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Capítulo 6

La felicidad que sintió Jake en ese instante era infinita. Podía tocar a su padre, podía sentirlo. ¡Era él! No era un sueño ni un engaño. Aquel hombre, a pesar de su aspecto descuidado, con la barba larga y el rostro marcado por los años y el sufrimiento, seguía siendo su padre.

—¿Cómo es posible...? —preguntó Jake, con una voz entrecortada por la emoción y la incredulidad. Sus ojos no podían apartarse de la figura frente a él.

El señor Shim lo miró con culpa y alivio a la vez, una mezcla de emociones que solo un padre que ha regresado de la oscuridad podría sentir.

—Lo siento tanto, hijo —murmuró el hombre con voz quebrada.

Pero Jake negó rápidamente, sus lágrimas amenazando con aparecer.

—No tienes que sentirlo, padre. No fue tu culpa... —Antes de que pudiera continuar, se lanzó hacia él, abrazándolo con todas sus fuerzas, como si temiera que pudiera desvanecerse de nuevo.

El abrazo fue cálido y real. Por un momento, las paredes frías y sangrientas del castillo desaparecieron. El mundo dejó de ser hostil. Solo eran un padre y un hijo, reunidos después de tres largos años.

Sin embargo, aquella paz fue breve. Un aullido profundo, proveniente de la gran torre, quebró el momento como un cristal hecho añicos.

—Tenemos que salir de aquí —aseguró el señor Shim, su voz firme pero apremiante.

Jake asintió sin pensarlo.

En cuestión de segundos, ambos comenzaron a correr. Los ecos de sus pasos resonaban en las paredes mientras descendían las interminables escaleras del castillo. Jake aún no podía asimilar lo que estaba viviendo. Tres años sin verlo, y ahora corrían juntos para salvar sus vidas. Era tan surrealista que casi parecía un mal sueño... o un milagro.

La planta baja estaba cerca. Lo sentían en el peso del aire. Pero la realidad volvió a golpearlos cruelmente cuando llegaron al patio central.

Jake se detuvo en seco. Lobos. Decenas de ellos, con cuerpos imponentes y ojos amarillos, caminaban en círculos, olfateando el aire en busca de algo... o alguien. La tensión en el ambiente era densa y peligrosa, como una tormenta a punto de estallar.

El joven tragó saliva y sintió cómo su mano, casi por instinto, buscaba el cuchillo escondido en su bota. Sus dedos se cerraron alrededor del mango, temblorosos pero decididos. Estaba listo para luchar. No pensaba morir sin pelear.

—No es necesario —dijo su padre con calma, notando el impulso en Jake.

—¿Pero, padre? ¡Ellos están ahí! Nos encontrarán... —Jake apretó los dientes, sus ojos clavados en las bestias que bloqueaban el camino.

—Solo voltéate, hijo —pidió Jerry en un tono que parecía más una orden que una sugerencia.

Jake lo miró con confusión, pero, ante la determinación de su padre, obedeció lentamente. Se dio la vuelta, aunque cada músculo de su cuerpo le gritaba que no lo hiciera.

El tiempo pareció ralentizarse. El sonido de gruñidos bajos y respiraciones pesadas llenó sus oídos. El ambiente se volvió húmedo y sofocante, como si una ola de calor hubiese invadido el lugar de repente.

Jake sintió un ardor creciente en su piel, como si el calor le estuviera devorando desde adentro. ¿Por qué hacía tanto calor? Quiso quitarse la ropa, pero no lo hizo. No podía hacerlo frente a su padre. Se limitó a aguantar el infierno que crecía dentro de él.

Mientras tanto, los lobos, que parecían haber captado un olor extraño, se detuvieron. Sus narices se alzaron hacia el aire, y el nerviosismo en sus movimientos fue evidente. Por alguna razón, sus gruñidos cesaron, y, poco a poco, comenzaron a alejarse, como si un olor aún más poderoso los hubiera convencido de irse.

Jake no entendía nada. Pero sí percibió algo. Un olor característico. Un hedor a perro mojado que le hizo arrugar la nariz.

—Padre, ¿ya puedo girarme? —preguntó con un hilo de voz, luchando contra el malestar que le producía el calor insoportable.

—Claro, hijo —respondió su padre con una voz más calmada.

Jake giró lentamente y lo que vio le dejó sin palabras.

Su padre estaba sin camisa, su torso marcado por cicatrices y surcos que hablaban de batallas pasadas. Pero eso no era lo más extraño. El olor a lobo persistía, y una idea demasiado descabellada comenzó a rondar por la mente de Jake. Una idea que se negaba a aceptar.

