Baby
SHOT ESCRITO POR: WangNini_
FRASE: Yo sin tu amor soy un montón de cosas menos yo.
Aunque todo parezca perfecto, para sobrevivir necesitamos una vida secreta
Park Yuyu miró la hora en el reloj inteligente que llevaba en la muñeca y se acomodó el cabello detrás de la oreja. Luego recordó que, si hacía eso, su cabello perfectamente planchado se curvaría y luego no volvería a estar completamente liso, así que volvió a ponerlo en su lugar. Ryo venía tarde y aquello no era concebible, menos en un día como aquel.
—Conseguí un cliente importante para San Valentín —le dijo Ryo un par de semanas antes cuando la había pasado a recoger.
—¡¿Solamente uno?! —Cuestionó Yuyu con el ceño fruncido mientras se arreglaba en el espejo que había en la visera del copiloto del vehículo—. Para navidad conseguiste cinco.
Ryo había soltado una pequeña risa y negó con la cabeza. Al parecer Yuyu no era capaz de entender la diferencia entre alguien que podía pagar un par de horas de su compañía y alguien que podía darse el lujo de asegurar un día completo con ella.
—Es uno de los grandes, Yu —se había limitado a responder—. No puedes dejarnos mal.
Pese a eso, Ryo todavía no pasaba a recogerla y aquello estaba poniendo de mal humor a Yuyu. ¿Cómo se suponía que debía causar una buena impresión si ni siquiera podía ser puntual? Se cruzó de brazos y puso más atención a los autos que transitaban en la calle, buscando el de Ryo.
—Maldito japonés —murmuró cuando a lo lejos divisó el Toyota Yaris medio destartalado.
Se subió inmediatamente cuando él se detuvo a su lado y prefirió guardarse las quejas porque, después de todo, Ryo era su jefe y aquel trabajo era todo lo que tenía. Hacía un par de meses Yuyu vivía con su madre en un barrio de mala muerte a las afueras de Seúl, pero al haber empezado a trabajar pudo permitirse pagar un alquiler en un lugar mejor y conseguir una casa más decente. Trabajar con Ryo había sido la gran solución a sus problemas financieros, pues la economía en casa había comenzado a irse en picada cuando el padre de la chica se había marchado con otra mujer más joven.
Su madre tenía conocimiento de su trabajo y estaba bien con aquello siempre y cuando le permitiera llevar dinero a casa.
Y sí que lo había hecho. Durante los pocos meses que llevaba trabajando Yuyu había conseguido ganar millones, siempre descontando el porcentaje que le correspondía a Ryo por los arreglos con los clientes. El japonés había logrado posicionarla en un buen lugar dentro de aquel mundo y Yuyu mentiría si dijera que aborrecía ser dama de compañía de hombres pudientes, pues cada vez tenía asegurada una excelente velada con buena comida y jamás había tenido que hacer algo que no quería.
No todos los hombres buscaban sexo, eso era algo que había aprendido durante el tiempo que llevaba trabajando.
Dama de compañía, así había decidido llamarlo, pues de otra manera debía decir que era una prostituta. Y Yuyu no lo era. Únicamente se dedicaba a pasar tiempo con hombres de la alta sociedad surcoreana que necesitaban ser escuchados, comprendidos o simplemente buscaban tener cierta compañía en sus solitarios días. Le pagaban para sentarse allí y verse bonita, no para abrirse de piernas y dejarse hacer diferentes perversidades. Eran cosas diferentes.
O eso quería creer.
—¿Qué edad tiene? —Le preguntó a Ryo mientras se miraba en el espejo de la visera, como siempre hacía.
Durante sus pocos meses de trabajo le había tocado un poco de todo, aunque debía admitir que la mayoría de sus clientes pertenecían a la tercera edad, hombres que podían permitirse gastar su fortuna en personas desconocidas simplemente por el hecho de carecer de amistades. La mayoría caballeros respetables, aunque siempre había excepciones.
