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Capítulo 7

(Reproducir música para una mejor lectura.)

REY LEE HEEJUN.

El dolor era insoportable. Podía sentir cómo aquella flecha envenenada se clavaba más hondo con cada movimiento, como si el veneno mismo buscara esparcirse con rapidez por mi cuerpo. La piel alrededor de la herida comenzaba a oscurecerse, un tono púrpura que indicaba la cercanía de la muerte.

—¡Vuelvan al reino! —grité con la poca voz que me quedaba, obligando a Kim y a mis guardias a retirarse. No podían quedarse aquí. No si JongHi seguía al acecho con su ejército de traidores y lobos.

Ver cómo JongHi me observaba desde lejos con aquella sonrisa macabra, disfrutando mi sufrimiento, despertaba en mí una furia indescriptible. Quería lanzarme sobre él y acabar con esa arrogancia que lo caracterizaba, pero el veneno me estaba dejando sin opciones. Sentía cómo cada parte viva de mí era consumida lentamente, como si mi propia sangre me estuviera traicionando.

Mi familia.

Ese pensamiento era lo único que me mantenía consciente. La imagen de mi esposa y mi hijo, indefensos, abandonados sin mí, era peor que el mismo veneno. No podía permitir que JongHi ganara. No podía dejarlos solos.

Lentamente, el ejército del enemigo comenzó a retirarse al escuchar los aullidos de los lobos a lo lejos. Algo los llamaba con urgencia. JongHi se fue también, pero no sin antes darme una última mirada de desprecio, como si ya estuviera firmando mi sentencia de muerte.

Respiraba con dificultad, cada bocanada de aire era como tragar fuego. Miré la flecha, con su punta ennegrecida y la sangre infectada manchando mi túnica. El veneno no sólo me estaba matando; estaba pudriendo mi cuerpo desde adentro.

Con el último resto de fuerza que pude reunir, me arrastré. Como un animal herido, me impulsé hacia adelante, buscando cualquier apoyo que me permitiera levantarme. Logré acercarme a un árbol cercano, sus raíces retorcidas parecían burlarse de mí, pero me aferré a ellas.

—Vamos... —murmuré entre dientes, luchando por mantenerme de pie.

Mis brazos temblaban, mis piernas no respondían, y aun así logré levantarme. Un paso... dos... tres...

Caí.

El golpe contra el suelo me dejó sin aire, y una lágrima solitaria escapó de mis ojos. Era un fracaso. Como rey, había fallado en proteger mi reino. Como padre y esposo, había dejado a mi familia en peligro. Y como amigo, no pude cumplir mis promesas.

Me quedé inmóvil, sintiendo el frío de la muerte aproximarse. Mis parpadeos se hicieron lentos, mi visión comenzó a nublarse. Quizás ya no había esperanza. Quizás era el fin.

Fue entonces cuando una sombra apareció en mi campo de visión. Difusa, distante... acercándose lentamente.

—¿Quién...? —quise preguntar, pero mi voz fue apenas un susurro.

No sabía si aquel ser era mi salvador o si venía a darme el golpe final. Pero en ese instante, poco importaba. Con la conciencia desvaneciéndose y el dolor alcanzando su punto máximo, me entregué al destino.

Lo último que vi fue aquella figura acercándose.
Tal vez la muerte me había encontrado, o quizás... alguien aún no había renunciado a salvarme.


•ೋ° °ೋ•

Desperté.

La luz tenue que se filtraba por las grietas de aquel lugar me cegó por un momento. Sentí un peso extraño en mi pecho y, al intentar moverme, un ardor punzante me atravesó el cuerpo, como si el veneno aún estuviera allí, recordándome lo cerca que estuve de la muerte.

Llevé la mano a mi abdomen, buscando la flecha que me había atravesado... pero no había nada. Solo un vendaje improvisado y manchas de sangre fresca. Mi cuerpo estaba vivo, aunque no intacto. Era una confusión entre la vida y la muerte.

—¿Cómo es posible...? —murmuré entre dientes.

Me incorporé con demasiada prisa, y un fuerte mareo me obligó a sentarme de nuevo. El dolor volvió con furia, desgarrándome desde dentro. La herida que creí cerrada comenzó a sangrar, manchando el vendaje y parte de la tela que me cubría.