—Continuemos —ordenó Jerry, caminando hacia una abertura que conducía al sistema de drenaje.

Jake lo siguió en silencio, las palabras atoradas en su garganta.

—Papá... —se atrevió a decir, pero luego lo pensó mejor—. Olvídalo.

Jerry lo miró de reojo pero no dijo nada. Ambos descendieron por el túnel oscuro y húmedo, donde el olor putrefacto de las aguas estancadas les golpeó con fuerza. Jake sintió náuseas inmediatas. No pudo evitarlo. Se inclinó y vomitó, perdiendo cualquier resistencia.

—¿Estás bien, hijo? —preguntó su padre, sorprendido, pero con un tono de preocupación genuina.

—S-sí... —balbuceó Jake, secándose la boca con el dorso de la mano. El sudor frío le recorría la frente y las sienes.

—¿Prefieres que descansemos un momento? —insistió Jerry, acercándose para revisar su estado.

Jake negó con firmeza.

—No. Debemos seguir. Debemos regresar a casa.

Jerry lo observó por un momento, el orgullo reflejado en sus ojos. Aquel muchacho, su hijo, no era el mismo niño asustado que recordaba. Había madurado, era valiente y fuerte, un verdadero heredero de su sangre.

—Eso es, Jake. Sigamos. —dijo Jerry, posando una mano firme sobre su hombro antes de continuar avanzando por los oscuros túneles.

Jake lo siguió, decidido, aunque algo en su interior le decía que aquel misterio aún no estaba resuelto. El calor, el olor, el comportamiento de su padre... Todo tenía un significado que aún no comprendía.

•ೋ° °ೋ•

Después de tres intentos fallidos, Jake finalmente reunió el valor para lanzarse por el pequeño acantilado que marcaba el final de las alcantarillas. Cerró los ojos y se dejó llevar, imaginando un descenso interminable y peligroso.

Pero el impacto llegó demasiado pronto. El agua fría lo envolvió de golpe, y un sonido sordo reverberó en sus oídos. Jake salió a la superficie jadeando, con el cabello pegado al rostro y los dientes castañeteando por el frío.

—¡No puedo creerlo! —exclamó, sacudiendo la cabeza mientras buscaba la orilla.

Desde el margen, su padre reía a carcajadas, la voz grave y rota por la diversión. Pero aquella risa genuina se desvaneció tan rápido como había comenzado. El rostro del señor Shim se tensó de golpe al observar a Jake salir del agua.

Algo había cambiado.

El cabello de su hijo, oscuro como la noche, ahora reflejaba un tono plateado bajo la luz tenue del amanecer.

—¿Qué sucede? —preguntó Jake, deteniéndose a medio camino hacia él. Notaba algo raro en la expresión de su padre. Aquella mirada fija y ese silencio pesado le resultaban inquietantes.

—Nada, hijo. No es nada —respondió el mayor con rapidez, desviando la vista y forzando una sonrisa—. Debemos continuar.

Jake frunció el ceño, desconfiado, pero decidió no insistir. Lo importante era seguir adelante.

Por fin habían salido del castillo. Las murallas rotas y ennegrecidas quedaban a sus espaldas mientras caminaban con precaución alrededor de las ruinas. La libertad se sentía extraña después de tanto tiempo rodeado de muerte y oscuridad.

A lo lejos, el bosque de Plata les aguardaba, una extensión de árboles altos y plateados que susurraban con cada ráfaga de viento. Jerry conocía bien esa ruta, y Jake confiaba en que su padre los guiaría a salvo hasta el otro lado.

Sin embargo, a mitad del camino, Jake se detuvo en seco.

—¿Escuchaste eso? —susurró, girando la cabeza hacia los árboles.

—¿Escuchar qué? —respondió Jerry sin detenerse.

Jake frunció el ceño. Aquello había sido un chillido. Un sonido agudo y débil, como un lamento. Trató de ignorarlo, pensando que tal vez era su mente jugándole una mala pasada después de tanto estrés. Pero entonces lo escuchó de nuevo.

Era un llanto.

Jake miró a su padre con el corazón acelerado.

—Padre... Es un bebé. Estoy seguro.

Jerry también se detuvo esta vez. Por un momento, ambos se quedaron inmóviles, con la mirada fija en la espesura del bosque. El sonido volvió a resonar, más claro y profundo, cortando el silencio de manera perturbadora. Era imposible ignorarlo.

