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⋆⭒˚.⋆ 𝟎𝟒.




HOGWARTS.

—¿Qué ella hizo qué? —el grito de Jaime había resonado como un eco por todo el pasillo, haciendo que los estudiantes y profesores se detuvieran en seco. La noche había caído sobre Hogwarts, y las sombras parecían vibrar con la emoción de Jaime.

El bosque prohibido, ubicado más allá de los límites del terreno escolar, parecía agitarse con el eco del grito de Jaime. Los árboles susurraban entre sí, como si compartieran un secreto.

Hermione, que había estado hablando con Jaime momentos antes, se retrocedió, sorprendida por la intensidad de su reacción.

—Jaime, lo siento...Harry no quería que supieras— dijo, su voz baja y preocupada.

Jaime se volvió hacia Hermione, su rostro iluminado solo por la luz de la luna.

—¿Una pluma de sangre? —repitió, su voz llena de horror—. ¿Cómo se atreve a hacerle eso a Harry?

Los pasillos vacíos del castillo parecían resonar con la rabia de Jaime. Los retratos de los antiguos profesores y directores de Hogwarts parecían observarla con preocupación, como si temieran la reacción de la joven.

—Busca a Harry—pidió Jaime—, por favor Hermione.

Hermione no esperó más y salió corriendo en busca de su amigo. Su corazón latía con preocupación mientras recorría los pasillos de Hogwarts, buscando a Harry.

Mientras tanto, la mente de Jaime trabajaba sin parar, su pecho subía y bajaba. No pasó mucho tiempo cuando Hermione regresó con Harry.

—Lo encontré —dijo Hermione, jadeando—. Estaba en la biblioteca.

Harry avanzó hacia Jaime, cauteloso, y se sentó al lado de ella en la camilla de la enfermería.

—Ven acá—ordenó Jaime con voz autoritaria.

Jaime se remangó las mangas y vio la mano donde había una venda, mal puesta y que seguramente habría una infección.

—¿Qué... qué pasó? —preguntó Harry, su voz baja.

Jaime no respondió de inmediato, su atención centrada en la herida. La piel alrededor de las palabras estaba enrojecida e inflamada, y Jaime pudo ver los bordes de una infección comenzando a formarse.

—Esta profesora... —murmuró Jaime, su voz llena de ira—. No tiene idea de lo que ha hecho.

Con movimientos precisos y suaves, Jaime comenzó a limpiar la herida y aplicar un bálsamo curativo. Harry se relajó un poco, sabiendo que estaba en buenas manos.

—Lo siento, mamá Jay —dijo Harry, su voz llena de remordimiento—. No debería haber...

—No, Harry —interrumpió Jaime, su voz firme—. No es tu culpa. Esto es responsabilidad de esa profesora y de quienquiera que la haya autorizado a hacer esto. Debiste decirme

Jaime terminó de curar la herida y se sentó junto a Harry, abrazándolo con fuerza.

—No te preocupes, Harry —dijo—. Estoy aquí para protegerte. Nadie te hará daño mientras yo esté cerca.

Hermione se acercó, preocupada.

—¿Estás bien, Harry? —preguntó.

—Sí, gracias a Jaime —respondió Harry, sonriendo débilmente.

—Voy a hablar con el profesor Dumbledore —dijo Jaime, determinada—. Esto no puede quedar así.

—¡No! —chilló Harry, su rostro pálido y asustado.

—¿Por qué no? —Jaime frunció el ceño, confundida por la reacción de Harry.

—Ella es parte del Ministerio —explicó Harry, su voz baja y urgente—. Puede echarte de aquí o algo peor. Por favor, no le digas a nadie. Ya acabé mi castigo, no te preocupes, mamá.

Jaime se sorprendió al escuchar la mención del Ministerio. No sabía que la profesora de Defensa contra las Artes Oscuras tenía conexiones con ellos.

—Harry, no entiendo —dijo Jaime, su voz suave pero firme—. ¿Qué tiene que ver el Ministerio con esto?

—No puedo decirte —respondió Harry, su mirada evitando la de Jaime—. Pero por favor, no hagas nada. No quiero que te metas en problemas por mi culpa.

Jaime se inclinó hacia Harry, su rostro cerca del suyo.

—Harry, eres mi familia —dijo—. No voy a dejar que nadie te haga daño sin hacer nada. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué tiene que ver el Ministerio con esta profesora?

Harry se levantó de la camilla, su rostro desesperado.

—Por favor, mamá—rogó—. No sigas investigando. No quiero que te pase nada malo.

Jaime se puso de pie, su mirada fija en Harry.

—No te preocupes por mí, Harry —dijo—. Me preocupo por ti. Y no voy a dejar que nadie te haga daño.













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La sala común de Gryffindor era un hervidero de actividad aquella mañana. La habitación estaba llena de estudiantes de todas las edades, algunos estudiando, otros charlando y riendo, mientras que otros simplemente se relajaban en los cómodos sillones y sofás.

El aire estaba lleno de pequeñas chispas de juegos artificiales que saltaban por el lugar, iluminando la habitación con un resplandor cálido y festivo. Algunos estudiantes tenían la cara desfigurada gracias a los artefactos de los Weasley, lo que añadía un toque de diversión y alegría a la atmósfera.

En medio de todo este bullicio, Jaime entró en la sala común, su rostro reflejando enojo. Estaba claro que lo que le había contado Hermione por la noche, la había molestado profundamente, y estaba decidida a encontrar a los gemelos Weasley.

Mientras se abría paso entre la multitud, Jaime escaneó la habitación en busca de Fred y George, sus ojos recorriendo la sala hasta que finalmente los encontró sentados en un rincón, rodeados de una nube de humo y risas. Con una determinación renovada, Jaime se dirigió hacia ellos.

—Mis bromistas, ¿cómo se encuentran?—la calidez de la voz de Jaime llamó la atención de los dos gemelos

—Mariposita, estamos bien y tú?—dijeron al unisono mientras se levantaban

Jaime sonrió al escuchar el apodo que los gemelos le habían dado. "Mariposita" era un término cariñoso que solo ellos utilizaban para referirse a ella, por su forma animaga.

—Estoy bien, gracias —respondió Jaime, mientras se acercaba a ellos—. Pero necesito hablar con ustedes sobre algo.

Fred y George intercambiaron una mirada curiosa, pero no dijeron nada. En su lugar, se sentaron de nuevo en sus sillas, gestionando a Jaime que se uniera a ellos.

—¿Qué pasa, Mariposita? —preguntó Fred, mientras se inclinaba hacia adelante con interés.

Jaime se sentó en la silla vacía frente a ellos, y comenzó a explicar el motivo de su visita. —Es sobre algo que pasó ayer... —comenzó a decir.

Los gemelos Weasley se preparaban para ayudar a Jaime en su plan. La caja que Fred había sacado estaba llena de todo tipo de objetos extraños y divertidos, cada uno con un propósito específico y una etiqueta que indicaba su nombre y efecto.

George se rió mientras Fred buscaba en la caja. —Creo que lo que necesita es algo un poco más... drástico—dijo George con una sonrisa maliciosa.

Fred asintió con la cabeza y sacó una pequeña bolsa de polvo blanco. —¿Qué tal un poco de polvo de confusión?—preguntó Fred con una sonrisa. —Esto debería hacer que... cierta persona... se sienta un poco... confundida

Jaime se rió y asintió con la cabeza. —Eso suena perfecto, pero necesito algo más, algo que la haga enojar mucho—dijo ella con una sonrisa.

Los dos comenzaron a rebuscar por la caja y sacaron dos artículos de en pequeños frascos.
—Que te parece esto

—¿Que es?—preguntó Jaime mirando con curiosidad los frascos que sostenían los gemelos

—Estos son polvos que sirven para el vómito, desmayarse y confusión, los tres en uno —explicó George, sonriendo con malicia—. Al momento que se confunda, no sabrá qué hace en el lugar en el que esté.

Jaime se rió al escuchar la explicación de George.

—Eso es genial —dijo Jaime—. ¿Y qué hay del otro polvo?

Fred sonrió y sacó un pequeño frasco de polvo de su bolsillo.

—Y este es el polvo del deseo —explicó Fred—. Sirve para toda una semana. Haga lo que tú desees, solo que cuando lo tome tiene que mirarte directamente a los ojos, para que solo tú le ordenes lo que quieras que haga.

Jaime se sorprendió al escuchar la explicación de Fred.

—Eso es increíble —dijo Jaime—. ¿Cómo funciona?

Fred se encogió de hombros.

—No lo sabemos exactamente —dijo Fred—. Pero sí sabemos que funciona. Lo hemos probado antes.

George asintió con la cabeza.

—Sí, y ha funcionado perfectamente —dijo George—. Así que no te preocupes, Jaime. Este polvo te dará el control que necesitas.

—¿Cuánto cuesta?

Fred y George se miraron y se rieron. —No te preocupes por el precio, Mariposita—dijo George con una sonrisa. —Esto es un regalo de los Weasley

—Nos alegra que vuelvas a tus orígenes —dijeron al unísono los gemelos, sonriendo con satisfacción.

Jaime los miró con una sonrisa irónica y respondió:

—Jamás me fui.

Los gemelos se rieron y se miraron entre sí, asintiendo con la cabeza.

Jaime se levantó de la silla, guardando el pequeña frasco de polvo del deseo en su abrigo negro. Luego, rebuscó en sus bolsillos y sacó 20 galones de oro.

—Tomen, 10 para cada uno —dijo Jaime, extendiendo la mano con el dinero—. Adiós.

Fred y George se miraron entre sí, sorprendidos por la generosidad de Jaime.

—¡Pero era gratis! —gritó Fred, levantándose de su silla.

—¡Lo sé! —gritó Jaime por última vez, sonriendo mientras salía de la sala común.

—¡Eh, Jaime, espera! —gritó George, pero Jaime ya había desaparecido en el pasillo.

Fred y George se miraron entre sí, sonriendo.

—Bueno, supongo que no podemos quejarnos —dijo Fred, metiendo el dinero en su bolsillo.

—Sí, y Jay se fue con una sonrisa —agregó George, riendo—. ¡Eso es todo lo que importa!

Ambos gemelos se rieron y se dieron un golpecito en la espalda, contentos de haber podido ayudar su tía Jaime.














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—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —dijo Jaime, repitiendo las palabras que activaba el mapa.

En el pergamino que en un momento estuvo vacío, unas letras color rojo esmeralda comenzaron a aparecer.

"Los señores y la señorita Butterfly Belle, Moony, Wormtail, Padfoot y Prongs presentan el mapa de los merodeadores"

Jaime se rió entre dientes mientras buscaba el nombre de la profesora en el mapa.

—Ahí vamos —susurró Jaime, su mirada escaneando el mapa en busca de la ubicación de la profesora.

De repente, el nombre de la profesora apareció en el mapa, y Jaime sonrió triunfalmente.

—¡Bien! —exclamó Jaime, guardando el mapa en su bolsillo

Jaime no perdió tiempo y comenzó a caminar con determinación hacia la oficina de la profesora, que estaba ubicada en una planta alta del castillo. Sus tacones resonaban en los pasillos de piedra, y su presencia no pasó desapercibida.

Los estudiantes mayores que se encontraban en el pasillo no pudieron evitar suspirar al verla pasar, admirando su belleza y confianza. Jaime, sin embargo, no se detuvo a prestar atención a las miradas admirativas, y siguió avanzando con rapidez hacia su destino.

De repente, se topó con los gemelos Weasley, Fred y George, que estaban apoyados en una pared del pasillo. Al ver a Jaime, los gemelos le levantaron el pulgar y guiñaron un ojo en señal de apoyo y admiración.

Jaime sonrió brevemente y les devolvió el gesto con un guiño, antes de seguir adelante con su misión.

Cuando Jaime llegó a la gran puerta de piedra, tocó suavemente con los nudillos, esperando pacientemente a que alguien respondiera desde el otro lado. La puerta era imponente, con intrincados diseños tallados en la piedra, y una gran manija de bronce que parecía una cabeza de león.

No fueron hasta unos segundos después que resonó la voz de la persona que estaba dentro de la habitación.

—Pase —dijo la voz, sonando chillona y un poco irritada.

Jaime no pudo evitar rodar los ojos ante la tonalidad de la voz, pero se recuperó rápidamente y empujó la puerta para entrar en la habitación. La puerta se abrió con un crujido, y Jaime se deslizó dentro, cerrando la puerta detrás de ella.

La mirada de Jaime comenzó a recorrer la habitación color rosada, que parecía haber sido diseñada por alguien con un amor obsesivo por el color rosa. Todos los objetos en la habitación, desde el escritorio hasta las sillas, estaban pintados de un rosa brillante y chillón.

Pero lo que realmente llamó la atención de Jaime fueron los cuadros que adornaban las paredes. Eran retratos de gatos. Los gatos en los cuadros parecían estar vivos, moviéndose y jugando en sus marcos.

—Madame Potter, ¿qué necesita? —preguntó la profesora Umbridge, fingiendo una dulzura que Jaime notó enseguida. La voz de la profesora era como un azúcar cubriendo una píldora amarga, y Jaime se sintió instantáneamente en guardia.

—Profesora, solo quería hablar de un asunto, si no le molesta —respondió Jaime, manteniendo su tono neutral y educado.

La profesora Umbridge puso una sonrisa fingida en su rostro, y le indicó a Jaime que se sentara en una de las sillas que estaban frente a su escritorio. En el escritorio, había una tetera de porcelana que rápidamente fue activada por un movimiento de varita de la profesora. La tetera comenzó a silbar suavemente, y la profesora Umbridge se levantó para servir el té en dos tazas delicadas.

—Por favor, siéntate, Madame Potter —dijo la profesora Umbridge, ofreciéndole una taza de té a Jaime—. ¿En qué puedo ayudarte hoy?

Jaime, con el frasco en la mano, esperó el momento perfecto para actuar. Cuando la profesora Umbridge se dio la vuelta para observar la ventana, Jaime aprovechó la distracción para verter la mitad del polvo del frasco en el té que estaba en el lugar de la profesora.

El polvo cayó silenciosamente en el té, y Jaime se aseguró de que no hubiera ninguna burbuja o ruido que delatara su acción. Luego, se sentó de nuevo en su silla, con una expresión inocente en su rostro, como si no hubiera hecho nada.

La profesora Umbridge, ajena a lo que acababa de suceder, se dio la vuelta y sonrió a Jaime.

—¿Y bien, Madame Potter? —dijo la profesora Umbridge, sin notar nada fuera de lo común en el té—. ¿Qué es lo que querías hablar conmigo?

—Solo quería comentarle sobre su clase —dijo Jaime, con los puños apretados y una mirada intensa—. Me enteré que castigó a mi sobrino, Harry Potter.

La profesora Umbridge sonrió levemente con malicia, y se sentó en su silla, con una postura que parecía decir "estoy lista para escuchar tus quejas". La taza de té que había en su escritorio parecía llamar su atención, y la profesora Umbridge la tomó con una mano, observando a Jaime con los ojos entrecerrados antes de tomar un sorbo.

Jaime casi suspiró al ver a la profesora Umbridge tomar el té, pero se contuvo. Sin embargo, lo que sucedió a continuación la hizo sentir un escalofrío. Al tomar el largo sorbo, la profesora Umbridge observó a Jaime a los ojos, y Jaime hubiera jurado haber visto un destello blanco en sus ojos. La mirada de la profesora Umbridge era inquietante.

Jaime, al ver el destello blanco en los ojos de la profesora Umbridge, no esperó más y decidió comprobar si el polvo del deseo había funcionado. Con una sonrisa inocente, dijo:

—Así que dígame, por qué no se golpea la mano.

Jaime rezó para que el polvo ya estuviera haciendo efecto, porque estaba segura de que lo que acababa de decir sonaba ridículo. Miró a la mujer con una mezcla de ansiedad y curiosidad, pensando que tal vez el polvo no había funcionado después de todo.

Pero justo en ese momento, la profesora Umbridge se había golpeado la mano con fuerza, y su rostro se había vuelto rojo de dolor. No hablaba, simplemente se quedó sentada, con la mano dolorida y una expresión de sorpresa en su rostro.

Jaime se sintió un poco sorprendida y aliviada al mismo tiempo. El polvo del deseo había funcionado, y la profesora Umbridge había hecho exactamente lo que Jaime le había dicho.

—Ahora quiero que vaya al gran comedor, es la hora del almuerzo y al frente de todos discúlpense con Harry por todo lo que le dijo y le hizo —dijo Jaime con voz firme y autoritaria.

La profesora Umbridge asintió con la cabeza, sin decir una palabra, y se levantó de su silla. Su rostro estaba pálido y su mirada parecía vacía, como si estuviera bajo control.

Sin decir una palabra, la profesora Umbridge salió de la habitación, dirigiéndose hacia el gran comedor. Jaime la siguió con la mirada, asegurándose de que la profesora estuviera cumpliendo con su orden.

Mientras la profesora Umbridge se alejaba, Jaime no pudo evitar sentir una sensación de satisfacción y triunfo. Había logrado controlar a la profesora Umbridge.















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—¡Mamá! No creerás lo que pasó —la voz de Harry interrumpió a Jaime, que estaba ordenando los frascos de medicina en el estante.

Atrás de Harry, venían Hermione y Ron, la chica con cara preocupada y el pelirrojo con cara de satisfacción. Jaime se volvió hacia ellos, fingiendo demencia.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Jaime, con una sonrisa inocente en su rostro.

Harry se rió y sacudió la cabeza.

—La profesora Umbridge se disculpó por lo que pasó al frente de todos en el gran comedor —explicó Harry—. De la nada, todos estaban sorprendidos. Nadie sabía qué estaba pasando.

Hermione asintió con la cabeza, todavía con una expresión preocupada en su rostro.

—Sí, fue muy extraño —dijo Hermione—. La profesora Umbridge parecía... diferente. Como si estuviera bajo algún tipo de control.

Ron se rió y se encogió de hombros.

—Bueno, no importa cómo pasó —dijo Ron—. Lo importante es que la profesora Umbridge se disculpó. Eso es todo lo que importa.

—Bueno...estoy sorprendida, me alegro que lo haya hecho al frente de todos, cariño —dijo Jaime, sonriendo a Harry—. Te aseguro que no volverá a ocurrirte nada por parte de ella.

Hermione miró a Jaime con ojos entrecerrados, sospechando que algo no estaba bien. Harry y Ron, por otro lado, parecían ajenos a cualquier sospecha y sonrieron, agradecidos por la promesa de Jaime.

—Si, no te preocupes —dijo Harry—. Ahora nos tenemos que ir, nos vemos.

Los dos chicos salieron de la habitación, dejando a Jaime y Hermione solas. Hermione se volvió hacia Jaime, con una expresión seria en su rostro.

—Jay... ¿tú hiciste algo? —preguntó Hermione con cautela.

Jaime suspiró, sabiendo que no podía ocultárselo a Hermione. La leona siempre había sido demasiado perspicaz.

—Sí, Mione —admitió Jaime—. Pero no te preocupes, no es nada grave. No le digas a Harry, solo te pidió eso.

—Está bien, adiós Jay.

Jaime sonrió levemente antes de que un pergamino de Sirius llegara hacia ella, que leyó con rapidez, su mirada se hacia oscurecido.

A pesar de que Jaime podía controlar la profesora Umbridge, ella podía seguir haciendo sus cosas con normalidad sin darse cuenta de las acciones que hacía sin su autocontrol. Era como si la profesora Umbridge estuviera en un estado de trance, cumpliendo con las órdenes de Jaime sin cuestionarlas ni recordarlas después.

Así que ese mismo día, la profesora Umbridge había discutido con la profesora McGonagall, una de las profesoras más respetadas y admiradas de Hogwarts. La discusión había sido intensa y había generado un gran revuelo en la escuela.

Además, la profesora Umbridge había llamado al Ministerio de Magia, donde había hablado con algunos de los funcionarios más importantes. Y, para sorpresa de todos, el Ministerio había tomado la medida de nombrar a Umbridge como Suma Inquisidora en Hogwarts.

La noticia había causado un gran escándalo en la escuela, y muchos de los profesores y estudiantes estaban enojados y preocupados por la situación. La profesora Umbridge, con su nuevo título y su comportamiento cada vez más errático, se estaba convirtiendo en una figura cada vez más odiada y temida en Hogwarts.

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