—La verdad, ni idea.
Ella lo miró de reojo, con una mueca en los labios.
—Dime su nombre, quizás puedo buscarlo en internet.
—No dio su nombre.
La boca de la chica se abrió ligeramente y se giró a verlo con los ojos bien abiertos.
—¡¿Has aceptado a alguien que no ha dejado un solo dato?! —Chilló—. Me has vendido a un total desconocido.
Lo común era que, al menos, dejaran su nombre y un número de contacto junto con el abono del cincuenta por ciento del precio total que Ryo exigía. Eso era lo común y por aquella razón a Yuyu no le cabía en la cabeza que el japonés no tuviese siquiera un dato de él.
—Ha de ser un hombre muy importante —se encogió de hombros el que conducía—. No ha querido dejar nada, pero decidió pagar el cien por ciento del total de la velada… Tiene mucha pasta, Yu, no podía negarme.
Ella negó con la cabeza, todavía indignada, y tomó su bolso para bajar. Ryo acababa de detenerse frente al hotel en el que se reunirían y el tiempo no estaba a su favor, por lo que caminó rápidamente por el vestíbulo mientras se aferraba al bolso que llevaba todo lo que potencialmente podría necesitar. Bañador de dos piezas, maquillaje, tampones, condones… Había decidido tener todas esas cosas, a pesar de no tener información alguna de su cliente.
¿Cómo sería físicamente? No dejaba de preguntarse aquello cuando finalmente llegó al bar del hotel y lo encontró repleto. Por supuesto que estaría atestado de gente, era San Valentín y las personas salían a celebrar con sus parejas. ¿Qué mejor manera había de empezar el día del amor que saliendo a tomar un desayuno tan sofisticado? El reloj acababa de marcar las diez de la mañana y la cocina parecía tener mucho movimiento, los garzones iban de un lado a otro y las parejas conversaban animosamente entre miradas cómplices.
Yuyu no sabía hacia dónde caminar.
Se mordió la uña del pulgar izquierdo e inmediatamente se reprendió a sí misma por aquella tan mala costumbre, eso sin contar que arruinaría las uñas acrílicas que tantas horas le había tomado finalizar a su manicurista el día anterior. Resopló y caminó hacia la barra para tomar asiento en uno de los taburetes, ignorando la extraña mirada que el barman le estaba dando.
A pesar de intentarlo, no divisó a nadie que pareciera estar esperando a una dama de compañía y aquello terminó por desatar sus nervios. Si el hombre que había pagado por ella era tan importante como Ryo había dicho podía hundir completamente su incipiente carrera.
—¿Señorita Ruby? —Escuchó una voz a su espalda.
Un hombre alto y fornido se alzaba frente a ella. Su piel bronceada por el sol se le hizo atractiva y su cabeza rapada le pareció una propuesta interesante. No tardó en decidir que era bastante guapo.
—Sí —respondió con suavidad, dibujando una pequeña sonrisa en sus labios.
Cada expresión que Yuyu daba estaba completamente premeditada con ataño. Ninguna sonrisa que adornada su rostro salía al azar, pues todas habían sido ensayas durante horas en el espejo del baño de su casa hasta que parecieron naturales. La chica había estado horas examinando su propio rostro, buscando los ángulos que le favorecían e intentando sacarles el máximo provecho, pues todavía no tenía el dinero suficiente para darse los retoques estéticos que le hacían falta para volverse perfecta.
—El señor la espera en la suite.
Se aguantó las ganas de fruncir los labios ante la decepción de no tener que pasar su tiempo con aquel hombre tan atractivo. Difícilmente se encontraría nuevamente con un hombre tan guapo como ese.
Tomó sus cosas y lo siguió en dirección al elevador. Subieron hasta el último piso y cuando las puertas metálicas se abrieron, le dijo:
—Puede ponerse cómoda mientras el señor está en el baño.
