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Ⅲ.

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Tayra entraba al teatro del brazo de su padre. La sala estaba llena de murmullos y risas mientras la familia Bellerose se dirigía a su palco. De repente, su madre se separó para saludar a su amiga, Violet Bridgerton.

—¡Violet! Qué alegría verte aquí, querida amiga. Y tú, linda Daphne—exclamó Rosalie con una sonrisa cálida mientras tomaba las manos de Violet.

—Lo mismo digo, Rosalie. Derek, es un placer verlos de nuevo, igual que a ustedes, Alan y Tayra, estan tan grandes Rosalie—respondió la Vizcondesa, devolviendo el saludo con cortesía.

Mientras conversaban animadamente, una voz resonó en la distancia, llamando su atención.

—¡Lady Bridgerton! ¡Condes Bellerose! ¡Acompáñennos!—gritó Lady Danbury desde el otro extremo del salón, junto a la reina Charlotte, cuya expresión no reflejaba alegría alguna.

Las dos madres, acompañadas de sus hijas, se dirigieron hacia ellas, mientras el Conde Bellerose y su hijo mayor, Alan, las seguían de cerca. Al llegar frente a la reina, todos se inclinaron con respeto, y Lady Bridgerton tomó la palabra.

—Majestad, buenas noches. Estoy segura de que recuerda a mi hija Daphne—dijo, señalando a su hija, quien se inclinó reverentemente ante la soberana.

—Sí, me dejó una buena impresión—respondió la reina con voz neutral, antes de girarse hacia un hombre a su lado y murmurar—, por más fugas que fuera—sin molestarse en bajar la voz, haciendo que todos los presentes la escucharan claramente. —Condes Bellerose, qué placer verlos aquí—continuó la reina, dirigiéndose ahora a los padres de Tayra.

—Majestad, permítame presentarle a mi hijo mayor, Alan Bellerose, y a mi hija, Tayra, a quien ya conoce—dijo el Conde, con orgullo.

—Por supuesto, sería imposible olvidar a una joven tan deslumbrante—comentó la reina, sonriendo a Tayra—. Condesa Bellerose, ¿me permitiría llevar a su hija a mi palco esta noche?—preguntó la reina, y sus padres aceptaron con alegria.

Mientras Tayra se alejaba junto a la reina, notó la expresión de su amiga Daphne. Se sintió mal por ella y esperaba que no se molestara, ya que no era su intención arrebatarle la atención de la reina.

Mientras tanto, los Bellerose, junto con las Bridgerton, habían sido invitados al palco de Lady Danbury. Sin embargo, Daphne no pudo evitar sentir una pizca de celos al ver cómo la reina favorecía a su amiga.

—No me equivoqué contigo—dijo la reina, sentada, observando a Tayra con atención—. Tienes una presencia magnética; todos te miran cuando entras a una habitación. Y, además, eres encantadora y tan bella.

—Le agradezco el cumplido, majestad—respondió Tayra, bajando la mirada con modestia.

—Mi incomparable debe obtener un matrimonio digno de la nobleza. Yo misma me encargaré de presentarte a caballeros que estén a tu altura, querida—continuó la reina, revelando sus intenciones de incluir a Tayra en su plan para derrotar a Lady Whistledown.—Tengo unos sobrinos que estarian encantados contigo, son de Prusia, ¿Sabes hablaro? Tambien el hijo de una prima de mi esposo es italiano, tu dime cual prefieres, querida—Empezo la reina y Tayra se agobiaba ya que el unico que estaba en su cabeza era aquel duque.

La reina ya había fallado con Daphne Bridgerton y no planeaba que Tayra corriera la misma suerte. Estaba decidida a ayudarla a encontrar un matrimonio ventajoso.

—No sabria que responder majestad, lo que usted eliga esta bien—respondió Tayra con un tono formal y no le parecia una descortecia rechazar a una reina y no le quedo de otra que acceder vagamente.

—Aunque debo admitir que el duque de Kingsford no es una mala opción, pero no podria hacerte eso querida—añadió la reina, captando de inmediato la atención de Tayra al mencionar al joven duque.

—¿Hacerme qué, su majestad?—preguntó Tayra, con el ceño fruncido por la confusión.

—La reputación del duque dista mucho de ser ejemplar. No me gustaría que mi preciado zafiro sufriera por él... y por su amante—dijo la reina lo que hizo que el corazón de Tayra se detuviera por un instante.

—¿Amante?—murmuró Tayra, buscando una explicación a la confusión que comenzaba a apoderarse de ella.

—Sí, me han informado que desde su regreso, el duque frecuenta este teatro, y no precisamente para disfrutar de las obras—respondió la reina, observando a Tayra con cierta lástima al notar su expresión sombría—. Pero no te preocupes, querida. El resto de la temporada serás mi protegida—dijo la reina, tomando suavemente la mano de Tayra en un gesto de consuelo.

El espectáculo había comenzado, y la reina centró su atención en la escena. Tayra, sin embargo, miraba a las cantantes y actrices en el escenario, preguntándose cuál de ellas podría ser la amante del duque de Kingsford.

En ese momento, una joven de cabello rubio oscuro, que estaba en el escenario, de pie junto a su amiga la cual interpretaba un aria, buscó con la mirada el palco de la reina. Cuando sus ojos encontraron a Tayra, la actriz sintió una punzada de celos al reconocer la belleza y la posición de la joven que estaba junto a la soberana.

La actriz comprendió entonces su lugar en la vida de Paul. Ella no era más que una simple intérprete, sin familia, sin una belleza destacada, y mucho menos tenia relevancia en la sociedad. En cambio, Tayra Bellerose lo tenía todo: padres con títulos importantes, una belleza única, y ahora, el favor de la reina.

Pero en lugar de rendirse, la actriz decidió redoblar sus esfuerzos para recuperar a Paul, aunque sabía que poco podía hacer contra Tayra. La obsesión no solo lleva a hacer locuras, sino que puede arrastrar a la locura misma.

Y no era la única que deseaba ver a Tayra caer. Una joven de cabello rojizo oscuro observaba con resentimiento el palco de la reina. La envidia y la furia hervian en su interior. En su mente, Tayra le había arrebatado todo lo que ella merecía: el favor de la reina, la atención de un duque, docenas de caballeros en su salon, y el estatus de ser hija de un conde. Cada uno de esos privilegios, en su opinión, deberían haber sido suyos. Ella deseaba todo lo que ella tenia, ella queria ser todo lo que Tayra era. Ella queria ser Tayra Bellerose.

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Mientras en otro palco del teatro, Lady Danbury conversaba con la vizcondeza Bridgerton y la condesa Bellerose.

—Dicen que su esposo no sobrevivirá hasta fin de mes—comentó Lady Danbury, observando discretamente a la reina, que estaba acompañada por la joven Bellerose.

—Será otro rumor promovido por esa maliciosa y chismosa escritora—respondió Lady Bridgerton, con un tono molesto hacia Lady Whistledown.

—¿Su embellecimiento no conoce límites?—agregó la Condesa, claramente irritada.

—Lady Whistledown también escribe sobre mi familia. Aunque supongo que los duques pueden tolerar su escrutinio, ya que son hombres—señaló Lady Danbury, con un deje de ironía.

—Su excelencia, el duque de Hastings, tuvo la fortuna de tenerla a usted como guía durante su niñez, después de lo que pasó con su madre. ¡Qué situación tan terrible!—comentó Lady Bridgerton, recordando con tristeza.

—Y ahora, el duque de Kingsford. Lamento su pérdida; perdió a su padre muy joven y ahora también a su madre. Sin embargo, tiene la suerte de contar con usted como apoyo—añadió la Condesa Bellerose, dirigiéndose a Lady Danbury.

—Ellos no son lo que Whistledown escribe—respondió Lady Danbury con firmeza.

—Ni Daphne—añadió rápidamente Lady Bridgerton, preocupada por su hija.

—Al parecer, el duque de Hastings y Daphne tienen eso en común, ¿no? Muchas parejas se han formado con menos que eso—dijo Lady Danbury, sugiriendo algo más.

—¿Qué está sugiriendo?—preguntó Lady Bridgerton, intrigada.

—Lady Whistledown podrá escribir lo que ve, pero alguien tendra que ayudarla a ver las cosas con más claridad—dijo la Condesa, mirando a su amiga con complicidad.

—El duque es muy afecto a la tarta de grosella espinosa—comentó Lady Danbury, sonriendo hacia Lady Bridgerton.

—La misma por la que mi cocinera es reconocida—agregó Lady Bridgerton, mientras las tres mujeres intercambiaban miradas cómplices.

—Y el duque de Kingsford—continuó Lady Danbury, girando su atención hacia la Condesa Bellerose—, también ha pasado por momentos difíciles. Me pregunto si Lady Whistledown escribirá con el mismo rigor sobre su situación.

—No me sorprendería si lo hiciera. Esa mujer parece disfrutar escribir del infortunio ajeno—respondió la Condesa Bellerose, con un tono de desaprobación, mientras observaba el palco donde se encontraba la reina con su hija.

—Pero tal vez podamos influir en lo que vea y, por ende, en lo que escriba—sugirió Lady Danbury, con una sonrisa astuta—. Después de todo, un emparejamiento entre el duque de Kingsford y una joven prometedora como su Tayra podría dar mucho de qué hablar. Imagínese lo que diría Lady Whistledown al respecto—añadió, observando con atención la reacción de la Condesa.

La Condesa Bellerose asintió lentamente, considerando la idea. No deseaba que su hija fuera infeliz, pero había notado el interés mutuo entre Tayra y el duque de Kingsford. Recordaba claramente las miradas que se habían intercambiado en el baile de Lady Danbury, miradas que hablaban de algo más profundo que una simple atracción. Eran las mismas miradas que ella y su esposo se daban. Esa certeza la llevó a aceptar la propuesta, confiando en que su hija encontraría en el duque no solo un buen partido, sino también el amor que toda madre desea para su hija.

—El duque de Kingsford tiene una debilidad por el vino de Oporto, y, casualmente, he oído que la bodega personal de la casa Bellerose está bien equipada de esa variedad—comentó Lady Danbury, con un destello de picardía en los ojos, consciente de que un pequeño incentivo podría facilitar el acercamiento.

La Condesa Bellerose captó de inmediato la sugerencia velada de su amiga.

—Quizás una invitación a cenar en nuestra casa, donde Tayra y el duque puedan conocerse en un ambiente más íntimo lejos de tanta gente, podría ayudar a alentar esa relación—dijo la Condesa, entendiendo perfectamente hacia dónde se dirigía Lady Danbury.

—Eso podría ser muy útil—respondió Lady Bridgerton, que hasta ahora había escuchado en silencio, pero con creciente interés—. No hay mejor manera de cambiar la percepción de alguien que mostrarle lo contrario a lo que dice—concluyó, sonriendo con satisfacción.

Las tres mujeres intercambiaron miradas cargadas de entendimiento, conscientes de que tales emparejamientos estratégicos no solo protegerían a sus familias de la lengua afilada de Lady Whistledown, sino que también asegurarían un futuro libre de las intrigas de la chismosa escritora. La Condesa Bellerose, en particular, se sentía encantada con la idea de que su hija pudiera estar con alguien que la amara y la protegiera, como ella creía que el duque de Kingsford podría hacerlo. Sin embargo, lo que la Condesa ignoraba era la verdad que su hija conocía, un secreto que habría cambiado todo. Si hubiera sabido lo que Tayra sabía, nunca habría permitido que Paul cruzara el umbral de su casa, y mucho menos habría fomentado un vínculo entre su hija y el duque.

Y así, todo esto resultó ser una mala suerte para Tayra, pero una inesperada fortuna para Paul.

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↳Hola aqui el tercer capitulo, espero que les guste.

↳No olviden votar y comentar. Gracias.

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