Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

1802, Medianoche.

Aquel momento tan mágico entre los primerizos padres fue quebrantado por el sonido de botas de acero que retumbaban por los pasillos del castillo. La paz se desvanecía como niebla bajo el sol.

El rey Hee Jun esperaba tener buenas noticias, aunque en el fondo de su pecho, una presión creciente le advirtió lo contrario. No estaba dispuesto a dejar a su esposa e hijo solos en ese preciso instante.

La puerta se abrió con fuerza, y los jefes de la caballería del norte irrumpieron con expresión urgente. Su armadura reflejaba la luz de las antorchas, y la tensión era palpable en cada uno de sus movimientos.

—Rey Hee Jun, lo necesitamos —habló el jefe de la caballería, su voz grave y seca—. Los lobos ya están aquí. Han llegado a los muros.

—¿Están atacando? —preguntó el rey, su mirada endureciéndose.

El guardián Kim, su mano derecha y fiel consejero, asintió con gravedad tras haber evaluado la situación.

—Han rodeado el castillo, mi señor. Algunos intentan entrar por las murallas, pero otros... parece que su objetivo principal somos nosotros, la familia real.

Yan, quien observaba todo desde su lecho con un nudo en el pecho, apretó la mano de su esposo con fuerza, logrando captar su atención. Su mirada temblaba entre el miedo y la incertidumbre.

—Cariño, ¿qué sucede? —preguntó con sigilo. Su voz apenas era un murmullo. En el fondo de su corazón, presentía que algo terrible se acercaba.

El rey Hee Jun se inclinó hacia ella y acarició su mejilla con suavidad, buscando transmitir calma donde él mismo no la encontraba.

—Son... asuntos con los lobos —dijo en tono bajo. No se atrevió a mirarla a los ojos por mucho tiempo, temeroso de que ella pudiera leer lo que no quería revelar—. No te preocupes por nada, cariño.

Dejó un beso en su frente, un gesto lleno de amor y también de despedida. Mentirle le dolía en lo más profundo, pero no podía permitir que Yan cargara con ese temor. Necesitaba protegerla, a ella y al pequeño que descansaba entre sus brazos.

—Debo irme —susurró, mirando al bebé con una mezcla de orgullo y tristeza—. Cuida de nuestro pequeño.

Con un nudo en la garganta y el corazón dividido, Hee Jun se levantó y abandonó la habitación. La puerta se cerró tras él con un sonido sordo, dejándolos envueltos en el silencio. A Yan, ese eco le parecía un presagio de algo oscuro.

Yan observó a su hijo, quien ahora fruncía el ceño de una manera sorprendente para un recién nacido. Era casi como si él también sintiera el peligro que se cernía sobre ellos.

—Estoy aquí, hijo —susurró con ternura, acercando su rostro al pequeño para besarlo en la frente—. Siempre estaré contigo.

Pero en su mente, el temor seguía creciendo como una sombra imparable.

•ೋ° °ೋ•

La luna, en su máximo esplendor, derramaba su luz plateada con una elegancia que parecía ajena al caos inminente. Era una noche hermosa para los mortales comunes, pero para los hombres de dos especies que se preparaban para la batalla, aquel brillo celestial solo era un mudo testigo de la guerra que se avecinaba.

Hee Jun descendió apresuradamente hasta el primer piso del castillo, donde el estruendo del metal al chocar y las voces de los soldados preparando sus armas retumbaban como un presagio. Todo estaba listo. Alguien le entregó con prisa su armadura: el casco, las botas, el escudo y cada pieza de protección forjada con la intención de soportar los embates de las garras y colmillos enemigos.

El peso de su deber era tan palpable como el acero que ahora vestía. Sus manos, aunque firmes, se demoraron un instante al ajustar el cinturón de batalla. En su interior, una lucha aún mayor lo atormentaba. Él no era un rey ordinario. Tenía en sus venas la sangre de Drácula, su abuelo, y con ella, la fuerza oscura y primigenia que su linaje había heredado. Una habilidad tan poderosa como aterradora, y que nadie conocía, salvo el guardián Kim, su leal amigo y hermano de corazón.

"¿Será este el momento?", pensó, sintiendo el latido pesado de su corazón en el pecho. Esa fuerza latía dentro de él, exigiendo ser liberada. Pero Hee Jun sabía que un error, un solo paso en falso, podría desatar un caos que no solo arrasaría a sus enemigos, sino también a su gente y su reino.