—¿No estaré volviéndome loco? —murmuró Jerry en voz baja, casi para sí mismo.

Jake lo miró sorprendido.

—¿Tú también lo escuchas?

Jerry asintió lentamente, la seriedad regresando a su rostro.

—Es un bebé —confirmó finalmente, con un tono grave—. Pero... podría ser una trampa.

—¿Qué hacemos? —preguntó Jake, nervioso. La idea de un bebé abandonado en un lugar tan inhóspito le revolvía el estómago.

El señor Shim suspiró profundamente, evaluando las posibilidades.

—Debemos tener cuidado... pero no podemos dejar a un bebé solo.

Jake asintió, apretando los puños con determinación.

Aquel llanto débil y desgarrador los guió, desviándolos del camino que inicialmente planeaban tomar. Los dos avanzaron con cautela, atentos a cualquier señal de movimiento entre los árboles. Cada paso que daban les recordaba que podía ser una trampa mortal, algún engaño de las criaturas que aún acechaban en las sombras.

Pero el llanto persistía, cada vez más cercano y real. No era una ilusión.

Jake y su padre intercambiaron miradas silenciosas, compartiendo la misma incertidumbre. Sin embargo, había algo en ese sonido —en esa pequeña vida que lloraba en la oscuridad— que no les permitía ignorarlo.

No podían abandonarlo.

•ೋ° °ೋ•

Los minutos pasaban lentamente, como si el tiempo mismo jugara con ellos. El llanto del bebé seguía resonando en el aire, pero padre e hijo no lograban encontrar su origen.

Cansado, Jake dejó escapar un suspiro largo y se desplomó sobre el pasto frío, con la mirada fija en el cielo nublado. La frustración le pesaba en el pecho.

—¿Dónde estás, bebé? —pensó, cerrando los ojos por un instante.

Y entonces, como si el cielo hubiera escuchado su plegaria, un pequeño sollozo volvió a sonar, esta vez con más claridad.

Jake se enderezó de golpe, los ojos muy abiertos. Señaló hacia lo alto con una mezcla de sorpresa y urgencia.

—Padre... ¡El bebé está ahí! —exclamó, apuntando la cima de la gran torre que se alzaba como un gigante silencioso.

Jerry siguió la dirección de su dedo y sintió cómo su corazón se encogía. Allí, colgando peligrosamente de una rama, estaba el bebé que buscaban. Un milagro lo mantenía aún con vida.

—¿Cómo es posible...? —murmuró el mayor, consternado. Aquella torre pertenecía a la reina Yan. ¿Era posible que alguien hubiera intentado deshacerse del niño? ¿Ella misma lo había ordenado? La idea lo estremeció.

Los llantos desgarradores del bebé lo devolvieron a la realidad. No podían perder tiempo. La rama que lo sostenía crujía bajo su peso y amenazaba con romperse en cualquier momento.

—Debemos prepararnos para atraparlo —dijo Jerry, moviéndose rápidamente hacia una posición adecuada.

Pero Jake tenía otra idea.

—No podemos esperar, padre —respondió con firmeza antes de salir corriendo hacia el árbol más cercano a la rama.

—¡Jake, detente! —gritó su padre, alarmado.

El muchacho no hizo caso. Trepó con agilidad por las ramas gruesas, empujado por una valentía que no recordaba haber tenido antes. A pesar de su temor habitual a las alturas, no dudó ni un segundo en subir más y más alto, hasta que logró situarse casi al nivel del bebé. Desde allí, solo necesitaba estirarse lo suficiente para sujetar el manto que lo envolvía.

Pero el destino tenía otros planes. En un descuidado intento por jalar el manto, la tela cedió de golpe y el bebé cayó.

Jake sintió cómo el mundo se detenía. Su rostro palideció al instante, los ojos muy abiertos por el horror.

—¡No, no, no! —murmuró, paralizado.

Sin embargo, su padre actuó. Guiado por un instinto superior, Jerry se lanzó hacia adelante con los brazos extendidos y atrapó al bebé en el último segundo. El llanto del pequeño retumbó con fuerza, pero estaba a salvo.

El suspiro de alivio fue tan profundo que el bosque pareció soltarlo con ellos.

Jake descendió del árbol a toda prisa, con las manos temblorosas y el corazón latiéndole en los oídos. Cuando llegó junto a su padre, lo vio sosteniendo al bebé con un cuidado sorprendente, como si cargara el tesoro más frágil del mundo.

—¿Está bien? —preguntó Jake, aún sin creérselo.

—Sí —respondió Jerry, observando al pequeño—. Pero mira esto...

Jake se acercó y entonces lo vio: al costado del cuello pálido del bebé había una marca inconfundible. Era un símbolo con forma de media luna, brillando con un tono color vino, casi místico.

Jake se quedó sin palabras. Sabía lo que significaba.

—Él no es... —murmuró con voz temblorosa.

—Humano —completó su padre con tono grave.

El bebé dejó de llorar por un instante, como si supiera que ambos lo observaban. Su pequeño pecho subía y bajaba rápidamente, y su expresión parecía casi consciente de la situación. Pero el silencio duró poco.

Un nuevo llanto comenzó, esta vez más fuerte y profundo, como si el pequeño estuviera sufriendo.

—¿Qué le pasa? —preguntó Jake con nerviosismo. Revisó las diminutas extremidades del bebé, buscando algún signo de herida o golpe, pero no encontró nada.

Jerry apretó la mandíbula, con una sombra oscura cruzando su mirada.

—No está herido —dijo en voz baja—. Tiene hambre.

Jake lo miró confundido.

—¿Hambre? ¿De qué?

Jerry respiró hondo antes de responder:

—Necesita sangre, Jake. Es de su naturaleza.

Jake tragó saliva con dificultad. El bebé parecía tan indefenso, tan frágil... pero ahora que lo pensaba, la marca, el llanto desesperado y aquel aura extraña que lo envolvía confirmaban lo que su padre decía.

—¿Qué hacemos entonces? —preguntó con inquietud—. No podemos dejarlo así.

Jerry negó con firmeza.

—No voy a permitir que se convierta en uno de ellos.

Jake lo miró, sorprendido por la severidad en su voz.

—¿Pero cómo...? Es su naturaleza, padre. No podemos cambiarlo.

—Claro que podemos —respondió Jerry, con una calma que resultaba inquietante—. Y yo sé cómo.

Jake sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Desconocía aquella parte de su padre, ese conocimiento oculto que parecía haber mantenido en secreto durante años. Algo en su voz le hacía dudar.

Mientras observaba al bebé, una mezcla de ternura y temor lo invadió. ¿Cómo podían salvar a algo que estaba destinado a ser un monstruo? ¿Y qué pasaría si algún día no lograban controlar sus instintos?

Jake acarició la mejilla del pequeño con un dedo tembloroso y murmuró:

—No estoy seguro de confiar en un vampiro más.

Pero, mientras miraba los ojos llorosos y llenos de vida del bebé, no pudo evitar preguntarse si esta vez sería diferente.

•ೋ° °ೋ•

Cerca del cruce con el bosque de Plata, un hombre envuelto en una capa desgastada luchaba por mantenerse en pie. Cada paso le costaba un mundo, pero no estaba dispuesto a rendirse. No aún.

Su mirada fija en el castillo distante, como si aquel lugar tuviera la respuesta que tanto buscaba.

No muy lejos, Jake y su padre avanzaban por el mismo sendero, aunque en dirección contraria. Jerry sostenía al bebé con firmeza, mientras Jake intentaba ignorar los pensamientos que lo atormentaban.

—Papá, ¿y si no logramos...? —comenzó a decir, pero su padre lo interrumpió.

—No pienses en eso, Jake. Saldremos de aquí, te lo prometo.

Tan inmersos estaban en su conversación que no notaron la presencia del hombre que avanzaba lentamente junto a los árboles, oculto bajo la capa.

Pero Jerry sí percibió algo más: un olor inconfundible. Su cuerpo se tensó de inmediato.

—Rápido, Jake, debemos apurarnos. —Su voz era firme y urgente.

Jake no entendía el cambio repentino, pero obedeció sin cuestionar.

Mientras aceleraban el paso, el hombre de la capa se detuvo en seco. Un aroma familiar se coló en sus fosas nasales, deteniendo su marcha.

—No... —murmuró con incredulidad. Su pecho se llenó de dudas y desconfianza—. No puede ser...

Sin embargo, decidió ignorarlo. No quería caer en otra trampa de su mente atormentada.

Lo que no supo fue que aquel olor era más real de lo que imaginaba: era la sangre de su propio hijo.

° °

Continue...

Les dejo un pequeño spoiler para el próximo capitulo:

Esta época inició con un nacimiento y asimismo terminará, dando inicio a la verdadera historia. 

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