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🍷𝟏🍷

El viento cortaba la noche con un filo helado, agitando los cabellos oscuros de Jimin mientras permanecía agazapado en el techo de un edificio en construcción. Desde ahí arriba, Seúl parecía una ciudad distinta. A esas horas, la vasta metrópoli era un mapa de luces parpadeantes y calles vacías, como venas que habían dejado de transportar vida. Apenas un puñado de autos cruzaba por las avenidas, y las pocas figuras humanas que se movían lo hacían apresuradas, como si sintieran el peso de la noche sobre sus hombros.

Jimin inhaló profundamente, dejando que el aire frío llenara sus pulmones. Había algo en la quietud nocturna que lo calmaba. La oscuridad siempre lo había hecho sentir seguro, como si el mundo no pudiera tocarlo allí. Y sin embargo, últimamente, esa seguridad había comenzado a tambalearse.

Abajo, las sombras de los transeúntes se alargaban bajo los faroles, pero para Jimin, eran más que simples siluetas. Cada paso resonaba como un latido; cada rostro, un recordatorio de su responsabilidad. Eran posibles víctimas. Y si él no estaba allí para vigilarlos, ¿quién lo estaría?

Era su deber protegerlos. Y, aunque lo aceptaba, no podía negar que una pregunta lo atormentaba últimamente: ¿de quién estaba realmente protegiéndolos? ¿De criaturas monstruosas o de algo más humano, más complejo?

Un zumbido en su bolsillo lo sacó de sus pensamientos.

—Park, mantente atento ante cualquier movimiento sospechoso. —La voz del Padre Jongsuk resonó firme y clara desde el auricular—. Necesito que vengas a la iglesia lo antes posible.

—No se preocupe, estaré alerta. —respondió Jimin, tratando de ignorar la tensión en su pecho. Colgó la llamada y deslizó el teléfono de vuelta a su bolsillo.

Mientras guardaba el dispositivo, sintió un leve temblor en su mano. Algo en él parecía desincronizado, fuera de ritmo. Sacudió la cabeza para despejarse. Era solo el cansancio. O al menos, quería creer que lo era.

El silencio de las últimas noches lo inquietaba. Los vampiros no solían ser tan discretos. Su ausencia era como el ojo de una tormenta, y Jimin sabía que ese tipo de calma siempre traía algo peor. A pesar de todo, continuaba su vigilancia, oculto entre las sombras, esperando una señal.

El viento volvió a golpear su rostro cuando finalmente decidió moverse. Se puso de pie lentamente, sintiendo el crujido sutil de sus músculos, como si algo en su cuerpo estuviera despertando después de un largo letargo.

Con un solo paso, abandonó el borde del edificio. El vacío lo recibió como un viejo amigo. Durante esos segundos de caída, todo lo demás desapareció: las preocupaciones, las dudas, incluso el extraño malestar que lo había estado acechando. Solo estaba el aire, frío y puro, acariciando su piel.

Aterrizó con precisión perfecta, sus botas tocando el suelo sin un solo sonido. Pero esta vez, algo era diferente. Una punzada aguda atravesó su abdomen, robándole el aire por un momento.

El entrenamiento, se recordó. Esto es normal. Pero no lo era.

Había algo más, algo que no podía explicar. En las últimas semanas, su cuerpo parecía haberse convertido en un extraño. A veces, sentía que sus músculos respondían antes de que él pudiera siquiera pensar. Otras veces, como ahora, una oleada de calor subía desde su pecho, extendiéndose por su piel como si algo estuviera ardiendo dentro de él.

Sus ojos ardían también, una sensación punzante y molesta que lo obligó a frotarlos con fuerza.

No es nada, pensó. Solo cansancio. Pero la excusa se sentía más débil cada vez que la repetía.

Sin más, comenzó a caminar hacia la iglesia. Con cada paso, sus pensamientos se volvían más confusos. El mundo a su alrededor parecía cambiar, como si las sombras fueran más profundas y los sonidos más nítidos. Incluso el latido de su propio corazón le parecía ensordecedor.

Y entonces lo sintió de nuevo: ese impulso, esa energía que no entendía. Su cuerpo se movía con una velocidad y una agilidad que no debería tener, como si estuviera respondiendo a un ritmo diferente al suyo.

No puedo permitirme esto ahora.

