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La miseria ama la compañía

SHOT ESCRITO POR: Khira_Highmore
FRASE: Ven a dormir conmigo. No haremos el amor, el amor nos hará.

Sobre la mesa decorada por una fina tela gris había una botella de cerveza sudando por los bordes del vidrio por causa de una noche alejada del hielo. En la etiqueta mojada tenía un dibujo de una mujer sonriendo con ese efecto en los ojos dispuestos a perseguirte por toda la habitación. Su cabello era rubio y ondulado, sus labios raspados por las uñas de las manos nerviosas de una de las personas que bebieron de ella la noche anterior. Junto a esa botella había una margarita de un lánguido amarillo con ganas de marchitarse.

A unos pasos de la pared, cercana a la mesa había una cama personal donde reposaban dos cuerpos desnudos. Una joven de veinte años con la cascada de cabello negro rozando el suelo mugriento, no dormía, sus pensamientos daban muchas vueltas como para poder conciliar el sueño. La idea que más la martirizaba era regresar a casa, la imagen del rostro de su novio lo tenía tatuado en medio de la culpa, su sonrisa y voz no paraba de sacudir la consciencia joven e inexperta.

A su lado derecho se encontraba un hombre, no había hecho nada con él, un par de besos no era pecado, ¿o sí? Fue infiel, no podía negarse a lo que la sociedad decía sobre pegar cuernos, en el fondo lo sentía porque estaba enamorada de Miguel pero la otra parte de su mente le daba palmadas de consuelo recordándole que él siempre coqueteaba con otras mujeres, quizás para ponerla celosa, pero Laura no lo sabía con seguridad y de todos modos ese cuerno sería un anticipo de ganancia. Se miró desnuda considerando asco de sí misma, y tuvo que salir de inmediato del trance para marcharse de aquel hotel, no aguantaba un segundo más en los brazos de otro que no fuera su chico.

—Laura—dijo Miguel apenas  oyó la puerta cerrarse—. Terminaron tarde el trabajo hoy.

—Salí temprano—susurró ella dejando las bolsas del supermercado encima de la encimera de la cocina—. Me demoré haciendo compras.

— ¿Ah sí? —Inquirió él, soltando un periódico con tal ímpetu sobre la mesa que sobresaltó a Laura al punto de soltar una exclamación de sorpresa—. Estás rara, más de lo normal, y mira que es difícil.

La joven desesperada por tomar una lata de sardinas de la jaba tropezó con un vaso de refresco derramando el contenido naranja por encima de los paquetes. El novio frustrado por perder su bebida aporreó la mano temblorosa de la chica que buscaba un trapo para limpiar el desastre.

—Eres torpe—dijo Miguel con rabia contenida.

—Lo siento mucho.

—No lo sientas, limpia.

—¡Laura, cariño! —una voz armoniosa llamó desde el otro rincón de la casa, se vió la silueta de una señora regordeta intentando mirar hacia adentro por entre las cortinas de la ventana— ¿Querido yerno? ¿Hay alguien en casa?

— ¡Ya vamos mi suegra! —Gritó Miguel fingiendo simpatía, luego apretó el brazo de su chica para acercarse a la oreja—. Para la próxima me avisas que viene la pesada de tu madre.

—Ella no es pesada—reclamó Laura.

—Si tú lo dices.

— ¿Cómo está esa hermosa pareja? —Preguntó la señora después de besar en cada mejilla a Miguel que le sonreía de vuelta—. ¿Todavía no tienen nietos para mí?

—Su hija no quiere.

— ¿Cómo no va a querer con lo bueno que eres? —Dijo la mujer pellizcando los cachetes del muchacho—. Eres el yerno más bueno que he tenido. Te agradezco que hayas estado con mi hija a pesar de saber lo de la violación. Estaba viviendo un infierno hasta que llegaste a su vida, ahora está muy feliz.

—Yo la traje al cielo—rió Miguel—. Voy a salir a comprar una botella de ron, hablamos cuando regrese.

— ¿Bebes?

—Su hija…estoy intentando que lo deje pero creo que es mejor de a poco, no vaya a sufrir una crisis—bajó la voz a un punto casi inaudible—. No le hable sobre el asunto, no quiero herir sus sentimientos.

—Tranquilo, cariño.

La señora madre echó una ojeada alrededor, los muros de las habitaciones los cubrían un sombrío empapelado gris, lo más llamativo eran los cuadros que colgaban de lo alto, porque incluso las fotos de la pareja lucían aburridas en blanco y negro. A pesar de eso, los que conocían al matrimonio sabían del pasado de Laura, fue violada a la edad de dieciocho años por un grupo de desconocidos. Desde ese momento ella cayó en una bajada emocional, no quería saber de nadie hasta que le presentaron a Miguel. En aquel momento creyó buena idea empezar a salir con alguien que según pintaban sus amigos era un buen muchacho. Luego de un año comenzó a fingir que las cosas iban bien dentro de la casa, pero ese lugar se había convertido en una prisión para ella. Los celos compulsivos de su pareja no la dejaban tener teléfono móvil porque podía escribirse con varios tipos que se aprovecharían de ella, un simple ¨Hola¨ era inadmisible para una mujer que había sido violada. A cada rato alguien le recordaba que no era virgen por la penetración no de uno sino de cuatro hombres diferentes.

—Cariño, ¿estás llorando? ¿Sucedió algo para que no estés feliz?

— ¿Feliz? —sollozó Laura mirando a los ojos de su madre. Había estado estrujando el trapo con el que limpiaba la meseta para no derramar las lágrimas pero no fue lo suficientemente fuerte para aguantar ante la presencia de su progenitora. Estaba cansada de fingir.

—Sí, Lulú. El fin de semana que fueron a cenar estaban tan felices los dos, tu padre también lo notó. Y ahora te veo cambiada.

—Estoy agotada, mamá.

— ¿Por qué ibas a estar cansada teniendo al novio que tienes? Está loco por ti, cariño. Te falta darle un niño para que lo tengas asegurado a tu lado.

—No puedo, mamá—chilló Laura arrodillándose en el suelo—, no le puedo dar un hijo a él ni a nadie porque soy estéril. Lo siento por no decirte hasta ahora. Lo arruiné todo.

—Con lo bueno que es Migue…

—Sí, mamá. Miguel es buenísimo y yo soy la mala, es por eso que no puedo procrear, estoy siendo castigada.

—Pero, ¿Por qué te casaste con él si no le puedes dar lo que necesita?

—Me encontraba sola, quería alguien que estuviera conmigo para salir del bache que estaba metida.

—Fuiste egoísta, cariño.

Laura asintió llorosa. Estaba consciente que su mamá se sentía decepcionada y así mismo estaría su familia cuando les contase que dejaría al hombre que la ayudó en el momento más difícil de su vida. Miguel había sido su salvador, pero ya era hora de dejar de fingir que era feliz con él. No se dio cuenta del daño que le estaba haciendo a su ángel de la guarda, al que todos amaban; lo mejor era dejar todo atrás y seguir un camino diferente donde no arrastrara a nadie a su mundo o a como todos les gustaba referirse a lo que ella vivió: su propio infierno personal.
Su amiga Gabriela prometió ayudarla con un pasaje a Europa si estaba lista para dar el paso, decidió que era mejor desaparecer del pueblo por una temporada, no recordar lo sucedido en aquel parque por el cual debía pasar en las mañanas. Una violación a las que sus allegados la acusaban a ella como la principal culpable hasta el punto que termino creyéndoselo. ¿Por qué le gustaban las fiestas? ¿Por qué era mujer? ¿Lugar y horario equivocado? Laura fue abusada injustamente y se daría cuenta en la terapia que tomaría en España que nada de lo sucedido fue culpa suya.

Mientras tanto se atribuía responsable de no poder tener hijos para complacer a su marido, de ser la usada del pueblo, alcohólica, loca, aprovechada del dinero del matrimonio, torpe, floja mentalmente, inútil al contrario de su pareja que era el bueno de la relación, si pegaba un cuerno había que perdonárselo porque era un buen muchacho y había aguantado mucho sabiendo la situación del pasado de Laura. ¿Pero y su presente? ¿Acaso él no tenía que ver con lo que estaba viviendo su mujer en ese momento cuando más necesitaba de apoyo? Las marcas no quedan solo en el cuerpo, la mente y el alma también se afecta aunque no sea visible a ojos humanos, y sin embargo duelen incluso más porque, entre tanto los moretones desaparecen de la piel, los recuerdos y el dolor quedan aunque nunca se hayan visto.

—Bebé, te traje flores.

—Estás borracho, Miguel, ve a ducharte.

— ¿A dónde vas con esas maletas?

—Iré a casa de mi madre—mintió Laura aguantando las lágrimas.

— ¿Cuándo regresas? Bebé, no estarás enojada conmigo, ¿verdad? Amor, yo te amo.

—Lo siento.

La joven no permaneció más tiempo en aquella casa que había sido su hogar. Y la luna llena emitía la única luz que alumbraba el camino a la estación de trenes, allí tomaría el que la llevaría cincuenta kilómetros al sur y se encontraría con su amiga Gabriela. No tuvo el valor de despedirse de su madre por si esta le reprochaba la forma de dejar a alguien tan bueno por un egoísmo que la obligaba a cuidarse a sí misma. Hacía frío en la noche del viernes del quince de febrero, de su boca salía un halo de humo mientras suspiraba por los nervios de dejarlo todo atrás.

Miguel entró a la habitación principal dando tumbos, se hallaba algo mareado y los muebles daban vueltas, se lanzó en la cama como un paracaidista en busca de tierra firme con problemas de control muscular. Olvidaría esa noche, pero al otro día encontraría una hoja de papel doblada en cuatro partes, su nombre en letras cursivas sobresaldría por entre las demás pequeñas en forma de molde.

¨Este es mi adiós definitivo. No encontré una mejor manera de decirte la verdad sin sentirme como una miserable, de todos modos cuando estés ebrio pensarás  que lo soy, y prefiero imaginar tus palabras a escucharlas directamente de tus labios, o sentir la mirada atemorizante detrás de una maravillosa sonrisa. Y claro que no es tu culpa, es solo mía. Yo fui la que te arrastró al infierno. Soy un monstruo por permitir que te arrodillaras ese día para pedirme matrimonio. Sabía que estaba mal, no era  correcto que estuvieras conmigo sabiendo que había sido usada por cinco hombres, tú conocías mi historia pero yo debí poner el no. ¿Ves como no fue tu culpa? Dejé que todo eso pasara y no pude evitarlo. Todos lo saben, tenían razón. Yo soy la mala. Eres buena persona, y mereces lo que quieras, por eso me aparto de tu vida ya que no puedo darte el hijo que deseas, ni la esposa que necesitas. Soy poco, como te dijeron que sería. Pero aun así te amo, adiós¨
El arrastre de las maletas detrás de ella hizo que se diera la vuelta, era un horario perfecto para estar sola en la estación, al imaginarse que podría ser Miguel buscándola para llevarla de regreso a casa su corazón latió de prisa porque sabía que no iba a ser lo suficiente firme para negarse a irse con él de nuevo. No era Miguel.

Una señora encorvada le sonrió amablemente al pasar por delante para sentarse en un banco clavado a la pared. Laura se fijó en lo que habían escrito con tiza seguramente los chicos tratando de divertirse, había un corazón enlazando dos nombres, y de pronto sintió envidia por ellos. O más bien por lo que parecían estar sintiendo a su corta edad, mientras que ella con unos años de más huyó del que parecía el amor de su vida, solo para que nadie la siguiera juzgando como si fuera una muñeca de porcelana que no escucha y no siente lo que dicen. Luego tuvo la idea que tal vez la declaración de amor en la pared no provenía de las manos adolescentes sino que podían ser dos adultos en medio de tanta felicidad que era necesario decirles al mundo que ellos se amaban, podía ser un romance prohibido, se imaginaba a dos compañeros de trabajo que no estarían juntos por culpa de la cláusula 60; los imaginó hablándose secamente delante de su jefe para luego en las noches encontrarse en la estación de trenes y besarse con pasión, y en medio de un arranque romántico escribir sus nombres para de alguna forma publicar su relación. Entonces deseó no haber conocido nunca a Miguel. De otro modo no se sentiría tan mal querer enamorarse de nuevo sabiendo que ella no merecía ser feliz.

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