Capítulo 5
Dos días después
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La guerra entre lobos y vampiros había llegado a su fin. Los ecos de la brutal batalla aún resonaban en el aire, pero ahora todo estaba sumido en un silencio perturbador. El pueblo, aunque en calma, estaba marcado por una sensación de vacío y desconcierto. Nadie sabía con certeza qué había sucedido en el Castillo Oscuro ni por qué el rey y la reina habían desaparecido sin dejar rastro. Solo unos pocos, los más allegados al secreto del clan Lee, conocían fragmentos de la verdad, pero incluso ellos guardaban silencio.
Desde el Gran Puente de Plata, que unía el bosque con la entrada principal del castillo, aún podían verse las cicatrices de la Guerra de Sangre: flechas rotas clavadas en el suelo, manchas secas de sangre negra y roja, y cuerpos de animales y soldados que la naturaleza comenzaba a reclamar. A lo lejos, la estructura imponente del castillo se erguía como un gigante dormido, sus ventanas rotas y paredes ennegrecidas por el humo de la batalla. Nadie osaba acercarse.
La gente del reino, sin noticias, decidió abandonar la región. Para muchos, el castillo estaba maldito; otros susurraban leyendas de un asesinato cruel, y algunos simplemente concluían que no valía la pena quedarse en un lugar donde los líderes habían desaparecido sin explicación. Poco a poco, familias enteras recogieron sus pertenencias y se marcharon, dejando atrás un reino que alguna vez fue próspero.
Pero no todos se fueron.
Entre los pocos que permanecieron estaba la familia Shim, una madre viuda llamada Danne Shim y sus dos hijos: Jake, el mayor, y Lia, la menor. Ellos no creían en cuentos de maldiciones ni fantasmas. Sabían que la verdad era mucho más oscura. El clan Lee había intentado ocultar su secreto, pero en el proceso, habían silenciado a la familia Shim con un miserable pago de 50 piedras de plata. No era suficiente. No lo sería jamás. No después de que les arrebataran al señor Jerry Shim, el jefe y padre de familia.
La versión oficial era clara: Jerry había muerto, devorado por las bestias que custodiaban el castillo. Pero en lo más profundo de su corazón, Danne y sus hijos sabían que esa no era la verdad. Jerry no estaba muerto. No podían explicarlo, pero lo sentían.
Y alguien debía descubrirlo.
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Aquella noche, el viento aullaba entre las ramas del bosque, como si la naturaleza misma advirtiera a los temerarios. En la pequeña cabaña de los Shim, Jake, con apenas dieciséis años pero una voluntad de acero, preparaba sus cosas para emprender un viaje del que podría no regresar.
Su madre, Danne, lo observaba con ojos llenos de angustia y amor. En su interior, luchaba entre dejarlo ir y detenerlo.
—¿Estás seguro de hacerlo, hijo? —preguntó con voz temblorosa. Sus manos, ajadas por los años y el trabajo, se aferraban al delantal, como si pudiera aferrarse también a su hijo.
Jake detuvo lo que estaba haciendo y se acercó a ella. Sus ojos reflejaban la misma fuerza que una vez tuvo su padre, ese mismo fuego de valentía que no se apagaba ni ante la peor tormenta.
—Todo saldrá bien, madre. —Tomó sus manos con delicadeza, como si fueran de cristal—. Sabes que la luna siempre me protegerá. No temas.
Mientras hablaba, sus dedos tocaron el pequeño dije plateado que colgaba de su cuello: un amuleto lunar, el mismo que su padre le había dado cuando era niño.
Danne lo miró fijamente y, en ese momento, vio en Jake el reflejo de Jerry. La misma mirada decidida, el mismo corazón lleno de sueños imposibles. Con un suspiro pesado, aceptó lo inevitable. Hizo la señal de la cruz en su frente, y luego en la de ella misma, murmurando una oración entre dientes.
—Que Dios y la luna te guíen, mi niño —susurró, incapaz de contener las lágrimas que le nublaban la vista.
Jake asintió, agradecido, aunque él también llevaba un nudo en la garganta. No había vuelta atrás.
A su lado, su pequeña hermana Lia, de apenas ocho años, se aferraba al borde de su vestido. Sus grandes ojos oscuros, inocentes y temerosos, lo miraban sin comprender del todo lo que estaba por ocurrir. Pero ella sentía la tensión en el aire, el miedo en su madre y la determinación en su hermano.