—¡Los lobos!

El grito desgarrador de un soldado irrumpió en sus pensamientos, agitando la calma contenida como una roca que rompe la superficie de un lago. Hee Jun cerró el puño, sintiendo la urgencia clavarse en su mente como un hierro al rojo vivo. Sin dudarlo más, avanzó con determinación hacia su caballo, su silueta imponente inspirando coraje en cada hombre que lo rodeaba.

—Majestad.

Una voz serena lo detuvo a mitad de camino. Un monje del reino apareció entre el tumulto, caminando con la calma de quien comprende el peso del momento. Llevaba en sus manos un manto antiguo, tejido con símbolos tan antiguos como el mismo linaje Lee. Lo alzó hacia el rey con una reverencia solemne.

—Una reliquia de sus ancestros, mi señor —susurró el monje con voz firme, aunque temblorosa—. Lo lleva en la sangre. Úselo bien.

El rey Hee Jun tomó el manto con cuidado, casi con veneración, sintiendo un extraño cosquilleo recorrer sus manos al contacto con la tela ancestral. No necesitaba preguntar de dónde venía ni qué significaba; en su interior, lo sabía. Era más que una prenda: era un símbolo, un arma, una promesa de lo que él era capaz de ser.

El monje se arrodilló ante él, y, como un acto de contagio, todos los presentes hicieron lo mismo. Las voces callaron y solo el sonido del viento filtrándose por las grietas del castillo quedó como telón de fondo.

—Rey Lee Hee Jun. —El monje lo llamó por su título con reverencia, como si aquellas palabras encerraran un poder ancestral.

Hee Jun inhaló profundamente, llenando sus pulmones del aire frío de la noche. Con un movimiento brusco, envolvió su hombro con el manto y alzó la voz como el rugido de un león.

—¡Hoy ganaremos esta batalla! —gritó, con una fuerza tan visceral que estremeció a sus hombres—. ¡A LUCHAR!

El rugido del ejército no se hizo esperar. Los soldados alzaron sus espadas hacia el cielo, gritando con un fervor que sacudió los muros del castillo. El aire vibró con su determinación. Era el grito de un ejército que no conocía el miedo, un ejército dispuesto a morir si era necesario.

Con un estruendo ensordecedor, las enormes puertas del castillo se abrieron. La madera rechinó y el mundo más allá se desplegó ante ellos: un mar de sombras donde aguardaban sus enemigos. Era la frontera entre su mundo y el de los fugitivos, como solían llamar a las demás especies.

El rey Hee Jun subió a su caballo con elegancia y firmeza, sus ojos clavados en la lejanía, donde sabía que aguardaban los lobos del Este. Antes de espolear a su montura, alzó la vista hacia lo alto del castillo. Allí, en una habitación iluminada tenuemente por el fuego, estaba su mundo entero: Yan, su esposa, y su pequeño hijo. El peso de la responsabilidad lo aplastó por un segundo, pero no podía vacilar.

—Volveré. —Su voz fue apenas un susurro, una promesa rota por el viento nocturno.

Hee Jun espoleó a su caballo y se unió a sus hombres, desapareciendo entre la marea de guerreros y polvo. La batalla había comenzado.

•ೋ° °ೋ•

—Mi señor, ellos ya vienen. —dijo el comandante con voz firme al líder Park, su rostro apenas iluminado por la tenue luz de las antorchas.

—Prepárense.

Fue lo único que salió de los labios del líder, su tono calmado y severo, como si cada palabra cargara un peso inquebrantable.

En un rincón de la carpa, Jay, el joven hijo del líder Park, permanecía en silencio, con la mirada clavada en la espada que descansaba en sus manos. Una reliquia de su linaje, la misma arma empuñada por su abuelo y luego por su padre, ahora le pertenecía. La hoja, brillante y perfecta, reflejaba las llamas del campamento, pero en los ojos de Jay solo reflejaba una cosa: venganza.

El recuerdo lo golpeaba con la fuerza de una tormenta. Veía aquella escena una y otra vez, como una maldición grabada a fuego en su mente. Su madre, indefensa, arrodillada en el suelo, con los colmillos de una de esas criaturas perforando la frágil piel de su cuello. La imagen de la sangre brotando, el horror en sus ojos mientras su vida se extinguía frente a él... y su impotencia. Aquella impotencia lo consumía ahora como una hoguera en su pecho, un calor hirviente que recorría su cuerpo, señal de que la transformación estaba cerca. Sus dedos temblaban, y sus uñas ya comenzaban a alargarse.