Yuyu arrugó el rostro cuando el hombre ya se había marchado. Era la primera vez que la dejaban esperando. Dejó su bolso sobre el costoso sofá que había en medio de la sala y caminó en dirección al ventanal que abarcaba toda la pared oeste de la habitación. Casi cayó en la tontería de buscar su casa desde allí, pues podía verse con facilidad todo Seúl.
Jamás habría imaginado que podría llegar a estar en una suite presidencial.
—¿Ruby? —Una voz profunda llamó su atención.
Ese era su nombre cuando estaba trabajando. Ruby, como la había nombrado Ryo porque era tan hermosa y radiante como un rubí, y quien se había vuelto su contraparte, pues a pesar de que Park Yuyu y Ruby eran físicamente la misma persona, eran seres completamente diferentes.
Se giró para encontrarse con un hombre de mediana edad, para su sorpresa, de cabellos negros y ondulados que le llegaban casi a la altura de los hombros. Su piel pálida parecía brillar por sí misma y los ojos felinos más oscuros que había visto la observaban intensamente. Parecía que acababa de tomar una ducha y se había puesto ropa limpia, pues el olor a champú y detergente inundó la habitación.
Se había equivocado, este hombre era más guapo que el que la había ido a buscar.
Yuyu sonrió y se acercó a él. Apenas era un poco más alto que ella en tacones, pero no le supuso un atributo que desmereciera su atractivo.
—¿Con quién tengo el gusto?
Él le sonrió de vuelta, pero no respondió su pregunta. ¡Qué injusto era no saber cómo referirse a él! —Ven por aquí.
Lo siguió en dirección al comedor mientras se preguntaba un montón de cosas acerca de él. Le hubiese encantado saber su nombre, si estaba casado o qué tipo de trabajo tenía que lo convertía en un hombre tan pudiente. Pero le pareció poco oportuno e imprudente.
Había estado con muchos hombres que preferían mantener ciertas cosas en secreto, pero Yuyu siempre terminaba enterándose de quiénes eran o en qué trabajaban. Siempre se trataba de senadores, ministros, directores de grandes empresas. Ese era su público, el tipo de hombre que podía pagar por su compañía debido a los elevados precios que Ryo había impuesto. Por supuesto que Yuyu había tenido que aprender a comportarse como una mujer de la alta sociedad, había tenido que instruirse en la etiqueta y en los modales adecuados, comprar ropa y maquillaje de marcas exclusivas, accesorios, todo para que cada won cobrado valiese la pena.
Se sentó en una de las tantas sillas del comedor, cuya mesa estaba repleta de frutas y diferentes ingredientes que constituirían un desayuno. Ciertamente, todavía era temprano y Yuyu no había alcanzado a comer absolutamente nada en la mañana, por lo que su estómago rugía, pidiendo a gritos que le echase algo dentro. Sin embargo, se limitó a comer un par de fresas, la fruta que se encontraba más cerca y que, recordó, eran afrodisíacas. O eso decían. Pues Yuyu jamás había podido comprobar aquello.
¿Qué querría ese hombre de ella? Aquella pregunta estaba carcomiéndole la cabeza.
—Me gustaría preguntar —dijo mientras se llevaba una fresa a los labios—, si no es muy atrevido, ¿qué es lo que espera de esta velada?
El hombre fijó su vista en ella y en la fruta que se perdía entre sus labios, y sonrió.
—Simplemente busco una buena compañía, una buena conversación para poder pasar un día tan deprimente como este.
La chica entrecerró los ojos y se limpió los labios con una servilleta. Aquello podría haberlo conseguido con cualquier persona, hasta con un amigo. O con su propia esposa. Yuyu no había podido quitar la mirada de esa argolla dorada que descansaba en el dedo anular del hombre, pero eso era un tema que no le incumbía.
—¿Por qué dice que es un día deprimente, señor…? —Se detuvo un momento—. No ha querido decirme su nombre, ¿cómo debería llamarle?
