Lo protegía, a pesar de saber que Jungkook podía defenderse mejor que cualquier otro soldado. No era una cuestión de habilidad, era una cuestión de amor. Ese vínculo silencioso entre ellos, ese lazo que los unía desde el principio.
En su mente, Jimin se vio de nuevo en el campo de batalla. Las balas volaban a su alrededor, el rugido ensordecedor de la guerra lo envolvía. Su cuerpo estaba herido, pero cuando vio a Jungkook tambalearse, sosteniéndose el hombro ensangrentado, algo en su interior se rompió. El dolor físico se desvaneció y fue reemplazado por un solo objetivo: llegar hasta él, pero fue entonces cuando recibio un disparo.
Cuando Jungkook lo alcanzó, el Mayor Park lo miró con esa misma expresión de determinación que siempre había tenido, aunque sus fuerzas comenzaban a fallarle. Jimin lo sostuvo con manos temblorosas, presionando las heridas con desesperación, tratando de detener el sangrado. Pero ambos sabían que era inútil. Su vida se estaba apagando frente a sus ojos, y el Jungkook no podía hacer nada para salvarlo.
—No, no cierre los ojos, Park. Ambos volveremos juntos —rogó Jungkook, su voz quebrada por el miedo y el dolor. Las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas mientras estrechaba las manos de Jimin.
—Te curaré, prometo que estaremos bien —jadeó, haciendo todo lo posible por detener la hemorragia que manaba de las heridas de Jimin.
El Mayor, con un hilo de voz, intentaba disuadirlo. Sabía que estaba gastando sus últimas fuerzas en una causa perdida. Pero Jungkook no quería escuchar, no podía aceptar que lo estaba perdiendo.
—Jeon... sálvese usted... no olvide lo que dijimos... —le susurró el Mayor con suavidad, usando lo poco que le quedaba de aire para esas palabras.
Los ojos de Jungkook se abrieron en un gesto de incredulidad. Las lágrimas brotaron de sus ojos, impotente ante la realidad que estaba ocurriendo. No podía dejarlo ir, no después de todo lo que habían compartido, no después de las promesas que se habían hecho. Pero el Mayor Park era un hombre de principios, y aún en sus últimos momentos, se mantenía fiel a lo que siempre había creído.
—Sálvese, compañero... encuentre esa mariposa de alas azules por mí... prométalo.
Apretó con más fuerza las manos de Jungkook, tratando de aferrarse a cualquier resquicio de esperanza. Pero sabía que no había nada que pudiera hacer. Las lágrimas caían incontrolablemente por las mejillas de Jungkook mientras el cuerpo del Mayor se quedaba inmóvil, sus ojos perdiendo el brillo que Jungkook tanto había amado.
—Lo haré, Park... lo haré —respondió Jungkook, con el corazón roto, pero las palabras llegaron demasiado tarde. Jimin ya se había ido.
En ese instante de dolor absoluto, el Mayor entendió lo que significaba amar a alguien más allá de la muerte. Había sido testigo de algo que pocos podían comprender: Jungkook no era solo un soldado, ni un vampiro. Era el hombre que le había dado esperanza en medio de la guerra, el único que le había permitido soñar con un futuro más allá de los campos de batalla.
Y ahora, mientras recorría sus vidas pasadas, Jimin veía con claridad lo que en su momento no había podido comprender del todo: Jungkook le había ofrecido todo lo que tenía, incluso su vida, y él, como el Mayor Park, había aceptado esa verdad sin miedo.
Ahora, en esta nueva vida, Jimin comprendía que el ciclo de amor y tragedia que habían compartido tenía raíces más profundas de lo que jamás había imaginado. Había sido Jungkook quien, de alguna manera, en cada vida, trataba de mantenerlo a salvo. Incluso si eso significaba ocultarle la verdad de lo que él era.
