𝟭𝟮 。・:*˚:✧。 an old wound. ៹
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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
012.┊UNA VIEJA HERIDA.
❝ canción: she's a riot de the jungle giants. ❞
EN LA TORRE DE GRYFFINDOR NADIE PUDO DORMIR AQUELLA NOCHE. Sabían que el castillo estaba volviendo a ser rastreado y todo el colegio permaneció despierto en la sala común, esperando a saber si habían atrapado a Black o no. La profesora McGonagall volvió al amanecer para decir que se había vuelto a escapar.
Por cualquier sitio por el que pasaran al día siguiente encontraban medidas de seguridad más rigurosas. El profesor Flitwick instruía a las puertas principales para que reconocieran una foto de Sirius Black. Filch iba por los pasillos, tapándolo todo con tablas, desde las pequeñas grietas de las paredes hasta las ratoneras. Sir Cadogan fue despedido. Lo devolvieron al solitario descansillo del piso séptimo y lo reemplazó la Señora Gorda. Había sido restaurada magistralmente, pero continuaba muy nerviosa, y accedió a regresar a su trabajo sólo si contaba con protección. Contrataron a un grupo de hoscos troles de seguridad para protegerla. Recorrían el pasillo formando un grupo amenazador, hablando entre gruñidos y comparando el tamaño de sus porras.
Ara se dio cuenta de que ahora la gente la miraba más a menudo, como cuando él había intentado entrar en la sala común de Gryffindor la primera vez. Se consideraba incapaz de preocuparse por lo que pensaran, no le importaban sus ojos entrecerrados, sus fulminantes miradas y sus cuchicheos en voz baja, se había acostumbrado a ellos a lo largo de los años. Sólo demostraba que la gente no tenía vidas lo bastante interesantes como para ocuparse de sus propios asuntos.
Ron se convirtió de repente en una celebridad. Por primera vez, la gente le prestaba más atención a él que a Harry, y era evidente que a Ron le complacía. Aunque seguía asustado por lo de aquella noche, le encantaba contarle a todo el mundo los pormenores de lo ocurrido.
—Estaba dormido y oí rasgar las cortinas, pero creí que ocurría en un sueño. Entonces sentí una corriente. . . Me desperté y vi que una de las cortinas de mi cama estaba caída. . . Me di la vuelta y lo vi ante mí, como un esqueleto, con toneladas de pelo muy sucio. . . empuñando un cuchillo largo y tremendo, debía de medir treinta centímetros, me miraba, lo miré, entonces grité y salió huyendo.
—Pero ¿por qué se fue? —preguntó Ron a Harry cuando se marcharon las chicas de segundo que lo habían estado escuchando. Ara se encontraba casualmente lo bastante cerca como para oírlos.
Ara se preguntaba lo mismo. ¿Por qué Black, que se había equivocado de cama, no había decidido silenciar a Ron para luego dirigirse hacia la de Harry? Black había demostrado doce años antes que no le importaba matar a personas inocentes, y en aquella ocasión se enfrentaba a cinco chavales indefensos, cuatro de los cuales estaban dormidos.
—Quizá se diera cuenta de que iba a costarle salir del castillo cuando gritaste y despertaste a los demás —dijo Harry, pensativo—. Habría tenido que matar a todo Gryffindor para salir a través del retrato. . . Y entonces se habría encontrado con los profesores. . .
«Sí, vale, pero entonces ¿por qué no te mató directamente?», pensó Ara.
Neville había caído en desgracia. La profesora McGonagall estaba tan furiosa con él que le había suprimido las futuras visitas a Hogsmeade, le había impuesto un castigo y había prohibido a los demás que le dieran la contraseña para entrar en la torre. El pobre Neville se veía obligado a esperar cada noche la llegada de alguien con quien entrar, mientras los troles de seguridad lo miraban burlona y desagradablemente. Ninguno de aquellos castigos, sin embargo, era ni sombra del que su abuela le reservaba; dos días después de la intrusión de Black, envió a Neville lo peor que un alumno de Hogwarts podía recibir durante el desayuno: un vociferador.
Las lechuzas del colegio entraron como flechas en el Gran Comedor, llevando el correo como de costumbre, y Neville se atragantó cuando una enorme lechuza aterrizó ante él, con un sobre rojo en el pico. Ara, Harry y Ron, que estaban sentados al otro lado de la mesa, reconocieron enseguida la carta. También Ron había recibido el año anterior un vociferador de su madre. Decir que Ara estaba molesta de que hubieran volado en un coche sin ella era un eufemismo.
—¡Cógelo y vete, Neville! —le aconsejó Ron.
Neville no necesitó oírlo dos veces. Cogió el sobre y, sujetándolo como si se tratara de una bomba, salió del Gran Comedor corriendo, mientras la mesa de Slytherin, al verlo, estallaba en carcajadas. Oyeron el vociferador en el vestíbulo. La voz de la abuela de Neville, amplificada cien veces por medio de la magia, gritaba a Neville que había llevado la vergüenza a la familia.
Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que también él tenía carta. Hedwig llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca.
—¡Ay! Ah, Hedwig, gracias.
Harry rasgó el sobre mientras Hedwig picoteaba entre los copos de maíz de Neville. La nota que había dentro decía:
Queridos Ara, Harry y Ron:
¿Os apetece tomar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a recogeros al castillo. ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS PERMISO PARA SALIR SOLOS.
Un saludo.
Hagrid
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ASÍ QUE AQUELLA TARDE, A LAS SEIS, Ara, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya.
—Hola, Hagrid —Ara lo saludó con la mano.
—Hola, Ara —dijo Hagrid, sonriendo.
—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no?
—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con ellos.
—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido.
Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a Buckbeak, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al apartar los ojos de la desagradable visión, Ara vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario.
—Ew —murmuró Ara en silencio, mirando los hurones muertos.
—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry.
—Buckbeak tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el autobús noctámbulo. . .
Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de Buckbeak estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había olvidado, pero sabía que Ara había estado investigando mucho, junto con Hermione. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a preparar la defensa de Buckbeak. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos.
Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid.
—Tengo algo que comentaros —dijo Hagrid, sentándose entre Harry y Ron, con una seriedad que resultaba rara en él. Entonces miró a Ara—. No has hecho nada, Ara. Tranquila.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Hermione —dijo Hagrid.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron.
Ara puso los ojos en blanco.
—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Ha venido a visitarme con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola, la única que le habla es Ara. Primero no le hablabais por lo de las Saetas de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato─
—¡Se comió a Scabbers! —exclamó Ron, de malhumor.
—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid obstinadamente—. Ha llorado, ¿sabéis? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún ha encontrado tiempo para ayudarme con el caso Buckbeak junto con Ara, claro. Por supuesto, me han encontrado algo muy útil. . . Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades. . .
—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado, Hagrid, lo siento —balbuceó Harry.
—¡No os culpo! —dijo Hagrid, con un movimiento de la mano—. Ya sé que habéis estado muy ocupados. A ti te he visto entrenar día y noche. Pero tengo que deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más. —Harry y Ron se miraron azorados. Mientras Ara miraba divertida el hecho de que Hagrid les hubiera sermoneado por Hermione—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y vosotros dos sin dirigirle la palabra─
—Si se deshiciera de ese gato, volvería a hablarle —dijo Ron, enfadado —. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra.
—¡Yo te dije que te deshicieras de Scabbers hace años porque la estúpida rata me iba a arrancar los dedos a mordiscos! —dijo Ara, gimiendo mientras levantaba las manos—. ¡Y te ponías igual de a la defensiva! Si no más!
—¡Al menos Scabbers no ha matado a nadie! —espetó Ron.
—La gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —dijo Hagrid prudentemente, dándole a Ron una mirada mordaz. Detrás de él, Buckbeak escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid.
Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor de ganar la copa de quidditch. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo.
Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios.
—¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vais a hacer? —preguntó a Harry y Ara en voz baja, al sentarse.
—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes —dijo Harry aún más bajo.
—¡Harry! —dijo una voz en su oreja derecha. Harry se sobresaltó. Se volvieron y, por un hueco que había en el muro de libros que la ocultaba, vieron a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás—. Harry, si volvéis otra vez a Hogsmeade. . . ¡le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa!
—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.
—Ron, ¿cómo puedes dejarles que vayan? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré─
—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry y a Ara! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?
Ara lanzó una fulminante mirada en dirección a Ron, y luego se giró para mirar a Hermione.
—Hermione, entiendo tu preocupación, pero no podemos quedarnos aquí cuando todos los demás están afuera divirtiéndose —dijo Ara con severidad—. Nos merecemos un descanso.
Hermione abrió la boca para responder, pero Crookshanks saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, tomó al gato y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas.
Ara gimió y apoyó la cara en la mesa.
—Entonces ¿qué os parece? —les preguntó Ron, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no visteis nada. ¡Ni siquiera habéis estado todavía en Zonko!
Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras:
—Ara —susurró Harry—. ¿Vienes con nosotros?
Ara se lo pensó un momento antes de asentir, de ningún modo iba a quedarse en el castillo.
—De acuerdo —dijo él—. Pero esta vez llevaré la capa invisible.
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EL SÁBADO POR LA MAÑANA, ARA ESTABA SENTADA AL LADO DE HERMIONE EN EL DESAYUNO, escuchando sus divagaciones sobre las Ruinas Antiguas cuando Harry hizo acto de presencia, uniéndose a Ron. Hermione les lanzó miradas suspicaces mientras intentaban aparentar la mayor naturalidad posible.
Ara y Harry se aseguraron de que ella los viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las puertas principales.
—¡Adiós! —le dijo Harry en voz alta—. ¡Hasta la vuelta!
Ron sonrió y guiñó un ojo.
—¡Pásalo bien, 'Mione! —dijo Ara al lado de Harry, lanzándole una sonrisita a Hermione mientras ella entrecerraba los ojos. Ara y Harry subieron al tercer piso a toda prisa, agarrados de la mano. Ara sacando el mapa del merodeador con su mano libre mientras corrían.
Ara sacó la varita rápidamente, musitó «Dissendio» y Harry metió la mochila en la estatua, pero antes de que pudieran entrar por ella, Neville apareció por la esquina:
—¡Harry! ¡Ara! Había olvidado que vosotros tampoco ibais a Hogsmeade.
—Hola, Neville —dijo Ara mientras ella y Harry se separaban rápidamente de la estatua. Ara volvió a meterse el mapa en el interior de su chaqueta—. ¿Qué haces?
—Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Os apetece una partida de naipes explosivos?
Harry decidió inventarse una mentira.
—Ahora no. . . Íbamos a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin─
—¡Voy con vosotros! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho!
—Eh─ Pero ¡si lo terminamos anoche! ¡Se me había olvidado!
—¡Estupendo, entonces podréis ayudarme! —dijo Neville—. No me entra todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o─?
Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de Ara y Harry.
Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Ara.
—¿Qué hacéis aquí los tres? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse─
—Bueno —dijo Ara, dedicándole su sonrisa más falsa—. Eso es asunto nuestro, ¿no?
—Cuidado, Black —advirtió Snape.
Los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta.
—No nos hemos─ reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por casualidad.
—¿De veras? —dijo Snape—. Tenéis la costumbre de aparecer en lugares inesperados, Potter, y raramente os encontráis en ellos sin motivo. . . Os sugiero que volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar.
Ara, Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola detenidamente.
—Estúpido imbécil —dijo Ara en voz baja.
Ara y Harry se las arreglaron para deshacerse de Neville en el retrato de la Señora Gorda, diciendo la contraseña y simulando que se habían dejado los trabajos sobre los vampiros en la biblioteca y que volvían por ellos. Después de perder de vista a los troles de seguridad, Ara volvió a sacar el mapa y se lo acercó a la nariz, y Harry miró por encima de su hombro.
—Snivellus está en su despacho —dijo Ara, señalando el mapa con el dedo.
El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry miró hacia donde ella señalaba y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en su despacho.
Echaron una carrera hacia la estatua de la bruja, abrieron la entrada de la joroba y se deslizaron hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra. Borraron el mapa del merodeador y echaron a correr.
Completamente ocultos por la capa invisible, Ara y Harry salieron a la luz del sol por la puerta de Honeydukes y le dieron un codazo a Ron en la espalda.
—Somos nosotros —susurró Harry.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.
—Snivellus —dijo Ara lacónicamente.
Echaron a andar por la calle principal.
—¿Dónde estáis? —les preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Seguís ahí? Qué raro resulta esto. . .
Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry y Ara pudieron hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas scops («Sólo entregas locales»), que eran realmente pequeñísimas.
El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los tres le apetecía entrar en ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.
—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyados en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado. . . Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.
—No creo que esté embrujada —dijo Ara, encogiéndose de hombros—. Es sólo un cuento inventado.
Harry y Ara estaban a punto de quitarse la capa cuando oyeron voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle. Malfoy decía:
—. . . en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres meses. . .
Crabbe y Goyle se rieron.
—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese hipogrifo es tan bueno como un─» —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto?
Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy.
—No, Harry, deja que Ron se ocupe de él —refunfuñó Ara con una mirada fulminante.
—Déjanoslo a nosotros —le susurró Harry a Ron al oído, enviándole una mirada a Ara.
La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Ara y Harry se acercaron sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agacharon y cogieron un puñado de barro del camino.
—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al hipogrifo le corten─?
¡PLAF!
Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente.
—¿Qué demo─?
Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo.
—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho?
—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien comenta el tiempo que hace.
Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje.
Ara y Harry se acercaron a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo.
¡PATAPLAF!
Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados.
—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry y Ara.
Ara decidió que se divertiría más, salió de la capa, transformándose en el proceso en su forma animaga, que era una loba gris grande y pálida, y permaneció oculta un momento.
Justo cuando Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus largos brazos, la Loba-Ara se interpuso entre él y Harry, que seguía siendo invisible, y le gruñó peligrosamente, Malfoy, Crabbe y Goyle empezaron a emitir gritos agudos mientras la Loba-Ara empezaba a dar lentos pasos amenazadores hacia ellos. Se tambalearon temblorosamente para intentar alejarse mientras ella enseñaba los dientes.
Justo entonces, la capa de Harry se resbaló ligeramente por su cara. Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente.
—¡AAAH! —gritó, señalando la cabeza de Harry. Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe y Goyle detrás. Harry se puso bien la capa, pero el daño ya estaba hecho.
La Loba-Ara los persiguió fuera de allí, y luego regresó y se sentó en la nieve junto a Ron, que le dio una palmadita en la cabeza, su risa calmándose.
—Harry —dijo Ron, mirando hacia el lugar en que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a alguien─ lo mejor será que regreses al castillo, rápido, tú también, Ara─
—¡Nos vemos más tarde! —dijo Harry, y sin decir nada más tiró de la capa sobre Ara también, y emprendieron el camino de vuelta al pueblo.
—¿Has visto la cara que ha puesto Malfoy cuando me ha visto? —susurró Ara, sonriendo.
—Sí —dijo Harry, también sonriendo—. Aunque a mí me has parecido más adorable que peligrosa.
Ara le alzó una ceja, viendo cómo la cara de Harry se había puesto tan roja como el pelo de Ron al darse cuenta de lo que había dicho, aunque no lo comentaron.
De vuelta a Honeydukes, volvieron a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvieron a meterse por la trampilla, se quitaron la capa, Harry se la puso debajo del brazo y corrieron cuanto pudieron por el pasadizo. . . Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a un profesor? Tendrían que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor. La ocultaron en un rincón oscuro y empezaron a escalar con rapidez. Llegaron a la parte interior de la joroba de la bruja, Ara le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió, con Harry detrás de ella. La joroba se cerró y precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyeron unos pasos ligeros que se aproximaban.
Era Snape. Se acercó a Ara y Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la túnica negra, y se detuvo ante ellos.
—¿Y. . .? —preguntó.
—¿Y. . .? —repitió Ara en tono aburrido.
Snape le lanzó una mirada fría, a lo que ella sonrió inocentemente.
—Venid conmigo, Potter, Black —dijo Snape.
Lo siguieron escaleras abajo, limpiándose las manos con restos de barro en el interior de las túnicas sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de Snape.
Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto; Ara, por otro lado, había estado aquí innumerables veces, debido a la cantidad de veces que le contestaba al profesor. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes, y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación.
—Sentaos —dijo Snape.
Ara y Harry se sentaron. Snape, sin embargo, permaneció de pie.
—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter, Black —dijo Snape.
Ni Ara ni Harry abrieron la boca.
—Me ha contado que se ha encontrado con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al parecer, Weasley estaba solo.
Siguieron sin decir nada.
—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran cantidad de barro lo ha golpeado en la parte posterior de la cabeza, y luego ha aparecido un lobo muy curioso de la nada. ¿Cómo creéis que ha podido ocurrir?
Ara fingió una expresión de sorpresa.
—¿Un lobo? —preguntó ella, con una expresión confusa—. ¿Y no se los ha comido a todos? —chasqueó la lengua—. Lástima. . .
Snape la fulminó con la mirada.
—No lo sé, profesor —dijo Harry, tratando de parecer medianamente sorprendido.
Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un hipogrifo: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear.
—Entonces, el señor Malfoy ha presenciado una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre qué ha podido ser, Potter?
—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente.
—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire.
Hubo un silencio prolongado.
—Quizá se lo ha imaginado —espetó Ara, cruzándose de brazos e inclinándose hacia atrás—. Ya sabe, con la cantidad de lejía que usa para el pelo, a lo mejor al final se le ha estropeado el cerebro.
Harry no pudo evitarlo, una carcajada le atravesó los labios y trató de disimularla con una inocente tos. Snape se limitó a lanzarle a Ara una mirada de profundo odio.
—Mejor quédate callada, Black —dijo, veneno claro en su voz cuando dijo su apellido.
Se volvió para mirar a Harry.
—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? ¿Y tú qué hacías con él hace un momento, Black? —dijo Snape con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo, en realidad.
—Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina─
—Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto.
—He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted me mandó.
—¿Hay alguien que pueda testificarlo?
—Yo estaba con él —dijo Ara, con fiereza—. No han dicho nada de que yo estuviera en Hogsmeade, ¿verdad? Bueno, eso es porque estábamos en la torre de Gryffindor.
Snape la ignoró, sus finos labios se torcieron en una horrible sonrisa.
—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va a donde le apetece sin pensar en las consecuencias.
Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas.
—¡Qué extraordinariamente parecidos sois a vuestros padres, Potter, Black! —dijo de repente Snape, con los ojos relampagueantes—. También ellos eran muy arrogantes. No eran malos jugando al quidditch y eso les hacía creerse superiores a los demás. Se pavoneaban por todas partes con sus amigos y admiradores. . . El parecido es asombroso.
—Mi padre no se pavoneaba —dijo Harry, sin poder contenerse—. Y yo tampoco.
—El mío probablemente sí lo hacía —dijo Ara descuidadamente.
—Tu padre tampoco respetaba mucho las normas —prosiguió Snape, presionando su ventaja, ahora le hablaba directamente a Harry, con el delgado rostro lleno de malicia—. Las normas eran para la gente que estaba por debajo, no para los ganadores de la copa de quidditch. Era tan engreído─
—¡CÁLLESE!
Harry se puso en pie. Lo invadía una rabia que no había sentido desde su última noche en Privet Drive. No le importaba que Snape se hubiera puesto rígido ni que sus ojos negros lo miraran con un fulgor amenazante:
—¿Qué me has dicho, Potter?
—¿Está sordo? —Ara se inclinó, una sonrisa malvada en su rostro—. Le ha dicho que se calle.
—¡Cállese sobre mi padre! —gritó Harry, repitiendo sus palabras—. Conozco la verdad. Él le salvó a usted la vida. ¡Dumbledore me lo contó! ¡Si no hubiera sido por mi padre, usted ni siquiera estaría aquí!
La piel cetrina de Snape se puso del color de la leche agria.
—¿Y el director te contó las circunstancias en que tu padre me salvó la vida? —susurró—. ¿O consideró que esos detalles eran demasiado desagradables para los delicados oídos de su estimadísimo Potter?
Harry se mordió el labio. No sabía cómo había ocurrido y no quería admitirlo. Pero parecía que Snape había adivinado la verdad.
—Lamentaría que salieras de aquí con una falsa idea de tu padre —añadió con una horrible mueca—. ¿Imaginabas algún acto glorioso de heroísmo? Pues permíteme que te desengañe. Tu santo padre y sus amigos me gastaron una broma muy divertida, que habría acabado con mi vida si tu padre no hubiera tenido miedo en el último momento y no se hubiera echado atrás. No hubo nada heroico en lo que hizo. Estaba salvando su propia piel tanto como la mía. Si su broma hubiera tenido éxito, lo habrían echado de Hogwarts.
Snape enseñó los dientes, irregulares y amarillos.
—¡Dad la vuelta a vuestros bolsillos, Potter, Black! —les ordenó de repente. Ara y Harry no se movieron.
»¡Dad la vuelta a vuestros bolsillos o vamos directamente al director! ¡Dadles la vuelta!
Tanto Ara como Harry hicieron lo que se les dijo, Ara no tenía nada pero Harry sí. Harry sacó muy lentamente la bolsa de artículos de broma de Zonko y Ara, haciendo una mueca, tuvo que sacar el mapa del merodeador.
Snape cogió la bolsa de Zonko.
—Todo me lo ha dado Ron —dijo Harry, esperando tener la posibilidad de poner a Ron al corriente antes de que Snape lo viera—. Me lo trajo de Hogsmeade la última vez─
—¿De verdad? ¿Y lo llevas encima desde entonces? ¡Qué enternecedor. . .! ¿Y esto qué es?
Snape acababa de coger el mapa. Ara hizo un enorme esfuerzo por mantener la expresión de preocupación fuera de su rostro.
—Un trozo de pergamino que me sobró —dijo ella, encogiéndose de hombros.
Snape le dio la vuelta, con los ojos puestos en Ara.
—Supongo que no necesitarás un trozo de pergamino tan viejo —dijo—. ¿Puedo tirarlo?
—Entonces tendrá que comprarme otro —Ara se cruzó de brazos.
Snape acercó la mano al fuego.
—¡No! —exclamó Harry rápidamente.
—¿Cómo? —dijo Snape. Las aletas de la nariz le vibraban—. ¿Es otro precioso regalo del señor Weasley? ¿O es. .. otra cosa? ¿Quizá una carta escrita con tinta invisible? ¿O tal vez. . . instrucciones para llegar a Hogsmeade evitando a los dementores?
Los ojos de Snape brillaban.
—Veamos, veamos. . . —susurró, sacando la varita y desplegando el mapa sobre la mesa—. ¡Revela tu secreto! —dijo, tocando el pergamino con la punta de la varita.
No ocurrió nada. Ara se mordió el labio nerviosa y Harry enlazó las manos para evitar que temblaran.
—¡Muéstrate! —dijo Snape, golpeando el mapa con energía.
Siguió en blanco.
—¡Severus Snape, profesor de este colegio, te ordena enseñar la información que ocultas! —dijo Snape, volviendo a golpear el mapa con la varita.
Como si una mano invisible escribiera sobre él, en la lisa superficie del mapa fueron apareciendo algunas palabras:
«El señor Lunático presenta sus respetos al profesor Snape y le ruega que aparte la narizota de los asuntos que no le atañen.»
Snape se quedó helado. Harry contempló el mensaje estupefacto, y Ara sonrió de oreja a oreja. Pero el mapa no se detuvo allí. Aparecieron más cosas escritas debajo de las primeras líneas:
«El señor Cornamenta está de acuerdo con el señor Lunático y sólo quisiera añadir que el profesor Snape es feo e imbécil.»
Y había más:
«El señor Canuto quisiera hacer constar su estupefacción ante el hecho de que un idiota semejante haya llegado a profesor.»
Harry cerró los ojos horrorizado. Al abrirlos, el mapa había añadido las últimas palabras.
Ara no pudo contenerse más y resopló ruidosamente, se tapó la boca con una mano para contener la risa.
«El señor Colagusano saluda al profesor Snape y le aconseja que se lave el pelo, el muy guarro.»
Ara y Harry aguardaron el golpe.
—Bueno. . . —dijo Snape con voz suave—. Ya veremos.
Se dirigió al fuego con paso decidido, cogió de un tarro un puñado de polvo brillante y lo arrojó a las llamas.
—¡Lupin! —gritó Snape, dirigiéndose al fuego—. ¡Quiero hablar contigo!
Ara y Harry se quedaron mirando el fuego. Una gran forma apareció en él, revolviéndose muy rápido. Unos segundos más tarde, el profesor Lupin salía de la chimenea sacudiéndose las cenizas de la raída túnica.
—¿Me has llamado, Severus? —preguntó Lupin amablemente.
—Sí —respondió Snape, con el rostro crispado por la furia y regresando a su mesa con amplias zancadas—. Les he dicho a Black y a Potter que vaciaran los bolsillos. Y Black llevaba esto.
Snape señaló el pergamino en el que todavía brillaban las palabras de los señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta. En el rostro de Lupin apareció una expresión extraña y hermética.
—¿Qué te parece? —dijo Snape.
Lupin siguió mirando el mapa. Ara lo miró con curiosidad, era casi como si mirara el mapa con nostalgia y añoranza. Entrecerró los ojos cuando los de él se empañaron, sus cejas se fruncieron mientras una nueva teoría se introducía en su cerebro. ¿Podría ser posible que conociera a los creadores? ¿Podría él. . . ser uno de ellos?
—¿Qué te parece? —repitió Snape—. Este pergamino está claramente encantado con Artes Oscuras. Entra dentro de tu especialidad, Lupin. ¿Dónde crees que pudieron conseguir semejante cosa Potter y su compinche Black?
Lupin levantó la vista y con una mirada de soslayo a Ara y a Harry, les advirtió que no lo interrumpieran.
—¿Con Artes Oscuras? —repitió con voz amable—. ¿De verdad lo crees, Severus? A mí me parece simplemente un pergamino que ofende al que intenta leerlo. Infantil, pero seguramente no peligroso. Supongo que lo han comprado en una tienda de artículos de broma.
—¿De verdad? —preguntó Snape. Tenía la mandíbula rígida a causa del enfado—. ¿Crees que una tienda de artículos de broma les vendería algo como esto? ¿No crees que es más probable que lo consiguieran directamente de los fabricantes?
Harry y Ara no entendían qué quería decir Snape. Y daba la impresión de que Lupin tampoco.
—¿Quieres decir del señor Colagusano o cualquiera de esas personas? —preguntó—. Ara, Harry, ¿conocéis a alguno de estos señores?
—No —respondió rápidamente Harry.
—No —mintió Ara. Tenía una idea de quién podía ser uno de ellos; miró discretamente en dirección al profesor Lupin.
—¿Lo ves, Severus? —dijo Lupin, volviéndose hacia Snape—. Creo que es de Zonko─
En ese momento entró Ron en el despacho. Llegaba sin aliento. Se paró de pronto delante de la mesa de Snape, con una mano en el pecho e intentando hablar.
—Yo─ le di─ a Harry y a Ara─ ese objeto —dijo con la voz ahogada—. Lo compré en Zonko hace mucho tiempo. . .
—¡Bien! —dijo Lupin, dando una palmada y mirando contento a su alrededor—. ¡Parece que eso lo aclara todo! Me lo llevo, Severus, si no te importa —Plegó el mapa y se lo metió en la túnica—. Ara, Harry, Ron, venid conmigo. Tengo que deciros algo relacionado con el trabajo sobre los vampiros. Discúlpanos, Severus.
Harry no se atrevió a mirar a Snape al salir del despacho, pero Ara le lanzó su fulminante mirada diaria.
Ara, Harry, Ron y Lupin hicieron todo el camino hasta el vestíbulo sin hablar. Luego Harry se volvió Lupin.
—Señor profesor, yo─
—No quiero disculpas —dijo Lupin. Echó una mirada al vestíbulo vacío y bajó la voz—. Da la casualidad de que sé que este mapa fue confiscado por el señor Filch hace muchos años. Sí, sé que es un mapa —dijo ante los asombrados Harry y Ron, y la sospecha de Ara sólo aumentó—. No quiero saber cómo ha caído en vuestras manos. Me asombra, sin embargo, que no lo entregarais, especialmente después de lo sucedido en la última ocasión en que un alumno dejó por ahí información relativa al castillo. No os lo puedo devolver, Ara, Harry.
Harry ya lo suponía, y estaba demasiado dispuesto a dar explicaciones como para protestar.
—¿Por qué pensó Snape que me lo habían dado los fabricantes?
—Porque. . . —Lupin vaciló— porque los fabricantes de estos mapas habrían querido sacarte del colegio. Habrían pensado que sería muy divertido.
—¿Los conoce? —dijo Harry, impresionado.
—Nos hemos visto —dijo Lupin lacónicamente.
El labio de Ara se crispó mientras intentaba mantener a raya su sonrisa triunfante. Le encantaba tener razón.
—No esperéis que os vuelva a encubrir. No puedo conseguir que os toméis en serio a Sirius Black. Pero creía que los gritos que oíais cuando se os aproximan los dementores os habían hecho algún efecto. Tus padres dieron su vida para que tú siguieras vivo, Harry. Y tu madre dio la suya por ti, Ara. Y vosotros les correspondéis mal. . . cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma.
Se marchó, pero Ara no iba a dejarlo marchar tan fácilmente, así que se volvió hacia sus chicos.
—Nos vemos en la sala común —dijo rápidamente y sin esperar a que dijeran nada, siguió a Lupin.
Estaba a punto de doblar una esquina cuando ella lo llamó.
—¡Profesor! ¡Profesor! ¡Espere! —dijo Ara, y finalmente Lupin se dio la vuelta para mirarla.
—¿Sí, Ara? —dijo, enfrentándola completamente.
Ella decidió ir directamente al grano.
—¿Fue usted uno de los que crearon el mapa?
Lupin palideció.
—¿Qué te ha dado esa idea? —dijo, con la voz ligeramente temblorosa.
—No es difícil de suponer, la expresión de su cara cuando lo ha visto lo delató, y usted dijo que conocía a los fabricantes —dijo Ara, encogiéndose de hombros. Dudó un momento antes de decir—: ¿Es─ es usted Lunático?
La mirada de Lupin fue suficiente para confirmar sus sospechas.
—¿Porque es un hombre lobo? —dijo Ara despreocupadamente, agitando las manos con entusiasmo—. Eso es genial, usted es literalmente el ídolo de los gemelos.
—¿Cómo sabes que soy un hombre lobo? —preguntó Lupin, con los ojos muy abiertos mientras miraba a su alrededor, asegurándose de que no les estaba oyendo nadie.
—Lógica —dijo Ara sin rodeos—. También es bastante obvio, con usted desapareciendo cada mes y todo eso. . .
—¿Cómo es que no me tienes miedo? ¿Y por qué no me has delatado todavía? Seguro que no querrías que un hombre lobo te diera clase.
—¿Por qué iba a delatarle? —preguntó Ara en shock—. Sólo tiene un pequeño problema peludo, eso no significa que sea malo, ni peligroso.
Lupin sonrió cuando ella dijo «Pequeño problema peludo» eran las mismas palabras que había usado Sirius Black muchos años atrás.
—Gracias por decir eso, Ara.
—No es nada —dijo Ara, sonriendo—. Y no se preocupe, no le diré nada a nadie, pero ahora tengo que irme. Hasta luego, profesor Lunático.
Ara le dedicó una última sonrisa antes de salir corriendo hacia la sala común.
Cuando llegó allí se sorprendió bastante al ver a los chicos hablando con Hermione, ella tenía una expresión triste, mientras que Harry y Ron la miraban con los ojos muy abiertos.
—Maldita sea, ¿quién ha muerto?
Hermione la miró al borde de las lágrimas.
—Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a Buckbeak.
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