—Tampoco me has dicho tu nombre real —repuso él, apoyando completamente su espalda sobre el respaldo.
Era cierto, pero había una razón muy buena por la que Yuyu no debía dar su nombre real. Quizás él también tenía sus buenas razones, pero aquello se le hacía un poco extraño.
El celular de la chica comenzó a sonar, anunciando una llamada entrante, y se sorprendió al ver que se trataba de su madre, quien sabía perfectamente que se encontraba en el trabajo, por lo que simplemente cortó para finalmente volver a fijar sus ojos sobre los del hombre, quien la observaba atentamente.
Tenía muchas más incógnitas que respuestas, algo que era común, pero jamás había sentido tanta curiosidad por destapar la vida de alguno de los hombres que había salido. Había algo en él que le llamaba la atención y que, a la vez, la alarmaba.
—Entonces… —dijo ella después de un par de minutos en el que sólo se observaron el uno al otro, rompiendo ese silencio que tan nerviosa la estaba poniendo—, ¿cuál es el panorama para hoy?
—¿Qué te gustaría hacer?
Los ojos de la chica brillaron emocionados. Jamás nadie le había dado a elegir, sino que usualmente todo se trataba de un itinerario fríamente calculado. Para aprovechar el tiempo, como decían los hombres importantes cuyo tiempo era realmente escaso y, además, no querían malgastar el dinero que habían invertido en aquella cita. Todo siempre se trataba acerca de ellos, y era algo entendible, pues se trataba de un servicio que Yuyu estaba impartiendo, pero nadie le había preguntado qué era lo que ella quería hacer.
Se acomodó el cabello hacia el lado y le regaló una sonrisa que no llegó a mostrar sus dientes y que, para su sorpresa, había sido auténtica:
—Me encantaría ir a la piscina.
Él entrecerró los ojos, como si estuviera evaluando la situación, y se acomodó en la silla antes de negar con la cabeza:
—Preferiría no bajar, pero… —se puso de pie enérgicamente y le hizo una seña con la mano— sígueme.
Por supuesto, pensó Yuyu mientras lo seguía por el pasillo de la suite, él no querría exponerse frente a tantas personas, menos si era un hombre casado y supuestamente tan importante. No podía permitirse que lo vieran con una muchacha que no era su esposa. El hombre abrió una de las tantas puertas, dando a conocer el inmenso baño con el que contaba la habitación y en el cual, junto a un ventanal que abarcaba toda la pared, había un jacuzzi en el que probablemente cabrían unas cuatro personas.
—Es lo más parecido que puedo darte.
Ella se giró para mirarlo con una sonrisa en los labios. Sin duda, agradecía el esfuerzo para complacerla. Pronto se encontró dentro del jacuzzi, luego de haberse puesto el bañador en la privacidad de una habitación, pero completamente sola, pues el hombre no había vuelto a aparecer por el baño. Le hubiese encantado que él ya hubiese estado dentro cuando ella volvió de la habitación, que la viese aparecer con aquel bañador de dos piezas que tan atrevido se le había hecho a Ryo, un hombre que no tenía escrúpulos, y que la hiciera sentir deseada a medida que recorría su cuerpo con aquellos ojos felinos. Sin embargo, no perdió la esperanza de que él quisiera unirse, por lo que había dejado la puerta abierta.
Por el momento, había decidido relajarse. No siempre se le presentaba la oportunidad de estar a solas en un jacuzzi en medio de una cita, así que simplemente se recostó hacia atrás y dejó que las burbujas masajearan su cuerpo. Muchas personas apostarían que la mayor preocupación de Yuyu era encontrar qué ponerse durante el día, pero su vida iba más allá de eso, pues ella era la que mantenía su hogar. Por suerte, no tenía hermanos menores, pero su madre no trabajaba y se dedicaba a pasar el tiempo bebiendo vino o cualquier cosa que encontrase en casa.