—¡Ya despertaste! —una voz femenina interrumpió mis pensamientos.

Una mujer entró apresuradamente, con expresión preocupada al verme cubierto en sangre. Su presencia era inesperada, y su manera de moverse, segura y rápida, indicaba que no era una campesina común. Tomó unos trapos limpios, los empapó con un líquido de olor fuerte y extraño, y se dirigió a mí con determinación.

—Acuéstate. —dijo con firmeza.

Su tono no dejaba espacio para rechazos. Obedecí sin discutir, dejando caer mi espalda con torpeza sobre aquella improvisada cama.

—Esto dolerá.

No mentía. Sentí cómo aquel líquido ardía como fuego sobre mi herida abierta, quemándome hasta el punto de hacerme retorcer. Apreté los dientes para no gritar, pero cada fibra de mi cuerpo temblaba de dolor. Finalmente, colocó los trapos empapados sobre la herida, y una calma extraña comenzó a invadirme, como si el ardor se transformara en alivio.

—No fue tan difícil, Hee Jun. —dijo ella de repente, con una confianza que me dejó en shock.

¿Hee Jun? El sonido de mi nombre en sus labios me desconcertó. Giré mi rostro para observarla mejor.

—¿Quién eres? —pregunté, aún confundido.

—¿Acaso no me recuerdas?

Fruncí el ceño. Había algo en su voz, en sus facciones, que me resultaba familiar, pero no podía unir las piezas.

—¿Debería?

Ella soltó un suspiro cansado, como si estuviera acostumbrada a mi olvido.

—Está bien, tú ganas. Soy Yuri.

Yuri. El nombre cayó sobre mí como un trueno. La reconocí en ese instante, aunque el tiempo había pasado como una niebla entre nosotros. Ella seguía siendo la misma Yuri a la que una vez había amado, muchos años atrás, antes de que mi vida tomara el rumbo del poder, el reino y mi familia.

—¿Eres... tú?

—Sí, esa misma.

La seguridad en su voz me dejó sin palabras. A pesar del tiempo, Yuri seguía siendo igual: fuerte, decidida y directa. Miré su rostro y no pude evitar notar que el tiempo había sido generoso con ella. Pero no debía detenerme en esos pensamientos. Yo tenía una esposa, una familia, y debía respetarlos.

—Ha pasado tiempo. —decidí ser cortés.

—Mucho tiempo. —respondió con una sonrisa ligera, sentándose en una silla cercana.

El silencio se instaló entre nosotros, incómodo y pesado. No quería mostrar interés, ni tampoco parecer frío. Todo lo que me importaba ahora era salir de ese lugar y regresar con mi familia. Yuri pareció entender lo que pensaba, porque se levantó y se fue sin decir más.

Respiré hondo, aliviado por la soledad que quedaba. Pero minutos después, ella volvió con una taza pequeña.

—Bebe esto.

La miré con desconfianza, pero el líquido rojizo que ofrecía no era sangre. Lo bebí en silencio, sintiendo cómo una tibia energía recorría mi cuerpo, aliviando un poco el cansancio y la debilidad.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, observándome con atención.

—Mucho mejor.

Era sincero. Aunque mi herida seguía abierta, aquel brebaje había fortalecido mi cuerpo lo suficiente para mantenerme alerta. Pero yo sabía que mi naturaleza requería algo más: sangre. Una buena cantidad de ella para que mi cuerpo sanara por completo.

—¿Cómo me encontraste? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

Yuri se acomodó en su asiento, como preparándose para contar una historia.

—Estaba huyendo. —comenzó—. De pronto te vi tirado en el suelo. Al principio pensé que eras cualquier otro vampiro, pero entonces vi tu lunar.

Llevé instintivamente la mano a mi cuello, donde aquel lunar en forma de media luna siempre había estado, un rasgo inconfundible de mi linaje.

—Me asusté al verte así. Pensé que estabas muerto, pero estabas apenas vivo. Habías sido envenenado, Hee Jun. Si no te hubiera encontrado, no estarías aquí ahora.

—Gracias. —interrumpí, aunque la palabra me supo amarga en la boca.

Yuri continuó, ignorando mi incomodidad.

—No podía dejarte ahí. Te llevé a este lugar porque sabía que ellos no descansarían hasta asegurarse de que estabas muerto.