—Hijo, contrólate. —la voz de su padre resonó en la carpa, grave y dominante. Park se acercó lentamente, apoyando una mano firme en el hombro de su hijo—. Nuestra venganza está cerca.

Jay respiró hondo, obligando a su cuerpo a calmarse. La sed de sangre y el odio estaban ahí, latentes, pero debía controlarlos. Aún no era el momento.

—Los mataré. —murmuró con los dientes apretados, su mirada fija en la silueta distante del castillo enemigo, aquella fortaleza donde se encontraba la detestable familia Lee. La "putrefacta familia Lee", como solía llamarlos.

Su padre asintió con orgullo y tomó su mano, apretándola con firmeza. En aquel gesto silencioso, ambos compartieron el mismo fuego, la misma sed de justicia teñida de odio.

—Juntos, hijo. Esto termina hoy.

Antes de que pudieran decir más, unos pasos apresurados se escucharon afuera. Los soldados entraron a la carpa con expresión severa, inclinando levemente la cabeza ante su líder.

—Informes. —dijo el jefe Park, su voz cortante como una espada desenvainada.

—El rey Hee Jun viene por el bosque de Plata, como lo planeamos, jefe.

Una sonrisa cruel se dibujó en el rostro de Jay, la satisfacción de saber que todo estaba saliendo exactamente como lo habían ideado. Los pasos de su enemigo lo conducían directo a la trampa.

—Dentro de quince minutos caerán en ella. —anunció el líder Park con una calma que solo los guerreros más letales poseen—. Será nuestra oportunidad de atacar y terminar, de una vez por todas, con esa despreciable especie.

—Prepárense. —añadió con una voz que no admitía dudas—. Nos iremos dentro de poco.

Los soldados asintieron y abandonaron la carpa, dispersándose con precisión para ocupar sus posiciones. La calma que quedaba después de su partida solo acentuaba la tensión en el aire.

El jefe Park se giró hacia su hijo, sus ojos oscuros y penetrantes como pozos sin fondo.

—Hijo, esto termina hoy. No quiero a ninguno de ellos con vida. ¿Entendiste?

—Sí, padre. —respondió Jay, su voz apenas audible mientras contemplaba la luna llena que colgaba sobre el horizonte como un augurio de sangre.

—¡¿Entendiste?! —rugió el líder Park con fuerza, su tono implacable como un golpe seco en el pecho.

—¡Sí, señor! —respondió Jay, enderezándose y alzando la cabeza. Su voz era ahora un eco del hombre que su padre había criado.

—¡Vámonos!

Jay se levantó, tomando con decisión la espada de Runnem, aquella hoja forjada con un metal ancestral que había cortado más almas de las que él podía contar. La aseguró en su cinturón con un movimiento firme y preciso. Sabía que podía transformarse en el lobo marrón, su verdadera arma de guerra, pero no quería privarse del placer de empuñar esa espada con sus propias manos. Era personal. Imaginaba ya el momento en que la punta de la hoja atravesaría el corazón del rey Hee Jun, arrebatándole la vida, del mismo modo en que ellos le arrebataron a su madre. Solo entonces, la venganza sería completa.

—Hoy morirán. —murmuró con voz grave, el tono profundo de un hombre consumido por el odio. Una risa seca y macabra salió de su garganta, creciendo en intensidad hasta llenar la carpa con una promesa oscura de muerte.

La noche estaba lista para teñirse de rojo.

•ೋ° °ೋ•

Por otro lado, la caballería del rey Hee Jun y sus soldados avanzaban con paso firme por los territorios externos del reino, una línea de sombras alargadas bajo la fría luz de la luna. Su misión era clara: eliminar cualquier amenaza que pudiera acecharlos en su camino.

Con suma precaución, revisaban cada rincón del terreno: caminos sinuosos, senderos ocultos, valles profundos. No podían permitirse sorpresas, no aquella noche. Cada guerrero sabía que un solo error, un simple paso en falso, significaría la muerte.

