🗽 𝟬𝟬𝟭. La Purga ha comenzado
❛ ˗ˏˋ 𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐍𝐄 ˎˊ˗ ❜ ━━━━━ 🔪
「⚘ 𝗪𝗿𝗶𝘁𝘁𝗲𝗻 𝗯𝘆 𝗕𝗿𝗶𝗻𝗮 」🎃‧₊˚
↳ ੈ 🌃 ‧₊˚ ┊ Después de sonar la sirena, cualquier
delito, incluyendo asesinato, será legal las próximas doce horas. Bendito sean nuestros
Padres Fundadores y Estados Unidos, una nación renacida。゚・
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━━━𝐅𝐀𝐋𝐓𝐀𝐍 𝐃𝐈𝐄𝐙 𝐌𝐈𝐍𝐔𝐓𝐎𝐒 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐓𝐔 𝐉𝐔𝐒𝐓𝐈𝐂𝐈𝐀 𝐂𝐎𝐁𝐑𝐄 𝐕𝐈𝐃𝐀 —murmuré, sabiendo que él me escucharía aunque no me hiciera caso—. Venga, Eric, no tienes por qué hacer esto. Te estás convirtiendo en uno de ellos. ¿De verdad vas a participar en La Purga? ¿Es eso lo que quieres? ¿Vivir solo para vengarte, para matar?
Eric estaba frente al espejo del baño, inclinado sobre el pequeño lavabo del baño. La luz parpadeante del techo apenas iluminaba su rostro mientras deslizaba los dedos por el tinte negro, dibujando un círculo irregular alrededor de sus ojos. Los trazos de color le daban un aspecto feroz, casi tribal, resaltando los tatuajes que cubrían su torso. A medida que se preparaba, los músculos de su abdomen desnudo se tensaban, marcados por las cicatrices de las batallas pasadas.
—¿Sabes cuál fue el único crimen que cometió mi esposa? —Lo dijo a media voz, pero cada palabra estaba cargada de una furia contenida. No esperó a que respondiera—. Ser pobre.
Medité mi respuesta mientras mis ojos se perdían en la televisión, aunque apenas registraba lo que pasaba en pantalla. Las noticias eran simplemente el preludio de la carnicería que estaba por comenzar, un recordatorio constante antes de que sonara la sirena y el caos estallara. Cada canal repetía las mismas reglas: doce horas sin ley, sin consecuencias.
Me pregunté si Eric estaba tomando el camino correcto.
No podía evitar pensar que, al final, todos éramos víctimas de esta locura.
—Eso no justifica que te conviertas en uno de ellos —dije finalmente, eligiendo mis palabras con cuidado—. Ella no querría esto. ¿Qué vas a conseguir? ¿Más sangre derramada? La venganza y la ira son un veneno, Eric. Te consume desde dentro y te deja vacío, sin nada. Crees que al final obtendrás justicia, pero lo único que queda es más violencia, más muerte. ¿Qué diferencia habrá entre tú y los que matan por placer si haces esto?
Me levanté y me acerqué al baño, apoyando la espalda en el marco de la puerta mientras lo observaba en silencio. Eric se giró lentamente, y ahora el contorno oscuro alrededor de sus ojos lo hacía parecer una sombra, una figura moldeada por la rabia. Ese tinte negro que se había aplicado acentuaba su expresión, endureciéndola aún más, como si se estuviera preparando para dejar de ser humano por una noche.
Pero lo que más me inquietó no fue el maquillaje, sino su mirada, cargada de una intensidad fría. Esa mirada me recordaba que algo en él se había quebrado irreversiblemente.
—La venganza no revive a los muertos —añadí, intentando en vano hacerlo entrar en razón—. No llena el vacío, Eric. Solo trae más muerte, más fantasmas que te perseguirán, que cargarás contigo hasta el final. ¿Realmente quieres eso?