Jake se agachó a su altura, forzando una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Cuida mucho a mamá, ¿sí? —le dijo, colocando una mano suave sobre su hombro.
Lia asintió con la cabeza, tragándose las lágrimas. No quería parecer débil. Si su hermano podía ser valiente, ella también lo sería.
—Prometo que volveré —añadió Jake con firmeza, aunque en el fondo sabía que no podía garantizarlo. La incertidumbre era un monstruo que se aferraba a su pecho, pero no lo demostraría.
Tomó su pequeña mochila de cuero, donde había guardado un puñado de alimentos, una linterna de aceite y el viejo cuchillo de su padre. Antes de salir, volvió a ver a su madre y su hermana. La imagen de ellas, abrazadas, grabó un recuerdo en su corazón, como si fuera un escudo que lo protegería en el camino.
¿Volvería a verlas?
Solo Dios y la luna lo sabían.
Con un último respiro, Jake salió al oscuro sendero que conducía al castillo, donde las sombras de la guerra aún acechaban y donde, quizás, encontraría la verdad sobre su padre. Mientras caminaba, el viento frío le azotaba el rostro y el silencio del bosque se hacía cada vez más profundo. El amuleto lunar brillaba tenuemente bajo la luz de la luna, como si intentara guiarlo en la oscuridad.
Cada paso que daba lo alejaba de su hogar, pero lo acercaba a la verdad.
El Castillo Oscuro lo esperaba.
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El tiempo parecía fluir de manera extraña. Lo que habían sido apenas minutos ahora se estiraba en dos largas y agotadoras horas. Jake avanzaba con pasos firmes pero inseguros sobre el Puente de Plata, esa estructura monumental que servía de conexión entre el mundo de los hombres y el Castillo Oscuro. A medida que se adentraba en aquel lugar olvidado, el aire se volvía denso, casi irrespirable.
La imagen que se desplegó ante sus ojos lo dejó sin palabras. Aún sin poder darle nombre, comprendió exactamente lo que había ocurrido allí: una guerra.
Cuerpos destrozados yacían entre los escombros; algunos todavía aferraban las armas que no habían podido salvarlos. Flechas quebradas, espadas melladas y manchas oscuras teñían la piedra del puente y las paredes del castillo. El hedor era insoportable: una mezcla de sangre seca, carne en descomposición y humo antiguo que parecía haberse impregnado en el lugar mismo. Jake sintió el estómago revolverse, pero se obligó a seguir avanzando.
—No es momento para debilitarse... —se dijo en un susurro, más para él que para nadie.
Caminó hacia las enormes puertas de madera que custodiaban la entrada del castillo. No encontró resistencia. Ningún guardia, ningún soldado, ningún obstáculo. Solo el silencio... un silencio que gritaba tragedias no contadas. Entrar sería fácil. Lo difícil sería soportar lo que encontraría dentro.
Sujetó con fuerza la correa de su mochila, como si el contacto físico pudiera calmar sus pensamientos que comenzaban a girar en espiral. ¿Dónde estaría su padre? Y, más importante aún, la pregunta que lo atormentaba desde hacía años: ¿seguiría con vida?
Con cada paso que daba dentro del castillo, una extraña sensación comenzó a apoderarse de él. No era miedo exactamente, ni siquiera ansiedad, sino algo más profundo, algo inexplicablemente familiar. Jake no entendía mucho sobre las especies que había estudiado, pero sabía que vampiros y lobos eran enemigos naturales. Dos fuerzas de la naturaleza que se aniquilaban mutuamente sin piedad. Por eso, la escena que observaba no tenía sentido: cadáveres de ambas especies estaban entremezclados, como si su odio los hubiera llevado a la muerte de una manera mutua y desesperada.
Siguió avanzando, paso a paso, adentrándose en el primer salón del castillo. La sala de los guardias y la arquería. Allí, el verdadero horror lo golpeó de frente.
Cuerpos. Cuerpos destrozados por garras, otros perforados por colmillos afilados o lanzas de plata. Había manchas de sangre por todas partes, un rojo oscuro que se volvía negro sobre las frías piedras. La visión le revolvió el estómago y, por instinto, cubrió su nariz y boca con la manga de su camisa. Respirar era difícil; el aire estaba impregnado de muerte.
—No puedo quedarme aquí... —pensó con urgencia.
Sus piernas comenzaron a moverse solas, guiándolo hacia una escalera de caracol que ascendía hacia el corazón del castillo. No tenía un plan, ni un mapa mental de aquel lugar. Estaba perdido. Y sin embargo, había algo que lo empujaba hacia adelante, como un hilo invisible que tiraba de su corazón y de sus piernas. Un camino desconocido para su mente, pero no para su instinto.
Cada escalón que subía parecía sumarlo a una especie de trance. La duda volvió a sus pensamientos.
—¿Realmente debería estar aquí? —se cuestionó, aunque ya conocía la respuesta.
Tener miedo no era útil ahora. No en un mundo donde el miedo había sido desplazado por cosas mucho peores.
Finalmente, jadeando por el esfuerzo, alcanzó un largo pasillo. Las paredes estaban cubiertas de estandartes oscuros, algunos rasgados, y candelabros torcidos que apenas iluminaban con llamas moribundas.
Fue entonces cuando lo sintió.
Un olor. No era simplemente el hedor de la muerte. Era algo más... dulce y ácido a la vez. Aquel aroma extraño, aunque desagradable para cualquier otro, le resultaba magnético. Le erizaba la piel. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, cada golpe retumbando en sus oídos.
Los nervios se apoderaron de él. Sus manos comenzaron a sudar y sus pies, tan seguros momentos atrás, le jugaron una mala pasada. Tropezó. El ruido de su caída resonó como un trueno en el pasillo vacío.
—¡Maldita sea! —murmuró, apretando los dientes.
Jake apenas tuvo tiempo de ponerse de pie y arrastrarse hacia la puerta de una habitación cercana. Se lanzó al interior y se ocultó detrás de unos muebles cubiertos con sábanas polvorientas. Su respiración era irregular. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera escaparse.
Voces.
—¿Sientes eso? —preguntó una voz ronca desde el pasillo.
—¿Qué cosa? —respondió otra, más grave y aburrida.
—El olor... —dijo el primero, arrastrando la palabra con evidente desagrado.
Jake se atrevió a asomar la mirada con cuidado. Allí, entre las sombras del pasillo, pudo ver a dos figuras. Sus ropas estaban sucias, rasgadas, y sus cuerpos cubiertos de heridas mal cicatrizadas. Pero lo que más llamó su atención fue cómo, al hablar, olían el aire. Como si fueran animales rastreando una presa.
—¿De qué hablas? —gruñó el segundo, aunque también comenzó a olfatear.
Jake sintió un escalofrío recorriéndole la columna. No podían ser humanos. No eran humanos.
Eran lobos.
Su mente comenzó a correr, buscando una salida o una solución.
—No me encontrarán. No pueden encontrarme. —se repetía, aunque el sudor frío en su frente decía lo contrario.
Desde su escondite, observó cómo uno de los lobos comenzó a girarse en dirección a la puerta de la habitación donde él estaba oculto.
—Por favor... vayanse... —rogó en silencio.
El primer lobo olisqueó el aire con mayor insistencia y dio un paso hacia adelante.
Jake contuvo la respiración.
Si lo encontraban, estaba muerto.
El miedo lo paralizó, se apoderó de sus músculos y lo hizo retroceder de forma torpe hasta que su espalda chocó contra una mesa. El contacto fue suficiente para que un florero polvoriento que yacía encima se tambaleara y cayera al suelo, estrellándose en mil pedazos con un estruendoso ruido que retumbó en toda la habitación.
Jake contuvo el aliento, pero no fue el sonido lo que lo heló hasta los huesos. Fue lo que vio detrás de él.
Un cuerpo sin vida yacía abandonado sobre una silla antigua: la reina Yan. O lo que quedaba de ella. Sus ropas elegantes estaban manchadas de sangre seca, y su cabeza pendía de lado, como si la muerte le hubiese arrebatado todo rastro de humanidad. Sus ojos vacíos parecían mirarlo, y aunque sabía que era imposible, sintió como si el cadáver lo acusara por estar allí.
Un escalofrío recorrió su columna y, en un intento por huir de la visión, tropezó nuevamente con una silla, provocando un ruido aún más fuerte.
—No, no, no... —pensó desesperado.
El sonido atrajo la atención completa de aquellos lobos que aún deambulaban fuera.
—Soy hombre muerto. —La frase retumbó en su mente como una sentencia inquebrantable.
A través del silencio perturbador, solo se escuchaban dos sonidos: su respiración pesada y temblorosa, y el eco sigiloso de los pasos que avanzaban hacia él. Cada pisada era como el martilleo de su inevitable final. Jake apretó las manos contra su boca, tratando de sofocar cualquier ruido involuntario.
Su corazón latía con tanta fuerza que temió que los lobos pudieran escucharlo.
Tomó la cadena lunar entre sus dedos, aquella reliquia que siempre había considerado su protección, y la sostuvo con fervor contra su pecho.
—Luna... protégeme. —susurró en su mente, aferrándose a la esperanza, aunque todo parecía perdido.
El crujido de la madera le advirtió: estaban manipulando la manija de la puerta. La fuerza de aquellos lobos era inhumana; si lograban entrar, sería su fin.
Con el pulso acelerado y el cuerpo tembloroso, Jake se lanzó hacia la puerta, retirando la llave con movimientos torpes y desesperados. Trató de girarla para bloquear la entrada, pero sus manos resbalaban por el sudor. No había tiempo para errores.
Demasiado tarde.
La manija giró por completo. Una fuerza descomunal empujó la puerta con un crujido espantoso. Jake retrocedió, consciente de que no había salida.
—Lo siento, madre... Lia... —cerró los ojos y en su mente vio los rostros de su familia. Esta vez no volvería a casa.
Pero entonces ocurrió algo inesperado.
Un aullido profundo y escalofriante resonó en algún lugar del castillo, vibrando por las paredes y el suelo como un rugido ancestral. Jake abrió los ojos con sorpresa.
Ambos lobos se detuvieron en seco. Sus cuerpos tensos giraron hacia la fuente del sonido, sus narices olfateando el aire con inquietud.
—¿Lo escuchaste? —gruñó uno de ellos.
—Nos están llamando. —El segundo retrocedió con urgencia, su voz cargada de temor.
La decisión fue casi instintiva. Los lobos se miraron por un breve instante antes de echarse a correr hacia las escaleras. El eco de sus pasos apresurados se perdió en la distancia, dejando atrás solo un silencio pesado y opresivo.
Jake se desplomó contra la puerta, con el pecho subiendo y bajando por la adrenalina. El sudor frío recorría su frente y sentía las piernas a punto de fallarle. Había sobrevivido. Apenas, pero lo había logrado.
—¿El castillo está maldito? —pensó, recordando cómo los lobos habían huido como si temieran algo mayor que ellos.
Tomó aire con dificultad y, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, se levantó lentamente. Debía seguir adelante. Si quería encontrar a su padre, no podía dejar que el miedo lo consumiera.
Su mano temblorosa se posó sobre la manija de la puerta. Jake sabía que no tenía más opción que abrirla. Pero justo antes de hacerlo, la puerta se abrió por sí sola.
Un sobresalto lo obligó a reaccionar por instinto. Se ocultó rápidamente detrás de un viejo mueble, su corazón golpeando como un tambor de guerra. Si aquellos lobos habían regresado, no sobreviviría esta vez.
Los segundos se volvieron eternos. Jake contuvo la respiración hasta que una voz familiar rompió el silencio.
—Jake...
Sus ojos se abrieron con incredulidad. Esa voz... era imposible.
Se asomó lentamente desde su escondite y el mundo pareció detenerse. Allí, de pie en el umbral de la puerta, estaba su padre. Vivo.
Aunque algo cansado y con cicatrices evidentes en su rostro y ropas desgarradas, seguía siendo él. El hombre al que creía perdido.
—¿Padre? —susurró Jake con un nudo en la garganta, el temor aún reflejado en su mirada.
El hombre lo miró con alivio y amor en los ojos. Un alivio tan profundo como si acabara de encontrar un tesoro perdido.
—Jake... —respondió su padre antes de dar un paso adelante y envolverlo en un abrazo fuerte, protector y lleno de calidez.
El mundo entero pareció desaparecer en ese momento. El miedo, la oscuridad, los lobos... nada importaba. Jake cerró los ojos y, por primera vez en años, se sintió a salvo.
—Te encontré, papá... —susurró, aferrándose a su padre con todas sus fuerzas.
—No estás solo, hijo. Ya no.
Por primera vez, el castillo maldito dejó de sentirse como una tumba y se convirtió en el escenario de un pequeño milagro: un padre y un hijo, juntos de nuevo.
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Continue...
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¿Qué les parece esta historia de otro personaje? Es Jake-ssi!!
Vamos con otro capítulo, me está encantando la historia del Señor Lobo 🐺
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