Se obligó a acelerar el paso, dejando que el eco de sus botas rompiera el silencio de las calles. Aunque no sabía exactamente qué le estaba ocurriendo, algo dentro de él le decía que era mejor no detenerse.

La iglesia lo recibió con un silencio absoluto, casi solemne. Las pesadas puertas de madera se cerraron tras él con un eco profundo que se extendió por las paredes de piedra, como si el lugar mismo respondiera a su llegada. La penumbra del interior estaba teñida por la luz temblorosa de las velas, que proyectaban sombras en constante movimiento, convirtiendo cada rincón en un espacio lleno de vida inerte.

El olor familiar a cera derretida, incienso y madera vieja lo envolvió. Siempre había algo tranquilizador en este lugar, como si cruzar ese umbral lo desconectara de las preocupaciones del mundo exterior. Sin embargo, esta vez, esa calma se sentía distinta. Era como si el aire cargara algo más: una tensión subyacente que no podía identificar.

Jimin avanzó por el pasillo central, sus pasos resonando suavemente en el suelo de piedra. Al llegar a la fuente de agua bendita, mojó los dedos y trazó la señal de la cruz sobre su frente, su pecho y sus hombros, siguiendo un ritual que había realizado innumerables veces. Pero esta noche, el movimiento se sintió mecánico, desprovisto de su significado habitual.

Alzó la vista hacia la figura de Jesús crucificado, iluminada solo por el parpadeo de las velas. Su rostro parecía más sufriente que de costumbre, sus ojos tallados vacíos pero inquisitivos, como si buscaran respuestas en él.

"¿Por qué yo?"

La pregunta resonó en su mente, como lo había hecho muchas veces antes. Desde que tenía memoria, su vida había sido un cúmulo de entrenamientos, rezos y misiones. Cada día era un recordatorio de que su propósito era proteger, cazar, exterminar. Pero nunca había encontrado una razón clara. Nunca una señal que le indicara que esto era lo que Dios quería de él.

Suspiró profundamente, dejando que sus hombros cayeran bajo el peso de sus pensamientos. ¿Era esta su verdadera misión? ¿Había algo más allá de ser un cazador? Las respuestas seguían escapándosele, como arena entre los dedos.

Al final, siempre terminaba haciendo lo que debía: obedecer.

Se apartó de la fuente, sacudiendo el polvo invisible de su chaqueta, y se quedó mirando el altar unos momentos más. El silencio envolvía la iglesia como un manto pesado, interrumpido solo por el débil crujir de la madera envejecida.

Fue entonces cuando un ruido detrás de él rompió la quietud.

—Park, finalmente estás de regreso.

La voz grave y controlada del Padre Jongsuk resonó con fuerza, aunque apenas había alzado el tono. Jimin se giró hacia él, inclinando la cabeza en una reverencia automática.

—Padre Lee Jongsuk, es un gusto verlo también.

El sacerdote caminó lentamente hacia él, sus manos cruzadas detrás de la espalda. La luz de las velas acentuaba las líneas de su rostro, haciéndolo parecer más severo, casi imponente.

—Si te he pedido que vengas, es porque la ocasión lo exige. —Su tono era firme, como si las palabras fueran piedras cuidadosamente seleccionadas.

Jimin asintió, dejando que el peso de esas palabras lo cubriera como una capa invisible.

—Entiendo. —respondió con una calma que no sentía del todo—. He estado vigilando la ciudad, pero no ha habido señales de actividad. Sin embargo, supongo que esto es más grande de lo que parece.

Jongsuk lo observó con una leve sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Siempre eres directo, Park. —Hizo una pausa, como si midiera cada palabra antes de continuar—. Estoy seguro de que has oído hablar de las recientes muertes.

—Los cuerpos sin sangre. —respondió Jimin de inmediato. Era imposible no saberlo. Los rumores habían encendido el miedo en la ciudad, y la prensa no hablaba de otra cosa.

—Exactamente. —El sacerdote comenzó a caminar lentamente alrededor de Jimin, sus pasos casi inaudibles sobre la piedra—. La policía está perdida. No hay rastros, no hay armas, ni siquiera pistas sobre cómo se realizan los ataques. Pero nosotros, Jimin, sabemos que esto no es obra de un humano común.

El joven sintió que un escalofrío recorría su columna.

—¿Vampiros?

—Esa es nuestra sospecha. —Jongsuk se detuvo frente a él, su mirada fija en los ojos de Jimin—. Pero hay algo más. Algo... diferente.

Jimin mantuvo la mirada del sacerdote, aunque algo en su interior se revolvió.

—Debes viajar a Gyeonggi. —continuó Jongsuk—. Tu investigación comienza allí.

—¿Gyeonggi? —La sorpresa se filtró en su voz.

El sacerdote asintió con lentitud y sacó un pequeño papel de su túnica, extendiéndoselo a Jimin.

—Debes asistir a un concierto de Red Lights. Es nuestra única pista por ahora.

Jimin parpadeó, confundido.

—¿Un concierto?

—Sé que no parece tener sentido, pero confía en mí. —Jongsuk se cruzó de brazos, su expresión endureciéndose—. Todo apunta a ellos. La iglesia lo ha investigado, y el patrón de las muertes coincide con su llegada a la región.

Jimin tomó el papel, mirando los detalles escritos con pulso firme. No conocía mucho de Red Lights más allá de su fama de banda controvertida, pero le costaba relacionar algo tan público con los asesinatos.

—Confío en ti, Park. —Jongsuk lo miró con una intensidad que hizo que el joven sintiera el peso de su responsabilidad con más fuerza—. Sé que harás lo necesario para proteger a Seúl.

El joven asintió lentamente, guardando el papel en su bolsillo.

—Haré todo lo posible.

El sacerdote lo observó por un momento más antes de inclinar la cabeza.

—Ve con cuidado, Jimin. Este enemigo no es como los demás.

Mientras se alejaba, Jimin sintió que el aire en la iglesia volvía a llenarse con ese peso extraño, esa sensación de que algo se estaba moviendo en las sombras, acechándolo.

Jimin asintió con determinación, aunque el eco de las palabras del padre Jongsuk seguía resonando en su mente. Guardó el papel con la información del concierto de Red Lights en el bolsillo de su chaqueta, tratando de enfocar su mente en la misión. Pero no era tan sencillo.

No podía ignorar la sensación de que había algo más detrás de las instrucciones del sacerdote. El peso de la confianza de la iglesia siempre había sido una carga para él, pero esta vez sentía que estaba caminando hacia algo mucho más peligroso. Algo que no terminaba de entender.

Jongsuk lo observó en silencio, sus manos cruzadas frente a él como si estuviera evaluando al joven cazador. Finalmente, su voz rompió el aire cargado del lugar.

—Sabes, Park, no estoy de acuerdo con esas bandas. —Su tono tenía una mezcla de desaprobación y advertencia—. No debemos reconocer a otros dioses fuera de Dios, ni postrarnos ante ídolos o adorarlos.

El sacerdote hizo una pausa, como si buscara asegurarse de que sus palabras calaban en Jimin.

—Dios muestra benevolencia a quienes lo aman y siguen sus mandamientos. Pero esas bandas... —Jongsuk frunció el ceño, su expresión endureciéndose—. Su música, su vestimenta, sus costumbres. No comparto nada de eso.

El silencio que siguió se sintió pesado, como si la iglesia misma compartiera la desaprobación del sacerdote.

—Sin embargo, esta misión requiere que los investigues. —El tono de Jongsuk se volvió más frío, menos emocional—. Si están relacionados con lo que ocurre en Gyeonggi, necesito que descartes cualquier duda.

Jimin asintió, aunque la tensión en su pecho aumentaba con cada palabra. Sabía que las desapariciones en Gyeonggi no eran un asunto menor. Decenas de personas habían desaparecido sin dejar rastro, para luego ser encontradas días después, cadáveres fríos y completamente drenados de sangre. Era un escenario que había visto antes, pero esta vez la escala de los crímenes era distinta.

—¿Ellos... son... vampiros? —preguntó Jimin finalmente, sus palabras cargadas de incredulidad. Sabía que los vampiros existían, pero la idea de que una banda famosa, tan visible, pudiera ser una de ellos le parecía casi absurda—. Es decir, sé de su existencia, claro, pero... no pensé que ellos también lo fueran.

Jongsuk dejó escapar una risa breve, seca, sin rastro de humor.

—¿Aún tienes dudas respecto a eso? —preguntó con una sonrisa irónica, ladeando ligeramente la cabeza—. Exhiben su especie como si fuera arte. Por supuesto, la gente cree que es un truco publicitario, una fachada. Pero nosotros sabemos la verdad. Son vampiros reales.

El sacerdote comenzó a caminar lentamente, sus pasos resonando suavemente contra el suelo de piedra.

—Desde que llegaron a Gyeonggi, los asesinatos comenzaron. Eso no es una coincidencia. Piénsalo, Park: ¿para qué más querría alguien recolectar sangre humana? No tiene sentido, a menos que la vendan en el mercado negro para alimentar a esas criaturas.

Jimin tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Sabía que el padre tenía razón. Pero eso no hacía que el peso de la misión fuera menos abrumador.

—Lo tendré en cuenta, padre Lee. —respondió finalmente, con un tono firme que casi convenció a ambos de que estaba listo—. Haré todo lo posible por descubrir la verdad y detener esto.

Jongsuk asintió lentamente, dándole la espalda mientras comenzaba a acomodar los candelabros sobre el altar. Las sombras alargadas que proyectaba su figura parecían más grandes, más pesadas de lo normal, y Jimin no pudo evitar sentir que había algo en esa silueta que lo hacía dudar.

—Espera. —La voz de Jongsuk lo detuvo antes de que pudiera cruzar las puertas.

Jimin giró sobre sus talones, encontrándose con la mirada severa del sacerdote.

—Tu tarea es sencilla. —dijo Jongsuk, sus palabras golpeando con el peso de una sentencia—. Ve al concierto. Investiga quién es el asesino a sangre fría. Da con él... y mátalo.

La última palabra quedó suspendida en el aire, un eco que Jimin no pudo ignorar.

—Pero... —intentó replicar, su voz cargada de duda—. La Biblia no dice que...

—Dios lo entenderá. —interrumpió Jongsuk, con una dureza que no admitía debate—. Esto es un sacrificio, Jimin. Lo haces en su nombre y para proteger a los inocentes.

Jimin no pudo evitar sentirse atrapado entre sus propias creencias y la obediencia que la iglesia exigía de él. Finalmente, asintió, su expresión endureciéndose.

—Lo entiendo, padre. Gracias por confiar en mí.

Con una última reverencia, subió al piso superior de la iglesia. Su habitación, pequeña y austera, estaba exactamente como la había dejado. Era un refugio y una prisión a partes iguales. Tomó su mochila, revisando con cuidado el contenido: herramientas de caza, armas, una Biblia desgastada que nunca dejaba atrás.

Al bajar las escaleras, encontró al padre Jongsuk encendiendo velas frente al altar. El resplandor de las llamas hacía que su rostro pareciera esculpido en sombras y luz, una imagen que resultaba tanto reconfortante como inquietante.

—Recuerda, Jimin, no consentirás pensamientos ni deseos impuros. —La voz del padre Jongsuk cortó sus pensamientos como una cuchilla, llenando el aire entre ellos con un peso inconfundible—. El diablo conoce las debilidades de cada uno, y tú debes amar a Dios sobre todas las cosas. No te dejes endulzar por el pecado.

Jimin levantó la mirada hacia el sacerdote, encontrando en sus ojos una mezcla de severidad y preocupación. Esas palabras habían sido repetidas tantas veces en su entrenamiento que casi se sentían como una letanía. Sin embargo, esta vez, con la misión frente a él, llevaban un peso diferente.

—Entiendo. —respondió, con una firmeza que intentaba ocultar su incomodidad.

El padre Jongsuk pareció relajarse, permitiéndose una leve sonrisa, aunque sus ojos permanecieron oscuros, como si supiera algo que no estaba dispuesto a compartir.

—Ten un buen viaje, hijo. Que Dios esté contigo. —El sacerdote hizo una pausa, observándolo como si intentara grabar su imagen en la memoria—. Te mantendré informado si conseguimos algo nuevo, aunque lo dudo. Todo lo que sabemos ya lo tienes en tus manos.

Jimin asintió, inclinando la cabeza en una reverencia respetuosa. Aunque no lo expresó, una parte de él no estaba segura de querer mantener ese contacto constante con la iglesia. Había cumplido con su deber durante años, pero en ocasiones, las decisiones que le pedían tomar lo hacían cuestionar el verdadero propósito de su fe.

Con un suspiro, se despidió de Jongsuk y empujó las pesadas puertas de la iglesia. El aire frío de la madrugada lo recibió con un golpe refrescante, despejando algo de la neblina que cubría su mente. A lo lejos, el horizonte comenzaba a teñirse de tonos anaranjados, anunciando el inicio de un nuevo día.

Mientras caminaba hacia su auto, algo dentro de él cambió. Sus pensamientos, pesados y oscuros en la iglesia, se aligeraron al recordar lo que venía después. La perspectiva de ver a Hoseok —y su inevitable entusiasmo— era suficiente para arrancarle una pequeña sonrisa, algo que rara vez lograba.

Hoseok era uno de los pocos puntos de luz en la vida de Jimin. Su alegría desbordante y su habilidad para encontrar algo positivo en cualquier situación eran características que Jimin admiraba, aunque nunca lo dijera en voz alta. Y aunque odiaba involucrarlo en misiones, Hoseok siempre insistía en acompañarlo, asegurando que no le molestaba lidiar con las criaturas de la noche.

Subió al auto, encendió el motor y comenzó a conducir por las calles tranquilas de la ciudad.

Mientras las luces de las farolas pasaban rápidamente a ambos lados, sus pensamientos se dirigieron al nombre que ahora llevaba en su bolsillo: Red Lights.

Era irónico. Una banda que tanto significaba para Hoseok, y que para Jimin no era más que un conjunto de músicos que personificaban algo que despreciaba profundamente.

Red Lights había comenzado a ganar notoriedad en 2016, el mismo año en que Hoseok adoptó su extravagante hábito de teñirse el cabello de todos los colores posibles. Gracias a él, Jimin conocía de memoria a los miembros de la banda.

Kim Taehyung, el baterista, cuya habilidad en el escenario era legendaria.
Kim Namjoon, el guitarrista, conocido por sus letras incisivas y su mirada intensa.
Min Yoongi, el bajista, un maestro de las melodías oscuras.
Y Jeon Jungkook, el líder, guitarrista y vocalista principal.

Jimin frunció el ceño al pensar en este último. Jungkook. El solo nombre hacía que sus pensamientos se nublaran.

No podía explicar qué era lo que lo inquietaba de él. Tal vez era su presencia, tan magnética como intimidante. O tal vez era esa combinación de apariencia: casi un metro ochenta de altura, piel pálida como la nieve, cabello rojo como una luna de sangre. Jungkook tenía todo lo que podría considerarse atractivo, pero esa misma perfección le generaba un malestar inexplicable.

"El padre no me habría enviado si no fuera necesario."

Era un pensamiento al que se aferraba mientras intentaba entender por qué la iglesia lo había elegido para investigar algo tan fuera de lo común.

Mientras tanto, el paisaje urbano comenzó a desdibujarse. Las calles de Seúl se extendían en un patrón caótico, pero Jimin las conocía como la palma de su mano. Finalmente, el auto se detuvo frente a una casa que reconocía demasiado bien.

Hoseok, pensó Jimin mientras apagaba el motor. No le importaba si su amigo estaba dormido. De todos modos, lo iba a despertar.

El viento matutino lo envolvió mientras bajaba del auto, cargando consigo una extraña mezcla de emociones. La misión seguía pesando sobre él, pero al menos, por ahora, tendría a alguien en quien confiar.

Hoseok siempre había sido un recordatorio de que aún había algo más allá de las sombras en su vida. Algo humano, algo real.




—¡Hoseok! ¡Finalmente te dignaste a contestar! —gritó Jimin al celular, su voz cargada de una mezcla de irritación y diversión. Manejaba con precisión por las calles desiertas, pero su paciencia ya estaba agotada. Había llamado al chico al menos cinco veces, y cada tono de espera había sido una tortura innecesaria.

—¡JIMIN, SON LAS CUATRO DE LA MAÑANA! —La voz de Hoseok sonó entrecortada, con un evidente tono de confusión y fastidio. Apenas había oído el persistente zumbido de su teléfono gracias a su perro, que se había subido a la cama y se había acomodado en su cabeza con descaro, como si quisiera asegurarse de que lo despertaba.

—¿Y? —respondió Jimin, sin rastro de remordimiento en su tono.

—¡¿CÓMO "Y"?! YO, AL CONTRARIO DE TI QUE PRÁCTICAMENTE ERES UN TRANSFORMER, NECESITO DORMIR.

Jimin dejó escapar una risa breve, apagada, mientras sus dedos tamborileaban sobre el volante.

—Ya, deja de llorar un poco y escúchame por un momento, ¿de acuerdo? —Su tono cambió ligeramente, haciéndose más serio mientras bajaba el volumen de la música en el auto—. El padre me envió a Gyeonggi en una misión. ¿Entiendes lo que eso significa?

Del otro lado de la línea, Hoseok se quedó en silencio por un segundo antes de soltar un grito que probablemente despertó a más de un vecino.

—¡¿QUÉ?!

Jimin no pudo evitar sonreír mientras giraba en una esquina. Desde el teléfono, escuchó un ruido sordo seguido del quejido indignado de un perro.

—¿El padre te dejó ir a...?

—¡Lo que escuchas! —lo interrumpió Jimin, su voz cortante pero con un toque de diversión—. Y no es que me haya dado permiso porque quisiera. Es solo una misión, nada más. Involucra a Red Lights, ¿ok? Pero, si no quieres venir, no te preocupes. No tienes que obligarte.

Del otro lado, Hoseok dejó escapar un sonido entre exasperación y algo que parecía un gemido dramático.

—Aisshh, Park Jimin, eres muy malvado. —La seriedad en su voz se desvaneció de inmediato, dando paso a un tono más teatral—. ¡Tendrás la dicha de ver al mismísimo Kim Taehyung en persona! ¿Quién pudiera? ¡Y encima a ti ni siquiera te gusta Red Lights!

Jimin resopló y giró los ojos, una reacción tan automática que apenas se dio cuenta de que lo hacía.

Finalmente, el auto se detuvo frente a la casa de Hoseok, y Jimin tocó dos veces la bocina. En el interior, Hoseok seguía con el teléfono pegado al oído, congelado mientras procesaba las palabras de su amigo. Pero al escuchar la bocina, soltó un pequeño grito y dejó caer el celular en la cama antes de correr hacia la puerta.

Cuando la abrió, encontró a Jimin apoyado contra su auto, con una sonrisa apenas perceptible en los labios. La imagen era tan típicamente Jimin que Hoseok no pudo evitar sentir una mezcla de irritación y alivio.

—¿Quién dijo que iría solo? —preguntó Jimin con calma, inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado.

Hoseok lo miró como si acabara de recibir el mejor regalo de su vida. Sus ojos brillaban con una mezcla de incredulidad y emoción, aunque su cuerpo seguía congelado en el marco de la puerta.

—¿Vendrás conmigo? ¿O prefieres quedarte aquí durmiendo mientras yo veo a Kim Taehyung desde la primera fila?

Esa última frase fue suficiente para sacarlo de su estado de trance.

—¡ESPÉRAME!

Hoseok cortó la llamada y salió disparado hacia el interior de la casa, sus pasos resonando por el pasillo. Su perro lo siguió con la mirada, ladeando la cabeza como si intentara entender la repentina explosión de energía.

—No me extrañes mucho, pequeño. —dijo Hoseok mientras le acariciaba la cabeza con cariño—. En un abrir y cerrar de ojos estaré de vuelta.

Antes de salir, se aseguró de llenar el comedero del perro con suficiente comida, aunque sabía que sus padres también se encargarían de cuidarlo mientras no estuviera.

Una vez en su habitación, empujó la puerta con fuerza y comenzó a buscar ropa con la misma urgencia con la que alguien se prepara para un gran evento. Se quitó las pijamas y agarró unos pantalones negros que estaban tirados sobre una silla. Decidió dejarse la remera blanca que llevaba puesta y añadirle una chaqueta de cuero negra, algo que consideró más acorde con el estilo del concierto.

Cuando se miró al espejo, se permitió sonreír. No podía creerlo. Estaba a punto de ver a su banda favorita, Red Lights, en persona.

El entusiasmo lo llevó de vuelta a la puerta de su casa, donde salió corriendo hacia el auto de Jimin, casi tropezando en el proceso. Al subirse, su expresión radiante dejó en claro que estaba listo para cualquier cosa.

Jimin lo miró de reojo, dejando escapar un suspiro burlón.

—¿No que tenías sueño, "humano promedio que necesita sus horas de sueño"?

—¡Pero cuando se trata de Red Lights, soy capaz de sacrificarlo todo! —exclamó Hoseok, llevando su emoción al extremo.

Jimin no pudo evitar reírse, un sonido bajo y breve que casi pasó desapercibido. Arrancó el auto y se lanzó de nuevo a la carretera, dejando atrás el barrio tranquilo mientras Hoseok continuaba parloteando sobre lo emocionado que estaba.

—¡Cálmate! ¿Sí? —Jimin exhaló con fuerza, su paciencia comenzando a desgastarse mientras mantenía las manos firmes en el volante. La carretera se extendía ante ellos, un camino oscuro y aparentemente interminable—. Nos quedan unas horas de viaje, y lo que necesito es s-i-l-e-n-c-i-o.

Hoseok, lejos de sentirse intimidado, levantó las manos en un gesto exagerado de rendición, aunque una sonrisa amplia seguía iluminando su rostro.

Jimin rebuscó en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando un sobre delgado que extendió sin ceremonias hacia Hoseok.

—¿Qué es esto? —preguntó el chico, inclinando la cabeza con curiosidad mientras lo tomaba.

—Las entradas para el concierto.

La reacción fue inmediata. Hoseok arrancó el sobre de las manos de Jimin con la emoción de un niño abriendo regalos en Navidad. Sacó las entradas con movimientos cuidadosos, como si estuviera sosteniendo un tesoro inestimable.

—¡No puedo creerlo! —jadeó, sus ojos recorriendo cada detalle de los boletos. La impresión metálica del nombre de Red Lights brillaba tenuemente bajo la tenue luz del amanecer—. ¿El padre consiguió esto?

—Ya te dije que sí. —respondió Jimin, con una mezcla de resignación y fastidio.

—¡Esto es increíble! —Hoseok dejó escapar un pequeño chillido, inclinándose hacia adelante como si quisiera enmarcar las entradas en el parabrisas para admirarlas mientras avanzaban—. Cuando intenté comprarlas, ya estaban agotadas. Pero, claro, tú entras con privilegios...

Jimin lo miró de reojo, arqueando una ceja.

—Sí, bueno, parece que la iglesia tiene sus métodos.

Hoseok soltó una risa ligera antes de cambiar a un tono más burlón:

—Eres un amargado, Jimin. —dijo, sacudiendo una de las entradas frente a su rostro como si quisiera provocarlo—. Muero por ver tu cara cuando veas a Jungkook en primera fila. ¡Woooah! Estoy seguro de que se te caerá la baba.

Jimin tensó ligeramente la mandíbula, pero mantuvo su mirada fija en la carretera.

—Como sea. —murmuró con desinterés. Aunque por dentro le irritaba, no iba a darle el placer de responder.

En su cabeza, decidió que ni Hoseok ni nadie nunca sabría cuánto lo perturbaba ese nombre, Jungkook. Ni lo fascinante ni lo inquietante que le parecía.

—Entonces, ¿estás listo para nuestro destino? —cambió el tema rápidamente.

—Gyeonggi, espéranos. —dijo Hoseok con un tono dramático, levantando una de las entradas como si brindara con ella—. Cuando pisemos tu tierra... todo será diferente.

Jimin no respondió, pero algo en sus palabras hizo eco en su mente. Había una carga en esa frase que Hoseok, inmerso en su entusiasmo, no podía notar.

El cielo se iluminaba gradualmente, pasando de un azul profundo a un tenue gris perla. La carretera seguía desierta, salvo por algún que otro vehículo que los adelantaba, sus luces desapareciendo rápidamente en el horizonte.

Dentro del auto, el contraste entre los dos era palpable. Hoseok hablaba con entusiasmo incontrolable, divagando sobre canciones, miembros de la banda y cómo sería verlos en persona. Jimin, por otro lado, permanecía en silencio, sumido en sus pensamientos.

Para Hoseok, esta era una aventura. Un evento extraordinario que se quedaría grabado en su memoria. Pero para Jimin, era algo más oscuro. Más peligroso. Cada kilómetro que recorrían hacia Gyeonggi se sentía como una marcha hacia lo desconocido.

Aunque no lo dijo en voz alta, Jimin no podía quitarse de encima la sensación de que algo estaba esperando por ellos en ese lugar. Algo que cambiaría todo.





🌟

Apa apa que paso ahí? Por que Jimin se mareo al saltar? 🧐🧐

Jejejw me digne a publicar otra historia por fin.

La fantasía en este fic es tooootalmente diferente a lo que era en mi anterior fic "Butterfly" ya que este en si era un tanto más realista, esta historia por el contrario es más ligada a la fantasía (incluso en "Butterfly" ni siquiera habían lobos xd ndjw spam con spoiler ejem)

En fin, espero que disfruten mucho de esta historia al igual que yo disfrute de escribirla.

Nos seguimos leyendo 💞💞

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