Sus palabras cayeron como un peso sobre mi pecho. Los recuerdos de la batalla, la flecha, el rostro burlón de JongHi, todo volvió a mí con fuerza.

—La guerra entre vampiros y lobos ha destruido todo. El reino entero está abandonado. Los pobladores huyeron, temerosos de quedar atrapados entre ambos bandos. Todo se salió de control en estos dos días, Hee Jun.

Su voz cargaba una mezcla de enojo y tristeza. No podía culparla. Esto era nuestra culpa. Nuestra guerra, nuestras decisiones habían condenado a inocentes.

—Luego de que la guerra terminara, Jay, quien ahora lidera al clan de los lobos, ordenó matar a todos los niños y bebés del territorio. Algunos lograron escapar, pero muchos no corrieron con la misma suerte... —la voz de Yuri era un susurro, como si decirlo en voz alta pudiera convertirlo en una realidad aún más atroz.

Mis pulmones dejaron de funcionar por un instante, como si el aire mismo se negara a entrar. Mis labios apenas lograron pronunciar una palabra, rota, frágil:
—Heeseung...

El nombre de mi hijo quedó suspendido en el aire, como una plegaria rechazada. El horror comenzó a extenderse por mi cuerpo, consumiendo cada rincón de mi mente. Mi hijo estaba en peligro... Yan... Mi familia.

—¿Heeseung? —la voz de Yuri cortó el silencio, temerosa—. ¿Quién es él?

—Es mi hijo, Yuri. —respondí, aunque cada palabra era como un golpe directo al corazón—. Tengo que ir por él y por Yan.

Pude ver cómo el color desaparecía lentamente del rostro de Yuri. Sus manos temblaron, y por un momento, evitó mirarme directamente. Algo no estaba bien. Lo sabía.

—¿Él estaba en el castillo? —preguntó, su voz apenas un murmullo.

—Sí...

El tiempo pareció detenerse en ese instante. El silencio entre ambos se tornó pesado, como un manto sofocante que me envolvía. Observé su rostro, buscando respuestas que no quería oír, pero las encontré en sus ojos: tristeza, miedo, culpa.

—Yuri, dime lo que sucedió. —Mi voz sonó firme, pero temblaba en el fondo. El miedo comenzaba a transformarse en pánico.

—Yo... —ella miró hacia sus manos, jugando nerviosamente con un pliegue de su vestido. Sus palabras no salían, y eso me desgarraba más—. Escuché... que el príncipe Heeseung y la reina Yan fueron asesinados... el mismo día que te encontré.

Todo fue rápido. Demasiado rápido. Mi mente no procesó lo que acababa de oír. No podía. No quería. Me puse de pie de un salto, ignorando el dolor en mi abdomen, ignorando la sangre que seguramente se escapaba de mi herida.

—¡No! Eso es mentira. ¡Es mentira! —grité con furia, como si el volumen de mi voz pudiera borrar aquellas palabras de la realidad.

—Hee Jun, por favor, tranquilízate—

—¿¡Cómo me pides que me tranquilice después de lo que acabas de decir!? —El grito que salió de mi garganta era una mezcla de dolor y desesperación. Sentía cómo el suelo bajo mis pies desaparecía. Todo lo que amaba... todo lo que era importante... estaba siendo arrancado de mí.

—No hay nada que podamos hacer ahora... —Yuri intentó acercarse, pero di un paso atrás.

—¡Cállate! ¡Cállate! —grité, y mis piernas finalmente cedieron. Caí de rodillas al suelo, mi respiración entrecortada y violenta. No podía respirar. No quería respirar.

Todo lo que veía era el rostro de Yan, su sonrisa dulce, su mirada cálida que siempre lograba calmarme. Veía a Heeseung, mi pequeño, el niño que con su primer llanto había llenado mi mundo de luz. Recordé cómo lo cargué por primera vez, frágil y perfecto en mis brazos. Mi hijo. Mi bebé. Mi segundo gran amor.

—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! —Mis gritos retumbaban en la habitación. Me cubrí el rostro con las manos, pero no podía esconderme del dolor que me atravesaba el pecho como mil dagas. Era un fuego que no se extinguía, que solo ardía más con cada segundo.

—Hee Jun... Lo siento... Lo siento mucho. —escuché la voz de Yuri, temblorosa, distante.

