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𝟎𝟑

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ᴀʀᴄᴏ ᴜɴᴏ ——— ❛La promesa que condena.
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Omnisciente.
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Habían pasado dos años desde que el muro María había caído. Aquel día se convirtió en una pesadilla para aquellos que sobrevivieron el fatídico día de ver su hogar caer, e incluso de perder a personas que conocían. Kira perdió a su madre, como también la alta posibilidad de sobrevivir de forma cuerda en el interior de las murallas. En las noches, los grandes ojos de los titanes y las manos de estos la seguían como un presagio de lo que había visto, como también vivido. Oía incluso los huesos de su madre crujir ante el sostén del titán, era eso lo que la despertaba del sueño que no podía sostener por horas; quedó afligida al recuerdo y sometida al rencor por haber permitido dicha situación. El sol atravesaba sus telas, era un día caluroso y uno de los más esperados por ella. Su expresión se encontraba fría y reacia. Tenía una postura firme que algunos jóvenes a su alrededor intentaban de copiar, pues anhelaban poder ser partícipe de los nuevos reclutas.

Para Kira ya no era un tabú hablar sobre sus ideales, aquellos que compartió por dos años con sus allegados más cercanos; los mismos que sobrevivieron irónicamente la caída del muro María. En líneas diferentes se encontraban, pero si los buscaba con la mirada podía reconocerlos de forma inmediata. Tanto Eren Jaeger, como Mikasa Ackerman y Armin Arlert estaban dispuestos a aventurarse en la academia de reclutas para fortalecer sus creencias que los dirigirían a la legión de exploración. Guiándose y cuidándose fuera de los muros, buscaban descubrir la dichosa verdad que los acercaría al origen de los titanes que acabaron con su ciudad, y sus sueños. Durante dos años, espero este preciso momento y no había vuelta atrás. Buscaba ser una de las mejores, así como le fue su difunta madre. En medio del caluroso días, pasos de un hombre frío y expresión aún más estoica que Kira, se asomó entre ellos.

—¡En posición cadetes! A partir de este momento son oficialmente miembros de la división 104. Por desgracia para ustedes, yo Keith Shadis estoy a cargo de esta división básica. Quiero decirles que no estoy dispuesto a darles una grata bienvenida. Ustedes son sólo un ganado esperando ser devorados por los titanes.—expreso aquel hombre con frialdad, caminando entre los jóvenes.—Durante los próximos tres años les educare y enseñaré para que dejen de ser inútiles, les enseñaré a pelear contra los titanes. Dentro de tres años cuando vuelvan a enfrentarse a un titán directamente elegirán si serán comida o se convertirán en gloriosos soldados dispuestos a proteger las murallas, y campeones para vencer a los titanes. La decisión está en sus manos.—plasmó.—¡Tú! ¿Quien eres?—se cuestionó, frente al rubio que Kira reconocería bien.

—¡Soy Armin Arlert señor, proveniente del distrito de Shingashina!—Kira oía con atención a su amigo, desde ahí podía oír su voz temblorosa y ver las gotas de sudor resbalar por su cien.

—¿Ah si? Tienes nombre de retrasado. ¿Te lo puso tu padre?—se cuestionó el de alto rango, intentando de intimidarlo rápidamente.

—¡Fue mi abuelo señor!—respondió Armin, con una postura firme pese al rostro serio e inexpresivo del hombre que contenía arrugas.

—¿Por qué quieres unirte a nosotros?—preguntó Keith, Armin buscaba expresarse de la mejor manera para no decepcionarlo.

—¡Para conseguir la victoria de la humanidad señor!—decidió responder sin un titubeo, preparándose para cualquier tipo de humillación,

—¡Ah si, eso es estupendo! Te convertiré en comida para titanes. Tercer escuadrón, media vuelta.—indicó el instructor, girando a Armin de forma abrupta e inesperada.

Ante él, otros chicos se presentaban por igual, no todos con el mismo propósito y menos viniendo del mismo distrito. Kira sentía la mirada de ese hombre en ella, se veía intrigado y curioso—, pero no de una manera morbosa—. Era como si la reconociera. Ese cabello dorado que traía en una coleta alta y esos ojos azulados que parecía haberlos visto en otro lugar, el instructor podía reconocer quién era y el linaje a donde pertenecía Kira con solo ver su postura. Si estaba aquí, era para igualar el nombre de sus familiares que habían sido partícipe de la base de reclutas en donde ella estaba ahora mismo postrada. Él solo veía y se acercaba a aquellos que no tenían frialdad en su rostro, a los que no podía intimidar y sin duda alguna, Kira era parte de esos soldados que ya habían visto horrores. No solo la traumática muerte de su madre frente a ella, si no los propios vivos que la rodearon en su infancia haciendo actos macabros que le era imposible olvidar.

—¿Eh tú, qué demonios estás haciendo?—atrás de Kira se oía al instructor, aunque muchos se hayan presentado ante él, nadie le había llamado la atención como aquella chica castaña.—¡Te estoy hablando a ti escoria! ¿Quién te crees que eres?—se preguntó con una voz altanera.

—Soy Sasha Braus señor, al sur del muro de Depeur señor.—una voz femenina resaltó por cada uno de los que estaban presentes escuchando, de reojo Kira respondió la expresión de aquel alto hombre y como estaba a centímetros del rostro de la chica quien en su mano derecha sostenía una patada y parecía estar comiendo.

—¿Qué es lo que sostienes en tu mano derecha?—pregunto el instructor, curioso ante ver la calma de la chica, Kira se mantenía avergonzada viendo ya que algunos también lo hacían.

—Una patata al vapor señor, la encontré en la cocina devuelta aqui.—respondió ella, mirándole fijamente mientras que se podía ver con claridad el alimento en su mano.

—¿Así que la has robado?—pregunto él, curioso ante la respuesta de la cadete Sasha quien aún sostenía la patada en su mano derecha.

—Si no se comen caliente señor, no valen nada.—respondió ella, desatando el enojo y la furia del sargento, lo que provocó que ella corriera toda la tarde bajo el candente sol hasta que sintiera que estuviese muriendo.

Kira estaba asomada por la ventana de aquella habitación, la cual compartiría en literas conjunto otras chicas. Ella veía como la castaña con un acento extraño corría sin parar—, la fatiga no podía sobresalir más, pero su condición física parecía ser buena—. Las cosas aquí serían diferente a como eran y era evidente que no tendrían libre albedrío de decidir sin antes someterse a una que otra consecuencia. La rubia recogía sus cosas y ordenaba la cama donde dormiría, ansiaba poder iniciar con los entrenamientos que la fortalecerían como un soldado. Algunos de los cadetes se conocían y presentaban, pero ella prefería mantenerse aislada de la sociedad y entablarse únicamente con aquellos que ya conocía, pues prefería no llamar la atención por estar vinculada a una persona que fue parte de la legión y que en ella plasmó una huella. Y sin dejar atrás que Kira era una persona totalmente inexpresiva, hablar le costaba y expresarse aún más, si podía pasar su día sin hablar, le beneficiaría.

Habían algunas ropas que Kira veía y le hacía recordar a su madre. Ella deseo poder haber sacado una que otra cosa de su casa antes de que el desastre cediera en quitarle todo aquello que conoció. Su casa, su vecindario, sus pertenencias y recuerdos—, todo lo que conoció en el distrito María se había ido—. La atormentarían siempre como una vil pesadilla, pero eso no la alejaría de a donde quería llegar y lo que quería conocer fuera de esas murallas. Miro hacia la puerta que se abrió repentinamente, dejándole ver a otras chicas adentrarse. Charlaban y sonreían, pero Kira tan solo se mantuvo estoica para así esperar un espacio y salir de los dormitorios. El sol ya bajaba su intensidad y otros cadetes se devolvían a su casa, como algunos se quedaban y burlaban por esta decisión. Kira se detuvo ante ver una carreta con varios chicos, no podía juzgarlos, ¿acaso podía juzgar a alguien por tener miedo? Era imprudente hacerlo, ella también lo tuvo.