Y de repente, mientras más recordaba, más evidente se hacía que, en todas sus vidas, Jungkook había lo protegia tanto como podía. Incluso en esta, a los dieciséis años, cuando Jimin se encontró con aquel hombre al final del sendero, pudo ver finalmente a quien estaba alli, a Jungkook.
—S-señor, ¿qué hace sentado ahí?
—En todo caso, debería preguntar qué hace alguien como tú por aquí a estas horas. Tu madre y padre podrían preocuparse, jovencito.
—No creo que sea una preocupación ahora. Discutí con mi papá y salí corriendo de casa... Y usted, ¿qué hace sentado ahí? Es peligroso estar tan cerca del borde, podría caerse...
—¿Y si te dijera que, en realidad, quiero caer, jovencito?
—No creo que quiera hacer eso. Es muy peligroso... Podría lastimarse mucho, inclusive no habría vuelta atrás una vez tomada esa decisión. Mejor observe las estrellas. A mí me ayudan mucho. Mi mamá solía decirme que, entre todas esas estrellas brillantes, está mi abuelita. Así que cuando mi papá se enoja conmigo, voy a mi cuarto por las noches, miro hacia ellas y hablo con mi abuela. Puede que ella no esté conmigo físicamente, pero sé que es una estrella brillante que me escucha y me protege... Intente buscar su estrella, señor.
—Hablas con pasión, joven bailarín. No dejes que el resplandor de esa pasión se apague. Aunque las sombras de la duda y la desaprobación te asalten, continúa tu camino con coraje y alcánzate hacia los luminosos escenarios de la vida.
—Prometo construir mi destino como un bailarín excepcional. Y cuando alcance la cumbre de mi arte, recordaré este encuentro y las palabras que me has brindado. ¡Gracias, señor!
Con la sabiduría de la astrología que había aprendido en su primera vida, las estrategias militares del Mayor Park, y ahora la claridad sobre la verdadera naturaleza de Jungkook, Jimin sintió que todo encajaba. La mariposa de alas azules ya no era solo una promesa de esperanza; era un símbolo de lo que ambos habían sido y lo que podían llegar a ser juntos.
Finalmente, Jimin volvió al presente. Aunque su cuerpo aún no despertaba, su mente estaba mucho más clara. Cada vida pasada le había otorgado una habilidad especial, un conocimiento que ahora se manifestaba con fuerza en su interior. Estrategia militar, desciframiento de códigos, conocimiento oculto, la capacidad de anticipar patrones... Todo lo que había aprendido en esas vidas estaba alineándose para ayudarlo en esta.
Sabía que no podía permitir que la tragedia se repitiera. En esta vida, no perdería a Jungkook. Todo lo que había ganado de sus vidas pasadas lo usaría para luchar contra Seongjin y romper el ciclo que los había condenado una y otra vez.
Comenzó a despertar. Sus párpados pesados y su respiración entrecortada hacían que cada inhalación pareciera un desafío monumental. El aire de la celda era denso, vibrante, como si cada partícula a su alrededor se agitara con una energía desconocida. Podía escuchar el leve goteo del agua en la distancia, el zumbido del sistema de ventilación y, sobre todo, el latido del corazón de Jungkook, resonando en sus oídos como un tambor hipnótico, cada latido lo llamaba de forma irresistible.
Su mente todavía estaba atrapada entre esas memorias y el presente, pero algo había cambiado. Las vidas pasadas empezaban a unirse en un solo flujo, ofreciendo destellos de conocimiento que antes no poseía. Y en medio de esa bruma de consciencia, una palabra escapó de sus labios, como un lamento ahogado:
—Jungkook...
Su voz era apenas un susurro, débil y temblorosa, pero Jungkook, atento a cualquier señal de vida, lo escuchó con claridad. A pesar de su propio estado debilitado y la desesperación que lo envolvía, esa palabra encendió una chispa en su interior, un recordatorio de que aún había algo por lo que luchar.
—Jimin, estoy aquí. Sigue mi voz —dijo Jungkook, esforzándose por mantener la calma en su tono, aunque su preocupación se hacía más profunda a cada segundo.
Jimin se aferró a esa voz como si fuera un faro en medio de una tormenta. Las palabras de Jungkook lo guiaban lentamente hacia la consciencia, disipando la niebla que había oscurecido su mente. Sus ojos, con esfuerzo, comenzaron a abrirse, parpadeando ante la luz tenue que iluminaba su celda. Miró a su alrededor, su cabeza aún desordenada, pero el pánico lo invadió al darse cuenta de que estaban en celdas separadas.
—Jungkook... ¿por qué estamos separados? —preguntó Jimin, con la voz rota por el miedo y la confusión. Pero incluso mientras hacía la pregunta, su mente empezaba a trabajar como la de un estratega militar, evaluando el espacio, calculando la distancia entre ellos, buscando las posibles salidas y las sombras que acechaban entre las grietas de las paredes.
Antes de que Jungkook pudiera responder, Jimin sintió algo extraño dentro de él. Un calor ardiente y abrasador recorrió su interior, golpeándolo con la misma brutalidad de un trueno en una tormenta. No era solo sed, no solo hambre. Era una necesidad primitiva, una urgencia abrumadora que crecía en su pecho, amenazando con consumirlo. Cada latido del corazón de Jungkook, al otro lado de la celda, lo llamaba con una fuerza que no podía ignorar. Era como si la sangre de Jungkook susurrara su nombre, despertando en Jimin un ansia que no podía controlar.
Su garganta se secó, y el deseo aumentó, como una bestia furiosa arañando desde dentro. Era un ansia voraz, algo mucho más profundo que cualquier hambre que hubiera experimentado antes. Se sentía como en medio de una batalla, esa urgencia incontrolable que lo empujaba a actuar, a atacar. Pero esta vez no era una espada lo que quería empuñar. Era la sangre de la persona que más amaba.
Y esa necesidad lo aterrorizaba.
—No... no puede estar pasando —susurró Jimin, con la voz quebrada, mientras luchaba contra el hambre que lo empujaba hacia lo más oscuro de su nueva naturaleza. Cada segundo hacía que el latido de Jungkook resonara más fuerte en su mente, como si todo el universo se redujera a ese sonido hipnótico. El olor de la sangre, incluso a la distancia, se infiltraba en su cabeza, se aferraba a sus pulmones, y con cada respiración, sentía cómo ese deseo incontrolable lo devoraba desde dentro. De repente, todo cobró sentido. Era un vampiro.
—Yo senti miedo hacia ti, y a-ahora y-yo s-soy...
Jungkook vio el terror reflejado en los ojos de Jimin. No necesitaba palabras para entender lo que estaba sintiendo. Él había pasado por lo mismo. Sabía cómo esa sed podía dominar, cómo podía eclipsar toda razón. Pero si alguien podía controlarla, si alguien podía resistir ese abismo, era Jimin.
—Jimin, escúchame —dijo Jungkook con urgencia, su voz tan firme y aguda como un rayo de luz en la oscuridad—. Sé lo que estás sintiendo, pero tienes que concentrarte. Esa necesidad que te está consumiendo... úsala.
Jimin quería apartar la mirada, alejarse del hambre que lo llamaba con fuerza brutal. Pero algo dentro de él, algo más profundo que la sed, lo empujaba a acercarse. Era como si estuviera dividido en dos: una parte lo anhelaba más que cualquier otra cosa, mientras la otra luchaba desesperadamente por no ceder.
Las palabras de Jungkook resonaron en su mente, como las órdenes que recibía en los campos de batalla: no podía permitirse caer en el caos; debía dominarlo. Miró a Jungkook, sus ojos reflejando miedo, incertidumbre y una batalla interna feroz. Su cuerpo temblaba, sus manos se aferraban a las barras de la celda como si estas pudieran contener la bestia en su interior. Pero el sonido de la voz de Jungkook, esa voz, lo mantenía anclado, como si fuera la única cuerda que lo separaba de la oscuridad.
—¿Cómo...? —balbuceó Jimin, luchando contra el deseo que lo desgarraba por dentro.
—Primero, necesitas derribar la puerta de tu celda —le ordenó Jungkook. Su tono era firme, aunque su propio corazón latía con miedo a que Jimin no pudiera resistir—. Afuera, Seongjin dejó una bolsa de sangre. Es para ti. Bébela y recupera tus fuerzas. Después... podrás ayudarme.
Jimin cerró los ojos, su mente tratando de encontrar un punto de calma en medio de la tormenta que lo devoraba. Volvió a los campos de batalla, a las decisiones que había tomado como el Mayor Park, a esos momentos donde mantener el control en medio del caos era la diferencia entre la vida y la muerte. Sabía cómo manejar la presión, y esta vez no sería diferente. No podía ceder. No cuando Jungkook, el hombre que había estado a su lado en cada vida, lo necesitaba.
Un grito de pura determinación brotó de su garganta. Se lanzó contra las barras de la celda, sintiendo la nueva fuerza fluir por su cuerpo. No era solo fuerza física; era el conocimiento, la disciplina adquirida a lo largo de sus vidas pasadas. Las barras de hierro crujieron bajo la presión de sus manos, doblándose hasta que, con un último empujón, se rompieron.
—¡Lo hice! —exclamó Jimin, con la respiración acelerada, una mezcla de sorpresa y alivio en sus ojos. Sabía que cada experiencia pasada lo había preparado para esto.
Jungkook sonrió, agotado pero aliviado. —Sabía que podías hacerlo. Ahora ve, toma esa sangre y recupérate.
Jimin avanzó hacia la mesa, cada paso lo llevaba más cerca de la bolsa de sangre. El hambre rugía, pero también lo hacía su voluntad. Con cada sorbo, sentía cómo su mente se despejaba, cómo la claridad volvía a él. Pero mientras bebía, una verdad amarga se asentó en su pecho: ahora él era un vampiro, y Jungkook... era humano.
—Estoy listo —dijo Jimin, con la voz firme, limpiándose los labios. Rápidamente volvió a la celda de Jungkook, determinado a sacarlo.
Con su renovada fuerza, rompió las cadenas que lo mantenían prisionero, usando una precisión calculada, como si cada movimiento fuera parte de una estrategia militar que había perfeccionado en vidas anteriores. La ansiedad y el hambre aún ardían en su interior, pero el amor y la necesidad de proteger a Jungkook eran más fuertes, manteniéndolo enfocado.
Jungkook lo observaba en silencio, viendo cómo Jimin había cambiado. Sus ojos, que alguna vez brillaron cálidos, ahora eran de un rojo profundo, casi hipnóticos. Su piel, pálida como el mármol, y sus uñas largas y afiladas... todo un recordatorio de la criatura en la que se había convertido. Pero más allá de la transformación física, Jungkook aún veía al hombre que amaba. Eso lo mantenía centrado.
Jimin, por su parte, empezaba a ver el mundo de otra manera. Cada pequeña vibración, cada sonido y cada sombra parecían cobrar vida a su alrededor. Era como si las estrellas que había estudiado en su primera vida le estuvieran susurrando advertencias sobre lo que estaba por venir. Sabía que el peligro aún no había pasado.
—Jimin... tus uñas, —dijo Jungkook con una sonrisa débil, su intento de aligerar el momento un reflejo de su naturaleza, siempre buscando la luz en medio de la oscuridad.
Jimin parpadeó, sorprendido por el comentario, y por un instante, la gravedad de la situación pareció disiparse. Sonrió levemente. Un gesto raro, considerando todo lo que acababan de pasar.
—¿Debería tomarlo como un halago a partir de ahora? —preguntó Jimin, con una media sonrisa, su sarcasmo apenas disimulando la tensión.
—Definitivamente —respondió Jungkook, aunque su voz traicionaba el agotamiento que lo invadía.
—Tenemos que irnos, —dijo Jimin rápidamente, ayudando a Jungkook a ponerse de pie—. Antes de que vuelvan.
Con pasos rápidos y silenciosos, avanzaron por los oscuros pasillos de la instalación, donde cada sombra parecía un enemigo al acecho. Ninguno de los dos se detuvo. Jimin, con los recuerdos de sus vidas pasadas nublando su mente, procesaba cada detalle con una precisión recién descubierta. La urgencia de escapar y la necesidad de mantenerse juntos los impulsaban, aunque el temor a lo que podían encontrar creciera en sus mentes.
Recordaba los mapas tácticos que había estudiado en su vida como el Mayor Park, analizándolo todo con los ojos de un estratega. Ahora, con sus sentidos vampíricos agudizados, escuchaba cada pequeño sonido a su alrededor: el zumbido de los cables eléctricos, los lejanos latidos de corazones prisioneros en la distancia, y el eco de su propia respiración, que se había vuelto más controlada, más calculada. El aire olía a óxido y sangre, un hedor que ahora le resultaba inquietantemente familiar.
Con cada paso, las lecciones de astrología de su vida como rey en la Dinastía Goryeo también resonaban en su mente. Había aprendido a leer señales, a percibir lo que otros no veían, y aunque no podía ver las estrellas en ese lugar subterráneo, su intuición le decía que estaban corriendo contra el tiempo.
—¿Crees que podamos salir antes de que Seongjin nos encuentre? —preguntó Jungkook, aún tambaleante, pero con los ojos llenos de determinación. A pesar de su nueva vulnerabilidad como humano, su espíritu seguía intacto.
Jimin frunció el ceño, enfocando sus sentidos en cualquier indicio de peligro. Su habilidad para leer patrones en el caos, algo que había aprendido en el campo de batalla, lo ayudaba a ver más allá de lo inmediato. El hambre seguía presente, acechando en las sombras de su mente, pero su amor por Jungkook y su instinto de protección lo mantenían centrado. Había algo más profundo que los unía, un lazo que trascendía lo físico y que ni la transformación ni las vidas pasadas podían romper.
—Saldremos de aquí, confía en mí —respondió Jimin, su voz firme. Cada fibra de su ser estaba lista para pelear si era necesario, aunque esperaba evitar más enfrentamientos en ese momento.
La instalación era vasta, un laberinto de acero y oscuridad que Jimin analizaba como un general en plena batalla. A medida que avanzaban, los sonidos lejanos de la maquinaria pesada y las puertas metálicas reverberaban en el espacio, pero el eco de sus propios pasos era lo más tangible en ese entorno desolado. De vez en cuando, el silencio era interrumpido por los murmullos de criaturas prisioneras, pero no podían detenerse a ayudar. No podían arriesgarse.
Gracias a los conocimientos tácticos de sus vidas pasadas, Jimin podía anticipar el movimiento de los guardias, el flujo del aire le indicaba cambios en la ventilación, y cada brisa le revelaba la proximidad de una salida o la presencia de obstáculos. Su mente trabajaba más rápido que nunca, absorbiendo detalles que en otras circunstancias habrían pasado desapercibidos.
Pero el tiempo no estaba de su lado.
—¿Cuánto crees que nos quede antes de que Seongjin note que hemos escapado? —preguntó Jungkook, deteniéndose un momento para recuperar el aliento. Aunque sus piernas seguían moviéndose, el agotamiento empezaba a alcanzarlo.
Jimin apretó los dientes. Sabía que el tiempo era limitado, pero también sabía que debían moverse con rapidez. Cada minuto perdido era una oportunidad más para que Seongjin los alcanzara. Como el Mayor Park, había aprendido a mantener la calma bajo presión, y ahora todas esas lecciones volvían a él con fuerza renovada.
De repente, Jimin se detuvo en seco. Sus sentidos captaron algo en la distancia: voces familiares. Aunque apenas un murmullo, su oído agudizado reconoció el sonido. Eunwoo y Yoongi. No eran enemigos, eran aliados. Y esa señal, como si el destino estuviera alineándose, le dio un atisbo de esperanza.
—¡Eunwoo y Yoongi están aquí! ¡Nos están buscando! —exclamó Jimin, sintiendo una oleada de alivio y emoción que lo recorrió.
Jungkook, aunque aliviado, se obligó a mantener la calma. —Eso es genial, Jimin. Pero recuerda, ahora soy humano. No tengo la misma resistencia. Necesito que seas paciente conmigo.
Las palabras de Jungkook lo golpearon con fuerza. En su vida como líder militar, Jimin había aprendido la importancia de proteger a los más vulnerables, de saber cuándo frenar para cuidar a los demás. Apretó la mano de Jungkook con firmeza, su mirada llena de comprensión y promesa.
—Lo sé, Kook. Seré paciente. Solo necesitamos salir de aquí... juntos.
El peso de la promesa de la mariposa de alas azules llenaba el corazón de Jimin. No fallaría esta vez.
Sin perder más tiempo, Jimin comenzó a seguir el sonido de las voces de sus amigos, guiando a Jungkook con cuidado. Cada paso estaba calculado, usando las habilidades de un guerrero para avanzar de manera segura y evitar riesgos innecesarios. Su determinación era como una fuerza invisible que lo impulsaba a salir de aquel lugar infernal y reunirse con quienes los esperaban afuera.
—Vamos, Kook. No estamos solos en esto —dijo Jimin, ajustando su ritmo para acomodarse al paso más lento de Jungkook. El control que había perfeccionado a lo largo de siglos le permitía adaptar su estrategia sin dejar a nadie atrás.
Las voces de Eunwoo y Yoongi resonaban cada vez más cerca, sus llamados rebotando en la penumbra de la instalación. De repente, al doblar un oscuro pasillo, Jimin chocó de frente con Jin. El impacto fue inesperado, golpeándose las frentes. Ambos se llevaron las manos a la cabeza, sorprendidos por el choque.
—¡Jin! —exclamó Jimin, su voz una mezcla de alivio y la torpe incomodidad del golpe.
Antes de que pudieran decir más, Yoongi apareció, como salido de la nada, con una expresión de puro alivio. —¡Jimin! ¡Jungkook! ¡Están bien! —gritó, aún sin notar los cambios físicos en ellos.
Eunwoo y los demás quedaron paralizados por un segundo al ver a Jimin. Su transformación era impactante: su piel, ahora de un tono pálido casi grisáceo, sus uñas largas y afiladas, y sus colmillos afilados. El azul de su cabello había comenzado a desvanecerse, revelando su tono natural, oscuro como la noche. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, de un rojo profundo, casi hipnótico.
Finalmente, Jin notó las diferencias. —¿Qué... qué les ha pasado? —preguntó, con la voz entrecortada por la sorpresa.
Jungkook, consciente de la tensión, intentó calmar la situación. —Es una larga historia, Jin. Pero no hay tiempo para explicaciones ahora. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
—Sí —asintió Jimin, aún sosteniendo la mano de Jungkook—. Lo explicaremos luego. Ahora debemos seguir. No podemos perder más tiempo.
El tono de Jimin no dejaba lugar a dudas: era una orden, firme y urgente, una decisión tomada con la experiencia de alguien que había liderado a otros en momentos de crisis.
Eunwoo fue el primero en reaccionar, sacudiéndose la sorpresa. —De acuerdo. Sigamos adelante. Debemos salir de aquí lo más rápido posible.
El grupo continuó avanzando, Jimin liderando con paso firme pero ajustando su velocidad para no dejar atrás a Jungkook. Mientras avanzaban, comenzaron a ponerse al tanto unos a otros sobre lo que había sucedido.
