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⋆⭒˚.⋆ 𝟎𝟑.




MANSIÓN BLACK

La habitación estaba bañada en la suave luz del amanecer, el sol comenzaba a alzarse sobre los árboles del bosque cercano, y el aire estaba lleno del sonido de la respiración tranquila de Harry. Pero la paz que rodeaba la estancia se rompió de repente cuando la voz de Jaime resonó en la habitación.

—¡Harry! Despierta.

—¡Harry! Despierta —exclamó, su tono alegre pero firme.

Jaime rodó los ojos al ver el sueño pesado que parecía tener su sobrino, quien estaba completamente ajeno a la llamada. La situación, como tantas otras, requería de medidas drásticas. Con un movimiento rápido de su varita, Jaime pronunció el hechizo.

—Aguamenti.

Un chorro de agua fría cayó directamente sobre la cara de Harry, quien se despertó sobresaltado, dando un salto en la cama.

—¡Mierda! —exclamó, frotándose la cara y mirando alrededor como si el agua fuera la invasora más extraña en su habitación.

Jaime frunció el ceño con una mirada de reproche, pero una sonrisa apenas contenida se dibujó en su rostro.

—Vocabulario, Harry —dijo en tono serio, aunque los ojos de Jaime brillaban con diversión.

Harry, aún algo desorientado, se encogió de hombros, sonriendo con aquella expresión que siempre conseguía suavizar cualquier regaño.

—Sirius dice que está bien —respondió, apuntando hacia el recién llegado a la habitación.

Jaime giró la cabeza hacia Sirius, quien entraba con su típica sonrisa pícara. Jaime lo miró entrecerrando los ojos, ya acostumbrada a la influencia de su amigo en el lenguaje de Harry.

—Traición —murmuró Sirius con fingida indignación, mientras apuntaba hacia su corazón, como si se hubiera herido profundamente.

La tensión se disipó, y los tres se rieron. La mañana comenzaba con una nota divertida.

—Vamos, Harry. Es hora de levantarse —dijo Jaime, haciendo un gesto hacia el desayuno que esperaba en el piso de abajo

Harry se estiró, bostezando con la misma pereza de siempre.

—¿Qué hay para desayunar? —preguntó, sin perder la costumbre de quejarse con cada despertarse.

—Kreacher ha preparado pancakes y huevos para todos —respondió Jaime.

Harry sonrió ante la mención de la comida.

—Genial. Estoy muerto de hambre.

Sirius, que ya se había acercado a Harry, lo abrazó por los hombros con efusión.

—Cornamenta. ¿Listo para tu primer día en tu quinto año?

Harry se levantó de la cama de un salto, sorprendido por la fecha que Sirius acababa de mencionar.

—¿Hoy? Ya es 1 de septiembre —exclamó, su rostro reflejando una mezcla de asombro y pánico.

Jaime, que ya estaba acostumbrada a la memoria selectiva de su sobrino, sonrió con suavidad.

—Sí, Harry. Así que prepárate y baja a desayunar, los Weasley se encuentran abajo. Sirius tiene que ir al trabajo y nosotros debemos prepararnos para Hogwarts.

La vida de Jaime en Hogwarts era mucho más que solo cuidar de Harry. Era una sanadora destacada, conocida no solo por su habilidad, sino también por su vasto conocimiento en situaciones críticas. Aunque muchos pensaban que su presencia en el castillo era para vigilar a Harry, la verdad era que ella respetaba su privacidad y solo intervenía cuando era absolutamente necesario.

La mañana avanzó sin mayores contratiempos. La mansión estaba tranquila, con el sonido de los pasos de Jaime resonando en los pasillos. Aunque la casa era amplia y majestuosa, Jaime disfrutaba de la sensación de paz que le otorgaba estar en casa, en la mansión familiar.

Jaime se detuvo en la puerta de la habitación, su corazón latiendo con una mezcla de nostalgia y melancolía. La puerta vieja con las iniciales "R.A.B" brillaban intensamente, como si fueran un faro que la guiaba hacia el pasado. Respiró profundamente y entró en la habitación, cerrando la puerta detrás de sí.

La habitación estaba exactamente como Regulus la había dejado. No había polvo, pero sí una sensación de quietud, como si el lugar estuviera suspendido en el tiempo. Jaime recorrió la mirada por la estancia, absorbiendo cada detalle. Los colores oscuros, el mueble de madera sencilla, los pergaminos y los libros esparcidos por todas partes... todo parecía intacto, como si Regulus hubiera salido solo por un momento y estuviera por regresar.

Sin embargo, algo nuevo llamó su atención: un diario. Jaime nunca había visto ese objeto antes, y algo en su interior le decía que debía prestarle atención. La tapa de cuero negro era familiar, y las mismas iniciales "R.A.B." brillaban en ella con una intensidad misteriosa.

Se acercó con cautela, como si el mismo aire de la habitación pudiera alterar el equilibrio del tiempo. Tomó el diario en sus manos y, después de un momento de vacilación, abrió la tapa.

"¿De dónde había salido ese diario? ¿Por qué no lo había visto antes?" Se preguntó Jaime sintiendo una curiosidad irresistible, y su mano se extendió para abrir la tapa. Pero se detuvo, vacilante.

Jaime respiró profundamente, y se sentó en la cama, con el diario en su regazo.

Al instante, se encontró mirando un álbum de fotos en movimiento. Las imágenes que veía la dejaron sin aliento. Cada foto contenía recuerdos compartidos con Regulus. Momentos que ella había olvidado y otros que nunca había visto. La descripción bajo cada foto decía: "Mi Jaime, siempre y para siempre." Las palabras parecían un susurro del pasado, un susurro de Regulus que la envolvía. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras observaba esas imágenes, cada una capturando una sonrisa, un gesto, un momento que solo ellos dos comprendían.

Cada foto era un recuerdo que había sido guardado con cuidado, un tesoro que Regulus había dejado para ella.

Jaime se detuvo en una foto en particular, donde ella misma sonreía, con los ojos brillantes de felicidad. No recordaba que Regulus hubiera tomado esa foto, pero la expresión en su rostro era inconfundible. Era la sonrisa de alguien que se sentía amada.

Su corazón latía con rapidez mientras seguía mirando las páginas. Cada foto era un regalo, un recordatorio de lo que habían compartido. Jaime se sentía como si hubiera encontrado un pedazo de su alma que creía haber perdido para siempre.

No podía creer que Regulus hubiera guardado todas esas fotos, que hubiera sido el que siempre había estado detrás de la cámara, capturando momentos que ella no recordaba. La idea de que él hubiera sido el que había preservado su historia juntos la llenó de gratitud y amor.

Jaime cerró el álbum, su pecho lleno de emoción. Sabía que nunca podría dejar de mirar esas fotos, que nunca podría dejar de recordar lo que habían compartido. Regulus había dejado un legado de amor y recuerdos que la acompañarían para siempre.

—Mi hermano te amaba, Jaime —dijo una voz suave desde la puerta.

La habitación se sumió en un silencio pesado, lleno de recuerdos y emoción. Jaime mantenía su cabeza agachada, como si el peso de su dolor fuera demasiado para soportar. El suspiro tembloroso que escapó de sus labios fue como un lamento, un grito silencioso que resonó en el corazón de Sirius.

El dolor y la nostalgia parecían envolverla como una nube densa.

—Sí... lo sé —dijo Jaime con un suspiro, su voz quebrada por la emoción.

Sirius se sentó en la cama junto a Jaime, su presencia cálida y reconfortante. Abrazó a Jaime por los hombros, ofreciendo consuelo y apoyo. La voz de Sirius fue un susurro, lleno de compasión y entendimiento.

—Ya son como 16 años... —dijo, su tono apenas audible

Jaime asintió con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas.

—Pero sigue doliendo como el primer día. Y yo lo amé... —dijo, su voz quebrándose—. Pero no tuve la oportunidad de decirle adiós.

Sirius acarició su cabello, su voz suave.

—Él sabía que lo amabas, Jaime. Y eso es lo que importa.

Jaime sonrió débilmente, secándose las lágrimas con la manga de su camisa.

—Tienes razón... —dijo, respirando hondo

—Eso es lo que Regulus hubiera querido para ti, Jaime. Que seas feliz.

Jaime asintió, una sensación de paz comenzando a llenarla.

—Gracias, Sirius. Significa mucho para mí.

El silencio que siguió fue profundo pero reconfortante. Las palabras sobraban en ese momento, el amor y el apoyo de Sirius lo decían todo.

En ese momento Jaime supo que nunca podría olvidar a Regulus, que su amor y su memoria siempre estarían con ella.













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—¡Remus!

La estación se llenó con la alegría y la emoción de Jaime al reunirse con su querido amigo Remus Lupin. El hombre castaño, alto y con cicatrices sonrió ampliamente mientras Jaime corría hacia él, olvidando su edad y cualquier preocupación.

Con un grito de júbilo, Jaime saltó sobre Remus, envolviendo sus piernas alrededor de su cintura. Remus la sostuvo con fuerza, riendo y abrazándola con afecto.

—Jay, Jay —dijo Remus, su voz llena de cariño—. ¡Cuánto tiempo!

Jaime enterró su cara en el hombro de Remus, inhalando profundamente el olor a chocolate que siempre lo acompañaba. Era un aroma que la transportaba a momentos felices y recuerdos compartidos.

—Remus, te he extrañado tanto —dijo Jaime, su voz emocionada.

Remus la acunó en sus brazos, balanceándola suavemente.

—Yo también, Jaime. Yo también —respondió, su voz suave.

La gente a su alrededor sonreía al ver la reunión emocionada de los dos amigos. Jaime y Remus parecían haber olvidado el paso del tiempo, y solo importaba el momento presente, lleno de amor y amistad.

—¿Cómo estás? —preguntó Jaime, retrocediendo para mirar a Remus a los ojos.

Remus sonrió.

—Estoy bien, Jaime. Estoy bien gracias a ti —dijo, su mirada cálida.

Jaime se rió, su corazón lleno de felicidad.

—Siempre estaré aquí para ti, Remus —dijo, abrazándolo nuevamente.

—¡Tío Moony!—Exclamo Harry sonriendo, y comenzando hacer su saludo con Remus

Uno que era propio de ellos y que lo hacían desde que Harry tenia memoria

—Se olvidan del mejor—dijo Sirius, sonriendo, y creando un abrazo.

—¡Canuto!—exclamo Remus, riendo

Mientras los tres amigos se abrazaban, Hermione y Ron se acercaron, sonriendo.

—¡Hola, Harry! —saludó Hermione, su cabello castaño brillando en la luz—¿Como se encuentra, madame Potter?

Jaime se río y sacudió la cabeza

—Hermione, ya te lo dije, puedes llamarme por mi nombre o Jay—dijo, sonriendo

Hermione se sonrojó, ligeramente

—Lo siento, Jay—dijo, con voz suave

—No te preocupes, Mione. —respondió Jaime, con afecto—Me encuentro bien, y tú? ¿Cómo están tus padres?

Hermione sonrió

—Están bien, gracias.

Jaime sonrió al ver la escena de despedida, con los Weasley mayores abrazando a sus hijos y a Harry. La mueca de Harry cuando Molly lo abrazó demasiado fuerte la hizo reír.

Cuando todos se despidieron, Jaime se acercó a Sirius y Remus, su expresión seria.

—Mándenme cartas, cualquier cosa que suceda, avísenme por favor —pidió, su voz llena de preocupación.

Sirius y Remus asintieron, sus rostros serios.

—Claro que sí —dijo Sirius—. Estaré la mayoría de los días en el Ministerio y Remus igual, así que si necesitas algo, solo pídelo.

Remus se acercó y abrazó a Jaime.

—Adiós, pequeña Potter —dijo, sonriendo.

Los tres amigos se abrazaron, compartiendo un momento de emoción y cercanía.

Cuando la campana del tren sonó, anunciando su partida, Jaime se despidió de Sirius y Remus y entró en el tren. Se dirigió hacia el compartimento de los profesores.

Mientras caminaba hacia el compartimento, Jaime sintió como alguien la abrazaba por detrás. Al volver la cabeza, vio el cabello platinado de Draco y sonrió.

—¡Dragón! ¿Cómo estás cariño? —preguntó Jaime con ternura.

Draco se separó un poco, mirando a Jaime con ojos brillantes.

—Muy bien, y tú tía Jay? —respondió.

—Me alegro, me encuentro bien —dijo Jaime.

Draco se acercó un poco más, su voz curiosa.

—¿Dónde está Harry?

Jaime sonrió ligeramente.

—Debe estar con los Weasley.

Draco frunció el ceño por un instante, una mueca de disgusto que retiró de inmediato al ver la mirada de Jaime. Su expresión se suavizó.

—Ah, entiendo —dijo.

Jaime miró a Draco con atención, notando la tensión en su rostro.

—¿Estás bien, Draco? —preguntó, su voz suave.

Draco asintió, forzando una sonrisa.

—Sí, estoy bien, tía Jay. Gracias por preguntar.

Jaime lo abrazó nuevamente.
—Adiós, Dragón. Debo ir al compartimentó, tú deberías hacer lo mismo

Draco asintió y se alejó por el eterno pasillo.

Cuando Jaime había comenzado a trabajar en Hogwarts, en 1992. Había conocido a Draco, después de que tuviera un accidente en el campo de Quiddich, Jaime lo había tratado con tanta dulzura y cariño, Draco encontró un refugio en ella y siempre la visitaba en la enfermería de la escuela.

Desarrollaron una relación compleja, marcada por la curiosidad y la preocupación de Jaime hacia el joven Malfoy. Sin embargo, también surgió una oportunidad inesperada: una amistad con Narcissa Black, la madre de Draco y prima de Regulus y Sirius Black.

Gracias a las cartas que Draco le escribía a su madre, hablando de Jaime y su influencia positiva en su vida, Narcissa comenzó a sentir curiosidad por la enfermera de Hogwarts. Empezó a escribirle cartas a Jaime, agradeciéndole por su interés en su hijo y preguntándole sobre su bienestar.

Jaime, sorprendida por la amabilidad y la preocupación de Narcissa , respondió a las cartas, compartiendo historias sobre Draco y su progreso en Hogwarts. Con el tiempo, las cartas se convirtieron en una forma de diálogo regular entre las dos mujeres, permitiéndoles conocerse mejor y desarrollar una amistad.

Narcissa, demostró ser una persona compleja y multifacética, con una profunda devoción por su hijo y un deseo de protegerlo de las influencias negativas de su familia. La conexión familiar con Regulus y Sirius también ayudó a fortalecer la relación entre Jaime y Narcissa , ya que compartían recuerdos y experiencias comunes.

Jaime, por su parte, encontró en Narcissa una aliada inesperada en su misión de guiar a Draco hacia un camino mejor. Juntas, las dos mujeres trabajaron para contrarrestar la influencia de Lucius Malfoy y ayudar a Draco a encontrar su propio camino.

La amistad entre Jaime y Narcissa se convirtió en un refugio para ambas, un lugar donde podían hablar abiertamente sobre sus preocupaciones y esperanzas para el futuro de Draco. Y aunque la relación entre Draco y Harry seguía siendo complicada, la conexión entre Jaime y Narcisa ofrecía un rayo de esperanza para un futuro más brillante.














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Al llegar a Hogwarts, Jaime sintió esa calidez que siempre le brindaba al pasar por los pasillos. La escuela parecía envolverla en un abrazo cálido, lleno de recuerdos y emociones. Los alumnos de todos los años la saludaban desde lejos, sonriendo y haciéndole gestos de bienvenida.

Otros se acercaban, ansiosos por abrazarla con cariño. Jaime sonreía, recibiendo a cada uno con una sonrisa y un abrazo sincero. Los estudiantes de primer año la miraban con admiración, mientras que los mayores la trataban con afecto y respeto.

—Madame Potter —decían, mientras la abrazaban—. ¡Qué bueno verla de nuevo!

Jaime se sentía en casa, rodeada de la energía y la vitalidad de los jóvenes. Los pasillos de Hogwarts estaban llenos de historias, de risas y de lágrimas. Cada rincón, cada puerta, cada ventana tenía un recuerdo especial para ella.

Mientras caminaba, Jaime veía a los profesores más veteranos, como McGonagall y Sprout, que la saludaban con una sonrisa y un gesto de bienvenida. Los recuerdos de sus propios años en Hogwarts flotaban en su mente, recordándole momentos felices y difíciles.

La llegada a Hogwarts era siempre un momento especial para Jaime. Era un regreso a la normalidad, a la rutina y a la magia. Era un recordatorio de que, a pesar de los desafíos y los peligros, siempre había un lugar donde la amor y la amistad prevalecían.

Al llegar a su despacho, Jaime se sentó en su silla, mirando por la ventana hacia el castillo y los jardines. Un suspiro de satisfacción escapó de sus labios. Estaba en casa, y estaba lista para enfrentar otro año en Hogwarts.

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