Sabía que mis palabras eran como una hoja de papel frente a una tormenta. Él no se dejaría doblegar tan fácilmente, pero tenía que intentarlo, por él y por lo que quedaba de nosotros. Cada cadáver que dejara atrás sería otro peso en su conciencia, otro pedazo de su humanidad perdido en esa noche interminable.
—La venganza no tiene que ser un acto impulsivo o irracional, Agnes —dijo con su voz clara, precisa, como siempre lo hacía cuando quería que cada palabra tuviera peso—. La venganza no es solo una respuesta emocional, es una necesidad de equilibrio. No se trata de revivir a los muertos, se trata de que los responsables paguen por lo que han hecho. Mi esposa fue asesinada porque no tenían miedo de ella, porque su vida no valía nada para ellos. Si permito que sigan su camino, no habré aprendido nada de este sistema que promueve la destrucción de los débiles.
Se detuvo, mirándome como si esperara que entendiera la profundidad de su razonamiento. Pero no lo hacía por odio, ni siquiera por orgullo. Había algo más, algo que había estado enterrado bajo su frialdad.
—No estoy aquí para destruirme. Estoy aquí para derribar a los que creen que pueden destruir a los más desfavorecidos. Mi venganza no es para mí; es para aquellos como mi esposa, como los de nuestra clase. No soy uno de ellos. No seré uno de ellos. Pero si no lucho ahora, todo lo que ha ocurrido habrá sido en vano.
No podía evitar que las palabras salieran, aunque mi voz temblara al hacerlo. No sabía si lo decía por mí, o por él, o incluso por los dos. Pero tenía que intentar que entendiera.
—No todo es blanco o negro, Eric. Sí, ellos te han quitado algo que jamás podrán devolver. Pero... ¿Qué pasa después? ¿Después de que los derribes, después de que la sangre cubra las calles? ¿Qué queda cuando no tienes a nadie más a quien vengar?
Una sonrisa fría se formó en sus labios.
—Lo que quede después no importa. Lo que importa es ver cómo se retuercen, cómo el olor de su propia destrucción los consume. Al final, mi conciencia se quedará tranquila al verlos arder en el infierno que han creado.
Se apartó de mí, pasándome de lado con un empujón leve pero firme para entrar a su habitación.
Lo seguí.
—Mi padre te pagó debidamente para que esta noche me protegieras. ¿Quieres que lo llame y le diga que vas a participar en la carnicería que él mismo quería que me dejaras al margen? —No quería decirlo, pero necesitaba que las palabras cobrasen vida en mis labios.
Eric se giró de inmediato, acercándose a mí con pasos rápidos y aunque era mucho más alto que yo, su rostro se quedó a pocos centímetros del mío. La intensidad de su mirada me dejó helada pero hice lo posible para que no se notara.
—Solo te pido que te mantengas al margen de mis decisiones —Cada palabra que salía de su boca era como un golpe seco—. Así que no te interpongas en lo que voy a hacer esta noche. Esto no es sobre ti, Agnes. No es sobre tu padre. Es sobre mi justicia. Y no tengo intención de dejar que nadie me detenga, ni siquiera tú.
—¿Y qué haré yo? —pregunté, con la mirada fija en la habitación, evitando mirarle a los ojos. La incomodidad me recorría, pero decidí no apartarme, o mejor dicho, no amilanarme—. ¿Quedarme aquí mientras tú llevas a cabo tu venganza?
Eric se alejó de mí y no tardó en responder. Se acercó al armario y sin mirarme directamente, señaló la esquina de la habitación con precisión.
—Detrás del armario, hay un espacio oculto de tres metros, reforzado con acero y completamente insonorizado —explicó Eric—. Ese cuarto de seguridad está diseñado para resistir casi cualquier cosa, y es lo suficientemente estable para que te quedes ahí durante las doce horas sin que te descubran. Las paredes están reforzadas, y el sistema de ventilación es autónomo. No hay forma de que alguien sepa que estás ahí, ni siquiera si registran el lugar de arriba a abajo.
Eric hizo una pausa mientras ajustaba el cuchillo en el muslo y continuó:
—No creo que nadie tenga el valor o la capacidad de entrar a este piso, pero por si acaso, quiero que estés lista.
Ya lo tenía todo planeado.
—Hay agua, algo de comida y un retrete, si llegas a necesitar algo más, no dudes en llamarme —añadió sin perder el tiempo—. Ahí estarás segura.
Me mantuve en silencio, procesando sus palabras.
—No pienso quedarme ahí.
—No te estoy pidiendo que te quedes. Te estoy pidiendo que lo hagas —ordenó Eric con firmeza, como si hubiera trazado una línea que no pensaba cruzar—. No es una opción, Agnes. No quiero que arriesgues lo que no tienes que arriesgar.
El sonido de la televisión rompió el silencio tenso que se produjo, quedaban cinco minutos.
Sin esperar respuesta, Eric comenzó a ponerse el chaleco antibalas que había dejado sobre la cama. Su torso desnudo y marcado, se transformaba a medida que lo cubría con la capa negra que le ajustaba perfectamente. Luego, se puso la chaqueta grande, de un negro intenso, que le llegaba hasta las rodillas. Todo en él se veía más imponente, la combinación de su estatura, el maquillaje, la frialdad de su expresión y la ropa pesada que elegía solo aumentaba la sensación de que no era un hombre común, sino alguien que había caminado por las sombras demasiado tiempo.
Y ciertamente, era atractivo. No pasaba de los veintiocho años, pero su presencia era la de alguien mucho mayor, alguien que había visto demasiado; que había sufrido demasiado. Sus ojos, de un verde claro que contrastaba con su cabello azabache, peinado meticulosamente hacia atrás, reflejaban una intensidad que no dejaba lugar a dudas. Era alto, imponente, y su silueta recortada por la luz tenue del cuarto hacía que su presencia fuera aún más aterradora. Pero no era solo su físico lo que impactaba, sino la oscuridad que parecía envolverlo, como si algo en su interior hubiera sido sellado, roto o extinguido.
Esa oscuridad... era lo que lo hacía peligroso.
Eric terminó de ajustarse la vestimenta y sin mirarme, siguió dando instrucciones.
—Escucha con atención, Agnes. No importa lo que oigas ahí fuera —dijo, tomando un cuchillo de su mesita de noche, probando su filo contra la yema de su dedo—. No importa si escuchas gritos, disparos o incluso mi nombre. No vas a salir. Tienes que quedarte donde te dije. ¿Entendido?
Me observó de reojo, buscando cualquier signo de resistencia. Sabía lo que estaba insinuando, sabía que podía ser peor de lo que me imaginaba.
—Dudo que nadie vaya a buscar ahí. La Purga es para aquellos que tienen algo que perder, y créeme, esos que andan cazando no se molestan en buscar en sitios donde no hay nada de valor. Te quedas dentro, con la puerta totalmente cerrada, y no sales por nada.
Su mirada me atravesó de nuevo.
—He equipado el piso con un sistema de seguridad —siguió diciendo mientras aseguraba dos pistolas en su cinturón, ocultándolas debajo del enorme chaleco—. Cámaras y sensores de movimiento, nada entra ni sale sin que yo lo sepa.
Me resultaba imposible no sentir la fuerza que irradiaba, esa mezcla entre frialdad y meticulosidad. Se aseguraba de que no hubiera errores, de que cada detalle estuviera bajo su control.
—Si alguien intenta entrar, lo sabré antes de que lleguen a la puerta —continuó, levantando una ceja como si anticipara la pregunta que aún no había hecho—. Y créeme, no quiero que te enteres de nada de lo que suceda ahí fuera.
Miré cómo ajustaba el chaleco y escondía las armas. También añadió un cuchillo al cinto que rodeaba su muslo derecho, asegurándolo con firmeza. En el otro muslo, ajustó una hoja más afilada y estrecha, diseñada para movimientos rápidos y precisos, perfecta para situaciones cuerpo a cuerpo. Luego, sacó un par de dagas curvas, de hoja reluciente y delgada, y las colocó discretamente en vainas alrededor de sus gemelos. Estas armas, cortas pero letales, eran perfectas para un golpe rápido y certero si llegaba a necesitarlo en un combate cerrado.
—¿Y si... y si te pasa algo a ti? —pregunté, el peso de la posibilidad colgaba entre nosotros como una guillotina.
Él se detuvo, como si sopesara mis palabras. Luego se acercó, hasta que mi espalda quedó pegada contra el marco de la puerta.
—Si me pasa algo, no puedes hacer nada, Agnes. —Su tono era definitivo, implacable—. Tu padre me contrató para asegurarse de que te quedaras fuera de todo esto. No estoy aquí para salvarme a mí. Estoy aquí para asegurarme de que no te pase nada a ti. En breves palabras, solo sigue las instrucciones, y todo saldrá bien. ¿Lo entiendes ahora?
—Sí, lo entiendo. Siempre lo he entendido pero no me...
La televisión dejó escapar un leve pitido que interrumpió mis palabras y el anuncio de Emergecy Broadcast System empezó a emitirse.
—Esto no es una prueba. Este es un Sistema de Emisión de Emergencia anunciando el inicio de la purga anual autorizado por el Gobierno del país —decía—. El uso de armas de clase cuatro y de nivel inferior está permitido durante la purga. El resto de las armas están prohibidas. Se ha concedido la inmunidad a la purga a los funcionarios gubernamentales de rango 10 y no se les deberá hacer daño. Después de sonar la sirena, cualquier delito, incluyendo asesinato, será legal las próximas doce horas. La policía, los bomberos y los servicios de urgencias no estarán disponibles hasta mañana por la mañana a las 7:00 cuando concluya la purga.
—No me lo puedo creer... —Un escalofrío recorrió mi cuerpo—. Está todo muy calculado.
—Bendito sean nuestros Padres Fundadores y Estados Unidos, una nación renacida. —El anuncio continuaba—. Que Dios les acompañe a todos.
Escuché todo, sin poder moverme y la sirena no tardó en aparecer. Era ensordecedor, reverberando en las paredes como un recordatorio implacable de que el caos estaba a punto de desatarse.
La Purga había comenzado.
Eric, en cambio, se movía con precisión. Cogió dos escopetas de nivel inferior, no las más modernas, pero perfectamente letales. Las colocó con firmeza sobre sus hombros, una a cada lado, el metal pesado balanceándose con un control que solo alguien como él podría manejar. Sabía que esas escopetas, aunque no fueran de clase cuatro, eran igual de efectivas, solo requerían la destreza adecuada.
Luego, sin perder tiempo, abrió un compartimento oculto en el armario, sacando un rifle de francotirador cuidadosamente calibrado. Lo colocó a su lado, como si estuviera ensamblando las piezas de un plan meticuloso. Cada arma tenía un propósito claro, y Eric conocía cada una al detalle en cuanto las atrapó.
Eric se acercó a mí con pasos firmes, rápidos y controlados.
—Es la hora. —La autoridad siempre lo acompañaba.
Me miró fijamente, asegurándose de que entendiera la gravedad de la situación.
—Escóndete. Vamos.
Me adentré en el escondite, un espacio pequeño pero sorprendentemente estable. La pared de concreto me rodeaba, dándome una sensación de seguridad, como si fuera un refugio diseñado específicamente para resistir lo peor. Además, a un lado, había varias cajas apiladas, con latas de alimentos en su mayoría. Eric había mencionado que los enlatados eran buenos en casos de guerra, y ahora lo entendía. Eran prácticos, fáciles de almacenar, y no necesitaban refrigeración.
Una pequeña bombilla colgaba en el techo, tenue, apenas suficiente para distinguir las sombras que se movían en los rincones del escondite. No iluminaba mucho, lo justo para que los recovecos de las paredes no quedaran en completa oscuridad. Eric había sido meticuloso en cada detalle. La luz era lo suficientemente débil para no llamar la atención desde fuera, pero suficiente para que pudiera ver lo esencial sin atraer miradas.
En el fondo, había un pequeño retrete portátil, discretamente ubicado para no ocupar demasiado espacio. Junto a él, una pequeña pipa de agua, que parecía tener un sistema de filtración improvisado, garantizaba que al menos podría mantenerme hidratada durante el tiempo que estuviera allí.
El lugar era austero, pero todo lo que había allí tenía un propósito. Y mientras el sonido de la sirena seguía a lo lejos, un nudo en mi estómago crecía, sintiendo que la verdadera prueba apenas comenzaba.
—Bien. —Eric señaló un botón cerca de la pared trasera—. Si por algún motivo, necesitas salir del piso, tienes que apretar aquel botón rojo, pero Agnes, eso ya sería lo último que debes hacer... Ese botón abre las correderas metálicas de las puertas y ventanas, es decir, anula el sistema de seguridad que he implementado, pero lo dicho, no lo hagas a menos que sea absolutamente necesario. Confió en ti.
Asentí sin palabras, absorbiendo cada una de sus instrucciones, recordando cuán meticuloso había sido para preparar el lugar. Eric sabía lo que hacía, y a mí no me quedaba más opción que confiar en él. El sonido de la sirena seguía retumbando en mis oídos mientras sentía la presión del tiempo avanzando. Sabía que lo que venía no era algo que pudiera evitar. Solo me quedaba esperar.
—Toma, por si acaso. —Me entregó un arma, un revólver pequeño y pesado. Sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura con firmeza, junto a los míos, asegurándose de que lo sostuviera bien. El peso del metal en mi mano era frío y sólido, como una promesa de que nada sería fácil esta noche.
—Si tienes que usarlo, no dudes. El revólver tiene un gatillo suave, no lo aprietes demasiado. Apunta siempre a la cabeza o al pecho. Y no olvides que, si disparas, no habrá vuelta atrás. Tú debes saber cómo usarlo, Agnes. Ya te enseñé ¿recuerdas?
—Sí, lo recuerdo pero aún así, ¿qué será de ti, Eric? —Me miró, con la expresión de alguien que no estaba dispuesto a dejar nada al azar—. Prométeme que volverás.
Esta vez, tardó en responder. Sus orbes verdes no reflejaron la misma confianza que parecían tener sus palabras.
—Lo haré.
—No voy a poder convencerte de que no salgas ahí fuera, ¿verdad? —Ya nada de lo que dijera tendría sentido para él—. Es una decisión errónea.
—Tomé esta decisión hace mucho tiempo. —Me miró una vez más, y la intensidad en su mirada me dejó sin aliento—. Y nunca he considerado la opción de incumplirla. Cuídate, Agnes. —Esa fue su despedida. Después, escuché cómo cerraba la puerta, oía el sonido metálico del equipo siendo guardado en el armario, y sus pasos se iban alejando lentamente.
Y mientras, la pequeña luz parpadeaba tenuemente, apenas iluminando el espacio oscuro y apretado. El silencio, que había llenado el escondite, comenzó a romperse por el rugido distante de un motor. Era Eric.
Luego, el retumbar de disparos lejanos llegó, penetrando en el aire con una crudeza que me heló la sangre. Los ecos de las armas resonaban a lo lejos, como una advertencia de lo que ya había comenzado fuera de ese cuarto seguro.
América estaba en guerra.
¡Muchas gracias por el apoyo,
los votos y los comentarios!
🗽🌉🔪
Ya sabéis que entre más interacción haya
en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones.
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