—Jeno nos encontró y nos dijo dónde Seongjin los tenía —explicó Yoongi, su voz baja pero cargada de urgencia—. Está recuperándose con Jaemin. No sabemos cuántas horas llevamos dando vueltas, pero finalmente dimos con ustedes.
Jimin se pasó la mano por el cabello, irritado por los restos de la tintura azul que aún quedaban. Aunque pequeños detalles le molestaban más ahora, sabía que no podía distraerse. —Parece que no podré teñirme en lo que queda de la eternidad —comentó, intentando aliviar la tensión con un toque de humor.
Jungkook esbozó una sonrisa leve, a pesar de la gravedad de la situación. —Bueno, piensa que el negro te queda bien.
Conforme avanzaban, Jungkook comenzó a sentir el agotamiento de su nuevo estado humano. Su respiración se volvía más pesada, y la fatiga empezaba a apoderarse de él.
—Chicos, necesito que vayamos más despacio —pidió Jungkook, intentando no sonar demasiado débil—. Ya no tengo la misma resistencia.
Eunwoo asintió inmediatamente, ajustando el ritmo del grupo para darle tiempo a Jungkook. Finalmente, llegaron a un corredor donde Jeno y Jaemin los esperaban. Jeno, aunque herido, parecía estar en mejores condiciones gracias a la ayuda de Jaemin.
—¡Jeno! —exclamó Jin, respirando con alivio al verlos a salvo—. ¿Están bien?
—Sí, estamos bien —respondió Jeno, esbozando una débil sonrisa—. Jaemin ha hecho un gran trabajo, pero todavía no estamos fuera de peligro.
La tensión en el aire se hizo más palpable, densa como una sombra que los envolvía. El pasillo, apenas iluminado, se volvió opresivo, con las sombras alargándose y creando un ambiente casi sofocante. Las luces parpadeantes apenas lograban iluminar el rostro de Seongjin, que apareció al final del corredor, flanqueado por sus hombres. El eco de sus pasos resonaba como un presagio oscuro.
Seongjin, con una sonrisa cruel en el rostro, bloqueaba la única salida. Su expresión estaba cargada de malicia, dejando claro que no pensaba permitirles escapar tan fácilmente.
—¿Pensaban que sería tan fácil escapar? —La voz de Seongjin se deslizó por el aire como veneno, llenando cada rincón de la estancia con una amenaza palpable. Sus ojos recorrieron lentamente al grupo, deteniéndose en Jimin, y una sonrisa serpenteante se dibujó en sus labios.
Instintivamente, el grupo se agrupó, formando un círculo protector. Jimin, todavía sosteniendo a Jungkook, lo mantuvo más cerca, su mirada fija en Seongjin. Los músculos de Jimin se tensaron, listos para la acción. Sus colmillos asomaban, afilados y amenazantes, mientras sus ojos rojos brillaban con una intensidad casi animal. Había algo distinto en él ahora, algo más oscuro, más peligroso. Ya no era el chico que había sido antes.
—Puedo ver el peso que cargas, Jimin —dijo Seongjin con un tono burlón y afilado—. Esa necesidad desesperada de salvar a todos, de proteger lo que amas. Lo he visto antes... en otros que han fallado tan patéticamente como tú. Siempre creen que esta vez será diferente. Que lograrán romper el ciclo de destrucción. —Se detuvo, inclinando ligeramente la cabeza—. Pero tú sabes cómo termina, ¿verdad?
Jimin apretó los puños, luchando contra las palabras que empezaban a filtrarse en sus pensamientos. No podía dejar que Seongjin lo desarmara mentalmente, pero las imágenes de Jungkook herido en el campo de batalla, las lágrimas de sus vidas anteriores y las promesas incumplidas comenzaron a llenar su mente. Un eco de fracasos que siempre había intentado ahogar.