—Kira.—llamo aquella voz femenina que reconoció, de inmediato la rubia se movió hacia ella, acercándose rápidamente durante la pasantía de los demás

—Mikasa, ¿dónde está Eren y Armin?—le preguntó Kira a su amiga, Mikasa y ella con los años se habían vuelto unidas; eran como hermanas.

—Están allá.—señaló Mikasa hacía un balcón repleto de personas, entre ellos Eren y Armin, quienes como Mikasa y ella habían cambiado físicamente.

—Todos quieren saber nuestra experiencia aquel día, ¿no es así?—cuestiono Kira mientras caminaba con Mikasa hacia allá, quién asintió.

—Es más difícil para aquellos que no las han vivido.—Kira se giró, mirando como un rubio se acercaba a ella, incómodamente.—Reiner Braun, él es mi compañero, Berthold Hoover.—indicó, presentándose ante ella.

—Nosotros también vivimos algo igual, pero not tan atroz. Las noticias se tardaron en llegar para nosotros cuando el muro María cayó.—implantó el otro joven de alta estatura, mirándolas.

—Así que, igual es difícil. Para quienes vieron y quienes no, el miedo es un sentimiento que nos representaría en una situación con los titanes.—explicó Reiner, sutilmente.

—No te pregunté eso.—indicó Kira de forma fría, absteniéndose a conversar.—Todos vinimos aquí por un propósito, espero que eso pueda llevarme a ser parte de la legión de exploración.—dije.

—Ah, como el chico de allá, ¿Eren?—se preguntó Reiner, para así Kira mirar al chico, Eren sin duda había cambiado, más que ella.

Lo que vio y vivió aquel día lo cambió, más aún cuando su padre nunca volvió a casa. Eren se había quedado solo, igual que ella, Mikasa e incluso Armin. Sobrevivieron los cuatro juntos como pudieron, hubieron días donde solo comían migajas de pan y lo poco que tenían, lo abastecían por semanas. Era difícil recordarlo para ella, por eso veía en Eren una admiración que no veía ni en ella misma. Admiraba a Eren por no rendirse y alimentarle esa ilusión de ser fuerte, como también de atreverse a estar aquí. Miro desde donde estaba como Eren hablaba con los demás, sus ojos transmitían seguridad mediante la mirada que daba y dejaba sus palabras fluir. Veía que lo oían con atención y eso la hacía querer acercarse, pero cuando Eren la miró, ella solo cambió su mirada nuevamente hacia Reiner, quien continuaba conversando con ella aunque Kira no haya oído nada. Kira miró a Mikasa y agradeció que estuviera ahí.

—Así que, no vengo a cambiar tus ideales o nada por el estilo, solo a hacerte entender que no está mal que otros tengan menos entendimiento porque no vieron lo que ustedes sí.—señalaba Reiner.

—Creo que no te oyó nada, Reiner. Dejémosla, no las molestes.—pidió Berthold, de una manera sutil a Reiner quien solo sonreía.

—Es lo menos que quiero hacer, solo quiero conocer a las personas con las que conviviré por tres años.—articuló Reiner, extendiendo su mano hacia Kira, en quien vio una buena rival.

—Si te preocupa que te estorbe, es lo menos que haré, Reiner.—expresó Kira, extendiendo para así dársela a Reiner quien asintió.—Kira Nakamura.—se presentó de forma fría y concreta.

—Así que son ciertos los rumores, eres la hija de la ex comandante del cuerpo de exploración. Lo oí del instructor.—afirmó un chico que caminó detrás de ella, uno con pecas a quien miro.

—En todo caso, ¿afectaría su rendimiento aquí?—le preguntó Kira, no de una mala gana, pero veía en los demás cierto interés en ella.

—¡No, no quise decir eso o molestar! Es que, muchos la conocen por sus grandes determinaciones.—defendió el chico, avergonzado y apenado.—¡Marco Bott!—se presentó.

—¿Siguen viendo a la chica patata?—se preguntó otro chico, quien llegó a observar como la castaña aún corría, pero cada vez más lento.

—Se llama Sasha.—defendió Mikasa de una manera fría, viéndose distante ante el chico que se presentó con ese mal señalamiento.

Kira se quedó ahí, observando como algunos intentaban de convivir—, pero en la noche el sueño pudo más—. Solía tener pesadillas extrañas, incluso ver a sus amigos formar parte de ellas, aunque parecía distorsionado, Kira juraba verlos con sus uniformes de la legión de exploración y sangre en las hojas que usarían para dañar a los titanes. Intentaba de no pensar cuando iba a dormir, era imposible para ella no hacerlo, porque no se acostumbra a dormir en una litera y que alrededor hubieran más con chicas. Ella durmió por mucho tiempo en el suelo y ahora sentía que debía dormir ahí. Se levantó incómoda y con el cabello desamarrado, los primeros días serán difíciles y más para una persona como ella que parecía alejar a cualquier persona que quisiera acercarse con buena fe. Restregó sus ojos y buscó salir de forma sigilosa, sin molestar a nadie o perturbar sus sueños. En las afueras algunos soldados vigilaban y de seguro el instructor debería estar aún despierto.

El ser reconocida como la hija de una ex comandante le inflaba el pecho, pero que asumiera que por esa razón estaba ahí, le molestaba. Hacía frío y se alegraba por esa brisa que la hizo mirar el cielo. Habían brillantes estrellas alumbrándolo y decorando esa leve oscuridad. Recordó que en su casa, en algunas noches solía ir al patio para con su madre contar las estrellas o hasta dar algunas formas como lo hacían en el día con las nubes. Era un momento preciado que ella guardaba en su corazón, que sabía claramente que jamás volvería y que no lo viviría. Mañana sería el comienzo de una nueva etapa y quería dejar la misma huella que su madre en esta base de reclutas, aspiraba a ser un soldado que respetaran y confiaran por sus determinaciones. Estaba lista para desarrollar una resistencia física que no se igualaría con la de nadie, ni siquiera con Mikasa quien siempre fue la más fuerte de los cuatro.

—¿Por qué supuse que no podrías dormir?—Kira se sobresaltó, girándose para ver cómo Eren se acercaba a ella algo soñoliento.

—No soy la única, eso es bueno.—respondió Kira cuando él llegó a su lado, levantando la mirada para ver las estrellas junto a ella.

—Lo único bueno es que llegamos aquí, juntos.—afirmó él, notando como Kira el resplandor de las estrellas que alumbraban con la luna.

—Te prometo que llegaremos aún más lejos.—añadió ella.—Prometo luchar junto a ti aunque me cueste la vida.—detalló, seriamente.

—Lo prometo.—asumió Eren, para así girarse y ver a Kira con la mirada levantada.—Parece que fue ayer cuando nos conocimos.—añadió.

Parecía que así fue, que solo fue ayer cuando ambos se conocieron y cruzaron miradas por primera vez. Lo que no parecía o sabían, era que las estrellas estaban alineadas desde antes que nacieran para que ellos se encontraran y que sin importar el tiempo, o incluso la distancia, Eren y Kira habían nacido con un solo propósito—liberar a la humanidad de los titanes y traer un balance en ese mundo de caos, de total sufrimiento e injusticia—. Y esa no era la parte más dolorosa, no era lo peor, es que en medio de esa alineación de estrellas había alguien más, alguien que llegaría para cambiarlo todo, pero sin importar lo que cambie, lo único que perturbara en Eren y Kira sería esa promesa, porque no nacieron para estar juntos, ni siquiera para vivir la libertad que tanto buscaban. Porque ellos eran la llave para la libertad de aquellos que más aprecian, aquellos que aún no conocen y que conocerán. La historia de Eren y Kira empezaba aquí, empezaba ahora, a través de ellos.

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