Ⅱ.
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Querido lector:
Esta autora se siente obligada a compartir la más curiosa de las noticias. Nuestro diamante requiere de una inspección más a fondo. Resulta que una joya aun más rara, con el brillo, fuego y lustre más extraordinarios, ha sido desenterrada. Su nombre aún desconocido, si bien, pronto, todos lo sabrán, es señorita Marina Thompson. Esta autora se está preguntando si su majestad reconsiderará el gran cumplido que una vez le dio a la señorita Bridgerton. Porque todos debemos saber lo que la reina desprecia más que nada... equivocarse. El salón de recepción de la casa Bridgerton parece estar más vacío que la cabeza de su querido rey George. Se deduce que Lady Featherington va a recibir lo que siempre ha querido, la verdadera incomparable de la temporada viviendo bajo su techo. Debe estar encantada.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN
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—Señorita, despierte. Debe alistarse —dijo Margaret
Mientras Tayra se levantaba emocionada ya que se habia despertado temprano y se dirigía a su tocador para mirarse en el espejo.
—Estoy emocionada. ¿Crees que vendrán muchos caballeros? —preguntó Tayra, mientras Margaret cepillaba su cabello y comenzaba a peinarla.
—Claro que sí, señorita. Estoy segura de que el salon estara repleto de caballeros —respondió Margaret con una sonrisa de orgullo.
—Eso espero. Necesito verme perfecta para esta ocasión —dijo Tayra mientras Margaret terminaba su peinado y colocaba una delicada diadema sobre su cabeza.
—Siempre se ve hermosa, señorita —comentó Margaret con sinceridad.
—Gracias, Margaret —sonrió Tayra, observándose en el espejo y esperando estar a la altura de las expectativas del caballero que anhelaba ver.
Una vez lista, descendió al gran salón principal donde recibiría a sus pretendientes. Cada miembro de su familia ya estaba allí: los gemelos jugaban una partida de ajedrez, Elodie leía un libro, Amélie bordaba un diseño que Tayra dibujo, y Alex y Alan conversaban animadamente con sus padres.
—Cariño, te ves preciosa —dijo su madre, acercándose para admirar a su hija.
—Gracias, mamá —respondió Tayra con una sonrisa mientras se dirigía a sentarse junto a Amélie para unirse al bordado.
—Estás radiante, hermana —comentó Amélie con una sonrisa—. Me pregunto si es para un caballero en particular.
—¿Por qué lo preguntas? —replicó Tayra, tratando de sonar casual.
—Alan me mencionó que anoche parecías especialmente encantada cuando bailabas con cierto duque —dijo Amélie, alzando una ceja con picardía.
—Solo bailé con él un par de veces. No pasó nada más —respondió Tayra, intentando ocultar su rubor mientras se concentraba en el bordado.
—Claro, hermana —dijo Amélie entre risas. Tayra también soltó una risa, relajándose un poco.
En ese momento, uno de los criados entró al salón y Tayra se puso de pie, anticipando lo que venía.
—Señorias, pretendientes para la señorita Bellerose—anunció el criado con una leve reverencia.
Cuando comenzaron a llegar los pretendientes, ella los recibía con una sonrisa amable. Los pasillos se llenaron del suave aroma de las flores que le trajeron, y los obsequios se apilaron en una esquina de la habitación.
A pesar de toda la atención que recibió, Tayra no pudo evitar sentir un leve vacío en su corazón. A lo largo del día, su mirada se dirigía constantemente hacia la puerta, esperando ver entrar al caballero que tanto anhelaba. Aunque él no apareció, Tayra se consoló pensando que tal vez tenía un motivo importante para no presentarse. Con una mezcla de sentimientos, se retiró a su habitación al anochecer, susurrando para sí misma que quizás mañana sería el día en que sus deseos se hicieran realidad.
La Condesa Bellorose debe estar muy satisfecha. Su salón de recepción estaba repleto de caballeros deseosos de conocer y conversar con la joven Tayra Bellerose. Entre ellos podría estar un duque con el que ella bailó dos veces durante el baile en la Casa Danbury, lo que lleva a esta autora a considerar que la señorita Bellerose es la única elección con la que Su Majestad no se equivocó. La joven ha captado la atención de un duque, lo cual es un honor que no todas pueden jactarse de recibir. Así que, felicidades, Majestad; al menos una de sus elegidas es digna del cumplido que recibió.
Al día siguiente, luego de que todos los pretendientes se retiraron, Tayra se sentó en el sofá del salón principal con una expresión de decepción. No había recibido la visita del joven duque con el que había bailado en la fiesta de Lady Danbury, y su ausencia pesaba en su ánimo.
—Pobre Daphne —escuchó decir a su hermana Amélie, quien estaba sentada cerca hojeando una revista—. Esa escritora de chismes no tiene vergüenza —continuó con un tono de indignación.
—¿Por qué lo dices, Amélie? —preguntó Tayra, interesada, mientras su hermana le extendía el artículo. A medida que leía, el rostro de Tayra se frunció de enojo.
—¡Qué descaro! Sin duda no sabe lo que escribe. Que la señorita Thompson tenga varios pretendientes no significa nada; solo son unos lores sin importancia. Daphne debería estar rodeada de caballeros con más clase —dijo Tayra, irritada—. No entiendo qué le ven a esa señorita.
—Tienes razón, hermana. Ni siquiera es bonita; solo tiene un aire de... no sé cómo describirlo —dijo Alan, uniéndose a la conversación.
—Exótico. Y solo porque es nueva en la sociedad, todos están intrigados. Pero sinceramente, su cabello es horrible y no tiene los modales nesecarios para esta sociedad —añadió Alexander, con una mueca de desdén.
—Alexander, no deberías hablar así de una señorita —lo reprendió Elodie, aunque en el fondo compartía las opiniones de sus hermanos. No obstante, no le parecía correcto expresarlas de esa manera.
—Es la verdad, hermana, y sé que piensas lo mismo —replicó Alexander con insistencia.
—Puede que lo piense, pero no lo diría de esa forma —respondió Elodie, con un tono firme, mientras el debate entre los hermanos se intensificaba. Alan observaba la escena con una sonrisa divertida, disfrutando del intercambio.
Amélie, preocupada por su hermana mayor, se acercó y le preguntó en voz baja:
—¿Estás bien, Tayra?
—Sí, sí, estoy bien —respondió Tayra, aunque su expresión la delataba.
—¿Será porque el duque no se presentó estos días? —preguntó Amélie, mirándola con atención.
—No... quizás simplemente tenía otros compromisos importantes —dijo Tayra, bajando la mirada y tratando de convencerse de sus propias palabras.
—No te preocupes por eso. Tienes muchos caballeros interesados; no deberías sentirte mal por uno solo —dijo Amélie, intentando consolar a su hermana.
—Tienes razón —asintió Tayra, pero en su mente no podía dejar de pensar en el duque.
Tayra se aferraba a la idea de que el duque tenía asuntos más importantes que atender, y por eso no había ido a visitarla. La incertidumbre sobre su ausencia y los rumores que circulaban la inquietaban. Sin embargo, estaba decidida a mantener la esperanza de que pronto recibiría noticias de él. Pero vaya que el duque sí tenía asuntos que atender.
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Paul se estaba colocando la camisa cuando, al intentar alcanzar su reloj, una mano lo interceptó antes.
—¿No preferirías quedarte un poco más, excelencia? —preguntó una rubia, con un tono juguetón mientras la mano de ella jugueteaba con el reloj.
—Tengo asuntos que atender, Estelle. Devuélveme el reloj, por favor —dijo Paul, con un tono cansado y visiblemente frustrado.
—No estoy tan segura. Tal vez me lo quede y así tendrás una excusa para regresar —respondió Estelle, envuelta en una sábana y estirando el reloj hacia ella.
—Dámelo, Estelle. No estoy de humor para juegos —ordenó Paul, endureciendo la voz. Estelle, a regañadientes y para evitar una mayor confrontación, le entregó el reloj.
—¿Y esos asuntos no serán en la casa de un conde? —preguntó Estelle, cruzando los brazos y tratando de averiguar si Paul iba a encontrarse con la joven con la que había bailado en la última fiesta.
—No veo por qué debería darte explicaciones. Nunca te importó adónde iba, así que no veo por qué debería cambiar eso ahora —respondió Paul, mientras se ajustaba la ropa con una mezcla de irritación y resignación.
—Pero, ¿por qué no te quedas? Necesitamos pasar más tiempo juntos antes de que nos casemos —insistió Estelle, con un tono de súplica.
—¿Perdón? —preguntó Paul, sorprendido por la inesperada mención del matrimonio.
—Me lo prometiste. Dijiste que nos casaríamos y que yo sería tu duquesa —dijo Estelle, con una mezcla de esperanza y desesperación en la voz.
—Éramos niños en ese entonces, Estelle. Además, ser duquesa requiere más que simples promesas; requiere preparación y educación —explicó Paul, tratando de ser razonable pero claramente incómodo.
—¿Así que solo soy un juguete para ti, como cuando éramos niños? Me trajeron para que jugaras conmigo y fuera tu compañía. Luego te fuiste y te olvidaste de mí, y cuando regresas, solo me utilizas —dijo Estelle, su voz cargada de dolor y enojo.
—No es mi culpa que te aferres a promesas infantiles y yo solo vine a visitarte desde el inicio tu eras la de las insinuaciones—dijo Paul, comenzando a marcharse. Sin embargo, se detuvo en la puerta y añadió—: No quiero que sigas aferrándote a ilusiones. Es mejor que no nos veamos más, Estelle.
Paul salió del camerino con pasos decididos.
—¡Paul, espera! —exclamó Estelle, levantándose y aferrando la sábana que la cubría, intentando detener al duque. Pero él ya había salido, dejándola sola y desolada.
Estelle permaneció allí, herida y sola, con el corazón roto. El joven del que se había enamorado desde la infancia la había dejado. Había albergado la esperanza de que su reencuentro llevaría a un matrimonio, pero la realidad resultó ser mucho más cruel. La ilusión se desmoronó al leer el artículo de Lady Whistledown, que revelaba que Paul había mostrado interés en una debutante, Tayra Bellerose, la favorita de la reina. Estelle había pensado que Paul había bailado con Tayra por cortesía, pero pronto se dio cuenta de la verdad. Paul la había dejado para cortejar a Tayra, dejándola a ella, una actriz sin estatus y con su virtud perdida.
Estelle se sintió insignificante en comparación con Tayra Bellerose, la hija de un conde y ahora el objeto del amor de Paul. Decidida a no perder al hombre que amaba, hizo una promesa: si Paul no estaría con ella, el tampoco lo estaría con la debutante. Se aseguraría de que la joven no tuviera un final feliz al lado de Paul, Estelle juró arruinar a Tayra Bellerose.
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Tayra esperaba en la puerta de la casa Bridgerton, fue a visitar a su Daphne, para hablar sobre como le fue en estos dias y a brindarle apoyo sobre lo que escribio la infame Lady Whistledown acerca de ella.
—No puedo creer que hayan dejado que Lord Beerbroke te corteje— hablo Tayra mientras miraba a su amiga
—Anthony dice que ya habrán más, al menos eso espero— Hablo su amiga—Lady Whistledown casi me declaró inelegible, que solo soy digna de un simplon, nadie quedra algo tan debaluado.—Hablo su amiga decepcionada y triste.
—Daphne, no digas eso tu eres el diamante de la temporada, creeme la palabra de la reina esta por encima de esa detestable escritora.—hablo su amiga tomando su mano.—No deberia importarte lo que una escritora que se oculta diga, ademas lo que dice esta lejos de la verdad.—hablo Tayra, tratando de convencer a su amiga.
—Son verdad Tayra, son verdad por culpa de Anthony, el asusta a cada pretendiente y Whistledown solo lo escribio, ademas es facil para ti decir todo esto se la pasa elegiandote a ti y a tu familia.—dijo daphne mirandola y soltando la mano de su amiga.
—Daphne, Anthony solo te esta cuidando, ademas lo que dice de mi no es la verdad pura y te recuerdo que en repetidas ocasiones ha insultado el nombre de mis hermanos—hablo ahora respondiendole a su amiga.
—Lo siento lo habia olvidado, solo que anthony no tiene idea de lo que siento, de lo que es ser mujer, esto es para lo que nos preparamos toda nuestra vida Tayra y el solo lo a arruinado para mi—Hablo Daphne.
—Puede que sea cierto, pero no te des por vencida aún, la temporada recien empieza, creeme, tu Daphne Bridgerton, haras que Lady Whistledown se arrepienta de haber escrito de ti—hablo su amiga sonriendole.
—Gracias Tayra, estoy feliz de tenerte como amiga—dice Daphne.
—Yo igual Daphne—le responde, y asi pasaron su tarde hablando y riendo.
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Madres ambiciosas, regocíjense, ya que el nuevo duque de Hastings sigue agraciando nuestra bella ciudad con su presencia. ¡Y vaya si es una presencia impresionante! Debe ser notado que se ha escuchado al duque anunciándoles a las mamás por doquier que no tiene planes de casarse jamás. Esta autora se pregunta qué atrevida casamentera estará a la altura de tal reto, pues esta competencia ya se ha puesto en marcha. No es ningún secreto que el Duque de Kingsford parecía bastante interesado en el zafiro plateado. Sin embargo, esta autora se sorprendió al escuchar que no se presentó en ningún momento en el salón Bellerose. Quizás haya perdido el interés en la señorita. En ese caso, madres de Londres, la competencia continúa.
—Entonces, supongo que sin una madre en cada rincón de la ciudad, esta época del año no sería tan terrible —comentó el Duque de Hastings, observando a sus dos amigos frente a el.
—Espero que sea cierto, porque de no ser así, reconsideraré mi estancia en Londres —respondió Paul, mirando alrededor con una mezcla de escepticismo y aburrimiento.
—Esas madres solo quieren lo mismo que ustedes, creo —intervino Anthony, tomando un sorbo de su vaso y mirando a sus amigos con una sonrisa irónica.
—¿Que se ahoguen con los listones de sus hijas? —preguntó Simon con sarcasmo, provocando una risa en Paul.
—Que busquen una esposa —replicó Anthony, con una expresión más seria—. ¿No tomarán su lugar en la sociedad teniendo un ducado?
—Tengo un título que, en lo que a mí concierne, terminará conmigo —dijo Hastings con determinación. Paul comprendió su posición, recordando el juramento que Simon le había revelado, sobre la promesa que le hizo a su padre antes de morir.
—No, Hastings... —comenzó Anthony, buscando las palabras adecuadas.
—Oye, deja de llamarme así. Era el nombre de mi padre, jamás el mío. Y en todo caso, ¿qué hay de ti? ¿Y de ti también, Paul? —preguntó Simon, cambiando de tema con una mezcla de curiosidad y desafío.
—¿Qué hay de mí? —respondió Anthony, levantando una ceja.
—Eres el primogénito de un primogénito Bridgerton por nueve generaciones. ¿Dónde está tu esposa? —preguntó Simon, fijando su mirada en Anthony con una mezcla de interés y desafío.—¿Piensas estar siempre con tu amante, como lo hace ahora Paul? Tendrás que engendrar un heredero en algún momento —dijo Simon, revelando que Paul tenía una amante.
—Estoy en posesión de algo que tú no tienes... hermanos —replicó Anthony a Simon, con un aire de superioridad—. Y espera, ¿tienes una amante? —preguntó a Paul, con sorpresa—. Creí que estabas cortejando a la señorita Bellerose. Ten cuidado Paul, hablo enserio —añadió, con un tono de advertencia.
—No era una amante...tal vez un poco si pero la dejé para siempre esta mañana —aclaró Paul, levantando las manos como señal de rendición—. ¿Y por qué debería tener cuidado? —preguntó, genuinamente confundido.
—Su familia. Es poco decir que su padre te mataría, al igual que su hermano mayor si le haces algo. Además, mis hermanos y yo igual la conocemos desde que éramos niños, es como de mi familia —respondió Anthony, señalándolo con un dedo acusador.
—No haré nada —dijo Paul, levantando las manos en señal de paz. Sus dos amigos se rieron, aliviando la tensión con un momento de camaradería. Mientras la noche avanzaba en el club, los tres hombres continuaron su conversación, disfrutando del ambiente y de la compañía en medio del bullicio de la temporada londinense.
❄↳Hola a todos aqui el segundo capitulo espero que les guste.
❄↳No se olviden de votar y comentar.
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