El bosque de Plata se extendía frente a ellos, un atajo estratégico que les permitiría ganar terreno sobre los fugitivos y emboscarlos en su propio refugio. A primera vista, parecía una decisión astuta, pero lo que aguardaba en el corazón de aquel bosque era algo que ni el rey ni sus soldados podían prever.

Hee Jun, montado sobre su caballo negro, miraba atentamente a su alrededor. Había algo en aquella travesía que lo inquietaba. La calma era demasiado densa, el silencio más profundo de lo habitual. Cada pisada de los caballos resonaba como un eco en su mente. Tenía esa sensación, ese peso en el estómago que lo advertía: no debían continuar. Pero retroceder no era una opción. Él no era un cobarde y no permitiría que sus hombres lo vieran dudar.

—Seguimos adelante. —ordenó en voz baja, con la mirada clavada en el horizonte.

Sus hombres lo siguieron en silencio, con la tensión cargada en sus cuerpos. La atmósfera era pesada, y pronto, un olor peculiar comenzó a impregnar el aire. Olor a perro mojado. Lobos.

—Estamos cerca. —murmuró Hee Jun, apretando las riendas de su caballo.

Frente a ellos, la entrada al bosque de Plata se dibujaba con claridad. Pero había algo extraño en ella. La conocía bien, cada roca y cada árbol eran familiares para él, pero esta vez... algo no encajaba. Era como si los propios árboles hubieran cambiado de forma, como si las sombras hubieran crecido y alargado, observándolos.

Hee Jun entrecerró los ojos, atento. Fue entonces cuando las vio. Sombras furtivas que se movían entre las ramas de los árboles. Una, dos, tres... varias.

—Kim. —llamó en un susurro, sin apartar la mirada de los árboles.

—Los veo, señor. —respondió su guardián y mano derecha, con voz tensa.

—Necesito que tú y algunos hombres vuelvan al castillo.

—Pero señor—

—Nada de peros. —lo interrumpió, girando ligeramente su rostro hacia él—. ¿Confías en mí?

Kim lo miró, su lealtad reflejada en sus ojos oscuros.

—Lo hago, señor.

—Entonces ve. A la cuenta de tres, saldrán de aquí rápidamente.

Kim asintió, aunque no pudo ocultar la preocupación en su rostro. Hee Jun inspiró profundo y volvió a observar los árboles. Sus enemigos ya no podían ocultarse. Los había visto. Y ahora ellos también debían saberlo: no serían fáciles de derrotar.

—¡AHORA!

Su grito resonó como un trueno, rompiendo el silencio. En un instante, Kim y un grupo de soldados giraron sus caballos y salieron disparados hacia el camino de regreso. Al mismo tiempo, Hee Jun y cuatro vampiros descendieron de sus monturas, adoptando posiciones de combate con movimientos veloces y precisos. Sus miradas ardían con decisión: lucharían con todo lo que tenían.

Hee Jun siguió con la vista a su amigo mientras se alejaba, asegurándose de que cumpliera su orden. Necesitaba saber que alguien regresaría con vida, alguien que contaría la historia de aquella batalla.

—Vamos. —ordenó con un tono frío, preparado para el enfrentamiento.

Pero apenas giró sobre sus talones, un dolor punzante le atravesó el pecho. Todo su cuerpo se quedó inmóvil cuando vio la flecha clavada justo en el centro de su armadura. Por un momento, el tiempo pareció detenerse.

—¿Qué... ? —logró murmurar, su voz quebrada por el impacto.

Una figura emergió de entre las sombras. Un hombre de porte imponente, con el rostro endurecido por la batalla y la mirada cargada de odio. La luz de la luna iluminó su figura, revelando al líder enemigo: Park Jong Hi.

—Hasta que por fin nos vemos, Hee Jun. —dijo Park con voz grave y burlona, un destello de satisfacción en sus ojos.

Hee Jun levantó la mirada, su rabia tan intensa como el dolor que lo atravesaba.

—Park Jong Hi. —respondió con voz entrecortada, pero firme, escupiendo el nombre como si fuera veneno.

Los dos líderes se miraron, la distancia entre ellos cargada de historia, de muerte y promesas rotas.

El bosque de Plata, testigo silencioso, ya había decidido. La batalla solo acababa de comenzar.

° °

Continue...

¿Qué te pareció este capítulo? La situación se pone más difícil para Hee Jun y tengo miedo de mi misma por lo que escribo aaaaa.

Nos vemos en el próximo capítulo.


.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro