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⋆⭒˚.⋆ 𝟎𝟕.



HOGWARTS.

Jaime despertó al primer rayo de luz que se filtró por la ventana, marcando el inicio de otro día en el castillo. Se levantó con pereza, estirándose antes de dirigirse al baño, donde se refrescó rápidamente bajo el agua caliente, despejando la somnolencia. Tras vestirse con unos cómodos jeans, una polera roja y unas botas negras que siempre la acompañaban, se recogió el cabello en una coleta baja. Con un último vistazo a su reflejo, suspiró y salió al pasillo.

El aire fresco de la mañana parecía pacífico, y la tranquilidad de Hogwarts la envolvía mientras caminaba. El castillo aún dormía, y la serenidad del día contrastaba con la tensión latente que siempre estaba presente en el ambiente. Al llegar al tablero de anuncios, una visión inesperada la detuvo.

Un cartel grande, cubriendo casi todo el espacio disponible, captó su atención de inmediato. Estaba escrito con letras oscuras, y un sello oficial se estampa al final, dejando claro que el mensaje era de una autoridad superior. El encabezado hablaba por sí mismo, con la firma de Dolores Umbridge destacándose en la parte inferior del aviso.

"POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS"

De ahora en adelante quedan disueltas todas las organizaciones y sociedades, y todos los equipos, grupos y clubes.
Se considerará organización, sociedad, equipo, grupo o club cualquier reunión asidua de tres o más estudiantes.
Para volver a formar cualquier organización, sociedad, equipo, grupo o club será necesario un permiso de la Suma Inquisidora
(profesora Umbridge).

No podrá existir ninguna organización ni sociedad, ni ningún equipo, grupo ni club de estudiantes sin el conocimiento y la aprobación de la Suma Inquisidora.
Todo alumno que haya formado una organización o sociedad, o un equipo, grupo o club, o bien haya pertenecido a alguna entidad de este tipo, que no haya sido aprobada por la Suma Inquisidora, será expulsado del colegio.
Esta medida está en conformidad con el Decreto de Enseñanza n.o 24. Firmado:
Dolores Jane Umbridge Suma Inquisidora

Jaime se quedó inmóvil por un momento, leyendo una y otra vez las palabras, absorbidas por la gravedad de la situación. El control de la profesora Umbridge se extendía ahora a las relaciones entre los estudiantes, buscando eliminar cualquier forma de resistencia o unidad. A pesar de su indignación, Jaime no pudo evitar sentir una extraña sensación de desazón. Hogwarts, el lugar que siempre había representado un refugio, parecía cada vez más una prisión bajo el régimen de la Suma Inquisidora.

Jaime estaba de pie, mirando el letrero de Umbridge, aún procesando la noticia. Hasta que Harry llegó a la enfermería con el rostro tenso, sus ojos reflejando la preocupación que no podía ocultar. Sin embargo, al verlo, supo que algo no iba bien.

—Jaime, creo que Draco le dijo a Umbridge sobre el grupo —dijo Harry, con un tono serio, sin rodeos.

Jaime lo miró, su expresión tornándose instantáneamente en una mezcla de incredulidad y enfado. No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Qué estás insinuando, Harry? —preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho, claramente molesta.

Harry, notando su tono, se adelantó un paso, bajando la voz pero manteniendo su mirada fija.

—No estoy insinuando nada. Sabes cómo es Draco. Además, él tiene conexiones... No sería la primera vez que le pasa información a alguien de su "bando". —Harry se encogió de hombros, como si su teoría fuera la más lógica, la única explicación razonable.

Jaime frunció el ceño. Algo en su interior la decía que las cosas no eran tan simples como Harry las veía. Sin embargo, la sugerencia de que Draco pudiera haber traicionado su confianza la molestaba profundamente. No podía permitir que esa idea se instalara sin más pruebas.

—¿Sabes qué? —dijo, respirando hondo para calmarse. —Voy a hablar con él directamente. Si Draco está involucrado, quiero escucharlo de su propia boca.

Jaime se dio la vuelta y, con un gesto decidido, sacó un pergamino de su bolso, escribió unas pocas palabras rápidas y luego lo selló con magia, enviando la carta.

Unos minutos después, la puerta de la enfermería se abrió con suavidad, y Draco apareció en el umbral. Su uniforme estaba perfectamente planchado, sus zapatos relucían y su cabello estaba impecable, como siempre. Parecía más desconcertado que nunca.

—¿Tia Jay? —preguntó con una ceja arqueada, sin entender qué lo había traído hasta allí.

Jaime lo observó con intensidad, sus ojos llenos de una mezcla de frustración y confusión. Sin embargo, fue Harry quien no esperó ni un segundo antes de lanzar la acusación.

—Tú, Malfoy —dijo, señalándolo con el dedo—.  le contaste a Umbridge sobre el grupo.

Draco se quedó allí parado, sin mover un músculo, mirando a ambos con una expresión que oscilaba entre el desdén y el desconcierto.

—¿Qué? —su voz salió fría y clara, un tono de incredulidad en su rostro—. ¿Qué estás insinuando, Potter?

Jaime dio un paso hacia él, cruzando los brazos.

—Harry cree que le diste información a Umbridge sobre el grupo. —Su voz era firme, pero no podía evitar la inquietud que sentía.

Draco los miró por un largo momento, y el aire pareció volverse más denso con la tensión acumulada. Finalmente, soltó una risa seca, casi burlona.

—¿De verdad? —respondió, sin inmutarse—. ¿Creen que yo, Draco Malfoy, haría algo tan estúpido como eso? ¿Traicionarles de esa manera? No tengo necesidad de hacerles la vida más difícil. Y menos con alguien como Umbridge.

Harry lo miró con desconfianza, pero Draco, manteniendo su postura estoica, no se dejó intimidar.

—Entonces, ¿quien mas haría algo así? —preguntó Harry, no dispuesto a dejarlo ir tan fácilmente.

—¿Me ves cara de adivino? —Draco se encogió de hombros. —No lo sé, pero yo no he sido, en vez de dar falsas acusaciones, solo por que soy Slytherin, deberías ver si tus propios amigos lo han hecho —Su voz no estaba tan fría como antes, sino que contenía algo más cercano a la burla.

Jaime, sintiendo que las tensiones entre ellos comenzaban a escalar, intervino antes de que las cosas se salieran de control.

—Harry, creo que sin pruebas no puedes acusar a Draco.

Harry la miró, molesto, pero también sabía que Jaime tenía razón. Se cruzó de brazos, su mirada volviendo a clavarla en Draco.

La puerta de la enfermería se abrió de golpe, y Hermione entró rápidamente, con una expresión preocupada en el rostro. Cuando vio a Draco de pie en medio de la sala, su mirada pasó por él con una mezcla de sorpresa. Su boca se abrió, pero no dijo nada de inmediato

Harry, que aún estaba tensando los músculos, no perdió el tiempo para volver a la carga.

—Hermione, Draco le contó a Umbridge sobre el grupo —dijo, señalando a Malfoy como si todo estuviera claro. Su tono estaba lleno de acusación.

—Harry...—comenzó a decir Jaime con tono molesto

Hermione se quedó paralizada por un momento, luego sus ojos se abrieron aún más y su rostro mostró una mezcla de incredulidad y frustración. No entendía nada de lo que estaba sucediendo.

—¿Qué? —exclamó, sorprendida—. No puede ser, Harry. ¡Es imposible que Draco esté involucrado en eso!

Harry, desconcertado por su reacción, la miró, aún sin estar completamente convencido.

—¿Cómo lo sabes tan segura? —preguntó, aunque su tono comenzó a suavizarse al ver la certeza en los ojos de Hermione.

Hermione dio un paso hacia Draco, con su mirada fija en él, pero luego volvió a mirar a Harry.

—No, es imposible porque hice un embrujo en el rollo de pergamino en que firmamos todos — explicó Hermione gravemente—. Créeme, si alguien se ha ido de chismoso con Umbridge, sabremos exactamente quién ha sido y te aseguro que lo lamentará.

—¿Qué le pasará? —preguntó Harry, intrigado.

—Bueno, para que te hagas una idea —contestó Hermione—, parecerá que el acné de Eloise Midgeon se trata solamente de unas cuantas pecas.

Hermione comenzó a caminar por la sala, dándose cuenta de que su reacción había sido precipitada. Con un suspiro, se giró hacia Harry.

—De verdad, Harry, creo que alguien que no estuvo en la reunión,  pudo haber ido a chismorrear a Umbridge. Pero no Draco. No él —añadió, mirando a Malfoy con una expresión algo más conciliadora, aunque aún cautelosa.

Harry, mirando a Hermione y luego a Draco, comenzó a sentir el peso de su error. La verdad era que, cuando lo pensaba, tenía sentido. La posibilidad de que alguien más hubiera filtrado la información se hacía más plausible, y la actitud de Draco no coincidía con la de alguien que quisiera meterse en esa clase de problemas.

—Tienes razón —dijo finalmente, bajando la cabeza avergonzado. Se giró hacia Draco, quien los observaba con una mezcla de desconcierto y un toque de resentimiento. Harry sintió que debía hacer lo correcto.—Draco, lo siento mucho. No debí acusarte sin más —admitió, con sinceridad, aunque aún algo tenso por la situación.

Draco lo miró, sus ojos fríos como siempre, pero con una leve chispa de reconocimiento por la disculpa. No esperaba eso de Harry, y aunque no lo dijera, algo en su postura se relajó ligeramente.

—No hay problema, Potter —respondió Draco con un tono que no ocultaba del todo su molestia, pero no estaba dispuesto a continuar la discusión. Su mirada recorrió a los tres, como si todos fueran responsables de la tensión en el aire. —Pero la próxima vez, asegúrate de tener pruebas antes de acusar a alguien.

Harry asintió, intercambiando una breve mirada con Hermione, antes de dirigirse hacia la salida. La puerta se cerró tras ellos, dejando a Jaime y a Draco en un incómodo silencio.

Jaime permaneció inmóvil, con la mirada fija en el joven rubio que se mantenía cabizbajo, sus hombros tensos como si cargara un peso invisible. Por un momento, pareció que iba a hablar, pero el sonido que emergió rompió el aire como un cristal que se quiebra: un sollozo desgarrador escapó de la garganta de Draco.

El chico apretó los puños, incapaz de levantar la vista, Jaime dio un paso hacia él, con el corazón encogido por el dolor ajeno. No era fácil ver a Draco, siempre tan altivo y orgulloso, reducido a esa fragilidad que intentaba ocultar.

—Draco —susurró Jaime con suavidad, su voz cargada de una mezcla de compasión y tristeza. Pero él no respondió. Otro sollozo lo sacudió, más fuerte esta vez, como si la presión que contenía dentro hubiera encontrado una grieta por la que escapar.

Jaime avanzó un poco más, sin apartar los ojos de Draco. No quería asustarlo ni invadir su espacio, pero tampoco podía quedarse inmóvil mientras el chico se desmoronaba frente a ella.

—Draco —repitió, esta vez con más firmeza, aunque manteniendo la ternura en su voz.

Él levantó un poco la cabeza, lo justo para que sus ojos grises, enrojecidos por las lágrimas, se cruzaran con los de Jaime. Había tanto en su mirada: miedo, rabia, culpa y algo que parecía una súplica muda.

—No puedo... —murmuró Draco entrecortadamente, su voz temblando como una hoja en medio de una tormenta—. No puedo seguir así.

Jaime sintió cómo su corazón se apretaba aún más. Sabía que había algo detrás de esas palabras, algo mucho más profundo que el orgullo herido o las tensiones familiares que siempre parecían rodear a Draco. Esto era diferente.

—No tienes que hacerlo solo —dijo Jaime con suavidad, acercándose hasta quedar frente a él.
Lo atrajo hacia ella y lo abrazó fuertemente.

Por un instante, Draco pareció dudar. Finalmente, dejó caer la cabeza, permitiendo que el peso de su dolor fuera compartido, aunque fuera por un momento.

—No lo entiendes... Si lo supieras... —Draco apretó los dientes, su cuerpo temblando ligeramente bajo el abrazo de Jaime.

—Entonces házmelo entender —respondió ella con firmeza—. No voy a juzgarte, Dragón. Solo quiero ayudarte.

Las palabras de Jaime parecieron romper el muro que Draco había estado construyendo durante tanto tiempo.

Draco respiró hondo, intentando detener el temblor de sus manos mientras las lágrimas continuaban cayendo. Levantó la mirada hacia Jaime, y en sus ojos brillaba una mezcla de furia y dolor.

—¿Sabes lo que más odio? —comenzó, su voz rota, pero cargada de amargura—. Que todos piensen que quiero ser el "malo". Que... que disfruto con esto, que lo hago por elección.

Jaime mantuvo su mirada fija en él, sin interrumpir. Sabía que lo que iba a decir era importante, algo que llevaba tiempo enterrado dentro de él.

—Yo nunca quise esto —continuó Draco, su voz quebrándose—. Odio tener que ser esa persona, esa figura que todos desprecian. ¡Odio cómo Potter me mira como si supiera quién soy, como si yo fuera nada más que un arrogante y un cobarde! —Su tono subió, cargado de frustración—. Pero... ¿qué opción tengo, Jaime? ¡Dime, ¿qué opción?!

Se llevó las manos al cabello, jalándolo con fuerza mientras bajaba la cabeza de nuevo, derrotado. Jaime podía ver cómo se desmoronaba frente a ella, cada palabra arrancando un pedazo más de la máscara que había llevado durante tanto tiempo.

—Harry... —continuó Draco en un susurro, casi inaudible—. Harry me acusa como si todo lo que hago fuera porque quiero. Como si él entendiera lo que es vivir bajo el peso de lo que significa ser un Malfoy. Pero no lo entiende... nadie lo entiende.

—Yo lo entiendo, Draco —intervino Jaime con calma, su voz un ancla en medio de la tormenta—. Sé lo que significa llevar un apellido que otros cargan de expectativas. Pero tú no eres esas expectativas. No eres el "malo". Eres un chico que está tratando de encontrar su camino en medio de todo esto.

Draco levantó la vista hacia ella, sus ojos brillando con incredulidad y esperanza a partes iguales. Por un momento, pareció querer decir algo, pero en lugar de palabras, lo que salió fue un nuevo sollozo, esta vez más suave.

Draco se había sentado en la camilla, derrotado, mientras Jaime lo rodeaba con los brazos, sosteniéndolo como si pudiera juntar los pedazos de su alma rota. El peso del dolor que cargaba parecía haberse desbordado por completo, dejando al chico exhausto, despojado de cualquier pretensión.

No pasó mucho tiempo hasta que los sollozos se apagaron, reemplazados por el ritmo suave y pausado de su respiración. Había caído dormido, refugiado en la calidez y la seguridad de aquel momento, algo que probablemente hacía mucho no sentía.

Jaime bajó la mirada hacia él y sonrió levemente, un gesto cargado de ternura y melancolía. Ver a Draco tan vulnerable, tan humano, le recordaba que detrás de toda la fachada de orgullo había un chico que solo buscaba alivio en medio de un mundo que lo empujaba a ser alguien que no quería ser.

Con cuidado, deslizó un brazo por debajo de sus hombros y lo ayudó a recostarse sobre la camilla. Draco no hizo más que murmurar algo inaudible en sueños, acomodándose instintivamente. Jaime tomó una manta cercana y la extendió sobre él, asegurándose de que estuviera abrigado.

—Descansa, Draco —susurró, mientras apartaba un mechón de cabello rubio de su frente. Permaneció junto a la cama unos momentos más, observándolo con una mezcla de cariño y preocupación. Sabía que su batalla interna no terminaría con unas pocas palabras ni con un abrazo, pero al menos, por esta noche, él había encontrado un pequeño respiro.
























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Jaime estaba organizando unos pergaminos cuando la puerta se abrió de golpe, dejando entrar a Harry, quien llevaba a Hedwig en brazos. La lechuza agitaba débilmente las alas, su plumaje desarreglado y manchado de sangre.

—¡Jay! —exclamó Harry, acercándose con rapidez—. Hedwig está herida.

Jaime dejó todo y se acercó a ellos, tomando a la lechuza con cuidado para colocarla sobre una camilla. Observó la herida con atención: un corte profundo en el ala izquierda.

—¿Qué pasó, Harry? —preguntó, mientras se dirigía a un armario para buscar una poción cicatrizante y un ungüento.

—Sirius me envió una nota —explicó Harry, con la respiración agitada—. Pero creo que alguien la interceptó. No sé cómo, pero desde que salvó a Cedric el año pasado, el Ministerio no deja de perseguirlo. Están obsesionados con demostrar que todo lo que decimos es mentira, que no ha vuelto...

Jaime suspiró mientras aplicaba el ungüento con movimientos precisos.

—Esto es más grave de lo que parece, Harry. Si interceptaron la nota, Sirius podría estar en constante mira

—Lo sé —murmuró Harry, con el ceño fruncido—. Pero no puedo hacer nada desde aquí.

Jaime le dio una mirada comprensiva, terminando de vendar el ala de Hedwig.

—Yo me encargaré de esto. De momento, tú necesitas mantener la calma y no levantar sospechas. Hedwig estará bien, pero dale tiempo para sanar.

Harry asintió, aunque su rostro reflejaba preocupación. Acarició suavemente a Hedwig antes de salir de la enfermería, dejando a Jaime con el peso de lo que acababa de escuchar. Sabía que tendría que actuar con cautela.

Cuando Harry salió, Jaime suspiró, intentando organizar sus pensamientos mientras terminaba de limpiar la camilla. En ese momento, un pequeño pergamino apareció flotando frente a ella, doblado con cuidado. Lo tomó y reconoció la letra precisa y angulosa de Snape.

"Potter, necesito que lleve los frascos de poción curativa que le dejé en la enfermería a mi aula lo antes posible. Son para un encargo urgente. —S. Snape."

Jaime rodó los ojos. "¿Por qué no puede venir él mismo?" pensó, pero sabía que discutir con Snape no llevaría a ninguna parte. Cogió los frascos, los levantó con magia y salió de la enfermería, dirigiéndose hacia el aula de Pociones.

Jaime llegó al aula de pociones con los frascos y con su varita los colocó suavemente en la mesa, notó que Dolores Umbridge estaba parada frente a Snape, con su pluma rosa chillón moviéndose sobre un pergamino. Decidió entrar en silencio, dejando que la conversación se desarrollara mientras comenzaba a colocar los frascos en un estante cercano.

—Tengo entendido que lleva catorce años enseñando en Hogwarts, profesor Snape, ¿es así? —preguntó Umbridge con su tono afectado, la pluma lista para anotar.

—Sí —respondió Snape, inexpresivo.

—Y también he oído que durante todos estos años ha solicitado el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras... ¿Es correcto?

—Sí —repitió Snape, imperturbable, aunque Jaime pudo notar el ligero endurecimiento de su mandíbula.

—Pero ¿no lo consiguió?—dijo con una sonrisa que pretendía ser compasiva pero que solo lograba ser condescendiente

Snape torció el gesto y respondió: —Es obvio.

La profesora Umbridge anotó algo en sus pergaminos.

—Y desde que entró en el colegio ha solicitado con regularidad el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿verdad?

—Sí —contestó Snape, imperturbable, sin mover apenas los labios. Parecía muy enfadado.

—¿Tiene usted idea de por qué Dumbledore ha rechazado por sistema su solicitud? —inquirió la profesora Umbridge.

—Eso debería preguntárselo a él —dijo Snape entrecortadamente.

—Oh, lo haré, lo haré —dijo la profesora Umbridge componiendo una dulce sonrisa.

—Aunque no veo qué importancia puede tener eso —añadió Snape a la vez que entrecerraba sus ojos negros.

—¡Oh, ya lo creo que la tiene! —replicó la profesora Umbridge—. Sí, el Ministerio quiere conocer a la perfección el... pasado de los profesores.

Jaime observó cómo Snape entrecerraba los ojos, claramente molesto, pero se mantenía en silencio mientras Umbridge continuaba con sus preguntas. No pudo evitar intervenir.

—Sabes, profesora, tal vez deberías preocuparte más por cómo enseñas tú en lugar de seguir buscando razones para humillar al profesor Snape por sus solicitudes pasadas —dijo con una sonrisa irónica, cruzando los brazos.

Umbridge la miró con sorpresa y algo de ira, pero Jaime no dejó que el silencio la interrumpiera.

—El profesor Snape lleva catorce años aquí,  tal vez deberías centrarte en mejorar tu propio desempeño en lugar de meterte con alguien que claramente tiene más experiencia de la que tú —añadió Jaime, levantando una ceja.

Snape la miró, claramente agradecido por el apoyo, pero Jaime no dejó que la conversación se desviara de su punto.

—Y en cuanto a las solicitudes de Snape, francamente, las preguntas sobre su carrera no tienen nada que ver con lo que realmente importa aquí. En todo caso, tal vez deberías preguntarte qué estás haciendo para realmente ayudar a Hogwarts, en vez de ponerte a husmear en el pasado de otros —dijo, asegurándose de que sus palabras fueran claras.

La profesora Umbridge le lanzó a Jaime una mirada fulminante antes de irse, pero, sorprendentemente, no dijo nada. El silencio que siguió fue casi tan intenso como el clima tenso en la habitación. Jaime, un poco sorprendida por la falta de respuesta, sintió una pequeña satisfacción al ver que había logrado dejarla sin palabras.

Se permitió un breve respiro de satisfacción, una leve sonrisa en su rostro, mientras continuaba con su tarea de organizar los frascos. Sabía que la clase sería corta, ya que todo parecía estar listo y Umbridge, después de todo, no parecía dispuesta a prolongar la conversación.

Mientras se movía entre las mesas, notó que Harry, Ron y Hermione la observaban, conversando entre ellos con expresiones de curiosidad y, tal vez, un poco de sorpresa. Jaime les lanzó una mirada rápida y un leve asentimiento con la cabeza, como si les dijera "todo bajo control". No quería llamar demasiado la atención, pero también sentía que había hecho lo correcto al defender a Snape.

Cuando la campana sonó, todos comenzaron a levantarse rápidamente, recogiendo sus pertenencias para irse. Jaime echó un último vistazo al estante con satisfacción al ver cómo había quedado todo perfectamente ordenado. Sin embargo, el sonido de un carraspeo la hizo girarse con rapidez.

Él la miró fríamente, como si la hubiera estado esperando, y tras un momento de silencio, murmuró con voz baja:

—Gracias. No tenías que hacerlo.

Jaime, aún con la sonrisa en su rostro, se enderezó y le devolvió la mirada con una suavidad inesperada.

—Siempre estaré para ti, Severus —respondió con tono firme pero cálido—. Aunque ahora no me consideres tu amiga, eso no cambiará.

Snape no dijo nada más, pero algo en su mirada, aunque difícil de descifrar, pareció suavizarse. Jaime dio un paso atrás, aún sonriendo de lado, y se dispuso a salir del aula, dejando a Snape con sus pensamientos.

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PARA EL PROX CAPÍTULO.

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