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01᯽・ Una rehén y un forastero

🕯️CHAPTER ONE🕯️

Muchas gracias, señorita

                  𝐌𝐄 𝐐𝐔𝐄𝐃É 𝐌𝐈𝐑𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐋𝐀 𝐋𝐋𝐀𝐌𝐀 𝐓𝐈𝐓𝐈𝐋𝐀𝐍𝐓𝐄 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐇𝐈𝐌𝐄𝐍𝐄𝐀, la misma que podía contemplar en la pequeña brecha de la pared. Estaba asustada. Llevaba días encerrada y amarrada en una silla en el rincón escondido detrás de la pared que ya ni siquiera sabía el recuento de las horas pasadas. La gente en el pueblo español empezaba a comportarse de una manera extraña y en pocos días, empezaron a masacrar a todo aquel desdichado que se cruzara en sus caminos. Por suerte, el cazador no me mató pero sí me mantuvo de rehén y con una miseria de comida y agua todos los días. Era el mismísimo infierno.

Mientras observaba la danza casi hipnótica de las llamas, me pareció oír un ruido. Eran pasos. ¡Eran pasos! Y por el movimiento lento pero firme con el que se formaban estaba casi segura que la persona que se estaba aproximando no era uno de esos lunáticos. Era alguien que no sabía que se estaba dirigiendo a la boca del lobo. De alguien que pasaba por la casa por primera vez.

Cada vez más cerca, me fijé en la brecha de dos centímetros de la pared. De momento solo estaba el cazador. Yendo de aquí para allá como un loco, rastreando objetos inexistentes o quizá, el éxtasis que sentía al matar. Quería advertir a gritos a la persona que estaba acercándose para que diera media vuelta y se marchara antes de que fuera demasiado tarde pero mis labios eran incapaces de moverse, una cinta adhesiva me lo impedía, para colmo, mis manos y mis pies estaban atados a la silla, de modo que no podía hacer ningún ruido. Los primeros días pensé que podía tirarla con el peso de mi cuerpo pero las patas estaban clavadas al suelo, de modo que no podía hacer nada.

El cazador escuchó los pasos y se dirigió a la puerta. En pocos segundos, escuché como esta se abrió y el desdichado volvió a lo suyo, como si no hubiera entrado nadie. A los pocos segundos y cuando el desconocido estaba en mi rango de observación, descubrí que se trataba de un joven de unos veintitantos años. Estaba bien vestido con una chaqueta vaquera color marrón y el cabello castaño peinado hacia un lado. Llevaba un cuchillo y una pistola ajustados en su pantalón. Tenía aura de militar o, tal vez, de policía.

Me apiadé de él.

Sorry for the intrusion —dijo el desconocido con voz algo vacilante. Debía de ser norteamericano. Yo sabía que no le servía de nada hablar, el cazador no le iba a responder y como si leyera mis pensamientos, le dio la espalda mientras se acercaba a la hoguera, agachándose para revolver la leña del hogar—. Busco a un polícia, ¿vino aquí? —Su acento me produjo cierta gracia. Había pronunciado "polícia" en vez de "policía".

El muchacho se acercó a él y el cazador empezó a susurrar cosas religiosas.

—Oh, mi señor... —Su vista estaba clavada en las llamas como si estuviera poseído. El castaño al ver que no le iba a responder empezó a estudiar con sus propios ojos toda la estancia y se agachó al comprobar que había algo en el suelo. No podía ver bien de qué se trataba pero sus ojos vacilantes se transformaron en una mirada de peligro. Ya sabía que el cazador no era juego limpio. Al estar delante de mí, recé con todas mis fuerzas que levantara la mirada hacia la pequeña brecha y me encontrara, pero mis ojos se llenaron de lágrimas al ver que el cazador, sigilosamente, se incorporó detrás de él con un hacha en alto. Grité como pude pero solo sonó un leve balbuceo.

El joven se levantó de inmediato y sacó su cuchillo de una manera tan rápida que apenas pude comprobar sus movimientos y con su arma blanca hizo palanca en el pomo del hacha. Sacó fuerza y empujó al hombre que se estrelló violentamente contra la pared. Al recuperarse hizo amago de clavarle el hacha pero el castaño al intuir sus próximas acciones le dio una patada de lado, el cazador se estampó en la pared y se partió las costillas. Esto hizo que se cayera de nuevo y su cuello se torciera abruptamente contra el poste más cercano. A esto le siguió un ladrillo que se aplastó su esternón.

El castaño sacó la pistola y se aproximó a él con sumo cuidado. El cazador yacía en el suelo y su cuello estaba doblado hacia atrás de manera inhumana. Su mirada estaba perdida pero ¿muerta? No lo creo. Había comprobado muchos horrores los días anteriores y muchos volvían a caminar después de que supuestamente murieran. Era una pesadilla.

Como todo estaba en silencio, intenté emitir algún sonido de nuevo, parecía un chico bastante intuitivo y atento. Su mirada pasó del cadáver hacia la pared, justo donde estaba yo.

—¿Hello? ¿Hola? —preguntó con incertidumbre. Se acercó más y con precaución, me vio desde la brecha—. Tranquila. Te voy a sacar de aquí. Ahora vuelvo.

Quería advertirle, quería decirle que se diera prisa porque no sabía lo que iba a pasar a partir de ahora pero me sentía completamente inútil al saber que nada de eso funcionaria hasta que no rompiera la pared. 

En apenas unos segundos se acercó con el hacha que tenía aquel malnacido y con un golpe fuerte hizo que la brecha se abriera aún más. Cuando ya tenía cinco centímetros de anchura, volvió a la mesa y optó por un martillo para la fuerza bruta. Le costó diez golpes para poder tirar el ladrillo pero a partir del segundo, sacó toda su fuerza de voluntad y tiró cinco más. A medida que rompía uno, sacaba ventaja para romper el siguiente, de modo que comprobé que ya estaba acostumbrado a romper cosas.

Lo agradecí con toda mi alma.

Un hueco se formó en la mitad de la pared, lo suficientemente grande como para escapar. El castaño se inclinó y se adentró, el cuchillo y la pistola reposaban ahora en su muslo derecho con un pequeño cinturón que los salvaguardaban, de modo que si los quería usar, podía hacerlo sin perder ni un instante. Dejó el martillo en el suelo y cogió el cuchillo con astucia. Rompió las cuerdas que me oprimían las manos, los tobillos y el abdomen a la silla. Al ponerme de pie, comprobé que me superaba por lo menos dos cabezas.

—Es mejor hacerlo rápido. —Sus ojos azules me estudiaron desde la oscuridad y la humedad del escondite. No sabía a lo que se refería pero por el tono en el que lo dijo, algo bueno no era. Una de sus manos se movieron rápidamente hacia mi rostro y me quitó la cinta de los labios. Fue tan rápido que, a priori, no tuve miedo al dolor pero los próximos diez segundos lo maldije mentalmente.

—¡Au! —exclamé y masajeé los pómulos que se tornaron rojos en apenas unos instantes—. ¡Ya podrías haber avisado de que ibas a hacer eso!

—Yes, well, creéme que si lo hubiera hecho, habrías estado alejándote de mí cada dos por tres, además me parecía que querías hablar. —Cogió el martillo sin vacilar y con una rápida observación hacia el exterior, salió. Luego me miró a mí y me estiró su mano libre para ayudarme a salir. Lo iba a rechazar pero mis piernas estaban entumecidas después de tanto tiempo sin poder utilizarlas debidamente que sabía que me iban a fallar si saltaba—. Venga, come on. —La acepté y dejé que me guiara. A pesar de que a veces confundía los acentos, no se le daba nada mal hablar español.

Cuando estábamos los dos fuera, vi que el muchacho miraba preocupado cada dos por tres al objeto de antes, pude comprobar que era; se trataba de una tarjeta de identificación de un policía, seguramente de un amigo suyo. La foto residía encima de sus datos personales pero la mayor parte tenía huellas de sangre.

—Mario Fernández... —No podía leer del todo bien su nombre, la sangre me lo impedía. La atrapé entre mis manos y se la di al joven—. Toma, la necesitarás.

—Muchas gracias, señorita —susurró algo galán mientras la limpiaba y cuando terminó de examinarla, la guardó en sus bolsillos. Debía de tener un inventario muy escaso. Luego, observó con mayor ahínco los alrededores—. Esto no me gusta...

Me acerqué a la chimenea para ver qué demonios estaba haciendo el cazador allí y comprobé que había una gran olla con algo dentro... que no quería saber muy bien qué era exactamente.

De reojo, vi que el chico cogía algo del suelo. Una llave. Quizá la llave a uno de los escondrijos privados del cazador. Luego, me siguió sin apenas detenerse en lo que había en aquella olla.

—Dios, qué peste... —se quejó—. Aunque seré menos pesimista, ya tengo la llave. Ahora ya podemos ponernos en marcha. Quédate detrás de mí, ¿vale? No sabemos qué loco con un hacha nos podremos encontrar a partir de ahora.

Asistí y atrapé entre mis manos un cuchillo de cocina que había en la mesa, el más grande. Al lado de varios platos sucios, estaba el cadáver de un gato con las vísceras repartidas por todos los cubiertos. Intenté con todas mis fuerzas olvidarlo.

El chico aprovechó para sacar la pistola y guardó las demás armas. En poco tiempo, proseguimos con la marcha y abrimos la puerta contigua con la llave del cazador.

Cuando salimos, el pasillo estaba totalmente oscuro pero mi acompañante tenía una linterna y la encendió. Hecho que agradecí al bajar por las escaleras. Las ratas hacían ruidos chirriantes detrás de las antiguas paredes. Numerosas cuerdas y velas yacían a nuestro alrededor, algunas apagadas y otras, las más grandes, encendidas como si rindiera homenaje a un culto invisible a nuestros ojos.

El muchacho recorría cada centímetro de la estancia con la linterna, observando todo y adelantándose a cualquier ataque. Yo estaba pegada a su espalda, estudiando cada lado y preparando mi cuchillo hacia cualquier movimiento extraño. Con precaución, levantó varias sábanas manchadas que servían como puerta y varios totems estaban colocados meticulosamente por las paredes más próximas, todas manchadas de hollín y envejecidas por el transcurso del tiempo y el descuidado dueño. El polvo casi me hizo toser pero me aguanté. Nuestras botas pesadas hacían que el suelo crujiera y me helara la piel.

Aparte de eso, solo había silencio.

Un silencio inquietante.

Y, sin embargo, a pesar de la supuesta tranquilidad, me atormentaba ver los pasillos oscuros externos. Era una lástima que solo tuviéramos una linterna, así solo podíamos iluminar una zona.

—Maldita sea —condenó el castaño y aceleró su paso hacia un cadáver que se me había pasado desapercibido debido al miedo y la obsesión por saber qué había en la oscuridad.

Me fijé en sus movimientos, en la manera en la que usaba las armas y sus acciones a la hora de luchar cuerpo a cuerpo, sea quien sea, debía de ser alguien especializado en el combate.

A medida que se acercaba a la víctima, colocó su brazo derecho con la pistola encima del izquierdo, el cual usaba la linterna, para estar preparado no solo a la hora de observar sino también, para atacar si las circunstancias empeoraban.

—¡No, no...! —Se dirigió al cadáver con desilusión, debía haberlo conocido—. ¡Joder!

Se trataba de un policía español.

Mario Fernández había fallecido.

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