Las lágrimas caían sin control, empapando mis manos y el suelo. Todo lo que éramos, todo lo que soñé, se había reducido a nada. No vería a Heeseung dar sus primeros pasos, no lo escucharía llamarme "padre". Nunca volvería a besar a Yan ni a perderme en su abrazo. Todo lo que amaba había sido arrancado de mis manos.

—Es mi culpa... —susurré con la voz rota—. Yo debí protegerlos. Yo debí estar allí. Soy un mal padre, un mal esposo... ¡Yo debería estar muerto, no ellos!

Sentí los brazos de Yuri rodeándome, intentando sostenerme, pero yo ya no estaba allí. Me desplomé contra ella, mi cuerpo temblando con cada sollozo, y dejé que el dolor me devorara por completo. El tiempo dejó de importar. Solo quedaba un vacío oscuro y frío.

Cuando finalmente me ayudó a recostarme, quedé mirando el techo, sin ver realmente nada. Le pedí que me dejara solo, y aunque dudó, respetó mi petición.

La soledad fue peor. En el silencio, los recuerdos de Yan y Heeseung se volvieron fantasmas que danzaban a mi alrededor. La culpa me susurraba que era mi castigo por no haber estado allí para salvarlos.

"Si ellos están en otro lugar, debo ir con ellos."

Me levanté, mi cuerpo apenas obedeciendo, y busqué con desesperación algo afilado. Encontré una piedra pequeña, de borde cortante. La sostuve entre mis dedos y la observé en la penumbra.

—Pronto... —murmuré, mi voz apagada.

Mis manos temblaban, pero esta vez no era por miedo. Era la certeza de que esto debía terminar. Ellos me esperaban, y yo no los haría esperar más. Me preparé, listo para el corte, listo para dejar este mundo atrás.

Porque sin ellos, no había razón para seguir viviendo.

Coloqué la piedra en mi cuello y comencé a acercarla más y más. Sentía cómo la punta afilada rozaba mi piel, generando un dolor sutil pero real. No me importaba. Comparado con el infierno que significaba un mundo sin Yan y sin Heeseung, aquello era apenas una caricia. Un simple trámite para reunirme con mi familia.

—Ahora estaremos juntos... —murmuré entre lágrimas, mi voz quebrándose como cristal.

Un ligero corte se dibujó en mi cuello. Un hilo tibio de sangre comenzó a descender lentamente, como un río rojo que serpenteaba hasta empapar mi pecho y caer al suelo en pequeñas gotas. Mi cuerpo se estremeció, pero no me detuve.

—Volveré a verte, Yan...

En ese instante, recordé la primera vez que la vi. El tiempo parecía haberse detenido cuando sus ojos encontraron los míos. Su dulce sonrisa iluminó la oscuridad en la que había estado sumergido durante tanto tiempo. La forma en que pronunció mi nombre aquella vez... esa voz, tan suave y melodiosa, fue la única capaz de ablandar el corazón de piedra que había llevado por años.

Cerré los ojos con fuerza y la imaginé como si estuviera frente a mí. La noche en que nos unimos en cuerpo y alma, el momento en que nuestro amor se convirtió en algo tangible y eterno, generando un lazo que ningún destino podría destruir. Pero más allá de eso, el día en que supe que tendríamos un hijo. El anuncio que cambió todo, que me hizo soñar con un futuro lleno de luz.

—Nos volveremos a encontrar, Heeseung... mi pequeño.

El rostro de mi hijo apareció en mi mente como una visión sagrada. El día que lo cargué por primera vez, mis manos temblaban por miedo a romper algo tan frágil y perfecto. Su calor, el latido de su diminuto corazón contra mi pecho, fue el sonido más bello que jamás había escuchado. Era mi viva imagen reflejada en sus rasgos, pero yo sabía que él sería mucho más grande de lo que yo nunca podría ser.

—Tú eras el futuro, mi niño... El rey que uniría los clanes.

Mis latidos comenzaron a disminuir. La piedra hacía su trabajo con lentitud implacable. La brisa fría de la habitación era apenas perceptible, como si el mundo mismo estuviera apagándose a mi alrededor. Dejé que mi cuerpo cayera al suelo con brusquedad, pero no hice esfuerzo por levantarme. No quería. Mi mente fue invadida por un último pensamiento: una imagen del futuro.

Vi a Yan, tan hermosa como siempre, a mi lado. A nuestro hijo, ya un hombre hecho y derecho, de unos 118 años de edad, de pie en el centro de una gran sala llena de luz. Llevaba una corona imponente y en su rostro había una calma majestuosa. Era el día en que asumía su lugar como rey, como heredero de su linaje. Nuestro legado.

Sonreí débilmente. Nos veríamos pronto. Esta era la decisión correcta. Lo último que escuché era la voz de Yuri gritando mi nombre, pero sabía que ella entendería, que fue la mejor decisión.

No podía hacer esto.

Estaba por incrustar la piedra en mi cuello... Pero entonces lo escuché.

Un sonido débil, apenas perceptible, pero que hizo que mi corazón latiera de nuevo con violencia. Era... un llanto. Un llanto de bebé.

—No... no puede ser. —musité, con los ojos bien abiertos. El sonido se repitió, resonando como un eco dentro de mí.

¡Era mi hijo! No cabía duda. Podía sentirlo en mi alma. Estaba vivo. Heeseung estaba vivo.

Con manos temblorosas, arrojé la piedra lejos de mí. La desesperación me hizo levantarme a pesar del dolor en mi cuerpo. Estaba herido, roto, pero ahora tenía una razón para vivir.

—¡Heeseung! —dije con voz temblorosa, una mezcla de esperanza y convicción.

—Hee Jun, ¿qué sucede? Escuché un ruido. —Yuri apareció en la puerta, su rostro lleno de confusión.

—¡Mi hijo está vivo, Yuri! Lo sentí. Lo escuché. —Una sonrisa comenzó a extenderse en mi rostro por primera vez en días.

—Hee Jun, creo que debes—

—¡No! Sé que está vivo. Tengo que ir por él.

No esperé más. Busqué entre las prendas que había en la cabaña y me vestí lo mejor que pude. Necesitaba protegerme. Amarré mi cabello con una tela y me puse unas botas firmes, ignorando el dolor que se clavaba en cada músculo de mi cuerpo. Yuri me observaba en silencio, pero no dijo nada.

—Volveré con mi hijo. Si él está vivo, sé que Yan también lo está.

La abracé rápidamente. Sabía que no tenía tiempo que perder, pero necesitaba agradecerle.

—Nos vemos aquí en una hora. —Le prometí, y me dirigí hacia la puerta.

—Espera, Hee Jun.

—No puedo esperar, Yuri. Mi hijo—

—¡Espera! —insistió, sacando un pequeño palo con un aro extraño. Me indicó con un gesto y murmuró palabras que no comprendía.

—¿Qué hiciste?

—Un hechizo de protección.

Quise preguntar más, pero no había tiempo. Le dediqué una última mirada agradecida.

—Gracias, Yuri. Por todo.

Salí de la cabaña con decisión. El aire fresco me golpeó el rostro, pero me sentía más vivo que nunca. Avancé rápidamente hacia el bosque de Plata, ocultándome entre los árboles. Cada paso era una batalla contra el dolor, pero mi determinación era más fuerte.

El miedo creció cuando vi un par de lobos cerca. Subí a un árbol con gran dificultad, ocultándome hasta que, después de olfatear el aire, continuaron su camino. Bajé, jadeando, y seguí avanzando hasta que, finalmente, el bosque de Plata se extendió frente a mí. Solo quedaba cruzar el puente.

Vi a un hombre con un niño caminar en dirección contraria. Me cubrí lo mejor posible al pasar cerca de ellos. El olor a perro me hizo dudar, pero algo más me detuvo. Un tercer olor. Familiar.

—No puede ser... —susurré, pero ignoré la sensación. No podía detenerme ahora.

Miré hacia el horizonte. El castillo aún estaba lejos, pero mis pasos no se detendrían.

—Te encontraré, hijo. Espérame.

° °

Continue...

Este capítulo fue muy sensible para mí:'(

Espero que les guste, y pido perdón si juego con sus emociones.

Vimos lo que sucedió con Hee Jun, sabe que su hijo aún sigue con vida, pero ¿logrará encontrarlo? ¿Cómo reaccionará ante la muerte de su esposa?

Esperen con ansias el próximo capítulo, que será peor que este muajajaja. Sorry.

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