—No esta vez... —murmuró Jimin, su voz baja pero cargada de tensión, aunque en lo más profundo, la duda palpitaba.
Seongjin soltó una carcajada, un eco frío que rebotó en las paredes, contrastando con el calor de la batalla que aún no había comenzado.
—No me importa lo que digas. Yo conozco a los hombres como tú. Los que creen que pueden luchar contra lo inevitable. Y al final, siempre fallan. —Sus ojos brillaron con malicia—. Lo peor es que, esta vez, tus errores no solo te arrastrarán a ti. También arrastrarán a tus amigos.
El grupo se tensó, sus miradas fijas en Seongjin, que seguía bloqueando el camino. La salida estaba tan cerca, pero su presencia, junto con sus hombres armados, era como una sombra insuperable.
El aire entre ellos se volvió denso, cargado de la inminencia de lo que estaba por suceder. Jimin sentía el poder recorriendo su cuerpo, más fuerte que nunca, mientras algo profundo dentro de él despertaba. Aún no comprendía del todo lo que Seongjin le había hecho, pero una cosa estaba clara: no iba a permitir que ese poder fuera usado para los oscuros fines de Seongjin.
Seongjin esbozó una sonrisa sardónica, como si él fuera el único con control sobre la situación. Dio un paso adelante, con la confianza de un depredador seguro de su presa.
—¿Qué vas a hacer? ¿Confiar en ese poder nuevo y torpe? —dijo, empapando sus palabras con burla.
Pero Jimin sonrió de vuelta, sereno, como si la victoria ya fuera suya. No respondió a las provocaciones. No necesitaba hacerlo. Dentro de él, las vidas pasadas, los conocimientos adquiridos, la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos se alineaban como las estrellas que siempre habían guiado sus decisiones.
Y entonces, en ese silencio tenso, Jimin dio un paso al frente, más seguro de lo que jamás había estado.
La batalla estaba por comenzar, pero Jimin ya no era solo un vampiro recién convertido. Era un guerrero, un estratega, un rey, y tenía más que la fuerza física para enfrentar lo que venía. Tenía el control.
Nadie se movió. Nadie habló. El choque era inminente, pero aún había una pausa en el aire, una calma tensa antes de la tormenta.
El silencio se estiraba, amplificado por el eco de los latidos acelerados de todos. Jimin sentía cada molécula de poder recorriendo sus venas, aguzando sus sentidos hasta lo sobrenatural. Pero esta vez, no era solo la fuerza vampírica la que lo impulsaba. Su mente trabajaba más rápido que nunca, calculando posibles movimientos, anticipando el ataque de Seongjin y sus hombres.
Una imagen clara se formó en su mente: él, en el campo de batalla, rodeado de enemigos, sabiendo que la única forma de ganar era mantenerse frío y calculador. Las emociones podían destruirlo, pero la estrategia lo salvaría. "Usa la ira, pero no dejes que te controle", le había dicho un mentor en una de sus vidas pasadas. Y ahora, esas mismas palabras lo mantenían firme.
Había aprendido a leer patrones en medio del caos, y aunque ahora no estaba bajo las estrellas que tanto había estudiado, podía ver con claridad los movimientos de Seongjin antes de que ocurrieran.
"Lo que aprendiste antes, aplícalo ahora", pensó.
Y mientras Jimin lo observaba con ojos encendidos de determinación, ni siquiera Seongjin sabía lo que había desatado al inyectarle tanto poder.
🌟
Upa, esto me quedo más largo de lo que pensaba (mi récord de lo más largo habían sido más de 6000 palabras y ahora lo batí con 10500 re loco)
En si en actualizar me estaba demorando un montón por justamente armar las vidas pasadas de Jimin y que estén bien hiladas al presente. El hecho de hacer que Jimin fuese vampiro y Jungkook humano es el desarrollo de personaje necesario jaja
Les dejo como se vería Jimin apartir de ahora:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro