⋆⭒˚.⋆ 𝟎𝟏.
1979, cueva de Voldemort
La noche era un cuadro de serenidad, con la luna como pintora. El mar, iluminado por su suave luz, parecía una extensión de plata líquida, y el cielo, tachonado de estrellas, era un telón de terciopelo negro.
Regulus y Jaime estaban en silencio, tomados de las manos. Aunque el aire fresco agitaba suavemente sus cabellos, la tensión entre ellos era palpable, como una cuerda tirante a punto de romperse. Jaime miraba a Regulus, su rostro sereno pero con los ojos cargados de una preocupación que no podía ocultar. Regulus, por su parte, mantenía la mirada fija en la cueva, como si estuviera siendo arrastrado por algo más allá de su control.
El susurro del viento parecía enmudecer mientras Regulus inhalaba profundamente, su respiración pesada y entrecortada. La brisa fresca agitaba su cabello, y la luz de la luna iluminaba sus rostros, revelando la tensión que se escondía detrás de su tranquilidad aparente.
Algo en su interior le decía que lo que estaban por hacer cambiaría el curso de sus vidas para siempre, aunque sabía que su destino ya estaba sellado. Jaime sintió una punzada en el pecho, no por temor a lo que podría pasar, sino por el amor profundo que sentía por él, ese amor que parecía encerrar todo un universo de emociones, esperanzas y, ahora, miedos.
Jaime seguía su mirada, y su mano apretó la de Regulus.
La noche era un momento de decisiones, un momento en que el destino se jugaba. Jaime y Regulus estaban en el umbral de una elección que cambiaría sus vidas para siempre. La respiración pesada de Regulus parecía ser un presagio de lo que estaba por venir.
Regulus había contado a Jaime sobre la misión que Kreacher, el elfo doméstico que había sido mandado hacer, a ayudar a Voldemort. La poción en la vasija, el guardapelo de Salazar Slytherin, el horrocrux, todo había sido un plan preparado por el ingenioso Lord Voldemort
Pero Voldemort no había tenido piedad. Había obligado a Kreacher a beber de la poción, sin importarle que el elfo doméstico muriera en el proceso. Sin embargo, Voldemort no había contado con la magia especial de los Elfos domésticos.
Kreacher había utilizado su poder para desaparecer de la cueva, evitando la muerte y llevando consigo el secreto de de Voldemort. Y ahora, Regulus y Jaime sabían la verdad.
La respiración pesada de Regulus era un testimonio de la gravedad de la situación. Jaime miraba hacia la cueva, su corazón lleno de miedo y determinación.
—Debemos actuar —dijo Regulus, su voz baja y firme—. Debemos detener a Voldemort antes de que sea demasiado tarde
Jaime lo miró fijamente, la presión en su pecho creciendo. Sabía que había llegado el momento. No había espacio para dudas, aunque sus ojos, por un momento, se llenaron de lágrimas. Jaime asintió, su mano apretando la de Regulus.
—Estoy contigo —dijo—. Siempre estaré contigo.
La noche parecía cerrarse sobre ellos, pero Regulus y Jaime sabían que tenían que luchar. La cueva era un recordatorio de la oscuridad que se acercaba,
—Kreacher, adéntranos en la cueva —dijo, su voz ahora impregnada con la solemnidad del momento.
El elfo doméstico asintió en silencio, y en un parpadeo, los tres se encontraron en el centro de la cueva, rodeados por la penumbra y la quietud. La única luz que rompía la oscuridad era la varita de Jaime, que brillaba tenuemente mientras iluminaba la vasija en el pedestal frente a ellos.
La vasija de piedra resplandecía con una luz verdosa que parecía emanar de lo más profundo de la cueva. Jaime entrecerró los ojos y se acercó con cautela, observando el líquido dentro. Un resplandor fosforescente salía de la vasija, deslumbrando sus ojos. Era una visión desconcertante. El líquido verde esmeralda brillaba como una promesa de algo oscuro y peligroso, algo que Regulus parecía dispuesto a enfrentar sin dudar.
—La tomaré —dijo Regulus en un susurro.
Jaime miró a Regulus con preocupación.
—¿Qué? ¡No! Lo puedo hacer yo —protestó.
Regulus sacudió la cabeza.
—Yo lo haré —insistió—. Podría paralizarme, hacerme olvidar para qué he venido aquí, producirme tanto dolor que no pueda continuar o incapacitarme de algún modo. En ese caso, Jaime, tú te encargarás de que yo siga bebiendo, aunque tengas que hacérmela tragar por la fuerza.
Kreacher asintió en silencio, comprendiendo el plan.
—Y tú, Kreacher —continuó Regulus—, en el momento que me la termine, cambias los guardapelo.
El plan era simple y a la vez complejo. La copia del artefacto, creada con cuidado y precisión por Regulus, tenía una nota adjunta sobre lo que había descubierto sobre Lord Voldemort y su intención por acabar con él. La nota estaba dirigida directamente al Señor Oscuro, con la esperanza de que él mismo la leyera.
"Al señor oscuro" - Sé que estaré muerto antes de que leas esto, pero quiero que sepas que fui yo quien descubrió tu secreto. Robé el Horrocrux genuino e intentaré destruirlo tan pronto como pueda. Me enfrento a la muerte con la esperanza de que cuando enfrentes tu destino serás mortal una vez más. - R.A.B.
Jaime estaba ajena a la pequeña nota que Regulus había dejado en la copia del artefacto, era por el mismo motivo en la que Regulus no permitiría que bebiera el líquido.
Jaime apretó los puños, su rostro pálido de miedo.
—No puedo permitir que hagas esto —dijo—. Es demasiado peligroso.
Regulus la miró con determinación.
—Debo hacerlo —dijo—. Es la única forma
El aire en la cueva parecía volverse denso. Regulus dio un paso adelante y miró el líquido verde una vez más, antes de llevarse la copa a los labios. Jaime, con los ojos llenos de angustia, no pudo hacer nada más que observar.
El primer sorbo fue silencioso, pero pronto el rostro de Regulus se transformó en una mueca de dolor. Jaime se acercó a él, intentando sostenerlo, pero su cuerpo empezó a temblar, sus manos ya no podían sujetar la copa.
Jaime contuvo la respiración, su rostro pálido de miedo. Kreacher se mantenía en silencio, su mirada fija en Regulus.
—¿Regulus? ¿Estás bien? —preguntó Jaime con voz temblorosa.
Regulus bajó la copa, su rostro contrayéndose en una mueca de dolor. Su respiración se volvió agitada y su cuerpo comenzó a temblar.
—Reg... Regulus —tartamudeó Jaime, su voz llena de pánico.
Kreacher se acercó a Regulus, su mirada preocupada.
—Amo Regulus ... —dijo—. ¿Se encuentra bien?
Regulus no respondió. Su cuerpo se convulsionó y su cabeza cayó hacia atrás, como si estuviera perdiendo el control.
—Ya no quiero más... no me obligues—suplicó Regulus, su voz débil y temblorosa.
—No... no, tienes que tomártelo todo, Regulus —dijo Jaime, su voz llena de desesperación—. ¿Te acuerdas? Me dijiste que tenías que seguir tomando.
Regulus se tambaleó, su cuerpo debilitado por el veneno. Cayó de rodillas, su respiración agitada y su rostro pálido.
—Por favor, Jaime... no puedo más —rogó Regulus, su voz apenas audible.
Jaime se arrodilló a su lado, sujetándolo por los hombros.
—Tienes que hacerlo, Regulus —insistió Jaime—. Tienes que tomar todo ¿te acuerdas?
Kreacher se acercó, su mirada preocupada.
—Regulus, por favor, sigue adelante.
Regulus abrió los ojos, su mirada débil y suplicante.
—Jaime... por favor... —dijo, su voz apenas un susurro.
Jaime apretó los dientes, su rostro lleno de lágrimas.
—Tienes que hacerlo, Regulus —repitió
—Haz que se detenga, haz que se detenga —murmuró Regulus, su voz débil y suplicante.
—Toma, esto lo detendrá —lo consoló Jaime, y vertió la poción en la boca abierta de Regulus.
Regulus se convulsionó aún más. Su pelo negro parecía estar vivo, y su voz resonó en la enorme cueva por encima de las negras y muertas aguas.
—No, no, no... No puedo... no puedo, no me obligues, no quiero... —gritó Regulus, su cuerpo sacudiéndose en espasmos de dolor.
Jaime lo sujetó con fuerza, tratando de mantenerlo quieto mientras la poción hacía efecto.
Regulus continuó gritando, su voz desgarradora en la oscuridad de la cueva. Su cuerpo se convulsionó aún más, y Jaime tuvo que usar toda su fuerza para mantenerlo sujeto. La escena era de una intensidad brutal, y Kreacher se apartó, incapaz de soportarla.
Jaime no esperó más y comenzó a darle de la copa, esperó unos momentos y otra vez la copa estaba en la boca de Regulus. Él volvió a gritar y golpeó el suelo con ambos puños, su cuerpo convulsionándose en espasmos de dolor.
—Kreacher, levántalo —dijo Jaime, su voz firme pero llena de desesperación.
El elfo, que se mantenía en silencio pero aturdido, trató de enderezar a su amo. Regulus se debatía en sus brazos, su rostro contorsionado en una mueca de sufrimiento.
—Ya casi, Reggie, ya casi —dijo Jaime, su voz llena de lágrimas—. Solo un poco más.
Regulus abrió los ojos, su mirada desenfocada y llena de dolor. Miró a Jaime y luego a Kreacher, y por un momento pareció reconocerlos.
—Jaime... Kreacher... —susurró, su voz débil.
—Estoy aquí, Reggie —dijo Jaime—. Estoy aquí contigo.
Kreacher apretó los dientes, su mirada llena de determinación.
—Señor, aguante —dijo—. Ya casi.
Regulus asintió débilmente y cerró los ojos, su cuerpo relajándose ligeramente en los brazos de Kreacher. Jaime continuó dandole la poción, su corazón lleno de angustia y esperanza.
Cuando tomó lo último, Jaime suspiró aliviada, pero de inmediato su expresión cambió a una de horror. En el momento que había cerrado los ojos, Regulus se había arrastrado a tomar del agua del lago, se encontraba siendo arrastrado por los Inferi.
—¡Kreacher! ¡Haz el cambio ahora! —gritó Jaime, su voz llena de desesperación.
Kreacher reaccionó instantáneamente, su mirada fija en Regulus mientras era arrastrado hacia la oscuridad. Con movimientos rápidos y precisos, Kreacher se acercó a la vasija y retiró el guardapelo de Salazar Slytherin.
—¡No! ¡Regulus, no! —gritó Jaime, corriendo hacia él.
Kreacher colocó el nuevo guardapelo en su lugar
Jaime comenzó a tirarles hechizos a los Inferi, pero estos ni se inmutaban, su mirada fija en Regulus mientras lo arrastraban hacia el agua. Jaime gritó de desesperación y comenzó a tirar de Regulus del brazo, tratando de alejarlo de la orilla.
Pero un Inferi agarró la pierna de Jaime, y con una fuerza sobrenatural, la tiró hacia atrás. Jaime perdió el equilibrio y cayó al suelo, soltando a Regulus.
—No... ¡NO! ¡Regulus regresa! Regresa por favor —gritó Jaime, su voz desgarradora.
Regulus fue arrastrado hacia el fondo del agua, su cuerpo desapareciendo en la oscuridad. Jaime se levantó y corrió hacia la orilla, pero era demasiado tarde. Regulus había desaparecido bajo la superficie del agua.
Jaime se arrodilló en la orilla, donde los inferí ya se habían adentrado al lago, su mirada fija en el lugar donde Regulus había desaparecido. Su cuerpo temblaba de dolor y desesperación.
—¡Regulus! —gritó, su voz ecoando en la cueva.
Jaime trataba de acercarse al lago, pero ya era demasiado tarde, se quedó paralizada, su mente en un torbellino de emociones. No sabía lo que sentía, no podía procesar lo que acababa de pasar. Todo había sucedido tan rápido, tan sin previo aviso. Su novio, su todo, había muerto.
Miles de recuerdos invadieron su mente, momentos felices y tristes, risas y lágrimas. Su sonrisa, su mirada. Recordó las noches que habían pasado juntos, las conversaciones, las carcajadas.
La realidad golpeó a Jaime como un martillo, dejándolo sin aliento. Regulus se había ido. No estaría más a su lado, no sonreiría más, no hablaría más.
Jaime sintió que se estaba ahogando en un mar de dolor, que no podía respirar. Su corazón estaba roto, destrozado en pedazos. No podía imaginar un futuro sin Regulus, sin su amor, sin su sonrisa.
Se dejó caer al suelo, su cuerpo sacudido por sollozos. No podía contener el dolor, no podía contener las lágrimas. Solo podía sentir, solo podía llorar.
Hasta que sintió un movimiento brusco y estaban en la casa Black. Jaime no dejaba de llorar, su corazón destrozado por la pérdida de Regulus.
—Amo Regulus... me ordenó que si algo le sucedía... tome solo —dijo el elfo, su voz entrecortada por el dolor.
Kreacher no estaba mejor que ella, tenía lágrimas en sus ojos. Le entregó un pequeño sobre y una bolsa de terciopelo.
Con las manos temblorosas, Jaime abrió la bolsa y soltó un jadeo. Un giratiempo se encontraba ahí, brillando en la oscuridad.
Abrió el sobre y leyó la carta.
"Mi querida Jay,
Si estás leyendo esto es porque morí, y todo salió como esperaba. Ya lo sabía que podría pasar, no te lo dije porque sabía que tu complejo de héroe no lo permitiría. Gryffindor tenías que ser, siempre lista para salvar a los demás, incluso si eso significaba sacrificarte a ti misma.
No quería que te preocuparas, no quería que te sintieras responsable. Sabía que si te lo decía, tratarías de detenerme, de encontrar otra forma. Pero no había otra forma, mí Jaime. Esto era lo único que podía hacerse.
Te entrego este giratiempo para que retrocedas en el momento en que lleguemos a la cueva. Cambia el pasado, Jay. Cambia lo que sucedió. No dejes que Voldemort gane.
Recuerda nuestro tiempo juntos, recuerda nuestras risas, nuestras noches bajo las estrellas. Recuerda cómo te hacía sentir, cómo te hacía sentir viva.
No llores por mí, Jaime. No te desanimes. Tienes que seguir adelante, tienes que seguir luchando. La guerra no ha terminado, y necesitan a personas como tú, personas con coraje y determinación.
Te amo, mi estrella de la noche, siempre y para siempre. En este mundo o en el próximo, siempre estaré contigo.
Regulus"
Jaime sintió que su corazón se rompía de nuevo al leer las palabras de Regulus. La carta era un recordatorio de su amor, de su sacrificio, y de la responsabilidad que ahora recaía sobre ella. Tenía que cambiar el pasado, tenía que salvar a Regulus.
Jaime se derrumbó, su cuerpo sacudido por sollozos. La carta de Regulus era su última voluntad. La realidad de la situación golpeó a Jaime con fuerza, dejándolo sin aliento.
—No, Regulus, no —lloró Jaime—. No deberías haber hecho esto.
Kreacher se acercó a Jaime, su mirada llena de compasión.
—Señorita Potter, debe hacer lo que el amo Regulus le pidió —dijo—. Debe usar el giratiempo.
Jaime asintió, su mente confundida por el dolor y la determinación.
Jaime miró a Kreacher y suspiró. Agarró el giratiempo y cerró los ojos, preparándose para el viaje a través del tiempo. No supo cuántas vueltas dio, solo sintió que su cuerpo comenzaba a sentirse extraño, como si estuviera siendo desintegrado y reensamblado al mismo tiempo.
La habitación comenzó a girar a su alrededor, y Jaime sintió una sensación de vértigo. La oscuridad se cerró sobre él, y todo se volvió silencio.
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