Aquello la mantenía constantemente al límite y se sentía bajo la presión de seguir trabajando en aquello, pues no creía poder encontrar un trabajo que le diera las mismas flexibilidades. Ni tampoco la misma cantidad de dinero, no podía olvidar eso. Pese a todo, había estado intentando ahorrar los últimos meses, aunque se le había complicado bastante debido a la cantidad de deudas que su madre había acumulado desde que su padre las había abandonado.
Qué hombre tan imbécil. A Yuyu le impresionó la su capacidad para desligarse de su vida y poder olvidar todo lo que tenía antes de irse.
Había olvidado que su novia tenía una edad muy cercana a la de su propia hija.
Soltó un suspiro y abrió los ojos, que tanto tiempo llevaban cerrados, bajo la incesante sensación de que estaba siendo observada. No se había equivocado, el hombre guapo con el que estaba compartiendo la velada se encontraba parado en el marco de la puerta. Yuyu le sonrió de una manera que guardaba únicamente cuando tenía intenciones más íntimas y le dijo:
—¿Le gustaría unirse?
El hombre dio un par de pasos, acercándose a ella, y Yuyu se corrió hacia el borde del jacuzzi para apoyar su rostro sobre sus brazos, tal cual una inocente niña, mientras lo observaba con ojos grandes desde abajo.
—No he traído bañador —le respondió.
Yuyu se mordió el labio, intentando esconder la sonrisa malvada que quería asomarse, y no tuvo miedo de expresar lo que había pensado al escuchar aquella frase:
—Eso no debería suponer un problema.
Su corazón dio un salto cuando él comenzó a desabotonar su camisa, dando a conocer un abdomen plano y más pálido aún que su rostro. Tuvo que aguantarse las ganas de estirar el brazo y apoyar la palma de su mano sobre la piel que tan exquisita se le había hecho a la vista. No sabía qué era lo que tenía ese hombre que llamaba tanto su atención, pero tampoco quería lanzarse sobre él. No quería malinterpretar las cosas y perder un buen cliente.
Los ojos de Yuyu siguieron el camino que marcaron las manos del hombre, que bajaron hacia su cinturón y luego abrieron el botón de su pantalón. Se encontraba en primera fila viendo cómo aparecía en escena la ropa interior negra y se sintió ligeramente decepcionada cuando aquella desnudez se mantuvo así: incompleta.
Se corrió hacia atrás para darle espacio, y además para admirar cómo la piel pálida de su cuerpo poco a poco comenzaba a sumergirse en el agua burbujeante con olor a jazmín que Yuyu había elegido estratégicamente, pues había leído por allí que era afrodisíaco.
Quería poner a prueba cada una de esas variables, a ver si es que podía lograr que ese hombre quisiera algo más allá de una buena conversación con ella.
Le dio su espacio mientras él se acomodaba, poniéndose al otro lado del jacuzzi, y únicamente se dedicó a observarlo detenidamente. Y se dio cuenta de que mientras más lo miraba, más guapo lo encontraba, sobre todo viendo cómo el cabello negro comenzaba a pegarse a la piel de su cuello y de su frente debido al sudor y cómo las mejillas se le ponían ligeramente rosadas.
Por un segundo se preguntó si ella se le hacía tan sensual cómo él a ella. Luego su mente divagó al recordar que era un hombre casado, y no pudo evitar preguntarse qué tipo de mujer era su esposa, cómo era, si era tan hermosa como él o una persona más del montón. ¿Qué sería lo que le faltaba a él para tener que buscar compañía con otra mujer en San Valentín?
—¿Ocurre algo? —Aquella pregunta la sacó de su ensimismamiento.
Ella ladeó la cabeza e hizo un movimiento casi imperceptible que le permitió acercarse un par de centímetros.
—No, es sólo que me parece un hombre muy intrigante.
—¿Por qué?
—Por muchas razones —hizo una pausa para relamerse los labios—, pero no debe preocuparse, yo no suelo meterme donde no me incumbe.
Se formó un momento de silencio entre ambos, un momento en el que a Yuyu le hubiese encantado que aquel hombre resolviera todas sus dudas acerca de su vida personal. Pero eso no ocurriría, Yuyu lo sabía.
Echó en falta algo para beber, de preferencia alcohol, para beber en ese minuto de incomodidad. Algo que la ayudase a sentirse un poco más relajada. Cualquier cosa. Pero se encontraba allí con ese hombre, ambos metidos en un jacuzzi, y sin saber cómo romper el hielo.
—Bien —dijo él de pronto—, te dejaré hacerme una pregunta.
Una nueva sonrisa se dibujó en los labios de la chica y llevó sus ojos hacia el techo, haciendo como si estuviera pensando en qué preguntar, a la par que se acercaba un poco más hacia el cuerpo del hombre, que la atraía como un imán. No tenía que pensar en qué preguntar, pues ya lo tenía claro desde antes que él lo propusiera.
—¿Por qué considera que San Valentín es un día triste? —Soltó con interés, acercándose un poco más.
Por un segundo los ojos del hombre se perdieron en la lejanía del horizonte que mostraba el ventanal y Yuyu temió haber sido imprudente. Lo más le había enseñado Ryo cuando la estuvo entrenando fue a no incomodar, no ser inoportuna, porque de esa manera sólo alejaría a la clientela. Y así se había mantenido Yuyu, o Ruby, sonriendo y con sus preguntas guardadas en un baúl imaginario y al cual había decidido poner candado. Abrió la boca para pedirle al hombre que lo olvidara, que no era necesario responder tan tonta pregunta, pero él la interrumpió:
—Mi esposa —murmuró vagamente y luego levantó la mano izquierda para ver su argolla—. Ella amaba San Valentín…
Se detuvo a medida que se le apagaba la voz y Yuyu aprovechó para acercarse un poco más, llegando al punto en el que sus piernas estaban casi rozándose.
—¿Y qué le ocurrió? —Preguntó en voz baja, dejándose llevar por aquellas interrogantes que inundaban su mente.
Él cerró los ojos por un momento y dejó que su cabeza se apoyara en el borde del jacuzzi. Parecía estar repasando una y otra vez la historia dentro de su cabeza, como si aquello le ayudase a verbalizarla.
—Siempre había una sorpresa diferente con ella —susurró, todavía con los ojos cerrados—. Era fanática de las festividades. Pascua. Navidad. Año Nuevo. Pero San Valentín era algo que le apasionaba, decía que amaba celebrar el amor en todas sus formas… Y yo estaba de acuerdo con ella, siempre —Respiró profundo y aguantó la respiración por un momento a la vez que apretaba los párpados—. Y este mismo día fue el que me la quitó.
Yuyu se encogió en su lugar, dándose cuenta de que la historia iba hacia donde más temía: la esposa estaba muerta. Un escalofrío le recorrió la columna, no podía imaginarse el dolor que significaba perder a alguien que amaba.
—Un día de San Valentín se levantó temprano, antes de que yo siquiera despertara —continuó—, porque no había logrado conseguir el pastel que tanto quería. Cuando desperté no estaba, así que esperé a que llegara con una de sus tantas sorpresas, pero…
—Ella no llegó, ¿cierto?
El hombre negó con la cabeza.
—Un imbécil aprovechó el revuelo del día para secuestrar a alguien al azar y… se la llevó. No sé a dónde. La busqué por días que luego se convirtieron en meses y finalmente en años, pero no la encontré jamás.
¿Cuál era la probabilidad de que una persona desaparecida estuviera viva después años de su secuestro? Eran prácticamente nulas, eso hasta Yuyu lo sabía. Entendió entonces por completo al hombre, al pensar que San Valentín era una fecha deprimente, porque realmente lo era para él al recordar a su esposa desaparecida año tras año.
Él abrió los ojos finalmente y la observó con cierto brillo que ella no pudo descifrar.
—Pero estoy buscando mi venganza contra ese maldito extranjero.
Yuyu aplanó los labios y no quiso emitir comentario respecto a lo último que había escuchado. La venganza no lo llevaría a ningún lado. En cambio, posó su mano sobre el hombro de él y le dio un par de palmaditas, en un intento de reconfortarlo.
—No puedo imaginarme su dolor. Gracias por contármelo.
Entonces notó que se encontraban tan cerca que sus piernas ya se tocaban una con la otra. Podía sentir el calor que emanaba el cuerpo del hombre, superior a la temperatura del agua, y se sintió sofocada al tenerlo allí y no poder hacer absolutamente nada.
Dejó reposar casualmente su mano sobre el hombro y comenzó a acariciarlo suavemente hasta que las yemas de sus dedos se encontraron con una textura diferente sobre su piel: una cicatriz de bordes irregulares. Notó entonces que había una segunda, bajando por su pecho y una tercera que se perdía bajo el agua a la altura del abdomen.
—¿Qué son estas?
Él dibujó una pequeña sonrisa en sus labios.
—Heridas de guerra.
Los ojos de Yuyu brillaron y acercó su rostro hacia la cicatriz del pecho para observarla con detenimiento. Pero ya era demasiado tarde cuando notó que había sobrepasado completamente el límite del espacio personal, por lo que simplemente se echó hacia atrás con las mejillas encendidas en vergüenza. Los ojos del hombre la observaban atentamente, lo que la hizo sentir aún más avergonzada.
—Eso debió doler —murmuró, evitando su mirada.
Entonces él soltó una pequeña carcajada que llamó nuevamente su atención. Su mirada había cambiado completamente, luciendo más relajada. Se veía incluso más joven que antes.
—Eres una buena chica, Ruby. ¿Cómo terminaste en esto?
Aquel cumplido provocó que su sonrojo se intensificara. Nadie jamás le había dicho algo así, y eso que los hombres con los que salía solían adularla constantemente, diciéndole que era la mujer más hermosa que habían visto alguna vez. Pero nadie le había dicho que era demasiado buena para trabajar en eso y aquello le provocó un cosquilleo en el estómago. No pudo aguantarse las ganas de acortar la poca distancia que los separaba para devorar sus labios.
Él pareció quedar sorprendido por un segundo, con el cuerpo inmóvil, mientras Yuyu movía sus labios lentamente sobre los suyos y lo tomaba por el cuello para acercarlo. No hubo respuesta hasta que ella decidió alejarse, avergonzada nuevamente de sí misma, cuando el hombre la sujetó por la nuca e inclinó la cabeza para profundizar el beso. La lengua cálida entró a la boca de Yuyu y buscó insistentemente la suya, un contacto que la hizo soltar un suspiro.
El agua del jacuzzi se rebalsó cuando Yuyu se encontró sobre el cuerpo del hombre, sentada a horcajadas a la par que el beso comenzaba a volverse cada vez más desesperado. Las manos masculinas le recorrieron el cuerpo hasta instalarse sobre sus glúteos que fueron exprimidos a su gusto, provocando un jadeo por parte de la chica. Yuyu quería más, por lo que se sintió satisfecha cuando las manos nuevamente se movieron, justo hasta su entrepierna, y acariciaron por sobre el bañador. Cuánto le hubiese gustado no llevar nada puesto y que así el la tocara directamente, el sólo hecho de pensarlo le provocó un estremecimiento.
Se retorció bajo el toque que él le estaba brindando, gimiendo suavemente sobre los labios que insistentemente seguían besándola. Se sentía extasiada, lista para avanzar al siguiente nivel, pero el sonido de una llamada entrante en su celular hizo sobresaltar a ambos. Yuyu se separó del hombre, con la respiración pesada, y notó que él se encontraba en el mismo estado: respiración agitada y mejillas coloradas, del mismo color que los labios hinchados. Se puso de pie, con las piernas temblorosas, y salió del jacuzzi para ir a buscar su teléfono a la habitación en donde había dejado sus cosas.
Frunció el ceño cuando nuevamente vio el nombre de su madre en la pantalla y cortó inmediatamente. Ella sabía que no debía molestar a Yuyu cuando estaba trabajando y jamás lo había hecho, hasta ese día en el que había arruinado aquel momento tan maravilloso en el que se encontraba con el hombre apuesto.
Entonces se fijó que tenía decenas de mensajes de ella y de Ryo. Algo aún más extraño. El celular volvió a anunciar una llamada, pero esta vez del japonés, y se vio en la obligación de contestar.
—¿Hola?
El hombre acababa de llegar a la habitación con Yuyu y se había plantado detrás de ella.
—¡Yu! —La jadeante voz de Ryo se escuchó al otro lado de la línea, dando la impresión de que estaba corriendo—. ¡Necesito que salgas de ahí ahora mismo!
La chica sujetó con fuerza el celular, sintiendo que algo no estaba bien.
—¿Por qué? —Preguntó en un hilo de voz.
—¡Corre, Yu! ¡Es una…! —La frase quedó sin finalizar y se escuchó un estruendo, como si a Ryo se le hubiese caído el celular al suelo.
—¡De rodillas con las manos en alto, pedazo de mierda! —Escuchó una tercera voz.
Yuyu cortó la llamada y se quedó inmóvil en su lugar. El hombre se encontraba a su espalda y debía encontrar la manera de escapar, sin importarle si debía salir corriendo en bañador y toda mojada.
Pero no logró mover siquiera un músculo cuando sintió algo frío contra su espalda.
Un arma.
—Ponte la ropa.
La voz del hombre había cambiado completamente, sonando dura.
Yuyu obedeció y tomó el vestido que llevaba puesto antes con las manos temblorosas. Se le formó un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas al sentirse en un peligro tan grande como el que se encontraba.
—Siéntate ahí —le ordenó cuando ya se encontraba vestida.
Ella vio cómo él sacaba su celular y se lo llevaba al oído.
—Habla el detective Min Yoongi —informó—. Tengo a Park Yuyu.
El rostro de la chica palideció al darse cuenta de que él era un policía y, además, sabía su nombre real. Todo había sido un montaje para atraparla a ella y a Ryo. Cuando él cortó bajó el arma y se puso en cuclillas frente a ella. Los ojos oscuros la miraron intensamente, pero con una intensidad diferente a la de momentos antes cuando se estaban devorando el uno al otro en el jacuzzi, sino que ahora la observaba con autoridad y la chica sintió el peso de la diferencia de edad.
—Escucha, Yuyu —habló con más calma—. Tenemos a Miyazaki Ryo y lo mejor que puedes hacer es contribuir, ¿entendido? —Yuyu asintió con la cabeza—. A ti no te pasará nada, quédate tranquila.
La chica siguió al hombre hacia el carro que los esperaba afuera, cuyo nombre era Min Yoongi, y se sintió tonta al sorprenderse de que el que lo conducía era el hombre calvo que la había ido a buscar a la primera planta del hotel. Todo se trataba de un montaje, era una trampa.
Se hundió en el asiento trasero y, con mucha lástima, se despidió de su incipiente carrera como dama de compañía, pues Ryo ya no estaría allí para seguir acordando citas con hombres importantes. Soltó un suspiro y su cuerpo comenzó a relajarse lentamente mientras iban hacia la comisaría que Min Yoongi le había mencionado anteriormente, pero su celular nuevamente comenzó a sonar, indicando que su madre la estaba llamando por tercera vez en el día.
Y ahí fue donde comenzó a preocuparse, pues Min Yoongi no le había mentido, a ella no le ocurriría nada, pero a su madre y a Ryo sí.
Al Yuyu tener únicamente dieciséis años, se les consideraba cómplices de prostitución infantil.
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